Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

A CORUÑA


La Tribuna, Emilia Pardo Bazán, p. 214
Pañales pobres se secaban en las cancillas de las puertas; la cuna del recién nacido, colocada en el umbral, se exhibía tan sin reparo como las enaguas de la madre ... y, no obstante, el barrio no era triste; lejos de eso, los árboles próximos, el campo y mar colindantes, lo hacían por todo extremo saludable; el paso de los coches lo alborotaba; los chiquillos, piando como gorriones, le prestaban por momentos singular animación; apenas había casa sin jaula de codorniz o jilguero, sin alhelíes o albahaca en el antepecho de las ventanas; y no bien lucía el sol, las barricadas de sardinas arenques, arrimadas a la pared y descubiertas, brillaban como gigantesca rueda de plata.
Tampoco faltaban allí comercios que, acatando la ley que obliga a los organismos a adaptarse al medio ambiente, se acomodaban a la pobreza de la barriada. Tiendecillas angostas, donde se vendían zarazas catalanas y pañuelos; abacerías de sucio escaparate, tras de cuyos vidrios un galán y una dama de pastaflora se miraban tristemente viéndose tan mosqueados y tan añejos, y las cajas tremendas de fósforos se mezclaban con garbanzos, fideos amarillos, aleluyas y naipes; figones que brindaban al apetito sardinas fritas y callos; almacenes en que se feriaban cucharas de palo, cestería, cribas y zuecos: tal era la industria de la cuesta de San Hilario. Allí se tuvo por notable caso el que un objeto adquirido se pagase de presente, y el crédito, palanca del moderno comercio, funcionaba con extraordinaria actividad.
Todo se compraba fiado; cigarrera había que tardaba un año en saldar los chismes del oficio. Reinaba en el barrio cierta confianza, una especie de compadrazgo perpetuo, un comunismo amigable: de casa a casa se pedían prestados no solamente enseres y utensilios sino

CHILENA


Cuentos completos, Roberto Bolaño, p. 385
37. En México me contaron la historia de una muchacha del MIR a la que torturaron introduciéndole ratas vivas por la vagina. Esta muchacha pudo exiliarse y llegó al DE Vivía allí, pero cada día estaba más triste y un día se murió de tanta tristeza. Eso me dijeron. Yo no la conocí personalmente. 38. No es una historia extraordinaria. Sabemos de campesinas guatemaltecas sometidas a vejaciones sin nombre. Lo increíble de esta historia es su ubicuidad. En París me contaron que una vez llegó allí una chilena a la que habían torturado de la misma manera. Esta chilena también era del MIR, tenía la misma edad que la chilena de México y había muerto, como aquélla, de tristeza. 39. Tiempo después supe la historia de una chilena de Estocolmo, joven y militante del MIR o exmilitante del MIR, torturada en noviembre de 1973 con el sistema de las ratas y que había muerto, para asombro de los médicos que la cuidaban, de tristeza, de morbus melancholicus. 40. ¿Se puede morir de tristeza? Sí, se puede morir de tristeza, se puede morir de hambre (aunque es doloroso), se puede morir incluso de spleen. 41. ¿Esta chilena desconocida, reincidente en la tortura y en la muerte, era la misma o se trataba de tres mujeres distintas, si bien correligionarias en el mismo partido y de una belleza simílar? Según un amigo, se trataba de la mísma mujer que, como en el poema de Vallejo «Masa», al morir se iba multiplicando sin dejar por ello de morir. (En realidad, en el poema de Vallejo el muerto no se multiplica, quienes se multiplican son los suplicantes, los que no quieren que muera.)

AGUA


El escándalo del sigo, GG Márquez, p. 211
COMO ÁNIMAS EN PENA
Hace ya muchos años que oí contar por primera vez la historia del viejo jardinero que se suicidó en Finca Vigía, la hermosa casa entre grandes árboles, en un suburbio de La Habana, donde pasaba la mayor parte de su tiempo el escritor Ernest Hemingway. Desde entonces la seguí oyendo muchas veces en numerosas versiones. Según la más corriente, el jardinero tomó la determinación extrema después de que el escritor decidió licenciarlo, porque se empeñaba en podar los árboles contra su voluntad. Se esperaba que en sus memorias, si las escribía, o en uno cualquiera de sus escritos póstumos, Hemingway contara la versión real. Pero, al parecer, no lo hizo.
Todas las variaciones coinciden en que el jardinero, que lo había sido desde antes de que el escritor comprara la casa, desapareció de pronto sin explicación alguna. Al cabo de cuatro días, por las señales inequívocas de las aves de rapiña, descubrieron el cadáver en el fondo de un pozo artificial que abastecía de agua potable a Hemingway y a su esposa de entonces, la bella Martha Gelhorm. Sin embargo, el escritor cubano Norberto Fuentes, que ha hecho un escrutinio minucioso de la vida de Hemingway en La Habana, publicó hace poco otra versión diferente y tal vez mejor fundada de aquella muerte tan controvertida. Se la contó el antiguo mayordomo de la casa, y de acuerdo con ella, el pozo del muerto no suministraba agua para beber, sino para nadar en la piscina. Y a ésta, según contó el mayordomo, le echaban con frecuencia pastillas desinfectantes, aunque tal vez no tantas para desinfectarla de un muerto entero. En todo caso, la última versión desmiente la más antigua, que era también la más literaria, y según la cual los esposos Hemingway habían tomado el agua del ahogado durante tres días. Dicen que el escritor había dicho: “La única diferencia que notamos era que el agua se había vuelto más dulce”.

