Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

BALBIN


Un tal González, Sergio del Molino, p. 176
José Luis Balbín, director de informativos de TVE y del programa La clave, llevaba desaparecido desde el viernes, cuando la cadena suspendió la emisión programada. La clave era un debate de actualidad en directo que marcaba el tono de la semana y se había convertido en una especie de crónica dialogada de la transición. Primero se emitía una de esas películas que el franquismo había censurado y, después, un elenco de intelectuales, hombres públicos e incluso prohombres, discutía como si, en vez de espectadores, al otro lado de la cámara hubiera alumnos del College de France. La imagen de Balbín fumando en pipa en el centro del plató era para algunas familias tan tutelar como un diosecillo doméstico romano. No se podía borrar de la pantalla sin que saltasen las alarmas en todo el país. Algunos periodistas se preguntaban si ETA lo había secuestrado, y otros intentaban confirmar un secreto a voces en la  profesión: que el gobierno había censurado el programa.
El País y Diario 16 pedían esa mañana la destitución de José María Calviño. El País ironizaba sobre la vocación teatral de Alfonso Guerra: «Balbín y Calviño se habrían dedicado estos días a interpretar los papeles estelares de El enfermo imaginario y Tratufo, adaptadas en esta ocasión por Alfonso Guerra, con el fin de cubrir la agresión más estúpida, hipócrita y grosera perpetrada contra los principios que animan el Estatuto de TVE». Diario 16, con el estilo más gritón de Pedro J. Ramírez, tiraba por el melodrama: «Es doloroso decir que el PSOE hace con la televisión todo lo contrario de lo que debería, cuando tanta ilusión se había puesto en su gestión. Pero los hechos son los hechos y la verdad es que, hoy, Guerra, Calviño y Balbín están matando, con su abuso y su incapacidad, la escasa libertad que quedaba en televisión y construyendo en su lugar otro instrumento de acción --de represión- política».
Como en las mejores tragedias históricas, la tormenta empezó en un vaso. Se cumplía el primer mandato de los nuevos ayuntamientos democráticos y, antes de las nuevas elecciones, en La clave plantearon un debate sobre cómo había cambiado el poder municipal en España, copado por la izquierda. En la nómina de invitados estaba Alonso Puerta, que había sido secretario general de la federación socialista madrileña y segundo de Tierno en el  ayuntamiento de Madrid. En 1981 hubo un asunto feo a cuenta de unas adjudicaciones que Puerta no vio claras y, en las discusiones internas del partido, este acabó expulsado del mismo. Para entonces, Puerta era un disidente ruidoso que se había aliado con los restos del PSOE Histórico, refundado en las siglas de PASOC. Al alcalde de Madrid no le gustó que su enemigo tuviera un hueco en la televisión y, en una cena con José Luis Balbín, se lo dijo. Este, a su vez, se lo transmitió a Calviño.

ADOLFO SUAREZ


Un tal González, Sergio del Molino, p. 140

Qué bien peinado sonreía Suárez desde el escaño. Qué bien acompañado parecía aquel hombre solitario que hizo del disimulo un arte. Lo habían abandonado todos y acababa de descubrir que nunca tuvo a nadie. Solo había llegado a la política y solo se iría unos meses después, cuando no pudiera disimular las grietas de la cara, esos pedazos en el suelo de los que hablaba Guerra. Pero Adolfo Suárez sonreía entero, ocultando los dientes que le torturaban con dolores que tampoco expresaba.

En una tarde de insultos inspirados, Guerra lo llamó el tahúr del Mississippi. Daba el tipo. Era fácil imaginarlo en la mesa del fondo de un casino, echando faroles y sacando los ases de la baraja. Algunos decían que llevaba pistola. No en el Congreso, pero sí que tenía una a mano y sabía usarla. Se pasaba de valiente, según algunos. Incluso quienes creían que para presidir esa España hacía falta carácter lo tenían por demasiado firme. Le faltaba un punto de blandura demócrata para ser Kennedy.

Adolfo Suárez venía de la provincia más provinciana, Ávila. La familia de su madre tenía algún posible en el pueblo de Cebreros, pero su padre era un viejo republicano que sobrevivió como un pícaro y enseñó a su hijo a no fiarse de nadie, ni siquiera de él. Sin más pedigrí que su  ambición, el joven Adolfo se abrió paso entre el alto funcionariado del Movimiento. Impresionó con sus dotes aduladoras al ministro-secretario José Solís, que era lo más parecido que tenía el franquismo a un reformista. Solís lo apadrinó y lo acompañó en una carrera gris por los andamiajes administrativos del régimen, hasta que su pupilo se colocó en la dirección de Televisión Española. Desde allí desplegó las artes del disimulo, que incluían ciertos atributos de camaleón: sabía ser el mejor invitado en las fiestas de las masías del Ampurdán, donde compadreaban los jefes de correajes y camisas azules, y hablaba bien la lengua de los derrotados cuando le tocaba fumar en compañía de un crítico o de un opositor. Se inspiraba entonces en el gesto de su padre, el republicano viejo y desahuciado, y transmitía ese frío de exilio que los antifranquistas reconocían al primer vistazo.


INCIPIT 1.327. TODO VA A MEJORAR / ALMUDENA GRANDES


El Gran Capitán comprendió antes que nadie que el coronavirus iba a cambiarlo todo.

Juan Francisco Martínez Sarmiento acababa de estrenar apodo. A los cuarenta y siete años recién cumplidos, había culminado una carrera profesional meteórica con dos nombramientos casi simultáneos. En la tercera semana de 2020 se había convertido  en el director ejecutivo de una gran empresa energética, líder nacional en renovables, y en el vicepresidente mejor  valorado para suceder al presidente de la CEOE. Tenía motivos para sentirse orgulloso de sus logros porque no sólo destacaba entre los grandes empresarios españoles por su inteligencia, equiparable a una audacia que rayaba con la temeridad. También llamaba la atención por sus orígenes. Más allá de la fortuita eufonía de sus apellidos, no había heredado nada de sus  padres. Tercero entre los cinco hijos del propietario de una ferretería del barrio de Tetuán y de una señora dedicada a sus labores, había tenido que luchar como una fiera por cada beca, por cada puesto, por cada ascenso. Hasta ahora. Porque precisamente ahora, cuando ya no tenía la necesidad de apostar, de jugarse la vida en cada movimiento, todo se estaba yendo al carajo.

-¡Qué putada!


