Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

A la muerte de un anciano


Denkbilder, Walter Benjamin, p. 131
A la muerte de un anciano
Tal vez la pérdida lleve a alguien mucho más joven a dirigir su mirada por primera vez a aquello que puede haber entre las personas a las que separa una diferencia de edad muy grande pero une el afecto. El muerto era un compañero con el cual seguramente no podían tratarse la mayor parte de los temas ni los que a uno más le importaban. En cambio, la charla con él estaba teñida de una frescura y de una paz que no se logra nunca con un coetáneo. Y esto tenía dos causas. Por un lado, cualquier acuerdo, aun el más insignificante, que lograban por encima del abismo generacional era mucho más concluyente que el que se da entre iguales. Por el otro, el más joven encontraba aquello que después, cuando lo abandonan los ancianos, desaparece totalmente hasta que él mismo se vuelve viejo: una conversación a la que le son ajenos todo cálculo y toda consideración externa porque ninguno espera nada del otro, ninguno se encuentra con otro sentimiento que con el poco frecuente del afecto sin ningún añadido.

BOLCHEVISMO


Denkbilder, Walter Benjamin, p.48
El bolchevismo abolió la vida privada. La burocracia, el quehacer político, la prensa, son tan poderosos que ni siquiera queda tiempo para intereses que no confluyan con ellos. Tampoco queda espacio. Viviendas que en sus cinco u ocho habitaciones cobijaban antiguamente a una sola familia, ahora albergan muchas veces hasta a ocho. A través de la puerta del pasillo se ingresa a una pequeña ciudad. Más a menudo aún, a un vivac. Ya en la antesala uno suele tropezarse con camas. Es que, entre las cuatro paredes, sólo se acampa y habitualmente el escaso inventario son apenas restos de objetos pequeñoburgueses que parecen aún más deprimentes porque la habitación está escasamente amoblada. El estilo pequeñoburgués exige que nada falte: las paredes tienen que estar cubiertas de cuadros; el sofá, de almohadones; los almohadones, de fundas; las repisas de figurillas; las ventanas, de vidrios de colores (esas habitaciones pequeño burguesas son campos de batalla sobre los cuales ha pasado, triunfal, la embestida del capital de la mercancía; allí ya no puede crecer nada humano). De todo esto sólo se han conservado cosas sueltas al azar. Una vez por semana, los muebles se reacomodan en las habitaciones vacías -ese es el único lujo que se dan con ellos y, a la vez, una forma radical de desterrar de la casa la "comodidad" junto con la melancolía con que esta se paga. Los hombres soportan vivir allí dentro, porque su forma de vida los hace distanciarse de su casa. Su residencia es la oficina, el club, la calle. Del móvil ejército de funcionarios aquí sólo se encuentra la retaguardia. Cortinas y tabiques que muchas veces sólo llegan a la mitad de la altura de la habitación tuvieron que multiplicar la cantidad de ambientes. Porque a cada ciudadano le corresponden legalmente sólo trece metros cuadrados de superficie habitable. Cada uno paga por su vivienda según sus ingresos. El Estado -la propiedad de todas las casas fue estatizada- cobra a los desocupados un rublo mensual por la misma superficie por la cual los más pudientes pagan sesenta o más. Quien aspira a tener más espacio del prescripto tiene que abonar un múltiplo de este valor, si no lo puede justificar por su actividad laboral. Si uno se aparta del camino señalado, a cada paso choca con un inmenso aparato burocrático y con costos exorbitantes. El miembro de un sindicato que presenta un certificado médico y recorre las instancias previstas, puede atenderse en el sanatorio más moderno, ser mandado a los baños termales de Crimea, disfrutar de costosos tratamientos con rayos, sin pagar por ello un centavo.

RUSIA

Denkbilder, Walter Benjamin, p. 46
Aquí todas las ideas, todos los días y todas las vidas parecen estar puestos sobre la mesa de un laboratorio. Y, como si fueran metales de los que se trata de extraer por todos los medios una sustancia desconocida, tienen que dejar que se experimente con ellos hasta el agotamiento. No hay organismo ni organización que pueda sustraerse a este proceso. Los empleados en las empresas, las oficinas en los edificios, los muebles en las viviendas, todo se reagrupa, se traslada y se corre de aquí para allá. En los clubes, como si se tratara de centros experimentales, se estrenan nuevas ceremonias para dar nombre a los recién nacidos y para la celebración de las bodas. Se modifican las disposiciones todos los días, pero también las estaciones de tranvía cambian de lugar, hay negocios que se convierten en restaurantes y algunas semanas más tarde, en oficinas. Este asombroso método de ensayo –aquí se lo llama remonte o renovación- no sólo afecta a Moscú, es un método ruso. En esta pasión imperante hay tanto una voluntad ingenua para el bien como una curiosidad y un jugueteo desmesurados. Se trata de uno de los fenómenos más característicos de Rusia en la actualidad. El país está movilizado tanto de día como de noche, por supuesto, con el Partido a la cabeza. Sí, lo que distingue al bolchevique, al comunista ruso, de sus camaradas occidentales es esta disposición incondicional a la movilización. La base de su existencia es tan exigua que año a año está listo para partir. De otra forma no podría enfrentar esta vida. ¿En qué otra parte podría pensarse que de un día para el otro se nombre director de un importante teatro estatal a un militar meritorio? El actual director del Teatro de la Revolución es un ex general. Es verdad: fue literato antes de convertirse en un general victorioso. O, ¿en qué otro país pueden oírse historias como la que me contó el schwejzar o mayordomo de mi hotel? Hasta 1924 estuvo en el Kremlin. Después, un buen día, enfermó gravemente de ciática. El Partido lo hizo atender por sus mejores médicos, lo envió a Crimea, hizo que tomara baños de fango e intentara el tratamiento con rayos. Cuando todo fue en vano, se le dijo: "Usted necesita un cargo en el que pueda cuidarse, donde no pase frío y no tenga mucho movimiento". Al día siguiente, era portero de hotel. Cuando esté curado, va a volver al Kremlin.