EL TIO WIGGILY DE CONNECTICUT


-¿Por qué? Porque es tonto, por eso -dijo Eloise-. Además ... escúchame, chica de carrera ... Si alguna vez te casas de nuevo, no le cuentes nada a tu marido. ¿Me oyes?
-¿Por qué? -dijo Mary Jane.
-Porque yo te lo digo, por eso -dijo Eloise-.A ellos les gusta pensar que nos pasábamos la vida vomitando cada vez que se nos acercaba un muchacho. Te lo digo en serio. Puedes contarle cosas, desde luego. Pero nunca la verdad. Nunca la verdad, en serio. Si le dices que una vez conociste a un muchacho apuesto, tienes que decirle con el mismo tono que en realidad era demasiado apuesto.Y si le cuentas que conociste a un muchacho inteligente, tienes que decirle que era un vivales o un sabelotodo. Si no lo haces, esgrimen contra ti al pobre muchacho cada vez que pueden -Eloise hizo una pausa para beber un trago y pensar-. Mira -dijo-, te escucharán como personas maduras y todo eso. Hasta pondrán cara de tipos  endemoniadamente comprensivos. Pero no te dejes engañar. Créeme. Estás perdida si alguna vez piensas que tienen la menor comprensión. Palabra.
Mary Jane, que parecía deprimida, alzó la cabeza separando la barbilla del brazo del sofa. Para variar de postura, apoyó el mentón en el antebrazo. Meditó sobre los consejos de Eloise.
-No puedes decir que Lew sea tonto -dijo.
-¿Quién no puede?
-Quiero decir que es inteligente, ¿no? –replicó Mary Jane con ingenuidad.
-Oye -dijo Eloise-. ¿Para qué seguir con eso? Hablemos de otra cosa. No haría más que deprimirte. Mándame callar.
-Bueno, ¿por qué te casaste, entonces?
-¡Dios! No sé. No sé. Me dijo que tenía devoción por Jane Austen. Me explicó que sus libros eran interesantísimos. Eso fue exactamente lo que dijo. Después de casarnos descubrí que no había leído ninguno de sus libros. ¿Sabes quién es su autor favorito?
Mary Jane movió la cabeza.
-L. Manning Vines. ¿Lo has oído nombrar alguna vez?

CUBA


El escándalo del sigo, GG Márquez, p. 211
Antes del mediodía aterrizamos entre las mansiones babilónicas de los ricos más ricos de La Habana: en el aeropuerto de Campo Columbia, luego bautizado con el nombre de Ciudad Libertad, la antigua fortaleza batistiana donde pocos días antes había acampado Camilo Cienfuegos con su columna de guajiros atónitos. La primera impresión fue más bien de comedia, pues salieron a recibirnos los miembros de la antigua aviación militar que a última hora se habían pasado a la Revolución y estaban concentrados en sus cuarteles mientras la barba les crecía bastante para parecer revolucionarios antiguos.
Para quienes habíamos vivido en Caracas todo el año anterior, no era una novedad la atmósfera febril y el desorden creador de La Habana a principios de 1959. Pero había una diferencia: en Venezuela una insurrección urbana promovida por una alianza de partidos antagónicos, y con el apoyo de un sector amplio de las Fuerzas Armadas, había derribado a una camarilla despótica, mientras en Cuba había sido una avalancha rural la que había derrotado, en una guerra larga y difícil, a unas Fuerzas Armadas a sueldo que cumplían las funciones de un ejército de ocupación. Era una distinción de fondo, que tal vez contribuyó a definir el futuro divergente de los dos países, y que en aquel espléndido mediodía de enero se notaba a primera vista.

TEDDY


Nueve cuentos, JD Salinger, p. 233
-Bueno ... , no estoy muy seguro de lo que haría -dijo Teddy-. Lo que sé es que no empezaría con las cosas con que por lo general empiezan las escuelas. -Cruzó los brazos y reflexionó un instante-. Creo que primero reuniría a todos los niños y les enseñaría a meditar. Trataría de enseñarles a descubrir quiénes son, y no simplemente cómo se llaman y todas esas cosas ... Pero antes creo que les haría olvidar todo lo que les han dicho sus padres y todos los demás. Quiero decir, aunque los padres les hubieran dicho que un elefante es grande, yo les sacaría eso de la cabeza. Un elefante es grande sólo cuando está al lado de otra cosa, un perro, o una mujer, por ejemplo - Teddy recapacitó un instante-. Ni siquiera les diría que un elefante tiene trompa. A lo sumo, les mostraría un elefante, si tuviera uno a mano, pero les dejaría ir hacia el elefante sabiendo ellos tanto de él como el elefante de ellos. Lo mismo haría con la hierba y todas las demás cosas. Ni siquiera les diría que la hierba es verde. Los colores son sólo nombres. Porque, si usted les dice que la hierba es verde, van a empezar a esperar que la hierba tenga algún aspecto determinado, el que usted dice, en vez de algún otro que puede ser igualmente bueno y quizá mejor. No sé. Yo les haría vomitar hasta el último pedacito de manzana que sus padres y todo el mundo les han hecho morder.

K.


Iluminaciones, Walter Benjamin, p. 80
Pero al fin los comerciantes se fueron apoderando de la profesión y, cuando más tarde se generalizó el uso del retoque del negativo, con el que el mal pintor se vengaba de la fotografía, el gusto decayó rápidamente. Era el tiempo en que los álbumes de fotos empezaban a llenarse. Se encontraban con preferencia en los sitios más gélidos de la casa, sobre las consolas o veladores del recibidor: las cubiertas de piel con horrendas guarniciones metálicas, y las hojas de un dedo de espesor y con los cantos dorados; en ellas se distribuían figuras bufamente vestidas o envaradas: el tío Alex o la tía Rita, Margaritina cuando era pequeña, papá en su primer año de facultad y, por fin, para consumar la ignominia, nosotros mismos como tiroleses de salón, lanzando gorgoritos, agitando el sombrero sobre un fondo pintado de ventisqueros, o como aguerridos marinos, una pierna recta y la otra doblada, como es debido, apoyados en un poste bien pulido.Con sus pedestales, sus balaustradas y sus mesitas ovales, recuerda el andamiaje de estos retratos el tiempo en que, a causa de lo mucho que duraba la exposición, había que dar a los modelos puntos de apoyo para que quedasen quietos. Si en los comienzos bastó con apoyos para la cabeza o para las rodillas, pronto vinieron otros accesorios, como ocurrió en cuadros famosos y que, por tanto, debían ser artísticos. Primero fue la columna o la cortina. Ya en los años sesenta se levantaron hombres más capaces contra semejante desmán. En una publicación especializada inglesa de entonces se lee: «En los cuadros la columna tiene una apariencia de posibilidad, pero es absurdo el modo como se emplea en la fotografía, ya que normalmente aparece en esta colocada sobre una alfombra. Y cualquiera puede estar convencido de que las columnas de mármol o de piedra no se erigen tomando como base una alfombra”. Fue entonces cuando surgieron aquellos estudios con sus cortinones y sus palmeras, sus tapices y sus caballetes, tan ambiguamente a medio camino entre la ejecución y la representación, entre la cámara de tortura y el salón del trono, y de los cuales aporta un testimonio conmovedor una foto temprana de Kafka. En una especie de paisaje de  invernadero se ve en ella a un niño de, aproximadamente, seis años de edad, embutido en un humillante traje infantil con pasamanerías. Pasmados penachos de palmeras se alzan al fondo. Y, como si se tratase de hacer aún más sofocante, más bochornoso ese trópico entre cojines, lleva el modelo en la mano izquierda un sombrero desorbitadamente grande, de ala ancha, como el que usan los españoles. El pequeño Kafka desaparecería en semejante escenificación si sus ojos, inconmensurablemente tristes, no dominasen ese paisaje que les ha sido destinado.

