Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.238. EXISTIRIAMOS EL MAR / BELEN GOPEGUI


Las voces narradoras, según se ha confirmado, atraviesan muros, leen los pensamientos, recuerdan al pie de la letra las conversaciones, describen escenarios, muebles, la ruta evanescente de la luz entre las hojas de los árboles. Poseen, además, el don de la recolección.

La voz de cada historia se adelgaza hasta ser una sombra de dos dimensiones, se pega a las paredes, junto con lo dicho escucha lo que se queda dentro. Hace volar la narración o la sumerge. Se disemina lejos, y luego se rehace, guarda el brillo de hoy que ya mañana pasará inadvertido y los trozos rotos. Puede quedarse un rato en una persona cualquiera, de edad media y salario inseguro, nacida en un país de la mitad norte del planeta, alguien, pongamos, con afición por buscar, en el invierno, el resguardo de ese gajo de sol que entre los huecos de las nubes y edificios cubre un trozo de acera.

Para llevar a cabo su tarea se convierte en gato, hogaza de pan, conexión por la que miles de neuronas liberan su carga eléctrica, piedra que, contra los tanques, anhela ser granada, chip luminoso en las zapatillas de una cría de siete años, el tiempo que te roza y no lo ves. Conoce la suciedad de los cristales, quiere barrer ese temblor quieto, contenido, que anuncia la llegada de la desolación. Se desmanda a menudo, entonces finge parecerse a una guerrera ninja de las que saben escalar fachadas verticales, aunque no, claro, porque hayan vencido la ley de la gravedad: llevan en las manos unas cintas metálicas con agarres que pasan inadvertidos. Las ninja anticipan las reacciones ajenas porque miran de frente, a los lados y hacia atrás con atención.


INCIPIT 1.237. EN VERANO / KO KNAUSGARD


1984

Abril de 1984

Sensación de provisionalidad. Me siento en el borde de la silla en vez de tomar asiento de verdad, posando cómodamente las nalgas: una nerviosa forma de ser. Incapaz de tumbarme en un sofá, dejar la cabeza en blanco mientras me mantengo en una posición cómoda, relajada. Llego tarde y cansado del trabajo. No consigo ganar espacios para mí. A pesar de que hace casi dos años que vivo en esta casa, aún no me he acostumbrado a considerarla mía, sigue sin ser mi casa, mi sitio. Ni siquiera estoy a gusto cuando me encierro en la habitación que arreglé, ajustándola a mis necesidades y mi gusto, silenciosa, soleada, animada por el verdor de las plantas. Todo me parece provisional, desordenado, revuelto. Nada encaja en su lugar, las cosas invaden espacios que no les pertenecen. La mesa de trabajo está ocupada por montones de papeles revueltos y de libros pendientes de lectura. Las semanas se escapan volando, no me da tiempo a poner un poco de orden en este caos, a reflexionar, a concentrarme, a ocupar la geografía doméstica, ni, por supuesto, la otra geografía, la mía propia, la geografía Íntima, sea lo que coño sea eso: me siento incapaz de colonizarme a mí mismo, un ser plural, a la deriva, cada una de cuyas partes parece escapar de estampida en dirección distinta a las otras. Así, ¿cómo escribir, si todo está en suspenso, a la espera de alguna forma de normalidad?


PERRITOS DE PARIS


Diarios, Rafael Chirbes, p. 92

Esos perritos de París, tan urbanos, perritos de exputa, hijos de perritas de puta. A la gente de campo, a los rústicos, nos excita la fantasía esos perros: lo que los animalitos han visto, las chocolatinas que han mordido, el champán que han lameteado, las sábanas sobre las que se han tendido. Incluso imaginamos las ceremonias en las que han participado, de buena o de mala gana; imaginamos en ellos un refinamiento canalla, que atrae y repugna al tiempo. Otro trabajo para Bachelard: Psicoanálisis del perro de puta. Guzmán de Alfarache, proxeneta de su propia esposa, nos habla de la falderilla que siempre llevaba consigo la mujer y dice que «es cosa muy esencial y propria en una dama uno destos perritos y así podrían pasar sin ellos como un médico sin guantes y sortija, un boticario sin ajedrez, un barbero sin guitarra y un molinero sin rabelico» (pág. 686). En la cárcel de Carabanchel, los presos los llamaban perros piloneros: se suponía que las putas, las solteronas y las viudas (y hasta no pocas casadas) se dejaban lamer por ellos, se los bajaban al pilón y preferían sus manipulaciones a las del amante o el marido. Sus dueñas los mantienen, los peinan, los perfuman, los visten: como si fueran sus «maquereaux. Muchas se envician n los perritos y los prefieren a los hombres», les oía yo decir los presos de Carabanchel en algunas de las conversaciones arras que mantenían. Aseguraban que sus lenguas son más suaves, y, sobre todo, revelan mayor constancia en la tarea, y desde luego más docilidad que la de amantes y maridos.


