Según la leyenda familiar, el
abuelo de Ferguson salió a pie de Minsk, su ciudad natal, con cien rublos
cosidos en el forro de la chaqueta, y pasando por Varsovia y Berlín viajó en
dirección oeste hasta Hamburgo, donde
sacó billete en un buque llamado The Empress of China, que cruzó el Atlántico
entre agitadas tormentas invernales y entró en el puerto de Nueva York el
primer día del siglo xx. Mientras esperaba la entrevista con un agente de
inmigración en la isla de Ellis, entabló conversación con otro judío ruso. Su
compatriota le dijo: Olvida el apellido Reznikoff. Aquí no te servirá de mucho.
Necesitas un nombre americano para tu nueva vida en América, algo que suene
bastante en este país. Como en 1900 el inglés aún era una lengua extraña para
él, Isaac Reznikoff pidió una sugerencia a su compatriota, mayor y con más
experiencia. Diles que te llamas Rockefeller, le contestó aquel hombre. Con eso
no puedes equivocarte. Pasó una hora,
luego otra, y cuando el Reznikoff de diecinueve años se sentó para que lo
interrogara el agente de inmigración, había olvidado el nombre que su
compatriota le había sugerido. ¿Cómo se llama?, preguntó el agente. En su
frustración, el cansado inmigrante soltó en yidis: Ikh hob fargessen! (¡Se me
ha olvidado!). Y así fue como Isaac Reznikoff empezó su nueva vida en Estados
Unidos con el nombre de Ichabod Ferguson.
Lo pasó mal, sobre todo al
principio, pero incluso después de que ya no fuera el principio, nada ocurrió
tal como había imaginado que sería en su país de adopción.
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