De La respuesta es no de Wilkie Collins, p. 61
La metrópoli de la Gran Bretaña
es, en ciertos sentidos, cono ninguna otra metrópoli sobre la faz de la tierra.
En la población que se agolpa en sus avenidas conviven los extremos de la
Riqueza y los de la Pobreza. En las calles mismas, la gloria y la vergüenza de
la arquitectura -la mansión y el tugurio- se alzan lado a lado como en ningún otro
lugar del mundo. En lo que respecta a su dimensión social, Londres es la ciudad
de los contrastes.
A la caída de la tarde, Emily
salió de la estación terminal del ferrocarril en dirección al lugar de
residencia en el que la pérdida de su fortuna había obligado a su tia a buscar refugio.
Al acercarse a su destino, el coche pasó -merced al mero expediente de cruzar
una calle- de un Parque bello y espacioso, rodeado de mansiones coronadas por
estatuas y cúpulas, a una hilera de casas muy cercana a una zanja maloliente
mal llamada canal. La ciudad de los contrastes: norte y sur, este y oeste; la
ciudad de los contrastes sociales.
Emily ordenó detener el coche
frente a la verja del jardín de una casa ubicada al final de la hilera. Al
sonido de la campanilla acudió la única sirvienta que quedaba al servicio de su
tia: la doncella de la señorita Letitia.
Esa excelente criatura era, en lo
tocante a su apariencia, una de esas mujeres infortunadas cuyo aspecto parece
indicar que la Naturaleza tenía la intención de hacerlas hombres y cambió de idea en el último momento. La
doncella de la señorita Leriria era alta, flaca y desgarbada. La primera
impresión que producía su rostro era la de que tenía muchos huesos. Se alzaban
en la frente, se proyectaban en las mejillas y alcanzaban su mayor desarrollo
en las mandíbulas. Los ojos cavernosos de esa infeliz miraban, con inflexible obstinación
e inflexible bondad, y con d mismo aire severo, a todos sus prójimos. Su ama (a
cuyo servicio había permanecido durante más de un cuarto de siglo) la llamaba
"Huesitos". Ella aceptaba ese apodo brutalmente justo como una
muestra de afectuosa familiaridad que hada honor a una sirvienta. A nadie más
le permitía tomarse semejantes libertades: para todos los que no fueran su ama,
era la señora Ellmother.
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