INCIPIT 936. DENKBILDER / WALTER BENJAMIN


NÁPOLES
Hace algunos años, un clérigo era conducido en un carro a través de las calles de Nápoles acusado de abuso moral. Se lo seguía en medio de maldiciones. En una esquina, apareció un cortejo nupcial. El clérigo se levanta, hace el signo de la bendición y todo lo que va detrás del carro cae de rodillas. En esta ciudad, la tendencia del catolicismo a restablecerse a partir de cualquier situación es tan incondicional que, si desapareciera de la superficie de la tierra, tal vez el último lugar no sería Roma sino Nápoles.
En ninguna parte este pueblo puede vivir con tanta tranquilidad su profusa barbarie, nacida del corazón mismo de la gran ciudad, como en el seno de la Iglesia. Necesita del catolicismo porque junto con él se extiende una leyenda, el aniversario de un mártir, por encima de sus excesos, legalizándolos incluso. Aquí nació Alfonso de Ligorio, el Santo, quien flexibilizó la práctica de la Iglesia Católica para atender con pericia las artes de la delincuencia y la prostitución, controlando estas artes con penitencias más severas o más indulgentes en la confesión, sobre la cual escribió un tratado en tres tomos. Sólo la Iglesia, no la policía es capaz de hacer frente a la  autonomía de la delincuencia, la camorra.

INCIPIT 935. TODO ES COMPARABLE / OSCAR TUSQUETS



La pretensión del autor
-¿Te has dado cuenta de que los caracoles son corno el Greco? Sí, sí, corno Dornenicos Theotocopulos, que, habiendo nacido en Creta, aprende a pintar con propiedad esa especie de iconos que se hacen por allí, pero en cuanto se desplaza a Venecia, su admiración por Tiziano y la influencia de Tintoretto lo transforman en el más veneciano de los venecianos, en el más sensual, colorista y excesivo pintor de la Serenísima, pero resulta que llega a Toledo y en una conversión traumática se vuelve austero, sobrio, castellano viejo, caballero de la mano en el pecho, de un misticismo desbordante, el más sincero personaje de la España profunda.
-Perdone, Maestro, pero sigo sin ver muy clara la relación con los caracoles.
- Tusquets, ¡pero si es evidente! Lo que distingue al Greco, lo que lo convierte en un artista inmortal, es su absoluta falta de personalidad, es su facultad de metamorfosearse, corno los camaleones, de absorber los valores de su entorno con tal intensidad que, al final, resulta más auténtico que los autóctonos, ¿y cuál es la virtud culinaria del caracol?

MATRIMONIO


Cuando ella era buena, Philip Roth, p. 248
Bueno, el matrimonio no es algo que simplemente tiras por la ventana como un zapato viejo. El matrimonio no es algo en lo que te embarcas irresponsablemente, y tampoco es algo de lo   que sales irresponsablemente. Cuanto más lo pensaba, mejor comprendía que el matrimonio era, quizá, lo más serio que uno podía hacer en la vida. Después de todo, la familia era la base de la sociedad. Quita la familia y, ¿qué queda? Simplemente gente dispersa, eso es todo. La anarquía total. Trata de imaginar el mundo sin familias. No puedes hacerlo. Oh, sí, desde luego que había personas que se precipitaban a hacer intervenir a un abogado de familia. Al primer síntoma de algo que no funciona bien entre ellos, piden el divorcio ... y al diablo con los niños, al diablo con la otra persona. No obstante, si una pareja tiene algo de madurez, se sienta y discute las diferencias, expresa su malestar, y cuando todos han tenido la posibilidad de hacer sus acusaciones -y también de admitir que podrían haber estado equivocados (porque nunca la cosa es tan simple como que uno siempre tiene la razón y el otro siempre está equivocado) entonces, en lugar de salir corriendo hacia Reno, Nevada, dos personas que tienen algo de madurez dejan de comportarse como niños, ponen manos a la obra y realmente deciden ocuparse de su matrimonio. Porque esa es la palabra clave: ocuparse, que uno por supuesto no conoce cuando entra bailando alegremente en el sagrado matrimonio, creyendo que más o menos será una prolongación de los fáciles y buenos tiempos premaritales. N o, el matrimonio es una ocupación, una ocupación difícil, una ocupación terriblemente importante cuando hay un niño de por medio, un niño que te necesita como nadie te ha necesitado en tu vida.

