Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

SHERWOOD ANDERSON


León en el jardín, William Faulkner, p. 176

FAULKNER: Vaya, pues era una de las mejores personas, de las más agradables que he conocido en mi vida. Era mucho mejor que todo lo que escribió. Con esto quiero decir que era una de esas figuras trágicas que sólo tenían un libro dentro, en su caso, Winesburg, Ohio. Escribió eso y luego descubrió que eso era todo, y he aquí otro caso de alguien que murió demasiado tarde, porque siguió tratando de volver a escribir Winesburg ... y eso fue todo. En mi opinión, Winesburgdebería haberle bastado para toda la vida, debería haberse conformado con eso. Le conocí por casualidad. En aquella época, yo no había pensado en serio dedicarme a escribir. Trabajaba para un contrabandista dé licores: eran los tiempos de la prohibición en América y se traía una especie de ron crudo de las Antillas para transformarlo en whisky escocés o en ginebra o en lo que se quisiera. Yo estaba ... Yo estaba a cargo de un barco que recorría el golfo de México para traer el ron con el que se hacía el whisky embotellado. En aquellos tiempos, no precisaba mucho dinero y me pagaban cien dólares por viaje, que era un montón de dinero en 1921, así que luego me dedicaba a holgazanear hasta que me volvía a quedar sin blanca, y escribía. Entonces conocí al señor Anderson. Solíamos quedar por la tarde, dábamos una vuelta por la ciudad, charlábamos con la gente, él hablaba y yo escuchaba. Luego, por la noche, volvíamos a quedar, íbamos a cualquier sitio, tornábamos copas y conversábamos hasta la hora de irnos a la cama. A la mañana  siguiente, él se quedaba en casa escribiendo. Volvíamos a vernos por la tarde y otra vez por la noche, pero por las mañanas, se quedaba en casa escribiendo y pensé que esa forma de vida era tan agradable o más que la mejor que se me pudiese ocurrir y que si era así como se vivía siendo novelista, intentaría serlo yo también. Así que escribí un libro titulado La paga de los soldados. En cuanto empecé, descubrí que escribir era divertido y me dediqué por entero a la novela, de día y también de noche. Me pasé así tres o cuatro semanas sin ver al señor Anderson y un buen día se presentó en mi casa, era la primera vez que venía a visitarme, y me dijo que llevaba tiempo sin verme, y le expliqué que, bueno, que estaba escribiendo un libro. Y entonces me dijo: «Te propongo un trato. Cuando lo termines, si no me obligas a leerlo, le diré a mi editorial que lo publique». Así que dije que [de acuerdo]. Acabé la novela, Anderson le pidió a su editor que la publicara y la editorial la aceptó: así es cómo me convertí en escritor. Pero era un hombre encantador. Él, salvo por esa tragedia suya, era un hombre de éxito tal corno eso se entiende en América. Su error consistió en ... Se dedicaba al negocio de los seguros y, de repente, decidió que quería ser autor, un artista. Renunció al éxito en los seguros, abandonó su hogar, tenía familia, lo dejó todo para ser escritor. Escribió ese único libro y ya no hubo más y en eso consistió su tragedia. Había alcanzado el éxito y renunció a él. Me refiero al éxito en el sentido americano, renunció a eso, y luego sólo pudo escribir un libro. Es muy triste. Pero creo que Winesburg es una obra excelente, me parece que [El triunfo del huevo] es una obra espléndida –algunos de los cuentos, de los relatos cortos-, pero después de eso, empeoró sin parar, aunque lo intentó y lo intentó reiteradamente, esa fue su tragedia. Y creo que de eso es de lo que murió.


FAULKNER¡¡¡¡


León en el jardín, William Faulkner, p. 143

¿tiene usted que tener algún mensaje que desee hacer llegar a los escritores?

FAULKNER: Que el ser humano es más importante que su entorno, que sus leyes y que todas las cosas penosas y mezquinas que lleva a cabo como parte de una raza, de una nación; que lo importante es esto: el hombre; creerlo siempre, no olvidarlo nunca,

P: ¿Por favor, podría explicarnos un poco acerca de sus obras en las que suceden cosas malas o violentas, y las usa corno material para expresar sus ideas? ¿Podría compartir algunas ideas al respecto?

FAULKNER: Sí: no hay que usar nunca el mal por el mero hecho de usarlo; hay que usarlo para intentar contar una verdad que se considere importante, Hay ocasiones en que hay que recordarles el mal a los hombres, para que lo corrijan, para que lo cambien; no habría que hablarles siempre de lo bueno y de lo bello, Creo que el escritor, el poeta o el novelista no deben ser sólo un “notario” del género humano: deben darle también al hombre razón para pensar que puede ser mejor de lo que es, Si el escritor aspira a conseguir algo, ha de ser dejar el mundo un poco mejor de corno lo encontró, hacer lo que pueda, de la forma que sea, para deshacerse de males como la guerra y la injusticia: esa es su misión. Y esto no lo ha de hacer meramente a base de describir las cosas agradables: tiene que mostrarle al hombre las cosas ruines y malas que es capaz de hacer y odiarse por hacerlas, para poder prevalecer, perdurar y persistir, y pensar siempre que uno puede ser mejor de lo que probablemente sea.


LA REVOLUCION CULTURAL


Volver la vista atrás, JG Vásquez, p. 231

Por esa época hubo una gran discusión en el salón del Hotel de la Amistad. El centro del conflicto eran las luces de los semáforos. Habían cambiado; fue una decisión de los guardias rojos, y el Regimiento Rebelde no podía mantenerse al margen. Se trataba de reconocer que el color rojo, símbolo de los guardias y de la Revolución, no podía seguir indicándole a la gente que se detuviera, pues para todos ellos era el color del progreso. De ahora en adelante, el rojo significaría la acción de avanzar; inversamente, el verde sería la señal para detenerse. Los grupos de guardias se dividieron las calles, destornilladores en mano, para hacer los cambios necesarios. En momentos de tedio, Sergio salía a la calle y buscaba una esquina sólo para ser testigo de esa inusitada inversión cromática, sintiendo un escalofrío cada vez que un carro aceleraba para pasar en rojo, cada vez que los jóvenes revolucionarios aprovechaban el verde para enseñar sus pancartas o cruzar la calle, en medio de una de sus marchas, rodeando a los acusados. Le habría gustado salir con una cámara y documentar todo el asunto, pero sabía perfectamente que era una pésima idea: en el mejor de los casos, un occidental sacando fotos sería considerado una provocación y el incidente terminaría con el decomiso del rollo y acaso de la cámara; en el peor, con peligrosas acusaciones de espionaje y una noche gratis en alguna oscura comisaría del Departamento de Seguridad Pública. En cierta ocasión se burló de todo el asunto frente a la tutora Li. Pensó que ella se reiría con él, pero se encontró con la cara adusta de quien ha recibido un insulto.

