Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

MELANCOLIA

Aquí estoy, JS Foer, p. 56-57
terminarían siendo tan convencionales: se compraron un segundo coche (y un segundo seguro de coche); se apuntaron a un gimnasio con una oferta de clases que ocupaba veinte páginas; dejaron de preparar la declaración de la renta ellos mismos; de vez en cuando hacían que el camarero se llevara una botella de vino después de probarla; se compraron una casa con dos lavamanos contiguos en el baño (Y contrataron un seguro de hogar); multiplicaron por dos sus artículos de aseo personal; mandaron construir un cubículo de teca para los contenedores de basura; cambiaron el horno por otro más bonito; tuvieron un hijo (y contrataron un seguro de vida); se hicieron mandar vitaminas desde California y colchones desde Suecia; compraron prendas orgánicas cuyo precio y amortización, teniendo en cuenta el número de veces que habían sido utilizadas, los obligaban a tener otro hijo. Tuvieron otro hijo. Se preguntaron si una alfombra conservaría su valor, y se informaron acerca de qué era lo mejor de cada cosa  aspiradoras Miele, licuadoras Vitamix, cuchillos Misono, pintura Farrow and Ball), y consumieron cantidades freudianas de sushi, y trabajaron todavía más para poder pagar a la gente más preparada para que cuidara a sus hijos mientras ellos trabajaban. Y tuvieron otro hijo. . .
Sus vidas internas quedaron abrumadas de tanto vivir, no sólo por el tiempo y la energía que requería una familia de cinco miembros, sino también por todos esos músculos que desarrollaron y por los que se fueron debilitando. El autocontrol de Julia con los niños alcanzó proporciones de omnipaciencia, al tiempo que su capacidad de comunicarse con su marido se vio reducida a mensajes de texto con los Poemas del Día. El truco de magia preferido de Jacob, consistente en quitarle el sujetador a Julia sin utilizar las manos, se vio reemplazado por una habilidad tan impresionante como deprimente montando parques infantiles mientras subía por las escaleras. Julia podía cortarle las uñas a un recién nacido con los dientes y dar el pecho mientras hacía una lasaña, arrancar astillas sin pinzas ni dolor, lograr que los niños le suplicaran el peine antipiojos y dormidos con un masaje en la frente, pero se le olvidó cómo tocar a su marido. Jacob les explicaba a los niños la diferencia entre prejuicio y perjuicio, pero ya no sabía cómo hablarle a su mujer.

Los dos alimentaban sus vidas íntimas en privado –Julia diseñaba casas para ella; Jacob trabajaba en su biblia y se compró un segundo teléfono- y entraron en un ciclo destructivo: en paralelo a la incapacidad de Julia a la hora de comunicarse, Jacob estaba cada vez menos seguro de qué cosas le gustaban y tenía más miedo de quedar en ridículo, con lo que la distancia entre la mano de Julia y el cuerpo de Jacob se hizo todavía mayor, algo para lo que éste no disponía del lenguaje necesario. El deseo se convirtió en una amenaza -un enemigo- a su existencia doméstica.

INCIPITY 871. CAZADORES EN LA NIEVE / TOBIAS WOLFF

La casa de al lado
Me despierto asustado. Mi mujer está sentada en el borde de la cama, sacudiéndome.
-Ya están igual otra vez -me dice.
Me acerco a la ventana. Tienen todas las luces encendidas, en el piso de arriba y en el de abajo, como si les sobrara el dinero. Él vocifera, ella le contesta a gritos, el perro ladra. Hay un breve silencio, luego el bebé se echa a llorar, pobrecito.
-No te quedes ahí -dice mi .tnujer-. Podrían verte.
-Voy a llamar a la policía -digo, sabiendo que no me dejará.
-No-dice. Teme que envenenen a nuestro gato si nos quejamos.
En la casa de al lado el hombre sigue vociferando, pero no entiendo lo que dice debido a la barahúnda del perro y del bebé. La mujer se ríe, pero no de veras, «iJa! ¡Ja! iJah>, y de repente da un grito breve y agudo. Se hace el silencio.

-Le ha pegado -dice mi mujer-. Lo he sentido como si me hubiera pegado a mí.

INCIPIT 870. AQUI ESTOY /JS FOER

VOLVER A LA FELICIDAD

Cuando empezó la destrucción de Israel, Isaac Bloch se debatía entre suicidarse y mudarse a una residencia judía. Había vivido en un apartamento con libros hasta el techo y unas alfombras tan gruesas que si se te caía un dado lo perdías para siempre, y luego en un piso de una habitación y media con suelo de hormigón; había vivido en el bosque, bajo las estrellas indiferentes, y oculto bajo las tablas del suelo de un cristiano que, tres cuartos de siglo más tarde y a medio mundo de allí, mandaría plantar un árbol en honor a su propia superioridad moral; había vivido en un hoyo, durante tantos días que nunca más pudo volver a enderezar las rodillas; había vivido rodeado de gitanos, partisanos y polacos casi decentes, y en campamentos de refugiados y desplazados; había vivido en un barco donde había una botella en cuyo interior un agnóstico insomne construyó milagrosamente otro barco; había vivido al otro lado de un océano que nunca terminaría de cruzar, y encima de media docena de tiendas de comestibles que se había matado remodelando, para luego venderlas a cambio de un pequeño beneficio; había vivido junto a una mujer que comprobaba las cerraduras una y otra vez hasta romperlas, y que había muerto a los cuarenta y dos años sin soltar una sola palabra elogiosa por la boca, pero con las células de su madre asesinada todavía dividiéndose en su cerebro; y finalmente, durante el último cuarto de siglo, había vivido en Silver Spring

DISGUSTOS

Aquí estoy JS Foer, p. 45
No le gustaban las texturas uniformes: las cosas no son así. No le gustaban las alfombras  centradas en las habitaciones. La buena arquitectura tiene que hacerte sentir que estás en una cueva con vistas al horizonte. No le gustaban los techos de doble altura. No le gustaba que hubiera demasiado cristal. La función de una ventana es dejar entrar la luz no enmarcar un paisaje. Un techo tiene que quedar sólo a unos centímetros de las yemas de los dedos de la mano levantada de la persona más alta, puesta de puntillas, que viva en la casa. No le gustaba que todos los cachivaches tuvieran su sitio: las cosas van donde no les corresponde. Un techo de tres metros treinta es demasiado alto. Hace que se sienta uno perdido abandonado. Un techo de tres metros es demasiado alto. Le daba la sensación de que todo estaba fuera de su alcance. Dos setenta es demasiado alto. Siempre es posible conseguir que algo que resulta placentero -seguro, cómodo, diseñado para la vida sea también agradable a la vista. No le gustaba la iluminación empotrada, ni las lámparas que se encienden con interruptores de pared; prefería, por tanto, los candelabros, las luces de araña y el esfuerzo. No le gustaban las funciones ocultas: las neveras paneladas, los tocadores detrás de espejos o las teles que se esconden dentro de armarios. 