STRACHEY


Bloomsbury, Leon Edel, p. 351

Strachey disfrutó de su recién estrenada fama. Frecuentó la alta sociedad, fomentó a toda una serie de nuevas anfitrionas allá donde Lady Ottoline habia ocupado previamente el trono en solitario. El dinero llegaba a raudales. Con La reina Victoria se hizo lo bastante rico para comprar su propio Ferney y no depender de la amabilidad de sus amigos. Pagó sus deudas al contado y también por medio de dedicatorias. Dedicó Victorianos eminentes al matemático H. T. J. Norton, quien le había proporcionado fondos para una de sus casas. Isabel y Essex a Maynard Keynes, que de algún modo fue uno de los propietarios de Tidmarsh. A Virginia Woolf le dedicó su Reina Victoria. Ella le correspondió con su primera colección de ensayos, El lector común. Virginia examinaba la obra de Strachey con grandes reservas. Le gustaba su madurez personal, su encanto, su ardor. No le gustaba su prosa. Era viva y frágil, totalmente superficial y cargada de tópicos; sin duda, era una forma brillante de periodismo. En las páginas iniciales de Isabel y Essex leemos frases como «la sangre fluía por sus venas con vigorosa vitalidad» o «la nueva estrella, que apareció con suma rapidez, fue vista repentinamente brillando sola en el firmamento». Imágenes tan gastadas, palabras tan deterioradas por el uso hicieron que Virginia decidiese en privado que Lytton no era «de primera clase». Y pudo reírse a su vez del gran burlón. No se ha señalado que su histórico pastiche Orlando, que centra su atención en Knole y Vita Sackville-West, es también una brillante parodia de la prosa histórica de Strachey. Lytton tenía un estilo personal en todo lo que hacía, pero decididamente no era un  “estilista».


VIRGINIA


Bloomsbury, Leon Edel, p. 128

Aquel hermano adulto «prodigaba caricias, frases cariñosas, peticio.p.es y abrazos como si, después de cuarenta años en la selva australiana, hubiese vuelto por fin al hogar de su juventud y hubiera encontrado una madre anciana que todavía vivía para darle la bienvenida». Virginia repetía que era «anormalmente estúpido». No consiguió aprobar ningún examen, rechazaba todo razonamiento y sólo decía «Bésame, bésame, querida mía». Los besos eran los sustitutos de la razón. «Sus pasiones crecieron y sus deseos se hicieron más vehementes», de forma que Virginia se sentía como «un pececillo desafortunado, encerrado en un mismo depósito con un tiburón turbulento y voluminoso».

Virginia relata la escena culminante como una escena de seducción, al parecer con cierta exageración. Había ido con George a una de aquellas fiestas interminables en las que su amor propio sufría terriblemente. Describe a los Holman Hunt en su más brillante estilo. «Las señoras eran corpulentas y desaliñadas, los caballeros de frentes despejadas llevaban pantalones cortos de vestir que, en algunos casos, dejaban asomar un par de brillantes calcetines rojos de estilo prerrafaelista. George se introdujo entre ellos como un príncipe disfrazado. Yo me uní rápidamente a un grupo de señoras de Kensington ... » El pintor Holman Hunt, que vestía una bata que le llegaba a los pies, peroraba acerca de las ideas que le habían impulsado a pintar La luz del Mundo; bebía cacao a sorbos mientras se acariciaba su larga barba. El tono de la reunión era «brillante y altruista». «Por fin, por fin, se acabó la velada», escribió Virginia. Cuando volvieron a Hyde Park Gate se fue a su habitación, se quitó el vestido de satén del que desprendió un ramillete de claveles, y empezó a pensar en las lecciones de griego.

«En mi mente daban vueltas muchas cosas diferentes: diamantes y condesas, cópulas, los diálogos de Platón.» Pensó en lo agradable que sería dormirse y olvidarlo todo. Estaba casi dormida, cuando la puerta crujió. «No tengas miedo», musitó George. -«No enciendas la luz, oh querida, querida», y «se arrojó sobre mi cama y me tomó entre sus brazos». A lo que Virginia añadió: «Sí, las señoras de Kensington y Belgravia no supieron nunca que George Duckworth ejercía no sólo como padre y madre, hermano y hermana de aquellas pobres jóvenes Stephen; era su amante también”


INCIPIT 1.326 . LOS HERMANOS TANNER / ROBERT WALSER


Una mañana, un joven de aspecto adolescente entró en una librería y pidió ser presentado al dueño. Hicieron lo que deseaba. El librero, un hombre mayor y de muy venerable porte, clavó una penetrante mirada en el personaje algo tímido que tenía delante y lo invitó a que hablase.

-Quiero ser librero -dijo el juvenil principiante-, es un deseo muy intenso y no sé qué podría impedirme llevar a cabo mi propósito. El oficio de librero me ha parecido siempre fascinante y  no veo por qué habría de consumirme más tiempo lejos de tan entrañable y hermosa ocupación. Pues tal como ahora me ve aquí ante usted, caballero, me considero extraordinariamente apto para vender libros en su tienda, y tantos como pudiera desear vender usted mismo. Soy un vendedor nato: amable, ágil, educado, rápido, más bien parco en palabras, resuelto, calculador, atento y honrado, aunque no tan neciamente honrado como quizá parezca. Puedo hacer rebajas si veo ante mí a un pobre estudiante, y disparar los precios para hacerles un favor a esos ricachones que, sospecho, a veces ya ni saben qué hacer con su dinero. Pese a mi juventud, creo conocer un poco al ser humano, y además me gusta la gente, por muy distinta que sea


INCIPIT 1.325. UN TAL GONZALEZ / SERGIO DEL MOLINO


Antes de empezar

No quisiera faltar al respeto al lector explicándole una novela que entenderá sin ayuda, pero me siento obligado a apuntar un par de cuestiones, no tanto para aclarar qué he escrito, sino  qué no he escrito. Esto no es un libro de historia, ni una biografía de Felipe González, ni una crónica periodística, ni un ensayo político. Quien busque esos géneros los encontrará en abundancia en otros sitios. Aquí se novela una parte de la historia de España (de 1969 a 1997, con unas catas en el tiempo de escritura, los años 2018-2022) a través de quien fue el presidente que asentó la democracia y propició el cambio histórico más profundo y espectacular del país. Quien lo narra es un hijo de la democracia, un escritor nacido en 1979 que observa a la generación de sus padres.

