Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 42. NOSTROMO / JOSEPH CONRAD


En la época de la dominación española y durante muchos años después, la ciudad de Sulaco - la exuberante belleza de sus naranjales da testimonio de su antigüedad- no había tenido nunca más importancia comercail que la de un puerto de cabotaje con un tráfico local, bastante considerable, en pieles de buey y en añil. Los pesados galeones de altura usados por los conquistadores, naves cortas y anchas que necesitaban para moverse el empuje de un viento tempetuoso, solían yacer encalmados allí donde los modernos barcos, construidos al estilo de clípers, avnzan con el mero aleteo de sus velas; de ahí que esos galeones hubieran sido ahuyentados de Saluco por las predominantes calmas de su vasto golfo.


Algunos puertos del mundo son de difícil acceso por sus traidores bajíos y arrecifes y por las tempestades de sus costas. Sulaco había hallado un santuario inviolable contra las tentaciones del comercio en el augusto silencio del profundo Gólofo Plácido, en cuyo fondo quuedaba protegido, como dentro de un enorme templo circular al aire libre, abierto al océano, con sus muros del altas montañas envueltas por fúnebres crepones de nubes.


A un extremo de esta dilatada curva, en el litoral rectilíneo de la república de Costaguana, el último saliente de la sierra costera forma un cabo insignificante llamado Punta Mala. Esa lengua de tierra no es visible desde el centro del golfo; pero puede divisarse débilmente, como una sombra proyectada en el cielo, la mole de una escapada colina.



INCIPIT 41. LA SOLEDAD DE LAS VOCALES / JOSÉ MARÍA PÉREZ ÁLVAREZ


cuando desperté estaba sentada en el alféizar acariciando un gato la mujer que se suicidó en esta habitación un día de 1980, el geranio de la ventana tiene sólo una hoja verde, el gato es gris y bisojo, le di un sorbo a la botella de whisky, miré a la mujer que me pidió un cigarrillo, alargó la mano para cogerlo y vi el corte profundo en su antebrazo como si la muerte tatuase una imborrable presencia, no parece una mujer triste, simplemente desconcertada, como si no hallase su sitio en la quietud de la mañana, como una de esas mujeres de algunos cuadros que miran el horizonte desde una ventana abierta al mar o callejones ciegos, pensé que tendría que contarle esta historia al escritor de la habitación 6 de la pensión lausana para que él la transforme en un relato o en un poema que le dé sentido a la presencia de la mujer en mi cuarto




anoche el escritor y yo estuvimos hablando de madrugada hasta cerca del amanecer, revisábamos nuestras vidas como quien hojea un álbum de fotos, nos entregamos autobiografías como intercambiando sellos o cromos, de noche uno se abandona a esos inútiles ejercicios de relatar su vida como si nuestra existencias fuesen singulares, como si nacer fuees otra cosa que un irreparable error, un azar más o menos generoso, pero había que llenar las horas de alguna

INCIPIT 40. LA MENNULARA / SIMONETTA AGNELLO HORNBY

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El doctor Mendicó asiste a la muerte de una paciente
El doctor Mendicó, repentinamente, se sintió muy cansado, con las piernas doloridas y un hormigueo en los brazos. Había permanecido en la misma postura durante más de una hora, sosteniendo las manos de la Mennulara entre las suyas, acariciándole los dedos con un movimiento circular y delicado, incesante. Levantó la mano derecha, dejano con la palma abierta sobre la sábana la izquierda, en la que se apoyaban las de la difunta, tibias todavía.
Era un momento solemne, que conocía bien y que siempre le emocionaba, la última tarea de un médico derrotado por la muerte. Le cerró los párpadps con delicadeza. Después le compuso las manos, entrelazándole los dedos, se las colocó con cuidado sobre el esternón, arregló la sábana tirando de ella hasta cubrirle los hombors y por último se levantó para comunicar a los Alfapille la muerte de la Mennulara.

EL GRAN VILA MATAS


Extractos de la entrevista en el último nº de Quimera, 295, junio 2008.

"A decir verdad, Cohen no me dice nada, nunca me interesó. Bella del señor lo regalé a un méndigo en Fornells, Menorca. Fue durante aquel verano en que todo el mundo leía a Cohen y yo me preguntaba si no habría sido mejor que se dedicaran al Nabokov de Ada, por ejemplo"

"Acabo de escribir sobre seis propuestas derivadas de la lectura de El mar de las Sirtes, de Juien Gracq. Son como una especie de propuestas (a lo Calvino) para el próximo milenio, aunque sin buscar por mi parte ningún dogmatismo. Si no recuerdo mal, las propuestas son: intertextualidad, conexiones con la alta poesía, la escritura como un reloj que se avanza, victoria del estilo sobre la trama, conciencia de un paisaje moral ruinoso, experimentalismo"

"Verdú cree que ha desubierto el mediterráneo. En el decálogo propone lo que ya llevé a cabo en El mal de Montano, por ejmplo. Verdú habla de la autoficción como si la hubiese inventado él. Por otra parte, rinde pleitesía a los últimos avances de la tecnología punta, como si temiera no ser moderno. He visto ya caer a muchos que se creían al día. En mi generación, por ejemplo, habái gente que presumía de haber leído sólo comics y de nutrirse del cine y de la television. Su formación era tan incompleta que lo han pagado despareciendo, con el tiempo, del mapa literario. Toda carrera literaria es de fondo, y si uno no va a ella bien preparado, lo acaba pasando muy mal."

"Si... Esto no lo diría en una rueda de prensa, porque lo intrepretarían mal, pero considero que soy un surrealista en el sentido más literal y radical, el de buscar otra realidad literaria. Si me gusta tanto un poeta como Charles Simic es por su mezcla entre la literatura clásica, mitos primitivos y el surrealismo, pero no el surrealismo más manido, sino el de autores como Julien Gracq, que tienen una visión que busca extrañarse de la realidad, una visón poética con la que coincido"