GUSTOS

Aquí estoy, JS Foer, p. 44-45
A Julia le gustaba que el ojo se sintiera atraído hacia los lugares a los que el cuerpo no puede ir. Le gustaba cuando algunos ladrillos sobresalían de la pared, y cuando era imposible saber si eso era una muestra de dejadez o de genialidad. Le gustaba la sensación de recogimiento, combinada con un toque expansivo. Le gustaba que la vista no estuviera centrada con la ventana y, al mismo tiempo, recordar que las vistas, por la naturaleza de la propia naturaleza, están centradas. Le gustaban los pomos que uno no quiere soltar. Le gustaban las escaleras que subían y luego bajaban. Le gustaban las sombras proyectadas sobre otras sombras. Le gustaban los banquetes de desayuno. Le gustaban las maderas ligeras (de haya, de arce), no tanto las maderas “masculinas” (de nogal, de caoba) y menos aún el acero, y detestaba el acero inoxidable (por lo menos hasta que estaba completamente cubierto de arañazos), las imitaciones de materiales naturales le parecían intolerables, a menos que su falta de autenticidad fuera manifiesta, que fuera justamente la gracia, en cuyo caso podían ser bastante bonitos. Le gustaban las texturas que los dedos y los pies conocen, aunque el ojo tal vez ignore. Le gustaban las chimeneas centradas en cocinas centradas en la planta principal. Le gustaba que hubiera más librerías de las necesarias. Le gustaban los tragaluces encima de las duchas, pero en ningún otro sitio. Le gustaban las imperfecciones buscadas y no soportaba la indiferencia, aunque también le gustaba recordar que la imperfección buscada no existe. La gente siempre se confunde Y cree que lo que es agradable a la vista lo será también a los otros sentidos.

PATERNIDAD

Aquí estoy, JS Foer, p. 403-404
Esa frase era algo -o, por lo menos, él sentía que era algo- que tenía que decir. Siempre había sabido -o sea, había sentido- que Julia creía poseer una conexión emocional más fuerte con los niños, que por el hecho de ser madre, o mujer, o simplemente por ser como era, tenía un vínculo con ellos que a un padre, a un hombre, o simplemente a Jacob, le era vedado. Lo sugería sutilmente todo el tiempo -Jacob tenía la sensación de que lo sugería sutilmente- y de vez en cuando lo expresaba con todas las letras, aunque siempre camuflado dentro del discurso de todas las cosas especiales que tenía la relación de Jacob con ellos, como por ejemplo lo bien que se lo pasaban juntos.
Por lo general, la percepción de Julia de sus respectivas identidades como padres se podía resumir así: profundidad y diversión. Ella les daba el pecho, y Jacob hacía que se troncharan con sus exagerados ruidos de avión mientras les daba de comer. Julia tenía una necesidad visceral, incontrolable, de ir a echarles un vistazo mientras dormían, y Jacob los despertaba si un partido se iba a la prórroga. Julia usaba palabras como nostalgia, desasosiego o pensativo, y a Jacob le gustaba decir que “no existen las palabrotas, sólo los usos groseros” para así justificar el uso supuestamente no grosero de palabras como inútil o mierdoso, que Julia odiaba en la misma medida en que les encantaban a los niños.

Había otra forma de describir la dicotomía entre profundidad y diversión, que Jacob había pasado horas y horas analizando con el doctor Silvers: pesadez y levedad. Julia le daba peso a todo, abría espacios para expresar todo tipo de emociones íntimas, sugería conversaciones sustanciosas sobre comentarios hechos de pasada y estaba siempre ponderando el valor de la tristeza. Jacob tenía la sensación de que la mayoría de los problemas no eran problemas, y que los que sí lo eran podían resolverse a base de distracciones, comida, actividad física o dejando pasar el tiempo. Julia siempre quería darles a los niños una vida cargada de gravedad: cultura, viajes al extranjero y películas en blanco y negro. Jacob no veía ningún problema -de hecho, veía su parte buena- en actividades más tontas y simples: parques acuáticos, partidos de béisbol y películas de superhéroes malísimas que producían gran placer. Julia consideraba la infancia como el periodo de formación del espíritu; Jacob, en cambio, la consideraba la única oportunidad que ofrecía la vida de sentirse seguro y feliz. Los dos veían las innumerables limitaciones del otro, pero también lo absolutamente necesario que era.

TZIMTZUM

Aquí estoy, JS Foer, p. 404
Pues hay una cosa que no entiendo –añadió Sam, contemplando la luna temprana que seguían con el coche-. Si Dios estaba en todas partes, ¿dónde puso el mundo cuando lo creó?
Jacob y Julia intercambiaron otra mirada, ésta de asombro. Julia se volvió hacia Sam, que seguía mirando por la ventana, sus pupilas yendo y viniendo como el carro de una máquina de escribir.  
-Eres increíble -le dijo.
-Vale -dijo Sam-, pero ¿dónde lo puso?

Esa noche, Jacob investigó un poco y descubrió que la pregunta de Sam había ocupado a los pensadores durante miles de años, y que la respuesta predominante era la idea cabalística del Tzimtzum. Resumiendo, Dios estaba en todas partess y, como Sam había supuesto, cuando había querido crear el mundo, no había encontrado dónde ponerlo. Por eso se había empequeñecido a sí mismo. Algunos lo consideraban un acto de contracción, otros de ocultación. La Creación exigía borrarse uno mismo. Para Jacob, se trataba de un gesto de humildad extrema, de la generosidad más pura. 

