Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

NABOKOVIANA

Cuando le pregunté a Inga por el artículo de la revista Inside Gotham, me respondió que no había salido y que es peraba que lo hubiesen tirado a la papelera.
—Estoy segura de que mis ideas no les interesaban en absoluto y puede que no hayan conseguido sacarle nada suculento a las otras personas, así que igual no lo publican...
por aburrido. Aunque tiene su gracia, porque en mi libro intento explicar cómo convertir nuestras percepciones en historias, con su exposición, nudo y desenlace, cómo los fragmentos de nuestros recuerdos no cobran coherencia hasta que los reimaginamos y los pasamos a palabras. El tiempo es una propiedad del lenguaje, de la sintaxis y de las
formas verbales. Ya sé que a esa mujer no le interesa la relación entre conciencia y realidad. Que la filosofía le importa un bledo. Es más, esa clase de periodistas están convencidos de que se puede escribir la verdadera historia de algo o de alguien, la verdad objetiva, o, si no, reflejar las dos caras de esa verdad, como si el mundo estuviese siempre dividido en dos. Aparte de que en Estados Unidos el término realidad se ha convertido en sinónimo de lo más bajo y sórdido. Nos hemos vuelto unos maniáticos de las historias verdaderas; del «confesarlo todo»; del reality show televisivo que nos muestra a gente real viviendo una vida real; de los programas de entretenimiento que muestran las bodas, los divorcios y las adicciones de los famosos: una versión actualizada de las antiguas ejecuciones en la horca. El gentío se agolpa para observar boquiabierto. —Inga hizo una pausa tras el discurso—. ¿Sabes a quién me recordó?
Elegía para un americano / Siri Hustvedt, p.69

INCIPIT 159. EL PERRO DE TERRACOTA / ANDREA CAMILLERI

Uno
A juzgar por la forma en que se estaba presentando el amanecer, el día se anunciaba decididamente desapacible, es decir, hecho en parte de enfurruñados golpes de sol y en parte de helados chubascos, todo ello aliñado con repentinas ráfagas de viento. Uno de esos días en que alguien que sea propenso a padecer los efectos de los repentinos cambios meteorológicos y los sufre en la sangre y el cerebro, igual se pone a cambiar constantemente de opinión y dirección tal como hacen aquellos trozos de latón cortados en forma de bandera o de gallo que giran en todas direcciones en los tejados al menor soplo de viento.
El comisario Salvo Montalbano pertenecía de toda la vida a esta desdichada categoría humana y la cosa la había heredado de su madre, la cual era de carácter extremadamente enfermizo y a Menudo se encerraba en el dormitorio a oscuras por lo mucho que le dolía la cabeza, y entonces no se podía hacer ruido en casa y todo el mundo tenía que caminar de puntillas. En cambio, su padre disfrutaba siempre de la misma salud y pensaba siempre exactamente lo mismo, tanto con lluvia como con sol.
Esta vez, el comisario tampoco desmintió su innata naturaleza: en cuanto detuvo su vehículo en el kilómetro diez de la carretera provincial Vigata- Fela tal como le habían dicho que hiciera, le entraron ganas de volver a poner el vehículo en marcha, regresar al pueblo y mandar al caraja la operación. Consiguió dominarse, acercó un poco más el coche a la cuneta y abrió de nuevo la guantera para sacar la pistola que habitualmente no llevaba encima. Pero su mano quedó en suspenso en el aire: inmóvil y como hechizado, siguió contemplando el arma.
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INCIPIT 157. C0SAS TRANSPARENTES / VALDIMIR NABOKOV

1
Aquí está la persona que necesito. ¡Hola, persona!
No me oye.
Tal vez si existiera el futuro, concreta e individualmente, como algo que un cerebro superior pudiera discernir, el pasado no sería tan seductor: sus exigencias estarían equilibradas por las del futuro. Entonces las personas podrían sentarse a horcajadas en el centro del balancín cuando examinaran este o aquel objeto. A lo mejor sería divertido.
Pero el futuro carece de semejante realidad (como la poseen el pasado que nos representamos mentalmente o el presente que percibimos); el futuro no es más que una
figura retórica, un espectro del pensamiento.
¡Hola, persona! ¿Qué ocurre? No tires de mí. No le estoy molestando, de veras. Oh, de acuerdo. Hola, persona…(por última vez, en voz muy baja).
Cuando nosotros nos concentramos en un objeto material, sea cual fuere su situación, el acto mismo de la atención puede provocar nuestra caída involuntaria en la historia
de ese objeto. Los principiantes han de aprender a deslizarse apenas sobre la materia si quieren que la materia permanezca en el nivel exacto del momento. ¡Cosas transparentes, a través de las cuales brilla el pasado!
Resulta especialmente difícil mantener en un enfoque superficial los objetos artificiales o naturales, inertes en sí mismos, pero muy utilizados por seres vivos despreocu-
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RELATO

INFERNO, II
Io non Enea, io non Paolo sono
Me degno a ció, nè io, ne altri crede.

Los dos amigos discutían sobre (criticaban a) los simbolistas franceses de camino al CAGPES. De pronto un choque frontal. Un agujero en el tiempo, una vida atravesando un segundo, un instante cruzando la existencia. Un universo gusano.
Aparecieron transustanciados en un palacio de marfil, por la terraza de una torre encaramada sobre la cima de una colina, una punta coronada por nieves perpetuas. Ambos con largas batas blancas, tez pálida, pelo albino, extenso y lacio, como elfos, con polícromas voces y extraños gestos. Atravesaron desiertas galerías, cruzaron corredores, se pendieron de torres y pasearon por balconadas. Nada.
Salieron fuera, a la montaña sin árboles ni flores. Las nubes del horizonte se unían a un espeso mar de espuma. Formidables glaciares flotaban en la invisible superficie. La niebla cubría todo de tal forma que apenas se intuían sierras, ríos y valles.
Así pues, volvieron al interior del palacio, recorrieron sus patios, sus claustros, sus almenas, todo a la búsqueda de algo que no fuese el tiempo o la sombra de lo que ellos habían sido.
De pronto se encontraron en la biblioteca y se sorprendieron abriendo innúmeros libros sin texto, formidables bestiarios sin imágenes y magnas enciclopedias sin entradas. Por fin entraron en varias salas de cine intercomunicadas, proyectaban, simultánea y repetidamente, tres películas de Andy Warhol: Haircut (No.1), Haircut (No.2) y Haircut (no.3). Salieron a un inmenso salón de baile vacío, con los atriles cubiertos por partituras níveas, admiraron la estancia decoradas por óleos de Rothko, estatuas sin título de Brancusi, números de Fontana y variaciones de Gabo.
Esto no es nada –dijo uno de ellos.
-Lo peor es el dolor físico –le contestó su amigo.
Con un guiño Lucifer avisó a Belial, su virrey, y una trampilla se abrió en el suelo de mármol. Las llamas ascendieron por el tiro que se formó al exterior. Alborotados los esperaban Satanás, Belcebú y Astartot, con una trama enmarañada de castigos y penas; pero Plutón, gobernador de la primera línea del infierno, puso un cierto orden e impuso una espera. Mefistófeles les escogió el peor lugar de su principado, aquel donde las ascuas eran líquidas y el aire azul.

RECOMENDACIONES DE LECTURA

20 del 20
Vengadoras angelicales.Karen Blixen
Los embajadores.Henry James
El hombre sin atributos. Musil
Una fábula.William Faulkner
Volverás a Región.Juan Benet
El ruedo ibérico.Valle Inclán
Cuarteto de Alejandría.Lawrence Durrell
Historia universal de la infamia.J.L.Borges
El sobrino de Wittgenstein.T.Berhard
Ulises.
A la búsqueda del tiempo perdido
Molloy.Samuel Becket
Bajo los acantilados de mármol.E.Junger
Los sertones.E.da Cunha
Saga fuga de J.B. Torrente Ballester
Bajo el volcán.E.Lowry
El corazón de las tinieblas. Conrad
Alfanhuí. Sánchez Ferlosio
La edad de la inocencia. Edith Warthon
Los Buddenbrook. Thomas Mann
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LISTAS DE MIS OBRAS PREFERIDAS
17 de mucho antes
La Biblia
La Ilíada
La Odisea
Antígona.Sófocles
Edipo.Sófocles.
De la naturaleza.Lucrecio
Medea.Eurípides
El banquete.Platón
La República.Platón
Historia de la guerra del Peloponeso.Tucídides
Dafnis y Cloe.Longo
Fragmentos.Parménides
Teogonía.Hesíodo
Poética.Aristóteles
Los argonautas.Apolonio de Rodas
Vida de los filósofos.Diógenes
Ultimos cuentos.Petrus Andrezel
18 de antes
El Quijote
La Divina Comedia
Hamlet
Tom Jones.Fielding
Vida y aventuras del caballero Tristam Shandy. Sterne
Jacques el fatalista.Diderot
Las 120 jornadas de Sodoma.Sade
El paraíso perdido.Milton
Fausto.Marlowe
Soledades.Góngora
Vida de los Césares.Suetonio
Farsalia.Lucano
Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano. Gibbon
Silvas.Estacio
El Decamerón. Bocaccio
De los nombres de Cristo. Fray Luis de León
Las mil y una noches
La Princesa de Clèves. Madame de La Fayette
19 del 19
Cumbres borrascosas.E.Bronté
La regenta.Clarín
Casa desolada.Dickens
Sonata de primavera.Valle-Inclán
El americano.Henry James
Madame Bovary
La cartuja de Parma
Anna Karenina. Tolsoi
La piedra lunar. W.Collins
Bartebly el escribiente.Melville.
Bel Ami. Maupassant.
Orgullo y perjuicio. J.Austen
El doble. Dostoievski
La filosofía en el tocador.Marqués de Sade
Los novios. Manzoni
Jude el oscuro.Thomas Hardy
Robinson Crusoe. D.Defoe
La dama del perrito.Chejov
El extraño caso del Dr.Jekyll y Mr. Hyde. R.L.Stevenson.
20 del 20
Vengadoras angelicales.Karen Blixen
Los embajadores.Henry James
El hombre sin atributos. Musil
Una fábula.William Faulkner
Volverás a Región.Juan Benet
El ruedo ibérico.Valle Inclán
Cuarteto de Alejandría.Lawrence Durrell
Historia universal de la infamia.J.L.Borges
El sobrino de Wittgenstein.T.Berhard
Ulises.
A la búsqueda del tiempo perdido
Molloy.Samuel Becket
Bajo los acantilados de mármol.E.Junger
Los sertones.E.da Cunha
Saga fuga de J.B. Torrente Ballester
Bajo el volcán.E.Lowry
El corazón de las tinieblas. Conrad
Alfanhuí. Sánchez Ferlosio
La edad de la inocencia. Edith Warthon
Los Buddenbrook. Thomas Mann
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POEMA 2

TENDIÑAS
No meu recordo son reo
Das tendiñas de tebeos.
Xurdían nalgúns portais
Coma flores naturais

Unhas caixiñas de froita
(a cousa non er amoita)
E uns aquelados cordeis
Presentaban os papeis



Co seu sentimento práctico
Da vida, o neno simpático
Xuntaba a mercadoría
Nunha das vilegas vías

Nunha ocasión decidín
Traizoarme un pouco a mín.
Mal aprendiz de libreiro
(nunca che fun un logreiro)

Entreguei á poxa estraña
Miñas bélicas fazañas;
Mostrei nos comúns lugares
Varias vidas exemplares.