BARTEBLY, UN RELATO IN MEMORIAM

1984.BARTEBLY
En 1984 terminé mi licenciatura de historia del arte. Fue el segundo año que pasaba otra vez en el pueblo, con mis padres, después de mis tiempos de estudiante universitario en Santiago de Compostela y Barcelona, también el primero curso que dediqué a preparar oposiciones para ser profesor de Formación Profesional, estudios que pronto abandoné para recibirme como bibliotecario.
He seleccionado cuatro libros de ese año: Bartleby el escribiente de Herman Melville, La filosofía en el tocador, del divino marqués, El agente secreto de Conrad y Vengadoras angelicales de la Dinesen.
El relato de Melville lo leí en la magnífica colección “La biblioteca de Babel” y su impacto en mí fue muy profundo. Se convirtió en una obra que, después, cuando llegué a ser funcionario, siempre he ido recomendando a mis compañeros de trabajo. La filosofía en el tocador, de Sade, en una estupenda edición ilustrada, traducido y comentado por Agustín García Calvo. El agente secreto, en esa colección de falsa piel con falsos dorados y falsas nervaduras y cosidos falsos; con títulos importantísimos, algunos muy difíciles de encontrar, descatalogados, rarezas; una serie editada por Seix Barral para los quioscos. Vengadoras angelicales de la Dinesen, en la colección de Alfaguara en la que aún no leía a Juan Benet ni a William Faulkner.
La vía de llegada a estos libros fue el cine. Conocí a Sade a través de las historias de Luis Buñuel, de sus crípticas alusiones mexicanas y de las claras referencias en las obras francesas. También recordaba que en sus memorias contaba que en su adolescencia leyó La filosofía en el tocador y como supuso para él una tábula rasa.
El agente secreto la pusieron en la televisión, con el gran Peter Lorre y esa bomba que lleva un niño por todo Londres, el mejor ejemplo de suspense que conozco, y el final en el cine, cuando el malvado espía muere durante la proyección de una película, confundiéndose su sombra con las imágenes.
Vengadoras angelicales llegó a mis manos después de conocer a la autora en “Memorias de Africa”. Le dieron un óscar y la proyectaron en todas las ciudades. Esa actriz horrible y Robert Redford; recuerdo que ví la película en Gijón, camino a casa después de uno de esos cursos de verano.
Bartebly fue la única de esas obras a la que accedí por los caminos de la literatura. Borges, siempre Borges, ese autor que tan bien hablaba de autores que nunca estaban de moda: Coleridge, Chesterton, Veblen, O’Neill, ese comediógrafo suegro de Charlot.
Bartebly ha sido el elegido, el ganador de ese año es Hermann Melville.


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"Hermann es tan grato y sencillo y amable como puede serlo, lo cual acaso no sea demasiado. Se ha cubierto, como algunos crustáceos marinos, con toda clase de acrecencias, ricas algas marinas, también de rígidas bromas y curiosas cosas fútiles, y vive oculto en medio de sus extrañas y pesadas maneras, envuelto en costumbres ajenas. Pero todo esto no es más que "apariencias protectoras", bajo las cuales continua el mismo y querido viejo, bueno e inocente y en el fondo muy desvalido Hermy. Un gran autor que vive preocupándose por poca cosa más que sus escritos, pero lleno de respeto y afecto por todas las cosas gentiles". Así me había escrito Henry Adams de su amigo; esas eran las referencias con las que yo llegaba a la entrevista: de un escritor curtido a la vez que dúctil, amable a la par que poderoso. Un artista que guardaba un tesoro de sabiduría, la de reconocer que la mente de un hombre puede ser más poderosa que la realidad misma.
Me encontré con un viejo de menos de cuarenta años. Un escritor desengañado y áspero que me recibió en su pequeño piso, dos habitaciones de uno de esos edificios de ladrillo rojo convertido en gris por los humos de las fábricas, el ruido de las riberas y la actividad, en extremo intensa, del puerto. Una habitación que él llamaba su ermita, donde se encontraba tan aislado como un estilita. Erguido en una columna desde cuya altura la vista era más rica que en toda la Tebaida: Jersey City, Poltergeistown, Manhatannville, Astoria Hoge y Fauljker River. Nada que ver con los muros y tapias de Bartebly.
Ese hombre de vida aventurera, marino experto que hasta logró convivir con los caníbales en una isla, se había convertido en un misántropo. Frente a mí se sentaba un anciano venerable, un recio varón cuyas actividades habían sido dispersas en grado sumo, tan variadas como amenas. Un campeón que había trabajado como empleado de banco, peón, maestro de escuela, grumete, ballenero, contable en un prostíbulo de Nueva Orleans, granjero; ahora se había convertido en un triste mero empleado público.
Un día al despertarse, Melville se dio cuenta de que se había convertido en otra cosa, que ya no era el hombre de letras que había sido desde muy joven. Apesadumbrado al verse forzado a reconocer cómo el vacío que el mundo literario le había hecho a la ballena blanca, a su criatura, le resultaba imposible de soportar. Editó su último libro de cuentos y nunca más se relacionó con nadie del medio literario; eso sí, continuaba escribiendo todos los días, poco, pero cada jornada seguía con su labor. Allí estaban, a su lado, varias libretas de cuentos cuya publicación nunca autorizaría.
Un hombre sólo, sin familia, desengañado del amor, la amistad y el mundo. Acaso había abrazado esa vida sedentaria y oscura para disimular sus fracasos y mitigar sus muchas desavenencias con la sociedad. Ahora vivía entregado en cuerpo y alma a ciertas pesquisas sobre el origen del mundo, en secreto, sub rosa; decía estar rozando el descubrimiento de una teoría cósmica. Una explicación que ya había sido avanzada por su compatriota Edgar Allan Poe.
A través de la conversación que mantuvimos, breve, pero intensa, pude descubrir un sentido crítico exacerbado y un espíritu rudo poco dispuesto a dejarse arrastrar por nuevos entusiasmos. No tomaba en cuenta a sus contemporáneos, se diría que moraba en otro mundo, entregado a sus fantasías agnósticas y a un extraño mazdeísmo. Estaba lejos, muy lejos.
Llevaba 23 años en Nueva York, pero apenas había salido de su barrio. Su lejanía era cercana, pero no había podido observar la gran transformación de esa ciudad durante el final de siglo, cuando pasó de ser un lugar en donde "todos" se conocían a convertirse en la capital del mundo. La gran manzana que de ser una simiente llegó a ser un árbol fértil, fecundo y unánime en apenas unas décadas
Trabajaba como inspector de Aduanas, un empleo rutinario que apenas le permitía más que malvivir. Se enfrentaba cada mañana con cientos de papeles por diligenciar y docenas de bultos para revisar; también con el acceso de los miles de personas que en esos años estaban contribuyendo a construir la máxima metrópoli. Un nuevo mundo alrededor de las orillas del Hugdson, el centro de un imperio cuyo esplendor no sería ni mascullado por dos guerras mundiales.
Cuando lo encontré dormitaba leyendo a Benjamín Constant. La puerta estaba abierta, pasé y lo divisé concentrado en el Adolfo con tanta devoción que parecía un hombre arrodillado y rezando en el fondo del mar. Mi llegada casi lo asusta, pero, precavido, me invitó a sentarme y charlar con él.
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-Usted se ha extrañado de que Moby Dick, quizás más un tratado de ictiología que una narración, sea considerada la gran novela americana
- Han intentado convertir mi historia en una monstruosa fábula; también, lo que todavía es peor y más detestable, en una repugnante e intolerable alegoría. Ese tal Foster ha llegado ha decir que es una batalla contra el Mal, una lucha acaso prolongada con exceso o puede que escrita sin mesura, algo así ha dicho. Resulta inverosímil el cómo no pueden darse cuenta de que no es sino una aventura, de que su interés, si existe, tiene tan sólo la misma importancia que la de una tarta.
-Su obra consta de libros de navegaciones y aventuras, de novelas fantásticas y satíricas, de poemas y cuentos. Se diría que es la vida lo que le inspira
-Mis rigores y soledades han sido la arcilla que ha formado mis escritos. Ellos, sesudos recalcitrantes, encuentran símbolos, alegorías, cifras; y yo no sé que decir, sólo soy un hombre viejo que se está muriendo lentamente, no hay nada extraño en mí, ningún tesoro que buscar, no tengo nada que explicar. Francamente, creo que deberíamos dejarlo
-Me gustaría preguntarle por la influencia que ha tenido su literatura en la creación de la novela moderna, sobre todo en autores como K. o T. B.
-Preferiría no hablar de ese tema. La ballena no tiene nada que ver con el escarabajo de ese judío checo ni con cualquier otra de sus fabulaciones; Benito Cereno no vivía en un castillo; Billy Budd no viaja a América. Tampoco la misantropía de mi Pierre creo que pueda compararse con las moles pesadas que pueblan las pesarosas novelas del austríaco. No es más que eso: vida. Mi obra es vida propia. Eso es lo que hace el arte, hace vida, hace importancia.
-Su técnica es sorprendente, como si jugase con cuantas palabras contiene el diccionario y que modelase con todas y cada una de las figuras estilísticas.
-Preferiría no tener que explicar nada. De verdad. No soy más que un artesano, como lo son Kipling y James, como lo serán H. y C. Lo fundamental para mí es llegar al momento del tránsito con una tarea bien hecha. Cuando por fin esa cosa distinguida me dé la mano, tendrá que reconocer que no lo he hecho tan mal
-La actitud del jefe de Bartebly es incomprensible, al igual que la de todos los personajes del cuento. Parece que quisiese usted significar que la locura deviene contagiosa.
-Basta con que sea irracional un solo hombre para que otros lo sean y para que lo sea el universo. Las fuerzas de la sinrazón han vencido siempre y es Satán, el héroe vencido de Milton, quien nos gobierna. Estamos en manos del ángel caído.
-Se habla mucho de sus silencios ¿En qué trabaja ahora?
-Llevo años intentando descubrir la clave que me permita descifrar el enigma del universo. Cada día me acerco un poco, el libro parece abrirse y yo puedo añadir bien poco con mi escritura.
*****
Su muerte fue tan azarosa y extraña como su vida. Una tarde, mientras contemplaba una tormenta arrojarse por las orillas del Hudson, un rayo lo fulminó. Se quedó allí, de pie, muerto, toda la noche, inclinado sobre el alfeizar, un puño en su barbilla, la pipa en la boca, la boina ladeada. Cuando por la mañana llegó un compañero de la oficina a avisarlo de que había mucho trabajo, se asombró de que la puerta estuviese abierta y su amigo, en guardapolvos en la ventana. Lo llamó y no recibió respuesta. Se acercó asustado, su colega no decía nada.
Apoyó una mano en el hombro del viejo escritor y el cuerpo se deshizo mientras caía al suelo del piso triste y humilde. Con todo el cielo de la gran ciudad amaneciendo a un nuevo tiempo malo que él había augurado.

