Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

RANAS


La inesperada verdad sobre los animales, Lucy Cooke, p. 200
Puede sonar sospechosamente parecido a la falsa medicina popular de los bestiarios medievales, pero lo cierto es que entre las décadas de 1940 y 1960 la primera prueba de embarazo fiable del mundo fue un anuro de ojos saltones. Cuando se le inyectaba la orina de una mujer embarazada, la rana no se volvía de color azul ni exhibía franjas de ningún tipo, sino que lanzaba un chorro de huevos entre ocho y doce horas después, lo que confirmaba un resultado positivo.
No había ranas para llevarse a casa y hacer allí la prueba. La inyección la aplicaban profesionales especializados en la prueba del embarazo que pasaban horas en los sótanos y edificios adyacentes de muchos hospitales y clínicas de planificación familiar, rodeados de tanques llenos de aquellas ranas especializadas en hacer pronósticos. Comenté este proceso con Audrey Peattie, una mujer de ochenta y dos años de Hertfordshire rebosante de vitalidad que había realizado esa labor, y que me habló de sus tres años trabajando con ranas en el hospital de Watford.
Trabajar en un laboratorio lleno de orina y de anfibios era una ocupación inusual para una joven en la década de 1950. Mientras la mayoría de las amigas de Audrey dejaban la escuela para convertirse en secretarias, a los diecisiete años puso rumbo a Watford para seguir una carrera profesional que, según me dijo, resultaba un poco más “peculiar” y “embarazosa de explican”, pero con la que, sin embargo, disfrutaba.
“Hacíamos unas cuarenta pruebas al día. Las ranas eran bastante escurridizas, pero las Sujetabas entre las patas y les inyectabas bajo la piel y en sus partes más carnosas”, recordaba Audrey. “luego las metías en un tarro numerado, las dejabas toda la noche en una zona caldeada, y por la mañana las examinabas para ver si habían puesto huevos. Si la rana solo había puesto unos pocos huevos, repetíamos la prueba con otra. Pero casi nunca nos quedábamos sin ranas.»
Según Audrey, aquellas ranas tan sibilinas no eran “como las que ves arrastrándose por tu jardín”, sino de una especie mucho más exótica conocida como rana africana de uñas (Xenopus laevis), una antigua especie de anuro acuático del África subsahariana. No se puede decir que estas ranas, armadas de largas garras, y con el cuerpo plano y adornado con lo que parecen costuras tipo Frankenstein, sean precisamente bonitas. Sus ojos saltones tampoco tienen párpados, lo que implica que bajo el agua se mueven en todas direcciones exhibiendo una mirada amenazadora que te sigue por todo el laboratorio. La capacidad de estas ranas de detectar el embarazo fue descubierta por el endocrinólogo británico Lancelot Hogben cuando trabajaba en la Universidad de Ciudad del Cabo, a finales de la década de 1920. Hogben había utilizado previamente ranas europeas en sus estudios sobre hormonas, pero en Sudáfrica empezó a experimentar con la fauna local. Y descubrió que Xenopus, tal como hacen hoy las pruebas de embarazo químicas, exhibía una drástica respuesta ante la presencia de la gonadotropina coriónica humana (o hCG), la hormona que se libera cuando un óvulo humano es fécundado. Hogben comprendió que el potencial de la rana como prueba de embarazo era un “regalo del cielo”; tan entusiasmado se sintió con el anfibio que más tarde le puso su nombre a su propia residencia.