Foi por tedio ou por preguiza
Naquel atarde outoniza,
Non moi lonxe da fontiña
Que coidaba da alma miña.

Mais ningún dos meus veciños
Desviou o seu camiño;
Nin siquera por azar
Se arrimou a follear.

Un refachiño de vento
Trapoleira os pensamentos.
Cnfurnei a colección.
E hoxew vendo o corazón.

RF



Aquí escribes el resto del contenido que no se vera.

YO

Una mañana se presentó en el instituto trastornado por el impacto deslumbrante de un libro. Lo había leído tres veces seguidas, sin parar, terminando por la última página y volviendo sin pausa, vorazmente, fascinado, a la primera. Recuerdo que dijo con absoluta seriedad: “Ahora he descubierto lo que es el estilo”, y una frase que repetía con emoción anónima: “Soy un muchacho sin importancia colectiva, exactamente un individuo”. Finalmente un día me llevó el libro: La náusea, Jean Paiul Sastre, Editorial Losada, biblioteca clásica y contemporánea, traducción de Aurora Bernárdez, décima edición, 11 de diciembre de 1975, (anoto tanto pormenor porque tengo el ejemplar ante los ojos). Lo leí doblemente, por el texto en sí y por los numerosos subrayados con los que lo había adornado H, y he de reconocer que también me cautivó, aunque no precisamente por el estilo, sino, como a H mismo, por la franqueza desnuda de aquel individuo nausivo y su asfixiante soliloquio: identificábamos nuestra vida, nuestro pensamiento y nuestras sensaciones con aquella náusea abstracta e inasible, obscenamente ontológica. De alguna parte salió, no sé cómo, la expresión “angustia existencial”, y toda ella nos deleitaba como un acorde afortunado, como si al pronunciarla se desplegara ante los ojos el fragmento más dolorido y melancólico de nuestro espíritu. H dejaba caer de vez en cuando citas enigmáticas de auel diario obsesivo: “Martes, nada, he existido”, o bien: “La idea, la innominable, sigue ahí”, o acaso: “ Miércoles, no hay que tener miedo”, o también: “Mañana lloverá en Bouville”
Campo de amapolas blancas / Gonzalo Hidalgo Bayal, p. 38

POMBEIRO 1960

RAMIRA SANTAYANA INCIO (Pombeiro)

1960

As do forno estaban intrigadas pola nova veciña. Sobre todo Ramira, a pequena das tres fillas do panadeiro, que era quen máis veces se achegaba a esculcar ao redor da casa, baleira daquela, da señora Lola. Esta era a propietaria, viúva xa cando naceu Ramira, do lugar máis próspero da pequena aldea -pero eran recordos-, o seu fillo casárase o verán anterior cunha moza da Coruña e un deses días regresaba ao lugar para recuperar a casa. Celebraran a voda no Casino, con máis de cen invitados: fiambre, carne e peixe, música, doce, champaña e un pastel alto como un chinero; fixéronse unha colección de fotografías e saíran de lúa de mel polo estranxeiro. Na primavera naceu o neno, xustiño de datas, e iso que foi de case seis quilos; agora, en plena vendima, mudábanse á aldea.
Unha camioneta chea de mobles chegara a Pombeiro uns días antes de que o matrimonio se instalara na fonda dos Peares, a única hospedaxe da rexión. Durante ese tempo dous arcóns, tres caixas e un baúl mundo, traídos para a parella desde A Coruña, agardaron baixo o alpendre, despois de que un mozo da RENFE avisase ás do forno de que a chave da casa non aparecía, que alguén a debía ter collido do brocal do pozo.
Por fin, tras unha espera que deixara ás irmás sumidas nunha expectante curiosidade -todo rumores que recollían as veciñas no pobo e comentarios chegados dos parentes que vivían montaña arriba, na Torre-, o sábado pola mañá viron chegar ao matrimonio pola estrada. Viñan do brazo, pouco apurados; cansos, pois o paseo durara máis dunha hora, pero xa de lonxe víaselles charlar e rir, novos e radiantes
.
Ramira fixábase sobre todo nela. Desde a pequena fiestra do vertedeiro, empolicada na cociña, observábaos. Facía acenos ao marido, o único amigo dunha nenez transcorrida plácida naquel pequeno cosmos, pero toda a súa atención estaba sometida pola aparición da nova esposa. A muller irrompía, unha epifanía, no mundo pechado, caduco, vello e inapetente daquel lugar deixado polas montañas, belo como un pombal e fértil como o edén.
A muller vestía un xersei de punto con pescozo redondo e unha chaqueta de igual cor e a mesma feitura, o cal facía que esta segunda peza asentásese paralela á primeira e non destacase sobre o tecido verde do conxunto. Levaba unha saia cinguida ata os xeonllos, medias verde esmeralda, moi finas (pero á virulé pola camiñada), e uns zapatos caros, de tacón de agulla, abertos no empeine e cinguidos ao nocello mediante unha tira de seda. Entre o seu pelo recolleito brillaban sendas perlas dun oriente moi fino e baixo os rizos morenos (un pouco desmandados pola brisa que subía do río) asomaba o veludo azul salpicado polas margaridas da diadema. O fillo da señora Lola viña de traxe e gravata, aposto, pero nada ríxido; adiviñábaselle contento e orgulloso, coa man libre empuxaba un cocheciño de rodas enormes, desmesuradas en relación coa sua simple ou mera función tractora, pero moi cómodas para o pequeno que viaxaba arrolado, a saltiños.

***

Ramira enseguida fíxose íntima da nova veciña. Tiñan a mesma idade e pronto se recoñeceron complementarias, dúas almas xemelgas entre foscas campesiñas (mulleres rebotadas coa retranca continuamente disposta) e os case sempre ausentes homes do encoro (aldeáns bastos á vez que pusilánimes, feros e vacuos -pero non sabían que era nada de todo iso- a un tempo). Ramira dáballe á súa nova amiga compañía e conversación, pequenos entretementos naquel lugar inútil e paralizado, nimiedades que a muller escoitaba con toda a ilusión do mundo; a moza recibía á súa vez fantásticas noticias de mundos que descoñecía: as varietés, as estrelas de cine, as maniquíes, as festas no Liceo e uns bailes de entroido nos que a xente non se cubría a cara nin se burlaba en falsete.
Polo medio andaba sempre a señora Lola, traballando inqueda: levando leña ao chubesqui, subindo auga do pozo, dándolle de comer aos animais ou dobrando panos limpos para o bebé; moi atenta, ao mesmo tempo, ás conversacións entre a súa nora e Ramira. Unhas veces rosmando e outras, as máis, supervisando as presuntas novidades -E daquela?, dicía sempre que non sabía que pensar para ao mesmo tempo denegar (por si acaso. Se cadra era o seu sonsonete habitual) os incautos comentarios ofrecidos pola súa nora- e criticando as primicias que chegaban desde A Coruña. Intranquila a vella ante todas esas historias de bregados mariños con insospeitados aros de prata, emigrantes que chegaban cada ano estreando convertibles desde Suíza e matrimonios que pasaban as vacacións percorrendo a illa de Mallorca. As mulleres regresaban de Palma usando vestidos de manga sisa, co talle moi cinguido e inmensos escotes, ou camisas de algodón branco, longas como túnicas e repletas de abelorios; traendo consigo alpargatas, cestos de pleita e chapeus de palla para agasallar ás amigas.
Ese mesmo sábado da chegada, a muller limpouno todo; nunha mañá retirou un lustro de desidia, po e rastros de roedores. Logo, sen máis demora que unha comida tardía, ao sol, no río, o fillo da señora Lola, coa axuda dos dous homes do forno, un infante e un vello, montou na casa todo o que lles trouxeron na camioneta.
Unha habitación completa de matrimonio, cun armario de tres lúas cuxo remate en volutas rozaba as vigas do teito, o berce escondido á beira, un moble emperifollado que chamaban tocador enfronte e dous mesillas -as catro pezas de castiñeiro macizo- cuxo mármore soportaba unhas lamparillas de opalina; a única decoración e exceso para todo o cuarto; iso e a foto da voda. Un comedor cunha mesa enorme, unha ducia de cadeiras -a metade acabaron tapando esquinas en escaleiras e corredores- e un aparador para a louza, todo en madeira de carballo. Na cociña colocaron unha mesita plegable con catro banquetas debaixo e un moble de caixóns e moitas portas, unha das cales, inopinadamente, abríase para abaixo; todo dun branco tan brillante que asombraba. Para rematar, o máis impactante, un aparello de radio. Unha caixiña trapezoidal de bordos curvos e catro patiñas oblongas de cobre, cunha rejilla de cana sobre un dial repleto de nomes de cidades, tantas que ocupaban varias liñas, como cifrando un pentagrama de Occidente.
Grazas á música do radiorreceptor Ramira aprendería a bailar. Polas tardes, cando quedaba soa porque as súas irmás ían traballar ao Salto de San Esteban, achegábase á casa da señora Lola para facerlle visitas á súa nova amiga.
Moitas veces atopábaa chorando, sentada nunha cadeira de anea, vendo chover pola fiestra; as bágoas caían unha tras outra, lentas, en silencio, mentres refachos de auga chocaban estrepitosas nos cristais. Consúmome, dicíalle a Ramira, aquí mórrome, queixábase sen ganas. Non conseguía acomodarse á vida da aldea, con todos os días iguais, o mesmo semana tras semana, sempre as mesmas poucas cousas, unha tras outra repetidas, idénticas, escasas e coñecidas ata o desánimo.
Ata o neno quéixase, non crece, non se ri, xamais será como os meus sobriños da Coruña, confesáballe á súa amiga. Pero non era verdade, o pequeno era un sol, fermoso, canfurneiro, alegre e zalamero, moi curioso, sempre gateando e revolvendo, un traste. Un rato que se escondía en calquera lado, percorrendo sen parar as habitacións do piso e subindo a rastro -a nai detrás coas palmas abertas- ata o fallado. Á planta baixa, onde vivían os animais, non podía ir só e case nunca o levaban. Á muller dáballe medo, ata soñaba unhas veces que o porco atacaba ao neno, e outras que as galiñas invadíanos pola noite, con picos de aceiro, ás de peltre e pezuñas de prata.
Pero nalgunhas ocasións Ramira atopábaa bailando. Ensaiando descalza complicados pasos de tango, entrelazada co aire e o sol, cos dedos apuntando ao teito polo tiroliro ou dando xiros e máis xiros polo comedor, sorteando as cadeiras e percorrendo un tras outro os oito lados da enorme mesa.
Un día, as festas de San Vicente achegábanse, mentres a muller movía o corpo ao ritmo do cha-cha-chá e invitábaa a acompañala, Ramira confesoulle que non sabía bailar. Díxolle que as súas irmás nunca quixeran ensinarlle e ela non ía pedirllo a ninguén de fóra.
En dúas semanas Ramira estaba preparada para a festa. A véspera do patrón, como sempre, as súas irmás preguntáronlle se subiría á verbena e mostráronse moi sorprendidas cando ela lles contestou que si, que ese ano non se ía a quedar papando moscas fronte ao lume azul da lareira. O baile resultou todo un éxito, a ata entón esquiva Ramira foi a moza máis pedida da noite; e a súa pródiga amiga da Coruña comezou a tecer plans para ela.