BORGES


El escándalo del siglo, GGMárquez
Todos los años, por estos días, un fantasma inquieta a los escritores grandes: el Premio Nobel de Literatura. Jorge Luis Borges, que es uno de los más grandes y también uno de los candídatos más asiduos, protestó alguna vez en una entrevista de prensa por los dos meses de ansiedad a que lo someten los augures. Es inevitable: Borges es el escritor de más altos  méritos artísticos en lengua castellana, y no pueden pretender que lo excluyan, sólo por piedad, de los pronósticos anuales. Lo malo es que el resultado final no depende del derecho propio del candidato, y ni siquiera de la justicia de los dioses, sino de la voluntad inescrutable de los miembros de la Academia Sueca.
La versión más corriente entre escritores y críticos es que los académicos suecos se ponen de acuerdo en mayo, cuando se empieza a fundir la nieve, y estudian la obra de los pocos finalistas durante el calor del verano. En octubre, todavía tostados por los soles del sur, emiten su veredicto. Otra versión pretende que Jorge Luis Borges era ya el elegido en mayo de 197 6, pero no lo fue en la votación final de noviembre. En realidad, el premiado de aquel año fue el magnífico y deprimente Saul Bellow, elegido deprisa a última hora, a pesar de que los otros premiados en las dístintas materias eran también norteamericanos.
Lo cierto es que el22 de septiembre de aquel año -un mes antes de la votación-, Borges había hecho algo que no tenía nada que ver con su literatura magistral: visitó en audiencia solemne al general Augusto Pinochet. «Es un honor inmerecido ser recibido por usted, señor presidente», dijo en su desdichado discurso. “En Argentina, Chile y Uruguay se están salvando la libertad y el orden”, prosiguió, sin que nadie se lo preguntara. Y concluyó impasible: “Ello ocurre en un continente anarquizado y socavado por el comunismo”. Era fácil pensar que tantas barbaridades sucesivas sólo eran posibles para tomarle el pelo a Pinochet. Pero los suecos no entienden el sentido del humor porteño. Desde entonces, el nombre de Borges había desaparecido de los pronósticos. Ahora, al cabo de una penitencia injusta, ha vuelto a aparecer, y nada nos gustaría tanto a quienes somos al mismo tiempo sus lectores insaciables y sus adversarios políticos que saberlo por fin liberado de su ansiedad anual.

CARACAS 1958


El escándalo del siglo, GGMárquez, p. 206
La única consigna que se impartió a la población fue que a las doce del día del 23 de enero de 1958 se hiciera sonar el claxon de los automóviles, que se interrumpiera el trabajo y se saliera a la calle a derribar la dictadura. Aun desde la redacción de una revista bien informada, muchos de cuyos miembros estaban comprometidos en la conspiración, aquélla parecía una consigna infantil. Sin embargo, a la hora solicitada, estalló un inmenso clamor de bocinas unánimes, se hizo un embotellamiento descomunal en una ciudad donde ya entonces los embotellamientos del tránsito eran legendarios, y numerosos grupos de universitarios y obreros se echaron a las calles para enfrentarse con piedras y botellas contra las fuerzas del régimen. De los cerros vecinos, tapizados de ranchos de colores que parecían pesebres de Navidad, descendió una arrasadora marabunta de pobres que convirtió a la ciudad entera en un campo de batalla. Al anochecer, en medio de los tiroteos dispersos y los aullidos de las ambulancias, circuló un rumor de alivio por la redacción de los periódicos: la familia de Pérez Jiménez escondida en tanques de guerra se había asilado en una embajada. Poco antes del amanecer se hizo un silencio abrupto en el cielo, y luego estalló un grito de muchedumbres desaforadas y se desataron las campanas de las iglesias y las sirenas de las fabricas y las bocinas de los automóviles, y por todas las ventanas salió un chorro de canciones criollas que se prolongó casi sin pausas durante dos años de falsas ilusiones. Pérez Jiménez se había fugado de su trono de rapiña con sus cómplices más cercanos, y volaba en un avión militar hacia Santo Domingo. El avión había estado desde el mediodía con los motores calientes en el aeropuerto de La Carlota, a pocos kilómetros del palacio presidencial de Miraflores, pero a nadie se le había ocurrido arrimarle una escalerilla cuando llegó el dictador fugitivo acosado de cerca por una patrulla de taxis que no lo alcanzaron por muy pocos minutos. Pérez Jiménez, que parecía un nene grandote con lentes de carey, fue izado a duras penas con una cuerda hasta la cabina del avión, y en la dispendiosa maniobra olvidó en tierra su maletín de mano. Era un maletín ordinario, de cuero negro, donde llevaba el dinero que había ocultado para sus gastos de bolsillo: trece millones de dólares en billetes.
Desde entonces y durante todo el año de 1958, Venezuela fue el país más libre de todo el mundo.