“¿Qué sentido tienen los colores?”, preguntó ella. “Tú sabes que el rojo de nuestra bandera simboliza la sangre de nuestros héroes, ¿no es cierto? La sangre de millones de camaradas que dieron la vida por la república. Ponte a pensar en lo que siente un revolucionario cuando ve que alguien más, en otro país, ha decidido por un capricho que el color rojo, el color por el cual estamos dispuestos a dar la vida, se convierte en una orden para detenerse. Y si lo aceptáramos, si aceptáramos que el rojo sea la señal para que los carros se detengan, también tendremos que aceptar que ante el rojo se detengan los peatones ... en los semáforos para peatones. ¡Y nosotros no sólo somos peatones, somos luchadores revolucionarios! ¡Y no podemos aceptar injerencias extranjeras en la revolución!”


PU YI


Volver la vista atrás, JG Vásquez, p. 132

Uno de esos domingos burgueses y culpables, fueron al Jardín Botánico. En la mañana, Luz Elena reunió a los niños y les dijo: “Hoy van a conocer a alguien especial”. Les habló de Pu Yi, el último emperador de China. A Sergio le entusiasmó la idea de conocer a un hombre que había sido más poderoso que un rey; y llegó al jardín con los ojos bien abiertos. En la sala principal los recibió un funcionario igual a todos, con el mismo traje azul de todos, con la misma hospitalidad en sus maneras, pero que se movía por sus dominios con la espalda recta y la cabeza en alto, como si buscara algo en el horizonte. Llevaba gafas redondas y un rictus en la boca que sólo podía llamarse orgullo, aunque parecía extraordinariamente torpe (más de una vez en esos breves minutos tropezó con algo, y en una oportunidad, al hacer un gesto con la mano, golpeó sus propias gafas y las mandó por los aires). Les habló del lugar y sus maravillas, y así supo Sergio que el hombre no era un funcionario cualquiera, sino que era el responsable del jardín. Pero entonces entendió: el hombre, a pesar de su traje y su oficio, no era sólo un jardinero. Era Pu Yi.

El antiguo emperador no dijo una sola palabra acerca de su pasado, ni nadie le hizo una sola pregunta a pesar de que todos sabían quién era y cómo había sido su vida anterior: aquella sesión de turismo y jardinería había sido lo más parecido a un pacto de silencio sobre un pasado vergonzante. Sergio tuvo la urgencia inexplicable de volver a verlo, así que se separó del grupo y regresó corriendo al lugar donde se habían despedido. Y allí lo vio, acurrucado entre flores, con unas tijeras de jardín en la mano derecha. En la otra mano llevaba las gafas, y Sergio se dio cuenta de que se las había quitado pata limpiarse la cara. Lo tenía de perfil y estaba lejos, de manera que no se veía claramente, pero Sergio imaginó que el antiguo emperador estaba llorando. Al día siguiente, de regreso en la escuela, le habló a un profesor de la visita. El profesor hizo una mueca de asco.

“Un traidor”, dijo. “Pero se ha reformado, la Revolución lo ha reformado. Ha reconocido sus crímenes, ha reconocido que su vida pasada no tiene valor y se ha arrepentido de haberla llevado. Y Mao lo ha recibido, porque Mao es generoso.”


GORRIONES CHINOS



Volver la vista atrás, JG Vásquez, p. 126

Una tarde, poco antes de que comenzara la escuela, fue a buscarlo Yanduy, el amigo uruguayo, para invitarlo a cazar gorriones. Llevaba una carabina neumática en cada mano. Afuera hacía tres grados bajo cero, pero Sergio ya sabía que los gorriones eran una plaga: se comían las semillas de trigo y arroz que eran del pueblo. Se decía que unos años antes, hacia 1959, la plaga había sido tan intensa que la gente de las aldeas se organizó para salir todos los días, a las doce en punto, con la misión única de hacer ruido. Reventaban cohetes y hacían sonar las matracas y los gongs y las campanas, y consiguieron armar tanto alboroto durante tanto tiempo que los gorriones empezaron a morir de infarto, agotados por no poder descansar. Aquel año las cosechas se salvaron de los gorriones; pero los gusanos (de los que los gorriones se alimentaban) las invadieron y las destrozaron, y los aldeanos tuvieron que regresar al viejo sistema de los espantapájaros. Ahora, en el parque de los bambúes, apostados junto a las plantaciones de las comunas populares, Sergio eliminaba los gorriones a tiros certeros. Se había quitado los guantes para disparar mejor y el frío le hacía doler las manos, pero sentía que estaba cumpliendo una misión revolucionaria. Allí, junto a los pastos helados, se entrenaba para un futuro más arduo, y al volver caminando al hotel, cuando un inglés anónimo comenzó a tirarle piedras mientras lo llamaba asesino y le gritaba que dejara en paz a los pájaros, volvió a sentirlo, y el pecho se le llenó de algo parecido al orgullo.


