4 3 2 1 de Paul Auster, p. 610
Aquella tarde bajó para su sesión
de estudio de los jueves Vivian llevando en la mano las páginas sin grapar de
Cómo Laurel Hardy me salvaron la vida en vez de su ejemplar de Hamlet. tendría
que esperar, decidió Ferguson. Hamlet, que no hizo más esperar, tendría que
seguir esperando un poco más, porque que el libro había llegado a buen término,
Ferguson estaba desesperado por que alguien lo leyera, ya que él mismo era
incapaz de gar lo que había escrito y no tenía ni idea de si había producido libro
de verdad o un falso libro, un jardín rebosante de rosas y violetas o un camión
cargado de estiércol. Con Gil al otro lado del no, Vivian era la inevitable
candidata, la preferida, y Ferguson que podía confiar en que leyera su obra con
una actitud justa e parcial, porque ya había demostrado ser una excelente preceptora
siempre diligente y preparada para sus dos clases particulares a semana e
increíblemente aguda, con incontables cosas que decir sobre las obras que
estudiaban juntos (lectura atenta, el método de explication de texte para
determinados pasajes cruciales, tal como mostraba en el capítulo de la Mímesis
de Auerbach sobre la de Ulises), pero también el entorno en que se inscribían
las las condiciones sociales y políticas en la antigua Roma, por ejemplo, el
exilio de Ovidio, el destierro de Dante y la revelación de que Agustín procedía
del norte de Africa y por tanto era negro o moreno, una continua afluencia de
manuales de referencia, libros de historia y estudios críticos sacados de la
cercana Biblioteca Norteamericana y de la biblioteca del Instituto Británico de
un poco allá, y a Ferguson lo impresionaba y divertía el hecho de que la sumamente
mondaine y a menudo frívola madame Schreiber se reía en las fiestas, qué
carcajadas soltaba con los chistes verdes fuese al mismo tiempo una erudita y
consagrada intelectual, ciada summa cum laude por Swarthmore , doctora en
Historia arte por la que ella denominaba la Sor Buena de París (tesis sobre Chardin:
su primer acercamiento al tema que acabaría transformado en libro) y escritora
de pluma clara y fluida (Ferguson había leído partes de su libro), y además de
instruirle en la forma de leer y asimilar obras literarias de la lista de Gil,
se tomaba la molestia de enseñarle a mirar y estudiar las obras de arte con
visitas sabatinas el Musée de l'Art Moderne, el Jeu de Paume o la Galerie Maegth
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