Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 402. UN REGUERO DE POLVORA / REBECA WEST

El asombroso rostro del enemigo del mundo ascendió raudo hacia el avión: pinares sobre pequeñas colinas, lagos de un brillante verde grisáceo, tan pequeños que nunca podrían ser más que lisos, jardines crecidos con judías lengua de fuego, campos con hileras de trigo cobrizo, pueblos de tejados bermejos con gabletes precipitosos e iglesias con campanarios con forma de calabaza que no hubiese podido diseñar ningún arquitecto de más de siete años. Otro minuto más y el avión descendió hasta el corazón mismo del enemigo del mundo:  Núremberg. No hicieron falta muchos minutos más para llegar al tribunal donde el enemigo del mundo estaba siendo juzgado por sus pecados. Ahora bien, esos pecados quedaron olvidados de inmediato ante el asombro suscitado por el conflicto que sacudía a ese tribunal, aun no teniendo nada que ver con los cargos sometidos a su consideración. El juicio se hallaba entonces en su undécimo mes y el tribunal era una ciudadela de tedio. Todos los que estaban en su ámbito eran presa de un extremo aburrimiento. Con esto no pretendo decir que el  trabajo que se traían entre manos fuera desempeñado con languidez: una disciplina férrea se oponía frontalmente al tedio y no cedía ni un centímetro. Pero, con todo y con eso, el proceso más espectacular que se estaba desarrollando ante el tribunal por entonces era un  cierto tira y afloja respecto al tiempo. 

INCIPIT 401. ORLANDO / VIRGINIA WOOLF

El- porque no cabía duda sobre su sexo, aunque la moda de la época contribuyera a disfrazarlo--o- estaba acometiendo la cabeza de un moro que pendía de las vigas. La cabeza era del color de una vieja pelota de football,  y más o menos de la misma forma, salvo por las mejillas hundidas y una hebra o dos de pelo seco y ordinario, como el pelo de un coco. El padre de Orlando, o quizá su abuelo, la había cercenado de los hombros de un vasto infiel que de golpe surgió bajo la luna  en los campos bárbaros de África y ahora se hamacaba suave y perpetuamente ,en la brisa que soplaba incesante por las buhardillas de la gigantesca  morada del caballero que la tronchó.
Los padres de Ociando habían cabalgado por campos de asfódelos, y campos de piedra. y campos regados por extraños ríos, y habian cercenado de muchos hombros, muchas cabezas de muchos colores, y las habían traído para colgarlas de las vigas.

Orlando haría lo mismo, se lo ju raba. Pero como sólo tenía dieciséis años, y era demasiado joven para cabalgar por tierras de Francia o por tierras de África, solía escaparse de su madre y de los pavos reales en el jardln, y subir hasta su buhardilla para hender, y arremeter y cortar el aire con su acero. A veces cortaba. la cuerda y la cabeza rebotaba en el suelo y tenía que colgarla de nuevo, atándola con cierta hidalguía casi fuera de su alcance, de suerte que su enemigo le hada muecas triunfales a través ·de labios

NAZIS

De Un reguero de pólvora de Rebeca West, p.22-23
Algunos de los demás seguían siendo individuos. Streicher era patético, porque obviamente era la comunidad la culpable de sus pecados, no él. Era un viejo rijoso de los que causan problemas en los parques públicos, y una Alemania sana lo habría encerrado en un manicomio mucho antes. Baldurvon Schirach, el líder de las juventudes, sorprendía porque parecía una mujer de una forma que no es común entre los hombres que parecen mujeres. Era como ver sentada ahí a una institutriz pulcra y apocada; bonita no, pero siempre perfectamente aseada y en quien se podía tener total confianza de que nunca interrumpiría cuando hubiese visitas: podría ser Jane Eyre. Y aunque todo el mundo llevaba años leyendo noticias sorprendentes acerca de Góring, aún conseguía sorprender. Era tan blando. Ocasionalmente vestía uniforme de las Fuerzas Aéreas alemanas y a veces un liviano traje veraniego del peor gusto, y ambos le estaban muy anchos, dando la impresión de que estaba preñado. Tenía el cabello castaño espeso y juvenil, la tosca piel brillante de un actor que lleva décadas usando maquillaje y las arrugas preternaturalmente profundas del drogadicto. El conjunto venía a ser algo así como la cabeza del muñeco de un ventrílocuo. Parecía infinitamente corrupto y actuaba de forma  ingenua. Cuando los abogados de los demás acusados se acercaban a la puerta para recibir instrucciones, intervenía a menudo e insistía en instruirlos él en persona, a despecho de la evidente cólera de los imputados, que, en verdad, debía de ser muy intensa, puesto que la mayor parte de ellos bien podían pensar que, de no haber sido por Góring, nunca habrían tenido que contratarlos en absoluto. Uno de los abogados era un hombrecillo diminuto de aspecto muy judío y cuando se ponía en pie ante el banquillo, llegándole la cabeza a duras penas a la parte superior del mismo, y sacudía la toga con irritación, porque la sonriente máscara inexpresiva de Góring se cernía entre su cliente y él, parecía como si un ventrílocuo hubiese organizado una pelea entre dos marionetas .

La apariencia de Goring remitía con fuerza, aunque de forma oscura, al sexo. La historia ha demostrado que sus líos amorosos con mujeres desempeñaron en varias ocasiones un papel decisivo en el desarrollo del Partido Nacional Socialista, pero él tenía el aspecto de una persona que jamás alzaría la mano contra una mujer, salvo para algo mucho más peculiar que la gentileza. No se parecía a ningún tipo reconocido de homosexual, pero resultaba femenino. A veces, particularmente cuando estaba de buen humor, recordaba a la madama de un burdel. A última hora de la mañana, se puede ver a sus semejantes asomadas a las puertas de las empinadas calles de Marsella, con la máscara de la afabilidad profesional aún fija en el rostro, aunque estén relajadas y ociosas, con sus gordos gatos restregándose contra sus faldones. Ciertamente, en él se había producido una concentración de todo lo que era apetito y elaborados proyectos para saciarlo, y aun así daba la sensación de sed en el desierto. No importa qué acueductos hubiese mandado levantar para acarrear agua hasta su campamento, alguna aberración de la arquitectura había permitido que ésta se saliese y derramase por las arenas mucho antes de llegar a él. En ocasiones, incluso ahora, chascaba los gruesos labios como si fuese un hombre bien alimentado al que ailn no le hubiese llegado la noticia de que se iban a suspender sus comidas. De todos esos acusados, era el único que, de haber tenido la oportunidad, habría salido del Palacio de Justicia y vuelto a apoderarse de Alemania, para convertirla en la representación de la fantasía privada que lo había llevado al banquillo.

