Aún hoy a veces creo verle en la calle, de pie junto a una
ventana o inclinado sobre un libro en una cafetería. Y en ese instante, antes
de caer en la cuenta de que se trata de otra persona, se me encoge el estómago
y me quedo sin respiración.
Lo conocí hace ocho años. Yo acababa de graduarme en la
Universidad de Columbia. Ese verano hacía mucho calor y me costaba mucho dormir
por las noches. Me quedaba echada en mi apartamento de dos habitaciones en la
calle Ciento nueve Oeste escuchando los ruidos de la ciudad. Me dedicaba a .leer,
escribir y fumar hasta que se hacía de día, pero algunas noches en las que el
calor me abatía hasta el punto de impedirme trabajar, contemplaba a mis vecinos
desde la cama. Miraba a través de la ventana atrancada, por el estrecho
extractor al apartamento enfrente del mío y veía a los dos hombres que vivían
allí deambular de una habitación a otra, medio vestidos y sofocados de calor.
Un día de julio, no mucho antes de conocer a Mr. Morning, uno de los hombres se
acercó desnudo a la ventana. Había oscurecido y se quedó allí durante un buen
rato con el cuerpo iluminado desde atrás por una lámpara amarilla. Me camuflé
en la oscuridad de mi habitación y en ningún momento supo que estaba allí.
Esto sucedía dos meses después de que Stephen me dejara, y
yo pensaba incesantemente en él
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