INCIPIT 39. EL PARECIDO / ALVARO POMBO

Pie jesu Domine, dona eis requiem; dona eis requiem sempiternam. Doña María estaba más guapa que nunca en aquella ocasión. Aquella espalda -desde nuestros sitios sólo veíamos su espalda- elocuente. A juzgar por la espalda, parecía haberse recobrado. ¿Quién sabe qué celeste rehabilitación de Jaime cabría, a su juicio, allá en la muerte? Doña María en pie, arrodillada, en pie, a compás de aquella Misa y Música, como una legislacion pura, independiente, sobebiamente inaplicable. Dies magna et amara valde. Todos vimos cómo descendía muy deprisa del coche. Ella misma eficazmente abrió laportesuela, sin esperar al chófer. Urgencia estatal en todos los detalles de aquel precipitado protocolo mortuorio (El accidente había tenido lugar dos d´´ias antes) ¿Quién habrá seleccionado el Requiem? -el Requiem de Fauré, precisamente. ¿De dónde provendría -de provincias, quizá- la Escolanía quella, aquella Schola Cantorum de San Epifanio, mártir? Cuando la mayoría llegó, ya habían llegado. casi 50 niños y no niños. Provistos de sus propios bocadillos, desayunaron en el bar de enfrente. El propio Conde de San Pedro había venido de Bruselas.

INCIPIT 38. GUARDA Y TUTELA / HENRY JAMES


Roger Lawrence había ido a la ciudad con el propósito de llevar a cabo un acto concreto, peor a medidad que se acercaba la hora de la acción, sentía cómo su fervor se desvanecía súbitamente. En realidad, desde el principio había sentido poco de ese fervor que nace de la esperanza, tan poco que, mientras viajaba inmerso en el traqueteo del tren, no pudo evitar sorprenderse al verse a sí mismo envuelto en semejante empresa. Pero, a falta de esepranza, podría decirse que se sostení apor la desesperación. Fracasaría, estaba seguro, pero debía volver a fallar antes de rendirse. Entretanto estaba más que impaciente. Por la tarde, después de vagar sin rumbo por las calles durante un par de horas sumido en la fría oscuridad de diciembre, llegó al hotel. Subió a su habitación y se cambió, con un sentimiento d eamargura, pero a la vez de cierta satisfacción, por haberse otorgado a sí mismo el palomo de apasionado pretendiente. Tenía 29 años. Era un hombre sano y fuerte, de buen corazón, y un gebio, al menos en cuanto a sentido común; su rostro reflejaba juventud, ternura y cordura, pero no muchos más atributos. tenía una complexión tan lozaba que casi resultaba absurda en un hombre de su edad, un efecto más bien acentuado por una calvicie parcial precoz.

