La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, Siri Hustvedt, p. 233-234
[…] por Jacques Lacan, el
psicoanalista francés, quien a su vez fue influenciado por el filósofo
Alexandre Kojeve, que en la década de 1930 impartió clases sobre Hegel en la
École Pratique des Hautes Études de París. La “fase del espejo” de Lacan
convirtió la lucha de Hegel por la autoconciencia en un drama puramente
intrapsíquico. El otro de Hegel se transformó en la imagen que tiene la niña de
sí misma en el espejo. Cuando se reconoce, se ve a sí misma como objeto
unificado. Winnicott hizo retroceder esta dialéctica en el tiempo y la devolvió
a una
relación entre dos personas
reales: “En el desarrollo emocional individual, el precursor del espejo es el
rostro de la madre”. Para el bebé, una madre receptiva se antepone al “mÍ”
reconocido en el espejo. El niño
se ve a sí mismo en el rostro de su madre porque en las expresiones de ésta
encuentra lo que ella ve: él mismo. El Yo y el otro están íntima y expresivamente vinculados. Cuando pierdo el
rostro del otro, pierdo algo de mí mismo.
Los investigadores ya no hablan
de transitivismo, un fenómeno explorado por la psicóloga infantil Charlotte
Bühler, pero es algo con lo que está familiarizado cualquier progenitor. Un
niño ve cómo su amigo se cae y rompe a llorar. Una niña da una bofetada a su
amiga y luego insiste en que es ella quien la ha recibido. Los niños pequeños
parecen moverse entre el Yo y el otro de maneras que los adultos no lo hacen.
El transitivismo se parece mucho a la sinestesia de tacto-espejo, ¿no es así?
¿Cómo analizar esta zona virtual, indirecta e imitativa entre tú y yo en un
recién nacido o en niños pequeños? ¿Encontramos un “yo” y un “tú” distintos o
quizá un “nosotros” más borroso?
Winnicott creó entre el niño y la
madre una abertura quepodría llamarse zona borrosa o una especie de “entre
nosotros”. Se refirió a ella como “espacio transicional” y, aunque él no lo
dice, lo tomó del concepto de transferencia del psicoanálisis freudiano. Para
Freud, la transferencia tenía lugar en una “zona intermedia” entre el paciente
y el analista. Entre otras descripciones, Freud utilizaba el término Tummelplat
para representar esta cargada zona
intermedia de proyección que luego se convirtió en un «patio de recreo” en la
traducción de james Strachey. El espacio transicional de Winnicott no está
totalmente dentro de una niña, pero tampoco está del todo fuera, y es un lugar
donde ella puede jugar. Los “objetos transicionales»
y las «extensiones del yo» son cosas que la niña utiliza, la punta mordisqueada
de una manta o un peluche muy querido, por ejemplo, pero también los
cadenciosos balbuceos, palabras o canciones a través de los cuales crea una conexión
simbólica e ilusoria con su madre, cosas que no están ni aquí ni allá, que no
son ni el yo y el no-yo del mundo exterior. En este espacio potencial o
imaginativo es donde el niño juega y el artista trabaja, es «una tercera área»
que, según Winnicott, nunca dejamos atrás sino que volvemos continuamente
a ella como parte de la creatividad humana corriente. Se podría decir que
asistimos a un entremezclarse normal. La creación de arte se realiza en una
zona fronteriza entre el Yo y el otro.
Es un espacio ilusorio y marginal pero no alucinante.
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