Todo está perdonado, Rafael Reig, p. 158
De todo esto el único culpable
soy yo. Tú eres la misma de siempre, una mujer excepcional y digna de alguien
mucho mejor que yo. Soy yo el que estoy cambiando y sigo buscando mi propio sentido.
A fmales de mes volveré a Madrid.
Un día, cuando ya hayas asimilado todo esto, me gustaría verte. Como amigos.
Con la amistad y el cariño sincero que sigo sintiendo por ti. Quizá entonces
logremos entender los dos que esta ruptura, aunque sea muy dolorosa, es lo
mejor que nos podía pasar. A los dos. Tú no te mereces a alguien como yo y yo
no me siento a la altura de tu afecto. Mariví querida, espero que algún día me
puedas perdonar. Hasta que llegue ese momento lo único que puedo hacer es pedir
perdón. Perdón. Perdóname, es lo único que te pido.
Sé que esta carta es una
despedida, pero me gustaría que con el tiempo la convirtiéramos en un «hasta
pronto». Confio en que volveremos a encontrarnos en otra vuelta de la vida y
entonces tú serás capaz de entenderme y de concederme tu perdón. Te envío un
fuerte abrazo de amigo.
Perico
La leyó por última vez. La carta
estaba escrita a máquina. Añadió de su puño y letra: «Espero que puedas perdonarme».
La metió en un sobre de avión y puso la dirección a mano:
Srta. María Victoria Montovio von
Kleitt Cl Gral. García Morato, 66 Madrid 10
Se metió el sobre en el bolsillo
de la chaqueta y salió. De camino a casa de Jeena Juggs, al pasar por la esquina
de Elm y la Once detuvo el coche y se acercó al buzón azul, levantó la tapa y
dejó caer el sobre. Ya no había lugar para el arrepentimiento y, por eso mismo,
se sintió aliviado, casi feliz. Le dio por pensar que echar una carta en un
buzón era una de las pocas cosas irreversibles que uno podía hacer en esta
vida. Casi todo lo demás, la Historia, la realidad, el universo entero, podía
ser corregido, borrado, desfigurado. La muerte y el servicio postal, en cambio,
eran una fatalidad de toda confianza. Eso pensaba Perico, aunque no contaba con
la intervención de Cupido, que impidió que la carta llegara a su destino.
Cuando Perico aterrizó en
Barajas, Mariví estaba esperándole con el resto de la familia.
-Cariño, llevo semanas sin
recibir carta tuya -se quejó de inmediato.
-¿No te ha llegado ninguna? Te he
escrito.
-Nada de nada.
-Se habrá perdido.
En ese momento Perico decidió
rendirse o tal vez se dio cuenta de que tenía la oportunidad de corregir un
error. Nunca mencionó la carta perdida y siguieron adelante con los planes de
boda.
Perico y Mariví se casaron como
quien salta al terreno de juego con la única ambición de empatar.
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