Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 32. A LO LARGO DEL CAMINO / JULIEN GRACQ


Los pueblos de la Sologne parecen a menudo las dependencias, cuidadas y bien atendidas, de un castillo desaparecido del que se había perdido hasta el recuerdo. Pequeñas casas bajas, a veces todas de ladrillo, siempre con un marco de ladrillo en la puerta y en las ventanas. Por encima de la moldura estrecha de la fachada, el elevado bonete de pizarra del tejado en aguilón puntiagudo se alarga sobre las cejas. La calle y las aceras parecen siempre recién barridas. Ni establo, ni granja, ni siquiera gallinero (¿para qué, cuando los faisanes picotean apaciblemente a lo largo de los senderos?), ningún ganado, ninguna ocupación que cubra de polvo o ensucie. Sólo pequeños jardincillos cerrados y a menudo floridos, una cenefa de flores –petunias, geranios- en la juntura de los muros con la acera. Estos pueblos donde se circula tan poco por las calles no hablan de abandono o deserción, como los pueblos evacuados de las mesetas de los Causses o los Corbières, sino más bien de una actividad oculta y semiclandestina, que huiría de día de los lugares edificados y transcurriría silenciosamente del alba a la noche en el bosque, las landas y los eriales de los alrededores que la absorben; uno cree a veces atravesar un campo de disidentes meticulosos que, antes de echarse al monte y cerrar la tienda, han repintado las fachadas, bruñido los colores y lavado con lejía las aceras. Hay un rastro de elegancía rústica y de nitidez algo distante en estos pueblos
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