LA FRANCE


Diarios, Rafael Chirbes, p. 90

Abajo, en la escalera principal, la Victoria de Samotracia aparece asediada por los fotógrafos, una actriz a la salida de una premíere durante el Festival de Cannes. Hay niños por todas partes, colegiales que toquetean cuanto se les pone a mano, como si hubieran ido con su madre de compras a La Samaritaíne. Peor, allí les llamaría la atención algún empleado. Dónde queda la severa educación republicana de Francia, que moldeaba unos niños temerosos, domados por los ritos, por las prohibiciones: se les prohibía parlotear y reírse en la mesa, hablar cuando lo hacían los adultos. Tenían que quitarse la gorra para saludar, ceder el paso a los mayores, masticar despacio, lavarse una y otra vez manos y dientes; había que respetar rigurosamente la puntualidad. Llegar tarde a la escuela o a la mesa constituían faltas gravísimas. Todo ese riguroso cuadro disciplinario que, en apariencia, moldeaba niños temerosos, dóciles, iba alimentando en ellos un nife duro, irrompible, que los capacitaba para acabar siendo implacables patronos, obreros infatigables, colonos tozudos, militares despiadados, modélicos ciudadanos para quienes la intimidad, la psicología individual, era algo que había que proteger más que cuidar: eran la sólida columna vertebral de la orgullosa Francia.


DEL AMOR


Diarios, Rafael Chirbes, p. 64

En el amor, hay que ver qué prisa se da uno por cargarse de recuerdos comunes: libros, discos, lugares, mots de famille: como si no fuera precisamente roda esa ganga la que te hace pagar un elevado precio a la hora de la ruptura. Una vez que la historia de amor se acaba, esos objetos, sonidos, lugares o caras que viste u oíste con la otra persona, lo que oliste y palpaste, te persiguen por todas partes, te asedian y te impiden levantar cabeza. Te acercas a la librería, vas a extraer un libro del estante, y ahí está el que a la otra persona le gustaba. Abres la puerta de la nevera y las fresas o el filete de ternera, lo que sea que ves allí dentro te pone en contacto con ella, con un gesto suyo, con una frase que dijo: te la traen, la ponen delante de ti, se interfiere entre tú y el resto del mundo. Y no hay que olvidarse del doloroso peso de los olores -el recuerdo de los olores- en cualquier separación, y en la construcción de otra historia sentimental. El cuerpo que ahora abrazas no huele como el de la otra persona, nadie huele igual que nadie. Y esa visión que te excitaba tanto y cuyo disfrute parecía el inicio de tu curación, de repente se te vuelve desagradable, repulsiva, casi siniestra, porque al abrazarla te ha llegado el olor, que en nada se parece al que esperabas, el de ese otro cuerpo que acaba de abandonarte y buscas.

Si la reflexión parece una actividad de obligado cumplimiento en cualquier asunto de la vida, en el fracaso amoroso resulta inútil y hasta peligrosa: no pensar es una forma de curarse. Conseguir una hora sin que te asalte la imagen del otro, sin darle vueltas a cuanto viviste con él, supone todo un éxito.


INCIPIT 1.236. EN VERANO / KARL OVE KNAUSGARD


ASPERSORES DE AGUA

Jamás he llegado a entender que tenga mi propio aspersor de agua, solo es una de las muchas cosas que adquirí cuando compramos esta casa, al igual que el cortacésped, las tijeras de podar, los rastrillos y el resto del equipamiento de jardín. Aunque innumerables veces haya conectado la manguera al grifo de la entrada de la casa de verano, haya oído el · agua primero chispear, luego silbar, y después haya visto los finos chorros elevarse por el jardín, tal vez unos cinco metros, a menudo brillando con la luz del sol, y a continuación ondear lentamente y caer hacia un lado, volver a elevarse y caer hacia el otro lado, en ese movimiento que siempre me ha recordado a una mano saludando, nunca lo he asociado conmigo o con algo mío, como si lo que representa no me representara a mí, o, en otras palabras, como si la vida que vivo aquí en realidad no fuera mía, sino solo algo en lo que me encuentro accidentalmente en este momento. Sacar una conclusión tan profunda de algo tan pequeño como un arco de metal  lleno de agujeros por los que brota el agua puede parecer  un poco demasiado forzado, pero de todos los objetos que recuerdo de los veranos de mi infancia, el aspersor de agua es el más emblemático, el que más emociones y sucesos concentra en mi memoria, y el que más asociaciones despierta.