INCIPIT 37. LA VIDA BREVE / JUAN CARLOS ONETTI


-Mundo loco -dijo una vez más la mujer, como remedando, como si lo tradujese.
Yo la oía a través de la pared. Imaginé su boca en movimiento frente al hálito de hielo y fermentación de la heladera o la cortina de varillas tostadas que debía estar rígida entre la tarde y el dormitorio, ensombreciendo el desorden de los muebles recién llegados. Escuché, distraído, las frases intermitentes de la mujer, sin creer en lo que decía.
Cuando su voz, sus pasos, la bata de entrecasa y los brazos gruesos que yo le suponía pasaban de la cocina al dormitorio, un hombre repetía monosílabos, asintiendo, sin abandonarse por entero a la burla. El calor que la mujer iba hendiendo se reagrupaba entonces, eliminaba las fisuras y se apoyaba con pesadez en todas las habitaciones, en lso huecos de las escaleras, en los rincones del edificio.
La mujer iba y venía por la única pieza del departamento de al lado, y yo la escuchaba desde el baño, de pie, la cabeza agachada bajo la lluvia casi silenciosa.
-Aunque se me destroze a pedazitos el corazón, le juro -dijo la voz de la mujer, cantando un poco, cortándosele el aliento al final de cada frase, como si un empecinado obstáculo surgiera cada vez para impedirle confesar algo-. No le voy a ir a pedir de rodillas. Si él lo quiso, ahora lo tiene. Yo también tengo mi orgullo. Aunque me duela más que a él mismo.
-Vamos, vamos -conciliaba el hombre.

INCIPIT 36. CREMATORIO / RAFAEL CHIRBES

Estás tendido sobre una sábana, sobre una lámina de metal, o sobre un mármol. Te estoy viendo. Vuelvo a verte. Me he olvidado de ti mientras he estado charlando con el ruso en la cafetería, observando por detrás de la cristalera a los turistas que, a primera hora de la mañana, ocupan las sillas de la terraza y a los que, unos metros más allá, se tienden sobre la arena o chapotean en el agua. Él se ha tomado un par de whiskies. Yo me he pedido un té con hielo. No quiero beber tan temprano. Pero he mirado con ansiedad los dos vasos que el camarero le ha puesto delante. Si no hubiera sido porque es-taba con él, de haber venido solo, me habría encontrado a gusto en el amplio salón aún vacío (allí dentro estábamos los dos solos), mirando el mar, verdoso en la orilla y de un intenso cobalto en la franja que precede al horizonte, por la que ya se mueven las lanchas, los barcos de vela, los catamaranes. Traian, el ruso, se ha tomado los dos whiskies de dos tragos.
Primero un vaso, luego el segundo, sin dejar apenas tiempo entre un gesto y otro del brazo. Al poner en marcha el coche, he echado una mirada a la cafetería, pensando que podía regresar, y quedarme bajo el chorro de aire acondicionado, leyendo el periódico y mirando el mar, ahora sí, a solas, con un

INCIPIT 35. EL ASOMBROSO VIAJE DE POMPONIO FLATO / EDUARDO MENDOZA


Que los dioses te guarden, Fabio, de esta plaga, pues de todas las formas de purificar el cuerpo que el hado nos envía, la diarrea es la más pertinaz y diligente. A menudo he debido sufrirla, como ocurre a quien, como yo, se adentra en los más remotos rincones del Imperio e incluso allende sus fronteras en busca del saber y la certeza. Pues es el caso que habiendo llegado a mis manos un papiro supuestamente hallado en una tumba etrusca, aunque procedente, según afirmaba quien me lo vendió, de un país más lejano, leí en él noticia de un arroyo cuyas aguas proporcionan la sabiduría a quien las bebe, así como ciertos datos que me permitieron barruntar su ubicación. De modo que emprendí viaje y hace ya dos años que ando probando todas las aguas que encuentro sin más resultado, Fabio, que el creciente menoscabo de mi salud, por cuanto la afección antes citada ha sido durante este periplo mi compañera más constante y también, por Hércules, la más conspicua.
Pero no son mis infortunios lo que me propongo relatar en esta carta, sino la curiosa situación en que ahora me hallo y la gente con la que he trabado conocimiento.

INCIPIT 34. CORTEJO DE SOMBRAS / JULIAN RIOS


Fue a fines de septiembre, cuando empezaba a insinuarse el letargo otoñal y las horas transcurrían ya má slentas y el tiempo parecía estancarse como el agua triste de las marismas de Tamoga.


"Un viajante", dijeron o pensaron sin demasiado interés todos aquellos (gente aburrida y ociosa) que a la caída de la tarde se reunían en la estación, al ver la enorme maleta y después al hombre bajo, cómicamente escorado, que trataba de arrastrala por el andén. "Un escarabajo pelotero", bromeó alguien del grupo, para reanimar la conversación mortecina. Lo miraron todavía unos instantes y nadie quiso molestarse en añadir otro comentario, todos ellos levemente desganados y nostálgicos, después de haber visto desvanecerse el tren en la lluvia interminable.


Aquel hombre, aquel forastero, tal vez no supo nunca por qué había elegido ese pueblo. O no lo eligió él en realidad: fue el azar. el destino, fue su buena o mala estrella, la fatalidad del momento.