MURCIELAGOS


La inesperada verdad sobre los animales, Lucy Cooke, p. 158
Buffon también se sentía ofendido por las partes pudendas del murciélago, que parecía haber tomado prestadas de alguna otra especie, quizá incluso -lo que resultaba bastante alarmante- de la suya propia: “El pene, que es colgante y fláccido”, anunciaba, “es algo peculiar del hombre, [y de]los monos.”
Como el conde, también yo me quedé sorprendida la primera vez que vi el pene de un murciélago. Fue aproximadamente hace diez años, en un remoto rincón de la Amazonia peruana donde me había unido al doctor Adrián Tejedor, un investigador cubano especializado en quirópteros, en la tarea de capturar murciélagos con red de niebla. Ello requería instalar lo que parecía una red de bádminton muy grande y fina en un claro de la selva, y luego limitarse a esperar -como las arañas- a que algún murciélago cayera volando en nuestra trampa (dado que la red era tan fina que no podían detectarla). Permanecimos sentados durante varias horas entre las oscuras y bochornosas sombras de la noche con las antorchas apagadas para no ahuyentar a los murciélagos, un ejercicio de control del aburrimiento digno del perezoso, aunque recuerdo que durante un rato me entretuve contemplando un hongo surrealista que brillaba en la oscuridad y que me recordó al tipo de cosas que de niño pegabas en la pared.
El primer invitado que cayó en la red fue un ejemplar de la especie Phyllostomus elongatus (o murciélago de lanza alargado). Adrián se sintió emocionado: hacía nueve años que no veía un ejemplar de esta especie de murciélago. A mí me impresionó el tamaño del pene, que le colgaba casi hasta la rodilla y me pareció cualquier cosa menos aerodinámico. Adrián me informó con cierta frivolidad de que «en los mamíferos la longitud del pene parece estar relacionada con el grado de promiscuidad de las hembras». De ser así, las señoras de Phyllostomus elongatus deben de ser auténticas meretrices, dado que los machos son famosos por lo especialmente prolongado de sus apéndices. Cuanto más largo es el pene, más posibilidades tienen de introducir su esperma en la hembra, lo que da ventaja a su simiente sobre la de sus rivales amorosos.

HIENAS


La inesperada verdad sobre los animales, Lucy Cooke, p. 110
Cada clan de hienas es un matriarcado dominado por una hembra alfa. En la estricta estructura de poder del clan, esa dominancia se transmite a través de la línea sucesoria de la hembra alfa a sus crías. Los machos adultos ocupan la última posición en la jerarquía, reducidos al papel de sumisos parias que mendigan aceptación, comida y sexo. Ante un cadáver compartido, donde podría haber alrededor de treinta hienas disputándose su libra de carne, los machos son los últimos en comer –si es que queda algo-, ya que de lo contrario corren el riesgo de sufrir violentas represalias por parte de las hembras.
Holekamp cree que el factor crucial que explica la agresividad y la dominancia de la hembra de la hiena manchada es precisamente esta intensa competencia por los cadáveres. Una avalancha de hienas frenéticas puede convertir una cebra adulta de 250 kilos en una mera mancha de sangre sobre la hierba en menos de treinta minutos. Una hiena adulta es capaz de engullir hasta una tercera parte de su peso corporal-entre 15 y 20 kilos de carne- en una sola comida. Resulta una escena frenética, desenfrenada y a veces bastante aterradora. Las hembras más grandes y agresivas tienen mayores probabilidades de asegurarse de que sus crías -las que hayan sobrevivido al parto- tengan un lugar en la mesa y no resulten lastimadas en el proceso.
Las hembras dominantes tienen otro truco para proporcionar a sus cachorros una ventaja agresiva. Un reciente estudio ha revelado que cuanto más poderosa es una hembra, mayor es el nivel de testosterona al que se ven expuestos sus fetos durante la última fase del embarazo. Dicho andrógeno se produce en los ovarios de la madre, lo cual resulta bastante insólito. Pero Holekamp cree que las crías hembra son más sensibles a sus efectos que los machos. Las hienas moteadas tienen un periodo de gestación inusualmente prolongado, y «macerarse» en este baño de andrógeno prenatal afecta al desarrollo del sistema nervioso de las crías, de modo que estas se hallan predispuestas al combate desde el momento en que nacen. Y además cuentan ya con las armas necesarias para ello: a diferencia de la mayoría de los mamíferos, los cachorros de hiena nacen con los ojos abiertos, los músculos coordinados y los dientes asomando ya a través de las encías y ansiosos por morder. Estos belicosos recién nacidos suelen luchar a muerte por la comida, y el cainismo es habitual entre ellos.

