Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.354. ALGUN DIA SERE RECUERDO / MARCOS GIRALT TORRENTE


ISLA DE MEMORIA

En febrero de 1983 el escritor José Bergamín me contó que durante su infancia había visto en el Parque del Retiro de Madrid, ciudad donde había nacido en 1895, unos indígenas enjaulados -tal vez indios amazónicos- que eran la principal atracción de una exposición sobre las antiguas colonias americanas. Creo que el relato de Bergamín incluía también la noticia de que, terminada la exposición, los indígenas no habían sido devueltos a su lugar de origen, sino que se habían quedado varados en Madrid, protegidos por alguien que les procuró comida y vestido y trató de adiestrarlos en las costumbres de la metrópoli, pero de esta parte, como de la triste suerte que corrieron luego, no estoy ya seguro. Mi recuerdo es el recuerdo de un recuerdo recordado, la distorsión de una distorsión, una isla de memoria ajena que he hecho mía por la impresión que me causó. Es seguro que olvido detalles y que he adulterado otros. Las razones por las que se fijó en mi memoria -el trato animal dispensado a seres humanos, la empatía hacia quienes habían sido usurpados sin remisión de su arcana inocencia primitiva- no son las mismas, en cambio, por las que perdura treinta y dos años después.


JAVIER MARIÑO


Algún día seré recuerdo, Marcos Giralt Torrente, p. 151

Gonzalo Torrente Ballester militaba en Falange cuando escribió Javier Mariño entre 1941 y 1942. No era, en cambio, un camisa vieja. Había ingresado en el partido estallada ya la guerra, tan tarde como en otoño de 1936, después de regresar a Galicia desde París, adonde lo habían llevado sus estudios de doctorado. Su pretensión inicial al volver no fue unirse al Movimiento, triunfante ya en Galicia, sino reencontrarse con su mujer y sus dos hijos, pero al llegar supo que gran parte de sus amigos estaban huidos, encarcelados o habían sido asesinados y, aconsejado por un sacerdote amigo, decidió dar el paso por mero afán de supervivencia. Le avalaron los hermanos Suevos, falangistas de primera hora, a quienes conocía desde años antes. Eso es lo que contaba mi abuelo y, a la luz de sus cartas de esa época, no tengo razones para pensar que mintiera. Su trayectoria previa, además, parece confirmarlo. Desde el anarquismo de su primera juventud, había evolucionado hacia el galleguismo republicano en el que militaban sus amigos de entonces. Sin embargo, no era un político, nunca lo fue. Tenía una meta a la que subordinaba cualquier otra: convertirse en escritor. Por lo demás, su acendrado escepticismo, agitado por numerosas contradicciones, le hacía difícil comulgar a pies juntillas con ningún credo.


NABOKOVIANA


Algún día seré recuerdo, Marcos Giralt Torrente, p. 104

Incluso Nabokov, que lo considera el más grande novelista ruso, muy superior a Dostoievski y al mismo Turguéniev, no pasa por alto la limitación de alguno de sus recursos. En la clase sobre Ana Karénina, del Curso de literatura rusa, señala que en Tolstói las transiciones temáticas son deslucidas y abruptas en comparación con las de Flaubert en Madame Bovary. Mientras Flaubert es capaz de realizarlas en una sola frase, Tolstói se sirve de recursos poco finos, como abrir nuevos capítulos innecesarios desde un punto de vista estructural, y sin embargo tales defectos no logran ensombrecer, para Nabokov, su excelencia en otros aspectos. Sin necesidad de mencionar la rotunda complejidad moral de sus personajes (es esclarecedora su comparación de la personalidad plena, compacta de Ana Karénina frente a la más frívola y volátil de Emma Bovary), encuentra contundentes motivos para reivindicar su escritura. En su ensayo sobre La muerte de Iván Ilich señala: «Un rasgo peculiar del estilo de Tolstói es lo que voy a llamar el purismo por tanteo. Para describir una meditación, una emoción o un objeto tangible, Tolstói sigue los contornos de ese pensamiento, esa emoción o ese objeto hasta quedar perfectamente satisfecho de su presentación y recreación. Ello supone lo que podríamos llamar repeticiones creadoras, una serie apretada de enunciados reiterativos, que se suceden uno tras otro, cada cual más expresivo, cada cual más apropiado a lo que quiere decir Tolstói. El escritor va tanteando; deshace el paquete verbal en busca de un sentido interior, pela la manzana de la frase, intenta decirlo de una manera, luego de otra mejor, tantea, da un rodeo, juguetea, tolstea con las palabras».


