Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

ALCOHOL


No entres dócilmente en esa noche quieta, Ricardo Menéndez Salmón, p. 35
La complejidad de abordar un tema como el alcoholismo procede de un prejuicio. Existe una vergüenza implícita en el hecho de ser alcohólico, algo por otro lado difícil de sustanciar, al menos en una cultura como la española, en la que el alcohol merece una consideración afectiva, casi familiar, protagonista como es de la mayoría de las actividades que otorgan una dimensión social a la existencia.
Beber es un aglutinador de la efervescencia, un inmunodepresor colectivo, la silla siempre dispuesta a acoger a amigos y a extraños. Pero su aparente ligereza esconde una pesadilla. Sucede cuando la bebida convierte la excepción en norma y la embriaguez deviene hábito, ese traje que, al vestirse cada día, ya no se ve. Mi familia nunca tuvo empacho en celebrar las quermeses del alcohol, en peregrinar en masa y con alegría a sus carnavales y ferias. Pero desde el momento en que se hizo evidente que mi padre tenía un problema al respecto, ese hecho intentó taparse como una sábana manchada de sangre.
Ello, por otro lado, respondía de modo coherente a la lógica de mi familia, que ha consistido en ocultar los problemas bajo la máscara de las buenas formas. Otro tipo de superstición ha triunfado así durante décadas. El hecho, siniestramente indemostrable, de que si algo no se menciona, ese algo deja de existir. La obstinación de la realidad en negar esta operación milagrosa ha tenido como consecuencia que la escritura demande también aquí sus poderes.

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