LA RETIRADA


Volver la vista atrás, JG Vásquez, p. 42

La escena parecía el atrezzo de una mala obra de teatro: una carretera, algunos árboles, un sol que blanqueaba las cosas. Allí, en ese decorado mediocre, estaban Josefina y los Cabrera, apretujados en un Hispano-Suiza a cinco kilómetros de la frontera francesa, en medio de ninguna parte. Pero no estaban solos: como ellos, otros muchos ocupantes de muchos vehículos, y otros hombres y mujeres que habían llegado a pie con sus baúles al hombro, esperaban lo mismo. Huían de la guerra: dejaban atrás sus casas; dejaban atrás, sobre todo, a sus muertos, con esa osadía o ese desespero que le permite a cualquiera, aun al más cobarde, lanzarse a las incertidumbres del exilio. La frontera estaba cerrada y no quedaba más remedio que esperar, pero mientras esperaban, mientras pasaban las horas morosas del primer día y luego del segundo, la comida se iba acabando y las mujeres se iban poniendo más nerviosas, acaso conscientes de algo que los hijos ignoraban. Ciertas esperas son horribles porque no tienen conclusión visible, porque no están a la vista los poderes capaces de ponerles fin o de hacer que ocurra lo que volvería a poner el mundo en movimiento: por ejemplo, que las autoridades -¿pero quiénes son, dónde están?- den la orden de que se abra una frontera. Y en eso estaban Fausto y su hermano Mauro, preguntándose quién podía dar la orden y por qué se había negado hasta ahora a darla, cuando se oyó un murmullo en el aire, y luego el murmullo se convirtió en rugido,. Y antes de que la familia se diera cuenta, un avión de caza estaba pasándoles por encima, disparándoles con sus ametralladoras.

“¡A esconderse!”, gritó alguien.

Pero no había dónde hacerlo. Fausto se refugió detrás del Hispano-Suiza, pero enseguida, cuando el avión pasó de largo, tuvo la sospecha de que el ataque no había terminado, y se dio cuenta de que la parte de atrás, cuando viene un avión de un lado, era la parte de adelante cuando el avión viene del otro. Y así fue: el avión hizo un giro en el aire y volvió desde la dirección contraria. Fausto se metió entonces debajo del Hispano-Suiza, y allí, con la cara contra el suelo de tierra y sintiendo las piedras en la piel, oyó de nuevo el rugido y las metralletas y reconoció el grito de Josefina, que era un grito de miedo y de rabia: “¡Hijos de puta!”. Y entonces se hizo de nuevo el silencio. El ataque había pasado sin dejar muertos: caras de miedo por todas partes, mujeres llorando, niños recostados en las ruedas de los carros, orificios de bala -oscuros ojos que nos miran- en algunas carrocerías. Pero no muertos. Ni heridos tampoco. Era inverosímil.


INCIPIT 1.179. CUENTOS COMPLETOS / RICARDO PIGLIA


PRÓLOGO

(a la edición de 2006)

La primera edición de La invasión es de 1967 y no he vuelto a publicarlo desde entonces. V arias veces estuve por reeditarlo y siempre me distrajeron otros proyectos. En un sentido me gustaría imaginarlo como un manuscrito perdido y vuelto a encontrar; una obra olvidada en un cajón.

Cuarenta años es un buen plazo para saber si un libro resiste el paso del tiempo. No necesariamente es este el caso, ni tampoco la supervivencia es una virtud en sí misma (muchos libros pésimos han sobrevivido y libros excelentes han sido negados), pero de todos modos si me decido a publicarlo es porque no le veo demasiadas diferencias con los libros que he escrito desde entonces. N o me parece que un escritor escriba mejor a medida que avanza o que mejore con los años (a menudo es más bien al revés). A la larga pensarnos que escribimos distinto y siempre escribimos del mismo modo, con los mismos errores y los mismos -escasos y siempre sorpresivos- aciertos.

He releído y revisado varias veces los diez cuentos de la edición original y he realizado varias modificaciones y algunos ajustes. En general se trató sobre todo de corres y de supresiones. Ya  sabemos que -como decía Hemingway- todo lo que podamos sacar de un cuento lo va a mejorar. El único relato que reescribí por completo fue “Tarde de amor”. No me convencía la primera versión y poco tiempo después de publicar el libro volví a escribirlo manteniendo la situación inicial pero cambiando los personajes.


INICPIT 1.178 LEON EN EL JARDIN / FAULKNER


El 25 de septiembre de 1997 se han cumplido cien años del nacimiento de William Faulkner, y aunque sigue siendo uno de los escritores del siglo más estudiados por los críticos y más imitados por sus colegas o descendientes, parece como si el aniversario notorio le llegara en un momento de su posteridad algo indeciso. El número de tesis, monografías y análisis universitarios no ha menguado en exceso en los últimos años, pero algunas tendencias o «escuelas» predominantes hoy en su país de origen se esfuerzan por omitirlo, orillarlo y propiciar su olvido, al ser culpable de los cuatro pecados capitales de nuestros pacatos y oportunistas tiempos, a saber: era varón, era blanco, era anglosajón y no es difícil tildarlo -tanto a él como a su literatura- de machista (de eso, en realidad, resulta fácil tildar a cualquiera, desde los simplistas, fanáticos y capciosos baremos utilizados en la actualidad a menudo). La literatura, los textos, han sido convertidos asombrosamente en un elemento secundario a la hora de estudiar y valorar la literatura y los textos. También es culpable sin remisión de un quinto pecado muy grave: está muerto.


SIGLO XX


Transbordo en Moscú, Eduardo Mendoza, p. 368

En cambio, un siglo tocaba a su fin. El siglo XIX había sido el siglo de las ideologías; el siglo xx había sido el de las empresas colectivas, tan colosales como desastrosas. Fue una etapa de guerras y exterminio, de dictaduras sangrientas y amenaza nuclear. Tanta gente murió que los supervivientes no se consideraron afortunados, sino cobardes. Ahora, los que crecimos a la sombra de las matanzas no podíamos entender que a partir de un momento las hegemonías se iban a decidir en los bancos centrales y en las bolsas de valores. Por más que el calendario sólo fuera una convención mecánica con fines de organización, no podía negar el impacto simbólico de aquel inminente cambio de página. Yo era un hijo del siglo xx y una parte esencial de mí se iría con él. Por supuesto, todo seguiría igual, pero en la época que se avecinaba, yo sería un simple huésped, quizá porque siempre me ha costado menos entender las ideas que entender a las personas.

De Sodoma y Gomorra sólo se salvó la familia de Lot, pero en el transcurso de la huida, la mujer de Lot volvió la vista atrás y se convirtió en una estatua de sal. No se sabe la razón de aquella terrible metamorfosis. Tal vez vio que después de la violenta cólera de Jehová, en las ciudades malditas continuaba la juerga. Como el estupor la convirtió en estatua, no pudo comunicar lo que había visto, y como la estatua era de sal y, por consiguiente, estaba destinada a disolverse con las primeras lluvias, ni siquiera pudo dejar un humilde recordatorio de su perplejidad.