CUBA


El escándalo del siglo, GGMárquez, p. 232
En La Habana, la fiesta estaba en su apogeo. Había mujeres espléndidas que cantaban en los balcones, pájaros luminosos en el mar, música por todas partes, pero en el fondo del júbilo se sentía el conflicto creador de un modo de vivir ya condenado para siempre, que pugnaba por prevalecer contra otro modo de vivir distinto, todavía ingenuo, pero inspirado y demoledor. La ciudad seguía siendo un santuario de placer, con máquinas de lotería hasta en las farmacias y automóviles de aluminio demasiado grandes para las esquinas coloniales, pero el aspecto y la conducta de la gente estaba cambiando de un modo brutal. Todos los sedimentos del subsuelo social habían salido a flote, y una erupción de lava humana, densa y humeante, se esparcía sin control por los vericuetos de la ciudad liberada, y contaminaba de un vértigo multitudinario hasta sus últimos resquicios. Lo más notable era la naturalidad con que los pobres se habían sentado en las sillas de los ricos en los lugares públicos. Habían invadido los vestíbulos de los hoteles de lujo, comían con los dedos en las terrazas de las cafeterías del Vedado, y se cocinaban al sol en las piscinas de aguas de colores luminosos de los antiguos clubes exclusivos de Siboney. El cancerbero rubio del Hotel Habana Hilton, que empezaba a llamarse Habana Libre, había sido reemplazado por milicianos serviciales que se pasaban el dia convenciendo a los campesinos de que podían entrar sin temor, enseñándoles que había una puerta de ingreso y otra de salida, y que no se corría ningún riesgo de tisis aunque se entrara sudando en el vestíbulo refrigerado. Un chévere legítimo del Luyanó, retinto y esbelto, con una camisa de mariposas pintadas y zapatos de charol con tacones de bailarín andaluz, había tratado de entrar al revés por la puerta de vidrios giratorios del Hotel Riviera, justo cuando trataba de salir la esposa suculenta y emperifollada de un diplomático europeo. En una ráfaga de pánico instantáneo, el marido que la seguía trató de forzar la puerta en un sentido mientras los milicianos azorados trataban de forzarla desde el exterior en el sentido contrario. La blanca y el negro se quedaron atrapados por una fracción de segundo en la trampa de cristal, comprimidos en el espacio previsto para una sola persona, hasta que la puerta volvió a girar y la mujer corrió confundida y ruborizada, sin esperar siquiera al marido, y se metió en la limusina que la esperaba con la puerta abierta y que arrancó al instante. El negro, sin saber muy bien lo que había pasado, se quedó confundido y trémulo.
-¡Coño! -suspiró-. ¡Olía a flores!

TRANQUILINA IGUARAN, ABUELA DE GARCIA MARQUEZ


El escándalo del siglo, GGMárquez, p. 248
Hablo de esto con tanta propiedad porque mi abuela materna fue el sabio más lúcido que conocí jamás en la ciencia de los presagios. Era una católica de las de antes, de modo que repudiaba como artificios de malas artes todo lo que pretendiera ser adivinación metódica del porvenir. Así fueran las barajas, las líneas de la mano o la evocación de los espíritus. Pero era maestra de sus presagios. La recuerdo en la cocina de nuestra casa grande de Aracataca, vigilando los signos secretos de los panes perfumados que sacaba del horno.
Una vez vio el 09 escrito en los restos de la harina, y removió cielo y tierra hasta encontrar un billete de la lotería con ese número. Perdió. Sin embargo, la semana siguiente se ganó una cafetera de vapor en una rifa, con un boleto que mi abuelo había comprado y olvidado en el bolsillo del saco de la semana anterior. Era el número 09. Mi abuelo tenía diecisiete hijos de los que entonces se llamaban naturales –como si los del matrimonio fueran artificiales-, y mi abuela los tenia como suyos. Estaban dispersos por toda la costa, pero ella hablaba de todos a la hora del desayuno, y daba cuenta de la salud de cada uno y del estado de sus negocios como si mantuviera una correspondencia inmediata y secreta. Era la época tremenda de los telegramas que llegaban a la hora menos pensada y se metían como un viento de pánico en la casa. Pasaba de mano en mano sin que nadie se atreviera a abrirlo, hasta que a alguien se le ocurría la idea providencial de hacerlo abrir por un niño menor, como si la inocencia tuviera la virtud de cambiar la maldad de las malas noticias.
Esto ocurrió una vez en nuestra casa, y los ofuscados adultos decidieron poner el telegrama al rescoldo, sin abrirlo, hasta que llegara mi abuelo. Mi abuela no se inmutó. «Es de Prudencia Iguarán para avisar que viene -dijo-. Anoche soñé que ya estaba en camino.” Cuando mi abuelo volvió a casa no tuvo ni siquiera que abrir el telegrama. Volvió con Prudencia Iguarán, a quien había encontrado por casualidad en la estación del tren, con un traje de pájaros pintados y un enorme ramo de flores, y convencida de que mi abuelo estaba allí por la magia infalible de su telegrama.
La abuela murió de casi cien años sin ganarse la lotería. Se había quedado ciega y en los últimos tiempos desvariaba de tal modo que era imposible seguir el hilo de su razón. Se negaba a desvestirse para dormir mientras la radio estuviera encendida, a pesar de que le explicábamos todas las noches que el locutor no estaba dentro de la casa. Pensó que la engañábamos, porque nunca pudo creer en una máquina diabólica que permitía oír a alguien que estaba hablando en otra ciudad distante.

SAN VICENTE


Cuentos completos, Roberto Bolaño, p. 475
Dos cuentos católicos
l. LA VOCACIÓN
1. Tenía diecisiete años y mis días, quiero decir todos mis días, uno detrás de otro, eran un temblor constante. Nada me entretenía, nada vaciaba la angustia que se acumulaba en mi pecho. Vivía como un actor imprevisto dentro del ciclo iconográfico del martirio de san Vicente. ¡San Vicente, diácono del obispo Valero y torturado por el gobernador Daciano en el año 304, ten piedad de mí! 2. A veces hablaba con Juanito. No, a veces no. A menudo. Nos sentábamos en los sillones de su casa y hablábamos de cine. A Juanito le gustaba Gary Cooper. Decía: La apostura, la templanza, la limpieza de alma, el valor. ¿Templanza? ¿Valor? Le hubiera escupido a la cara lo que se ocultaba tras sus certezas, pero prefería enterrar las uñas en el reposa brazos y morderme los labios cuando él no me miraba e incluso cerrar los párpados y hacer como que meditaba sus palabras. Pero yo no meditaba. Al contrario: se me aparecían, bajo la forma de un carrusel, las imágenes del martirio de san Vicente. 3. Primero: atado a un aspa de madera, es descoyuntado mientras le desgarran la carne con garfios. Y luego:  sometido al tormento del fuego en una parrilla sobre brasas. Y luego: preso en una mazmorra cuyo suelo está cubierto de cascotes de vidrio y de cerámica. Y luego: el cadáver del mártir, abandonado en lugar desierto, es defendido por un cuervo contra la voracidad de un lobo. Y luego: desde una barca es arrojado su cuerpo al mar con una rueda de molino atada al cuello. Y luego: el cuerpo es devuelto por las olas a la costa y allí piadosamente enterrado por una  matrona y otros cristianos.