GUERRA Y PAZ


Algún día seré recuerdo, Marcos Giralt Torrente, p. 101

Lev Tolstói murió hace ciento tres años en la casa del jefe de estación de Astápovo, un remoto nudo ferroviario ruso que carecía de un hotel donde cobijarlo durante su agonía. Había llegado en tren, con la intención de proseguir camino hacia el sur, huyendo de la parálisis espiritual en  que lo sumía la imposibilidad de armonizar sus ideales ascéticos con el ruido cotidiano y los intereses de su numerosa familia. Su muerte, así como las circunstancias previas -la fuga de su casa, el intento de suicidio de su mujer tras descubrir su marcha y el goteo de familiares y amigos que llegaron para asistirlo-, fueron divulgadas por una multitud de periodistas acampados en tiendas y otros alojamientos improvisados. Nunca la muerte de un escritor ha despertado tanta atención mediática, y, sin riesgo de errar en la predicción -mera consecuencia de la devaluación social de la profesión literaria-, muy probablemente ninguna otra la despertará en el futuro. Su impacto debió de ser similar al que en tiempos más recientes causaron las muertes de John Lennon y Diana Spencer. Salvando la distinta proporción debida a los medios técnicos de una y otra época, la analogía no resulta exagerada.


GTB


Algún día seré recuerdo, Marcos Giralt Torrente, p. 42

CARTA BLANCA

Querido abuelo:

No es fácil resumir los diecisiete años transcurridos desde tu muerte. Diecisiete años sin tu amparo. Como el espacio que me han concedido para esta extraña carta es escaso, a riesgo de obviar asuntos relevantes mencionaré solo lo que te atañe directamente: las dos estirpes de tu descendencia se separaron nada más morir tú, murió tu última mujer y murieron los dos hijos varones de la primera, mi abuela. Desde entonces la muerte se ha convertido en rutina. Mi propio padre murió hace ya nueve años.

Pero vayamos a lo bueno, que igualmente lo ha habido: he publicado algunos libros, y si bien no estudié las oposiciones que me recomendabas, me atreví a ser padre. Tú, que lo fuiste once veces, sin duda adivinas el volantazo de miedos y alegrías antes desconocidas que he experimentado. A mí, padre de un único hijo, me cuesta imaginar qué componendas tuviste que hacer contigo para permitirte tu fabulosa fecundidad. Once hijos es demasiado. Los sacaste adelante, nadie puede reprocharte lo contrario. Pero ¿a qué precio? ¿Fuiste justo con todos ellos? ¿Y qué significa exactamente sacarlos adelante? ¿Alimentarlos mientras fueron menores? ¿Procurarles estudios? Tendemos a pensar que los muertos permanecen inalterados en la memoria de quienes los conocieron en vida.


GONZALO TORRENTE MALVIDO


Algún díia seré recuerdo, Marcos Giralt Torrente, p. 33

La historia de mi tío conmigo, como cualquier historia compleja, tiene varios finales. El primero aconteció en esa misma década de los ochenta, alrededor de tres años después de aquel golpe, que le permitió comprarse una casa y vivir con holgura una temporada. Estábamos en el Puerto de Santa María, habíamos ido a los toros y, a la salida de la plaza, alguien lo llamó desde un bar. De inmediato se puso tenso: miró a los lados en busca de escapatoria y al final no le cupo otro remedio que obedecer. Yo fui detrás, pero me quedé retirado, observando sin escuchar las palabras que intercambiaba con quien lo había llamado: un cantaor tan conocido que traer aquí su nombre pervertiría el sentido del relato, de quien mi tío, gran aficionado al flamenco, fue amigo íntimo. Mi tío permanecía casi mudo y era el otro, por lo común callado, quien hablaba. La conversación acabó cuando este sacó del bolsillo del chaleco una moneda pequeña de oro y se la entregó. Me llevó un tiempo asimilar lo que sucedió a continuación. · Salimos del bar y mi tío, nervioso, me dijo que debía regresar a Madrid. Meses más tarde averigüé la razón: se había apropiado de una gran cantidad de dinero que el cantaor le había confiado para pagar a un carísimo odontólogo de Barcelona especializado en cantantes y temía por su vida, no por lo que su antiguo amigo pudiera ordenar que le hicieran, ya que la moneda que le regaló simbolizaba el perdón, sino por lo que un espontáneo de su cohorte pudiera intentar para reivindicarse. Pero lo esencial no es eso. Lo esencial es que, mientras huíamos por los callejones más oscuros del Puerto de Santa María, mi tío me pidió que intercambiáramos nuestras americanas. Esa sencilla propuesta, que en un principio atendí sin darle importancia, nos marcaría en adelante. A mi madre le costó olvidarla y yo no pude evitar que algo irreversible se rompiera entre nosotros.