Supimos luego que había citado en el pubelo a una mujer y que ella -joven todavía, casi hermosa, con aspecto de recién viuda- era su cuñada; supimos por cardona, el comisario, la historia de la huida, el disparatado episodio amoroso; supimos también (ella, la cuñada, se dejó confesar largamente por el comi-


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TROZITOS DE "POR LA PARTE DE SWAN" DE MARCEL PROUST

POR LA PARTE DE SWAN / MARCEL PROUST
EXTRACTOS DE LA NUEVA EDICION DE LUMEN
Françoise y el jardinero, ya reconciliados, hablaban de la conducta que se debía adoptar en caso de guerra:
“Mire, Françoise”, decía el jardinero, “más valdría la revolución, porque, cuando se declara, sólo se van a ella los que quieren”
p.100
Y con aquella grosería intermitente que reaparecía en él, en cuanto dejaba de sentirse desdichado, y al tiempo rebajaba el nivel de su moralidad, exclamó para sus adentros: “¡Y pensar que he desperdiciado años de mi vida, he querido morir y he sentido mi mayor amor por una mujer que no me gustaba, que no era mi tipo¡”
p.410

NABOKOV, LO SENCILLO Y EL ARTE

NABOKOV, LO SENCILLO Y EL ARTE
Ustedes habrán visto, sin duda, alguno de esos manuales horrorosos escritos no por educadores, sino por educacionistas, por gentes que hablan de libros en vez de hablar desde dentro de los libros. Ahí quizás les hayan dicho que el objetivo principal de un gran escritor, y aún la clave de su grandeza, es la “sencillez”. Traidores, no educadores: leyendo exámenes de estudiantes despistados, de ambos sexos, sobre tal o cual autor, yo me he tropezado a menudo con frases –reminiscencias, sin duda, de años más tiernos de escolaridad- como “su estilo es sencillo” o “su estilo es claro y sencillo” o “su estilo es hermoso y sencillo” o “su estilo es muy hermoso y sencillo”: Pues anoten ustedes que eso de la sencillez son músicas celestiales, El Saturday Eveing Post es sencillo. La jerga periodística es sencilla. Upton Lewis es sencillo. Reverte es sencillo. Mamá es sencilla. Las versiones abreviadas son sencillas. La condenación es sencilla. Pero los Tolstoi y los Melvilla y los Benet no son sencillos.

Curso de literatura rusa / Vladimir Nabokov. Barcelona: Bruguera, 1984. p.353

EXTRACTOS DE "NO FICCION" DE VICENTE VERDU

NO FICCION / VICENTE VERDU
EXTRACTOS
Recordaba a Borges, al final de su vida, confesando “he cometido el error de no ser feliz” y yo venía siguiendo esa ruta. El cultivo de lo peor, el miedo al miedo, la consideración de la mala saludo como un estado natural, el temor a ser dichoso, la negación de la tranquilidad como un estado superior, el mantenimiento de la tensión como actitud valiosa, la cobardía para encarar la felicidad y el temor para exhibirla, la falta de una buena disciplina para vencer la tentación de refugiarse en una madriguera de dolor, fue haciendo un cosmos en torno a mí y dentro de mí.
p.63
Si Céline sirve para algo es sobre todo para entender que el libro resultará importante o sólo necesario para el autor y acaso no será necesario para nadie más no ya como individuo sino como sujeto (sujeto) de la creación. Actuando para sí la vana mirada de sí mismo, sólo ante el Ojo de Dios, el Ojo Total en cuya invisibilidad sin fin se agazapa el yo genuino. Al final de su vida, escribía Matisse: “En el arte, lo real comienza cunado uno ya no comprende lo que hace, y cuando permanece en una energía demasiado fuerte para ser contrariada… Hace falta presentarse con la mayor humildad, todo blanco, todo puro, el cerebro aparentemente vacío”. Transparente y azulado en la plena combustión del yo.
p.140
Se llega a un punto, un recodo crucial, tras el cual se encara la recta final y la felicidad se paraliza. Se llega a una cota en que, como decía Barudillard, se habrá consumido el destino y la supervivencia consistirá en una previsible y atartalada sucesión de los días. Desde la infancia a la vida adulta se vive una vida en la que bullen novedades más o menos sorprendentes, pero después, poco a poco, el devenir se ablanda y habiendo ya escogido su arbotante tiene prisa por afianzarse más. El destino irá petrificándose con un trazo definitivo hasta llegar a un estadio en que las circunstancias se repiten de una jornada a otra y así hasta que la muerte aparezca por acumulación, sin drama, como una consecuencia que salva a la pesantez de la tabarra definitiva.
Pero ¿puede asumirse entonces el deseo de morir? En medio de la debilidad el deseo de morir se insinúa en el anquilosamiento, en el dolor mismo de la vista que no consigue asomarse con el placer a una u otra cosa. En ese estado, incapacitado, muchos experimentan el deseo de morir a la manera que uno pide al final del día irse a la cama.
Este deseo, inconcebible cuando se es joven porque parece una imposición impertinente, se revela de la propia condición y hasta de nuestra bendita propiedad cuando domina el resto duro en el que hemos venido a convertirnos. Ese resto nada tendrá ya que ver con nuestra vistosa personalidad y acabar con él será más fácil que acabar con uno en un momento altivo. Pensar en su final es más simple e indoloro que pensar en nuestro final cuando nosotros éramos aquellos personajes que conocimos. Porque, gradualmente, el último tramo de nuestras vidas tiende a no representarnos y así nos procura la biología y hasta la fotografía un desprendimiento más sereno y natural.
p.197

EXTRACTOS DE "ULTIMAS CONVERSACIONES CON PILAR PRIMO" DE ANTONIO-PROMETEO MOYA

-A puñetazo limpio. Conocerá usted la célebre biografía “apasionada” que publicó Felipe Ximénez de Sandoval en 1941.
-Desde luego. Y a Felipe también le conocí. Hace años que murió.
-¿No le parece que es una biografía llena de agresividad? Hay una exaltación mística de los puñetazos, las pistolas y las purgas con aceite de ricino. Sandoval la llama la “santa violencia” y habla de ella con el fervor y el entusiasmo de los autores eróticos cuando describen actos íntimos. Chorros de frenesí, oleadas de entusiasmo, espasmos de gloria.
-Felipe era un romántico y se exaltaba con facilidad. Creo que Franco le prohibió una novela y todo.
-¿Cuál?¿Camisa azul? No sabía que se hubiera prohibido. Lo que la censura sí le obligó a retocar fue precisamente la biografía de José Antonio.
-Quizá me confunda. Sé que durante la guerra e inmediatamente después se prohibieron y censuraron novelas de algunos falangistas.
-La fiel infantería, de García Serrano…
-Sí, sí, ésa sí estuvo prohibida.
-Pero, con su permiso, esas novelas defendían y glorificaban el asesinato político. Creo que es García Serrano quien habla con complacencia d acuchillar carne de rojo, con estas mismas palabras. Y los falangistas que salen en Camisa azul, más que revolucionarios o reformistas sociales, parecen matones impacientes por apretar el gatillo. Pero José Antonio no era así, el personalmente no era un matón y mucho menos un sádico.
p.23