FREUDIANA


La inesperada verdad sobre los animales, Lucy Cooke, p. 36
Cuando era un estudiante de diecinueve años en la Universidad de Viena, el futuro fundador del psicoanálisis emprendió el que sería su primer auténtico trabajo de investigación,  desplazándose en 1876 a una estación zoológica de Trieste, en la costa adriática de Italia, con el encargo de encontrar los testículos de la anguila.
La única manera de determinar el género era abriendo el pez, «habida cuenta de que las anguilas no escriben diarios”, opinaba Freud con sarcasmo en una carta a un amigo. Durante semanas hizo exactamente eso, cada día, desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde, en un laboratorio caluroso y maloliente. Le habían encargado que investigara la pretensión de un profesor polaco llamado Szymon Syrski, que aseguraba haber descubierto los testículos de la anguila. “Pero dado que al parecer no sabe lo que es un microscopio», se quejaba Freud en su carta, «ha sido incapaz de proporcionar una descripción exacta de estos.”
Cuatro semanas y cuatrocientas anguilas destripadas después, Freud tiró la toalla. «Me he estado atormentando a mí mismo y a las anguilas, pero en vano: todas las anguilas que he abierto son del bello sexo”, se lamentaba, en tina misiva plagada de dibujitos de anguilas que mostraban una sonrisita burlona. El ensayo resultante de Freud, titulado «Observaciones sobre la forma y la estructura fina de los órganos arrollados de la anguila, órganos considerados los testículos», fue su primer trabajo publicado. Aunque sospechaba que Syrski estaba en lo cierto, no pudo ni confirmar ni desmentir las afirmaciones del polaco.
Nadie sabe con certeza en qué medida aquellas largas jornadas dedicadas a abrir peces de aspecto fálico en una infructuosa búsqueda de su sexo influirían en las posteriores teorías de Freud sobre la fase de “envidia del pene” del desarrollo psicosexual humano. Sea como fuere, en lo sucesivo el científico se dedicaría a sondear a sujetos menos escurridizos, como la psique humana, con bastante más éxito. Dos décadas más tarde, una solitaria anguila macho reveló finalmente sus partes íntimas. El joven biólogo que tuvo la fortuna de conocer a aquel ejemplar fue otro italiano, Giovanni Grassi, que capturó el pez -cuyos órganos sexuales estaban hinchados de esperma- nadando en la costa de Sicilia.

INCIPIT 981. LA LUCHA CONTRA EL DEMONIO / STEFAN ZWEIG


Cuanto más difícilmente se libera un hombre, tanto más logra conmover nuestro sentimiento humano. (Conrad Ferdinand Meyer)
En la presente obra, lo mismo que en la anterior trilogía titulada Tres maestros, se exhiben tres retratos de poetas unidos por una íntima afinidad; pero esta afinidad no debe tomarse más que como algo alegórico. No trato de buscar fórmulas para lo espiritual, sino que plasmo espiritualidades. Si en mis libros, con toda intención, coloco siempre unos retratos junto a los otros, lo hago para lograr un efecto pictórico, como lo hace el pintor que, buscando efectos de luz y de contraluz, logra poner de manifiesto, por medio del contraste, cualidades y analogías que de otro modo quedarían ocultas. Siempre me ha parecido la comparación un elemento creador de gran eficacia, y hasta me gusta como método, ya que puede ser usado sin  necesidad de forzarse; así como las fórmulas empobrecen, la comparación enriquece, pues realza los valores, dando una serie de reflejos que, alrededor de las figuras, forman como un marco de profundidad en el espacio. Ese secreto plástico lo sabía ya Plutarco, ese antiguo creador de retratos, quien, en sus Vidas paralelas, presenta siempre un personaje romano a la par que uno griego, para que así, detrás de la personalidad, pueda verse de modo más claro su proyección espiritual, es decir, el tipo.

INCIPIT 980. LA INESPERADA VERDAD SOBRE LOS ANIMALES / COOKE


¿Cómo pueden existir animales tan inútiles como los perezosos?
Como zoóloga y fundadora de la Asociación de Amigos del Perezoso, esta es una pregunta que me formulan muchas veces. En ocasiones lo de «inútiles”se define con mayor precisión, añadiendo otros términos entre los que «indolentes», «estúpidos”y «lentos” figuran como perpetuos favoritos; otras veces la pregunta viene acompañada de una apostilla –“Yo creía que la evolución tenía que ver con la "supervivencia de los más aptos"- proclamada con cierto aire de perplejidad o, lo que es peor, con cierto tufillo de petulancia propio de una especie superior.
Cada vez que esto sucede, yo respiro profundamente, y, con todo el aplomo que soy capaz de reunir, explico que los perezosos no son en absoluto unos inútiles. De hecho, constituyen una de las creaciones más peculiares de la selección natural, y una que, por si fuera poco, además ha tenido un éxito fabuloso. Puede que merodear furtivamente por las copas de los árboles apenas más deprisa que un caracol, andar cubiertos de algas e infestados de insectos y defecar tan solo una vez a la semana no sea precisamente la idea que tiene el lector de una vida modélica; pero ninguno de nosotros tiene que intentar sobrevivir en las extremadamente competitivas junglas de América Central y del Sur, algo que al perezoso se le da bastante bien.