***

Esperábana no atrio, na parte de atrás, protexidos da fina choiva de verán pola cornixa dos ábsides. A Ramira nunca lle gustou a igrexa parroquial, toda ela de pedra ortogonal, sen as cores nin as fiestras nin os vitrales que tiña o novo templo que fixeran no poboado do pantano. Por fóra tiña un tímpano cun carro mal feito e estaba decorada por metopas con estraños símbolos, rústicas estatuas incrustadas nos muros e canecillos ridículos con figuras de monstros inverosímiis e de homes en posturas imposibles ou obscenas. Por dentro era toda branca, excepto o teitume de madeira a dúas augas, con algúns santos de pedra que foran quedando doutros tempos, exvotos colgados das vigas mestras, panos soltos de retablos descabalados, un Santiago con tiara rebosante de bolboretas e un Cristo apolillado na cruz, unha talla feísima, que só tiña o mérito de que, segundo mirásela desde un lado ou outro da nave, o noso Señor sorría ou choraba.
O matrimonio facíalle acenos para que se apurase. Ían ir á Coruña, aos touros, esperáballes unha longa viaxe. O marido estaba supermoderno, levaba un pantalón moi frouxo, cunha abertura triangular nos baixos, e unha estraña camisa de pescozo en forma de ou, moi aberto, sen botóns, cunha orla de carácteres chineses bordados en negro -titi díxolle Lasa que se chamaba-. A muller estaba de branco, máis elegante, vestía unha saia longa e estreita, combinada cunha chaqueta tan curta que nin lle chegaba ás cadeiras e que por detrás tiña un lazo emperifollado; na man volteaba un chapeu acampanado, cando Ramira acabou de subir a costa pediullo e probouno. A súa amiga deixoullo posto, dicíndolle que lle sentaba ge-nial.
Contando marabillas da estrutura espacial -a claridade tectónica, a osteometría e a volumétrica, dicía-, das peculiaridades do paramento, da extrema e moi funcional sinxeleza de basas e remates, da tan coidada como rara iconografía cisterciense, da magnífica acústica da igrexa -unha factura prerrománica nunha Europa cando menos protogótica, aseveraba- viña o enxeñeiro. Ramira non o trataba, pero oíra falar del moitas veces e víranse algunha tarde nas oficinas da presa, mentres ela esperaba a que as súas irmás pasasen ao almacén, para deixar as súas cousas da limpeza tras un biombo.
Era un home exageradamente alto, moi guapo, serio e risueño á vez, cun sorriso escéptico e frío, pero petulante; mirada radiante e equilibrada, chea de sabedoría. Vestía un traxe lixeiro de franela gris con raias verticais, a chaqueta moi longa, chea de petos, coas anchas solapas levantadas e o pantalón inmenso, camiñaba flotando máis que andando. A camisa era branca, de perlón, e ao pescozo quedáballe moi cinguida polo nó dunha gravata de seda negra, ancha e decorosa.
Ao serlle presentada, o enxeñeiro bicoulle a man, inclinouse un pouco, e nun amplo ademán de acollida pediulle, por favor, cando poida, que subise ao coche. Ela virouse para entrar, el foi correndo a abrir a porta, reclinó por completo o asento do condutor e as dúas mulleres sentaron detrás. Os homes fumáronse un cigarro antes da viaxe, con grandes caladas e moita palabrería de terzos, bravura, chiqueros, varas e verónicas; ao terminar subiron, o enxeñeiro no asento do copiloto e Pedro ao volante, co cóbado por fóra, un punto fachendoso. Foi unha viaxe longa, de varias horas por estradas imposibles, un traxecto incómodo que só mellorou cando chegaron á Nacional VI, aquí o coche alcanzou un ritmo prudente e antes das cinco estaban aparcando fronte ao concello da Coruña.

*****

Para Ramira foi un día marabilloso. Pasou moito medo na festa porque un toureiro guapísimo, louro, moi novo, case un neno, colocábase no centro da praza, de xeonllos, cegado por un pano negro, esperando a que saíse o touro e alí recibíao, co coso nun silencio nervioso e unánime. Mentres tanto, Ramira pechaba os ollos ata que sentía un olé moi, moi longo e podía abrilos cando xa soaban as trompetas da orquestra e comezaba a faena. Logo da corrida foron a cear á Gran Antilla, ao terminar entraron nun teatro situado xusto enfronte para ver unha revista; unha historia exipcia chea de sacerdotisas descocadas forradas de nylon, lexionarios romanos en panos menores e un casto José con taparrabos.
Durante a viaxe de volta, e como resultado de todo o vodka que se tomou no ambigú, pois a obra non lle deu nin frío nin calor (aínda que se mondou coas tiples viúvas e estivo moi atento aos meneos da filla do faraón) e entraba e saía do palco ao bar, o enxeñeiro non parou de falar. Contáballes cousas de España coma se vivise noutro país e da guerra civil coma se non tiver terminado vinte anos atrás, Ramira non entendía nin jota. Entre soños a moza oía como falaba dun pobo en ruínas, de xente desencantada, de xeracións malogradas, de vidas sen esperanza, de miseria intelectual e de toda a pena que se ía acumulando, tanta que xa nin se choraba, dicía o home.
Ramira espertábase e no seu duermevela oíao falar de podremia, tristeza, decadencia, extinción, quebra, caída, epidemia e terror. Os soños con Isis convertéronse en pesadelos con Ormuz e Ariman, mentres as expresións perseguíana: refugallos, talla, desolación, indigencia, afundimento, esterilidad, desgraza, trastorno. As palabras voaban e voaban, achegábanselle, crecían e esmagábana: restos, vestixios, fragmentos, correccións, reliquias e ruína e ruína e ruína, esa ruína que seica nos libra doutra maior; ese muro derruido que aínda é a marca da nosa propiedade. A peculiar desolación que nos fortalece e impide que caiamos nunha derrota fatídica, que nos fagamos fortes na perversa actitude de quen non quere loitar nunca máis.
Ao día seguinte, logo de misa de doce, Lasa subiu ata a casa do panadeiro con dous paquetes. Un contiña tres camisóns, un para cada irmá; no outro había roupa para Ramira, estrearíaa cando volvesen saír co enxeñeiro. Á moza faltoulle tempo para probalo: era un pantalón de tergal azul mariño que lle chegaba a media perna -pirata, dixo Lasa-, combinado cun corpiño de algodón dun azul máis claro, bombeado e cos ombreiros ao aire. A próxima vez que vaiamos á Coruña sairemos do Náutico en iate, dixo Lasa, e ela contestou que si, que claro.

OH FIAMMA SOAVE DE ROSSINI

VILA-MATAS, JUAN BENET Y MELVILLE

Uno de mis cuentos preferidos es Syllabus, breve narración de JB en la que se observan ciertas conexiones fortuitas con el paradigmático Bartebly, el escribiente, de HM. […] Este cuento de Benet lo leí algunos años antes que Bartebly, el escribiente, de modo que cuando llegué al relato de Melvilla no quedé tan sorprendido –como les ocurriera a tantos otros lectores- por la conducta del empleado huidizo que, a cualquier orden de su jefe, respondía que “preferiría no hacerlo”. […] El despreciativo e impasible joven rubicundo de JB y el escribiente Bartebly me siguen pareciendo hoy (por decirlo con palabras de Agamben) “figuras extremas de la nada”. […] El personaje de Bartebly, por su parte (al igual que el alumno díscolo de Syllabus) es alguien que no parece simpatizar demasiado con la novela ortodoxa. Como ha señalado José Luis Pardo, el propio personaje de Bartebly es una objeción contra la novela misma, pues es la historia de alguien que ha muerto tan pobre que no ha dejado nada: “Melvilla prefiere no escribir una novela cuyo narrador prefiere no hacer literatura acerca de un escribiente que prefiere no escribir”
Enrique Vila-Matas: Y Pasavento ya no estaba, p.37 ss.