HELADOS


En verano, Karl Ove Knausgard, p. 328

Cuando salen del congelador, la bola de helado está dura, con bordes afilados en la superficie circular de la parte arriba, y se puede elegir entre chuparlos -entonces los cantos se redondean, un proceso que se intensifica si hace calor y el helado se derrite, y la bola va adquiriendo lentamente forma de pera, con el helado a menudo goteando por el cucurucho, que hay que retirar chupándolo con cuidado- o morderlos, lo que resulta más rápido. Pero como para muchos parte de la gracia del helado está en prolongar la vivencia de comerlo, eso no es una ventaja obvia, excepto que se evita ese caldillo pegajoso, y la guarrada que conlleva un prolongado goce del helado, sobre todo en lo que se refiere al helado Corona de chocolate, ya que el chocolate también se derrite. Otra manera de abordar el helado Corona es a mitad de camino del proceso de chupado, cuando el helado está blando y maleable por algunas partes, casi como crema, simplemente mordiendo la parte de abajo del cucurucho, de manera que se haga un agujero por el que sea posible sacar el helado absorbiéndolo. El otro gran superviviente de la oferta noruega de helados es el Palo de Oro. Es, como su nombre indica, un helado de palo. Está hecho de leche y recubierto de chocolate y crocanti, y también tiene capas de chocolate en el interior. Precisamente esa combinación de helado, cobertura de chocolate, crocanti y palo tiene algo básico, algo sólido y poco ostentoso que en mi opinión eligen muchos padres para sus hijos con el fin de atenuar el carácter extravagante que se asocia con la compra de helados, que es un lujo innecesario, algo insalubre y vacío, lo que la funcionalidad y simpleza básica del Palo de Oro en cierto modo contrarresta. Mi problema con los helados en mi infancia era elegir el bueno.


LA PIEL


En verano, Karl Ove Knausgard, p. 362

Lo que la piel prefiere tocar, aquello que siempre añora y la satisface cada vez, de modo que se queda tranquila, colmada y redimida, es otra piel. Tener un bebé sobre el torso desnudo, piel contra piel, es una de las cosas buenas de la vida, tanto para el bebé como para el adulto. Para los adultos, la piel de otro adulto es fuente de otra forma de placer, a veces tan intenso que en cuanto han cerrado la puerta y están solos en la habitación se arrancan la ropa y se estrechan el uno contra el otro, porque el deseo de una piel por otra piel, suave, lisa y desnuda, puede convertirse en un huracán en el transcurso de un instante. El que sea así, que la piel anhele la piel, y que todos los contactos anteriores se posen como un depósito de sentimientos en la conciencia, que se pueden despertar por algo que el ojo ve, también cuando está fuera del alcance de la piel, hace que la existencia entera cambie de carácter en primavera Y verano, cuando la gente empieza a ir ligera de ropa, con falda y pantalón corto, camisetas y blusas sin mangas, porque de repente hay piel desnuda por todas partes, hombros desnudos, brazos desnudos, muslos, piernas y rodillas desnudas; tobillos desnudos, nucas y cuellos desnudos, y el ojo lo ve, y el cuerpo sabe cómo es tocar un brazo, un muslo, una nuca, sentir la piel desnuda contra tu piel desnuda. Es bueno, a la vez que la buena sensación que despierta la visión de la piel pocas veces puede satisfacerse, cambiar de la distancia del ojo a la proximidad de la mano, porque organizamos el mundo según el ojo, no según la mano, en sociedades en las que casi todo el mundo es desconocido para los demás. La transición existente en el paso de la realidad del ojo a la de la piel coincide con la transición de lo social a lo privado, y para alguien como yo, que tiene problemas con la intimidad, a quien casi nunca le agrada que lo toquen, y a quien casi nunca le agrada tocar a otros, la piel está por tanto asociada a la ambivalencia, porque también mi piel desea estar cerca de otra piel, tal vez más que ninguna otra cosa, a la vez que lo teme y por ello procura evitarlo, o limitarlo. Entonces la añoranza de la piel se convierte en una especie de perro y la voluntad en una correa con la que lo tengo sujeto.