FAULKNERIANA

De Luz de agosto de WFaulkner, p.84 (Galaxia)
Pero la ciudad no creía que las damas hubiesen olvidado los misteriosos viajes a Memphis, con una finalidad en la que todas estaban de acuerdo.  Sin embargo, nadie dijo nada, nadie expresó su opinión en alta, porque la ciudad estaba segura de que las mujeres honestas nunca perdonaban tan fácilmente las cosas, ni las buenas ni las malas, y porque no quería que el gusto y el sabor del perdón desapareciesen del paladar de su conciencia. Porque la ciudad creía que las damas sabían la verdad, porque también creía que, si las mujeres culpables pueden engañarse en materia de pecado, ya que ocupan buena parte de su tiempo esforzándose en no ser sospechosas, las mujeres honestas, por el contrario, no pueden engañarse, porque, al ser honestas por sí, no tienen que preocuparse de la propia honestidad de la de las demás y, por consiguiente, disponen de mucho tiempo para olfatear el pecado. Ésa es la razón -según creía la ciudad- de que el bien pueda engañarlas casi siempre haciéndolas creer que es el mal, mientras que el mal verdadero nunca puede engañarlas. Así que cuando, al cabo de cuatro o cinco meses, la mujer del pastor se ausentó de nuevo, cuando marido dijo de nuevo que había ido a ver a su familia, la ciudad pensó que, por una vez, ni siquiera el marido había sido engañado. Fuese como fuese, la mujer volvió y él siguió predicando todos los  domingos como si nada hubiera ocurrido y visitando a la gente y a los enfermos, y hablando de su iglesia. Pero la mujer no asistió más al templo y las señoras dejaron enseguida de visitarla, de ir a la casa rectoral. E incluso los vecinos de enfrente dejaron de verla alrededor de la casa Y poco tiempo después era como si ella ya no estuviese allí como si todo el mundo se hubiese puesto de acuerdo en que ella no estaba allí y en que el pastor nunca había estado casa do. Y él seguía predicando Jos domingos y ya no les decía que ella había ido a visitar a la familia. La ciudad pensó que acaso era feliz. Que acaso era feliz por no tener ya que mentir.

EL FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

De Matadero 5 de Kurt Vonnegut jr., p. 222
Había centenares de refugios llenos de cadáveres esparcidos por todas partes. Al principio no olían mal, eran  como personajes de un museo de cera. Pero después los cuerpos empezaron a corromperse y a descomponerse, y su hedor era parecido al del gas de mostaza y rosas.
Asi era.
El maorí que había estado trabajando con Billy, murió después de que le ordenaron bajar a uno de aquellos pozos para que trabajaran alli. Se quedó hecho añicos, de tanto vomitar.
Así fue.
Tuvieron que inventar una nueva técnica. No izaron más cadáveres. Los soldados, provistos de antorchas, los quemaban en el mismo sitio en que los encontraban. Era mucho más sencilo: sólo  había que provocar un incendio, sin siquiera necesidad de bajar.
Trabajando en aquellos lugares, el pobre profesor de escuela superior, Edgar Derby, fue atrapado con un tetera que babia tomado de las catacumbas. Fue arrestado por pillaje, juzgado y muerto.
Así fue.
En algún lugar, cerca de alli, empezaba la primavera. Los refugios llenos de cadáveres fueron cerrados. Los soldados dejaron de luchar contra los rusos.  En el campo, las mujeres y los niños hacían hoyos para enterrar las armas. Billy y el resto de su grupo fueron encerrados en unos establos de una casa de campo. Y una buena mañana, se levantaron descubriendo que la puerta no estaba cerrada. En Europa, la Segunda Guerra Mundial había terminado.
Billy y el resto de los americanos salieron a vagabundear. Iban por una carretera sombreada. En los árboles empezaban a brotar las hojas. No había nadie ni pasaba nada. Sólo un vehiculo, una carreta abandonada, tirada por dos caballos. La carreta era de color verde y tenía forma de ataúd,
Los pájaros trinaban.

Un pájaro le dijo a Billy Pilgrim: a¿Pio-pío-pi?»

INCIPIT 400. LA BIEN AMADA / THOMAS HARDY

Una presentación imaginaria de la Bien Amada
Una persona muy distinta de los habituales transeúntes de la localidad escalaba el escarpado camino que conduce a través del pueblecillo costero llamado Street of Wells, y forma un pasillo en aquel Gibraltar de Wessex, la singular península, un tiempo isla y todavía así denominada, que se adelanta como una cabeza de pájaro en el canal inglés. Está enlazada con tierra firme por un largo y angosto istmo de guijarros «arrojados por la furia del mar» y sin igual en su clase en Europa.

El caminante era lo que su aspecto indicaba: un joven de Londres, de cualquier ciudad del continente europeo. Nadie podía pensar al verle que su urbanidad consistiera solamente en el vestir. Iba recordando con algo de execración que tres años enteros y ocho meses habían transcurrido desde la última vez que visitó a su padre en aquella solitaria roca donde nació, y todo aquel tiempo lo había invertido en diversas y opuestas camaraderías entre gentes y costumbres mundanas. Lo que le parecía usual y corriente en la isla cuando en ella vivía, le resultaba extraño e insólito después de sus últimas impresiones. Más que nunca semejaba el paraje lo que, según se decía, fue en otro tiempo la antigua isla de Vindilia y la Morada de los Honderos. Ya no eran para él familiares y habituales ideas la altísima roca, las casas sobre casas, los umbrales de la que en cada una se alzaban al nivel de la chimenea antevecina, los jardines que por una de sus tapias colgaban mirando al cielo, las hortalizas que crecían en parcelas 