FRASE DE LA SEMANA

La única defensa es no dejarse asimilar
Marco Aurelio, emperador romano

CAMEO DE EUGENIO MONTES EN IMPOSTURA DE ENRIQUE VILA-MATAS

Al día siguiente tenían una descomunal resaca de anís y se hallaban enzarzados en torno al carácter diabólico y resuletamente masón de El Oro del Rhin, cuando inesperadamente recibieron la visita del escritor Eugenio Montes, que en aquellos días se encontraba en Barcelona para dar una conferencia en el Ateneo. Iba acompaado de Julio Tejada, jefe provincial del Movimiento. Los dos tenían prisa por ver al desmemoriado y comprobar si era o no el profesor Bruch, su antiguo amigo y contertulio, desaparecido en la División Azul.
Impostura, p. 56

POEMA


SUMA
Todo suma no libro do universo,
Na conta que comeza e non acaba:
Os trinta e nove mil precisos versos
Que rimou Ariosto nas oitavas;
Unha bala de prata dun converso
As verdades; as máscaras, escravas
Do noso rsotro; o mar, a eternidade,
Ostenta e oito teclas, a soidade…

DU COTE DE PROUST

HACIA LA IMAGEN DE PROUST
Los romanos veían en el texto un tejido, y pocos lo son, sin duda alguna, con mayor densidad que este texto de Proust [A la recherche]. Porque nada era para él suficientemente denso y duradero. Su editor, Gallimard, nos ha contado que las costumbres de Proust cuando corregía las pruebas de imprenta desesperaban a todos los tipógrafos. Las galeradas traían muchas anotaciones, pero Proust no había corregido ni siquiera uno solo de los errores de imprenta; todo el espacio disponible se encontraba lleno con un texto nuevo. Así, la ley del recuerdo aún se ejecutaba en la extensión de la obra. Pues un acontecimiento vivido es infinito, o se encuentra al menos incluido dentro de la esfera de la vivencia, pero un acontecimiento recordado es, en sí mismo, algo ilimitado, porque es una clave de todo lo sucedido antes y después de él. Y, en otro sentido, el recuerdo es lo que establece con el mayor rigor cómo tejer. La unidad del texto lo es sólo el actus purus del recuerdo, nunca la persona del autor, y aún menos la acción. Se puede pues decir que las intermitencias de la acción sólo son el reverso del continuo que forma el recuerdo, sólo son el dibujo posterior del tapiz. Así lo quiso Proust y así lo dio a entender cuando nos dijo que preferiría que toda su obra fuera publicada a dos columnas, en un solo volumen y en un solo párrafo.
Walter Benjamín, Hacia la imagen de Proust?, en Obras Libro II/vol.1

INCIPIT 157. LOS CUADERNOS DE FRITZ KOCHER / ROBERT WALSER

El joven que escribió estos cuadernos falleció poco tiempo después de terminar sus estudios en la escuela. Su madre, una venerable señora digna de todo respeto, puso muchas objeciones antes de autorizarme a publicar estos fragmentos de ejercicios de redacción, pues sentía bastante apego a estas hojas escritas por su hijo y que le hacían sentir tan dolorosos recuerdos. Tan sólo después de obtener mi palabra de que las redacciones se imprimirían tal como su hijo Fritz las había escrito se decidió a dejarlas en mis manos. Es muy posible que en ocasiones estos escritos parezcan pueriles, o incluso maduros, pero les ruego que recuerden que mi mano no ha incluido variación alguna. Un muchacho joven puede resultar sabio en ocasiones, o decir tonterías prácticamente en el mismo momento. Me despedí de la madre del joven dándole las gracias de la mejor manera que pude. Me relató todo tipo de detalles de la vida del muchacho que, desde luego, se ven bastante bien reflejados en los trabajos escolares que ustedes tienen ante sí. Hubo de morir joven, aquel que se reía de las cosas, incluso de las serias con tono burlón. Sus ojos, seguramente grandes y brillantes, no han podido ver muchas cosas del gran mundo, al que tanto año-

INCIPIT 156. A CADA CUAL, LO SUYO / LEONARDO SCIASCIA

La carta llegó con el reparto de la tarde. El cartero dejó primero en el mostrador, como hacía siempre, el fajo multicolor del correo publicitario, y luego, con cuidado, como si pudiera explotar, la carta: sobre amarillo, dirección impresa en un papelito rectangular blanco pegado al sobre. Y dijo:
-Esta carta no me gusta.
El farmacéutico alzó la vista del periódico, se quitó las gafas, preguntó, con cierta curiosidad e irritación:
-¿Qué?
-Digo que esta carta no me gusta. – Y con el índice, lentamente, la deslizó por el mostrador de mármol en dirección al farmacéutico.
El farmacéutico se inclinó y miró la carta sin cogerla; luego se irguió, se puso las gafas, la miró otra vez.
-¿Y por qué no te gusta?
-La han echado aquí mismo, en el pueblo, anoche o esta mañana temprano; la dirección la han recortado de un papel timbrado de la farmacia.

INCIPIT 155. SUEÑOS Y ENSOÑACIONES DE UNA DAMA DE HEIAN / DAMA SARASHINA

RECUERDOS DE LA NIÑEZ
Hay que imaginar a una niña criada en un ambiente tan rústico como el de la provincia de Kazusa, y a quien, sin saber cómo ni por qué, le dio por conocer a toda costa las “historias” que circulaban por el mundo. En las horas de ocio, a pleno día, o al anochecer, mi madre adoptiva, o bien alguna otra persona, me contaban pasajes de esas

INCIPTI 154. AMRAS / THOMAS BERHARD

Después del suicidio de nuestros padres estuvimos encerrados dos meses y medio en la torre, en ese monumento característico de nuestro arrabal de Amras, al que sólo puede accederse a través del gran manzanar, hace unos años propiedad aún de nuestro padre, que asciende en dirección sur hacia el Urgestein.
Esa torre perteneciente a nuestro tío fue para nosotros, en esos dos meses y medio, un refugio que nos protegía de la intromisión de los hombres, que nos guardaba y escondía de las miradas de un mundo que sólo actúa y comprende siempre a partir del mal.
Sólo a la influencia de nuestro tío, el hermano de nuestra madre, tuvimos que agradecer que, en contra de la brutal reglamentación sani-

INCIPIT 153. A ESTE LADO DEL PARAÍSO / F SCOTT FITGERALD

Libro primero
El ególatra romántico
1, Amory, hijo de Beatrice
Amory Blaine había heredado de su madre todos los rasgos que, con excepción de unos pocos inoperantes y pasajeros, hicieron de él una persona de valía. Su padre, un caballero inútil y desgarbado que uní la afición a Byron a la costumbre de dormitar sobre la Enciclopedia Británica, se hizo rico a los treinta años gracias a la muerte de sus hermanos mayores, afortunados agentes de Bolsa de Chicago; en su primera explosión d vanidad, creyéndose el dueño del mundo, se fue a Bar Harbor, donde conoció a Beatrice O’Hara. Fruto de tal encuentro, Stephen Blaine legó a la prosperidad toda su altura –un poco menos de un metro ochenta- y su tendencia a vacilar en los momentos cruciales, dos abstracciones que se hicieron carne en su hijo Amory. Durante años revoloteó alrededor de la familia: un personaje dubitativo, una cara difuminada bajo un pelo gris mortecino, siempre pendiente de su mujer y atormentado por la idea de que no sabía ni podía comprenderla…
Traducción de JB

LA DEFENSA LUZHIN

LA XUNTA COMPRA LIBROS


De momento, y gracias a su difusión en el sistema oficial de adjudicaciones de la Xunta, solo se conocen las cifras relativas a nueve tratos provisionales cerrados con seis compañías. Por 93 títulos, Xerais ingresará 198.386,57 euros, mientras que Galaxia cobrará 146.833,91 por 40, y A Nosa Terra, por 26, otros 135.440,82. A Toxosoutos (22 creaciones) le corresponderán 60.473,45; a Sotelo Blanco (14), 39.676,31; y, por último, a Laiovento (8), 23.852,06. Desde un punto de vista formal, las compras se han tramitado vía procedimiento negociado sin publicidad. El conselleiro entiende que ello no implica un incumplimiento de lo que él mismo había prometido la semana pasada, tras ordenar la apertura de una investigación «exhaustiva» sobre las «opacas» compras de ejemplares realizadas por el bipartito entre agosto del 2005 y abril del 2009 con los depósitos del Gaiás como destino.

INCIPIT 152. LA INVENCION DE LA SOLEDAD / PAUL AUSTER


Un día hay vida. Por ejemplo, un hombre de excelente salud, ni siquiera viejo, sin ninguna enfermedad previa. Todo es como era, como será siempre. Pasa un día y otro, ocupándose solo de sus asuntos y soñando con la vida que le queda por delante. Y entonces, de repente, aparece la muerte. El hombre deja escapar un pequeño suspiro, se desploma en un sillón y muere. Sucede de una forma tan repentina que no hay lugar para la reflexión; la mente no tiene tiempo de encontrar una palabra de consuelo. No nos queda otra cosa, la irreductible certeza de nuestra mortalidad. Podemos aceptar con resignación la muerte que sobreviene después de una larga enfermedad, e incluso la accidental podemos achacarla al destino; pero cuando un hombre muere sin causa aparente, cuando un hombre muere simplemente porque es un hombre, nos acerca tanto a la frontera invisible entre la vida y la muerte que no sabemos de qué lado nos encontramos. La vida se convierte en muerte, y es como si la muerte hubiese sido dueña de la vida durante toda su existencia.

