De La lección de anatomía de Marta Sanz, p.97-98
Cuando acaban los cursos, por mi
obcecación y por una disciplina que mis maestras no entienden, considerando las
disipaciones de mi hogar, ocupo siempre el pupitre que originalmente le
correspondía a María Beneyto. Mientras ella ha sido desplazada al que está
detrás de mí. Recuerdo la frase preferida de las profesoras para definir el
buen rendimiento de una niña:
-Es muy aplicada.
Era lo mejor que podían decir de ti.
La curiosidad, la inquietud, la rebeldía, la imaginación no constituían valores
y sin embargo, yo aprendí mucho a lo largo de esos años y a menudo me pregunto
si esa educación no fue la mejor que podía haber recibido. Qué hubiera sido de
mí si hubiese asistido a un colegio caro, creativo y liberal; tal vez, me
habría enganchado a la heroína y ahora sería diseñadora de joyas, regentaría
una casa rural y la mala conciencia me
impediría hacer lo que deseo, es decir, lo que racionalmente he decidido y que
ramo choca con lo que se supone ·que debo desear. Conozco muchos de estos casos, pero ahora aún
permanezco sentada en el pupitre del colegio, mientras María se resigna a estar
en el banco inmediatamente posterior al mío, consciente de que, después de las
clases, cuando vamos a ver a su ría, ella es más lenta aunque también más
minuciosa. María es una niña aplicada, pero le cuesta acabar las tareas porque
le falta el otro ingrediente fundamental para el aprendizaje:
-¡María! ¡Discurre! Es que no
discurres nada. Discurre, María, discurre, que no es tan complicado ...
Discurrir es buscar caminos. Hay
que aplicarse, hay que repetir, hay que memorizar y que mimetizarse, hay que
destacarse sin subvertir el orden establecido, pero también hay que discurrir. Las señoritas nos daban buenos
consejos quizá sin darse cuenta.
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