-Pero, ¿se pensaba en serio aplicar un programa así? Expropiar tierras, nacionalizar la banca…
-Era una revolución, la revolución nacionalsindicalista, y atrajo a muchos militantes de organizaciones de izquierda. Santiago Montero y Martín Almagro habían militado en el Partido Comunista antes de pasarse a los nuestros.
-También hubo conversaciones entre ustedes y Angel Pestaña, cuando éste se separó de la CNT y fundó el Partido Sindicalista.
-Sé que hubo conversaciones en 1935, con Angel Pestaña y Diego Abad de Santillán, que era de la FAI.
p.86

-En Burgos formaron ustedes un pequeño círculo, como en Salamanca.
-Estuvimos en estrecho contacto con el departamento de propaganda y con los intelectuales de nuestro bando; las animadoras eran Vicky Eiroa, Carmen García del Salto, que era regidora central de enfermeras, y Laly Ridruejo, que ya se encargaba de la administración y pronto sería regidora central de ese negociado. Nos reuníamos con su hermano Dionisio, con Antonio Tovar, Pedro Laín Entralgo, Javier Conde, GTB… Por entonces se hizo oficial la muerte de José Antonio. Dionisio propuso publicar un libro colectivo de sonetos de homenaje. Colaboraron algunos de los que le he citado más Eugenio D’Ors, Gerardo Diego, Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales, Manuel Machado… la flor y nata.
-Y Eduardo Marquina, Ignacio Agustí, José María Alfaro Polanco, Alvaro Cunqueiro, Eugenio Montes, Leopoldo Panero, Pedro Laín Entralgo…la flor y nata del régimen.

1959

LOS PRINCIPES VALIENTES / JAVIER PEREZ ANDÚJAR
De tal modo, al querer representarme el fabuloso año de 1959, que para mi mitología levantada sobre un puñado de lecturas es, por ejemplo, el año en que Günter Grass publica “El tambor de hojalata”, pero que en la de mi familia, más cierta, va a ser, junto al de su emigración a Cataluña, el año en que Bahamontes, el águila de Toledo, que se apellida casi como el jefe de Estado, gane el Tour de Francia en su éxodo individual y triunfal, voy a leer seguidas, digo, acatando disciplinadamente la cronología semanal, las 52 historietas de La Familia Ulises, que publicó Mario Benejma aquel año, las 53 si contamos el almanaque de Año Nuevo.
La familia Ulises en esos días es sobre todo la representación en tebeo del nivel de vida de la pequeña clase media, que mi familia aún no aspira a alcanzar y acaso ni siquiera ha entrevisto; todavía mis padres, mis tíos, recién llegados, no han sido capaces de plantearse de una manera admisible la posibilidad de tener, al igual que tiene la familia Ulises, un coche, una casa de veraneo con un jardín donde plantar ciruelas claudias, cerezas, manzanas camuesas…, ni de salir al campo el fin de semana e ir a la playa en verano, o celebrar con champán los cumpleaños de los niños, o llegar un día a la casa con la cesta de navidad en brazos o, más aún, que la traiga un recadero. En el aspecto y en la anecdótica acomodada de don Ulises Higueruelo y de los suyos voy a encontrar permanentemente retratada a una mayoría silenciosa, hacia la cual siento un rechazo instintivo, y a la cual veo muy diferente de la mayoría bulliciosa de la que procedo. Hay mucho de partido del partido del miedo, de comida silencio, de país gobernado con mano dura, en el semblante inofensivo, en el tipo pícnico, en el candoroso vivir en apuro de don Ulises y doña Sinforosa.
p.213-214

INCIPIT 33. NO FICCION / VICENTE VERDU


Un importante doctor me auguró hace veinte años que contraería un enfisema y me fatigaría con el sólo esfuerzo de anudarme los zapatos si no dejaba de fumar. Esta sentencia me impresionó de una manera muy particular y precisamente por su desmesura. Por lo disparatada que me parecía le atribuí un superior e inesperado valor profético, tal como si la proclamara una mente visionaria dotada para redecir lo que sin remedio me sobrevendría. La tuve, pues en cuenta y apenas quince días después, aprovechando un momento favorable, dejé de fumar. Con esta decisión que no había tomado antes me propuse no sólo sortear el oscuro pronóstico del enfisema y procurarme mejor salud futura sino ensayar con la nueva personalidad de no fumador, otra manera de ser. Creía tan sinceramente que iba a trasfigurarme en otra persona que enseguida comencé un libro –Días sin fumar- para ir dando cuenta de mi transfiguración que no preveía a qué podría conducirme.
Hay dos momentos especialmente idóneos para dejar de fumar. Uno se concreta cuando el fumador decepcionado de sí mismo por la marcha de las cosas determina privarse de fumar a modo de castigo. La abstinencia del tabaco le cargará de un malestar adicional pero la nueva penitencia se soporta mejor si uno se cree miserable que si se estima y cree digno de compasión. De ahí que lo que más empuja a las recaídas es la lástima que uno se inspira torturado por la abstinencia, estrangulado por el “mono”. Pero, también, para aminorar esta autocompasión no hay nada mejor que atravesar una circunstancia de poco amor propio. A menor autoestima menor autocompasión, mejor aceptación del dolor, de la punición o la sevicia.
Pero también, contrariamente, la otra ocasión más favorable para dejar de fumar ocurre cuando la autoestima está en un punto alto y, sea por lo que fuera, a un nivel excepcional. En ese encumbramiento el sujeto se considera capaz de afrontar desafíos ante cuyo tamaño antes se había arredrado. Ahora, en cambio, sazonado de sí, puede aplicar su fortaleza a la dificultad de no fumar.
En síntesis, la baja autoestima convierte la tortura de no fumar en un dolor consecuente con las asumidas incompetencias y, por lo tanto, fácil de entender. Pero también, una autoestima boyante convierte el ataque del tabaco en un reto propicio para medir nuestro mayor vigor y traducir la abstención en un heroísmo que seguirá acrecentando nuestra talla.