DON QUIJOTE


La muerte de Jesús, JM Coetzee, p. 67
-Don Quijote sabía que era una jaula, no una carreta, pero de todos modos dejó que el hechicero lo encerrara. Porque sabía que si quería ...
Se detienen en la puerta. Sentada a los pies de la cama de David, escuchando lo que dice, hay una joven con uniforme de enfermera, oronda como una paloma. Alrededor de ella, se apiñan los otros niños de la sala.
-Quijote sabía que podía escaparse cuando quisiera porque no se había inventado ninguna cerradura capaz de derrotarlo. Entonces, el hechicero hizo restallar el látigo y los dos corceles comenzaron a tirar de la jaula en la que estaba el noble caballero. Los caballos se llamaban Sombra y Marfil. Marfil era blanco y Sombra, negro; tenían la misma fuerza, pero Marfil era un animal tranquilo que tenía siempre la cabeza en otra parte, siempre estaba pensando; Sombra, en cambio, era fiero y caprichoso; eso significa que quería hacer lo que se le antojaba, de modo que a veces el hechicero tenía que usar el látigo para que obedeciera. ¡Hola, Inés! ¡Hola, Simón! ¿Estaban escuchando mi historia?
La enfermera se puso de pie de un salto y se escabulló en el corredor con la cabeza gacha y aire de culpa.
Los niños, que llevaban todos el pijama color celeste del hospital, no les prestaron atención. Esperaban con impaciencia que David reanudara la narración. La más pequeña, una niñita con el pelo recogido en dos coletas, no tenía más de cuatro o cinco años; el mayor era un muchachito robusto en cuya cara ya apuntaba el bozo.
-Anduvieron y anduvieron hasta que al fin llegaron a la frontera de un extraño país. “Aquí os abandono, Don Quijote”, dijo el hechicero. «Ese es el reino del Príncipe Negro, que ni siquiera yo me atrevo a pisar. Dejaré que Marfil, el caballo blanco, y Sombra, el caballo negro, os guíen ahora en vuestras aventuras.” Hizo restallar el látigo una vez más y los dos caballos emprendieron la marcha, llevando a Don Quijote y la jaula a esa tierra desconocida.
David se detuvo, mirando a lo lejos.
-¿Y? -dijo la pequeñita de las coletas.
-Mañana leo el resto y veré qué pasa con Don Quijote.
-Pero no le pasa nada malo, ¿verdad? -dice la chiquitina.
-A Don Quijote nunca le pasa nada malo porque es dueño de su destino -replica David.
-Qué suerte -contesta ella.

(Un alma buena)


Páginas escogidas, Ferlosio, p. 133
Mi padre me contó cómo yendo una vez en un metro atestado hasta el extremo humanamente posible de apreturas, sus ojos se encontraron con los de un cura pequeñito que venía al lado de él, aún más agobiado y sudoroso que todos los demás a causa  de la inferioridad de la estatura, y que mirándole con una sonrisa llena de dulzura y de  soportación le dijo: “Así cupiéremos en el paraíso”. Aquel corazón piadoso estaba dispuesto a aceptar que la Eterna Bienaventuranza fuese un lugar tan oprimente e incómodo como aquel vagón de metro con tal de que todos los hombres se salvaran.

EL LEÓN DE LYON


Páginas escogidas, Ferlosio, p. 230
Habiendo caído yo una tarde de domingo hace más de treinta años, y por las más indiferentes, inertes y azarosas circunstancias, en el solitario y bastante abandonado zoo de Lyon y habiéndome parado aburridamente a contemplar -acaso sólo por la arraigada rutina de una antigua deferencia, por un ya vacuo y formulario resto de respeto y cortesía hacia el que en otro tiempo por no menos que por Rey de la selva solía vender su vida-, y en exclusiva compañía de un francés desconocido, que en ostensible actitud de no menor nonchalance lo miraba, al león en su jaula, vimos ambos de pronto, por entre los arbustos que nos separaban de los barrotes tras los que la fiera levantaba el hondo y prolongado bostezo de sus fauces hacia el gris del domingo provinciano, deslizarse, espléndida de gracia, de sigilo y de libertad, una gran rata; a su vista, a los dos se nos iluminó de golpe y simultáneamente la mirada, y la voz del francés rompió, llena de júbilo, el hasta aquel instante melancólico silencio, exclamando en voz alta, y tanto para mi como para sí mismo: «Oh! Quel beau  rat!». Yo, que jamás he sido capaz de superar mi timidez y mi torpeza para chapurrear en francés ni tan siquiera una frase tan sencilla como “Bien sur, pardieu! Vous avez dit fort juste!”, no pude sino mirarlo con una sonrisa de plena aprobación, como asintiendo de todo corazón a sus palabras, pues en verdad que había acertado con ellas a expresar lo que yo mismo, ante la inopinada aparición, indiscernidamente había sentido: que el león no era allí más que un pobre pensionado del Ayuntamiento de Lyon, subvencionado para representar a una presunta Naturaleza, a la que, por lo demás, a causa de esta misma circunstancia, mal podía ya, en verdad, representar, y que naturaleza, en todo caso, no era allí sino lo que había traído y había hecho surgir y campear por un momento ante nuestros ojos la admirable rata que, imprevista, inconsentida, indeseada y hasta prohibida, había cruzado por delante de él.