VENECIA


Transbordo en Moscú, Eduardo Mendoza, p. 330

me escucharon cuando les referí cómo los huesos de san Marcos, evangelista y domador de leones, habían sido sustraídos de Alejandría y llevados de contrabando a Venecia, donde actualmente reposaban en la basílica de su nombre, si bien el león se había quedado fuera, subido a una columna, como los perros a la puerta de un supermercado; y cómo, unos siglos más tarde, los venecianos habían tratado de repetir la hazaña apoderándose de los restos de san Nicolás, muy preciados por sus ·efectos calmantes sobre las tempestades. En aquella ocasión, sin embargo, la operación quedó frustrada, porque se les adelantaron los habitantes de Bari, desde cuyo puerto aún hoy san Nicolás de Bari vela por el comercio marítimo de aquella ciudad. Para compensar la pérdida, los venecianos se habían hecho nada menos que con la cabeza de san Jorge, para la cual Palladio había diseñado la basílica de San Giorgio Maggiore. Con aquellas explicaciones los tenía resignados a las visitas y yo me entretenía, porque, una vez superada la primera impresión, Venecia siempre me ha parecido una ciudad más curiosa que bonita. Algunas iglesias y palacios poseen una innegable belleza y armonía, pero el conjunto resulta exagerado y un tanto absurdo. No hay razones convincentes, ni estratégicas ni prácticas, para levantar toda una ciudad en el agua, sobre piIones, pudiendo asentarla unos pocos kilómetros más adentro, en lugar menos insalubre y sin tanta complicación. Probablemente su planteamiento se debió al deseo de imitar la magnificencia de Constantinopla, con la que los venecianos tenían estrechos vínculos y donde, según todas las crónicas de la época, imperaba un mal gusto espantoso, hasta que en 1453los otomanos, gente refinada, la conquistaron y procedieron a destruirla sistemáticamente. Venecia se libró de la destrucción y acabó convertida en una atracción turística que, con un poco de esfuerzo, se liquida en dos o tres días, transcurridos los cuales, la ciudad rechaza y avasalla al forastero, que siente que cada rincón le recuerda la inferioridad estética de su lugar de procedencia.


ANDY WARHOL


Transbordo en Moscú, Eduardo Mendoza, p. 178

- Andy Warhol fue el último artista que habló el lenguaje de su clase. Me refiero a su clase social. Andy era el representante de la clase media y su portavoz en el campo de la expresión plástica. Su imaginario no era el de los intelectuales ni el de los visionarios, sino el de la clase media. Andy era un hombre modesto. Se rodeó de tipos exuberantes, pero él era de una modestia provinciana. En el Studio 54 seguía siendo un monje de clausura. Como artista pertenecía a un modelo que empezó en el Renacimiento y acabó hace unos meses, cuando enterramos a Andy en el cementerio de su pueblo. Entre los retratos de Marilyn, de Elizabeth Taylor o de Mao y los frescos de Pi ero della Francesca hay diferencias técnicas, pero unos y otros responden a una misma razón. Todos los que he citado antes, los Rothkos, los Rauschenberg, pintan su visión de la realidad, su universo interior, son profetas. Andy pintó lo que había visto en la cocina de su madre y se quedó tan ancho. Detergentes, sopa enlatada y portadas de revista dominical. El mundo lo celebró como si hubieran aterrizado los marcianos en Times Square. Él se cuidó mucho de deshacer el malentendido. Usted me ha preguntado si soy pesimista. No lo sé. No sé lo que vendrá ahora. Eso lo decidirán el mercado y las  tendencias ...


PRIMATOLOGOS


Transbordo en Berlin, Eduardo Mendoza, p. 170

Los primatólogos de referencia son más ingenuos que san Francisco de Asís. Jarre Goodall, la que más. Es inteligente, tiene una formación sólida, habría podido ser una científica importante. Pero se pasó una temporada en Gombe y luego ha escrito literatura juvenil, nada más. Y lo mismo podríamos decir de Frans de Waal o de Craig Stanford. Los simios les han engañado de mala manera. Si los bonobos fueran como ellos los describen, se habrían extinguido hace milenios. ¡Simios pacifistas! La agresividad es un elemento esencial en cualquier ser vivo. Hasta en las florecillas del campo. La evolución es una lucha continua. ¿O no han leído a Nietzsche? En el caso de los seres humanos, Homero convirtió en literatura una brutalidad que existía, en su forma más extensa y descarnada, desde el origen de los tiempos. Hoy los primatólogos tratan de hacer lo mismo con la conducta de los primates. Pero no nos engañemos: si los primates siguen evolucionando y alcanzan el raciocinio humano, cosa que está por ver, lo harán gracias a la ferocidad y a los bajos instintos. Si algo distingue a los humanos de las fieras es la capacidad de empatía, de generosidad y de perdón. Unas cualidades que no habrían desarrollado si la existencia no estuviera regida por la enemistad y la guerra. Sin la selva no habría tal cosa como la ley de la selva, y sin la ley de la selva, no habría ley.

-Entiendo su argumentación, pero sigo sin saber sobre qué material trabaja usted.

-Básicamente, me paso el día encerrado en la biblioteca. Alguna vez he visitado centros donde hay chimpancés en cautividad. Unos sitios malolientes y muy poco gratos de ver, créame; pero por razones empíricas he de observar a los primates en su elemento natural.

-¿El elemento natural de los primates no es la libertad?

-No, no, todo lo contrario. Los primates son seres sociales, como nosotros y como la mayoría de los animales. Su elemento natural, como el nuestro, es una estructura predeterminada, limitada y sometida a normas muy rígidas. ¿Quién es más representativo del ser humano, Mowgli o un vendedor de enciclopedias a domicilio? El individuo es un ovillo enmarañado de impulsos contradictorios, acciones instintivas y autoengaño. Como máximo es material para novelistas. A los científicos sólo nos debería interesar el ser social, cuya conducta se puede reducir a unas pautas verificables y susceptibles de ser reducidas a patrones más o menos fijos.


INCIPIT 1.177. TRANSBORDO EN MOSCU / EDUARDO MENDOZA

It was the age of wisdom, it was the age of foolishness, it was the epoch of belief, it was the epoch of incredulity.

Barcelona (de nuestros enviados especiales)

PREGUNTA. -Dentro de unos días vas a contraer matrimonio. ¿Qué significa para ti este acontecimiento?