INCIPIT 869. EL CUENTO DE LA CRIADA / MARGARET ATWOOD

Dormíamos en lo que, en otros tiempos, había sido el gimnasio. El suelo, de madera barnizada, tenía pintadas líneas y círculos correspondientes a diferentes deportes. Los aros de baloncesto todavía existían, pero las redes habían desaparecido. La sala estaba rodeada por una galería destinada al público, y me pareció percibir, como en un vago espejismo residual, el olor acre del sudor mezclado con ese toque dulce de la goma de mascar y el perfume de las chicas que se encontraban entre el público, vestidas con faldas de fieltro -así las había visto yo en las fotos-, más tarde con minifaldas, luego con pantalones, finalmente con un solo pendiente y peinadas con crestas de rayas verdes. Allí se habían celebrado bailes; persistía la música, un palimpsesto de sonidos que nadie escuchaba, un estilo tras otro, un fondo de batería, un gemido melancólico, guirnaldas de flores hechas con papel de seda, demonios de cartón, una bola giratoria de espejos que salpicaba a los bailarines con copos de luz.

En la sala había reminiscencias de sexo, soledad y expectación de algo sin forma ni nombre. Recuerdo esa sensación, el anhelo de algo que siempre estaba a punto de ocurrir y que nunca era lo mismo, como no eran las mismas las manos que sin perder el tiempo nos acariciaban la región lumbar

GESTACION SUBROGADA

El cuento de la criada, Margaet Atwood, p. 182-183
-Empuja, empuja, empuja -susurramos-. Relájate. Jadea. Empuja, empujar empuja.
La acompañamos, somos una con ella, estamos ebrias. Tía Elizabeth se arrodilla; en las manos tiene una toalla extendida para sostener al bebé. He aquí la coronación de todo, la gloria, la cabeza de color púrpura y manchada de yogur, otro empujón y se deslizará hacia afuera, untada de flujo y sangre, colmando nuestra espera. Oh, alabado sea.
Mientras Tía Elizabeth lo inspecciona, contenemos la respiración; es una niña, muy pequeña, pero por el momento está bien, no tiene ningún defecto, eso ya se ve, manos, pies, ojos, los contamos en silencio, todo está en su sitio. Con el bebé en brazos, Tía Elizabeth nos mira y sonríe. Nosotras también sonreímos, somos una sola sonrisa, las lágrimas se deslizan por nuestras mejillas, somos muy felices.
Nuestra felicidad es, en parte, recuerdo. Lo que yo recuerdo es a Luke cuando estaba conmigo en el hospital, de pie junto a mi cabeza, sujetándome la mano, vestido con la bata verde y la mascarilla blanca que le habían proporcionado. Oh, exclamó, oh, caramba, con un suspiro de sorpresa. Dijo que aquella noche se sentía tan importante que no consiguió pegar ojo.
Tía Elizabeth está lavando con mucho cuidado al bebé, que no llora demasiado. Lo más silenciosamente posible, para no asustarlo, nos levantamos, rodeamos Janine, la abrazamos, le damos palmaditas en la espalda. Ella también está llorando. Las dos Esposas de azul ayudan a la tercera Esposa, la Esposa de la familia, a bajar de la Silla de Partos y a subir a la cama, donde la acuestan y la arropan. El bebé, ahora limpio y tranquilo, es colocado ceremoniosamente entre sus brazos. Las Esposas que están en el piso de abajo suben en tropel, se abren paso a empujones entre nosotras, nos echan a un lado. Hablan en voz muy alta, algunas de ellas aún llevan sus platos, sus tazas de café, sus vasos de vino, algunas todavía están masticando, se apiñan alrededor de la cama, de la madre y de la niña, felicitando y haciendo gorgoritos. La envidia emana de ellas, la huelo, como débiles vestigios de ácido mezclado con su perfume. La Esposa del Comandante mira al bebé igual que si de un ramo de flores se tratara, algo que ella ha ganado, un tributo. Las Esposas están aquí como testigos de la elección del nombre. Son quienes lo eligen.
-Angela -dice la Esposa del Comandante.
-Angela, Angela -repiten las Esposas en pleno cacareo-. ¡Qyé nombre tan dulce! ¡Oh, es perfecta! ¡Oh, es maravillosa!
Nos quedamos de pie entre Janine y la cama, para evitarle esa visión. Alguien le da un trago de zumo de uva, espero que le hayan agregado vino; aún siente los dolores posteriores al parto, llora desconsoladamente, consumida por las lágrimas. Sin embargo, nos sentimos alborozadas; esto es una victoria de todas nosotras. Lo hemos conseguido.

Le permitirán alimentar al bebé durante unos meses. Ellas creen en la leche materna. Después Janine será trasladada para comprobar si está en condiciones de hacerlo otra vez con algún otro que necesite un turno. 

INCIPIT 868. LADRON DE CUARTELES / TOBIAS WOLFF

Cuando sus chicos eran jóvenes, Guy Bishop adquirió el hábito de detenerse en su cuarto todas las noches al ir a la cama. Bajaba la vista hacia donde dormían., y luego se sentaba en la mecedora y les oía respirar. Era un hombre que siempre había ido de una cosa a otra, de sitio en sitio, de empleo en empleo, y, desde su matrimonio, hasta de mujer en muj.er. Pero cuando se sentaba en la oscuridad entre sus dos hijos dormidos no sentía deseos de moverse.

En ocasiones, porque le parecía poco natural, esta paz que sentía le daba miedo. El mayor miedo que tenía era que, por querer tanto a sus hijos, en cierto modo les estuviera poniendo en peligro, llevándolos por el mal camino.

ECFRASIS

El cuento de la maestra, Margaret Atwood, p. 327
Está vestida con un absurdo conjunto negro de lo que alguna vez fue raso brillante y ahora es una tela desgastada. No lleva tirantes y en el interior tiene un alambre que le levanta los pechos, pero a Moira no le sienta bien; es demasiado grande, lo que hace que un pecho le quede erguido y el otro no. Ella tironea distraídamente de la parte superior, para levantarlo. Lleva una bola de algodón en la espalda, la veo cuando se pone de perfil; parece una compresa higiénica que hubiera reventado como una palomita de maíz. Me doy cuenta de que pretende ser un rabo. Atadas a la cabeza lleva dos orejas, no logro distinguir si de conejo o de ciervo; una ha perdido su rigidez, o el armazón de alambre, y está medio caída. Lleva una pajarita en el cuello, medias negras de tul y zapatos negros de tacón alto. Siempre ha odiado los tacones altos. Todo el traje, antiguo y estrafalario, me recuerda algo del pasado, pero no atino a saber el qué. ¿Una obra de teatro, una comedia musical? Las chicas vestidas para Semana Santa, con trajes de conejo. ¿Qué significado tiene eso en este lugar, por qué se supone que los conejos son sexualmente atractivos para los hombres? ¿Cómo puede resultar atractivo un traje tan penoso?