(Imagen invertida)


Páginas escogidas, Ferlosio, p. 251
Me escandalizo cada vez que oigo hablar de respeto a la intimidad y de derecho a la vida privada. ¡Encima! Por lo visto, se ve como un pecado de la vida pública la indiscreción que fisga y saca a la vergüenza de la calle hasta los últimos reductos de lo particular. El privatismo dominante ha lesionado la mirada misma, que ya sólo es capaz de adoptar el punto de vista del particular, compadeciéndose de la gran diva acechada y perseguida por el tenaz teleobjetivo de la prensa del corazón hasta en sus más recoletas cotidianidades. Pero, vistas las cosas socialmente, ¿quién es realmente el invadido y quién el invasor? Basta pasar por un quiosco de periódicos para advertir el impudor y la osadia con que la vida privada ha tomado por asalto los medios de comunicación e invadido y ocupado con sus obscenas huestes el interés del público. Y para mayor escarnio, todos comprenden que la ley persiga la divulgación de intimidades contra la voluntad de los particulares afectados, pero levantarían el grito al cielo si se atreviese a restringir la divulgación de asuntos semejantes, no por respeto a la privacidad individual, sino por el decoro de la vida pública y en beneficio de sus intereses. La lente de una mentalidad privatizada ha invertido la imagen misma del fenómeno, pues la verdad social es que la vida pública es el agredido, y la vida privada, el  agresor.

INCIPIT 934. TENEMOS QUE HABLAR DE KEVIN / LIONEL SHRIVER


8 de noviembre de 2000
Querido Franklin,
No estoy segura de por qué un incidente sin importancia esta tarde me ha impulsado a escribirte. Pero, puesto que estamos separados, tal vez sea que ahora te echo más de menos al llegar a casa para contarte las curiosidades de mi jornada, tal como el gato podría dejar unos ratones a tus pies: la pequeña y humilde ofrenda que se hacen las parejas tras un día de haber estado cazando en patios separados. De seguir tú aún instalado en mi cocina, extendiendo capas de mantequilla de cacahuete en crujientes tostadas de pan integral aunque ya fuera casi la hora de cenar, aún no me habría dado tiempo de dejar las bolsas -de una de las cuales estaría rezumando una especie de baba viscosa- cuando estaría contándote esta pequeña historia incluso antes de advertirte de que esa noche cenaríamos pasta y de rogarte que, por tanto, hicieras el favor de no zamparte aquel monumental emparedado.
En los primeros tiempos, por supuesto, mis relatos eran más bien importaciones exóticas de Lisboa..., de Katmandú ... Pero puesto que, en realidad, nadie quiere oír historias de tierras lejanas, hasta yo pude detectar en tu reveladora cortesía que preferías detalles anecdóticos más próximos a ambos

INCIPIT 933. CUANDO ELLA ERA BUENA / PHILIP ROTH


El sueño de su vida no consistía en ser rico, famoso, poderoso, ni siquiera feliz ... sino, simplemente, en ser civilizado. No podría haber citado las cualidades de ese tipo de vida cuando dejó la casa, o la cabaña, de su padre, en los bosques norteños del estado; su proyecto era llegar hasta Chicago para averiguarlo. Sabía con certeza lo que no quería: vivir como un salvaje. Su propio padre era un hombre bárbaro e ignorante; cazador de pieles, luego leñador y, hacia el fin de su vida, vigilante nocturno en las minas de hierro. Su madre era una mujer trabajadora, de carácter servil, que jamás había concebido desear algo distinto a lo que tenía; si lo deseaba, si en realidad era otra y no la que parecía, sentía que no era prudente hablar de sus deseos en presencia de su marido.
U no de los recuerdos infantiles más persistentes de Willard tenía que ver con el momento en que una india chippewa fue hasta la cabaña en que vivía con una raíz para que la hermana de Willard la masticara, cuando Ginny ardía de fiebre a causa de la  escarlatina. Él tenía siete años, Ginny uno, y la india, como Willard asegura hoy, pasaba de los cien. La enfebrecida criatura no murió de aquella enfermedad, aunque más tarde su padre hizo comprender a Willard que habría sido mejor que así fuese. Al cabo de pocos años descubrieron que la pobre Ginny no podía aprender a sumar dos más dos o a decir de manera ordenada los días de la semana.