ANARQUISTAS SUIZOS

De Informe sobre ciegos de E. Sábato
Vaciló, pero finalmente aceptó, cuando le dije que ese dinero sería empleado para ayudar a un grupo anarquista de Suiza. No era difícil convencerlo de: nada que se refiriese a la causa, por utópico que pareciese: a primera vista y, sobre todo, si era utópico. Su ingenuidad era a toda prueba: ¿no había trabajado para un sinvergüenza como Podestá? Vacilé un momento con respecto a la nacionalidad de los anarquistas, pero me decidí al fin por Suiza a causa de la enorme magnitud del dislate, ya que para una persona normalmente constituida creer en anarquistas suizos es como aceptar la existencia de ratas en una caja fuerte. La primera vez que pasé por ese país tuve la sensación de que era barrido totalmente cada mañana por las amas de casa (echando, por supuesto, la tierra a Italia). Y fue tan poderosa la impresión que repensé la mitología nacional. Las anécdotas son esencialmente verdaderas porque son  inventadas, porque se las inventa pieza por pieza para ajustarla exacta mente a un individuo. Algo semejante: sucede con los mitos nacionales, que son fabricados a propósito para describir de alma de un país, y así se me ocurrió en aquella circunstancia que la leyenda de Guillermo Tell describía con fidelidad el alma suiza, cuando el arquero le dio con la flecha en la manzana, seguramente en el medio exacto de la manzana, se perdieron la única oportunidad histórica de tener una gran tragedia nacional. ¿Qué puede esperarse: de un país semejante? Una raza de relojeros, en el mejor de los casos

INCIPIT 399 LUZ DE AGOSTO / WILLIAM FAULKNER

Sentada en la orilla de la carretera, con los ojos clavados en la carreta que sube hacia ella, Lena piensa: «He venido desde Alabama: un buen trecho de camino. A pie desde Alabama hasta aquí. Un buen trecho de camino». Mientras piensa todavía no hace un mes que me puse en camino y heme aquí ya, en Mississippi. Nunca me había encontrado tan lejos de casa. Nunca, desde que tenía doce años, me había encontrado tan lejos del aserradero de Doane
Hasta la muerte de su padre y de su madre, ni siquiera había estado en el aserradero de Doane. Sin embargo, los sábados, siete u ocho veces al año, iba a la ciudad en la carreta. Vestida con un trajecito de confección, colocaba de plano sus pies descalzos  en el fondo de la carreta y sus botas en el pescante, junto a ella, envueltas en un pedazo de papel. Se ponía sus botas justo en el momento de llegar a la ciudad. Cuando ya era algo mayor, le pedía a su padre que detuviera la carreta en las cercanías de la ciudad para que ella pudiese  descender y continuar a pie. No le decía a su padre por qué quería caminar en lugar de ir en la carreta. El padre creía que era por el empedrado bien unido de las calles, por las aceras lisas. Pero Lena lo hacía con la idea de que, al verla ir a pie, las personas que se cruzaban con ella pudiesen creer que vivía también en la ciudad.
Tenía doce años cuando su padre y su madre murieron, el mismo verano, en una casa de troncos compuesta de tres habitaciones y de un zaguán. No había rejas en las ventanas. El cuarto en que murieron estaba alumbrado por una lámpara de petróleo cercada por una nube de insectos revoloteantes; suelo desnudo, pulido como vieja plata por el roce de los pies descalzos. Lena era la menor de los hijos vivos. Su madre murió primero: «Cuida de tu padre», dijo. 

INCIPIT 399. PADRES E HIJOS / IVAN TURGUENIEV

-¿Qué, Piotr, no se ve nada todavía? -preguntaba, el 20 de mayo de 1859, un señor de unos cuarenta años, saliendo sin sombrero a la puerta de la posada en el camino de ... ; LLevaba un abrigo corto, cubierto de polvo, y pantalones a cuadros. La pregunta iba dirigida a su criado, un joven carrilludo, con vello blanquecino en la barbilla y ojillos mates.
El criado llevaba un pendiente de turquesa en la oreja, cabellos de color indefinido, untados de pomada; sus ademanes eran corteses. En una palabra, todo revelaba en él a un hombre de la nueva generación. Miró con indiferencia al camino y contestó:
-A lo que parece, no, señor, no se ve nada.
-¿No se ve nada? -repitió el señor.
-N a da -contestó por segunda vez el criado.
El señor suspiró y se sentó en un banquillo. Vamos a presentárselo al lector, mientras está así sentado, con las piernas encogidas, y mira pensativamente alrededor.

Se llama Nikolái Pietróvich Kirsánov. A quince verstas de la posada posee una finca de doscientas “almas”, o bien, de dos mil diesiátinas,  como él mismo dice desde que repartió sus tierras con los campesinos y ha creado una granja

BANDERITA TU ERES ROJA

De Catalanes todos de Javier Pérez Andújar, p.216
En otra mesa de aquella terraza, el joven militante de la extrema izquierda comunista Josep Piqué ( futuro ministro en tres ocasiones con el Partido Popular de Aznar, el más joseantoniano de los presidentes de ese partido), metió el dedo en el vaso de tubo e intentó sin éxito sacar el palillo de dientes con las dos olivas ensartadas en los extremos. Eso de levantar el palito con el par de aceitunas era una halterofilia dominical y muy barcelonesa, que nada tenía que ver con la ortodoxia de los búlgaros. Reconfortado por el sol del mediodía, canturreó el pasodoble de la Bandera, del maestro Francisco Alonso. Cuando se compuso, esta marcha había sido muy popular entre los soldados españoles de la guerra de Africa, y dicen que hasta el rey Alfonso XIII la silbaba al afeitarse.
-Banderita, tú eres roja ...
 El principio era la única parte de la canción que el joven Piqué pronunciaba, las únicas cuatro palabras de aquella letra que le emocionaban, pues de una manera bella y azarosa evocaban su actual militancia en el grupo  maoísta Bandera Roja, aunque ya tenía previsto su paso al PSUC, un partido con más proyección política. Lo bueno de los partidos de masas es que eran también partidos de votos. Nadie se explicaba de dónde estaba saliendo tanto comunista desde la muerte de Franco; pero el revolucionario Piqué a esa cuestión no le concedía importancia. Consideraba que todos los españoles estaban compartiendo la misma hoja de ruta, él el primero que aquel comunismo no era sino una pintoresca curva del camino. Que toda esta gente que en los últimos años se decía de izquierdas lo único que quería era un televisor en color y un terreno en Mas Altaba (donde acababan de poner de reclamo publicitario una figura gigante de Heidi, como si aquel desmonte fueran los Alpes) o en cualquier otra urbanización de la comarca de la Selva. El PSUC era un partido de masas, sí, pero eso no iba a ninguna parte. Las masas habían pasado de moda desde tiempos de Ortega y Gasset. Estaban sociológicamente muertas. Ahora lo que se imponía en la calle era la gente. Lo que tenía futuro no era un partido de masas sino un partido de la gente, de las personas, un partido popular. Sin embargo, Piqué aún era joven y no tenía prisa. Confiaba en el destino como un bucle universal, como un coche de línea regular para el que ya tenía billete.