INCIPIT 898. ¡MIRA LOS ARLEQUINES ! NABOKOV


Conocí a la primera de mis tres o cuatro sucesivas mujeres en circunstancias bastante extrañas, cuyo acaecer hacía pensar en una burda intriga plagada de detalles absurdos y urdida por un conspirador que no sólo ignoraba el fin perseguido, sino que también se empeñaba en torpes maniobras que parecían excluir toda posibilidad de éxito. Fueron precisamente esos errores, sin embargo, los que tejieron por sí solos una red que me atrapó y, con ayuda de otras tantas torpezas de mi parte, me obligó a cumplir el destino que era la única finalidad de la trama.
En algún momento del semestre académico de Pascua, durante el último año que pasé en Cambridge (1922), fui consultado “en mi carácter de ruso” acerca de algunos pormenores para la caracterización de los personajes de El inspector de Gógol, que el Grupo Glowworm -dirigido por lvor Black, un buen actor aficionado- deseaba representar en inglés. Él y yo teníamos el mismo profesor consejero en el Trinity College: lvor Black me sacó de quicio con su tediosa imitación de las remilgadas maneras del viejo (actuación que se prolongó durante casi todo nuestro almuerzo en el Pitt). La breve conversación dedicada al motivo de nuestro encuentro fue aún menos agradable. Ivor Black quería que el alcalde de Gógol apareciera en robe de chambre, pues “cuanto ocurría en la obra ¿no era acaso tan sólo una pesadilla del viejo pillo, y el título en ruso, Revizor, no provenía quizá del francés reve, sueño?”. Le dije que la idea me parecía insensata.
Si es que hubo ensayos, no participé de ellos. En realidad, que lo pienso, nunca llegué a saber si el proyecto de Black vio alguna vez las candilejas.

INCIPIY 897. EL CAMPO, EL PUEBLO, EL YERMO / WILLIAM FAULKNER


QUEMAR COBERTIZOS
El almacén donde celebraba sesión el Juez de Paz olía a queso. El muchacho, acurrucado sobre el barril de clavos al fondo del atestado local, tenia conciencia de oler el queso, y más: desde su sitio veía las estanterías alineadas, bien apretadas con las formas sólidas, achaparradas, dinámicas, de unas latas cuyas etiquetas leía su estómago, no por los rótulos que no le decían nada a su mente, sino por los diablos escarlata y la curva plateada de pez --eso, el queso que él se daba cuenta de oler y la carne hermética que él creía que sus intestinos olían llegando en intermitentes ráfagas, momentáneas y breves entre lo otro constante, el olor y la sensación nada más que un poco de miedo porque sobre todo era de desesperación y dolor, el viejo tirón feroz de la sangre. No veía la mesa donde se sentaba el Juez y ante la cual su padre y el  enemigo de su padre (nuestro enemigo, pensó en esa desesperación; ¡el nuestro! ¡mío y suyo a la vez! ¡Él es mi padre!) estaban de pie, pero podía oírlos, a los otros dos, esto es, porque su padre todavía no había dicho palabra. --Pero ¿qué pruebas tiene usted, señor Harris?
--Ya se lo he dicho. El cerdo se me metió en el maíz. Lo cogí y se lo devolví. Él no tenía cerca que lo sujetara. Se lo dije, le avisé. A la otra vez, metí al cerdo en mi cochiquera ... Cuando él vino a buscarlo le di bastante alambre para poner un parche en su cochiquera. A la siguiente cogí el cerdo y me lo quedé. Fui a caballo a su casa y vi el alambre todavía enrollado en el rollo en su patio. Le dije que podía llevarse el cerdo si me pagaba una compensación de un dólar. Esa noche vino un negro con el dólar y se llevó el cerdo.

CHOPPED


Cuentos completos, Roberto Bolaño, p. 510
¿Qué es el chopped? ¿En qué consiste un bocadillo de chopped? ¿Está el pan untado con tomate y unas gotitas de aceite de oliva o va el pan seco, envuelto en papel de aluminio, también llamado, por la marca del fabricante, papel alba!? ¿Y en qué consiste el chopped? ¿Es acaso mortadela? ¿Es una mezcla de jamón york y mortadela? ¿Una mezcla de salami y mortadela? ¿Hay algo de chorizo o salchichón en el chopped? ¿Y por qué la marca del papel de aluminio se llama alba!? ;Es un apellido. el apellido del señor Nemesio Alba!? ¿O alude a alba, al alba clara de los enamorados y de los trabajadores que antes de partir a su tarea meten en su tartera medio kilo de pan con su correspondiente ración de lonchas de chopped?

BOLAÑO


Entre paréntesis, Roberto Bolaño, p. 53
Volví a Chile a los veinte años, a hacer la Revolución, con tan mala fortuna que a los pocos días de llegar a Santiago ocurrió el golpe de Estado y los militares se hicieron con el poder. Mi viaje fue largo y algunas veces he pensado que si me hubiera demorado más en Honduras, por ejemplo, o al coger el barco en Panamá, el golpe de Estado me habría pillado antes de arribar a Chile y mi destino hubiera sido otro.
De todas maneras, y pese a las desgracias colectivas y a las pequeñas desgracias personales, recuerdo los días posteriores al golpe como días plenos, llenos de energía, llenos de erotismo, días y noches en los cuales todo podía suceder. No desearía, en modo alguno, que mi hijo tuviera que vivir unos veinte años como los que viví yo, pero también debo reconocer que mis veinte años fueron inolvidables. La experiencia del amor, del humor negro, de la amistad, de la prisión y del peligro de muerte se condensaron en menos de cinco meses interminables, que viví deslumbrado y aprisa. Durante ese tiempo, en lo que a la literatura respecta, sólo escribí un poema, no malo como los que solía escribir entonces, sino malísimo. Pasados esos cinco meses volví a salir de Chile y nunca más he vuelto. Ahí empieza el exilio o lo que se suele conocer como exilio, aunque la verdad es que yo no lo sentí así.
En ocasiones el exilio se reduce a que los chilenos me digan que hablo como un español, los mexicanos me digan que hablo como un chileno y los españoles me digan que hablo como un argentino: una cuestión de acento.