LÁGRIMAS


En verano, Karl Ove Knausgard, p. 77
Los ojos, con su cuerpo de cristal y sus membranas, se mantienen continuamente húmedos, están siempre cubiertos por una fina película de agua para que no se sequen y para que el polvo y la suciedad no se les peguen. Esta agua proviene de una especie de bolsita, parecida a un depósito, que se encuentra debajo de la piel de los rabillos y es conducida hacia las relativamente grandes superficies que constituyen el ojo por un estrecho canal, donde es repartida ecuánimemente por el párpado, más o menos como un trapo sobre una ventana de cristal mojada. O tal vez una imagen mejor sería como los limpiaparabrisas sobre el parabrisas de un coche, porque todo ocurre automáticamente, sin que lo tengamos que planificar o considerar. La cantidad de agua es regulada en el hipotálamo, que dirige los procesos autónomos del cuerpo, los que tienen que ver con la temperatura corporal, el ritmo diario, el hambre, la sed y la digestión. Por regla general, la cantidad de agua en la superficie de los ojos es tan pequeña que ni siquiera forma gotas, sino que desaparece invisible por unas minúsculas perforaciones debajo del ojo. No se forman gotas excepto cuando ocurre algo extraordinario o cuando el ojo se irrita por un roce directo de por ejemplo una rama o una mota de polvo, o por un roce más indirecto, por ejemplo de ese gas que expande la cebolla cuando se corta, o cuando uno tose, estornuda o vomita. Entonces el ojo rebosa agua en un acto reflejo en el que la cantidad sobrante se agrupa en el rabillo, formando unas -bajo esta perspectiva enormes- gotas que o bajan corriendo a lo largo de la raíz de la nariz hasta la mejilla o, si la cabeza está inclinada hacia delante, se sueltan en pequeños ramilletes y caen por el aire, no muy distintas a las gotas de lluvia. Esas gotas, que se distinguen de las de lluvia por ser saladas, son lo que llamamos lágrimas.


INTELIGENCIA


En verano, Karl Ove Knausgrad, p. 42

En las sociedades igualitarias la inteligencia es una de las magnitudes más ambivalentes, porque la diferencia que representa la inteligencia es infranqueable, y las diferencias infranqueables son fundamentalmente no igualitarias. De esa forma la inteligencia se asemeja a la belleza, que también es una magnitud problemática para las sociedades igualitarias. La solución ha sido y es fingir que no existe y que no es importante, un juego que empieza en el colegio, donde tanto la inteligencia como la belleza se viven en dualidad: por un lado, se aprende que el exterior no es importante, que lo que cuenta es el interior, y que rodo el mundo tiene el mismo valor, a la vez que esta visión fundamental de valores, en la que todo el mundo está de acuerdo, y que existe en todos los niveles de conocimiento, es, por otra parte, desmentida constantemente porque, por regla general, los guapos reciben más atención y son mejor tratados que los feos, tanto por los profesores como por los demás adultos o los compañeros. La inteligencia también rompe el contrato de igualdad, pero de otra manera, porque mientras que lo bello no es una amenaza, tal vez porque es ineludible y en cierro sentido definitivo, la inteligencia sí lo es, porque rodos sabemos pensar, todos sabemos comprender contextos, y el que a algunos se les dé mejor pensar, el que algunos entiendan más contextos y lo hagan mejor y con más facilidad, puede resultar difícil de aceptar. La amenaza es constante, pero parece más fuerte en los años escolares, ya que esa es una de las pocas fases en las que la capacidad mental y la capacidad de comprender de las personas no solo son sometidas continuamente a prueba, sino que también reciben calificación, de modo que rodas las diferencias entre las personas en este aspecto se ponen de manifiesto. Todos los chicos y las chicas inteligentes que iban a mi colegio intentaron ocultar su inteligencia en alguna ocasión, reducirla, ya que la consecuencia de la inteligencia era que se les excluyera, que no fueran populares, y que en algunos casos incluso fueran acosados. Eso no le ocurría nunca a ninguno de los guapos que iban a mi colegio, al contrario, estaban siempre rodeados de compañeros.