GRAFFITI


Del Informe sobre ciegos de Ernesto Sábato
Como en otras ocasiones, la nerviosidad me produjo un urgente deseo de ir al baño. Entré en la Antigua Perla del Once y me dirigí al excusado. Es curioso que en este país el único lugar donde se habla de Damas y Caballeros sea el lugar donde invariablemente dejan de serlo. A veces pienso que es una de las tantas formas del irónico descreimiento argentmo. Mientras me acomodaba en el infecto cuartucho, confirmando mi vieja teoría de que el cuarto de baño es el único sitio filosófico que va quedando c:n estado puro, empecé a descifrar las enmarañadas inscripciones. Sobre d inevitable y básico VJVA PERÓN alguien había tachado violentamente la palabra VIVA y la había reemplazado por MUERA, palabra que a su turno había sido tachada y reemplazada por un nuevo VIVA,  nieto del primigenio, y así alternativamente, en forma de: pagoda, o más bien de  un temblequeante edificio en construcción. A izquierda y derecha, arriba y abajo, con flechas indicadoras y signos de admiración o dibujos alusivos, aquella expresión original aparecía exornada, enriquecida y comentada (como por una raza de violentos y pornográficos  exégetas) con comentarios diversos sobre la madre de Perón, .sobre las características sociales y anatómicas de Eva Duarte; sobre lo que haría el comentarista desconocido y defecante  si tuviera la dicha de encontrarse con ella en una cama, en el sillón o hasta en el propio baño de la Antigua Perla del Once. Frases y expresiones de deseos que a su vez eran tachados parcial o totalmente,  obliterados, tergiversados o enriquecidos por la inclusión de un adverbio perverso o celebratorio, incrementados o atenuados por la intervención de un adjetivo; con lápices y tizas de diversos colores; con dibujos ilustrativos que parecían haber sido ejecutados por un profesor Testut borracho y baboso. Y en diferentes lugares libres, abajo o al costado, a veces (como en el caso de los avisos importantes de los diarios) con marcos orlados, con diversos tipos de letra (ansioso o lánguido, esperanzado o cínico, empecinado o frívolo, caligráfico o grotesco), pedidos y ofrecimientos de teléfonos para hombres que tuvieran tales y cuales atributos, que estuvieran dispuestos a realizar tales o cuales combinaciones o hazañas, artificios o fantasías, atrocidades masoquistas o sádicas. Ofrecimientos y pedidos que a su vez eran modificados por comentarios irónicos o insultantes, agresivos o humorísticos de terceras personas que por algún motivo no estaban dispuestas a intervenir en la combinación precisa, pero que, en algún sentido {y sus comentarios así lo probaban) también deseaban participar, y participaban, de aquella magia lasciva y alucinante. Y m medio de aquel caos, con flechas indicadoras, la respuesta anhelante y esperanzada de alguien que indicaba cómo y cuándo esperaría al Príncipe Cacográfico y Anal, a veces con una acotación tierna y al parecer inadecuada para aquel noticioso de acusado: ESTARE CON UNA FLOR EN LA MANO,
"El reverso del mundo", pensé.
Como en las página~ policiales, ahí parecía revelarse la verdad última de la raza. ·
"El amor y los excrementos", pensé.

Y mientras me abrochaba, también pensé: Damas y Caballeros

SOBRE EL NIHILISMO

De Padres e hijos de Turgeniev, p. 40 (El Cobre)
-Es nihilista -repitió Arkadi.
-Nihilista -balbució Nikolái-. Eso viene del latín nihil, "nada", por cuanto puedo juzgar; entonces, esta palabra define a un hombre que ... ¿que no reconoce nada?
-Di mejor: que no respeta nada -se apresuró a decir Pável, y de nuevo se ocupó de la mantequilla.
-Que lo considera todo desde el punto de vista crítico -puntualizó Arkadi.
-¿Y no es lo mismo? -preguntó Pável Pietróvich.
-No, no es lo mismo. El nihilista es un hombre que no se doblega ante ninguna autoridad, que no acepta ningún principio como artículo de fe, por grande que sea el respeto que se dé a ese principio.
-Y qué, ¿eso está bien? -interrumpió Pável.
-Según para quién, tiíto. Para unos es muy bueno y para otros resulta muy malo.
-Vaya. Bueno, según veo, esto no va con nosotros. Nosotros somos gente chapada a la antigua; nosotros considerarnos que sin principios -Pável Pietróvich pronunciaba esta palabra de un modo suave, al estilo francés; Arkadi, por el contrario, decía «principios» acentuando la primera sílaba, sin principios, tomados, como tú dices, como artículos de fe, no podemos dar un paso ni respirar. Vous avez changé tout cela, • que Dios os dé salud y el grado de general, y nosotros nos regocijaremos, señores ... ¿Cómo has dicho?
-Nihilistas -exclamó vocalizando Arkadi.

-Sí. Antes  eran los hegelianos y ahora los nihilistas. Ya veremos de qué forma vais a existir en el vacío, en el espacio sin aire. Y ahora, por favor, hermano Nikolái, llama, porque ya es hora de que torne mi cacao.