INCIPIT 151. LA ADULTERA / THEODOR FONTANE

El consejero comercial Van der Straaten, residente en la Grosse Petristrasse 4, era uno de los financieros más reconocidos de la capital, una realidad que apenas se alteraba por el hecho de que su prestigio era más social que personal. En la bolsa gozaba de una consideración incondicional, pero en la sociedad ésta sólo era condicional. Si se prestaba oído a los rumores, el motivo se debía esencialmente a que había estado demasiado poco “fuera” y que había dejado pasar la ocasión de adquirir un lustre mundano convencional o, al menos, las maneras correspondientes a su posicicón en la vida. Algunos viajes muy recientes a parís o a Italia, que además nunca había prorrogado mas allá de algunas semanas, no habían cambiado nada fundamental en ese estado de cosas y habían dejado intactos tanto su sello específicamente local como su predilección por los refranes drásticos y las “frases hechas” locales del género más burdo. Van der Straaten –para presentarle con una de sus expresiones favoritas –“no quería hacer de su corazón una guarida de asesinos” y como hijo de gente rica se había

INCIPIT 150. EL HECHICERO / VALDIMIR NABOKOV

«¿Cómo explicármelo, cómo reconciliarme conmigo mismo? —pensaba,
las pocas veces que llegaba a pensar—. No puede tratarse de lascivia. La
carnalidad más tosca es omnívora, mientras que la otra, la refinada, exige
que haya, tarde o temprano, una satisfacción. Y si bien es cierto que he
vivido cinco o seis aventuras de las corrientes, ¿acaso podría comparar su
naturaleza insípidamente fortuita con esta otra llama tan singular? ¿Qué
pensar de ésta? En nada se asemeja, por supuesto, a la aritmética del
libertinaje oriental, en el que una pieza resulta tierna en razón inversa a su
edad. Oh, no, no puede ser contemplada como un grado especial dentro de
un conjunto genérico, puesto que se trata de algo que está absolutamente
divorciado de lo genérico, algo que no es más valioso sino incomparabl e.
¿Qué es, pues? ¿Enfermedad, delito? Por otro lado, ¿resulta compatible con
los escrúpulos y la vergüenza, con la mojigatería y el miedo, con la
continencia y la sensibilidad? Porque ni siquiera soy capaz de considerar la
posibilidad de causar dolor o de provocar inolvidables

FRASE DE LA SEMANA

El poder de adivinar lo oculto por lo visible, de reconstruir las implicaciones de las cosas, dejuzgar el todo por la parte, la condición de sentir la vida de una manera tan completa que uno está cerca de reconocer cualquier rincón particular, ese conjunto de donde puede decirse que constituye la experiencia.
hj

INCIPIT 149. VOLVERAS A REGION / JUAN BENET

Es cierto, el viajero que saliendo de Región pretende llegar a su sierra siguiendo el antiguo camino real -porque el moderno dejó de serlo- se ve obligado a atravesar un pequeño y elevado desierto que parece interminable.
Un momento u otro conocerá el desaliento al sentir que cada paso hacia adelante no hace sino alejarlo un poco más de aquellas desconocidas montañas. Y un día tendrá que
abandonar el propósito y demorar aquella remota decisión de escalar su cima más alta, ese pico calizo con forma de mascarilla que conserva imperturbable su leyenda romántica y su penacho de ventisca. O bien -tranquilo, sin desesperación, invadido de una suerte de indiferencia que no deja lugar a los reproches- dejará transcurrir su último atardecer, tumbado en la arena de cara al crepúsculo, contemplando cómo en el cielo desnudo esos hermosos, extraños y negros pájaros que han de acabar con él, evolucionan en altos círculos.
Para llegar al desierto desde Región se necesita casi un día de coche. Las pocas carreteras que existen en la comarca son caminos de manada que siguen el curso de los ríos, sin enlace transversal, de forma que la comunicación entre dos valles paralelos ha de hacerse, durante los ocho meses fríos del año, a lo largo de las líneas de agua hasta su confluencia, y en sentido opuesto. El desierto está constituido por un escudo primario de 1.400 metros de altitud media, adosado por el norte a

INCIPIT 148. DAMAS CHINAS / MARIO BELLATIN

Cada vez que ingreso al consultorio me hago las mismas preguntas. Mirar la mesa de metal, con la cintas de cuero colgando de sus lados, hace que me cuestione si estoy realmente interesado en recibir a la docena de pacientes que diariamente llena mi consulta. El constante trato con mujeres parece haber modificado mi carácter. Siento que tocar sus cuerpos sólo con fines médicos deforma de algún modo mis deseos. De otra manera no entiendo por qué a mi edad necesito tanto acudir a los salones de masajes, ni por qué detengo el auto cuando veo a una muchacha caminado por una zona oscura de la ciudad. Rara vez me hacen caso, aunque hay ocasiones en que aceptan subir y dar una vuelta.

INCIPIT 147. INTENTE USAR OTRAS PALABRAS / GERMAN SIERRA

La secretaria de la directora, siempre puntual, obsequiosa y dispuesta a encubrir el inevitable retraso de los menos diligentes que ella, ha tenido la precaución de disponer el escenario. Encender la luz del despacho de Carlos Prat y, presionando levemente con el índice sobre un camuflado interruptor lateral, poner en funcionamiento el ordenador para simular que él ya había estado allí y se había visto obligado a salir de repente hacia cualquiera de esas citas ineludibles durante las que no puede ser localizado. Rubia, de aspecto invertebrado, exangüe y pálida como jamás acariciada por el sol, con la música de sus amados compositores rusos del diecinueve deslizándose por capilaridad desde el iPod hasta su oreja izquierda, ella es quien suele estar de guardia para darle la bienvenida y ponerlo al día con media docena de palabras acompañadas, si es el caso, de un par de portafolios. Después de haberse pintado los labios de un rosa anaranjado que refulge en las convexidades y se difumina hacia las comisuras. Esmalte de uñas también rosa. Colores de una Naturaleza que Carlos sólo recuerda haber visto anteriormente en los dibujos animados.
Un perfume de jazmín (y... ¿lavanda? ...) inunda los pasillos mientras Emma va encendiendo, una tras otra, las luces fluorescentes, escuchando el runrún de la atmósfera en conserva que inicia su viaje por los laberínticos conductos de aluminio hasta instalarse en sus vías respiratorias sustituyendo al aire libre. Emma teme a la legionela, al hongo Aspergillus y otras enfer-

INCIPIT 146. EL REY DE LAS DOS SICILIAS / ANDRZEJ KUSNIEWICZ

Se podría empezar así:
"Erase una vez dos hermanas, Elisabeth y Bernadetta, así como su hermano, Emil.”
O bien:
“El dçia 28 nde julio de 1914, a las … horas, el cañonero fluvial Bodrog, de la armada imperial-y-real, ha disparado el primer cañonazo sobre Belgrado. En un pequeño islote poblado de mimbreras, más o menos a un kilómetro de Pancevo, hay dos oficiales. A través de sus prismáticos observan la otra orilla del Danubio: la cercana orilla serbia. La contemplan a contraluz, bajo un cegador sol purpúreo que casi toca el agua, como si fuera un globo atado a una cuerda que un ser invisible estuviera tirando lentamente hacia abajo. Pero los dos oficiales están ocupados en otras cosas y no están para tales comparaciones. Durante unos instantes el resplandor del agua que ya está rozando el globo color ladrillo, rayado por dos finas líneas de bruma, es tan fuerte, que los señores oficiales tienen la impresión de ver a través de sus prismáticos cobre fundido. Esta visión dura sólo un instante, tal vez medio minuto, tal ves un poco más, y después uno de los oficiales de la armada im-

BORGES Y JOHN LENNON

"Leyendo la biografía de Victoria Ocampo he atado cabos y he comprendido por fin las desconcertante respuesta que daba Borges en esa entrevista. Ahora todo me cuadra. Hoy, domingo 24 de agosto de 1997 -cuando se cumplen 98 años del nacimiento de Borges en la calle Tucumán 840- entiendo por fin esa respuesta de Borges que leí con perplejidad en un cafñe andino y que llegué apensar era una respuesta inventada por el estudiante Rojas, que así se llamaba el entervistador.
-En lo que se refiere a esta cuestión tan trascendental -le decía Borges- lo que yo siempre qusie llegar a ser en la vida fue un músico lo más parecido posible a John Lennon. Pero creo que es demasiado tarde para lograrlo."
EVL Para acabar con los números redondos, p.final

O DEMO

“Recuerdo que hablábamos de que la buena suerte de los amigos nos producía un extraño descontento. Wilde nos contó la historia del diablo en el desierto de Libia ¿la conoce?¿No? Bueno, pues el diablo andaba ocupándose de sus asuntos y hacía la ronda de su imperio cuando se topó con un grupo de diablillos que andaban atormentando a un santo ermitaño. Utilizaban tentaciones y provocaciones rutinarias que el santo varón resistía sin mucho esfuerzo. “No se hace así”,les dijo su maestro. “Yo os enseñaré. Mirad atentamente” Dicho lo cual, el demonio se acercó pro detrás al eremita y con un tono melosos le susurró al oído: “A tu hermano acaban de nombrarle obispo de Alejandría”. Y de inmediato unos celos feroces ensombrecieron la cara del ermitaño. “Esta es la mejor manera”, dijo el diablo.
Julian Barnes / Arthur & George, p.394

NABOKOVIANA

“Planicies curiosamente blancas, como refregadas, alternan con jardines y pequeñas espesuras de arbustos. Se miran las comarcas de abajo, en las que el pie no se posa nunca, porque en algunas, incluso en la mayoría de las comarcas no hay nada que valga la pena buscar. ¡Qué grande y qué desconocida es para nosotros la tierra¡” Robert Walter, creo yo, había nacido para ese viaje silencioso por el aire. Siempre, en todos sus trabajos en prosa, quiere remontarse sobre la pesada vida terrestre, desaparecer suavemente y sin ruido hacia un reino más libre. El suplemento cultural del viaje en globo sobre una Alemania dormida en la oscuridad es sólo un ejemplo, uno por cierto, al que se une para mí un recuerdo de Nabokov de uno de sus libros infantiles más preciados. El negro de trapo y su amigos, de los que forma parte también una especie de enano o liliputienses, corren numerosas aventuras en una novela gráfica por entregas, se van muy lejos de casa y llegan a caer en manos de caníbales. Y entonces hay una escena en la que “de infinitas tiras de seda amarilla, construyen un globo, y otro más diminuto, para el pulgarcito”. “En la enorme altura -escribe Nabokov- que alcanzó el globo, los astronautas, para sentir menos el frío, se acurrucan muy juntos mientras, apartado, el pequeño solitario, al que yo envidiaba a pesar de su terrible destino, se va alejando, sólo, hacia un abismo de estrellas y nieve.
Final de El paseante solitario, de WG Sebald