Moira está fumando un cigarrillo. Da una calada y se lo pasa a la mujer de su izquierda, que lleva cuernos plateados y un vestido de lentejuelas rojas con una larga cola terminada en punta: va disfrazada de diablo. 

LOS HOMBRES MIRAN MUCHO AL CIELO

El cuento de la criada, Margaret Atwood, p. 175
Mientras lo decía, adelantaba la barbilla. La recuerdo así, con la barbilla prominente y una copa delante de ella, en la mesa de la cocina; no tan joven, seria y bonita como aparecía en la película, pero fuerte, valiente, la clase de anciana que no permitiría que alguien se colara delante de ella en la cola del supermercado. Le gustaba venir a mi casa a tomar un trago mientras Luke y yo preparábamos la cena, y contarnos lo que funcionaba mal en su vida, que siempre se convertía en lo que funcionaba mal en la nuestra. En aquel tiempo tenía el pelo canoso, por supuesto. Jamás se lo habría teñido. ¿Por qué aparentar?, decía. De todos modos, para qué lo quiero, no quiero a ningún hombre a mi lado, no sirven para nada, excepto por los diez segundos que emplean en hacer medio bebé. Un hombre es, sencillamente, el  instrumento de una mujer para hacer otras mujeres. No digo que tu padre no fuera un buen chico y todo eso, pero no estaba preparado para la paternidad: Y no es que yo pretendiera eso de él. Haz tu trabajo y luego esfúmate, le dije, yo tengo un sueldo decente y puedo ocuparme de ella. De modo que se fue a la costa y me enviaba postales por Navidad. Tenía unos hermosos ojos azules. Pero a todos les falta algo, incluso a  los guapos. Es como si siempre estuvieran distraídos, como si no lograsen recordar exactamente quiénes son. Miran mucho al cielo. Y pierden el contacto con la realidad. No tienen ni punto de comparación con las mujeres, salvo que son mejores arreglando coches y jugando al fútbol, que es justamente lo que necesitamos para el progreso de la raza humana, ¿verdad?

PRETENCIOSIDAD Y BUENA FE

Pretenciosidad, Dan Fox, p. 134.135
Ser pretencioso rara vez es dañino para los demás. Acusar a alguien de serlo sí lo es. Puedes emplear la palabra «pretencioso” como un arma con la que aporrear el trabajo creativo de otras personas, pero si las reduces a cenizas de este modo la acusación te reventará en la mano y de las heridas empezarán a manar todas tus inseguridades, prejuicios e ideas preconcebidas. Y justamente por eso importa la pretenciosidad. Es una nota en falso en los cantos de la objetividad y cuando suena podemos oír lo que nuestra sociedad valora de la cultura, oír de qué forma nos consideramos a nosotros mismos como personas. La pretenciosidad importa por todo lo que nos enseña acerca del proceso creativo. Haz una prueba: intenta acercar la pretensión a la luz. Dale la vuelta y observa dónde caen la luz y las sombras.

De modo que pensaste que la película que acababas de ver era pretenciosa y que también lo era la persona que te acompañó. Y luego pensaste que la comida y el servicio del restaurante en el que picasteis algo después del cine también eran pretenciosos.¿Pero qué era lo que pretendían exactamente? A lo mejor la película estaba mal hecha -ocurre a menudo-, pero se enfrentaba a ideas dificiles que pocos cineastas se han atrevido a abordar en la gran pantalla. Quizá la disposición de la comida en el plato que te sirvieron en el restaurante te resultó un poco confusa, pero estaba rica. Si la ropa de tu acompañante te dio vergüenza ajena, les posible que esa sensación se debiera más a tu ansiedad por lo que la gente pueda pensar de ti que a la imagen que cultiva tu acompañante? Quien acusa de pretenciosidad siempre presume malas intenciones. En efecto, el pretencioso, por regla general, no es más que alguien que  intenta hacer que el mundo sea más interesante y que reacciona ante el mismo de la manera que considera más oportuna. Lo más probable es que al ver a alguien pretencioso en realidad te halles frente a una persona que actúa de buena fe.

AFECTACION

Pretenciosidad, Dan Fox, p. 135
Es un axioma que la pretenciosidad no le sienta bien a nadie. Pero medimos su calibre con instrumentos sesgados. Los criterios con los que calibramos la autenticidad y la pretenciosidad varían notablemente. Los críticos de la pretensión acuden a palabras como «lógica», «razón» y “los hechos» para hacer que sus valoraciones parezcan objetivas. El fiscal que acusa de pretensión -y que, como es obvio, se considera a sí mismo un dechado de realismo en posesión de una inteligencia cultivada y esclarecida- considera que en alguna parte del mundo existe un  artículo genuino que la cosa o persona pretenciosa aspira a ser sin lograrlo porque se queda corta o exagera.

La pretensión es el nombre de la galería de paredes blancas. de elegante estética minimalista, en la que resolvemos a tortazos nuestras diferencias sobre cuestiones de clase o de juicio. Enfrenta al amateur con el profesional en un juego amañado por la tradición los títulos y la validación institucional. Pincha la palabra «pretencioso» y saldrá en tropel todo un bestiario de ansiedades de clase: el temor a que se te suban los humos y la vigilancia policial que se ejerce contra todo sospechoso de intentar abandonar sus orígenes sociales. La palabra se retuerce hasta amoldarla a nuestras respuestas emocionales con respecto a las desigualdades económicas o sociales y se emplea como contraseña en discusiones sobre la autenticidad, el elitismo y el populismo. En las artes, la pretenciosidad es el marchamo de brujería que emplean los mandarines culturales en sus intrigas para mantener a raya al populacho indeseable. Es una forna de decir que el arte contemporáneo es un «timo» y que las películas con subtítulos son «dificiles», esto es: que no apelan a todo el mundo y que, por lo tanto, deben dirigirse a ese tipo de gente que cree que está por encima del resto. Esa clase de gente a la que le gustan las películas francesas, chinas o mexicanas porque se niegan a dar la cara por el supuesto pragmatismo perspicaz de su patria frente a las pseudointelectualidades que vienen de allende los mares. Quienes no se sienten seguros en el terreno intelectual deslizan la palabra «pretencioso» para cerrar de un portazo cualquier conversación que no pueden seguir, cuando decir sencillamente «no lo sé» o preguntar “¿puedes explicármelo?» habrían sido formas más elegantes de confesar que estaban en la inopia. Machacar a alguien aduciendo que es un pretencioso revela, ironías de la vida, el rastro de una arrogancia vergonzante más que de un ejercicio de humildad. El insulto «pretencioso» se despacha como un eufemismo traicionero de rechazo hacia la diferencia sexual, un sinónimo de «afeminamiento» o «dandismo». Empleada en las discusiones sobre género, sexualidad y raza, la denuncia de pretensión se convierte prontamente en una medida de lo antediluviana que es la mentalidad del acusador. 