INCIPIT 1.353. BOWIE / MARIA HESSE, FRAN RUIZ


Este libro es varias cosas:

En primer lugar, el resultado de muchas horas de documentación sobre uno de los artistas más emblemáticos de nuestro tiempo.

En segundo lugar, una recreación de la biografía de alguien que tenía muchos reparos en hablar de sí mismo y que, cuando lo hacía, solía mixtificar lo que contaba.

En tercer lugar, y sobre todo, una muestra de admiración y cariño por parte de dos personas cuyas vidas han sido profundamente influenciadas por la música y el arte de David Bowie.

Bowie fue un maestro del artificio y de la ocultación. Para contar su historia hemos decidido adoptar ese mismo enfoque. En su obra, nuestro héroe nos enseñó que mostrar las cosas desde un único prisma, por muy honesto que este procure ser, puede resultar más falaz que dar una visión fragmentada y ambigua. Por ello, y porque somos conscientes de que una biografía es inevitablemente una obra de ficción, hemos decidido mezclar pasajes de la vida real de Bowie con elementos fantásticos. De este modo hemos pretendido acercarnos a la realidad de una de las personalidades más interesantes y enigmáticas que conoceremos nunca: jugando a imaginar qué pudo pensar y sentir la persona David Robert Jones en diferentes momentos de su vida. Jugar a intentar intuirle. En esto no hay engaño alguno.

Deseamos que disfrutes mucho de este libro y que te ayude a conocer mejor a Bowie. Cuando termines, quizá te apetezca escuchar un buen álbum. Podrías empezar por Hunky Dory o  Station to Station.

Nosotros llevamos décadas disfrutando de ellos.


INCIPIT 1.352. LA VERDAD DE LA PATRIA / RS FERLOSIO

Villalar por tercera y última vez

Desde que el honorable salió al balcón y dijo: «Cataluña soy yo», se ha redoblado por estos andurriales el estridente griterío de los gatos que quieren zapatos, de las mariquitas que quieren ir de guantes, de las monas que quieren vestirse de seda. En los manuales de historia próximos futuros, bajo un epígrafe en negrita que dirá «El regionalismo », los estudiantes de bachillerato leerán: «Hacia finales de la década de los setenta, bla bla bla, el fenómeno histórico del regionalismo, bla bla bla». Pero este futuro «fenómeno histórico » no fue en principio más que una pelotita de papel que López Rodó echó al aire una mañana tonta y que el rapidísimo pelotari Suárez, a la voz de «¡mía!», empalmó de volea mientras pensaba: «¡Qué bola, Señor, qué bola!». Y así, el más listo de todos los políticos (si bien en la era de los Carter y los Giscard no es al fin tan difícil que un castellano fino, con instinto y reflejos para el carpe diem, llegue a brillar como un Solón o un Lorenzo el Magnífico)


VICTIMATO


La verdad de la Patria, RS Ferlosio, p. 237

Se considera a las víctimas como algo sagrado y no lo son. Han armado una nueva configuración mental; han transformado el sentimiento en venganza sagrada, con su ganar y perder, al que no le falta su negra honrilla; se han constituido en asociación con lista de socios, que son los parientes de los muertos, con su organización burocrática, sus declaraciones públicas, su doctrina; al resultado de esta inversión capital es a lo que yo llamo Victimato


CATALUNYA


La verdad de la Patria, RS Ferlosio, p. 223

El artículo se encuadra en la polémica desatada por la publicación en El Pais del artículo de Juan Benet titulado «Catalunha en la Espanya moderna» (2 de junio de 1983), que dio lugar a un aluvión de «cartas al director», algunas muy airadas. El artículo de Benet concluía con el siguiente párrafo: «Y he aquí que en pleno centro de Madrid, en la plaza de Colón, se abre una exposición que se anuncia al público con grandes y elegantes caracteres: «Catalunya en la España moderna». ¿Quién habrá sido el salvaje, me pregunto, que, por sí y ante sí ha decidido enviar a la ñ a hacer punyetas? Sin duda un personaje adulador y nada sobrado de conocimientos, pero ¿se habría atrevido a hacer algo semejante con un «La France en la España moderna»? ¿ Y por qué no Espanha, o Espanya o Spagna? ¿Qué escrúpulo le detuvo para respetar la segunda ñ? ¿O es que quiere marcar las diferencias? ¿ Y qué intención le puede llevar a tal apuntamiento? Sin duda que, de una manera oblicua, no ha pretendido sino vejar a los catalanes por no haber sabido en su día dar a la ñ el tratamiento que merece; para recordarles una historia lingüística que tiene ciertas limitaciones, como la imposibilidad de utilizar el signo de interrogación inicial que, de poderlo hacer, concedería mayor flexibilidad a sus múltiples aseveraciones. Porque, lo quiera o no el autor del letrero, Cataluña, en nuestra lengua, se escribe con ñ, con una tilde como la copa de un pino.