JB Y JC

Dámaso López descubre, sin embargo, una excepción singular en este páramo creativo español, al referirse a la huella –profunda en su opinión- que Conrad dejó en un escritor que, a primera vista, no parece especialmente conradiano, JB. López realiza una minuciosa, aunque breve, incursión crítica en la obra de Benet y va encontrando aquí y allá ecos, especialmente de El corazón de las tinieblas. Se refiere este crítico, en concreto, a un pasaje de la novela Saúl ante Samuel, en la que percibe un eco del tipo de comunicación escueta y telegráfica de la muerte de Kurtz (Señor Kurtz, él muerto”) así como el clima general que envuelve toda la saga de Región: “la de que la tierra violentada concluye imponiendo sus leyes y su venganza sobre quienes se atrevan a molestarla, y que constituye la idea central, -o una de las ideas centrales- de El corazón de las tinieblas”.
En el cuento “De lejos”, en el que aparece un personaje llamado curiosamente Conrado Blaer, se percibe también –dice Dámaso López- un eco de la figura del propio Kurtz, así como una reflexión sobre varios de los temas de El corazón de las tinieblas (el poder, el destino de las empresas humanas, la muerte), e incluso se aprecian referencia smuy directas al lenguaje conradiano en esta obra: a Conrado Blaer se le llama “aventurero de papier maché”, que inevitablemente recuerda al Mefistófeles de papier maché de El corazón de las tinieblas. Hay asimismo, otros ecos, más lejanos quizá, de novelas como La línea de somba, Lord Jim, Tifón, en una de las pocas narraciones marítimas de JB, “Sub rosa”, así como recursos y personajes análogos en otros títulos benetianos. En todo caso, este ejemplo de JB parece ser –como decimos- una excepción en la literatura española, o al menos debe constatarse que el reflejo que pueda haber existido no ha sido aún explorado por la crítica literaria española.
Prólogo de Fernando Galván y José santiago Fernández Vázquez a El corazón de las tinieblas. Cátedra, 2005

BENET, MENDOZA Y HJ

Y a mí me abrió las puertas de un mundo inesperado. Porque de repente, traduciendo a esos maestros de la narrativa anglosajona, me dio la impresión de que era capaz de intentar por lo menos algún tipo de imitación plausible de la voz, el tono y la atmósfera que aquellos autores desarrollaban con aparente naturalidad y maestría incomparable. No estaban en absoluto de moda en aquellos momentos la novela ni la narración, y menos lo estaba intentarlo a la anglosajona manera de los que durante un par de años fueron mis maestros, y cuya lección fui aprendiendo gracias a ese esfuerzo de reescritura en otro idioma que es la traducción, un taller literario incomparable. Como mucho, si alguien quería obtener la aprobación social de la gente de izquierdas, había que escribir novela de “denuncia” o adaptar las formas del neorrealismo italiano. La inmensa lección de los grandes novelistas latinoamericanos no había servido de nada, y sólo Eduardo Mendoza la aprendió y adaptó a sus propios intereses y recursos. Aparte de él, quedaba la voz solitaria de JB, demasiado singular para ser imitada, demasiado personal para crear escuela, erigiéndose como un gigantesco ejemplo, como un Himalaya temible en aquel Sáhara detestable.
Enrique Murillo: Nota del traductor a La lección del maestro, de HJ

INCIPIT 145. LA FIGURA EN LA ALFOMBRA / HENRY JAMES

Yo ya había publicado algunas cosas y había hecho algún dinero: quizá incluso había tenido tiempo para empezar a creer que era más sutil de lo que alcanzaban a ver los más condescendientes; pero a la hora de evaluar mi carrera –una costumbre sin duda de tipo nervioso, pues aún hoy es bastante corta- tomo como auténtico punto de partida la noche en que George Corvick, jadeante y preocupado, vino a pedirme que le hiciera un favor. El había publicado más que yo, y también había ganado más dinero, aunque en mi opinión a veces no había sabido aprovechar ocasiones en las que su talento hubiera podido quedar demostrado. Aquella noche, sin embargo, por pura amabilidad, no pude sino declararle lo contrario. Caí en una especie de éxtasis cuando escuché lo que me proponía; que preparase para The Middle,

INCIPT 144. EL MOVIL / JAVIER CERCAS

Álvaro se tomaba su trabajo en serio. Cada día se levantaba puntualmente a las ocho. Se despejaba con una ducha de agua helada y bajaba al supermercado a comprar pan y el periódico. De regreso, preparaba café, tostadas con mantequilla y mermelada y desayunaba en la cocina, hojeando el periódico y oyendo la radio. A las nueve se sentaba en el despacho, dispuesto a iniciar su jornada de trabajo.

Había subordinado su vida a la literatura; todas sus amistades, intereses, ambiciones, posibilidades de mejora laboral o económica, sus salidas nocturnas o diurnas se habían visto relegadas en beneficio de aquélla. Desdeñaba todo lo que no constituyese un estímulo para su labor. Y como la mayoría de los trabajos bien remunerados a los que, en su calidad de licencia-

INCIPT 143. TIERRAS DE PONIENTE / JM COETZEE

Me llamo Eugene Dawn. No puedo hacer nada al respecto.
Empiezo, pues.
1
Coetzee me ha pedido que revise mi ensayo. Se le atraganta. Lo
quiere más fácil de digerir, en caso contrario lo quiere ver eliminado.
Y también me quiere quitar de en medio, me doy
cuenta. Me estoy armando de valor contra ese hombre poderoso,
genial y ordinario, tan completamente desprovisto de visión.
Le temo y desprecio su ceguera. Me merecía algo mejor. Heme
aquí sometido a un director, un tipo ante el cual mi primer instinto
es arrastrarme. Siempre he obedecido a mis superiores y
he estado encantado de hacerlo. No me habría embarcado en
el Proyecto Vietnam de haber imaginado que acabaría entrando
en conflicto con un superior. El conflicto trae infelicidad, y
la infelicidad envenena la existencia. No soporto la infelicidad,
lo que yo necesito es paz y amor y orden para mi trabajo. Necesito
mimos. Soy un huevo que necesita estar en el más mullido
de los nidos bajo la más paciente de las ponedoras antes de que
se agriete mi cascarón liso y poco prometedor y emerja mi
tímida vida secreta. Se me tiene que tratar con indulgencia.
Rumio, soy un pensador, una persona creativa, alguien que no
carece de valor para el mundo. Lo normal sería que Coetzee me
entendiera mejor, pues tendría que estar acostumbrado a tratar
con gente creativa. Habiendo sido él también un creador en el
pasado, ahora es una persona creativa fracasada que vive de segunda
mano a expensas de los verdaderos creadores. Su reputación
se la ha labrado gracias al trabajo de los demás. Y aquí lo
han puesto a cargo del Proyecto Vida Nueva sin que él sepa
nada del Vietnam ni de la vida. Me merezco algo mejor.
13

FRASE DE LA SEMANA

44. Soñé que traducía al Marqués de Sade a golpes de hacha. Me había vuelto loco y vivía en un bosque.

INCIPIT 142. TRES / ROBERTO BOLAÑO

Una persona- debería decir una desconocida- que te acaricia,
te hace bromas, es dulce contigo y te lleva hasta la orilla de un
precipicio. Allí, el personaje dice ay o empalidece. Como si
estuviera dentro de un caleidoscopio y viera el ojo que lo mira.
Colores que se ordenan en una geometría ajena a todo lo que tú
estás dispuesto a aceptar como bueno. Así empieza el otoño,
entre el río Oñar y la colina de las Pedreras"

INCIPIT 141. EL ESTAFADOR Y SUS DISFRACES / HERMAN MELVILLE

UN MUDO SUBE A BORDO EN EL MISSISSIPPI
A la salida del sol de un primer día de abril apareció repentinamente, como Manco capac en el lago Titicaca, un hombre vestido con un traje color crema a la orilla del río, en la ciudad de San Luis.
Su tez era clara, su barbilla poblada, rubia su cabellera de pelo abundante cubierta por un sombrero de piel blanca.
No llevaba baúl, maleta, bolso de mano o paquete alguno. No le seguía ningún maletero ni marchaba acompañado por cualquier amigo.
Merced a los encogimientos de hombros, las sonrisas fingidas, cuchicheos, las muestras de admiración del gentío, quedaba claro que era el hombre lo que se dice un perfecto desconocido, en el sentido más literal de la palabra.
Sin detenerse abordó el vapor “Fidèle”, en el embarcadero, presto a partir hacia Nueva Orleáns.

INCIPIT 140. SEÑORA DE CIRCUNSTANCIAS / LOUIS AUCHINCLOSS

LOS RECUERDOS DE RUTH
Muchos de mis contemporáneos, aquellos que tienen setenta años o más, encontrarían absolutamente simplista mi convicción de que los problemas de mi sobrina Natica comenzaron el día que su familia abandonó la ostentosa mansión estilo georgiano de Smithport, Long Island, construida por mi temerario cuñado Harry en un año próspero anterior a 1929, para ocupar la modesta casa del portero, acurrucada junto a la gran entrada de la propiedad. Es verdad que las obligaciones de Harry no incluían abrir y cerrar la puerta de hierro forjado cada vez que el gran cadillac verde de los Devoe, los nuevos propietarios, o los coches deportivos de los retoños de éstos, entraban o salían; pero desgraciadamente, a los cuatro años no pudo seguir pagando el alquiler y tuvo que mudarse con mi hermana, sus dos hijos varones y Natica a una blanca y sencilla casa de madera en el pueblo. Allí se inició, a los ojos de todos menos de sus amigos más íntimos, el rápido e ineluctable proceso de integración con los “nativos” y su separación de las comunidades de veraneante neoyorkinos.

