La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, Siri Hustvedt, p. 259-260
Boyd informa a su lector de que
el impulso competitivo en los hombres es más fuerte que en las mujeres y, acto
seguido, cuenta la ya conocida historia que se originó con Darwin de la hembra
tímida que se muestra exigente a la hora de aparearse y el macho promiscuo que
fecunda a tantas hembras como le es posible. Hay pocas hembras que no son
madres, mientras que la competencia entre los machos por las hembras significa
que los machos fuertes pueden tener tanto éxito con las hembras que se
reproducen a diestra y siniestra, y privan a otros machos de la oportunidad
reproductiva, lo que da lugar a una mayor variabilidad en el éxíto reproductivo
de los hombres. Boyd pasa por alto las considerables pruebas científicas que
demuestran que no es tan simple. Existen innumerabies especies que no encajan
en este pulcro esquema. La promiscuidad femenina existente entre varias
especies está mucho más extendida de lo que se creyó en otro tiempo. También
hay muchos ejemplos de inversión de roles: la hembra es la que se exhibe y el
macho el que atiende el nido. La diversidad de los hábitos de apareamiento en
el mundo animal es enorme, pero Boyd no lo menciona.
Para Boyd, el anhelo masculino de
dominar a otros machos se hace extensivo al arte de la narración. “Desde un cuentista
tribal, Homero, Shakespeare o Tolkien”, afirma, los hombres se hallan en una
posición de ventaja. Están tan decididos a aplastar a sus rivales que son más
propensos que las mujeres a “participar en comportamientos extremos”, lo que a
su vez explica por qué están “excesivamente representados en los dos extremos:
el éxíto y la Genialidad, así como el fracaso”. Este relato se ha convertido en
un mantra entre los psicólogos evolucionistas. “A pesar de Murasaki, Jane
Austen y J. K. Rowling -señala Boyd-, los hombres superan en número a las
mujeres como narradores clásicos e incluso populares [ ... J aunque, en el otro
extremo del espectro, también superan a las mujeres por más de cuatro a uno en
autismo, lo que concuerda con un pobre desempeño en cognición social y juegos
imaginativos. Por otra parte, las mujeres, en general, además de no perseguir
con tanto apremio como los hombres una posición social, se vuelcan, por término
medio, más en la crianza de los hijos y son para ellos las principales
narradoras de historias, cuentos y rimas populares.»
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