La demencia senil de la cultura española


La verdad de la Patria, RS Ferlosio, p. 30

La cultura española no recuerda, pero anda loca por conmemorar. Una vez más, con una recurrencia que alcanza obstinación de pesadilla, se pide la traída a España de los restos de Machado. No sé cuándo se tendrá la delicadeza de recordar que no fue circunstancia fortuita ni trivial la que le llevó a dar con sus huesos en Colliure, y sobre todo que no debe su sepulcro a algún anónimo e indiferente azar administrativo, sino al personal impulso de piedad de una mujer francesa, y comprender que ni aquella última huella de su vida tiene por qué ser borrada ni tan tierno acto de hospitalidad postrera merece ser deshecho, sino perpetuado. Por lo demás, Colliure está tan cerca que la breve y grata excursión no viene más que a aumentar el incentivo y estimular el apetito para los fervorosos jubileos de la fauna necrófaga española. Pero lo último que se está urdiendo contra el descanso de aquellos pobres huesos es nada menos que confiar el encargo a una comisión constituida por la Real Academia y presidida por el Rey, con lo que la amenaza tocaría esta vez en dimensiones de homenaje nacional. Justo el gasto que estaba haciendo falta para aliviar el superávit del presupuesto de cultura! Cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo mata moscas.


ExPAÑA


La verdad de la patria, Ferlosio, p. 9

Puede que la de Rafael Sánchez Ferlosio -la de los llamados «niños de la guerra»- sea la primera generación de intelectuales y escritores españoles que se desentendió de España como patria. La primera que no quiso saber nada de España como «problema», y a la que la misma España ni le dolía ni le dejaba de doler, simplemente se la repampinflaba.Así dicho, puede que esto suene demasiado chocante y hasta un punto provocador, pero, hechas las correspondientes matizaciones, se ajusta bastante bien a la realidad de los hechos. Educados y crecidos en el franquismo, esos «niños de la guerra» padecieron en carne propia, durante sus años de formación, la exaltación partidaria de la más rancia ideología nacional, y fueron la primera generación para la que los símbolos y distintivos patrióticos -la bandera y el himno, por supuesto, pero también Don Pelayo, el Cid Campeador y Agustina de Aragón, el flamenco, la jota, los toros, el pasodoble, la paella, todo el beaterio nacionalcatólico, El Escorial y hasta la mismísima Giralda de Sevilla- quedaron indeleblemente impregnados de la refitolera fraseología de un régimen autárquico, vengativo, zafio y anacrónico, entre cuyos daños más prolongados se cuenta el quizá irreparable desapego de muchos españoles respecto de todos esos símbolos y distintivos, y hasta de la misma palabra «España», y la noción que de ella se desprende.


El sentido del sinsentido


No callar, Javier Cercas, p. 504

En un artículo publicado en El Confidencial y dedicado al documental Soy Georgina, de Netflix, Alberto Olmos cita una frase de la protagonista sobre su marido, el futbolista Cristiano Ronaldo: «Cristiano es supernormal. Es más normal que la gente normal». Perplejo, el escritor comenta: «¿Se puede ser más normal que el conjunto mayoritario de personas que establece la norma? ¿Cómo va a ser normal alguien estando en solitario en su normalidad? Es muy fuerte esto». No he visto el documental, ni tengo la más mínima intención de verlo, pero Olmos lleva razón. Lo raro es que casi la misma frase de Georgina la pronunció Salvador Dalí («Yo no soy normal», proclamó el padre del método paranoico-crítico. «Soy supernormal ») y a mí no solo no me pareció muy fuerte, sino que, como cualquier persona normal, la entendí a la primera.