LA HUMANIDAD Y LA HUMANIDAD


Páginas escogidas, Ferlosio, p. 143
Siempre me ha escandalizado que cada vez que se comenta una muerte producida por mano terrorista no falte casi nunca la inmediata consideración de cómo tal cosa contribuye a la “desestabilización de la democracia»; la mirada no se detiene apenas en el muerto y en los que le lloran (en aquel para quien se ha terminado para siempre no sólo el irrisorio bien de la democracia, sino la vida misma, y en aquellos para los que vida y mundo han quedado terriblemente desgarrados), para volverse acto seguido a las peligrosas consecuencias políticas que la reiteración de tal clase de hechos podría llegar a tener sobre la situación política vigente. En ningún caso, como en este rápido saltar por encima del absoluto de una vida singular para volver la vista hacia las repercusiones colectivas de su destrucción, resalta más claramente toda la siniestrez de ese fetiche ideológico que se designa como el Bien Común y que parece tener por cometido distraer y desviar constante y sistemáticamente la mirada –casi como en un puro automatismo defensivo- de cualquier mal  particular hacia un bien general que eternamente aplaza su promesa de revertir sobre sus únicos posibles beneficiarios: los sujetos singulares o, mejor dicho, los sujetos, ya que no hay otros que los singulares. Al fin, los que así remiten inmediatamente a las posibles consecuencias públicas, sin detenerse, como en algo absoluto, en la desaparición de un particular de la condición que fuere -ya que la vida no viste ni de militar ni de paisano-, se ponen en el mismísimo punto de vista que los matadores, supuesto que, al igual que en la acción de éstos, la vida o la muerte de los individuos resulta valorada sólo en función de su capacidad de amenazar o de atentar a la estabilidad de lo total.

LA HOMILIA DEL RATON


Páginas escogidas, Ferlosio, p. 138
¡Pero yo os digo que no os entreguéis! Sino, por el contrario, a semejanza de aquel bravo e indómito doncel de El triunfo de la muerte, juntad, tensad, alzad todas las fuerzas de la desesperación y, contra toda posible esperanza de victoria, sacad la espada y resistid. Que el Criador que os ha concedido el albedrío con el único fin de daros movimiento, para poder solazarse, desde su prepotente omnipotencia, jugando con vosotros «como juega el gato maula con el misero ratón», tenga siquiera que pagar su triunfo cierto todo lo caro que vuestras últimas fuerzas, extremas iras y postrer encono sepan dar de sí, demostrándole al menos, aunque haya de ser al fin a vuestra costa, que es mucho corazón, mucho ratón, más del que él puso, más del que él se esperaba, el que hay en este ratón, el que hay en este valeroso y esforzado corazón de ratón.
Si no, ¿para qué espada?, ¿para qué albedrío?, ¿para qué haber llevado espada toda vuestra vida, como los hombres libres, como los caballeros, sino para darle brega y darle agitación,  llegada la hora de desenvainar, y cuando quiera que tal hora suene, aunque sea vuestra propia hora postrera?

RESTITUCIÓN DEL FARISEO


Páginas escogidas, Ferlosio, p. 125
El retrato del fariseo se ha desvaído mucho con el tiempo. El público ya no reconoce ahí propiamente una figura, sino apenas un contorno corrido y sumario, donde el afán constante de suplir todo trazo perdido con rasgos de parientes, por cercanos que sean, ha acabado por volver a fundir en el género próximo aquella especie bien diferenciada. Fariseo da a entender hoy muy poco más que 'hipócrita', y aun ese poco es comúmnente vago e irrelevante. Y, sin embargo, una cosa tan saliente como el engañarse a sí mismo -por ambigua y paradójica que sea la naturaleza de este engaño-, mientras no encaja en absoluto en la figura del hipócrita común («convencional», como diría un periodista), ha de mostrarse, en cambio, rasgo inevitable en la genuina fisonomía del fariseo, pues la comedia de la hipocresía común tiene por escenario la conducta pública y la del fariseísmo tiene por escenario el corazón. En la parábola, en efecto, el fariseo se manifiesta a solas ante el altar de Dios, pero ¿seguirá acaso comediando el hipócrita común cuando nadie le vea o, lo que a estos efectos es lo mismo, cuando únicamente le vea el omnividente? Expresiones evangélicas más inespecíficas, como el metafórico dicterio de “sepulcros blanqueados”, han debido de ser lo que, prevaleciendo en la atención del público sobre la parábola, ha dejado despintarse las precisas facciones de nuestro personaje; pero éstas siguen ahí, en la parábola, recogidas con certera agudeza psicológica en el dato que se basta por sí mismo para configurar toda una personalidad moral entera y vera, como es la del que específicamente debería llamarse fariseo, y para permitirnos restaurar su prístino retrato: “Te doy gracias, Señor, porque no soy como los otros hombres ... , porque no soy como ese publicano». En la esencia moral del fariseo están la relación, la comparación y la autoedificación por contraste. El fariseo puede, pues, definirse como el que construye su bondad o santidad con la maldad o iniquidad ajenas. Necesita del malo y lo cuaja ontológicamente en el aire con una sobrehumana maldición, para constituirse él, por contraposición, en bueno.