ESCUELA FILOSOFICA DE TLON

De Kassel no invita a la lógica de Enrique Vila-Matas, p. 75-76
Fue entonces cuando, para sentirme más en Alemania, comencé a simular -sólo ante mí, por supuesto que sentía cierta nostalgia de las estrelladas noches del país al que había ido a parar, de los profundos azules del muy tenso cielo germano, de la suavemente curvada hoz de la luna aria y del oscuro susurro de los pinos de todos los bosques del gran terruño.
La luna no es aria, me corregí inmediatamente. Y luego me dije que se habían embrollado demasiadas cosas en mi cabeza y estaba haciendo su aparición, de la forma más alarmante, todo el cansancio del día.
Empezaba a estar realmente agotado y a ese paso podían acabar apareciendo embrollos aún mayores en mi mente. En Barcelona me había levantado tempranísimo para subir al avión de Frankfurt, y a lo largo del día había ido acumulando la fatiga del viaje aéreo y del largo  incidente croata y otras penalidades. Además, no quería molestar más a Boston, a la que parecían haber obligado a llevar a cabo aquellos elementales actos de bienvenida y de cortesía conmigo, pero a la que, tal como ella misma  me había ido medio insinuando, esperaban cuanto antes en la oficina central, donde había dejado pendientes multitud de asuntos de trabajo.

Era la hora, pues, de comenzar a despedirme de ella y dedicarme a montar la «cabaña para pensar» en mi cuarto del Hessenland. Ya pronto atardecería y, además, creía sentir cómo la fatiga avanzaba en mi propio cuerpo. De ahí que sólo pudiera ser falso aquel brillo de luz  veraniega en la cristalera de los almacenes, aquel brillo que había entrevisto hacía un momento y que, poseído ya por la inminente aparición de la angustia, me había recordado a los filósofos de la escuela de Tlon que declararon que, por si los mortales aún todavía no lo sabíamos, era conveniente que supiéramos que ya había transcurrido todo el tiempo del mundo y nuestra vida apenas era el recuerdo o reflejo crepuscular, sin duda falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable.

FAULKNERIANA

De Luz de agosto de W Faulkner (Círculo), p.131
La memoria cree antes de que el conocimiento recuerde. Cree mucho más tiempo que recuerda, mucho más tiempo del que tarda el conocimiento en preguntarse. Conoce, recuerda, cree un pasillo en un largo edificio frío, arruinado, lleno de ecos, un largo edificio de ladrillos de un rojo sombrío manchados por la lluvia de más chimeneas que las suyas, construido sobre una especie de aglomerado de carbonillas sin una brizna de hierba, rodeado de fábricas humeantes y ceñido por una cerca de alambre de tres metros de altura, como una  penitenciaría o un jardín zoológico. Y, allí dentro, con un piar infantil de gorriones, unos huérfanos uniformemente vestidos con tela azul surgen en visiones locas y furtivas, desaparecen, después, de la memoria, pero quedan constantemente en el conocimiento, tan constantemente como las paredes frías, las ventanas frías donde la lluvia de carbón de las chimeneas vecinas corre en regueros de lágrimas negras.

INCIPIT 398. INFORME SOBREE CIEGOS / ERNESTO SABATO

¿Cuándo empezó esto que ahora va a terminar con mi asesinato? Esta falsa lucidez que ahora tengo es como un faro y puedo aprovechar un intensísimo haz hacia vastas regiones de mi  memoria: veo caras, ratas en un granero, calles de Buenos Aires o Argel, prostitutas y marineros; muevo el haz y veo cosas más lejanas: una fuente: en la estancia, una bochornosa siesta, pájaros y ojos que pincho con un clavo. Tal vez ahí, pero quién sabe: puede ser mucho más atrás, en épocas que ahora no recuerdo, en períodos remotísimos de mi primera infancia. No sé.¿ Qué importa, además?

Recuerdo perfectamente:, en cambio, los comienzos  de mi investigación sistemática (la otra, la inconsciente, acaso la más profunda, ¿cómo puedo saberlo?). Fue un día de verano del año 1947, al pasar frente a la Plaza Mayo, por la calle San Martín, en la vereda de la Municipalidad. Yo venía abstraído, cuando de pronto oí una campanilla, una campanilla como de alguien que quisiera despertarme de un sueño milenario. Y o caminaba, mientras oía la campanilla que intentaba penetrar en los estratos más profundos de mi conciencia: la oía pero no la escuchaba. Hasta que de pronto aquel sonido tenue pero penetrante y obsesivo pareció tocar alguna vena sensible de mi yo, algunos de esos lugares en que la  piel del yo es finísima y de: sensibilidad anormal: y desperté sobresaltado, como ante un peligro repentino, como si en la oscuridad hubiese: tocado con mis manos la piel helada de un reptil, Delante de mí, enigmática y dura, observándome con toda su cara, vi a la ciega que allí vende: baratijas. Había cesado de tocar su campanilla; como si sólo la hubiese movido para mí para despertarme de mi insensato sueño, para advertir que mi existencia anterior había terminado como una estúpida etapa preparatoria, y que: ahora debía enfrentarme con la realidad

INCIPIT 397. EL ABRIGO DE PROUST / LORENZA FOSCHINI

La belleza  siempre es rara. Charles Baudelaire
Extraen la caja de cartón. La bajan con cuidado, pero con cierto desapego, como si no les correspondiera a ellos exhumar objetos tan humildes. Estoy allí de pie, en medio de ese enorme cuarto iluminado con lámparas de neón, como un pariente a quien convocan para reconocer el cadáver de un ser querido.

Apoyan la caja encima de la mesa, en el centro de la habitación, levantan la tapa y, de pronto, el olor a alcanfor y a naftalina invade el ambiente. En un abrir y cerrar de ojos, monsieur Bruson y su ayudante se cubren con delantales blancos: dos fantasmas que gesticulan, los brazos levantados, agitando inmaculadas hojas de papel de seda. Me acerco lentamente a la mesa, a pequeños pasos, sonriendo incómoda. Y allí, delante de mí, está el abrigo. Acomodado al fondo de la caja, apoyado delicadamente encima de una gran hoja de papel como sobre un sudario,

TODOS LOS GALLEGOS SON MENTIROSOS (AN Feijoo)

De Una temporada con Lacan, de Pierre Rey, p.139
Un mentiroso dice: «Miento.»
Al decir «miento» dice la verdad.
Y si la dice ya no miente. En estas condiciones sigue mintiendo, pero si miente es porque dice la verdad contestando ser un mentiroso.
Por consiguiente, diciendo la verdad cuando reconoce mentir, vuelve a ser mentiroso al asegurar que miente.  Conclusión: se puede mentir porque se dice la verdad,  y a la inversa, decir la verdad cuando se miente.
Ejemplo arquetípico de callejón sin salida de la lógica en el que el  “logos” se da la vuelta como un guante para jugar con el sujeto el juego mortal del «mÍ» en el que se aliena el “ yo”.
¿Cuándo interfiere en el discurso la falsa moneda del lenguaje, en el que, por ser reversibles, se insinúan los sentidos contrarios del sentido, el sujeto de qué?
¿De la verdad? ¿De la mentira?