INCIPIT 1.235. DESDE DENTRO / MARTIN AMIS


A MODO DE PRELUDIO

¡Bienvenido! Pasa, pasa ... Es un placer y un privilegio. Permíteme que te ayude con eso. Dame tu abrigo, lo colgaré aquí (ab, y, ya de paso, el aseo es por ahí). Siéntate en el sofá, cómo no ... Luego ya te pondrás a la distancia de la chimenea que te resulte más cómoda. ¿Qué te apetece tomar? ¿Whisky? Es lo sensato, con este tiempo. Así que me he adelantado y he adivinado lo que quieres ... ¿Blend o de malta? ¿Macallan' s? ¿De doce o de dieciocho años? ¿Cómo te apetece tomarlo? ¿Con soda? ¿Con hielo? Y traeré una bandeja de aperitivos. Para que aguantes el tipo hasta la cena. Bueno ... ¡Feliz 2016!

Mi mujer, Elena, volverá a eso de las siete y media. E Inez se nos unirá luego. Sí, así..., con el acento en la segunda sílaba. Cumplirá diecisiete años en junio. Ahora solo nos queda en casa una hija. Su hermana Eliza, algo más mayor, está pasando su año sabático en Londres, que, a fin de cuentas, es su ciudad natal (nació allí; como Inez). Bueno, el caso es que Eliza tenía planeado venir a visitarnos, y acaba de aterrizar en el aeropuerto J. F. Kennedy. Así que  seremos cinco.

Elena y yo ... -aún no estarnos en esa etapa de nuestra vida, pero la vislumbramos ya claramente-. Me refiero al Nido Vacío. En la vida de una persona normal hay como media docena de momentos cruciales, y a mi juicio el Nido Vacío es uno de ellos. Y ¿sabes? No estoy seguro de lo mucho o poco que debo preocuparme al respecto. Algunas gentes de nuestra edad, que han visto cómo sus últimos retoños levantan el vuelo y se pierden en la lejanía, han sucumbido en cuestión de minutos a depresiones profundas. Y como mínimo mi mujer y yo empezaremos a sentirnos como esa pareja de Pnin.


LOS NABOKOV


Desde dentro, Martin Amis, p. 298

Los Nabokov fueron refugiados, y en tres ocasiones. Siendo adolescentes huyeron, cada uno por su cuenta, de la Revolución de Octubre; por el camino, en Ucrania, Véra Slonim sobrevivió  a un pogromo en el que la chusma perpetró decenas de miles de asesinatos. Eso fue en 1919. Huyeron de los bolcheviques, jinetes del terror y la hambruna, y a través de Crimea, Grecia e Inglaterra, buscaron  refugio en Berlín. Después en Francia, hasta que los alemanes les siguieron los pasos; a continuación, el viaje de once horas hasta  Nueva York en 1940, adelantándose unas pocas semanas a la Wehrmacht (que torpedeó y hundió su barco, el Champlain, en su siguiente travesía al oeste). Al padre de VN (que se llamaba como él, Vladimir N abokov), el estadista liberal, lo asesinó un fascista del Movimiento Blanco en Berlín (1922); en la misma ciudad detuvieron a su hermano Serguéi en 1943 (acusado de homosexualidad), lo volvieron a detener al año siguiente (por sedición) y murió en un campo de concentración próximo a Hamburgo en enero de 1945. Esa era su Europa y a ella regresaron, a lo grande y para siempre,  en 1959.

Pues sí, y también llegué a conocer a Véra. Pasé casi un día con ella, en 1983, en el corazón apacible de Europa, el Palace Hotel de Montreux, Suiza (donde vivían desde 1961),.reunión que solo interrumpimos para comer con su hijo, el altísimo Dmitri, con quien sí volvería a encontrarme. Véra era una belleza de piel dorada, cautivadora y jovial; ante algún tema delicado podía reaccionar de súbito de forma virulenta, pero ello jamás me desconcertó, porque siempre estaba ahí el eventual destello de humor en sus ojos. Vladimir murió en 1977, a los setenta y ocho años. Véra, en 1991, a los ochenta y nueve. Y Dmitri, en 2012, a los setenta y siete. Del discurso de Dmitri en el funeral de su madre en 1991:

Hace dos años, en la víspera de una arriesgada operación de cadera,  mi madre, siempre tan valiente y atenta, me pidió que le llevase su vestido azul favorito, porque quizá tuviera que recibir a alguien. Yo tuve la inquietante sensación de que quería ese vestido por una razón muy distinta. Sobrevivió a aquel trance. Ahora, para su último encuentro terrenal, luce ese mismo vestido. Mi madre expresó el deseo de que sus cenizas se unieran a las de mi padre en la urna  del cementerio de Clarens. Ha querido un curioso y nabokoviano capricho del destino que tuviera dificultades para localizar esa urna. Mi primer impulso fue llamar a mi madre para preguntarle qué hacía. Pero ya no tenía madre a quien llamar.