PINOCHO


Páginas escogidas, Ferlosio, p. 84
2. Literatura moral. A mí me importa poco que la anterior objeción y en parte también esta que viene ahora pongan en cuestión la posibilidad misma de una literatura para niños como un tipo específico y bien diferenciado. Si no puede existir, pues que no exista; no hay sino que regocijarse de que no exista algo cuya existencia sólo es posible en la degradación. La  intención era) así pues, el segundo de los pesares del Pinocho. La literatura moral, esto es, la literatura que tiene por intención la de llevar una determinada convicción a la conducta, tiene ya desde antiguo sus propios géneros, desde las éticas de los filósofos hasta los libros de máximas o de aforismos, pasando por los de reflexiones o meditaciones acerca de este mundo y sus postrimerías; pero no pocas veces se han intentado habilitar otros géneros para ese mismo objeto. El teatro, la poesía o la narración con intención moral no son nada insólito, mas no por eso dejan de ser la máxima inmoralidad literaria. La narración debe ser amoral, como lo es su propio objeto: la evocación de un acontecer; toda otra intención que no sea ésta es advenediza y bastarda en sus entrañas. Claro está que esto no es más que un principio y, como todos los principios, puede ser transgredido; más para transgredir sin menoscabo del producto resultante, para hacer una gran obra espuria, se requiere un destello de talento excepcional. Collodi no lo tuvo en modo alguno.
La novela moral es literariamente inmoral en la medida en que la intención bastarda se interfiere con la intención legítima; esto es, en la medida en que para servir a la ejemplaridad siempre se manipulan, quiérase o no) de uno u otro modo, los acontecimientos. Se dirá que el Pinocho es una narración fantástica y que, por lo tanto, no ha lugar a hablar respecto de ella de manipulaciones. Poco entiende del arte y de la fantasía quien piense que lo fantástico no puede ser manipulado por ser ya ello mismo, enteramente, puro producto de manipulación. La obra fantástica, exactamente igual que la naturalista, tiene sus propios fueros de coherencia, más estrechos, si cabe, que los de ésta, en virtud de su propia libertad. Y aquí que nadie me provoque desplazándome ad hoc la imagen del manipular, porque entonces diré que aún la llamada realidad es ya ella misma, en ese caso, otro producto de manipulación.

(Descubrimiento del “carácter”)


Páginas escogidas, Ferlosio, p. 27
Hará ya más de medio siglo largo, teniendo yo unos cinco años y estando mi hermano mayor y yo veraneando con nuestra abuela paterna en el pequeño piso medio abuhardillado de Fuenterrabía, donde ella se había recogido con sus muebles amontonados en dos habitaciones y amorosamente envueltos en periódicos cosidos con hilo de hilvanar o de zurcir-, con su orgullosa soledad y su ya antigua viudez, y dirigiéndonos un día los tres a visitar por primera vez a unos frailes capuchinos que tenían su convento casi a medio camino de la carretera que llevaba a lrún, la abuela, teniendo ya cierta experiencia, por algunos enojosos precedentes, de mis ingenuas y espontáneas indiscreciones, pasada la cancela del jardín y apenas a unos metros de la puerta, nos detuvo de pronto y me dijo seriamente: «Mira, Rafaelito: ahora, cuando llamemos a la campanilla, va a salir a abrirnos un hermano que es giboso, ¡como se te ocurra decirle una palabra, ya vas a ver tú!”. Creo que yo no debía de saber exactamente por entonces ni lo que era “un enano” usado en tal contexto, ni tampoco tal vez lo que quería decir «giboso”, de tal manera que, cuando al fin se abrió la puerta, la advertencia no encontró en modo alguno el contenido al que se refería, sino que lo que mis ojos vieron, súbitamente arrobados de fascinación, fue la figura más maravillosa que nunca habrían sabido imaginar: un hombrecito de mi propia estatura con una larga barba cenicienta y en hábito talar, que tal vez remitía ~pero, como por arte .de milagro, en vivo y en presente a la figura del gnomo, hasta entonces tan sólo conocida en las ilustraciones de los cuentos. Olvidado de todo y lleno de emocionada admiración, le dije: “Y tú, ¿cómo eres tan pequeñito?¿Cómo has crecido tan poco?”, pero como la forma más llana y más concreta de decirle: “¿Cómo has conseguido ser un ser tan prodigioso?”, de suerte que no podía haber en mis palabras otra connotación afectiva que la del incondícional encomio que me merecía un ser tan privilegiado como él. Por lo demás, la amplia veste talar y la capucha caída tras la nuca le debían de disimular completamente cualquier deformidad. Sonrió dulcemente ante mi ingenuidad, sin ofenderse un punto, y contestó: “Porque el Señor ha dispuesto que no creciese más”. Nada más lejos de mi mente que la idea de que la disposición de Dios que había querido hacerlo corno era fuese otra cosa que un don especialisimo, un privilegio singular en el que la pequeñez que la predilección divina había querido concederle no era más que una fastuosa manifestación del esplendor de Dios en una insólita y más alta plenitud humana. Hoy sé que aquella singular gracia divina es el Carácter.