RESPUESTA. -Bueno, verá, esta boda, como todas las bodas, es importante para los contrayentes, para sus allegados y para nadie más. Desde el punto de vista social, tiene la importancia que el público y los medios de difusión le quieran dar. Ustedes se mostraron interesados y aquí estoy yo, a su entera disposición.

Yo quería casarme del modo más discreto posible, en el registro civil, con dos testigos y media docena de familiares. Al final nos acabó casando el obispo en Pedralbes, con la iglesia abarrotada.


INCIPIT 1.176. LA ANOMALIA / HERVE LE TELLIER


BLAKE

Matar a alguien no es nada del otro mundo. Basta con observar, vigilar, reflexionar mucho y, llegado el momento, vaciarse. Eso es. Vaciarse. Apañárselas para que el universo se contraiga, para que se contraiga hasta condensarse en el cañón de un fusil o en la punta de un cuchillo. Eso es todo. No hacerse preguntas, no dejarse llevar por furia, seguir el protocolo, actuar metódicamente. Blake cómo hacerlo, y lo sabe desde hace tanto que ya ni cuándo empezó a saberlo. El resto cae por su propio peso.

Blake hace de la muerte de los demás su vida. Que 'le venga con lecciones de moral. A la ética responde con estadísticas. Porque a Blake que lo perdonen, pero un ministro de Sanidad recorta los presupuestos,c uando se suprime un escáner aquí, un médico allá y una reanimación acullá, ya se imagina que está acortando considerablemente la vida de miles de desconocidos. Responsable, no culpable, dicen. Blake es justo Y, de todos modos, no tiene por qué justificarse. Le trae sin cuidado.


DANCING


Transbordo en Moscú, Eduardo Mendoza, p. 120

No exagero al decir que Gdansk fue hasta hace muy poco la llave del Báltico. Por esta causa participó activamente en las llamadas cruzadas del Norte, y aquí dirimieron sus diferencias reyes y príncipes, por no hablar de la orden de los Templarios, la de los Caballeros Teutones y la de los Hermanos de la Espada de Livonia. Posteriormente, Gdansk formó parte de la Liga Hanseática: ustedes habrán observado la influencia holandesa en las construcciones, tan similares a las casas nobles de Amsterdam o Utrecht, por citar dos ejemplos. El viento de la Historia, siempre cambiante, a menudo tormentoso, quiso que la ciudad pasara a pertenecer al reino de Prusia, con el nombre de Danzig, por el que es más conocida en el mundo entero. Durante siglos, Danzig fue una ciudad populosa, próspera, cosmopolita y culta. Algunos de sus hijos han adquirido justo renombre universal. Así Gabriel Fahrenheit, que aquí nació y realizó sus estudios, aunque fue en Amsterdam donde hizo su invento señero: el termómetro de mercurio, si bien echó a perder su utilidad práctica al fijar el punto de congelación del agua en los 32 grados Farenheit y el de ebullición en los 212 grados Farenheit, con el consiguiente desconcierto de quien debe usarlo. También nació en Danzig el filósofo Schopenhauer, hombre excéntrico y avinagrado.

Hizo una pausa para ver si habíamos asimilado aquella información y si deseábamos hacer alguna pregunta, y, ante nuestro atento silencio, se sirvió un vaso de vodka, lo apuró de un trago y prosiguió.

-Finalizada la Primera Guerra Mundial, Danzig fue devuelta a Polonia y pasó a llamarse Gdansk.

Unos años más tarde, Hitler reclamó la ciudad y el corredor que la une a Prusia, como antes había hecho con la región de los Sudetes. Cuidado, no quiero decir que Hitler fuera un buen tipo. Hizo cosas censurables. Pero en el caso de Danzig, no le faltaban razones de peso. El SS por ciento de sus ciudadanos eran de etnia y lengua alemanas. Si les hubieran preguntado a ellos, no sé cuál habría sido el resultado de la consulta. Pero eso no se le ocurrió a nadie, o nadie quiso hacerlo. El gobierno polaco se cerró en banda y empezó un tira y afloja: el uno que sí y que sí, y los otros, que no y que no, hasta que, harto de porfiar, al Führer se le hincharon las narices y dijo: conque ésas tenemos, ¿eh? Pues vais a ver. Porque no sé si ustedes saben que Hitler era austriaco y los austriacos y los polacos siempre han andado a la greña. Total, que envió a la Luftwaffe y en unas horas de Gdansk ya no quedaba nada. Inglaterra y Francia tomaron cartas en el asunto, Stalin no podía quedarse de brazos cruzados ... Total: la destrucción completa de Polonia en unos días y, eventualmente, la de Alemania también.


LA CLASE MEDIA


Transbordo en Moscú, Eduardo Mendoza, p. 104

-Eso no es verdad: para la riqueza no hay límite, pero el que no tiene nada ya no puede ser más pobre. Lo que sí ocurrirá es que desaparecerá la dase media, y como los analistas pertenecéis a la clase media, veis el fenómeno como si fuera el fin del mundo. Y eso tampoco es cierto. Si desaparece la clase media es porque se lo merece. Es una clase despreciable, si es que se puede considerar una clase. Jamás ha actuado como tal. Es un grupo individualista, egoísta y cobarde. Desprecia al proletario y se burla de su vulgaridad, porque se cree refinado, cuando sólo es una parodia de los ricos. La clase alta tiene el poder; la clase obrera tiene la fuerza y tiene capacidad de organización y de sacrificio. Pero la clase media, ¿qué cualidades puede mostrar? Es una medianía plañidera y servil, cumplidora de la ley, fiel a los preceptos de la Iglesia, leal al que manda, respetuosa de la jerarquía hasta la abyección. Fue creada por la clase dominante cuando el pueblo se puso farruco, como un señuelo para engatusar a los pobres: pórtate bien, trabaja duro y pasarás de ser un desgraciado a ser un desgraciado de clase media, podrás empeñarte hasta las cejas para enviar a tus hijos a una buena escuela, comprarte un coche malo y una segunda residencia en un lugar horrible. La clase media se creó para que consumiera lo que fabricaba la clase obrera y votara a los conservadores. Desengáñate, Anamari: la clase media es el colonialismo en casa.