En realidad, no es raro: ciertas frases, dichas por ciertas personas, resultan ininteligibles, mientras que, dichas por otras, no solo adquieren un significado transparente, sino que pueden contener prodigios de lucidez, como si se tratara de sinsentidos dotados de sentidos que el sentido común y corriente ni siquiera es capaz de vislumbrar. «Yo ya era famosa mucho antes de que nadie me conociera», declaró en una ocasión Lady Gaga; la sentencia, en sí mi.sma deliciosa, cobra no obstante todo su esplendor si quien la  profiere es la cantante que saltó a la fama con dos álbumes consecutivos titulados The Fame y The Fame Monster. Por otra parte, es un hecho que existen enunciados cuyo alcance real solo se advierte con plenitud si es un gallego quien los formula. Vale la pena citar, por ejemplo, uno de Pío Cabanillas, eximio pontevedrés que ocupó cinco carteras ministeriales distintas en cinco gobiernos del tardofranquismo y la Transición, y que, al terminar cualquier contienda electoral, preguntaba sin falta: «iQuiénes hemos ganado?»; y yo apuesto que debe de ser político y gallego el personaje que le dijo al gallego Fernando Ónega (según este consignó en La Vanguardia): «Aquí cada uno va a lo suyo, menos yo, que voy a lo mío».


INCIPIT 1.351. EL ORIGEN DEL MUNDO / JORGE EDWARDS


Todo comenzó el lunes o el martes de la semana pasada, frente al cuadro. Comenzó con una ocurrencia repentina, con una pregunta. No había pasado de ser una broma, pero después de la noche del último lunes, después del encuentro del cadáver, aquella broma, de la que no me había olvidado, adquiría matices más inquietantes, menos livianos. Matices más oscuros, por decirlo de alguna manera.

-¿Sabes una cosa? -le pregunté a Silvia en voz baja, después de haber mirado el cuadro en la gran sala de los Courbet durante un par de minutos.

-¿Qué cosa?

-Se parece mucho a ti.

-iEstás loco! -exclamó Silvia, ruborizada como una colegiala, más irritada de lo que yo habría podido prever, y miró para los lados, porque nunca, y sobre todo eμ esa época del año, en pleno verano, faltaban los turistas españoles.

-Pero si es la misma guatita -le expliqué, confundido, aunque riéndome, a pesar de todo, y pensando que los españoles no entenderían el chilenismo


DFW


No callar, Javier Cercas, p. 393

Borges le reprochó al Ulises su proceder acumulativo: su incapacidad para seleccionar lo relevante y descartar lo superfluo; dirigida a la obra milimétrica de Joyce, la objeción me parece injusta, pero no dirigida a la de DFW. Esta contiene fragmentos deslumbrantes, pero es víctima de uno de los peores peligros que acechan a un escritor -la facilidad- y de una de las más dañinas supersticiones americanas -la de la Gran Novela: la de la Novela Grande-; así que es difícil no darle la razón a Michiko Kakutani, quien comparó La broma infinita con las esculturas inacabadas de Miguel Angel: la obra de un genio, aunque no sea una obra genial. En realidad, el genio de DFW resulta más visible en sus crónicas y ensayos. Es ahí donde DFW, que fue un escritor encarnizadamente posmoderno, libra un combate titánico y desesperado contra la ironía cínica, sarcástica y nihilista del posmodernismo, lo que le condujo a abogar por una especie de literatura pedagógica. Nunca la practicó, por fortuna -era demasiado buen escritor para hacerlo-, pero esa lucha agónica le convirtió en heraldo de una literatura nueva, que nunca llegó a ver.

DFW nació en 1962 en Nueva York, pero gran parte de su vida transcurrió en Urbana, Illinois, donde residían sus padres. Allí viví yo dos años a fines de los ochenta, mientras DFW peleaba contra una depresión protegido por el «Fondo Mr. y Mrs. Wallace para Niños Desnortados», como lo llamaba el escritor. Por eso he pensado a veces que no es imposible que alguna noche de entonces, en alguna casa de aquella pequeña ciudad universitaria donde todos los veinteañeros nos conocíamos y todos asistíamos a todas las fiestas y todos hablábamos con todos, me cruzase con DFW y conversásemos con una cerveza en la mano. Quién sabe. Era tal vez el escritor más talentoso de mi generación, y el 12 de septiembre de 2008 se ahorcó en el patio de su casa de Claremont, California.