PRETENCIOSIDAD

Pretenciosidad, Dan Fox, 57
Llamar pretencioso a alguien puede ser una forma de plantar cara al boato y las absurdeces de los poderosos. Es una forma de  socavar la autoridad de la que se han investido para encaramarse a sus púlpitos. También es una manera de avisarles de que no se les suban los  Humos. Empleada como insulto, es un instrumento informal para ejercer la vigilancia de clase, un palo con el que atizar a alguien que se da aires de grandeza. La diferencia entre el adjetivo pretencioso y el verbo pretender estriba en que el primero incorpora el aguijón de la traición de clase, especialmente en el Reino Unido, donde la clase es una neurosis no menos que un conjunto de condiciones sociales. Si ser auténtico es considerado una virtud -lo que deberíamos aspirar a ser en sociedad-, entonces ser pretencioso se tiene por una cortina de humo, un gesto de vergüenza ante los propios orígenes. El horror que la movilidad de clase provoca en la gente resulta prácticamente tribal, corno si fuera una negación de tu propia familia y amistades. Sugerir que alguien es pretencioso equivale a decir que se comporta de un modo inadecuado a su experiencia y condición económica. Es un término ofensivo, un   esnobismo desleal. La pretensión está ligada a la clase, que no se reduce exclusivamente al dinero o cómo lo gastas. La clase tiene que ver con cómo te has construido tu identidad en relación con el mundo que te rodea y los medios que has empleado para hacerlo. 

INCIPIT 867. PRETENCIOSIDAD / DAN FOX

Empieza por lo básico. (Presumiblemente, el punto de partida menos pretencioso que quepa imaginar.) De la suma latina de prae -'delante' o 'antes'- y tendere -que significa 'extender', 'desplegar'-, surge el término pretencioso. Imagínatelo como sosteniendo algo delante de ti, como los actores que llevan una máscara en el teatro griego antiguo.
O imagínate a ti mismo en un campo de batalla medieval, cargando una armadura. En heráldica, el término “escudo de pretensión” describe el blasón de una heredera que, a la muerte de su padre, se incorpora a las armas de su marido. A falta de sucesores masculinos, el marido de la heredera “pretendería”representar a la familia de su mujer. Durante el combate, era necesario un escudo para proteger el cuerpo -sostenido frente a ti, prae tendere, como la máscara del actor oculta su rostro-, pero el escudo también exhibía un diseño que alardeaba de tu poder y autoridad política. Tu pretensión era tu protección y también podía convertirte en un objetivo. (El ejército ruso viene empleando desde el siglo XIV una estrategia de engaño llamada mashirovha -'algo enmascarado'- para ocultar, negar o desviar la atención de maniobras militares reales.)

En política, el aspirante a un trono o a un título de nobleza similar es conocido con el término pretendiente. 

INCIPIT 866. PANDORA / HENRY JAMES

Desde hace tiempo es habitual que los barcos a vapor de la North German Lloyd, que transportan pasajeros de Bremen a Nueva York, fondeen durante unas horas en el tranquilo puerto de Southampton, donde el cargamento humano recibe considerables adiciones. Hace algunos años, un joven y despierto alemán, el conde Otto Vogelstein, dudaba sobre si censurar o aprobar dicha costumbre. Apoyado sobre la barandilla de cubierta del Donau observaba con curiosidad, tedio y desdén, a través del humo de su cigarro, cómo los pasajeros americanos (la mayoría de los viajeros que embarcan en Southampton son de dicha nacionalidad) cruzaban el pantalán y eran engullidos por la enorme estructura del barco

PANDORA

Pandora, Henry James, p.99
Teniendo en cuenta que la gran baza a su favor era haber ascendido sin ayuda desde un plano social inferior, que lo había hecho todo por sí misma y con su personalidad como única palanca, cabría esperar que deseara olvidarse de los autores de su ser puramente material. Sin embargo, su actitud hacia ellos parecía cambiante: a veces los incluía en su estela, escondidos entre las burbujas y la espuma que revelaban su procedencia; otras veces, como había dicho Alfred Bonnycasde, les dejaba pasar completamente de largo; a veces los mantenía confinados, acudiendo a ellos al amparo de la noche y tomando todo tipo de precauciones; otras veces los mostraba al público consintiendo alguna que otra ojeada fugaz y en condiciones pactadas de antemano. Pero la principal característica de la chica hecha a sí misma era que, aunque en la intimidad se la presumía devota de su gente, jamás intentaba imponérsela a la sociedad, como tampoco dejaba de ser asombroso que por muy anodina que ella pudiese llegar a ser en ciertos sentidos, ni en sus peores aspectos resultaba más anodina que ellos. Sus padres se mostraban siempre solemnes y luctuosos y, por lo general, hacían gala de una mortal respetabilidad. Por su parte, Pandora no era necesariamente esnob, a menos que ser esnob significara aspirar a lo mejor. No era servil, no se rebajaba más de lo que ya lo estaba. Por el contrario, adoptaba una posición propia que obraba el efecto de atraer las cosas hacia su persona. Naturalmente, alguien así solo era posible en América, un país que carecía de amplios abanicos comparativos y competitivos. La historia natural de aquella criatura le fue revelada a nuestro sobrio extranjero con todo detalle mientras escuchaba sentado en la animada quietud, con el fragante aliento del oeste en las narices, hasta que acabó por convencerse de una realidad que ya venía sospechando: que en la gran República las conversaciones entrañaban una psicología más apasionada, por no decir más audaz, que en ningún otro lugar.
En la imagen Pandora de DG Rossetti

DEL EQUIPAJE

Opiniones contundentes, VNabokov, p. 229
¿Qué opina del equipaje? ¿Cree que también ha perdido estilo?