DOÑA TERE CUENTA LA HISTORIA DE SU PADRE

Páginas escogidas, Ferlosio, p. p. 23
Doña Tere era una señora pequeñita y con algunas canas. Tenia con sus huéspedes muchos miramientos y era muy simpática. Una noche en que don Zana no volvía, Alfanhuí se quedó mucho tiempo hablando con ella. Era viuda; su marido había sido maestro. De su marido era el único libro que quedaba en la casa. Un libro con pastas color naranja que tenía en la portada una muchacha soplando sobre un molinillo. El molinillo se deshacía en pequeños vilanos que volaban. El libro se llamaba Petit Larousse Illustré. Alfanhuí se entretenía mucho viendo las figuras.
También contó la patrona la historia de su padre. Eran de Cuenca. Allí había conocido ella a su marido. Su padre era labrador y tenía algunas tierras. Una tarde se durmió arando con los bueyes. Y como no volvía el arado, los bueyes siguieron y se salieron del campo. El hombre seguía andando, con sus manos en la mancera. Iban hacia Poniente. Tampoco a la noche se  detuvieron. Pasaron vados y montañas sin que el hombre despertara. Hicieron todo el camino del Tajo y llegaron a Portugal. El hombre no despertaba. Algunos vieron pasar a este hombre que araba con sus bueyes un surco solo, largo, recto, a lo largo de las montañas, al través de los ríos. Nadie se atrevió a despertarle. Una mañana llegó al mar. Atravesó la playa; los bueyes entraron en la mar. Rompían las olas en sus pechos. El hombre sintió el agua por el vientre y despertó. Detuvo a los bueyes y dejó de arar. En un pueblo cercano preguntó dónde estaba y vendió sus bueyes y el arado. Luego cogió los dineros y, por el mismo surco que había hecho, volvió a su tierra. Aquel mismo dia hizo testamento y murió rodeado de todos los suyos.

HOMBRES


El escándalo de los Wapshot, John Cheever, p. 84
En el piso de abajo, Betsey pensó airadamente que Coverly había encontrado al fin algo útil que hacer los sábados por la mañana y que por lo menos una habitación estaría limpia. Se metió en el cuarto de baño donde tuvo una visión, no tanto de la emancipación de su sexo como de la esclavización del macho.
El progreso rutinario -una Presidenta y un Senado femenino- no aparecía en la fantasía de Betsey. De hecho, en su visión los hombres continuaban realizando la mayor parte del trabajo en el mundo, si bien ampliado para incluir las tareas domésticas y las compras. Sonrió al imaginar a un hombre inclinado sobre la tabla de la plancha, un hombre limpiando el polvo de la mesa, un hombre untando el asado. En su visión todos los monumentos públicos en homenaje a grandes hombres serían derribados y arrojados a los vertederos. Generales a caballo, sacerdotes con sotana, estadistas de frac, aviadores, exploradores, inventores, poetas y filósofos serían reemplazados por atractivas representaciones de la mujer. Las mujeres tendrían independencia sexual completa y harían el amor con desconocidos con la misma despreocupación con que compraban un libro de bolsillo, y al volver a casa por la tarde, les describirían con descaro a sus deprimidos maridos (que estarían preparando un asado a la parrilla) los momentos más destacados de sus aventuras eróticas. No fue tan lejos como para imaginar una legislación que limitara los derechos de los hombres; pero les veía tan cabizbajos, insulsos y deprimidos que habrían perdido la posibilidad de que los tomaran en serio.

HONORA WAPSHOT


El escándalo de los Wapshot, John Cheever, p. 68
Por muy increíble que parezca, Honora Wapshot nunca había pagado impuestos. El juez Beasely, que teóricamente estaba encargado de sus asuntos, supuso que ella estaba al corriente de las leyes fiscales y nunca le preguntó nada sobre ese tema. Su descuido, su negligencia criminal, podría atribuirse a su edad. Puede que se considerase demasiado vieja para iniciar una nueva actividad como la de pagar impuestos, o puede que pensara que se moriría antes de que la pillaran. De vez en cuando la idea de su negligencia cruzaba por su mente y sufría una fugaz punzada de culpa, pero, en su opinión, uno de los privilegios de la edad era un alto grado de irresponsabilidad. El caso es que nunca había pagado un impuesto, por lo que un hombre llamado Norman Johnson bajó una tarde del mismo tren que había traído a Coverly a St. Botolphs la noche en que vio al fantasma de su padre.
El Sr. Jowett adivinó por su indumentaria que era un viajante y le recomendó la Casa del Viaducto. Mabel Moulton, que llevaba el hotel desde que su padre tuvo un ataque a la cabeza, le condujo .a una habitación en la parte de atrás del primer piso.
-No vale mucho -explicó-, pero es la única que tenemos.