11S CHILE


Cuentos completos, Roberto Bolaño, p. 381
28. El 11 de septiembre me presenté como voluntario en la única célula operativa del barrio en donde yo vivía. El jefe era un obrero comunista, gordito y perplejo, pero dispuesto a luchar. Su mujer parecía más valiente que él. Todos nos amontonamos en el pequeño comedor de suelo de madera. Mientras el jefe de la célula hablaba me fijé en los libros que tenía sobre el aparador. Eran pocos, la mayoría novelas de vaqueros como las que leía mí padre. 29. El11 de septiembre fue para mí, además de un espectáculo sangriento, un espectáculo humorístico. 30. Vigilé una calle vacía. Olvidé mí contraseña. Mis compañeros tenían quince años o eran jubilados o desempleados. 31. Cuando murió Neruda yo ya estaba en Mulchén, con mis tíos y tías, con mis primos. En noviembre, mientras viajaba de Los Ángeles a Concepción, me detuvieron en un control de carretera y me metieron preso. Fui el único al que bajaron del autobús. Pensé que me iban a matar allí mismo. Desde el calabozo oí la conversación que sostuvo el jefe del retén, un carabinero jovencito y con cara de hijo de puta (un hijo de puta revolviéndose en el interior de un saco de harina), con sus jefes de Concepción. Decía que había capturado a un terrorista mexicano. Luego se retractó y dijo: terrorista extranjero. Mencionó mi acento, mis dólares, la marca de mi camisa y de mis pantalones. 32. Mis bisabuelos, los Flores y los Graña, intentaron vanamente domar la Araucanía (aunque no fueron capaces ni de domarse a sí mismos), por lo que es probable que fueran nerudianos en la desmesura; mi abuelo Roberto Ávalos Martí fue coronel y estuvo destinado en varias plazas del sur hasta una jubilación temprana y oscura, lo que me hace pensar que fue nerudiano en el blanco y en el azul; mis abuelos paternos llegaron de Galicia y Cataluña, dejaron sus vidas en la provincia de Bío-Bío y fueron nerudianos en el paisaje y en la laboriosa lentitud. 33. Durante algunos días estuve encerrado en Concepción y luego me soltaron. No me torturaron, como temía, ni siquiera me robaron. Pero tampoco me dieron nada para comer ni para taparme por las noches, por lo que tuve que vivir de la buena voluntad de los presos que compartían su comida conmigo. De madrugada escuchaba cómo torturaban a otros, sin poder dormir, sin nada que leer, salvo una revista en inglés que alguien había olvidado allí y en la que lo único interesante era un artículo sobre una casa que en otro tiempo perteneció al poeta Dylan Thomas. 34. Me sacaron del atolladero dos detectives, excompañeros míos en el Liceo de Hombres de Los Ángeles, y mi amigo Fernando Fernández, que tenía un año más que yo, veintiuno, pero cuya sangre fría era sin duda equiparable a la imagen ideal del inglés que los chilenos desesperada y vanamente intentaron tener de sí mismos. 35. En enero de 1974 me marché de Chile. Nunca más he vuelto.

INIPIT 896. LA TIERRA QUE PISAMOS / JESUS CARRASCO


Hoy me ha despertado un ruido en mitad de la noche. No un ronquido de Iosif, que, raro en él, a esa hora dormía a mi lado en silencio, medio hundido en la lana del colchón. He permanecido tumbada, con la mirada detenida en las vigas de haya que sustentan el techo, apretando fuertemente las sábanas en busca de una firmeza que el lino, tan sutil, me ha negado. Durante un buen rato me he quedado quieta, con los hombros contraídos y las manos cerradas. Quería volver a escuchar el ruido con nitidez para poder atribuírselo a alguno de nuestros animales y así, tranquila, regresar al sueño. Pero, más allá del aire agitando las ramas de la gran encina, no he percibido nada, y entonces, como por ensalmo, el viejo mito del intruso de ojos vaciados por la codicia se ha agarrado a mis tripas y ha empezado a devorarlas.
Es agosto, las hojas de guillotina están subidas hasta los topes y una brisa perfumada y cálida mece los visillos.

INCIPIT 895. LA NOVIA DE LOS SOLTEROS / STEPHEN KOCH


Vi por primera vez a Mel Dworkin en el invierno de ... las Supremes. Fue en una de aquellas sonadas fiestas de mi juventud; una juventud maravillosa, entregada con descarado entusiasmo a su sistemática decadencia. Era una fiesta del downtown, en pleno Soho y en su primera fase, cuando éste todavía era un barrio en bruto, tan auténtico que ni siquiera tenia nombre. El escenario de la fiesta era un enorme espacio grisáceo, mugriento y destartalado, azotado por el lamento de My world is empty without you, babe!, donde la multitud abandonaba sus caderas al martilleo de la música. Una sala de baile perfecta para descargar nuestra nueva energía, nuestro nuevo erotismo.
Todavía hoy me parece increíble que todo aquel resplandor haya sido engullido por el pasado. Nueva York acababa de nacer, y era la ciudad más emocionante del mundo. El arte, como la vida, no había hecho más que empezar. Nosotros, todos nosotros, teníamos acceso a una especie de tiempo nuevo y potencialmente infinito que no podía compararse a nada de lo que había sucedido antes. La juventud, y la historia, nos habían elegido. Los Beatles estaban en su momento culminante, y las Supremes subían como la espuma. La canción Baby Love sonaba en todas partes; hacía cuatro días, Rauschenberg y Johns hablan sido nombrados clásicos. La reputación de Mel Dworkin había alcanzado su cenit: era el pintor del año, nuestra nueva  estrella. Y en medio de todo aquello estaba yo, un jovencísimo historiador del arte a punto de empezar una tesis que el tiempo y una pequeña dosis de tragedia transformarían en La novia de los solteros.