UCRANIA


No callar, Javier Cercas,  p. 362

Ahora bien, ¿cómo es posible que, entre nosotros, quienes no paran de reclamarse herederos de la Segunda República propongan repetir en Ucrania el error de la no intervención? ¿Cómo es posible que llamen «partidos de la guerra» a quienes intentan ayudar a los ucranios que han decidido defenderse del golpe de Putin como decidieron los españoles defenderse del golpe de Franco?¿QUé se ha hecho del «iNo pasarán!», aquel lema que blandió la resistencia española como lo blande hoy la ucrania? Hay quien sostiene que la negativa de Podemos a entregar armas a los ucranios surge de la ignorancia, o de ese pacifismo de chiquipark que, enfrentado a sujetos como Putin, mata más gente que Rambo (ninguna objeción a la «diplomacia de precisión» propugnada por Pablo Iglesias, salvo que, con la entera diplomacia occidental movilizada para tratar de desactivar a Putin, suena a chiste de Los Morancos); nada de esto me convence. Hasta donde alcanzo, la única explicación verosímil la adujo el ministro Garzón, líder de Izquierda Unida, que enmarcó la actitud de Podemos en la batalla que este partido mantiene con la vicepresidenta Yolanda Díaz, quien sí apoya el envío de armas a Ucrania; en otras palabras: Podemos no cree, como no es probable que lo crea ningún ser racional, que abstenerse de mandar armas a los ucranios para que se defiendan de Putin contribuya a la paz -a menos que sea la paz de los cementerios, claro está-, sino que dice lo que dice, como escribe Garzón, «por puro interés faccional». O sea, por las mismas razones que, mutatis mutandis, impulsaron la política de no intervención en la Guerra Civil. Miento: no es que todas las guerras tengan cosas en común; es que, a fin de cuentas, todas son la misma guerra.


EUROPA


No callar, Javier Cercas, p. 327

Hace unos años George Steiner pareció que intentaba definir la identidad de Europa en una conferencia titulada La idea de Europa. Allí argumentó que nuestro continente puede  reducirse a cinco axiomas. El primero es que Europa es sus cafés, esos lugares de reunión donde la gente conspira y escribe y debate, y donde nacieron las grandes filosofías, los grandes movimientos artísticos, las grandes revoluciones ideológicas y estéticas. El segundo axioma es que Europa es una naturaleza domesticada y paseable, un paisaje de escala humana que contrasta con los paisajes salvajes, desmesurados e intransitables de Asia, América, Africa u Oceanía. El tercero es que Europa es un lugar preñado de historia, un vasto lieu de mémoire cuyas calles y plazas están plagadas de nombres que recuerdan un pasado siempre presente, a la vez luminoso y asfixiante. El cuarto es que Europa es el depósito de una herencia doble, contradictoria e inseparable: la herencia de Atenas y Jerusalén, de Sócrates y de Jesucristo, de la razón y la revelación. Y el quinto es que Europa es su propia conciencia escatológica, la conciencia de su propia caducidad, de la certeza sombría de que tuvo un principio e inevitablemente tendrá un final, más o menos trágico.


STENDHAL


El origen del mundo, Jorge Edwards, p. 43

En las obras autobiográficas de Stendhal, en los llamados «escritos íntimos», hay un personaje que aparece en forma recurrente, un amigo que el narrador observa siempre con curiosidad, divirtiéndose con sus rarezas, con sus genialidades, y, sobre todo, con sus hazañas eróticas, y de quien destaca, con insistencia, en pasajes muy alejados unos de otros, lo cual revela una casi obsesión, el rasgo siguiente: que necesita hacer el amor con una mujer distinta cada noche. Una vez que ha poseído a esa mujer, su cuerpo pasa a ser para él, para el personaje de marras, tan indiferente como el cuerpo de un hombre. Así dice el señor de Stendhal en alguna página que ya no recuerdo con exactitud, puesto que cito de memoria. Ahora bien, en mi calidad de stendhaliano de vieja data (llegué a sostener la tesis extravagante, en mis juveniles cuarenta y tantos años, en un artículo enrevesado, pretencioso, publicado en la revista Aurora, de que el autor de La Cartuja de Parma era un precursor del marxismo), he sospechado a menudo que este personaje, que asoma en las esquinas de diversos textos, en los capítulos sobre París, sobre la Rue de Grenelle o el Faubourg Saint-Germain, de Henri Brulard, en los episodios londinenses de Recuerdos de egotismo, en páginas de diario y de correspondencia, es el propio Stendhal, que se retrataba a sí mismo con una mezcla de narcisismo y de disimulo, con esa ambigüedad esquiva, engañosa, en alguna medida complaciente, que es inherente a todo autorretrato literario