LA FAMILIA WAPSHOT


El escándalo de los Wapshot, John Cheever, p. 29
La familia Wapshot se instaló en St. Botolphs en el siglo XVII. Yo los conocía bien; me dediqué a examinar sus asuntos, de hecho pasé los mejores años de mi vida, la culminación de la misma, entregando a su crónica. Eran bastante cordiales. Cuando te los encontrabas por la calle en St. Botolphs se comportaban como si este encuentro casual fuese algo que habían anticipado, pero si les contabas cualquier cosa -que el río West se había desbordado o que Pinkham's Folly había ardido por completo-- te daban a entender, con una sonrisa fugaz, que habías cometido una equivocación. A los Wapshot no había que contarles nada. Su resistencia a recibir información parecía ser un rasgo de familia. Tenían buena opinión de sí mismos; se consideraban tan sanos que les parecía imposible no haberse enterado de la inundación o el incendio, aunque hubieran estado en Europa. Yo fui al colegio con los chicos, participé en regatas con Moses en el Club Náutico de Travertine y jugué al fútbol con ambos. Se animaban el uno al otro como si gritando el apellido familiar en un terreno de juego le confirieran una especie de inmortalidad. Pasé muchos ratos agradables en su casa de River Street y, sin  embargo, lo que recuerdo es que siempre estaba en su poder el hacerme sentir solo, el dejar dolorosamente claro que era un extraño.

INCIPIT 932. MAHOMA / KAREN ARMSTRONG


Mahoma, el enemigo
Los occidentales nunca han logrado comprender del todo la violenta reacción musulmana al retrato ficticio de Mahoma que Salman Rushdie presentó en Los versos satánicos. Parecía increíble que una novela pudiera inspirar tanto odio, una reacción que se consideró prueba de la incurable intolerancia del islam. Resultó especialmente perturbador para los británicos descubrir que las comunidades musulmanas de sus propias ciudades se regían de acuerdo con valores distintos, en apariencia ajenos, y que dichas comunidades estaban dispuestas a defenderlos hasta la muerte. Pero este trágico asunto también trajo a la luz recordatorios incómodos del pasado occidental. Cuando los británicos contemplaban a los musulmanes de Bradford quemar la novela, ¿Lo relacionaban con las hogueras de libros que ardieron en la Europa cristiana a lo largo de los siglos? En 1242, por ejemplo, el rey Luis IX de Francia, un santo canonizado por la Iglesia católica, condenó el Talmud judío por considerarlo un ataque maligno contra la persona de Cristo. El libro fue prohibido y muchos ejemplares se quemaron públicamente en presencia del rey. Luis IX no estaba interesado en discutir sus diferencias con las comunidades judías de Francia de forma pacífica y racional. En cierta ocasión afirmó que la única manera de debatir con un judío era matarlo “clavándole la espada en el vientre hasta la empuñadura”. Fue Luis quien creó la primera Inquisición a fin de llevar a los cristianos herejes ante la justicia y quien no sólo quemó sus libros, sino también a cientos de hombres y mujeres. Odiaba asimismo a los musulmanes y lideró dos cruzadas contra el mundo islámico. En tiempos de Luis IX la negativa a coexistir con otras religiones no  procedía del islam, sino del Occidente cristiano.

INCIPIT 931. LA MUERTE DE JESUS / JM COETZEE


Es una fría y despejada tarde de otoño. Él observa un partido de fútbol que se desarrolla en el terreno verde que hay detrás del edificio de departamentos. Habitualmente es el único  espectador de esos partidos que juegan los niños vecinos, pero hoy dos personas desconocidas se han puesto también a mirar: un hombre vestido con un traje oscuro y una muchacha con uniforme escolar.
La pelota traza una curva y cae en la punta izquierda, donde juega David. El niño se adueña de la pelota, esquiva sin esfuerzo al defensor que sale para marcarlo y eleva la pelota hacia el centro. El tiro desborda a todos, desborda al arquero y cruza la linea de gol.
En esos partidos que se juegan durante la semana no hay verdaderos equipos. Los chicos se agrupan corno les parece; unos llegan, otros se van. A veces hay treinta en la cancha; otras veces, cinco o seis. Hace tres años, cuando David se unió al grupo, era el más pequeño en edad y en tamaño. Ahora está entre los más grandes; muy ágil y hábil con los pies pese a su estatura, pícaro además de veloz.
En el partido se produce una pausa. Los dos desconocidos se acercan a él; el perro que dormita a sus pies se despierta y levanta la cabeza.
-Buen día -dice el hombre-. ¿Cómo se llaman los equipos?
-Solo es un partido improvisado entre los niños del vecindario.
-No son malos. ¿Usted es el padre de alguno?

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