JAMESIANA 33

CUADERNOS DE NOTAS / HENRY JAMES
34 De Vere Gardens, 23 de octubre
Vivir en el mundo de la creación; entrar en él y quedarse; frecuentarlo, habitarlo; pensar intensa, fecundamente; dar vida a intuiciones y combinaciones mediante una atención reflexiva, profunda y sostenida; no hay ninguna otra cosa que cuente. Y yo la descuido mucho, demasiado: por indolencia, por vaguedad, por distracción, y por un extraño miedo nervioso a soltarme. Si venzo ese nerviosismo, el mundo es mío.
34 De Vere Gardens, 23 de octubre de 1894
¿No podría hacerse algo con la idea del gran artista (distingudo, celebrado) –ha de ser, para el caso, hombre de letras- que es tremendamente mimado, fêted, asediado en busca de autógrafos, retratos, etc., pero con cuya obra, en esta época de propaganda, periodismo, esta época de entrevistas, ninguna de las personas afectadas tiene la menor familiariedad? Al menos le cabría el mérito de corresponder a una vasta realidad –una realidad que no deja de asombrarme cada uno de los días de mi vida. Si pudiera idear una breve acción, una historia corta, ajustada al fenómeno al que me refiero y capaza de expresarlo valdría la pena. El fenómeno es el que día tras día suscitan los rapaces cazadores de autógrafos, cazadores de leones, explotadores de lo público; en cuya turba, sencillamente, uno tiene la impresión de que nunca se confundirá la persona advertida y amante de lo verdadero, de la obra (El cuentito podría titularse The Lion). Por alguna vía habría que resolver la situación entera en un pequeño drama concreto. Este podría estribar en una conexión estrecha, intensa, entre la situación personal del autor y la improbabilidad de que (entre la muchedumbre de cazadores) haya alguien que realmente, a la hora de la verdad, conozca la primera palabra de la obra que, fundamento de la reputación del autor, es la razón última de tanta alharaca. Para él algo ha de depender de que la conozcan –algo, tal vez, definitivo para su honor, para su recuerdo (algo importante, quiero decir, íntimo, vital)-, pero en ese momento queda completamente al desnudo la supina ignorancia de los otros. Tiene que matarlo, hein? -matarlo con la furia misma de su aprovechamiento egoísta, y después no tener siquiera idea de para qué lo han hecho. Trouve donc, mon bon, una acción ingeniosa y compacta que haga aflorar todo esto.

BENTIANA CONRADIANA


Dámaso López [ en su “Introducción” a El agente secreto] descubre, sin embargo, un a excepción singular en ese páramo creativo español, al referirse a la huella –profunda en su opinión- que Conrad dejó en un escritor que, a primera vista, no parece especialmente conradiano, Juan Benet. López realiza una minuciosa, aunque breve, incursión crítica en la obra de JB y va encontrando aquí y allá ecos, especialmente de El corazón de la tinieblas. Se refiere este crítico, en concreto, a un pasaje de la obra Saúl ante Samuel, en la que percibe un eco del tipo de comunicación escueta y telegráfica del la muerte de Kurtz (“Señor Kurtz, él muerto”), así como el clima general que envuelve toda la saga de Región: “la de que la tierra violentada concluye imponiendo sus leyes y su venganza sobre quienes se atrevan a molestarla, y que constituye la idea central –o una de las ideas centrales- de El corazón de las tinieblas”.
En el cuento “De lejos”, en el que aparece un personaje llamado curiosamente Conrado Blaer, se percibe también –dice Dámaso López- un eco de la figura del propio Kurzt, así como una reflexión sobre varios de los temas que aborda El corazón de las tinieblas (el poder, el destino de las empresas humanas, la muerte), e incluso se aprecian referencias muy directas al lenguaje conradiano en su obra: a Conrado Blaer se le llama “aventurero de papier maché”, que inevitablemente recuerda el “Mefistófeles de papier maché” (Mefistófeles de cartón piedra) de El corazón de las tinieblas. Hay asimismo, otros ecos, más lejanos, quizás, de novelas como La línea de sombra, Lord Jim o Tifón, en una de las pocas narraciones marítimas de JB: “Sub rosa”, así como recursos y personajes análogos en diversos títulos benetianos. En todo caso, este ejemplo de JB parece ser una excepción en la literatura española, o la menos debe constatarse que el reflejo que pueda haber existido no ha sido aún explorado por la crítica literaria española.
Introducción a El corazón de las tinieblas. Madrid: Cátedra, 2005. p.105

INCIPIT 32. A LO LARGO DEL CAMINO / JULIEN GRACQ


Los pueblos de la Sologne parecen a menudo las dependencias, cuidadas y bien atendidas, de un castillo desaparecido del que se había perdido hasta el recuerdo. Pequeñas casas bajas, a veces todas de ladrillo, siempre con un marco de ladrillo en la puerta y en las ventanas. Por encima de la moldura estrecha de la fachada, el elevado bonete de pizarra del tejado en aguilón puntiagudo se alarga sobre las cejas. La calle y las aceras parecen siempre recién barridas. Ni establo, ni granja, ni siquiera gallinero (¿para qué, cuando los faisanes picotean apaciblemente a lo largo de los senderos?), ningún ganado, ninguna ocupación que cubra de polvo o ensucie. Sólo pequeños jardincillos cerrados y a menudo floridos, una cenefa de flores –petunias, geranios- en la juntura de los muros con la acera. Estos pueblos donde se circula tan poco por las calles no hablan de abandono o deserción, como los pueblos evacuados de las mesetas de los Causses o los Corbières, sino más bien de una actividad oculta y semiclandestina, que huiría de día de los lugares edificados y transcurriría silenciosamente del alba a la noche en el bosque, las landas y los eriales de los alrededores que la absorben; uno cree a veces atravesar un campo de disidentes meticulosos que, antes de echarse al monte y cerrar la tienda, han repintado las fachadas, bruñido los colores y lavado con lejía las aceras. Hay un rastro de elegancía rústica y de nitidez algo distante en estos pueblos
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EXTRACTOS DE "A LO LARGO DEL CAMINO" DE JULIEN GRACQ