En los códigos audiovisuales, la etiqueta «basado en hechos reales» significa que el autor ha contado una historia de ficción a partir de sucesos y personajes que existieron o existen. La correspondencia entre lo narrado y lo que los historiadores consideran cierto depende tan sólo de la voluntad del narrador, y cualquier espectador entiende que la Isabel II de la serie The Crown es un personaje inspirado en la Isabel II real, pero no pretende ser ella. En la literatura, esto sólo funciona así con la novela histórica, donde se sobreentiende que el novelista hace más o menos lo que quiere con su Julio César, aunque para construirlo haya estudiado al Julio César real.

La única diferencia entre una novela histórica y esta es que la persona que inspira a mi protagonista, así como muchos personajes secundarios, está viva, y los sucesos reales en los  que me baso son tan recientes que muchos lectores los tendrán frescos en su memoria.


JM KEYNES


Bloomsbury, Leon Edel, p. .78

Los que se burlan por sistema del «detalle significativo» no lo comprenderán, pero para los que saben cuánto expresan los hombres y las mujeres en las cosas más pequeñas que hacen, el juego de diagnósticos privados de Maynard Keynes añadía un amplio margen de certeza -si no de infalibilidad- a sus juicios. Giovanni Morelli utilizó este juego cuando buscaba el detalle significativo que escondía todo cuadro: podía ser un uso especial del pincel, la manera particular de pintar unas uñas o unos lazos, el revelador trazo marcadamente expresivo; todos ellos eran sellos de la «personalidad». El genio de Freud se derivó exactamente de este tipo de observación, unida a su destreza para utilizar el conocimiento escondido en ella. El biógrafo de Maynard, muy apropiadamente, sintió la necesidad de hablarnos de sus manos: «Eran suaves, de dedos largos y delicados.» No llevaba guantes de cabritilla; tenía la costumbre de meter cada mano en la manga del brazo contrario de forma que quedaban invisibles. Maynard, que en ocasiones podía desnudarse totalmente, no quería exhibir sus manos desnudas. Harrod interpretaba ese gesto como indicador de su «sentido del reposo», de su forma de instalarse para ver, absorber, aprender, racionalizar. Pero ¿no era más bien la consecuencia de la vertiente inescrutable de aquel genio sobresaliente, a veces abrumador? Sus manos, metidas en las mangas «como una gata que oculta sus garras bajo su cuerpo» ... En tales momentos Maynard se convertía en un misterio para el mundo.

En la foto, la casa de JM Keynes


BAYREUTH


Agua y jabón, Marta . Riezu, p.175

Hay una magia específica en Bayreuth. Así como la hechicería de Wagner puede conjurarse en otros teatros o con un buen equipo HiFi en casa, ese microcosmos bávaro reúne elementos irrepetibles: un espacio escénico único, la complicidad de un público culto y un inmovilismo formal innegociable. Ha pasado siglo y pico, y ningún arquitecto se ha atrevido a copiar ese foso que esconde a los músicos y eleva la música. Ante todo, por un pacto de respeto implícito, pero también porque no es fácil copiar lo genial.

Cuando Wagner crea Bayreuth -después de no pocas dificultades, sablazos a Luis II de Baviera incluidos- está invocando la dramaturgia griega. Para esa inmersión de los sentidos hay que despejar el escenario, y nada tiene más potencial de distracción que la orquesta. ¿Cómo encontrarle un nuevo lugar? Aparece el hallazgo: un foso semiabierto entre la escena y la primera fila. Busquen fotos, una sola imagen basta para comprender. Wagner llamará al foso caracoleante «el abismo místico”.

La sobriedad y pequeño tamaño del teatro, construido en materiales económicos -madera, ladrillo, sin telas lujosas – hizo más único su sonido. Del foso emerge la música ensamblada, proyectada hacia el escenario. Las voces de los cantantes no han de superar el muro sinfónico de la orquesta. El conjunto llega en limpia plenitud a los oídos de la sala. Les decía que no he ido nunca, por mucho que me fascine toda esta singularidad. El principal motivo -además de la extrema dificultad de conseguir entradas- es que no sé nada de ópera. Durante ese mes veraniego de representaciones se vive solo para la música. Días y días sentados cuatro horas en sillas plegables de madera duras como el demonio. Sin aire acondicionado, para proteger la voz de los cantantes. Los años de calor insoportable los bomberos mojan la cubierta del edificio. Cuando empieza la obra se cierran las puertas, y no hay pasillo central: no hay modo de huir sin llevarse miradas asesinas. A cambio, otro espectáculo de propina: el público mismo. En los largos entreactos, un señor alto de pelo blanquísimo vestido de smoking piensa en sus cosas frente al busto de Cosima Wagner, parejas elegantes hacen picnics en el césped, alguien lee, viejos amigos se reencuentran. Ni un imbécil a la vista.


SARGADELOS


Agua y jabón, Marta D. Riezu, p. 168

La Sargadelos que me gusta es la de 1960, que recoge el legado de la de 1806, afrancesada, nacida del mismo paisaje: caolín, cursos de agua, leña. El impulso de Seoane y Díaz Pardo la hará crecer de negocio a símbolo, con fundamentos políticos y humanistas. La empresa concebida como una asociación de intereses intelectuales, opuesta a la empresa que especula con una cantera de recursos. Aquello que tiene raíces es lo que tiene posibilidad de labrarse un futuro.

Todo lo genuino parece nacer con una maldición encima, y atrae como un imán a la codicia. Hagan la prueba: creen algo especial. Si prospera lo suficiente, no duden de que en algún momento aparecerá alguien con ideas totalmente equivocadas. Solo les hablará de números. No me malinterpreten: vivan los números y viva el dinero, pero siempre subordinados a las personas, jamás al revés. Si los beneficios se reinvierten en objetivos sociales y culturales, no se pierden: se multiplican. Pero, claro, los accionistas tocan a menos.Y los accionistas suelen ser muy descreídos respecto a los intangibles.

Alrededor de 2002, en Sargadelos la cosa se pone fea, y por ahí aparecen palabras tan horrendas como viabilidad, explotación u órgano directivo. Si las oyen alguna vez, huyan en dirección contraria. Que algo sea legal sobre el papel no significa que sea honorable.

Solo añadiré que estoy del lado Díaz Pardo, a muerte. ¿Siguen siendo bellos los productos de Sargadelos? Contestaré a la gallega: sí y no. Ustedes tienen ojos en la cara, y una mente despierta, y un corazón intuitivo. Estoy segura de que en el catálogo sabrán distinguir entre aquellos objetos con fuerza, y los nacidos de un plan de negocio.

Por cosas así es importante conocer siempre la historia de lo que compramos.