INCIPIT 139. PRIMERA NIEVE EN EL MONTE FUJI / YASUNARI KAWABATA

En aquel país. En este país
El 2 de noviembre, víspera del Día de la Cultura en Japón, Takako releyó dos y tres veces la columna «En aquel país. En este país» del diario Sankei Jiji. Esta columna recoge acontecimientos curiosos e interesantes del extranjero. Son cuentos, o semillas de cuentos, más que lo que llamamos comúnmente noticias.
La edición vespertina del día anterior había dado amplia cobertura a la declaración de la princesa Margarita de Inglaterra de que no se casaría con el capitán Towsend. No era extraño, por lo tanto, que una de las historias de «En aquel país. En este país» edel periódico del 2 de noviembre se refiriera al amor de la princesa:
“En las planicies de Escocia la mirada tropieza con frecuencia con túmulos de piedras. En el pasado estos túmulos se erigieron en memoria de héroes caídos en combate. Hoy se cree que los amantes que añadan una piedra a uno de estos túmulos alcanzarán el amor eterno. Hace cuatro años, cuando la princesa Margarita y el capitán Towsend veraneaban en Balmoral, pusieron una piedra sobre un túmulo situado en un paraje desértico a tres millas del pueblo y se juraron amor eterno. Inmediatamente el túmulo se volvió famoso. Hoy la pasión amorosa de la princesa se ha desvanecido”

INCIPIT 138. CUENTOS DE ISE / ARIWARA NO NARIHIRA

Una vez, un joven hombre que había adoptado el tocado viril, fue a cazar en las tierras que poseía en la aldea de Kasugam cercana a la capital, Nara. En esa aldea vivían dos hermanas jóvenes y bonitas. El hombre las contempló a través de una abertura en el cercado. Como ese descubrimiento era imprevisto en esa vieja aldea de su infancia, su corazón quedó turbado. Cortó un trozo de su veste de caza y en él escribió un poema. La tela de su traje estaba estampada de helechos.
Del malva de los helechos
de la landa de Kasuga
Pintada es mi veste de caza
Sus tallos se entrelazan al extermo
Tal los sentimientos que me turban

Así era el poema que les envió sin tardanza. Ellas debieron hallarlo muy apropiado, pues recordaba el célebre:

INCIPIT 137. EL PABELLON Nº6 / ANTON CHEJOV

En el patio del hospital se encuentra un pequeño edificio rodeado por todo un bosque de malezas, ortigas y cañas. Su techo está herrumbroso, la chimenea medio derruida, los escalones de la entrada podridos y cubiertos de hierbas; y del estuco sólo queda un rastro. La fachada delantera mira hacia el hospital y la de atrás al campo, del que la separa una tapia gris con clavos. Los clavos, con sus puntas hacia arriba, y la tapia, y el propio caserón tienen ese aspecto abatido y maldito que en nuestra tierra vemos sólo en los edificios de los hospitales y en las prisiones.
Si no teneis miedo a lastimaros con las ortigas, podemos ir por el sendero estrecho que nos lleva al caserón y veremos lo que pasa ahí dentro. Al abrir la primera puerta, entramos en el zaguán. Aquí, junto a las paredes y la estufa, se amontonan montañas enteras de desperdicios viejos del hospital. Colchones, batas viejas y rotas, pantalo-

INCIPIT 136. RELATOS / THOMAS BERHARD

La gorra
Mientras que mi hermano, a quien se pronostica una carrera fabulosa, pronuncia en los Estados Unidos de América, en las universidades más importantes, conferencias sobre sus descubrimientos en el ámbito de la investigación de las mutaciones, de lo que hablan sobre todo las publicaciones científicas, también en Europa, con un entusiasmo francamente inquietante, yo, cansado de los innumerables institutos centroeuropeos especializados en cabezas enfermas, he podido instalarme en su casa, y le estoy muy reconocido por haber puesto el edificio entero a mi disposición, sin reserva alguna. Esa casa que yo nunca había visto antes, heredada de su mujer, fallecida súbitamente hace medio año, en las primeras semanas en que he podido vivir en ella, con mi predilección característica por esas casas antiguas que, con sus proporciones, es decir, con sus masa y equilibrios corresponden perfectamente a la armonía general y particular de la naturaleza, se ha convertido, en con-

INCIPIT 135. REDUCCION DE CONDENA / PATRICK MODIANO

Era la época en que las giras teatrales no se limitaban a recorrer Francia, Suiza y Bélgica, sino también el norte de África. Yo tenía diez años. Mi madre se había marchado de viaje para interpretar una obra y mi hermano y yo vivíamos en casa de unas amigas suyas, en un pueblecito de los alrededores de París.
Una casa de una planta, con la fachada de hiedra. Prolongaba el salón una de esas ventanas saledizas que los ingleses llaman bow-windows. Detrás de la vivienda un huerto con bancales. Al fondo de la primera terraza del vergel se hallaba, oculta bajo unas clemátides, la tumba del doctor Guillotin. ¿Habría vivido en esa casa? ¿Habría perfeccionado en ella su máquina de cortar cabezas? En la parte más lata del hormazo, dos manzanos y un peral.
Las plaquitas esmaltadas que colgaban de unas cadenitas de plata de las garrafas de licor, en el salón, llevaban inscritos unos nombres: IZARRA, SHERRY, CURAÇAO. La madreselva invadía el brocal del pozo, en medio del patio que precedía al huerto. El teléfono descansaba sobre un velador, muy cerca de una de las ventanas del salón.
Una verja protegía la fachada de la casa, ligeramente apartada de la calle del Doctor Dordaine. Un día habíamos pintado la verja trás haberla cubierto de minio. ¿Era

INCIPIT 134. ¡MIRA LOS ARLEQUINES! / VLADIMIR NABOKOV

Conocí a la primera de mis tres o cuatro sucesivas mujeres en circunstancias bastante extrañas, cuyo acaecer hacía pensar en una burda intriga plagada de detalles absurdos y urdida por un conspirador que no sólo ignoraba el fin perseguido, sino también se empeñaba en torpes maniobras que parecían excluir toda posibilidad de éxito. Fueron precisamente esos errores, sin embargo, los que tejieron por sí sólos una red que me atrapó y, con ayuda de otras tantas torpezas de mi parte, me obligó a cumplir el destino que era la única finalidad de la trama.
En algún momento del semestre académico de Pascua, durante el último año que pasé en Cambridge (1922), fui consultado "en mi carácter de ruso" acerca de algunos pormenores para la caracterización de los personajes de El inspector, de Gogol, que el Grupo Glowworm —dirigido por Ivor Black, un buen actor aficionado— deseaba representar en inglés. Él y yo teníamos el mismo profesor consejero en el Trinity College: Ivor Black me sacó de quicio con su tediosa imitación de las remilgadas maneras del viejo (actuación que se prolongó durante casi todo nuestro almuerzo en el Pitt). La breve conversación dedicada al motivo de nuestro encuentro fue aún menos agradable. Ivor Black quería que el alcalde de Gogol apareciera en robe de chambre, pues "cuanto ocurría en la obra ¿no era acaso tan sólo una pesadilla del

INCIPIT 133. RECUERDOS DE POLONIA / WITOLD GOMBROWICZ

“Nací y me eduqué en una casa muy respetable”. Esta frase irónica que iniciaba uno de mis relatos, me refiero a “Memorias de Stefan Czarniecki”, podría igualmente servir de introducción a los presentes recuerdos. Yo fui en realidad el niño mimado de eso que se llama una familia “respetable”, aunque aquí la palabra “respetable” debe ser utilizada sin ironía, ya que se trataba de una casa de gente más bien benévola y de principios.

INCIPIT 132. LA VIDA CONYUGAL / SERGIO PITOL:

Jacqueline Cascorro, la protagonista de este relato, conoció durante buena parte de su vida las experiencias conyugales de rutina: arrebatos, riñas, infidelidades, crisis y reconciliaciones. Todo cambió en un instante, cuando al quebrar con sus manos una pata de cangrejo y oír descorchar a sus espaldas una botella de champaña se dejó poseer por un pensamiento que la visitaría de manera intermitente, convirtiéndola, y ya para siempre, en una mujer de muy malas ideas.
Durante años, un cuaderno azul la acompañó en las distintas mudanzas a las que la llevó su azarosa vida matrimonial, sin que fuera consciente de su existencia; un cuaderno muy delgado, sujeto con un elástico a una colección de libretas sobre literatura e historia del arte depositadas en el fondo de una caja ricamente ornamentada, adquirida en Pátzcuaro durante su viaje de bodas. Esa caja permanece en la bodega de L’Aiglon, un restaurante de Cuernavaca, en donde Jacqueline abandonó casi la totalidad de su menaje de casa cuando decidió trasladarse a Ve-

INCIPIT 131. VIDA DE MANOLO / JOSEP PLA

1
En el mes de mayo de 1927 pasé unos días en Port-Vendres
de los que conservo un recuerdo muy agradable. Fue precisamente
en Port-Vendres donde decidí trasladarme a Ceret
para visitar al escultor Manolo Hugué. Me habían dicho que
había sufrido un achuchón muy fuerte y que se había pasado
más de siete semanas en una clínica de Perpiñán. Aunque
fuese tan sólo para darle la enhorabuena, el viaje era
obligado. Además, hacía muchos años que no nos veíamos
y cualquiera que lo haya tratado sabe que es una de esas personas
que se echan en falta. La última vez que nos habíamos
visto fue en un pueblecito de la Cerdaña, cerca de Bourg-
Madame. Aún me parece verlo sacando la cabeza por la
estrecha ventana de la casa de payés donde vivíamos, espiando
con un temor infantil y nada disimulado, rascándose el
cráneo reluciente, la otra mano en el anca, las nubes sobre
las montañas, escuchando, con horror sagrado, los truenos
lejanos…
Yendo hacía allí, al cambiar de tren en Elna, encontré a otro
amigo, el escultor leridano Biosca, que había conocido en el
taller de Arístides Mallol en Marly-le-Roy. Tuve la típica
satisfacción de cuando encuentras a un buen amigo y te da
una sorpresa. Y es que Biosca me dijo que en aquel momen-

INCIPIT 130. EL PASEANTE SOLITARIO . EN RECUERDO DE ROBERT WALSER / WG SEBALD

Las huellas que Robert Walser dejó en su vida fueron tan leves que casi se han disipado. Al menos desde su regreso a Suiza en la primavera de 1913, y en realidad, claramente, desde el principio, solo estuvo unido al mundo de la forma más fugaz. En ninguna parte pudo establecerse, nunca tuvo la más mínima posesión. No tuvo casa jamás, ni una vivienda duradera, ni un solo mueble ... De lo que necesita un escritor para ejercer su oficio no tenía casi nada que pudiera llamar propio. Libros no poseía, según creo; ni siquiera los que él mismo había escrito. Los

JB Y EV-M

Juan Benet nos dejó dicho que la memoria es como una novela a la antigua, como un único argumento diacrónico, y que el mejor procedimiento que el individuo ensaya para modernizarla consiste en desecharla como tal y aprovecharla para una serie de relatos, con un único personaje central. Esto explicaría que tan a menudo nos creamos los únicos protagonistas de las historias de nuestra infancia. Y en mi caso concreto explicaría que hubiera mitificado tanto el paseo de Sant Joan que hasta llegué a verlo como un territorio exclusivamente propio. Por eso me golpeó tanto, hace medio año, ese artículo de Joan de Sagarra, en el que a través de estas mismas páginas me comunicaba que se había instalado frente a mi casa de la infancia y se estaba apropiando del paseo de Sant Joan, de mi barrio, mitificándolo a su vez.