Al decirme cuando nos conocimos que tenía una amiga en el periódico en el que yo trabajaba -lo cual era faJso, Lacan sólo me había mentido para provocar así un efecto de verdad: saber si yo era un mentiroso. En cambio, por la misma naturaleza de su contenido y que su continente, como toda mentira no es más que el punto focal del lugar donde la verdad se manifiesta, mentirle por mi parte hubiese equivalido cuando yo resistía  a que se desvelara demasiado aprisa lo que yo no estaba dispuesto a oír. Dicho de otra forma, sólo podía mentirme a mí mismo diciendo la verdad, pues “ la  verdad” no era más que una defensa suplementaria para reprimir las revelaciones prematuras que yo hubiese podido arrancar a mi inconsciente.

¿AMIGOS PARA SIEMPRE?

De Lo que mueve el mundo de K Uribe, p.84
Las rupturas no llegan de repente, acostumbran a ser consecuencia de una herida que lleva tiempo abierta. Como en los terremotos, las capas interiores de la tierra presionan en silencio, una contra otra, hasta que, en un momento dado, desgarran la corteza terrestre. La razón de la ruptura, la causa más profunda, tampoco solemos verla con claridad hasta que ha pasado un tiempo. Y pocas veces suele ser única -un solo desencuentro, una sola riña- la razón que provoca todo ese terremoto. Además, con el paso del tiempo, aquella razón que tanto nos ofendió se va difuminando, va perdiendo sus aristas, igual que las figuras de las portadas góticas, y ya no nos hace sufrir tanto.

Los amigos no se enfadan de repente; por el contrario, la vida de cada cual tira hacia uno y otro lado, y son esas fuerzas las que desgarran la amistad, como una tela vieja cuando tiramos de ella. Y uno piensa cómo es posible que personas que en un tiempo estuvieron tan cerca estén luego tan lejos; que las mismas personas que una vez se llevaron tan bien luego reaccionen con amargura, con rabia despiadada, como el peor de los amantes.

EL VINCULO FAMILIAR COMO ESTADÍO DE LA CONSTRUCCION DEL YO NUBIL

De El abrigo de Proust de Lorenza Fochini, p. 67
Quizá mi hermano ... Para Marcel, el principal sospechoso de la delación a la madre era Roben, su hermano menor, de quince años, tan distinto de él, un chico deportista, apasionado de las matemáticas, reacio a la lectura, digno hijo de su padre. Podía haberlo hecho incluso sin malicia, de buena fe.
Por cierto que la familia comenzaba a intuir a estas alturas cuáles eran las verdaderas inclinaciones de Marcel, pero, como en todo ambiente burgués de la época, de eso no se hablaba. Y por lo que sabemos, no se hablaría nunca. Pero se sabía.
En La prisionera, Proust escribe:
En ciertas familias de mentirosos, un hermano que va a visitar a un hermano sin razón aparente y ya en la puerta, cuando está por irse, le pide incidentalmente una información que después parece ni siquiera escuchar, le hace entender así que esa información era la verdadera finalidad de la visita, ya que el otro conoce muy bien

esos modales distantes que él se gasta, esas palabras dichas como ente paréntesis, en el último momento, porque, a menudo, los empleó él mismo, a su vez. Y hay también familias  patológicas, sensibilidades emparentadas, temperamentos fraternos, iniciados m esta tácita lengua por medio de la cual, en familia, uno se entiende sin hablarse.

PERROS

De Aguila de blasón de Valle-Inclán, p. 83
LA CURANDERA.-De todos los animales, solamente los canes tienen saludable la saliva. Cuando Nuestro Señor Jesucristo andaba por el mundo, sucedió que cierto día, después de una jornada muy larga por caminos de monte, se le abrieron en los pies las heridas del clavo de la cruz. A un lado del camino estaba el palacio de un rico, que se llamaba Centurión. Nuestro Señor pidió allí una sed de agua, y el rico, como era gentil, que viene a ser talmente como moro, mandó a unos criados negros que le echasen los perros, y él lo miraba desde su balcón holgándose  con las mozas que tenía. Pero los canes, lejos de morder, lamieron los divinos pies, poniendo un gran frescor en las heridas. Nuestro Señor entonces los bendijo, y por eso denantes vos decía que entre cuantos animales hay en el mundo los solos que tienen en la lengua virtud de curar son los canes. Los demás: Lobos, jabalises, lagartos, todos emponzoñan.
UN Mozo.-¿Los lobos también?
LA CURANDERA.-Los lobos, al que muerden le infundensu ser bravío. Solamente los canes tienen la bendición de Dios Nuestro Señor.
LIBERATA.-¡Pues maldecidos sean sus dientes! Tengo atarazadas las piernas, que no puedo moverme.

LA CURANDERA.-Si conforme eran sabuesos fuesen lobicanes, inda su dentallada sería peor. Como son los lobicanes hijos de cadela y lobo no tienen en su saliva ni saña ni virtud.

SOBRE EL AMOR EN PROUST

De Por el camino de Swann de Marcel Proust, p.323
No era de esas personas que, por pereza o por resignado sentimiento de la obligación que crea la grandeza social de estarse siempre amarrado a cierta orilla, se abstienen de los placeres que les ofrece la vida fuera de la posición social en que viven confinados hasta su muerte y acaban por contentarse cuando se acostumbran, y a falta de cosa mejor, con llamar placeres a las mediocres diversiones y los aburrimientos soportables que esa vida encierra. Swann no hacía porque le parecieran bonitas las mujeres con que pasaba el tiempo, sino que hada por pasar el tiempo con las mujeres que le habían parecido bonitas. Y muchas veces eran mujeres de belleza bastante vulgar: porque las cualidades físicas que buscaba estaban, sin darse cuenta él, en oposición completa con las que admiraba en los tipos de mujer de sus pintores o escultores favoritos. La profundidad y la melancolía de expresión eran un jarro de agua para su  sensualidad, que despertaba, en cambio, ante una carne sana, abundante y rosada.

