CAPÍTULO 1
El error de la novia
“Porque, desde el principio de los tiempos, las mujeres
santas que confiaban en Dios se honraban sometiéndose a sus esposos; Sara
obedecía a Abraham, llamándole señor, y también sus hijas y las hijas de sus
hijas”. Con estas conocidas palabras mi tío, el reverendo Starkweather, puso fin a la ceremonia del
matrimonio según el rito de la Iglesia anglicana. Luego, cerró su libro y me
miró desde el altar, con una cariñosa expresión de interés en su ancha y
colorada cara. Al mismo tiempo, mi tía, la señora Starkweather, de pie junto a
mí, me dio unos suaves golpecitos en el
hombro y me dijo:
-¡Ya estás casada, Valeria¡
¿Por dónde vagaban mis pensamientos? ¿En qué se entretenía
mi mente? Estaba tan confusa que me era difícil determinarlo. Me estremecí y
miré al que ya era mi marido. El pobre parecía tan aturdido como yo. Creo que a
los dos se nos había pasado por la cabeza la misma idea: ¿Era posible que, a
pesar de la oposición de su madre a nuestra boda, fuéramos ya marido y mujer?
Mi tía zanjó la cuestión con un nuevo golpecito en mi hombro.
-¡Cógete de su brazo!-susurró con el tono de una mujer que ha
perdido la paciencia. Obedecí-. ¡Sigue a tu tío! -remachó.
Bien agarrada del brazo de mi marido, seguí al reverendo
Starkweather y al vicario que le había ayudado en la ceremonia. Los dos clérigos
nos condujeron a la sacristía. La iglesia estaba en uno de esos tristes y
sombríos barrios de Londres que se extienden entre la City y el West End.
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