Creo que un buen equipaje es siempre hermoso, y actualmente hay mucho de todo eso. Los estilos, desde luego, han cambiado. Ya no tenemos ese baúl que era una especie de ropero elefantino, ejemplar que aparece en la versión cinematográfica, visualmente agradable pero por lo demás absurda, de la mediocre, pero de todos modos admisible, Muerte en Venecia de Mann. Todavía guardo como un tesoro una elegante pieza de equipaje, elegantemente gastada, que perteneció a mi madre. Sus viajes por el espacio han terminado, pero todavía susurra suavemente a través del tiempo porque la utilizo para guardar viejas cartas de familia y documentos curiosos tales como mi partida de nacimiento. Soy un par de años menor que esta antigua valija, de cincuenta centímetros de largo por treinta y seis de ancho y dieciséis de alto, técnicamente un neccesaire de voyage algo pesado, de piel de cerdo, con “H. N.” primorosamente entrelazadas en gruesa plata bajo una corona similar. Fue comprado en 1897 para el viaje de bodas de mi madre a Florencia. En 1917 transportó desde San Perersburgo hasta Crimea y luego a Londres un puñado de alhajas. Alrededor de 1930, dejó en casa de un prestamista sus costosos receptáculos de cristal y plata, quedando vacíos los refuerzos de cuero hábilmente diseñados en la parte interior de la tapa. Pero esa pérdida ha sido reparada ampliamente durante los treinta años que después viajó conmigo ... , desde Praga a París, desde St.-Nazaire a Nueva York y a través de los espejos de más de doscientos cuartos de moteles y casas alquiladas, en cuarenta y seis estados. El hecho de que de nuestra herencia rusa el superviviente más resistente resultara ser un bolso de viaje es a la vez lógico y emblemático.

MARIPOSAS

Opiniones contundentes, VNabokov, p. 225
¿Adónde va ahora en busca de mariposas?
A varios buenos parajes del Valais, el Tesina, los Grisones; a las colinas de Italia; a las islas del Mediterráneo; a las montañas del sur de Francia, etc. Me dedico sobre todo a las mariposas europeas y norteamericanas de grandes alturas, y jamás he visitado los trópicos.

Los pequeños trenes de montaña de cremallera que ascienden hasta las praderas alpinas, atravesando sol y sombra, a lo largo de superficies rocosas o bosques de coníferas, tienen un funcionamiento tolerable y un destino encantador, pues lo conducen a uno hasta el punto inicial de una caminata que dura todo el día. Pero mi medio de locomoción predilecto es el funicular, y especialmente los telesillas. Me parece encantador y propio de sueños, en el mejor sentido de la palabra, deslizarse en el sol de la mañana desde el valle hasta el límite de la vegetación boscosa en ese asiento mágico, y contemplar desde lo alto la propia sombra, con la traza leve de una red en la traza leve de un puño, mientras asciende suavemente sentada de perfil a lo largo de la ladera florida de abajo, entre “Ringlets” que bailan y “Fritillaries” que pasan rozándonos. Algún día el cazador de mariposas descubrirá un saber de sueño aún más bello cuando flote erguido sobre las montañas, llevado por un cohete diminuto atado con correas a la espalda.

LA LLEGADA A LA LUNA

Opiniones contundentes, VNabokov, p. 171
¿Se quedó levantado para ver a los norteamericanos cuando aterrizaron en la Luna? ¿Le impresionó?

“Impresionar” no es la palabra exacta. Pisar el suelo lunar le produce a uno, me imagino (o, más bien, mi yo proyectado imagina) el estremecimiento romántico más extraordinario jamás experimentado en la historia de los descubrimientos. Por supuesto que alquilé un televisor para observar cada momento de su aventura maravillosa. Ese pequeño minué dulce que a  pesar de sus trajes embarazosos bailaron con tanta gracia los dos hombres al son de la gravedad lunar fue una escena hermosa. También fue un momento en el cual una bandera significa para uno más de lo que habitualmente significa. Me asombra y me duele que los semanarios ingleses hicieran caso omiso de la conmoción absolutamente irresistible de la aventura, del extraño regocijo sensual de palpar esos guijarros preciosos, de ver nuestro globo jaspeado en el cielo negro, de sentir en la espina dorsal el temblor y la maravilla de ella. Después de todo, los ingleses deberían comprender esa emoción, ellos que han sido los más grandes, los más puros exploradores. ¿Por qué entonces sacar a relucir cuestiones tan poco importantes como los dólares gastados y la diplomacia de la superioridad militar?

INCIPIT 865. REFLEJOS EN UN OJO DORADO / CARSON McCULLERS

Un puesto militar en tiempo de paz es un lugar monótono. Pueden ocurrir algunas cosas, pero se repiten una y otra vez. El mismo plano de un campamento contribuye a dar una impresión de monotonía. Cuarteles enormes de cemento, filas de casitas de los oficiales, cuidadas e idénticas, el gimnasio, la capilla, el campo de golf, las piscinas ... todo está proyectado ciñéndose a un patrón más bien rígido. Pero quizá sean las causas principales del tedio de un puesto militar el aislamiento y un exceso de ocio y seguridad; ya que si un hombre entra en el ejército sólo se espera de él que siga los talones que le preceden.
Y a veces pasan también en una guarnición ciertas cosas que no deben volver a ocurrir. Hay en el Sur un fuerte donde, hace pocos años, se cometió un asesinato. Los participantes en esa tragedia fueron: dos oficiales, un soldado, dos mujeres, un filipino y un caballo.
El soldado de este lance se llama Ellgee Williams. Se le veía a menudo al caer la tarde, sentado, solo, en uno de los bancos que bordeaban el paseo con los cuarteles. Era un lugar agradable, con dos largas hileras de arces jóvenes que cubrían el césped y el paseo de sombras frescas, delicadas, movidas por el viento.

En primavera, las hojas de los árboles eran de un verde luminoso que, al llegar los meses de calor, tomaban un matiz más oscuro, sosegado. Al final del otoño eran de un oro encendido. Allí solía sentarse el soldado Williams esperando la llamada al rancho de la tarde. Era un soldado joven y silencioso, y en el cuartel no tenía amigos ni enemigos. A su cara redonda y  curtida por el sol asomaba cierto aire de vigilante inocencia. Sus labios eran llenos y rojos, y los mechones de su pelo caían castaños y lacios sobre su frente. 