MOISES


La ciudad de los vivos, Nicola Lagioia, p. 433

Almorcé en una fea taberna cerca de via Cavour. Dado que aún me quedaba tiempo antes de la cita siguiente, me dIrigí a San Pietro in Vincoli. Subí los peldaños de la escalinata de los Borgia, perpetuamente en sombra a causa del arco que la cubre, y al mismo tiempo vivificada por una cascada de enredaderas. En lo alto, vi la fachada lisa y regular de la iglesia. Entré en la nave lateral, caminé hasta encontrarme frente a la estatua. Había estado allí durante casi quinientos años, y permanecería allí mucho después de nuestra muerte. Caso raro de enigma en su grandiosidad, sobre el Moisés de Miguel Ángel nunca dejaba de hablarse. Sigmund Freud, cuando estaba en Roma, iba a San Pietro in Vincoli cada día, permanecía alli durante horas intentando entender; se iluminaba de esperanza cuando pensaba que había captado algo importante, se desmoralizaba cuando la intuición se diluía. Miraba los brazos musculosos de la estatua, las tablas de la ley bajo el brazo derecho, la mano izquierda descansando en el regazo, los dedos de la mano derecha asidas a los rizos de la barba, la pierna izquierda levantada de modo que solo la punta del pie tocase el suelo, su cabeza vuelta a la izquierda y, en su mirada, una mezcla de rabia, desprecio y dolor. Para muchos, Miguel Ángel había documentado el momento inmediatamente anterior a cuando Moisés, indignado por el comportamiento de su pueblo, rompe las tablas arrojándolas al suelo. Luego aferra el becerro de oro, lo quema en el fuego, lo tritura hasta convertirlo en polvo, esparce el polvo en el agua y hace que los israelíes se la traguen. Pues bien, después de la enésima visita, observando la estatua sin pausa, Sigmund Freud pensó de pronto que había tenido una revelación. Es decir, le pareció que Miguel Ángel, al esculpir su Moisés, había realizado un poderoso gesto arbitrario atreviéndose a cambiar la narración bíblica, documentando lo que no está en el Libro: no la ira a punto de estallar, sino la ira reprimida. El Moisés de Miguel Ángel, según Freud, después de un rápido tormento interior, una misteriosa batalla consigo mismo, cambia de propósito. La indignación queda domada, la violencia se disuelve, el dolor empieza a ser tratado. El profeta ya no rompe las tablas contra el suelo, y, precisamente por eso, las tablas, es decir, la ley, adquieren un nuevo significado.


MOISES


La ciudad de los vivos, Nicola Lagioia, p. 176

El taxi se detuvo en Santa Maria Maggiore. No lejos estaba San Pietro in Vincoli. Había estado allí unos días antes, había superado la umbrosa escalera que lleva a la basílica, luego entró, se quedó para observar el objeto del supremo malentendido de tantos y tantos turistas. A los ojos de los idiotas, el Moisés de Miguel Ángel era la quintaesencia de la fuerza interior, la glorificación de la fe que hace posibles las mayores hazañas. Nada podría ser más falso: era la documentación de un fracaso. Si quien llegaba hasta ahí se hubiese tomado la molestia de informarse, leyendo al menos dos páginas en algún libro de texto de historia del arte, habría sabido que la mirada apasionada de Moisés no expresaba fe, sino agravio. Miguel Ángel había paralizado al profeta instantes antes de descargar la furia, cuando, tras descender del Sinaí con las Tablas de la Ley, sorprende al pueblo elegido bailando alrededor del becerro de oro. En el instante posterior -lo que la estatua no documentaba- Moisés destroza las tablas lanzándolas contra el suelo.


INCIPIT 1.324. GEMA / MILENA BUSQUETS


Para mí Gema siempre ha sido el nombre de una muerta. Bueno, no siempre, desde hace unos treinta años, que es casi lo mismo. Murió a los quince. Dos años después murió mi padre. Sin embargo, sobre su nombre no cayó ninguna maldición. Soy capaz de oír a mis hijos interpelar a sus padres sin pensar en el mío, sin sentir ninguna pena ni extrañeza, y cuando alguien pronuncia su nombre, «Esteban», solo pienso: «Mira, como papá.» En cambio, cuando me presentan a alguna mujer llamada Gema y al levantar la mirada no reconozco la hermosa melena oscura, la tez pálida y los ojos inquisitivos y burlones de mi amiga, pienso: «No, tú no eres Gema. En absoluto.»

¿Qué quiere decir Gema? ¿Piedra? ¿Cómo piedra preciosa? ¿ Una gema? Gem, ¿en inglés? En Inglaterra no hay nadie que se llame Gem, pero creo que hay unas cuantas «Gemas».


INCIPIT 1.323. LA CIUDAD DE LOS VIVOS / NICOLA LAGIOIA


El 1 de marzo de 2016, un martes con escasas nubes, las puertas de entrada del Coliseo acababan de abrirse para permitir a los turistas admirar las ruinas más famosas del mundo. Miles de cuerpos caminaban hacia las taquillas. Uno tropezaba con las piedras. Otro se ponía de puntillas para calcular la distancia hasta el Templo de Venus. La ciudad, allá arriba, estaba cocinando la ira en su propio tráfico, en los autobuses averiados ya a las nueve de la mañana. Los antebrazos pronunciaban los insultos por las ventanillas abiertas. En el bordillo, los guardias rellenaban multas que nadie pagaría nunca.

-Sí, hombre, sííí ... ¡pues vaya usted a contárselo al alcalde! -La empleada de la taquilla número cuatro estalló en una carcajada burlona, provocando la hilaridad de sus compañeros.

El anciano turista holandés la miró atónito desde el otro lado del cristal. En su puño blandía las dos entradas falsas que dos falsos empleados del recinto arqueológico le habían vendido poco antes.

Esta, la de ir a protestarle al alcalde, era una de las chanzas más repetidas de las últimas semanas. Nacida en las oficinas municipales, se había difundido entre los taxistas y los hoteleros y los basureros y los vendedores de granizados a los que, a falta de una autoridad más evidente, acudían los turistas para pedir ayuda ante los infinitos contratiempos de la ciudad.

El holandés frunció el ceño. ¿Sería posible que también la verdadera autoridad, la que iba con uniforme oficial, le estuviera tomando el pelo? Por detrás de él, la multitud aumentaba su barullo.

-¡El siguiente!