William Shakespeare


Transbordo en Moscú, Eduardo Mendoza, p. 81

-¿Es realmente William Shakespeare un buen escritor? He ahí una cuestión no exenta de trascendencia. Mi respuesta es clara: Wliliam Shakespeare no es bueno, es grande. ¿Dónde reside la diferencia? Trataré de explicarlo.

Bebió un largo trago de whisky con soda y se enjugó los labios con un pañuelo a cuadros que sacó del bolsillo del pantalón antes de continuar su alocución.

-Probadas y admitidas están la riqueza de su léxico, el ritmo de sus frases, la originalidad y belleza de sus imágenes poéticas. Como dramaturgo, sin embargo, sus méritos son menos. Los argumentos de sus obras están copiados de aquí y de allá, por lo general son confusos, a veces banales, en ocasiones, ambas cosas. De los personajes, mejor no hablar: Hamlet es un demente; Otelo, un necio; Romeo y Julieta, dos tontainas excitados; Macbeth, un mangante. ¿Y los reyes? Unos delincuentes sin escrúpulos. ¿Es ésta forma de representar a la más alta instancia de la nación?

Al oír aquella severa crítica, no se pudo contener sir Ambrose.

-¡Que me ahorquen, coronel, nunca había considerado al pobre Will bajo este prisma!

Sin atender a la exclamación de su consocio, prosiguió el docto militar.

-No obstante, queda la grandeza. La cual no proviene de sus méritos literarios, sino de su autoridad. Lo mismo sucede con las Sagradas Escrituras. La mayoría de los textos no se entienden, pero en ellos percibimos la voz del Señor y con eso basta. Cuando Cristo se dirige a sus discípulos y proclama: En verdad, en verdad os digo ... ¿qué importa lo que viene luego? Por lo general, una simpleza o un galimatías. Pero hemos escuchado la voz del Señor, y no podemos dejar de estremecernos. Y con Shakespeare, otro tanto. Ser o no ser, ¿qué carajo significa? Nadie lo sabe. Probablemente una idiotez. Pero uno escucha estos cuatro vocablos y de inmediato queda deslumbrado por el resplandor de la cultura universal.


INGLES


Transbordo en Moscú, Eduardo Mendoza, p. 69

-El principal producto de exportación de Inglaterra es el estilo. Nadie intenta copiar el carácter, la conducta o los modales de un alemán o de  un italiano, y no digamos los de un americano o un ruso. Incluso quienes lo son procuran ocultarlo y se sienten halagados si les dicen que no parecen ser lo que son. En cambio, a todo el mundo le gusta que le tomen por inglés. O lo que pasa por ser el prototipo de un inglés. Obviamente, se trata de un burdo fraude. No digo que en Inglaterra no haya personas que respondan a la imagen del gentleman. También debe de haber españoles divertidos, franceses galantes y chinos taimados, como los pintan en las películas. Pero son la excepción a la regla. El inglés medio es un ser atroz. Todo el poderío inglés proviene de la revolución industrial. Eso duró un par de siglos. Luego la industria se fue a otras latitudes y aquí se quedó el proletariado. Hoy en día somos una nación de hombres ineptos y rudimentarios. Por suerte, el fútbol canaliza las energías de este ejército de brutos desocupados. Si un día la realidad trascendiera de nuestras fronteras, adiós al ideal del inglés acicalado, pudiente, con unos modales exquisitos y un innato desprecio por el resto de la humanidad.


11S


La anomalía, Hervé Le Tellier, p. 108

El de septiembre, a las 8.14 horas, uno de los controladores de Boston se extraña al ver que el transpondedor del vuelo 11 de American Airlines no emite señal. Seis minutos después, una azafata de a bordo llama al número que puede, que no es otro que el número de reservas de American Airlines. Informa de que el avión ha sido secuestrado y de que ha habido varios asesinatos. Cuando logran verificar su identidad, son ya las 8.25 y un supervisor avisa al Air Traffic Control. Ben Sliney y los controladores aéreos descubren entonces, por el eco radar, que el AA11 se dirige directamente a Nueva York. El protocolo en caso de secuestro aéreo -olvidémonos del manual que obliga al piloto, aquí apuñalado, a marcar el código 7500 en el transpondedor- exige avisar al cuartel general de la aviación civil. En el cuartel general, un coordinador «especializado en secuestros» tiene que contactar con determinada unidad del Pentágono, que a su vez debe dar parte al despacho del secretario de Defensa, quien a su vez debe informar al ministro, cuya decisión debe recorrer el camino inverso a través de la misma cadena. Solo entonces los responsables del Centro de Comando Militar Nacional pueden dar la orden de despegar a los cazas para que intercepten al avión secuestrado. Y, como tras la guerra fría el número de bases militares ha bajado de veintiséis a siete, las dos únicas bases que quedan en la Costa Este son la de Otis, cerca de Boston, y la de Langley, sede de la CIA, próxima a Washington.

Como todo esto tomaría demasiado tiempo, el 11 de septiembre de 2001 el supervisor de Boston decide, apremiado por la situación, llamar directamente a la base militar de Otis. Al no tener potestad para hacerlo, en Otis le piden que informe al comando militar regional noreste, en Rome, en el estado de Nueva York. El supervisor llama y le vuelven a decir que no está respetando el protocolo. No obstante, convencido de la urgencia de la situación y actuando él mismo sin autorización del Departamento de Defensa, el coronel Robert Marr pide a la base de Otis que preparen los cazas para el despegue.

Mucho antes de que las conclusiones oficiales de la Comisión del 11-S lo confirmen, el Pentágono sabe que ese día todo ha funcionado mal en la cadena de decisiones. Así que resuelve crear un grupo de trabajo interno cuya tarea sea proponer otro protocolo de actuación en situación de crisis. Y dicho grupo subcontrata, para todo lo que tenga que ver con la formalización, al departamento de Matemáticas Aplicadas del Massachusetts Institute of Technology. Es entonces cuando entra en juego el nombre de Adrian Miller.