EICH


La hora violeta, Sergio del Molino, p. 122

Izaskun y Teresa dedican más de una hora a rebajar nuestras expectativas. Originales y copias, gruesos mazos de impresos que debemos leer, aprobar y firmar, complejos formularios legales, jerga médica, advertencias por triplicado. El resumen es que el trasplante es un proceso muy agresivo lleno de infinidad de riesgos y cuyo éxito ni siquiera supone una garantía de curación. El caso de Pablo tiene, además, sus propias complicaciones, que obligan a añadir un montón de peros y sin embargos a una lista ya de por sí inabarcable. El principal de ellos es que las posibilidades de curación de la leucemia aumentarán si se presenta una complicación típica de los trasplantes, pero muy peligrosa y a menudo mortal: la enfermedad de injerto contra huésped. En otros casos, tratan de evitar que surja, pero en el de Pablo se plantean incluso estimularla, pues a pesar de su riesgo posee un apreciable potencial terapéutico. Básicamente, esa enfermedad consiste en que los linfocitos  de la nueva médula reconocen el cuerpo del receptor como un organismo enemigo, y lo atacan. Generalmente, con una brutalidad poco entusiasta, y sus efectos son comparables a los de una alergia que se puede combatir con Urbasón. Pero, en sus manifestaciones más graves, la nueva médula bombardea y arrasa al paciente. Las doctoras desean un ataque de nivel medio-bajo, pues en esa reacción los linfocitos del donante vencerían los restos de cáncer que pudieran quedar. Está demostrado que hay una relación entre la aparición del injerto contra huésped (EICH, como la conocen en el hospital, en unas siglas que nos vamos a hartar de oír y de explicar) y una mayor tasa de curación en los pacientes que la sufren.


INCIPIT 1.350. LA HORA VIOLETA / SERGIO DEL MOLINO


Este libro es un diccionario de una sola entrada, la búsqueda de una palabra que no existe en mi idioma: la que nombra a los padres que han visto morir a sus hijos. Los hijos que se quedan sin padres son huérfanos, y los cónyuges que cierran los ojos del cadáver de su pareja son viudos. Pero los padres que firmarnos los papeles de los funerales de nuestros hijos no tenernos nombre ni estado civil. Somos padres por siempre. Padres de un fantasma que no crece, que no se hace mayor, al que nunca vamos a recoger al colegio, que no conocerá jamás a una chica, que no irá a la universidad y no se marchará de casa. Un hijo que nunca nos dará un disgusto y a quien nunca tendremos que abroncar. Un hijo que jamás leerá los libros que le dedicarnos.

Que nadie haya inventado una palabra para nombrarnos nos condena a vivir siempre en una hora violeta. Nuestros relojes no están parados, pero marcan la misma hora una y otra vez. Cuando parece que el segundero va a forzar a la manija horaria a saltar a la siguiente hora, ésta vuelve a la anterior. Vivimos atascados en ese no-man's time, en un pleonasmo de nosotros mismos, y en él evocarnos aquel relato fantástico e inverosímil, aquella tragedia barata llena de artificios de guionista zafio, que nos encerró aquí. Yo la evoco por escrito. Recuerdo este año de mi vida con la esperanza de fijar su relato y no convertirlo nunca en un lugar común.

Mi hijo Pablo tenía diez meses cuando ingresó en el hospital, y estaba a punto de cumplir dos años cuando arrojarnos sus cenizas. Ése es el tiempo que cabe en nuestra hora violeta. Ése es el tiempo que cabe en este libro, que contiene todas las palabras que hacen falta para nombrar mi condición.


ANGOLA


La hora violeta, Sergio del Molino, p. 71

Hoy, la gente de Saskatoon, simplemente, se aburre en su propia prosperidad blanca. Aprovechando la tradición campesina y ganadera del lugar, tienen una pequeña universidad que es líder en investigación agraria, pero no parece que esto despierte muchas pasiones. Tienen equipo de hockey, de fútbol y de béisbol, pero ninguno destaca por su vitrina de trofeos. También tienen sus cafés, sus garitos de conciertos y sus teatros, con su preceptiva escena cultural, pero de la lista de artistas, escritores y músicos oriundos del lugar ninguno parece haber descollado más allá de los límites provinciales. Toda la información de que dispongo de Saskatoon invita a pensar que la vida allí es cómoda, culta, sensata, recoleta y agradable, gracias al funcionamiento a plena potencia de los sistemas de calefacción. El frío no dejará mucho sitio para la extravagancia o la tragicomedia, pero tampoco para el drama. Apenas pasarán cosas dignas de un titular. Vivir en ese culo del mundo será un coñazo, y la única virtud de la que pueden envanecerse sus habitantes con respecto a otros culos del mundo es que su coñazo, al menos, es plácido, próspero e higiénico.