Cuando leo al Nabokov crítico siempre llaga hasta mí la venturosa desesperación que siente al no poder transmitir al auditor o al lector la dicha lingüística, la felicidad literaria nativa característica de Mogol o de Pushkin, la sensación de que tales escritores están enterrados dentro de su lengua, y tan poderosamente agarrados a ella, con uñas y dientes, como el tejón en su guarida. Como si el esperanto –el verdadero- del mundo moderno: el inglés, gastado, apomazado, pulido, embotado y, por así decir, desodorizado a causa del frotamiento universal a que da lugar su uso intra, y más todavía extra fines, eliminara al mismo tiempo todos los sabores irreemplazables de la lengua aún con vigor. A lengua sin más terruño propio, literatura sin buqué, como lo demuestran a porfía las literaturas helenísticas: es la sensación experimentada más de una vez a lo largo de las páginas de tal o cual novelista anglófono, antillano, hindú o sudafricano. La sensación (que ningún texto, en otra lengua, me comunicaría tan espontáneamente) de que habrían podido ser –también- una traducción.
p.186
Un cálculo, incluso muy aproximado del número de horas que hemos empelado a lo largo de nuestra vida en la lectura, nos demuestra que en realidad hemos leído notablemente menos libros de los que creemos. No hemos tenido tiempo material de leer todos los libros que pensamos haber leído.
Pero los libros que hemos leído están muy lejos de ser los únicos elementos de nuestra cultura libresca. Cuentan también, a veces casi igual, aquéllos de los que hemos oído hablar, de una manera que nos hizo aguzar el oído (el oído interno), aquéllos de los que un pasaje citado aisladamente en otra parte despertó en nosotros unos ecos precisos, o cuya contigüidad con obras que ya conocíamos permitió el etiquetaje. Aquéllos de los que apenas conocemos sino el título y el sentido general, pero que, dibujados en lo profundo por las fronteras de los libros afines figuran, sin embrago, en nuestro repertorio libresco, como referencias utilizables.
Esa cultura acrecentada por encabalgamientos, por reproducciones y por contaminación es quizá la verdadera cultura libresca. El libro es contagioso. La masa de los libros ya conocidos confiere una semirrealidad manejable a los libros no leídos aún que ella rodea y hace presentir. Así, a partir de un cierto nivel adquirido, la cultura libresca, mientras la lectura sólo sigue una progresión aritmética, puede desarrollarse de manera casi exponencial por un método que tiene analogía con la solución de un puzzle, y que los políglotas experimentan prácticamente todos en la adquisición de nuevas lenguas. Para enriquecerse plenamente con la lectura, no es suficiente leer, hay que saber introducirse en la sociedad de los libros, que entonces nos hacen aprovechar todas sus relaciones, y nos las presentan poco a poco, hasta el infinito. Una prueba a contrario nos la proporciona el autodidacta de “La náusea”.
p.208
Pertinente –pero demasiado incidental- es la observación de Painter en su biografía de Proust sobre la ausencia total en “El tiempo recobrado” del clima de los Años locos, cuya eclosión Proust, frecuentador de Morand y Cocteau, del Ritz y d las velas del conde de Beaumont, conoció muy bien durante sus últimos años. A esta matinal en casa de la princesa de Guermantes, fiel sacerdotisa todavía de la música de Vinteuil, ni el tango, ni el ragtime, ni el dadá, ni el jazz negro asoman siquiera la punta de la nariz: son los Vigiliae morturoum del siglo XIX lo que celebran aquí las gentes de los círculos y salones aristocráticos, cuyo envejecimiento fulminante ha hecho unos zombies dentro de un clima de supervivencia asistida que hace pensar en el del film de Delvaux: “Una noche, un tren”. Esto tiene a confirmar la ineptitud del propio genio para anexar a su obra los signos precursores de los nuevos tiempos que desbordan el segmento temporal asignado, no a su vida, sino a su capacidad de transmutación artística. Al contrario que Moisés, el artista que sobrevive al período de conexión mediúmnica que le fue otorgado puede a veces, en sus últimos años, pisar la tierra prometida, nuca verla. En ese sentido Proust –así como Wagner vino a concluir con retraso el romanticismo- viene, no a anunciar el siglo XX, sino a cerrar ostensiblemente el XIX, haciendo chirriar la puerta tras de sí xon un ruido interminable y cavernoso.
p.209

INCIPIT 31. SUICIDIOS EJEMPLARES / ENRIQUE VILA MATAS


Hace unos años comenzaron a aparecer unos graffiti misteriosos en los muros de la ciudad nueva de Fez, en Marruecos. Se descubrió que los trazaba un vagabundo, un campesino emigrado que no se había integrado en la vida urbana y que para orientarse debía marcar itinerarios de su propio mapa secreto, superponiéndolos a la topografía de la ciudad moderna que le era extraña y hostil.

Mi idea, al inciar este libro contra ka vida extraña y hostil, es obrar de forma parecida a la del vagabundo de Fez, es decir, intentar orientarme en el laberinti del suicidio a base de marcar el itinerario de mi propio mapa secreto y literario y espera a que éste coincida con el que tanto atrajo a mi personaje favorito, aquel romano de quien Savinio en Melancolía hermética nos dice que, a grandes rasgos, viajaba en un principio sumido en la nostalgia, más tarde fue invadido por un atristeza muy humorística, buscó después la serenidad helénica y finalmente -"Intenten, si pueden, detener a un hombre que viaja con su suicidio en el ojal", decía Rigaut- se dio digna muerte a sí mismo, y lo hzo de una manera osada, como protesta por tanta estupidez y en la plentiud de una pasión, pues no deseaba diluirse oscuramente con el psao de los años

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INCIPIT 30 LEJOS DE VERACRUZ / ENRIQUE VILA MATAS


No todo el mundo sabe que a Veracruz y a sus playas lejanas no pienso en la vida volver. Fui feliz allí, el mes pasado, en noche de luna llena, en Los Portales, ni antes ni después de esa noche, en el último mes de julio de mi juventud. Pero no pienso en la vida nunca volver, pues sé muy bien que la nostalgia de un lugar sólo enriquece mientras se conserva como nostalgia, pero su recuperación significa la muerte.

Fui a México el mes pasado cuando, encontrándome solo y dolido en la ciudad de Barcelona, mi desesperación en el ático de Sant Gervasi me llevó incluso al extremo de creer que oía voces y que los distinguidos huéspedes de mi librería se dedicaban a observarme con una ceja alzada y a recomendarme que, dado mi estado de locura por la muerte de mi hermano, abandonara cuanto antes mi soledad y tanto duelo y viajara.

Recordé entonces que ma habían invitado a Guadalajar, en Jalisco, para que hablara de mi hermano muerto, y ya no lo pensé dos veces y, al día siguiente, escapaba de mi soledad y duelo. Viajé a México, rendí homenaje a los libros viajeros de mi hermano Antonio, y cuando ya todo hubo terminado, regresé a Ciudad de México en un tren cargado de botellas de tequila y, dejando atrás el bullicio de Jalisco, reí y bebí como nunca lo había hecho, y canté rancheras y hasta disparé -me vendieron un peqeuño revólver ne-

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