SEMIOTICA



Una Odisea, Daniel Mendelsohn, p. 386

La palabra griega para tumba que utiliza Elpenor cuando le pide a Odisea que le «eleve un túmulo» es sema. Puede significar «sepultura» o «tumba», pero este es su sentido derivado; el significado primario es «signo» o «señal», significado que pervive, por ejemplo, en nuestro término semiótica, que se aplica al estudio de signos y símbolos, a la teoría filosófica del origen del significado. Para los griegos que las construían, las tumbas o semata (plural de serna) que tanto destacan en la Odisea eran un medio de transmitir información sobre sus ocupantes; estaban ahí para narrar historias. En el Canto I, por ejemplo, un personaje lamenta el hecho de que Odisea, por quien nunca llegó a alzarse un túmulo en Troya, no vaya a conocer la «fama» -afirmación que nos indica hasta qué extremo se supone que la tumba «habla» sobre su morador-. De modo similar, en el Canto XI, Elpenor afirma que su sema, ornada con el remo que es símbolo de su oficio en la vida, suministrará información sobre su persona a las generaciones venideras. Y el altar que Odisea recibe orden de dedicar a Poseidón, también descrito en el Canto XI, está concebido igualmente para contar una «historia»: la historia de un enemigo de Poseidón que consigue la paz mediante el procedimiento de presentar al dios entre los hombres que hasta entonces no han podido conocerlo.

Además de señalar las diversas tumbas y monumentos conmemorativos asociados con Odisea durante su largo e insólito recorrido, la palabra sema aparece otra vez en la Odisea, aunque en un contexto no tan lúgubre. Es en el Canto XXIII, cuando el ofendido Odisea, a quien ha confundido la hábil triquiñuela de Penélope, describe con amoroso detalle la cama que él ha construido para ambos, la cama cuyo revelador secreto era que no podía cambiarse de sitio. Al final de su apasionado parlamento, Odisea se refiere al secreto de la cama llamándolo serna, la «señal» entre Penélope y él, el símbolo de su inamovible unión.

Todo lo cual viene a decirnos que, en el mundo de la Odisea, una sema es una historia hecha visible: el monumento, el montículo, el remo, la cama ... todos ellos son señales que, para quienes saben leerlas, relatan las historias con tanta claridad como lo hace el relato en que se incluyen las semata, el cuento que nos cuenta el poeta.


INCIPIT 1.234. HOY HE CONOCIDO A ALGUIEN / MILENA BUSQUETS


«Nos pasamos la vida entera acercándonos y tomando distancias, en un vaivén continuo, respecto a uno mismo, a nuestros amores, a cosas menos importantes», pensó Ginebra mientras esperaba que la clienta saliera del probador. «Un movimiento que se repite idéntico, primero una carrera hacia delante, a toda velocidad -siempre es a toda velocidad-, el vértigo,  la cúspide de intensidad, y luego la marcha atrás, cuando la luz se ha apagado o la estamos apagando nosotros o la ha apagado otro dejándonos a oscuras; cuando aquello que nos parecía único, importantísimo, excepcional, pasa a ser un capítulo más de nuestra vida, algo, por otra parte, que le ha pasado a casi todo el mundo -esto le ha pasado a todo el mundo, no te preocupes-, que ha sido narrado en multitud de novelas y de películas, unos sentimientos que podemos considerar sin que nos importen demasiado, mirar de lejos, sentimientos en ocasiones ya apenas recordados. Tal vez persistan más los hechos, las frases, y uno empiece a olvidar lo que sintió -el vértigo, la puñalada, el sol inundando la habitación, el suelo abriéndose bajo los pies- en cuanto deja de sentirlo.


INCIPIT 1.233. LA PRIMA ROSAMUND / REBECCA WEST


Nada volvió a ser igual de fascinante tras la muerte de mamá y Richard Quin. No puedo pensar en dos personas más felices y entretenidas que Mary y yo tras la boda de Cordelia, cuando nos quedamos solas con nuestra madre, nuestro hermano y Kate, pero aunque perder aquel calor,  aquel asombro y aquella alegría fue una tragedia peor que el hambre y la sed, también nos libró de los elementos más crueles del dolor. No nos preguntábamos adónde habían ido nuestros muertos ni pensábamos en que su destino podría haber sido otro que la podredumbre, no aborrecíamos aquella terrible pérdida. Nuestros muertos eran como las constelaciones; tal vez no pudiéramos tocarlos, pero no por eso dudábamos de su existencia. Sabíamos que estaban maravillosamente unidos y, aunque habríamos preferido un final más digno, sabíamos que su destino era para ellos algo tan propio como la música para nosotras. Aun así, tuvimos que dejar Lovegrove. Aquella casa nuestra podría habernos inclinado al pensamiento mágico; podríamos haber acabado recreando el pasado e instalándonos en él.