António Lobo Antunes escribió una novela titulada En el culo del mundo. Su culo se llamaba Angola. Angola durante la guerra de independencia. Lobo Antunes fue uno de esos  portugueses a quienes tocó ejercer de notarios del desplome del viejo imperio, y lo hizo en un libro inspirado en sus años de soldado. Es una novela llena de moscas, de negros crueles, de sargentos sádicos y de mujeres violadas. Es, también, una novela llena de soledades. Su título es tajante y sugiere que el culo del mundo está siempre lleno de mierda, pero yo no creo que eso sea irremediablemente así. El mundo tiene muchos culos y algunos están muy limpios.


DOLOR


La hora violeta, Sergio del Molino, p. 85

Dicen que todos los fármacos son venenos si se administran en dosis altas, pero no en la posología terapéutica. El problema de la quimioterapia es que siempre es un veneno, incluso en dosis bajas. Los protocolos médicos buscan reducir al mínimo la toxicidad, pero ese mínimo sigue siendo demasiado para un cuerpo humano. No dejan de hablarnos de las secuelas: cardiopatías, afecciones al pulmón, enfermedades del hígado  ... Por no mencionar -¿para qué mencionarlo todo?, ¿para qué insistir en todos y cada uno de los puntos que se recogen en los consentimientos informados que estoy harto de firmar? Ahí, sí, ahí, donde pone padre, madre o tutor legal- que la propia quimio puede facilitar el desarrollo de otro cáncer años después.

Venenos potentes, que no se arrojan a la basura, sino que requieren un tratamiento específico, como los residuos nucleares. Venenos que no pueden ser manipulados por mujeres embarazadas porque se ha demostrado que afectan al desarrollo intrauterino y provocan malformaciones. Venenos que abrasan la piel si se derraman sobre ella. Venenos que administran con guantes y mascarilla, con miedo, con precaución de artificiero. Eso es lo que corre por la sangre aguada de mi hijo. Venenos que destruyen sus células y lo dejan al borde de la muerte. Una y otra vez, ciclo tras ciclo, bolsa tras bolsa, centilitro tras centilitro. Y todo para nada. Toda esa mierda, que puede fulminar al más robusto de los seres humanos en pocas horas, no es capaz de detener la puta leucemia.


11M


La hora violeta, Sergio del Molino, p. 65

Cuando se cumplió el primer aniversario de los atentados del 11 de marzo de 2004, que mataron a casi doscientas personas en Madrid, me encargaron varios trabajos especiales en el periódico. Básicamente, se trataba de localizar a las familias de las víctimas aragonesas -oficialmente, tres- y narrar sus historias en un suplemento especial. En todo ese tiempo, no habían salido en el diario, sólo se habían dado los nombres de los fallecidos, algunas fotos de los funerales y un par de datos biográficos incluidos en la nota policial. Yo iba a ser el primero en interrumpir su duelo.

Dos de las tres familias declinaron salir en mi reportaje. Uno era el hijo de un militar, y el otro, una señora de Ateca que vivía en Alcalá de Henares. Los terceros, sin embargo, aceptaron a regañadientes, y yo fui el primer sorprendido. Eran los padres de un chaval de diecinueve años, estudiante del Instituto Nacional de Educación Física. Un deportista bonachón y entusiasta de su pueblo, Alfambra, en la provincia de Teruel, donde la familia había abierto una casa rural. El joven iba a clase y se montó en uno de los trenes que volaron por los aires.

El matrimonio vivía en un chalet de Coslada, y hasta allí fui, en tren de cercanías, haciendo el trayecto inverso al que hizo su hijo el 11 de marzo de 2004. Entré en la casa, saludé con dos besos a la madre y estreché la mano lánguida del padre. Al instante percibí una hostilidad desganada que asumí como merecida. Toda la casa estaba impregnada del recuerdo del hijo muerto. Un gran retrato, el mismo que días después ilustraría mi artículo en el suplemento especial del periódico, presidía el salón. Trofeos deportivos, libros, fotos. La ausencia del hijo lo llenaba todo. La casa era el horizonte de sucesos de un agujero negro, antimateria. El vacío absorbía la realidad. ¿ Y qué quieres saber?


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