LA TECNICA


No entres dócilmente en esa noche quieta, Ricardo Menéndez Salmón, p. 135
También allí tomé conciencia de algo que me atrevo a denominar la satisfacción del técnico, una satisfacción que se ampara no sólo en una práctica que tiene sus causas y genera sus consecuencias, sino que implica un modo de estar en el mundo, una gestualidad, un lenguaje, una actitud que entonces me pareció arrogancia pero que hoy acepto es una segunda naturaleza, el apellido añadido a una condición común. Porque los técnicos del hospital, los cirujanos y los oncólogos, los dueños de la vida y la muerte, estaban más allá de las servidumbres dictadas por el decoro y la paciencia. Ellos no pertenecían a este lado de la ecuación, y lo que comprendí es que, en realidad, cuando operaban no operaban a un hombre o a una mujer, ni siquiera a un cuerpo asexuado. Operaban casos. Y los casos eran moldes, recipientes, formas particulares con las que se llenaba un modelo ideal, denominado en el caso de mi padre cáncer de la cavidad oral, pero que en otros casos se llamarían linfoma de Burkitt o ependimoma infantil.
Los técnicos recibían a las familias en cubículos poco aireados, cuyas paredes estaban decoradas con diplomas amarillos por el tiempo y cuyas ventanas estaban cegadas por la palomina. No tenían buen aspecto. Tampoco lo pretendían. Exudaban esa forma de protocolo que exige la negligencia en el trato, una descortesía que no obedece a la falta de respeto, sino a una desatención hacia nada que no sea la extirpación, la erradicación, la mutilación de masas invasoras. Hablaban con palabras incompletas, truncadas, como los políticos cuando maltratan el idioma, y hacían gala de una apatía sospechosa, igual que dispépticos a los que la idea de comer resulta ridícula. No miraban a los ojos cuando evaluaban riesgos o sancionaban dietas. Eran implacables sin necesidad de alzar la voz, y al verlos, no sé por qué, me imaginaba a Franco firmando sentencias de muerte, sin estridencias ni florituras.

LA MUERTE DEL PADRE


No entres dócilmente en esa noche quieta, Ricardo Menéndez Salmón, p.123
Lo que sentí aquel 27 de diciembre de 2006 conversando con mi padre, mientras por un lado le hacía partícipe de mi felicidad e intentaba por otro ocultarle mis temores dado su estado, era que su pérdida implicaba la desaparición del único intermediario existente entre la muerte en tercera persona y la muerte en primera persona. Si él moría aquella mañana, si rendía la vida en aquella intervención delicadísima, se rompería la membrana que separaba el concepto abstracto y nebuloso de la muerte genérica del concepto empírico y diáfano de la muerte propia.
Con la muerte de mi padre, la solicitud, el esmero, el cuidado que me protegían de la extinción capitularían. Como en una carrera de relevos, el testigo de la muerte pasaría a mi mano. Pues lo que egoísta pero humanamente supe entonces, si bien sólo ahora alcanzo a explicarlo, es que cuando un hombre pierde a sus padres, cuando un hombre deja de ser hijo, descubre que ya sólo cabe pensar en la muerte como una entidad tangible, efectiva, sólida como un muro: como una cosa que te sucederá a ti. Lo que la muerte del padre supone para cada hombre es, en definitiva, el paso de lo velado a lo desnudo. Entre uno mismo y la muerte ya no hay nadie, ya no hay nada, salvo el cuerpo exiguo, el tiempo medido, la certeza innegociable de la mortalidad. Esta enseñanza es trágica, sin duda. La imagen de la desnudez apela al desamparo en que quedamos. No es sólo que la muerte del padre nos robe a una persona cercana, sino que nos hurta la posibilidad de seguir engañándonos con respecto a nuestra muerte. Subyace aquí un pensamiento mágico no muy distinto al que impide vincular a un verbo en pasado las acciones de un muerto reciente, y en virtud del cual, mientras somos hijos, sentimos que la muerte, y con ella el fin de nuestras funciones, su abolición radical, nos concederá un margen de olvido, no nos buscará en las curvas cerradas de las carreteras comarcales, nos ignorará en el bingo perverso de las neoplasias y de los aneurismas. El padre vivo supone un escudo historiado ante la muerte, un talismán de profeta, un pararrayos de carne y hueso. Pero cuando el escudo se quiebra, el talismán pierde su hechizo y el pararrayos se derrite, lo que queda es la desnudez atávica, biliosa y rotunda que significa el hecho de que debemos morir.