INCIPIT 1.232. UNA TEMPORADA CON MARCEL PROUST / RENE PETER


En busca de aquel tiempo

«Sólo me siento feliz al entrar en uno de esos hoteles de provincias cuyas habitaciones conservan un olor a cerrado que el aire libre viene a limpiar pero que no elimina; donde por la noche, cuando uno abre la puerta de la habitación, tiene la sensación de violar toda la vida que allí ha quedado esparcida, de cogerla intrépidamente por la mano, y, con la puerta ya cerrada, seguir adelante, hasta la mesa o hasta la ventana, y sentarse con ella, en una especie de libre promiscuidad, sobre el canapé construido por el experto de la localidad, en lo que él creía el estilo de París, de tocar por todas partes la desnudez de esta vida sin intención de turbarme por su propia familiaridad, haciéndose dueño de esta habitación llena hasta los bordes de las almas de otros y que guarda, hasta en la forma de los morrillos de la chimenea y el estampado de las cortinas, la huella de sus sueños, andando con los pies desnudos sobre su alfombra desconocida; entonces, cuando uno va tembloroso a echar el cerrojo, tiene la sensación de encerrar junto a él esta vida secreta, de empujarla dentro de la cama y de acostarse finalmente con ella entre las grandes sábanas blancas que cubren hasta más arriba de la cabeza, mientras, muy cerca, las campanadas de la iglesia difunden por toda la ciudad las horas de insomnio de los moribundos y los amantes.»


MUERTE EN GRECIA


Una Odisea, Daniel Mendelshon, p. 381

La angustia omnipresente que domina la apertura de la Odisea, la incertidumbre aparentemente insoluble que aflige al hijo, y a la esposa, y que preside el hogar del héroe ausente, queda simbolizada en un motivo memorable, aunque macabro: una tumba vacía, un cuerpo desaparecido. Según avanza el poema, son varios los personajes que lamentan el hecho (según ellos lo valoran) de que Odisea, de quien se supone que ha muerto en el mar, no esté enterrado. El padre, marido, rey ausente no tiene tumba, ni túmulo -montecillo artificial con que los griegos de la Edad del Bronce marcaban la presencia de un cuerpo muerto-; sin inscripción que indicara quién era ni cuáles habían sido sus hechos. «Si hubiera sucumbido entre sus compañeros, en Troya -se lamenta Telémaco en el Canto I-, los griegos le habrían levantado un túmulo ... Pero las tempestades se lo han llevado sin Gloria.» Que los muertos quedaran sin sepultar era una posibilidad que generaba en los griegos un especial horror, ya evidente en los primeros versos de la Ilíada, en cuyo proemio se expresa con revulsión la idea de que algunos de los héroes muertos en Troya han servido de «comida de perros y toda clase de aves». Una pronunciada angustia cultural ante los cuerpos insepultos resulta evidente en otros muchos mitos griegos. Es crucial, por ejemplo, en la historia de la hija de Edipo, Antígona, mito que teatraliza Sófocles en su tragedia del mismo nombre, escrita trescientos años después de la gestación de los poemas homéricos: la joven princesa Antígona arriesga su propia vida al enfrentarse a la cruel ley que prohíbe el enterramiento de su hermano, traidor al Estado. Lo interesante es que la obra parece reivindicar la postura de Antígona, porque su antagonista, el rey que ha promulgado la norma, acaba cediendo y es él mismo quien entierra al joven. La idea de que todo el mundo merece un entierro decente, incluso los malvados y los criminales, se remonta a la propia Odisea. En el Canto III se nos cuenta que los asesinos de Agamenón no solo fueron enterrados juntos en una tumba común, sino que también se les aplicaron los ritos fúnebres, tras haberles dado muerte, en venganza, el hijo del general.