INCIPIT 129. DESDE LA CIUDAD NERVIOSA / ENRIQUE VILA-MATAS

Me tocó vivir una infancia y primera juventud en una Barcelona infame que yo sospechaba que no estaba en ningún mapa y cuyo último rincón, en el caso poco probable de que apareciera en alguno, sería el fantasmal y polvoriento paseo de Sant Joan, donde yo vivía con mi familia en tiempos de silencio en los que la ciudad alcanzó las máximas cimas del delirio. Por poner un ejemplo, era tal la desesperación que se encomendaba a los poderes sobrenaturales la lucha contra la dictadura, y llegó a decirse que el Papa de Roma era hijo natural de Largo Caballero y que, en su lecho de muerte, la difunta y rigurosa madre del Papa había obligado al futuro Pontífice a jurar que no regatearía ningún esfuerzo —ni siquiera el de la oración— para acabar con Franco.
Juan Benet nos dejó dicho que la memoria es como una novela a la antigua, como un único argumento diacrónico, y que el mejor procedimiento que el individuo ensaya para modernizarla consiste en desecharla como tal y aprovecharla para una serie de relatos, con un único personaje central. Esto explicaría que tan a menudo nos creamos los únicos protagonistas de las historias de nuestra infancia. Y en mi caso concreto explicaría que hubiera mitificado tanto el paseo de Sant Joan que hasta llegué a verlo como un territorio exclusivamente propio. Por eso me golpeó tanto, hace medio año, ese artículo de Joan de Sagarra, en el que a través de estas mismas páginas me comunicaba que se había instalado frente a mi casa de la

INCIPIT 128. EL AIRE DE UN CRIMEN / JUAN BENET

I
Una mañana de bronce apareció el cadáver de un hombre en la plaza de Bocentellas. Durante un par de días el suceso vino a incorporarse a la serie de extraños e inconexos acontecimientos que sucedieron aquel año desde la llegada del buen tiempo hasta mediado el otoño, cuando una precoz nevada cerró los puertos de montaña, incomunicó algunos pueblos y caseríos y canceló toda actividad en los piedemontes de Mantua y del Hurd. En aquellos dos días el hallazgo vino a suscitar, ni más ni menos, las mismas sospechas y levantar idénticas conjeturas que habían provocado durante un siglo (con un paréntesis durante la guerra civil) todos los cadáveres que el monte arrojara en verano, a modo de respuesta a las numerosas miradas de súplica de quienes solo sabían sujetar la mancera o estrujar un estore cuando el forastero pasaba de largo en dirección a las alturas. Durante dos días se habló de él, pero al cabo de siete, debido quién sabe si al carácter oficial y legal que revistió su exhumación nadie volvió a mencionarlo. Fue una voluntaria conjura de silencio, ¿o más bien una imposición que venía desde arriba, desde nadie sabía o quería decir dónde?
El cadáver apareció en la plaza del pueblo, sentado en el suelo, la cabeza caída sobre el pecho, cubierta con un sombrero de paja, y la espalda reclinada sobre lo sillares de la fuente pila, las piernas extendidas y los pies descalzos y abier-

INCIPIT 127. ARTHUR & GEORGE / JULIAN BARNES

Arthur
Un niño quiere ver. Siempre empieza así, y así empezó entonces. Un niño quería ver.
Sabía andar y llegaba hasta el picaporte de la puerta. No lo hacía con lo que podríamos denominar un propósito, sino con el mero turismo instintivo de la infancia. Había allí una puerta que empujar; entró, se detuvo, miró. Nadie le observaba; se volvió y se fue, cerrando la puerta tras él con cuidado.
Lo que vio allí pasó a ser su primer recuerdo. Un niño, una habitación, una cama, cortinas corridas que filtraban la luz de la tarde. Para cuando llegó a describir esto en público habían transcurrido sesenta años. ¿Cuántas versiones internas habían suavizado
y adaptado las palabras sencillas que al final empleó? Sin duda todo seguía pareciendo tan claro como el día. La puerta, la habitación, la luz, la cama y lo que había en la cama: «una cosa blanca, cerosa».
Un niño y un cadáver: tales encuentros no debieron de ser tan raros en el Edimburgo de la época. Altas tasas de mortalidad y circunstancias precarias contribuían a un aprendizaje temprano. La familia era católica y el cuerpo era el de la abuela de Arthur, una tal Katherine Pack. Quizá dejar la puerta entor-

INCIPIT 126. UN ENCUENTRO / MILAN KUNDERA

Un día Michel Archimbaud, que se propone publicar un libro de retratos y autorretratos de Francis Bacon, me invita a escribir un pequeño ensayo inspirado en estos cuadros. Me asegura que éste fue el deseo del propio Bacon. Me recuerda un breve artículo mío publicado hace tiempo en la revista L'Arc que Bacon consideraba como uno de los pocos textos en los que él se reconocía. No negaré mi emoción ante semejante mensaje que provenía, después de tantos años, de un artista a quien jamás he conocido y que me ha gustado tanto.
Escribí ese texto en L'Arc (que, más tarde, inspiró parte de mi Libro de la risa y del olvido), dedicado al tríptico de retratos de Henrietta Moraes, en los primeros tiempos de mi emigración, hacia 1977, obsesionado como estaba por los recuerdos del país que acababa de abandonar y que permanecía en mi memoria como la tierra de los interrogatorios y la vigilancia. Este es el texto
Traducción tomada de un blog.

INCIPIT 125. PANDORA EN EL CONGO / ALBERTO SANCHEZ PIÑOL

El Congo. Imaginemos una superficie tan grande como Inglaterra, Francia y España juntas. Imaginemos, ahora, toda esa superficie cubierta por árboles de entre seis y sesenta metros de altura. Y, bajo los árboles, nada.
¿Por qué vuelvo a escribir el mismo libro, la misma historia? Hace más de sesenta años que lo escribí por primera vez. En su momento hizo ruido, recibió elogios, le llovieron
todas las bendiciones.
Ayer, después de tanto tiempo, volví a leerlo. Yo era el autor. Sin embargo, no me reconocía en el muchacho que lo había escrito. Aquellas páginas habían cruzado el tiempo, todo mi tiempo. Pero no llegaban hasta mí.
¿Por qué debería explicar de nuevo la misma historia, escribir el mismo libro? ¿Por ella? No lo sé. Quizá por algo aún más grande que ella.
Cuando todo acabó le hice un poema.
Amada Amgam:
El Congo. Un océano verde. Y, bajo los árboles, nada
Tú: niebla bajo tierra.
Yo: topo sin alas.
Entre tú y yo: todas las piedras del mundo.
Demasiado visto:
Winchester&Smith&Wenson,
confitura de ojos

INCIPIT 124. VENGANZA TARDIA / ERNST JUNGER

El camino que conducía a la escuela era lo más bello que ésta ofrecía, por eso a Wolfram le hubiera gustado prolongarlo el mayor tiempo posible. Pero entonces habría llegado tarde, y llegar tarde era una falta grave.
Con la agitación, no encontraba la puerta correcta; incluso se equivocaba de planta y estorbaba la clase de otros cursos. Los maestros, que en su mayoría llevaban cuello alto y quevedos, le clavaban una mirada feroz, mientras los alumnos se alegraban de la interrupción. Tardaba casi un cuarto de hora en poder balbucear una disculpa; sin embargo, tal retraso no admitía disculpa. Antes de que le dieran permiso para tomar asiento, se llevaba una reprimenda: «Contigo sólo valen los escarmientos», y recibía una amonestación en el diario de clase. Para colmo, no cuidaba su uniforme;

JAMESIANA

Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea. cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario. Así procedió Carlyle en Sartor Resartus; así Butler en The Fair Haven; obras que tienen la imperfección de ser libros también, no menos tautológicos que los otros. Más razonable, más inepto, más haragán, he preferido la escritura de notas sobre libros imaginarios. Éstas son Thön, Uqbar; Orbis Tertius; el Examen de la obra de Herbert Quain; El acercamiento a Almotásim, La última es de 1935; he leído hace poco The Sacred Fount (1901), cuyo argumento general es tal vez análogo. El narrador, en la delicada novela de James, indaga si en B influyen A o C; en El acercamiento a Almotásim, presiente o adivina a través de B la remotísima existencia de la Z, quien B no conoce.
JLB, prologo a "El jardín de los senderos que se bifurcan"

VIVE LA FRANCE

A TIRAR TODOS

FRESA DE LA SEMANA

Mi deber y mi obligación es proteger el gallego como idioma minoritario. El 99% de las cosas que hacemos aquí están en gallego. Siempre que hablo en público lo hago en gallego. Siempre. Que es un gallego de las Rías Baixas, que es verdad que no está completamente normalizado, pero es auténtico. Mi idioma materno es el gallego y yo tuve que ir a Zamora a aprender el castellano porque si no mi familia pensaba que no tenía futuro. Y eso es lo que está en la mentalidad de muchos gallegos. Ése fue el motivo por el que me castellanizaron en mi época, y estamos hablando de los años 60. Tenía seis años cuando me mandaron a casa de unos amigos de mis padres y en un verano volví todo señorito. En mi familia siempre hablan en gallego. De hecho, mi madre no habla ni una sola palabra en castellano.
Roberto, conselleiro

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