CIENTIFICOS


Los espejismos de la certeza, Siri Hustvedt, p. 368

Los científicos y los estudiosos tienen una mente y, por tanto, un inconsciente, y éste influye en lo que cada uno cree y percibe. William James reconoció sin reparos la conexión entre el temperamento de una persona y sus ideas. Según él, había filósofos de mentalidad dura y filósofos de mentalidad blanda, y unos y otros estarían siempre enfrentados. El carácter desempeña un papel importante en las ideas que una persona abraza, y eso, según James, nunca cambiará mientras la gente siga pensando. Hay personas que se inclinan hacia lo duro y otras hacia lo blando, y lo hacen por motivos conscientes e inconscientes. Lo duro podría describirse como atómico, mecánico, racional y totalmente inteligible. Lo blando, en cambio, es más parecido a una gémula, corpóreo, emocional y más ambiguo. En nuestra cultura lo primero se suele codificar como masculino y lo segundo como femenino, aunque es obvio que nadie necesita identificarse como hombre o mujer para sostener opiniones de cualquier tipo.

Por otra parte, cada persona tiene una historia, un relato que la ha modelado, por así decirlo. He perdido la cuenta de la cantidad de neurólogos que he conocido que sufren de migraña o que tienen algún familiar con daño cerebral. También he conocido a muchos psiquiatras y psicoanalistas que crecieron con padres o hermanos con una enfermedad mental, o que han tenido ellos mismos una niñez difícil. A personas que han dedicado su vida a estudiar el suicidio a raíz de que un ser querido se quitara la vida. A neurocientíficos cuya personalidad se refleja en su trabajo. Los que son rígidos, contenidos y socialmente reservados parecen producir obras de alcance limitado y rigurosas en su metodología. Suelen mostrar poco interés en la literatura y la filosofía, y les cuesta ver la importancia de éstas en general. En cambio, los que son afables y cordiales producen obras de mayor alcance y más proclives a la conjetura. También es más probable que mencionen el trabajo que se ha realizado en otras disciplinas. No entro a valorar la calidad. Hay obras de alcance limitado magníficas y obras de gran alcance magníficas también. Estos científicos suelen omitir las historias personales en sus publicaciones, pero sería absurdo no reconocer la influencia que tienen los acontecimientos emocionales no sólo en el trabajo que una persona decide realizar, sino en cómo lo realiza. Las razones por las que algunas ideas nos atraen y otras nos producen rechazo no son siempre conscientes.


PREGUNTAS


Los espejismos de la certeza, Siri Hustvedt, p. 264

La tecnología seguirá avanzando. La ingeniería genética cambiará el futuro. Todavía se necesitan cuerpos humanos para la reproducción, pero ya hay interferencias en el proceso. Podría decirse que cualquier persona con un marcapasos o una prótesis es un ciborg. Por otra parte, ¿las dentaduras postizas, las patas de palo y los ojos de cristal no se han visto durante un tiempo como material ciborg? ¿No es el bastón del ciego una prolongación de sí mismo? Cada vez más mujeres que pueden permitírselo están congelando sus óvulos. La investigación biológica sin duda descubrirá nuevas formas de concebir qué somos y cómo crecernos. Existe una disciplina llamada vida artificial húmeda, o vida-A húmeda, que está intentando crear células artificiales a partir de componentes bioquímicos que se autoorganizan y se autorreplican y están hechos de sustancias orgánicas e inorgánicas. Son híbridos, no entidades puramente artificiales. Los autómatas celulares, inventados por primera vez por Von Neumann, se han convertido en un mundo en sí mismos,  simulaciones por ordenador de patrones de células simples que derivan en sistemas complejos cuando se ejecutan el tiempo suficiente. Hay programas de vída artificial blanda, como Tierra, un software que crea programas de evolución espontánea que se reproducen, mutan y evolucionan en la memoria del ordenador. El creador de Tierra, Torn Ray, no cree que su programa simule vida. Él cree que es vida, pero la mayoría de las personas a las que  se lo he consultado no están de acuerdo con él.

Las definiciones son peliagudas. ¿Qué es una simulación de la vida y qué es la vida real? Un virus es una criatura parásita peculiar que está viva y muerta. ¿Qué distingue la emoción real de la simulada? Cuando un actor se siente triste de verdad al meterse en su papel, ¿la emoción simulada se vuelve real? ¿Qué es una mente y qué es un cerebro? ¿Son dos cosas diferentes o una misma? Si la mente no es el cerebro, ¿en qué se diferencian? Y si son diferentes, ¿cómo podrían interactuar? Si creo que me pondré bien porque el médico viene a verme y me da una pastilla, ¿de qué modo ese estado “psicológico” se convierte en un proceso de curación  mediante la liberación de opioides en el cerebro? ¿Existe un modelo teórico para la mente que pueda asimilar las complejidades orgánicas del cerebro cuando aún no se comprenden esas mismas complejidades?

Lo que cada vez está más claro es que los elegantes modelos matemáticos reduccionistas tan queridos por los físicos, una gran cantidad de filósofos y los paladines de la TCM, no han generado criaturas artificiales como nosotros.


UTOPIA


Los espejismos de la certeza, Siri Hustvedt, p. 260

El optimismo de Moravec sigue intacto. En 2009, aunque reconocía los errores de las predicciones tempranas de la IA, pronuncia él mismo otra: «Creo que hacia 2040 alcanzaremos por fin el objetivo original de la robótica, así como un pilar temático de la ciencia ficción: una máquina de libre movimiento con las capacidades intelectuales de un ser humano»?

El pensamiento utópico no es nada nuevo. Ha tomado muchas formas, desde la República justa de Platón (que admitía como gobernantes a las mujeres, pero no a los poetas) hasta el hombre feliz en el estado de naturaleza de Rousseau, pasando por las falanges de Fourier, en las que todos trabajan por el bien colectivo y, por supuesto, el paraíso comunista. En un famoso pasaje cerca del final de Literatura y revolución, León Trotski predijo el nuevo mundo del hombre comunista: “El hombre se hará incomparablemente más fuerte, más sabio y más sutil; su cuerpo será más armonioso, sus movimientos más rítmicos, su voz más melodiosa. Las formas de su existencia adquirirán una cualidad fuertemente dramática. El hombre medio alcanzará la talla de un Aristóteles, de un Goethe, de un Marx. Y por encima de estas alturas se elevarán cimas nuevas”. Leí por primera vez este pasaje sentada en un cubículo de la biblioteca de mi universidad. Estaba haciendo un trabajo sobre el realismo socialista, la lamentable forma de arte aprobada por la República Soviética. Tenía veintiún años y recuerdo que, incluso esperanzada como estaba en hacer un mundo mejor, pensé que el tipo estaba loco. Sin embargo, aliado de la retórica de Moravec sobre nuestro futuro posbiológico, el lenguaje de Trotski suena casi insípido. Aun a riesgo de parecer amargada, no soy ni mucho menos la única en señalar que, aunque las fantasías utópicas han tomado muchas formas, tienen en común el fracaso. Ni un solo experimento utópico en la historia de la raza humana ha tenido éxito.