INCIPIT 864. LOS ESFORZADOS / ALBERT COHEN

A las seis de la mañana, Pinhas Solal, alias Comeclavos, bajó vestido de la hamaca que le servía de cama en el sótano que le servía de habitación. Descalzo, pero como de costumbre con levita y chistera, abrió el tragaluz y aspiró, con los ojos cerrados, las fragancias de jazmín y madreselva mezcladas con efluvios marinos. En homenaje a la belleza de su isla natal, se descubrió ante el paisaje que apareció en el rectángulo del tragaluz, saludó gravemente al mar liso y refulgente, donde retozaban tres delfines, a los grandes olivos plateados y, en lontananza, a los cipreses que montaban guardia ante la ciudadela de los antiguos podestás.
-¡Oh, Cefalonia, adiós te dice el más desdichado de tus hijos!
Como para despedirse de sí mismo, se contempló en el cristal resquebrajado que, arrimado a la pared, le servía de espejo. Exhalando hondos suspiros, admiró cuanto de su apariencia muy pronto jamás tornaría a ver, admiró su largo y descarnado cuerpo de tísico, su ahorquillada y sardónica barba, sus mugrientos piezazos que tanto amara, sus enormes manos, amalgama de huesos, pelos y abultadas venas, su remendada levita y su deshilachada chistera. Al esbozar una amarga sonrisa mostró sus largos dientes amarillentos, tan separados como los dedos de sus pies. Sí, aquel vigésimo octavo día de marzo iba a ser el funesto día de su óbito.
-¡Adiós, queridos aspectos de mi persona! -dijo a su imagen en el espejo.

¡Así acababan, ay, todos los genios, en la miseria y el suicidio!

ANIMALES Y MAQUINAS

Opiniones contundentes, V Nabokov, p. 163
¿Qué nos distingue de los animales?
Ser conscientes de ser conscientes de ser. Dicho con otras palabras, si no sólo sé que soy, sino que también sé que lo sé, pertenezco a la especie humana. Todo lo demás es consecuencia... , la gloria del pensamiento, la poesía, una visión del universo. En ese sentido, el barranco entre el hombre y el mono es inconmensurablemente mayor que el que hay entre la ameba y el mono. La diferencia entre la memoria del mono y la memoria humana es la diferencia que hay  entre el signo & y la Biblioteca del Museo Británico.
Juzgando por el despertar de su propia conciencia de niño, ¿cree usted que la capacidad de emplear la lengua, la sintaxis, de relacionar ideas, es algo que aprendemos de los adultos, como si fuéramos computadoras a las cuales se alimenta, o comenzamos a emplear una aptitud propia, singular, parte de nuestra estructura ... llamémosla imaginación?

La persona más estúpida del mundo es un genio en todo sentido comparada con la computadora más diestra. Cómo aprendemos a imaginar y expresar cosas es un enigma con premisas imposibles de expresar y una solución imposible de imaginar.

POSHLOST

Opiniones contundentes, VNabokov, p. 118
El poshlust, o poshlost en una transliteración más exacta, tiene muchos matices, y si usted cree que se le puede preguntar a cualquiera si le tienta el poshlost, evidentemente no lo he explicado con suficiente claridad en mi librito sobre Gógol. Basura cursi, vulgares clichés. Filisteísmo en todos sus aspectos, imitaciones de imitaciones, falsas profundidades, pseudoliteratura tosca, deficiente y deshonesta ... , ésos son los ejemplos obvios. Ahora bien, si querernos limitarnos a los escritos contemporáneos, tenernos que buscar el poshlost en el simbolismo freudiano, las mitologías apolilladas, el comentario social, los mensajes humanistas, las alegorías políticas, la preocupación excesiva por la clase o la raza, y las generalidades periodísticas que todos conocemos. El poshlost se manifiesta en conceptos tales como “Nortearnérica no es mejor que Rusia”, o “Todos participamos de la culpa de Alemania”. Las flores del poshlost se dan en frases y términos corno el momento de la verdad, carisma, existencial (empleado seriamente), diálogo (aplicado a conversadones políticas entre naciones), y vocabulario (aplicado a un pintamonas). Enumerar de un tirón Auschwirz, Hiroshima y Vietnam es poshlost sedicioso. Pertenecer a un club muy selecto (que ostenta un solo nombre judío ... , el del tesorero) es poshlost, elegante. Los comentarios críticos mercenarios frecuentemente son poshlost, pero éste acecha también en ciertos ensayos petulantes. El poshlost llama gran poeta al Sr. Vacío y gran novelista al Sr. Fanfarrón. Uno de los viveros favoritos del poshlost ha sido siempre la Exposición de Arte; allí lo producen los llamados escultores que trabajan con herramientas de derribar, construyendo cigüeñales cretinos de acero inoxidable, estereotipos zen, cosas raras de poliestireno, objetos trouvés en letrinas, balas de cañón, albóndigas en conserva. Allí admiramos las muestras de las paredes de gabinetti de los llamados artistas abstractos, del surrealismo freudiano, los borrones rugientes y las manchas de Rorschach ... , todo ello tan cursi por derecho propio como las académicas “mañanas de septiembre” y las “ramilleteras florentinas” de hace medio siglo. La lista es larga y, claro está, cada uno tiene su béte noire, su pesadilla, dentro de la serie. La mía es ese anuncio de una línea aérea: el refrigerio servido por una moza servicial a una pareja joven ... , ella con la mirada extática clavada en el canapé de pepino, él admirando anhelante a la azafata. Y, desde luego, Muerte en Venecia. Ya ve cuánta variedad.

SOBRE JOYCE

Opiniones contundentes, Nabovok, p. 86-87
Pero en el caso de usted y de ]oyce, me parece que ha aprovechado el ejemplo de ]oyce sin imitarlo ... , que ha comprendido usted lo que Ulises entraña sin haber echado mano de recursos obviamente «joyceanos» (fluir de la conciencia, efectos de «collage» creados con los objetos flotantes y lo que la marea de la vida cotidiana arroja). ¿Podría darnos su opinión sobre lo que Joyce ha significado para usted como escritor, su importancia con respecto a la liberación y la expansión de la forma de la novela?

