EL DIA DEL PARTO DE MI MADRE
El día que mi madre me habló de
la experiencia de su parto decidí que nunca tendría hijos. Fue mucho más
gráfica la descripción de su parto que la apología de mi nacimiento, aunque ella
insistiese en que yo era la niña más hechita de cuantos bebés había tenido la
oportunidad de ver de cerca. Mi madre, cuando narra, tiende a ser minuciosa; en
cuanto a mí, siempre he sabido escuchar y soy mucho más impresionable de lo que
a simple vista pudiera parecer. No recuerdo exactamente la edad a la que se lo
pregunté y ella me respondió. Me acuerdo, eso sí, de que yo ya tenía clara la
idea del cómo: los huevos, las semillas, el quererse mucho, el no tomarse la
pastilla -a propósito-, los besitos, las flores abiertas y la lubricación natural,
las cáscaras rotas, los niños-pez y los espermatozoides nadadores. Tampoco recuerdo
si el relato fue la respuesta a mi curiosidad o si mi madre tomó la iniciativa.
Sin embargo, sí puedo fijar el instante en el que formulé en voz alta el primer
mandamiento de mi declaración de principios: a los once años y delante de mis amigas,
juré solemnemente que nunca sufriría un parto y, por ende, nunca sería una
madre.
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