4 3 2 1, de Paul Auster, p. 39
Entre ellos Suave es la noche, La
casa de la alegría, Moll Flanders, La feria de las vanidades, Cumbres
borrascosas, Madame Bovary, La cartuja de Parma, Primer amor, Dublineses, Luz
de agosto, David Copperfield, Middlemarch, Washington Square, La letra
escarlata, Calle Mayor, Jane Eyre y muchos más, pero de todos los autores que
descubrió durante su confinamiento fue Tolstói el que más le dijo, el colosal Tolstói,
que entendía la vida toda, pensaba Rose, todo lo que había que saber sobre el
corazón humano y la mente humana, con independencia de a quién perteneciera el
corazón o la mente, a un hombre o a una mujer, y cómo era posible, se
preguntaba, que un hombre supiera lo que Tolstói sabía de las mujeres, no tenía
sentido que un hombre pudiera ser todos
los hombres y todas las mujeres, y por tanto caminó con paso firme a lo largo
de casi todo lo que Tolstói había escrito, no sólo las grandes novelas como
Guerra y paz, Ana Karénina y Resurrección, sino también las obras breves, las
novelas cortas y los relatos, ninguno de ellos más impactante para ella que
Felicidad conyugal, la historia en cien páginas de una joven recién casada y su
gradual desilusión, una obra que le llegó a lo más hondo y la hizo llorar al
final, y cuando Stanley volvió a casa por la noche se alarmó al verla en tal
estado, porque a pesar de que había terminado de leerla a las tres de la tarde
seguía teniendo los ojos húmedos de lágrimas.
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