MONDO DI MEZZO


La ciudad de los vivos, Nicola Lagiola, p. 181

Cuando llegué, veinte años atrás, no conocía a nadie. Tenía poco dinero y un trabajo ridículo y, sin embargo, a las pocas semanas la ciudad ya me había abrumado con su desordenada generosidad; era caótica, vital, tremendamente cínica, por lo tanto, incapaz de tomarse en serio su propia maldad. Si tenías un mínimo de ambición, te la echaban por tierra; si te atrevías a confesar que querías abrirte camino en la vida, o incluso triunfar, te daban una palmadita en la espalda y empezaban a burlarse de ti. ¿Dónde te creías que estabas? Roma existía desde hacía 2. 700 años, las había visto de todos los colores, contenía la irrepetible concentración de parálisis y artificio retórico de la política italiana, albergaba además el epicentro de la desilusión teocrática mundial. Por aquí, la gente no era tan ingenua como para pensar que la autoafirmación o, peor aún, la gloria, valieran algo en sí mismas. En Roma conocías a gente de todos los tipos, te mezclabas con otros cuerpos; si la cosa te iba bien, te metías algo de dinero en el bolsillo, te morías, y el ponentino barría hasta las cenizas de tu recuerdo.

 Todo permanecía suspendido entre la armonía y el desorden, la belleza y el abandono, la sociabilidad y la decadencia. Luego, sin embargo, todo empezó a deslizarse rápidamente hacia la parte nocturna. Hubo el escándalo del Mondo di Mezzo. La investigación involucraba a particulares y a cargos institucionales por delitos de todo tipo. Adjudicaciones manipuladas, corrupción, estafas, especulación en sectores como la vivienda social, la inmigración, la recogida de residuos; compra y venta de funcionarios públicos, extorsión, reciclaje ... algo gigantesco. El nombre de la operación lo habían tomado de una escucha telefónica de los carabinieri: «Es la teoría del Mondo di Mezzo, tío -decía uno de los interceptados-, los vivos están arriba y los muertos abajo. Nosotros estamos en el medio porque hay un mundo, un Mondo di Mezzo, donde todos se encuentran. Tú dices: "Coño, ¿cómo va a ser posible ... no sé, que mañana me encuentre cenando con Berlusconi?". En cambio, es posible. En el Mondo di Mezzo todos se encuentran con todos. Encuentras personas del supramundo porque tal vez tienen interés en que alguien del inframundo le haga algunos favores que nadie más puede hacerle».


INCIPIT 1.322. VENGO DE ESE MIEDO / MA OESTE


Quiero matar a mi padre. No metafóricamente ni en la ficción de una novela en la que lo he matado cada vez que la narración abría la más mínima posibilidad de hacerlo. Incluso cuando ni siquiera le atribuía al personaje del padre rasgos del mío, desarrollaba la acción para que muriese. Desde que recuerdo, he fantaseado con las formas en las que moría, en las que ponía fin a su vida. Y lo hacía con rabia, con rencor, con desasosiego.

Para mí ha sido muy difícil querer a mi padre, pero tampoco ha sido fácil odiarlo.

Durante muchos años, estos sentimientos avivaron el deseo de acabar con él. Tal vez así pudiera liberarme de la aprensión y la influencia dañina que tenía sobre mí. Sentía que al hacerlo me estaba liberando del miedo que me producía su figura, una figura que iba creciendo en mi interior, que se había instalado como una tenia alimentándose de mi organismo.

Aún siento su influencia.

Nada es tan sencillo. Nunca lo es.

Mi pensamiento asesino me encadena a esa idea del pasado de la que soy incapaz de desprenderme.


INCIPIT 1.321. LA LECCION DE ANATOMIA / MARTA SANZ


APRENDER A LEER EL RELOJ

Tardé mucho en aprender a atarme los cordones de los zapatos. Por eso, siempre fui una alumna atenta en clase, consciente de mis limitaciones con las matemáticas y de mi falta de habilidad con la costura. No existe una imagen más siniestra que la de una niña con la aguja y el hilo en la mano, concentrada, acercando los ojos a su retalillo, fingiendo ser otra persona, adoptando el escorzo de una anciana corta de vista. El aprendizaje, el descubrimiento, la maravillada perplejidad, el instinto curioso, las bellas palabras con que nos conducen al dolor  de desasnarnos nos colocan sobre una superficie quebradiza, no por lo que no sabemos, sino por lo que nos cuesta aprenderlo: resulta vergonzante exhibir las limitaciones frente a un  maestro, de quien buscas aquiescencia y a veces, en las situaciones más neuróticas de la niñez, incluso admiración. Tardé mucho en aprender a atarme los cordones de los zapatos y mi madre sudó para enseñarme a manejar los números quebrados y los decimales. Lo he olvidado todo menos mi propio orgullo herido y la desilusión de mi madre por mi torpeza y lentitud.

Por eso, se me hacía un nudo en el estómago al comprobar que se iba acercando el día de aprender a leer la hora en el reloj, antes de que se celebrara mi primera comunión y me regalaran un objeto que para mí sería inútil.



MARTA SANZ


La lección de anatomía, Marta Sanz, p. 105

La tía Pili, como la tía Maribel, como la abuela Juanita, también venía a visitarnos a Benidorm en su periodo de la magnificencia buena. El día que ahora rememoro está en nuestro piso, disfrutando de las vacaciones de verano. Abajo se oyen los berridos de los muñecos llorones y de las castañuelas que no dejan de repicar en las tiendas de souvenirs, como reclamo para atraer a los turistas. Las tiendas de souvenirs son otra enumeración caótica dentro de Benidorm como enumeración caótica en sí misma: gitanas, instrumentos musicales, flotadores, gafas y tubos de bucear, toallas, figuritas, bañadores, peluches, llaveros, petacas, cassettes, delantales graciosos, cremas para el sol, ensaladeras y bandejas, gorritos, túnicas, alimento para peces, semillas y bulbos. Desde la terraza, observo hipnotizada las mercancías. Los objetos me llaman, me están llamando, y yo utilizo malas y buenas artes para que quienes pasan por mi casa me compren una gitana, una colchoneta o un llorón. Casi nunca lo logro porque, cuando por fin un pariente se enternece, se pone los pantalones y va a bajar a la tienda de souvenirs llevándome de la mano para que yo elija lo que más me guste, mi madre me boicotea.

-Ni se te ocurra comprarle nada. ¿Tú has visto cómo tiene la habitación?


