Bloomsbury, Leon Edel, p. 128
Aquel hermano adulto «prodigaba
caricias, frases cariñosas, peticio.p.es y abrazos como si, después de cuarenta
años en la selva australiana, hubiese vuelto por fin al hogar de su juventud y
hubiera encontrado una madre anciana que todavía vivía para darle la
bienvenida». Virginia repetía que era «anormalmente estúpido». No consiguió
aprobar ningún examen, rechazaba todo razonamiento y sólo decía «Bésame,
bésame, querida mía». Los besos eran los sustitutos de la razón. «Sus pasiones crecieron
y sus deseos se hicieron más vehementes», de forma que Virginia se sentía como
«un pececillo desafortunado, encerrado en un mismo depósito con un tiburón
turbulento y voluminoso».
Virginia relata la escena
culminante como una escena de seducción, al parecer con cierta exageración.
Había ido con George a una de aquellas fiestas interminables en las que su amor
propio sufría terriblemente. Describe a los Holman Hunt en su más brillante
estilo. «Las señoras eran corpulentas y desaliñadas, los caballeros de frentes
despejadas llevaban pantalones cortos de vestir que, en algunos casos, dejaban
asomar un par de brillantes calcetines rojos de estilo prerrafaelista. George se
introdujo entre ellos como un príncipe disfrazado. Yo me uní rápidamente a un
grupo de señoras de Kensington ... » El pintor Holman Hunt, que vestía una bata
que le llegaba a los pies, peroraba acerca de las ideas que le habían impulsado
a pintar La luz del Mundo; bebía cacao a sorbos mientras se acariciaba su larga
barba. El tono de la reunión era «brillante y altruista». «Por fin, por fin, se
acabó la velada», escribió Virginia. Cuando volvieron a Hyde Park Gate se fue a
su habitación, se quitó el vestido de satén del que desprendió un ramillete de
claveles, y empezó a pensar en las lecciones de griego.
«En mi mente daban vueltas muchas
cosas diferentes: diamantes y condesas, cópulas, los diálogos de Platón.» Pensó
en lo agradable que sería dormirse y olvidarlo todo. Estaba casi dormida,
cuando la puerta crujió. «No tengas miedo», musitó George. -«No enciendas la
luz, oh querida, querida», y «se arrojó sobre mi cama y me tomó entre sus
brazos». A lo que Virginia añadió: «Sí, las señoras de Kensington y Belgravia
no supieron nunca que George Duckworth ejercía no sólo como padre y madre,
hermano y hermana de aquellas pobres jóvenes Stephen; era su amante también”
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