LA INFORMACION


Los espejismos dela certeza, Siri Hustvedt. p. 130

Estamos ahogándonos en información.

La idea de Wiener es a la vez simple y preocupante. La información pasa a ser totalmente independiente de su sustancia. Es el patrón, y no el significado, lo que cuenta. La palabra información puede que sea la más dúctil de la cultura contemporánea. En 1984, A. M. Schrader publicó en un artículo las setecientas definiciones de ciencia de la información que había encontrado entre 1900 y 1981, y describió el estado de la cuestión como de «caos conceptual” Según el texto que uno esté leyendo, la palabra puede significar el patrón de comunicación entre una fuente y un receptor, como para Wiener y Shannon. Pero también puede referirse al contenido de un supuesto “estado cognitivo”, el significado de una oración desde el punto de vista de la lingüística, o un concepto de la física que parece haberse integrado de alguna manera al léxico. En esta última definición, no se precisa del ojo, el oído o el cuerpo para absorber la información y entenderla. Está presente antes de que aparezca cualquier pensador. La misma disposición en sí de los átomos y las moléculas es información. En La información y la estructura interna del universo, Tom Stonier escribe: “La información existe. No necesita ser percibida para existir. [ ... ] No requiere una inteligencia que la interprete. No necesita tener un significado para existir. Existe sin más”. Confieso que creo que parte del problema radica en lo que se entiende por la palabra información, que sin ciertos giros en la historia de la ciencia y la tecnología, tal vez no se le habría ocurrido a nadie hablar de información como una propiedad intrínseca del mundo material, y que esta concepción de la “información” tiene una historia retórica. En esta afirmación  no hay una percepción del uso del lenguaje. Si uno define la “información” como patrones de la realidad que tienen el potencial de ser leídos e interpretados, entonces el mundo está realmente repleto de información de todo tipo, natural y no natural.


LA HEREDABILIDAD Y LAS HISTORIAS DE GEMELOS


Los espejismos de la certeze, Siri Hustvedt, p.85

Cuando tenía dieciocho años, entreví la cara de mi padre en la mía mientras daba la espalda al espejo. A veces también he visto la de mi madre, sobre todo ahora que voy envejeciendo. De vez en cuando asoma en el reflejo de mi propio rostro mayor. Es evidente que no somos obra de nuestra propia creación, y que, si tenemos hijos, dejamos algo de nosotros mismos en ellos. Es también evidente que, mucho antes de que existiera la disciplina que hoy conocemos como genética, teníamos claro que heredábamos ciertos rasgos de nuestros padres, rasgos que podían estar visiblemente presentes en nosotros. El hecho de que la relación entre el genotipo y el fenotipo no sea la de un diseño o código perfecto, no significa que George no tenga la nariz de su tía Zelda. Por otra parte, muchos nos hemos sorprendido «actuando” como uno de nuestros padres y hemos pensado: Oh, Dios mío, esto es exactamente lo que mi madre solía decir (o hacer). Tiene sentido hablar de estos rasgos como heredados o hereditarios. Un rasgo heredable no es más que un rasgo en un hijo que se asemeja al de uno de sus progenitores, pero esta correspondencia no tiene por qué ser genética. Los niños ricos suelen nacer de padres ricos, pero no por ello la riqueza tiene causas genéticas. ¿Y qué hay de los comportamientos? ¿Camino como mi madre porque crecí con ella y la vi caminar y gesticular durante años o porque tengo una inclinación innata a caminar de esa manera?


INCIPIT 1.175. LOS ESPEJISMOS DE LA CEERTEZA / SIRI HUSTVEDT


ENTRANDO Y SALIENDO

A pesar de las predicciones entusiastas de que las innovaciones tecnológicas abrirán paso a los úteros artificiales y a la vida eterna, sigue siendo cierto que todos los seres humanos nacemos del cuerpo de nuestra madre y morimos. Nadie escoge nacer, y aunque algunas personas deciden morir, muchas preferiríamos no hacerlo. Los principios y los finales, la vida y la muerte, no son conceptos simples. Determinar cuándo empieza la “Vida” es desde hace mucho una cuestión filosófica, así como el objeto de un debate político enardecido. También hay confusión acerca de qué define la “muerte”, aunque, en cuanto un cadáver empieza a pudrirse, se desvanecen todas las dudas. Todos los mamíferos se originan en un espacio materno. Aun así, este hecho evidente, que un feto, algo que hemos sido todas las personas, se encuentre conectado físicamente a su madre y no pueda sobrevivir sin ella, ha desempeñado un papel relativamente pequeño en la corriente dominante del pensamiento filosófico y científico en torno a qué somos los seres humanos.


INCIPIT 1.174. TRIGO LIMPIO / JUAN MANUEL GIL


LA MÁQUINA DE RAYOS EQUIS

Este comienzo no es el principio, pero puede que sea una buena manera de empezar. En la primera mitad de los años noventa, el aeropuerto de Almería vivió una de sus transformaciones más importantes. Como suele ocurrir con estos asuntos, el ministerio decidió ampliar la pista de despegue y aterrizaje sin tener en cuenta a los vecinos de los barrios aledaños. Eso se tradujo en protestas y manifestaciones que, aunque no llevaron a ningún lado, trajeron de cabeza a los políticos locales y regionales de aquellos años. Como mi barrio era el más afectado por aquella descomunal obra pública, los vecinos salieron a la calle a llevarse por delante a quien fuera necesario. Yo mismo, siendo un niño de apenas nueve o diez años, me recuerdo sentado en mitad de la carretera nacional 340, o intentando acceder a la terminal de salidas -que era la misma que la de llegadas- con el rostro cubierto por la camiseta, o apedreando los camiones que movían perezosamente la tierra de un lado a otro o llamando hijos de puta a los periodistas de Televisión Española, sin siquiera saber por qué. La típica historia de David contra Goliat.


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