EDNA O'BRIEN JOVEN


¿Por qué escribir?. Philip Roth, p. 338
EDNA O'BRIEN: La atracción y el amor sexual no son un impulso de la conciencia, sino del instinto y la pasión, y en este aspecto los hombres y las mujeres son radicalmente distintos. El hombre aún sigue teniendo mayor autoridad y mayor autonomía. Es algo biológico. El destino de la mujer es recibir el esperma y retenerlo, y el del hombre, en cambio, consiste en darlo, y en esa entrega se agota, de ahí que a continuación se retire. Mientras ella, en cierto sentido, está siendo alimentada, él, por el contrario, está siendo vaciado, y, para resucitarse a sí mismo, procede a una huida temporal. Como consecuencia de todo ello, tenemos el resentimiento de la mujer, al verse abandonada, aunque sea por poco tiempo, y el sentimíento de culpabilidad de él, porque se aparta; y, sobre todo, su sentido innato de la autoprotección, por el que tiene que volver a encontrarse, para una nueva afirmación de sí mismo. La unión, pues, nunca pasa de relativa. El hombre puede ayudar a fregar los platos, etcétera, pero siempre anda con la mirada en otro sitio, y su compromiso es más ambiguo.
ROTH: ¿No hay mujeres igualmente promiscuas?
EDNA O'BRIEN: A veces las hay, pero no tienen la misma sensación de haber conseguido algo. Me atrevo a decir que la mujer es capaz de un amor más profundo y más duradero. A lo cual añado que la mujer siempre tiene más miedo de que la dejen. Eso sigue siendo así. Vaya usted a cualquier cantina de mujeres, a la sección de ropa de mujer, a la peluquería, al gimnasio, y encontrará  muchísima desesperación y muchísima competencia. La gente se desgañita gritando eslóganes, que se quedan en eso, en meros eslóganes: lo que de veras nos determina es lo que sentimos y hacemos. Las mujeres no están más seguras en sus emociones de lo que estaban antes. Lo que pasa es que ahora se las arreglan mejor con ellas. La única verdadera seguridad consistiría en apartarse de los hombres, desprenderse de ellos, pero eso equivaldría a una pequeña muerte ... Al menos para mí.

EL TEATRO DE SABBATH

¿Por qué escribir? Philip Roth, p. 486
El teatro de Sabbath tiene como épigrafe un verso del anciano Próspero en el quinto acto de La tempestad, la admisión de Próspero de que la verdad más imborrable de todas -la fastidiosa ley de la cesación- ha llegado a colarse en su cerebro. «De cada tres de mis pensamientos -dice Próspero-, uno se consagrará a mi tumba.”
Podía haber titulado el libro La muerte y el arte de morir. Es un libro en el que el colapso nervioso es endémico, el suicidio es endémico, el odio es endémico, la lujuria es endémica. Donde la desobediencia es endémica. Donde la muerte es endémica. Mickey Sabbath no vive dándole la espalda a la muerte como hacemos las personas normales. Nadie podría estar más de acuerdo que Sabbath con el juicio de Franz Kafka cuando escribió: «El sentido de la vida es que se acaba».
Conocer a los muertos, reunirse con ellos, nunca está lejos de la imaginación de Sabbath. Cuanto más se acerca a muertos -a sus muertos-, más fuerte es el géiser de sentimientos atormentados y más se aleja de la violenta y hostil representación que es su vida. El libro es un viaje salvaje con los muertos hacia su propia herida.
Su libro está obsesionado por la muerte: por un lado está el gran pesar de Sabbath por las muertes ajenas y por el otro su alegría por la suya propia. Hay saltos de alegría y saltos de desesperación. Sabbath aprende a desconfiar de la vida cuando matan a su adorado hermano mayor en la Segunda Guerra Mundial. La muerte de Morty decide cómo vivirá Sabbath. La muerte de Morty establece el patrón oro del pesar.
El golpe de la muerte construye a Sabbath mucho antes de tiempo por la crisis nacida de la contingencia. Se transforma totalmente a los quince años cuando lo inimaginable se vuelve espantosamente real, cuando todo lo esencial en la vida desaparece en un abrir y cerrar de ojos.
En esta novela, los cadáveres no están ocultos bajo el suelo sobre el que los vivos pasan la vida bailando. Aquí los cadáveres también bailan. Ninguna muerte y ninguna pérdida quedan sin detallar. Todos los que entran aquí, todos, están ligados a la muerte y ninguno escapa al dolor. Hay pérdida, muerte, agonía, decadencia, pesar. .. ¡y risas! ¡Unas risas irreprimibles! Acosado por la muerte y perseguido a todas partes por la risa.

ESCRITORES


Las Bellas Extranjeras, Mircea Cesarescu, p. 32
EL MUNDO LITERARIO HA SIDO SIEMPRE ASÍ y así seguirá siendo siempre. Habitualmente, los teatros son ejemplos clásicos de «nidos de víboras”, pero los actores, por mucho que se critiquen y se envidien unos a otros, no pueden permitirse el lujo de hacerlo en público. Los escritores tienen sin embargo, a su disposición, los periódicos y las revistas y sus broncas se ven amplificadas a través de ellos hasta unas dimensiones grotescas. La regla principal que domina toda esta acumulación de odio, animadversión, venganzas y desprecio sonaría más o menos así: en el mundo literario se perdona casi todo, la falta de talento, la vileza, la hipocresía, la cobardía. Se consideran pecados humanos y son contemplados con tolerancia. Lo que no se te perdona jamás, a ningún precio, es el éxito.
Nosotros seríamos unos autores del montón, pero el hecho de que estuviéramos ahora en  París fue considerado, con toda seguridad, una especie de éxito y muchos de los que no habían sido elegidos no nos lo perdonaron. La mayoría piensa que si puedes viajar al extranjero, si te traducen, si se venden tus libros, vives una especie de beatitud que se te sube a la cabeza, que miras a los demás con desprecio desde las alturas. Si se te ocurre no responder inmediatamente a un correo electrónico te encuentras con una larga carta injuriosa. Cada matiz de tu voz y cada uno de tus gestos son sopesados e interpretados torticeramente: mira tú adónde hemos llegado, ya no estamos a su nivel. .. Nadie cree que sigas siendo el mismo, que sigas con tu vida y tus problemas y que te duele, como a todos los demás, que te traten injustamente. Que te duele, sobre todo, ese rencor general que no puedes entender, tú, que odias tener enemigos. Cada uno de nosotros, apretujados ahora entre el gentío en la recepción de la embajada, con un plato en una mano y una copa en la otra, sentía esa ambigüedad: la satisfacción de estar entre los elegidos y el sentimiento de culpa por los demás, por los que se habían quedado en casa. Porque no son la beatitud, el triunfo o el desprecio los que acompañan siempre al éxito, como se piensa, sino el profundo sentimiento de culpa porque, sin quererlo, hieres con tu mera existencia el orgullo de mucha gente.

