De Un mundo deslumbrante de Siri Hustvedst, p.138
Todo deseo de venganza surge del
dolor causado por la impotencia. Yo sufro se convierte en Tú sufrirás. Y no nos
engañemos: la venganza es estimulante. Nos centra y nos anima y anula el dolor porque
vuelve la emoción del revés. Con el dolor nos hacemos añicos. Con la venganza
nos recomponemos y consolidamos en una sola arma afilada que apunta hacia un
objetivo. Aunque a la larga es
destructiva, durante un corto tiempo la venganza puede llegar a ser muy útil.
Aquella tarde le conté a Harry
una historia que me pareció que guardaba cierta relación con todo aquello. Una
vez tuve una paciente a la que habían agredido brutalmente en la calle cuando tenía once años. Un hombre la había
atacado cuando volvía a casa andando después de visitar a una amiga en el Upper
West Side. No fue un atraco; el agresor saltó sobre ella con un cuchillo, le cortó
el cuello y la dejó tirada en la acera desangrándose. Estuvo a punto de morir.
Mi paciente afirmaba no sentir ninguna sed de venganza contra su agresor. Pero
años más tarde un novio la dejó y no podía dejar de fantasear con todo tipo de
cosas horribles que le pasarían a su ex pareja. Imaginaba que él tenía un
accidente de coche o esquiando, que sufría una caída terrible, que padecía unas
enfermedades espantosas o que era víctima de explosiones súbitas, tragedias
todas a las que lograba sobrevivir, pero quedaba desfigurado y paralítico.
Lisiado para toda la vida, él acababa inevitablemente reconociendo que ella era
el gran amor de su vida y que sin ella nada tenía sentido.
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