De Novela de ajedrez de Stephen
Zweig, p. 57
¡ Un LIBRO! Hacía cuatro meses
que no tenía un libro en las manos y ahora, la sola idea de un libro con
palabras alineadas, renglones, páginas y hojas, la sola idea de un libro en el
que leer, perseguir y capturar pensamientos nuevos, frescos, diferentes de los
míos, pensamientos para distraerse y para atesorarlos en mi cerebro, esa sola
idea era capaz de embriagarme y también de serenarme. Mis ojos quedaron
suspendidos de aquel bulto que formaba el libro en el bolsillo, corno
hipnotizados, con una mirada tan ardiente corno si quisiera perforar el tejido.
Finalmente no pude controlar mi avidez; involuntariamente me fui acercando.
Sólo con pensar que podía tocar un libro con las manos, aunque fuera a través
de la ropa del bolsillo, ya me ardían los dedos hasta la raíz de las uñas. Casi
sin darme cuenta fui acercándome cada vez más. Por fortuna, el guardián no se
dio cuenta de mi comportamiento, sin duda bastante extraño; quizás le parecía
natural que una persona que había tenido que estar de pie durante dos horas
quisiera apoyarse un poco en la pared. Ahora había llegado ya al lado mismo del
capote y eché las manos a la espalda para poder palparlo sin llamar la
atención. A través de la ropa conseguí percibir, en efecto, una cosa cuadrada, una
cosa flexible y que crujía levemente: ¡un libro! y una idea me atravesó el
cerebro como un relámpago: ¡Róbalo! ¡Tal vez lo consigas y puedas esconderlo en
la celda y después leer, leer, leer
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