De El cerco de Londres de Henry James, p.60
Sin embargo, volvió al Hotel
Meurice, y en la siguiente ocasión llevó a Waterville con él. El secretario de
Legación, que no estaba acostumbrado a tratar con damas de tal ambigüedad,
estaba dispuesto a considerar a la señora Headway como representante de una
clase muy curiosa. Temía que pudiera ser muy peligrosa; pero, en términos
generales, se sintió seguro. El objeto de su devoción en aquel momento era su
país, o por lo menos el Departamento de Estado no tenía ninguna intención de
dejarse desviar de esa lealtad. Además él tenía su propio ideal de mujer
atractiva: una persona de tono mucho más suave que esta brillante, sonriente,
susurrante charlatana hija de los Territorios. La mujer que a él le gustaría
sería reposada, con cierto gusto por la intimidad; a veces le gustaría dejarlo
solo. La señora Headway hacía alusiones personales, familiares, íntimas;
siempre estaba suplicando o acusando, pidiendo explicaciones y promesas,
diciendo cosas a las que uno tenía que contestar. Todo ello acompañado de mil
sonrisas y atenciones Y otras gracias naturales, pero el efecto general era
algo fatigoso. Tenía sin duda un gran encanto, un deseo inmenso de complacer y
una maravillosa colección de vestidos y
chucherías; pero estaba impaciente y preocupada, y era imposible que otras
personas compartieran su impaciencia. Si
bien era cierto que ella quería entrar en la alta sociedad también lo era que
no había ninguna razón para que sus visitantes solteros desearan verla allí;
porque era precisamente la ausencia de los estorbos sociales habituales lo que
hacía tan atractivo su salón. No cabía duda de que era varias mujeres en una, y
que debería contentarse con esa especie de victoria numérica. Littlemore le
dijo a Waterville que era una torpeza por parte de ella desear escalar las
alturas, debería saber cuánto mejor estaba en su lugar, mas bajo. Parecía que
la actitud de la señora Headway le irritaba vagamente.
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