Mi primer contacto verdadero con Ulises, después de una mirada de reojo a los veintipocos años, fue cuando ya había pasado los treinta, y cuando ya estaba definitivamente formado como escritor e inmune a coda influencia literaria. Estudié seriamente Ulises sólo mucho después, en la década de 1950, cuando preparaba mis cursos para Cornell. Ésta es la mejor  arte de la educación que recibí en Cornell. Ulises destaca sobre el resto de la obra de Joyce, y en comparación con su noble originalidad y su lucidez singular de pensamiento y estilo, el infortunado Finnegans Wake no es más que una masa informe y opaca de falso folklore, un libro muerto, un ronquido persistente en el cuarto de al lado, sumamente irritante para un insomne como yo. Además, siempre he detestado la literatura regional llena de rarezas arcaicas y pronunciación imitada. La fachada de Finnegans Wake oculta un conventillo muy convencional y ordinario, y sólo los arrebatos poco frecuentes de entonaciones celestiales lo redimen de una total insipidez. Sé que me excomulgarán por este juicio.

VLADIMIR NABOKOV

Opiniones contundentes, Vladimir Nabokov

Entretanto, sigue recluido (y un tanto sedentario, según todos los datos) en las habitaciones de su hotel ¿Cómo pasa su tiempo?
Me despierto alrededor de las siete en invierno: mi despertador es una chova alpina ... , un ave grande, lustrosa, negra, con un gran pico amarillo, que visita el balcón y emite una risita de lo más melodiosa. Me quedo un rato en la cama, dando un repaso mental y planeando cosas. Alrededor de las ocho, afeitado, desayuno, meditación entronizada y baño ... , en ese orden. Luego trabajo en mi estudio hasta el almuerzo, tomándome tiempo para un breve paseo con mi mujer a orillas del lago. Prácticamente todos los escritores rusos famosos del siglo XIX han pasado por aquí en uno u otro momento. Zhukovski, Gógol, Dostoievski, Tolstói (que cortejaba a las camareras del hotel en detrimento de su salud) y muchos poetas rusos. Pero otro tanto podría decirse de Niza o Roma. Almorzamos alrededor de la una de la tarde y hacia la una y media estoy de vuelta junto a mi escritorio y trabajo de firme hasta las seis y media. Luego, un paseo hasta el quiosco de periódicos para comprar los diarios ingleses, y cena a las siete. Nada de trabajar después de la cena. A la cama alrededor de las nueve. Leo hasta las once y media, y después lucho contra el insomnio hasta la una. Unas dos veces por semana tengo una buena y prolongada pesadilla con personajes desagradables importados de sueños anteriores, que se presentan en circunstancias más o menos repetidas ... , ordenaciones caleidoscópicas de impresiones interrumpidas, fragmentos de ideas diurnas, e imágenes mecánicas irresponsables, toralmente carentes de implicaciones o explicaciones freudianas, pero singularmente análogas a la procesión de figuras cambiantes que uno ve habitualmente en el interior de los párpados cuando cierra los ojos cansados.

EL TIEMPO

Borges esencial, p. 492
A Nietzsche le desagradaba que se hablara parejamente de Goethe y de Schiller. Y podríamos decir que es igualmente irrespetuoso hablar del espacio y del tiempo, ya que podemos prescindir en nuestro pensamiento del espacio, pero no del tiempo.
Vamos a suponer que solo tuviéramos un sentido, en lugar de cinco. Que ese sentido fuera el oído. Entonces, desaparece el mundo visual, es decir, desaparecen el firmamento, los astros ... Que carecemos de nuestro tacto: desaparece lo áspero, lo liso, lo rugoso, etcétera. Si nos faltan también el olfato y el gusto perderemos también esas sensaciones localizadas en el paladar y en la nariz. Quedaría solamente el oído. Allí tendríamos un mundo posible que podría prescindir del espacio. Un mundo de individuos. De individuos que pueden COMUNICARSE entre ellos, pueden ser millares, pueden ser millones, y se comunican por medio de palabras. Nada nos impide imaginar un lenguaje tan complejo o más complejo que el nuestro, y por medio de la música. Es decir podríamos tener un mundo en el que no hubiera otra cosa sino conciencias y música. Podría objetarse que la música necesita de instrumentos. Pero es absurdo suponer que la música en sí necesita instrumentos. Los instrumentos se necesitan para la producción de la música. Si pensamos en tal o en cual partitura, podemos imaginarla sin instrumentos: sin pianos, sin violines, sin flautas, etcétera.

Entonces, tendríamos un mundo tan complejo como el nuestro, hecho de conciencias individuales y de música. Como dijo Schopenhauer, la música no es algo que se agrega al mundo; la música ya es un mundo. En ese mundo, sin embargo, tendríamos siempre el tiempo.

INCIPIT 863. OPINIONES CONTUNDENTES / VLADIMIR NABOKOV

Pienso como un genio, escribo como un autor distinguido y hablo como un niño. Durante mi carrera docente en Norteamérica, desde mero lector a profesor titular, nunca he facilitado a mi auditorio ni una parcela de información que no estuviese preparada de antemano en forma de nota mecanografiada que tenía ante la vista en el atril. Mis balbuceos y tartamudeos cuando me pongo al teléfono motivan que los interlocutores de larga distancia pasen de dirigirse a mí en su inglés nativo a hacerlo en un francés patético. En las reuniones, cuando trato de entretener a los invitados con una anécdota interesante, me veo obligado a repetir una y otra frase para matizar y hacer incisos. Hasta el sueño que le describo a mi mujer durante el desayuno no pasa de ser un borrador.

Dadas estas circunstancias, creo que a nadie se le ocurriría pedirme que me someta a una entrevista, si por “entrevista” se supone una charla entre dos seres humanos normales. Pues bien, lo han intentado por lo menos dos veces hace ya tiempo, y en una ocasión en presencia de un magnetófono; y cuando me volvieron a pasar la cinta y acabé de reírme, decidí que  Nunca en la vida volvería a repetir esa hazaña. Hoy día tomo todas las precauciones necesarias para estar seguro de que el golpe que reciba del abanico del mandarín será digno.

EL ALEPH

Borges esencial, p. 235-236
En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el cenero de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray  Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la cierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.

INCIPIT 862. LOS PAPELES DE ASPERN Y OTROS / HENRY JAMES






HABÍA depositado mi confianza en mistress Prest; en realidad, sin ella habría avanzado más bien poco, pues la única idea provechosa en todo el asunto surgió de los labios de esta amiga. Fue ella quien encontró el atajo y desató el nudo gordiano.  Se supone que a una mujer no le es fácil obtener una visión más amplia y abierta de cualquier cosa, cualquier cosa que deba hacerse

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