PARIS


Las Bellas Extranjeras, Mircea Cartarescu, p. 96
Oh, París. París es París. En verano huele a pis. En invierno es sombrío y plomizo. El famoso metro es el más eficiente y el más accesible del mundo, pero es más feo que un dolor. ¿Y qué más da? Nosotros, los rumanos, tenemos París tan grabado en las circunvoluciones del cerebro como el sol en los pétalos y en el cogollo del girasol. Antes se vendían latas de «Air de Paris”. Y es que París entero es una especie de lata. Es como un gigantesco vientre de mariposa hembra que expande sus feromonas por el mundo entero. Las he encontrado, enquistadas pero todavía vivas, prisioneras entre las páginas de los libros y las he aspirado con voluptuosidad desde que tengo uso de razón. Después de la revolución, habré estado en esta ciudad unas veinte veces y en cada ocasión me ha asaltado una especie de síndrome Amok, una exaltación especial que no he vivido en ninguna otra parte. Es como si me reencontrara con un barrio olvidado en el que hubiera vivido antes o con el que tal vez solo hubiera soñado, y donde cada muro y el nombre de cada calle me golpearan de lleno como una especie de revelación: sí, lo recuerdo, he pasado ya por aquí, en otra vida. Creo sinceramente que todos los artistas rumanos han vivido en París durante una vida anterior; de lo contrario resulta inexplicable el poder que ejerce esta maldita ciudad sobre nosotros.

LA HUMANIDAD


Babel contra Babel, RS Ferlosio, p. 17
Cuentan que Napoleón, en no me acuerdo ahora qué batalla, al ver la gran cantidad de muertos propios que yacían en el campo –“el alto precio que había habido que pagar por la victoria”, como hoy suele decirse-, se despachó con este comentario: “Todo esto lo remedia una noche de París”. Su inmenso amor a Francia comportaba que para él los franceses no contasen más que como sumandos en el censo; mientras se mantuviese el índice de productividad genética preciso para suplir las bajas y cubrir las vacantes, todo -o sea, Francia- seguía marchando bien. Pero así Francia, en realidad, venia a convertirse justamente en  enemiga mortal de los franceses, al erigirse en algo respecto de lo cual se había de dar por reparado en cada nuevo nacimiento lo para siempre irreparable de cada muerte singular, al igual que en el empedrado de las calles el adoquín gastado se reemplaza enseguida con el nuevo, sacrificando, en fin, en el altar del ídolo la insustituibilidad de cada vida humana y su recuerdo. Mucho más tarde, Mao, más generoso de carne china viva de cuanto hambrienta de ella llegara a serlo jamás la tierra misma del sísmico país, se declaraba dispuesto a hacer ofrenda de hasta trescientos millones de habitantes para perpetuación de su Celeste Imperio.
¿Qué era, pues, China si podía sobrevivir incluso al hecho de que cada chino viese morir a otro junto a sí? Después Sadat dijo que Egipto estaba dispuesto a sacrificar hasta un millón de egipcios para recuperar el canal de Suez y el Sinaí; de modo que Galtieri tenia ya precursores cuando ofertó sus cuarenta mil muertos por la soberanía de las Malvinas.
Una Humanidad que sobrevive y que se perpetúa siempre a costa de hacer o padecer cada vez más atroces inhumanidades y de ir haciendo a los hombres cada vez más inhumanos no entiendo que pueda querer ser conservada por otro mérito alguno que el de ser una interesante, aunque desagradable, curiosidad zoológica. “Nosotros no pretenderíamos nunca -decía Juan de Mairena- educar a las masas. A las masas que las parta un rayo. Nos dirigiríamos al hombre, que es lo único que nos interesa ... “ A imagen Y semejanza de esas masas de que hablaba Mairena está formada la noción de Humanidad, cuya extinción o desaparición se teme hoy tanto; pues si las masas, como se ha dicho con acierto, son un invento de la ametralladora, puede decirse que la Humanidad es, a su vez, un invento de la bomba termonuclear. Yo, que voy, por desgracia, con mi tiempo, al menos en tener más mala lengua que el discreto Mairena, no puedo ahora por menos que parafrasear, recalentado, su templado exabrupto, para aplicárselo a la Humanidad, con parejos sentimientos: a la Humanidad, a la especie, que la den por saco.

INCIPIT 894. EL ALMA DE LOS PULPOS / SY MONTGOMERY


Atenea. Descubrir el cerebro de un molusco
Un día de mediados de marzo inusitadamente cálido, cuando en Nuevo Hampshire la nieve empezaba a derretirse y convertirse en barro, fui a Boston, donde la gente paseaba por el puerto o estaba sentada en los bancos con cucuruchos de helado. Yo, sin embargo, cambié el agradable sol por el húmedo y tenue santuario del Acuario de Nueva Inglaterra. Tenía una cita con un pulpo gigante del Pacífico.
No sabía gran cosa de los  pulpos, pero lo poco que sabía me intrigaba: es un animal que tiene veneno, como una serpiente, pico, como un loro, y tinta, como una pluma estilográfica. Puede pesar tanto como un hombre y ser tan largo como un coche, y sin embargo es capaz de introducir su ancho e invertebrado cuerpo por una abertura del tamaño de una naranja. Puede cambiar de color y de forma. Puede percibir el sabor de algo con la piel. Y son inteligentes.

INCIPIT 893. ¿POR QUE ESCRIBIR? / PHILIP ROTH

«SIEMPRE HE QUERIDO QUE ADMIRASEIS MI AYUNO», O UNA MIRADA A KAFKA*

 A LOS ALUMNOS DE INGLÉS 275,
UNIVERSIDAD DE PENSILVANIA, OTOÑO DE 1972

«Siempre he querido que admiraseis mi ayuno», dijo el artista del hambre. «Lo admiramos de veras”, replicó afablemente el supervisor. «Pero no deberíais admirarlo», dijo el artista del hambre. “'Bien, entonces trataremos de no admirarlo -dijo el supervisor-, pero ¿por qué no habríamos de admirarlo?” “Porque he de ayunar, no puedo evitarlo”, respondió el artista del hambre. «Hay que ver cómo eres -dijo el supervisor-, ¿y por qué no puedes evitarlo?” “Porque -respondió el artista del hambre, alzando un poco la cabeza y hablando con los labios fruncidos, como para dar un beso, al oído del supervisor, de modo que no pudiera perderse ninguna sílaba-, porque no podría encontrar la comida que me gusta. Si la hubiera encontrado, créeme, no habría hecho aspavientos y me habría atiborrado como cualquier otro.” Estas fueron sus últimas palabras, pero en sus ojos que se apagaban permaneció la firme aunque ya no orgullosa persuasión de que seguía ayunando.
FRANZ KAFKA, “Un artista del hambre”
* Escrito en 1973.

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