INCIPIT 1.320. PEQUEÑAS HERIDAS MORTALES / BELEN GOPEGUI


Presentación

Los personajes no pueden salir de sus libros a no ser que alguien les convoque. Alguien me ha convocado y escapo cada mañana de mi novela. Me siento en un bar con un café y te escribo.  Llevo un abrigo de mangas largas de esos que cubren las manos hasta donde empiezan los dedos y tengo ojos color de cáscara de nuez.

Si vinieras conmigo, amiga persona, hablaríamos de trivialidades, eso que en inglés llaman conversación pequeña y aquí podría llamarse charla o palique. Como no estás, a veces hago preguntas grandes y, como no me frenas con una broma, me pongo a contestarlas. «Vivir», escribió Joáo Guimaráes Rosa en su novela Gran Serton: Veredas, «es un asunto muy peligroso». Y también: «Todo lo que hay es aviso». Las novelas  son así.

Quienes escriben teorías sobre las decisiones dicen que hay tres maneras de decidir. La primera, en condiciones de certeza: cuando sabes -o crees que sabes, ah, menuda diferencia- cuál será el resultado de cada una de las acciones posibles. La segunda, en condiciones de riesgo: cuando desconoces qué pasará pero puedes hacer un cálculo de probabilidades.


INCIPIT.1.319. LA SENDA DE ARISTOTELES / EDITH HALL


Las palabras «feliz» y «felicidad» son muy trabajadoras y productivas. En inglés, por ejemplo, uno puede comprarse un Happy Meal o tomarse un cóctel por poco dinero durante una happy hour. Las «pastillas de la felicidad» nos ayudan a mejorar nuestro estado de ánimo, y en las redes sociales podemos enviar emoticonos felices y contentos. Tenemos la felicidad en muy alta estima. La canción «Happy», de Pharrell Williams, fue número uno y el tema más vendido de 2014 en los Estados Unidos y en otros veintitrés países. Según este cantante y compositor, la felicidad es un momento de júbilo pasajero, un estado de ánimo que consiste en sentirse como un globo de aire caliente.

No obstante, la felicidad nos provoca confusión. Casi todo el mundo cree que quiere ser feliz, entendiendo la felicidad como un prolongado estado psíquico de satisfacción (a pesar de lo que dice Williams en su canción). Si decimos a nuestros hijos que «solo queremos que sean felices», lo que queremos decir es «felices siempre». Por paradójico que parezca, en nuestras conversaciones cotidianas es mucho más frecuente que la felicidad se refiera a una alegría trivial y momentánea: una comida, un cóctel, un correo electrónico ...


INCIPIT 1.318. LAS HEREDERAS / ALEXIA DE LA CRUZ


Cajas, cajitas, joyeros, pastilleros, urnas, estuches, jarrones. Esta casa que ahora les pertenece alberga un museo de recipientes. De marfil, de madera de pino, de ébano, de barro, de porcelana, de cristal, de los papeles satinados que se utilizan en papiroflexia. Nora los revisa de uno en uno, peinando de abajo arriba y de izquierda a derecha cada superficie del salón, y casi siempre tantea vacío, o papel de mocos, o monedas de céntimo y pilas gastadas, pero de vez en cuando grita ¡bingo! y se guarda un Valium en el bolsillo trasero del pantalón, que, después de una hora de rastreo, comienza a estarle prieto. También tiene la boca pastosa de masticar polvo antiguo y le gustaría hacer un descanso para tomarse una cerveza, pero no puede parar, no puede parar; está en plena contrarreloj y no puede, no puede perder. Escucha los pasos nerviosos de su hermana en el piso de arriba y sabe que, en cuanto las diligentes manos policiales de Olivia terminen de inspeccionar los dormitorios y el cuarto de baño grande, volverá a la planta baja y requisará lo que quede. Así que Nora, en mitad de sus vacaciones sin sueldo, se encuentra de nuevo a la carrera, trabajando bajo presión, midiéndose con un deadline ... Encerrada en la vorágine compulsiva que se ha tragado su vida adulta, vaya. Esto haces, esto eres.


INCIPIT 1.317. HOMBRES ELEGANTES / MILENA BUSQUETS


Empecé a escribir artículos en la prensa al poco tiempo de la publicación de mi segunda novela, También esto pasará. Tenía claro que a pesar de las presiones externas e internas tardaría unos años en ponerme a escribir de nuevo. Entre el primer libro y el segundo habían pasado siete, y no veía razón alguna para acelerar ese proceso largo, solitario, complicado y a ratos incluso feliz que supone la gestación de una novela.

Mi editor español, Jorge Herralde, tal vez intuyendo mis nulas intenciones (y capacidades, ¡qué más quisiera yo!) de convertirme en uno de esos autores que escriben un libro cada dos o tres años, me aconsejó que aceptara la propuesta de colaborar con un medio escrito, era un modo de seguir practicando la escritura, de mantener cierto ritmo (iba a ser una colaboración semanal) y tal vez incluso de dar con ideas para la siguiente novela. Como (casi) siempre, le hice caso.

No creo que haya libros menores. Me parece, por poner un ejemplo, que Las pequeñas virtudes, un escueto volumen de artículos de la extraordinaria Natalia Ginzburg, es, junto con Querido Miguel su mejor libro.


DELIBERAR


La senda de Aristóteles, Edith Hall, p. 81

Eubolia es el vocablo griego empleado para denominar todo el proceso de deliberación y toma de decisiones; por su parte, el verbo «deliberar», boukuesthai, está emparentado con voces latinas como «volición» y el verbo inglés to Will. La euboulia designa la capacidad de deliberar para uno mismo y, a la vez, reconocer la deliberación competente y las decisiones racionales ajenas; incluye, por tanto, el pedir consejo a asesores bien escogidos. La noción griega de deliberación estaba Íntimamente relacionada con una comprensión compleja del gobierno; si incluso las personas más corrientes han de ejercer bien el poder ejecutivo, tienen que ser «deliberadores competentes». Por tanto, el término griego procede exactamente de la misma raíz que el empleado para designar el Consejo democrático de los atenienses (la Boulé), donde quinientos ciudadanos de todas las clases oían consejos y reflexionaban sobre políticas y medidas legislativas antes de proceder a votar en la Asamblea. George Washington pensaba en el Consejo de Atenas cuando concluyó su discurso de toma de posesión (30 de abril de 1789) resumiendo con claridad los propósitos de Aristóteles. Dios había bendecido al pueblo americano con «oportunidades para deliberar con total serenidad» y trabajar juntos para «fomentar su felicidad» con «las deliberaciones comedidas y las sabias medidas de las que debe depender el éxito de este Gobierno».