Si en un viaje se encontraba con una familia con la que habría sido más elegante no trabar relación, pero en la que alguna mujer se le aparecía revestida de un encanto nuevo, guardar el decoro, engañar el deseo que ella inspiró, sustituir con un placer distinto el que habría podido sacar de esa mujer escribiendo a una antigua querida suya para que fuera a reunirsele, le hubiera parecido una abdicación tan cobarde ante la vida, una renuncia tan estúpida a un placer nuevo. como si en vez de viajar se estuviera encerrado en su cuarto viendo vistas de París. 

FAULKNERIANA

De Cartas escogidas de WFaulkner, p.12
Mi ambición, como persona reservada que soy, es que me borren y echen de la historia, sin dejar rastro, sin más restos que los libros publicados; ojalá hace treinta años hubiese tenido suficiente perspicacia para prever lo que iba a ocurrir como algunos isabelinos, y no los hubiese firmado. Es mi propósito que, vencidos todos los esfuerzos, la esencia y la historia de mi vida, que en la frase equivalen a mis exequias y mi epitafio, sean ambas: Compuso libros y murió.

SOBRE LA QUEJA Y EL RENCOR

De Masa y poder de Ellas Canettl

Lo más estúpido son las quejas. Siempre hay alguien por quien sentimos rencor. Siempre hay uno u otro que se nos acerca demasiado. Siempre éste o aquél  ha sido injusto con nosotros. ¿Por qué todo esto? ¿Qué significado tiene y por qué no estamos dispuestos a aceptarlo? Esta mezquina absurdidad nos ronda en la cabeza, mezquina porque nos concierne sólo a nosotros mismos, de hecho a la parte más ínfima de nuestra propia persona, la frontera siempre artificial. Con estas quejas se va llenando la vida como si fueran palabras cargadas de sabiduría. Proliferan como sabandijas, se multiplican más rápidamente que los piojos. Con ellas nos quedamos dormidos y con ellas nos despertamos; la "vida práctica" de los hombres no está hecha de otra cosa.

EL ULTIMO WITTGENSTEIN

De En cuerpo y en lo otro de DFWallace, p. 113-114
El último Wittgenstein está lleno de grandes ejemplos de cómo las personas están sucumbiendo continuamente al «embrujo » metafisico del lenguaje ordinario. Perdiéndose en él. Por ejemplo, las locuciones como «el flujo del tiempo» crean una especie de fantasma de UHF ontológico, nos seducen para que de alguna manera veamos el tiempo como si fuera un río, que no solo «fluye» sino que lo hace de forma externa a nosotros, externa a las cosas y a los cambios de los que en realidad el tiempo no es más que una medida. O bien los predicados ordinarios “juego” y “reglas”, cuando se yuxtaponen simultáneamente a, por ejemplo, la taba, el gin rummy, el béisbol para aficionados y las Olimpiadas, nos engañan para que caigamos en un ilusorio universalismo platónico según el cual hay cierto rasgo trascendentalmente  existente común a todos los miembros de las extensiones de “juego” o “regla”, en virtud del cual cada miembro es un “juego” o una “regla”, en lugar de ser esa red fluida de «parecidos familiares» que, para Wittgenstein, justifica a la perfección el que se adjudiquen predicados en apariencia unívocos para calificar algo que no viene a ser más que un tipo de conducta humana, y no, en cambio, ninguna clase de cartografia trascendente de la realidad. Hacia el final de su vida, Wittgenstein concebía la actividad cerebral humana significativa (es decir, la filosofia) precisa y estrictamente como «una batalla contra el embrujo que ejerce el lenguaje sobre nuestra inteligencia» Y Las IF sostienen que las personas deben vivir o por lo menos  viven en una especie de sueño lingüístico, inundado de lenguaje ordinario y enredado en él y la engañosa «metafisica>> que el uso lingüístico y la comunicación entre personas impone ... o se cobra.

Todo este resumen que acabo de hacer es bastante tosco.

