Pienso que mientras que, aquí,
los dedos del frío nos esperan a la salida del restaurante para pellizcamos,
siguen creciendo las plantas y se abren las flores delante de mi adosado en
Denia a pesar de lo avanzado de la estación, mediados de noviembre; o que el
aire fue tenue la pasada mañana y me
envolvió con su respiración templada y húmeda mientras Pedrito aparcaba el
coche ante mi casa y cargábamos el maletín que yo había preparado con un par de
camisas, ropa interior, la bolsa de aseo, lo necesario para la excursión de dos
días, al tiempo que él, de pie junto al coche, apoyando la mano derecha en la
superficie de la puerta abatible del portamaletas, decía: “Es verdad que la
casa es pequeña, pero tienes una vista grande.” Anotar en el cuadernito la
sensación que me ha producido ese cielo azul intenso recorrido por nubes, como
si hubiera un filtro en el paisaje y todo compusiera una secuencia de película:
las ramas de los pinos pasando junto a la ventanilla del coche, la sierra
pedregosa, pero en la que las primeras lluvias del otoño han puesto manchas
verdes y en la que aún quedan pinedas que a simple vista apenas se distinguen, pero
que, si uno se fija, descubre que ocupan buena
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