Según Aristóteles, el proceso afectaba por igual a las decisiones importantes -por ejemplo, cuánto dinero dedicar a la defensa de un país- y a las menores, de carácter doméstico -qué hacer con un adolescente rebelde.


EL PASEANTE


La senda de Aristóteles, Edith Hall, p. 30

Tradicionalmente, la escuela de pensamiento aristotélica se ha denominado «peripatética», un término que procede del verbo peripateo, que en griego antiguo, y en griego moderno también, significa «salgo a caminar, a dar un paseo». Igual que Platón, su maestro, y que Sócrates, el maestro de Platón, a Aristóteles le gustaba reflexionar mientras andaba, y así lo hicieron después de él muchos filósofos importantes, incluido Nietzsche, que en El ocaso de los ídolos insistía en que «solo tienen valor los pensamientos que nos vienen mientras caminamos». Sin embargo, a los griegos antiguos les habría intrigado la figura romántica del sabio celebrada por primera vez en Las ensoñaciones del paseante solitario, de Rousseau (1778). Los griegos preferían andar en compañía, aprovechando el impulso hacia delante que generaban sus enérgicos pasos para unirlo a la causa del progreso intelectual y sincronizando el diálogo con el ritmo de sus pasos. A juzgar por la magnitud de su contribución al pensamiento humano, y la cantidad de influyentes libros que nos legó, Aristóteles debió de andar miles de kilómetros con sus discípulos a través de los escabrosos paisajes griegos durante los sesenta y dos años que vivió en esa tierra.


EL PRECIO DE VUESTRA NORMALIDAD ES NUESTRA MUERTE


Un apartamento en Urano, PB Preciado, p.271

La batalla legal de Gaetan Schmitt para ser declarado de «sexo neutro» y la importante circulación del documental Ni fille ni garçon, que sigue la trayectoria, entre otros, del activista Vincent Guillot, han acercado al debate público en Francia las demandas de los movimientos intersexuales. Si los años sesenta fueron el momento de la emergencia de los movimientos feministas y homosexuales, podríamos decir que el nuevo milenio se caracteriza por la visibilidad creciente de las luchas trans e intersexuales. Se abre así la posibilidad de configurar una segunda revolución sexual transfeminista, no estructurada en forma de políticas de identidad, sino construida a través de las alianzas de múltiples minorías políticas frente a la norma.

Nuestra historia de la sexualidad es tan increíble como un relato de ciencia ficción. Después de la Segunda Guerra Mundial, la medicina occidental, dotada de nuevas tecnologías que permiten acceder a diferencias de los seres vivos que hasta entonces no eran visibles (diferencias morfológicas, hormonales o cromosómicas), se confronta con una realidad incómoda; existen, desde el nacimiento, cuerpos que no pueden ser caracterizados simplemente como masculinos o femeninos: penes pequeños, testículos no formados, falta de útero, variaciones cromosómicas que exceden XX/YY ... Bebés que ponen en jaque la lógica del binarismo. Se produce entonces lo que en la terminología de Thomas Kuhn podríamos llamar una crisis del paradigma epistémico de la diferencia sexual. Hubiera sido posible modificar el marco cognitivo de asignación sexual, abriendo la categoría de lo humano a cualquier forma de existencia genital. Sin embargo, lo que ocurrió fue exactamente lo contrario. Se declara «monstruoso », «inviable» y «discapacitado» al cuerpo genitalmente diferente, sometiéndolo a un conjunto de operaciones quirúrgicas y hormonales que buscan reproducir la morfología genital masculina o femenina dominante.

Los macabros protagonistas de esta hisroria (John Money, John Hampton y Andrea Prader) no son ni físicos nucleares ni militares. Son pediatras. A partir de los años cincuenta se generaliza el uso de la «escala Prader» ( un método visual que permite medir lo que denominan «la virilización anormal de los genitales» en los bebés estudiando la longitud y la forma de los órganos) y el «protocolo Money» (que indica los pasos que hay que seguir para reconducir un bebé intersexual hacia uno de los dos polos del binario, masculino o femenino). Se impone  como rutina hospitalaria la mutilación genital de los bebés considerados como intersexuales. Si diversas convicciones religiosas practican rituales de marcado y mutilación genital (clitiderictomía, circuncisión ... ) que el Occidente supuestamente civilizado declara como bárbaros, ese mismo discurso racional acepta como necesaria la práctica de violentos rituales científicos de mutilación genital. Aquella ciencia ficción porno-gore de los años cincuenta es hoy nuestra arqueología anatómica común.


HOMBRES ELEGANTES


Un hombre elegante lee. Un hombre elegante es generoso y lleva ropa vieja. Un hombre elegante no vocifera en Twitter. Un hombre elegante no usa tirantes ni chalecos, a no ser que sea un hombre elegante corpulento. Los tirantes y los chalecos son las dos únicas prendas que les quedan mejor a los gordos que a los flacos. Un hombre elegante suele ser inteligente, la tontería no es nada chic. Un hombre elegante no hace experimentos con su barba ni con sus patillas. Un hombre elegante ha leído a los novelistas rusos. Un hombre elegante no habla -más- de nacionalismo. Un hombre elegante sabe cambiar la rueda de un coche, sabe hacer arroz a la cubana y no les tiene miedo a los perros. A un hombre elegante le gustan los niños. A un hombre elegante le gustan las mujeres. La mayoría de los heterosexuales afirma adorar a las mujeres, pero no es cierto: en realidad se sienten más cómodos entre hombres. Un hombre elegante tiene amigas.

Un hombre elegante ha leído a Proust. Un hombre elegante jamás come barritas energéticas. Un hombre elegante gasta más en libros que en ropa. Un hombre elegante sabe remangarse la camisa, literal y figurativamente. Un hombre elegante no se hace selfis. Un hombre elegante no lleva joyas y tiene sentido del humor. Albert Camus, Samuel Beckett, Miguel Delibes, Ernest Hemingway y Vladimir Nabokov eran hombres elegantes. Si no saben qué ponerse para resultar elegantes, imítenlos, o mejor todavía: léanlos.


VIVA LA ABERRACIÓN


Cuenta mi admirado Juan Marsé una anécdota que me encanta: un día cualquiera, no en Sant Jordi, fue a firmar ejemplares de sus libros a unos grandes almacenes. Los organizadores del evento le sentaron detrás de una mesa con varias pilas de su última novela y desaparecieron. Fueron pasando los minutos y las horas sin que llegara ningún lector.