TEORIA DE LAS CATASTROFES

De Catalanes todos de Javier Pérez Andújar, p.166-167
La tarde del 24 de septiembre de 1962, festividad de la Virgen de la Merced, protectora de Barcelona, empezó a caer agua de forma sobrehumana. Siguió lloviendo despiadadamente durante toda la noche sobre la ciudad y sobre los pueblos vecinos como hada décadas que no se veía. El agua reclamó su privilegio de paso y entonces los arroyos secos se llenaron de corrientes impetuosas y los ríos crecieron y se salieron de sus cauces. Se convirtió el río Besós en una sedienta, insaciable lengua que recorría puerta por puerta las barracas de todos aquellos desgraciados que no habían tenido más remedio que vivir en sus orillas, mientras las clases altas se estaban forrando con la especulación del suelo y de la vivienda. Camino del mar, aquella riada se llevaba cuanto encontraba de por medio. Chabolas, barracas, casetas ... Todo tipo de vivienda y lo que estas guardaban en su interior. Muebles, maletas, ropas, peines, sartenes, fotos de la familia, recuerdos del pueblo. Se veía gente muerta arrastrada por el río. También vacas y cabras ahogándose en la corriente. Camas como barcas a la deriva. Murieron más de setecientas personas a lo largo de aquella noche. De perdidos al río. Los pobres no tienen más patrimonio que los refranes. Los primeros en hacer correr la noticia del desastre fueron los radioaficionados. Parece que a España siempre la hayan salvado los aficionados.
Después de escuchar misa, un toque de clarín anunció a las 9.47 del martes 3 de octubre la presencia, en la puerta principal del Palacio de Pedralbes, del Rolls-Royce en el que recorrerían las enfangadas zonas de la catástrofe S.E. el Jefe de Estado, el Generalísimo Franco, y el  vicepresidente de gobierno Agustín Muñoz Grandes. Les seguía una infinita caravana de  relucientes vehículos oficiales. Prácticamente todo el Consejo de Ministros: el ministro de la Presidencia, almirante Carrero Blanco, que sabía mucho de las cosas del agua; Jorge Vigón, ministro de Obras Públicas y juanista empedernido en un país de donjuanes; José Solís Ruiz, ministro secretario general del Movimiento, a quien llamaban «la sonrisa del Régimen)) en un régimen que ya había empezado a exportar sonrisas a través del cantante Raphael, el tenista Manolo Santana y el matador el Cordobés; Manuel Fraga Iribarne, ese hombre; Gregario López-Bravo, ministro de Industria y supernumerario del Opus Dei como un superhéroe de la Marvel; Alberto Ullastres, ministro de Comercio y también del Opus Dei ... La imponente comitiva de estas autoridades iba seguida por los automóviles del capitán general de Cataluña Luis de Lamo Peris (especialista en declararles consejos de guerra a todo tipo de anarquistas y comunistas catalanes); el presidente de la Diputación de Barcelona, Joaquín Buxó de Abaigar, marqués de Castell-Florite; el diputado provincial José Luis Bruna de Quixano (que ya en democracia sería condenado a más de veinte años de cárcel por malversación de caudales públicos en la Zona Franca), y el director general de Prensa, Manuel Jiménez Quílez (autor del ensayo Libertad de prensa y soberanía informativa). Partió la larga caravana del franquismo hacia la zona afectada con la misma expectación que irían las familias en coche los domingos a ver. Las fieras en cautividad de Río León Safari.
-Montano, conduce despacio. Que se nos vea bien.
-A la orden, Su Excelencia.
-Escucha una cosa, Montano.
-Usted dirá, Su Excelencia.
-¿Tu familia vive aún en Alcantarilla?
Montano miró por el retrovisor al Caudillo con los ojos húmedos de emoción, y levantó su labio leporino en muestra de gratitud.
-Ahí seguimos, gracias a Dios.
-Pues hacéis muy bien. No sabéis lo que tenéis. Fíjate qué les ha pasado a estos desgraciados por falta de alcantarillas.
Aquella mañana, el Caudillo y su impresionante séquito visitaron las localidades de San Adrián del Besós, Moneada, Ripollet y Sabadell; y por la tarde estuvieron en Molins de Rey, Papiol, Rubí, Les Fonts y Tarrasa.
-Qué bonitos son todos los pueblos de España, ¿verdad, Montano?
-Unos más y otros menos, Su Excelencia.

-¿Qué pasa? ¿No te gusta Barcelona? Ay, cómo sois los españoles. Solo os gusta vuestro pueblo. 

FREUDIANA

De Conversaciones con Billy Wilder, p. 180-181
Cameron Crowe. Cuando era periodista en Berlín, de joven, entrevistó a Freud. ¿Cómo era la atmósfera que le rodeaba?
Billy Wilder. No le entrevisté. Me echó antes de poder abrir la boca. Fui a Berggasse, número 19, donde vivía: la calle de la Montaña. Era un barrio de clase media. Fui allí con una única arma, mi tarjeta de visita como periodista de Die Stunde. Era un reportaje para el número de Navidad: «¿Qué opina del nuevo movimiento político en Italia? ». Mussolini era un nombre nuevo. Corría el año 1925, 1926, y para mí era nuevo. Así que me documenté sobre él. Freud odiaba a los periodistas, les despreciaba; todos se reían de él.
En aquella época, no conocía a ningún austriaco que se hubiera psicoanalizado. No conocía a nadie que se hubiera psicoanalizado. Era una especie de cosa secreta. Llamé al timbre, y la doncella abrió y me dijo: «El profesor, Herr Professor, está comiendo». Le respondí: Esperaré. Así que me quedé allí sentado. En Europa, en Centroeuropa, los médicos usan sus pisos como consultas. Combinan consulta y vivienda. Algunas consultas están dentro de los hospitales. Pero en el caso del profesor, el salón era la recepción y, a través de la puerta que daba a su estudio, se veía el diván. Era muy pequeño, más o menos del tamaño de esto. (Indica un banco pequeño.) Con alfombras turcas, lleno de alfombras turcas, una sobre otra. Y tenía una  colección de arte africano y precolombino, en aquellos años, 1925 o 1926. Me llamó la atención lo pequeño que era el diván. (Hace una pausa.) Todas sus teorías se basaban en el análisis de personas muy bajas. (Me observa, satisfecho: un chiste bien colocado y una risa ganada merecidamente.)
Estaba sentado en una silla. La silla era una minucia detrás del cabecero del diván. Alzo la vista, y allí está Freud. Un hombre diminuto. Tenía una servilleta atada [alrededor del cuello], una cosa blanca, porque se había levantado a mitad de comer, y preguntó: «¿Periodista?».  Respondí: «Sí, tengo unas cuantas preguntas». Replicó: «Ahí está la puerta». Me echó.

Fue el momento culminante de mi carrera. Porque me han preguntado sobre ello, han viajado para preguntarme todos los detalles, para que les diga exactamente qué pasó. Y eso es todo lo que pasó. Un mero «ahí está la puerta». Le dije: «Gracias». (Se encoge de hombros.) En cualquier caso, es mejor que asistir a una cena de estado ofrecida por Sadam Husein.

INCIPIT 396. UN AMOR DE SWANN / MARCEL PROUST

Para formar parte del «cogollito», del «grupito», del «pequeño clan» de los Verdurin, bastaba una condición que también era indispensable: había que prestar adhesión tácita a un Credo, uno de cuyos artículos era que el joven pianista protegido aquel año por Mme. Verdurin y del que ella decía: «¡No debería estar permitido saber tocar a Wagner así!», «se cargaba» de un golpe a Planté y a Rubinstein, y que el doctor Cottard tenía más diagnóstico que Potain. Toda «nueva recluta» a quien los Verdurin no lograran convencer de que las veladas con gente que no iba a las suyas eran aburridas como la lluvia, se veía inmediatamente excluida. Como en este punto las mujeres eran más reacias que los hombres a renunciar a toda curiosidad mundana y al deseo de informarse por sí mismas del atractivo de los de-más salones, y como los Verdurin, temiendo por otra parte que ese espíritu inquisitivo y ese demonio de frivolidad podía, por contagio, resultar fatal para la ortodoxia de la pequeña iglesia, se habían visto obligados a eliminar uno tras a otro a todos los «fieles» del sexo femenino.

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