VIAJE A ITACA


Una Odisea. Daniel Mendelsohn, p. 270

En su versión final, que publicó en 1911, cerca ya de cumplir los cincuenta años, abstrae el tema del personaje; el nombre de Odiseo ya no aparece en el poema, que ahora se refiere indirectamente a elementos de la Odisea, dando la impresión de estar hablándole directamente al héroe:

Cuando emprendas el regreso a Ítaca,

desea que el camino sea largo,

lleno de aventuras, de conocimientos.

El poema de Tennyson, con sus meditaciones en primera persona, obtiene su fuerza dramática permitiéndonos que sigamos los pensamientos del héroe según van desarrollándose, partiendo de una desencantada visión de su entorno para llegar a la impetuosa decisión de echarse de nuevo al mar. La incorpórea alocución a Odiseo, en segunda persona, que efectúa Cavafis y que no se sabe de qué fuente procede, sitúa al héroe en el mismo plano que al lector ( ese «tú» lo sentimos todos como dirigido a «nosotros»), creando la insólita impresión de que todos podríamos ser Odiseo: héroes de nuestro propio viaje. La segunda estrofa insiste en la admonición: «Desea que el camino sea largo», para enseguida catalogar las riquezas que solo el viaje puede proporcionarnos: puertos que nunca hemos visto, fabulosas riquezas de  mercados lejanos, ámbar y ébano y coral, y perfumes exóticos y, lo mejor de todo, encuentros con los sabios:

que visites muchas ciudades egipcias

y aprendas cada vez más de sus sabios.

Por supuesto que no debemos olvidar nuestro destino, sea cual sea, nos advierte el anónimo narrador; pero queda claro que el significado de la vida se desprende de nuestro caminar por ella y de lo que obtenemos caminando:

Ten siempre en tu mente a Ítaca.

Alcanzarla es tu destino.

Pero no apresures tu viaje en modo alguno.

Mejor que se prolongue muchos años,

que seas ya viejo cuando eches el ancla en la isla,

rico por lo que ganaste en el camino,

sin esperar que Ítaca te enriquezca.

Aquí sentimos en la nuca el aliento del personaje de Tennyson: Cavafis, al igual que su antecesor británico, comprende que, como ocurre con tantas cosas que anhelamos quizá durante demasiado tiempo, el lugar que deseábamos ver puede no ser del todo como esperamos que sea:

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te habrá engañado.

Con lo sabio que te has vuelto, con tu mucha experiencia,

ya habrás comprendido qué significan las ítacas.


DIAMANTES


La prima Rosamund, Rebecca West, p. 134

-Por supuesto, no debe ser alguien muerto -dijo Nestor-. Por encima de todo, debe ser alguien que esté vivo. -Pero de pronto se golpeó en la frente-. Aun así, vivo o muerto, ¿quién puede pintar un collar de diamantes? He estado en muchos lugares y no he escatimado en museos, he visto muchos cuadros en los que se representa a mujeres hermosas tal como son, pero no he visto ningún cuadro de diamantes en el que se viera un diamante tan hermoso corno el cuadro. ¿Cómo es posible? Aunque, ¿por qué lo pregunto? Está claro. Los artistas no piensan en diamantes. Son pobres, sobre todo cuando son jóvenes. Cuando uno es pobre no piensa en diamantes. Lo sé, lo sé. He sido muy pobre, ¿cómo podría haberme unido a la Brigada de Bomberos de Estambul si hubiera tenido una moneda para morder entre los dientes? Por eso sé que cuando uno es pobre no piensa en diamantes. Hay días y semanas, y en los malos tiempos incluso meses, en los que el pensamiento de los diamantes ni siquiera pasa por la mente, pero no años, porque el corazón del hombre está lleno de esperanza. Sólo si uno es rico puede pensar en diamantes todo el tiempo. ¿Quién de los presentes en esta sala piensa a menudo en los diamantes, excepto yo y el señor Morpurgo? Sería una pérdida de tiempo. Lo mismo sucede con los artistas, no piensan en diamantes, pintan acerca de lo que piensan, y piensan mucho en mujeres, porque el hombre más pobre debe pensar en mujeres todo el tiempo, por ese motivo los artistas pintan mujeres y más mujeres y más mujeres, y adquieren mucha práctica en ello, y llegan a pintarlas muy bien. Pero no piensan en diamantes, y no aprenden nunca a ponerlos en el lienzo como se ven ahora sobre los hombros de mi mujer, no resplandecen con tonos azules y verdes y rojos, sino que son blancos todo el tiempo. Para personas corno yo y el señor Morpurgo eso no es justo.


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