No existe ninguna fuerza disuasoria en este mundo para quien ha decidido matarse.


No entres dócilmente en esa noche quieta, Ricardo Menéndez Salmón, p. 98
A mi padre le recetaron disulfiram para disuadirle de beber. La droga se comercializaba en un fármaco llamado Antabus. Los nombres que las empresas farmacéuticas escogen para sus productos son fascinantes. Todos esos arcanos del dolor y de la angustia que forman ya parte de la épica posindustrial: Xanax, Demerol, Librium, Torazina, Seropram. He sido diez años consumidor de benzodiacepinas, y conozco bien el árbol genealógico de sus alias. Y aunque la relación de mis ansiedades y de mis adicciones sin duda tiene que ver con la historia que estoy contando, pues en cierta medida es consecuencia de ella, no debe distraerme de lo que ahora mismo intento relatar. La tentación de regresar a la piscina de Kafka siempre pende sobre la página. No en vano, los pecados de omisión son los más disculpables.
El disulfiram inhibe la acción de la acetaldehído deshidrogenasa, una enzima que permite la metabolización del etanol en ácido acético. Si se consume alcohol habiendo ingerido disulfiram, en el organismo se disparan una serie de alarmas. Se asiste entonces a un rosario de afecciones, a un drama en vivo y en directo. La más indulgente manifestación de la ingesta conjunta de alcohol y disulfiram es la eflorescencia cutánea. El cuerpo se convierte en un mapa de ronchas y salpicaduras. Después, en la escala del terror, llegan la náusea, el vómito, las palpitaciones, la disnea, la hiperventilación, la visión borrosa, el vértigo, la opresión en el pecho, la taquicardia y la arritmia. En algunos casos, el matrimonio entre alcohol y disulfiram conduce a la muerte.  Como una estrella exhausta, el corazón estalla.
El disulfiram es lo más parecido a llevar una pistola cargada contra la sien. Lo cual no impide que algunos alcohólicos sigan bebiendo. He visto a personas caminar mientras consumían botellas de ginebra a morro y vomitaban a cada paso. Se movían en línea recta, sin vacilaciones, arponeros en pos de la ballena blanca, al tiempo que el disulfiram los convertía en surtidores de su propia desdicha. Llevaban su némesis dentro y la aceptaban. Y con el tiempo, como las cucarachas frente a ciertos insecticidas, sus organismos se blindaban contra el antagonista. No existe ninguna fuerza disuasoria en este mundo para quien ha decidido matarse.

ALCOHOL


No entres dócilmente en esa noche quieta, Ricardo Menéndez Salmón, p. 35
La complejidad de abordar un tema como el alcoholismo procede de un prejuicio. Existe una vergüenza implícita en el hecho de ser alcohólico, algo por otro lado difícil de sustanciar, al menos en una cultura como la española, en la que el alcohol merece una consideración afectiva, casi familiar, protagonista como es de la mayoría de las actividades que otorgan una dimensión social a la existencia.
Beber es un aglutinador de la efervescencia, un inmunodepresor colectivo, la silla siempre dispuesta a acoger a amigos y a extraños. Pero su aparente ligereza esconde una pesadilla. Sucede cuando la bebida convierte la excepción en norma y la embriaguez deviene hábito, ese traje que, al vestirse cada día, ya no se ve. Mi familia nunca tuvo empacho en celebrar las quermeses del alcohol, en peregrinar en masa y con alegría a sus carnavales y ferias. Pero desde el momento en que se hizo evidente que mi padre tenía un problema al respecto, ese hecho intentó taparse como una sábana manchada de sangre.
Ello, por otro lado, respondía de modo coherente a la lógica de mi familia, que ha consistido en ocultar los problemas bajo la máscara de las buenas formas. Otro tipo de superstición ha triunfado así durante décadas. El hecho, siniestramente indemostrable, de que si algo no se menciona, ese algo deja de existir. La obstinación de la realidad en negar esta operación milagrosa ha tenido como consecuencia que la escritura demande también aquí sus poderes.

WIKIPEDIA

Todo el saber universal a tu alcance en mi enciclopedia mundial: Pinciopedia