Finalmente, Juan vio con cierto alivio cómo se le acercaba una mujer. Cuando estuvo delante de él, le preguntó: «¿Cuánto vale?» Juan le respondió, solícito: «Pues no lo sé, unos quince euros, creo.» Y cogió uno de los libros para cerciorarse del precio exacto. Entonces la mujer le miró perpleja y exclamó: «¡No, no! ¡El libro no! ¡La mesa! ¡¿Cuánto vale la mesa?!»

Y era Juan Marsé, uno de los mejores escritores de este país.


INCIPIT 1.316. PORQUE ELLA NO LO PIDIO / VILA-MATAS


El viaje de Rita Malú
No hubo nunca mejor imitadora de Sophie Calle que Rita Malú. A Rita le gustaba que la consideraran una artista, aunque no estaba nada segura de serlo. Había hecho variados experimentos con la verdad, lo que alguien había bautizado como «novelas de pared» y que no eran más que modestos homenajes a su admirada Sophie Calle, la «artista narrativa » por excelencia, la artista con la que se llevaba tan sólo una diferencia de un año. Había entre las dos mujeres un notable parecido físico. Sus rostros podrían llegar a parecer casi idénticos si no fuera porque Rita no siempre sabía maquillarse bien. En lo que menos se parecían las dos era en la estatura, pues Rita Malú medía unos centímetros más.

INCIPIT 1.315. HISTORIA DE LOS ABUELOS QUE NO TUVE / IVAN JABLONKA


INTRODUCCIÓN

Partí, como historiador, tras las huellas de los abuelos que no tuve. Sus vidas se terminaron mucho antes de que comenzara la mía: Mates e Idesa Jablonka me resultan tan familiares como absolutamente desconocidos. No son famosos. Se los  llevaron las tragedias del siglo XX: el estalinismo, la Segunda Guerra Mundial, la destrucción del judaísmo europeo.

No tengo abuelos por el lado paterno: así ha sido siempre. Por supuesto que están Constant y Annette, los tutores de mi padre y de mi tía, pero no es lo mismo. También están mis abuelos maternos, que vivieron toda la guerra con una estrella en el pecho. En junio de 1981, antes de que yo cumpliera ocho años, les escribí para manifestarles mi amor. Mi letra era grande y torpe. Llena de faltas de ortografía y corazones dibujados al final de cada frase. Al pie del papel de carta, un elefantito con gorra va en monopatín en medio de una jungla de flores gigantes. He aquí lo que escribí: «Podéis estar seguros de que, cuando os muráis, pensaré en vosotros con tristeza, toda mi vida. Aun cuando mi propia vida se acabe, mis hijos os habrán conocido. Incluso los hijos de ellos os conocerán cuando yo esté en la tumba. Para mí, vosotros sois mis dioses, mis dioses adorados que velarán por mí, solo por mí. Pensaré: mis dioses me abrigan, da igual que vaya al infierno o al paraíso».


INCIPIT 1.314. LOS CHICOS DE HIDDEN VALLEY ROAD / ROBERT KOLKER


1972

Colorado Springs, Colorado

Hermano y hermana salen juntos de su casa, cruzan la puerta corredera de cristal de la cocina y acceden al jardín trasero, Forman una extraña pareja, Donald Galvin tiene veintisiete afios, los ojos hundidos en la cara, lleva la cabeza afeitada por completo y luce en el mentón la sombra de una incipiente barba desaliñada de aires un tanto bíblicos. Mary Galvin tiene siete años, la mitad de la estatura de su hermano, el cabello rubio platino y la nariz chata.

La familia Galvin vive en Woodmen Valley, una extensión de bosques y granjas encajada entre las pronunciadas pendientes y los altiplanos de arenisca de la zona central de Colorado. Aquel patio trasero huele al dulzor de los pinos, fresco y terroso. Allí cerca, los arrendajos azules y los juncos vuelan disparados por el jardín rocoso donde un azor llamado Atholl, la mascota de la familia, observa y vigila desde una “muda”, un recinto que el padre de los Galvin construyó hace años. La pequeña va delante, y así, hermano y hermana dejan atrás la muda de Atholl y ascienden por un pequeño promontorio de rocas cubiertas de líquenes.


INCIPIT 1.313. LA FAMILIA / SARA MESA


LA CASA

Mírala desde el ojo del sueño. El pasillo como centro geográfico y frontera. Estancias a los lados. Recórrelo sin ser vista, de una punta a otra. O cruza, de una habitación a la de enfrente, mediante un salto limpio. Arriésgate a entrar. Quizá ya hay alguien dentro, no lo sabes. En caso de que sí, calla, recula. En caso contrario, no eches el cerrojo. No hay cerrojo.

Mírala bien, antes de despertar. Los puntos ciegos y las madrigueras. Palabras que significan justo lo contrario de lo que aparentan, tramposillas. El peine que traza la ordenada raya en medio y el revoltijo de pelos debajo del colchón. La puerta del armario que no cierra del todo. La rendija que queda. Los ojos que espían.

No dejes de mirar, ahora que la tienes ante ti, ardiendo tras los párpados. Calcula cuántos pasos hay entre una esquina y su opuesta. Hazlo con precisión, es importante. Capta las diferencias entre el clic del pomo al cerrarse y el clic al abrirse. Identifica el ronroneo del teléfono justo antes del primer timbrazo. Ajusta el volumen de tu voz en la respuesta, modula con cuidado el fingimiento.


INCXIPIT 1.312. UN APARTAMENTO EN URANO / PAUL B.PRECIADO


PRÓLOGO

Paul,

Cuando me preguntaste si quería escribir este prólogo estábamos en el apartamento que ocupas en el centro de París. Los lugares en los que te instalas parecen siempre celdas monásticas. Un escritorio, un ordenador, unos cuadernos, una cama con un montón de libros que yacen a su lado. Es extraño estar en tu casa sin estar en mi casa; eres la persona con la que  he pasado más tiempo en mi vida y ese afecto, extraño y familiar al mismo tiempo, sigue siendo un enigma para mí, como un sentimiento a medio camino entre el placer y el dolor, o más bien ambos a la vez. Eso debe de ser la nostalgia.

Me preguntaste si iba a escribir este prólogo y no me lo pensé antes de responder que sí. Vivíamos juntos cuando empezaste a escribir estas columnas para el periódico Libération, y después de separarnos continuaste enviándome tus textos para que siguiera leyendo tu francés. Todos sabemos que Libération podría muy bien ocuparse de ello. Pero esa era una forma de conservar un vínculo. Para mí, una manera de seguir viviendo en tus palabras, de no perder el hilo de tu pensamiento.


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