Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

BENETIANA

De En un lugar solitario: narrativa 1973-1984, de Enrique Vila-Matas, p.17-18
Esas dos lecturas esenciales que me acompañaron duran te la redacción de En un lugar solitario fueron, por un lado el Juan Benet de Una meditación, libro clave en mi forma ción como narrador, aunque a lo largo de En un lugar solitario ni se note. Y por otro, la novela de un escritor argentino, hoy lamentablemente casi olvidado, llamado Néstor Sánchez, que había escrito un libro, Nosotros dos, de estilo cortazariano, impregnado de un voluntario sentido de la espontaneidad que se podría calificar de jazzístico.
De hecho, Claudio, el hijo de Néstor Sánchez, recordaba no hace mucho a su padre yendo a la página en blanco, «sin ningún plan de escritura», sólo con la idea de liberar allí las fuerzas puras de la improvisación; le recordaba tirado en el suelo y tecleando frenéticamente su Remington a fines de los sesenta, mientras sonaba a todo volumen un disco de John Coltrane o Sonny Rollins.
Así precisamente, «sin ningún plan de escritura», tecleando frenéticamente la Olivetti Lettera del economato melillense y buscando contar una historia acerca de la cual un hipotético lector no debería preguntarse de qué trataba sino a qué sonaba —como después me enteré que hacía también Néstor Sánchez—, sin olvidarme de manejar un método parecido al utilizado por Juan Benet para Una meditación —donde, además de escribir una de las primeras novelas españolas, si no la primera, en la que no hay un solo punto y aparte, creó un artilugio, mediante un rollo de papel continuo, que le impedía volver sobre lo escrito para seguir escribiendo—, fui trabajando, noche y día, en la escritura automática de mi novelita de colmado, buscando en todo momento un benetiano fluir torrencial en el que un hipotético lector no tuviera más remedio que sumergirse y tratar de dejarse llevar sólo por la música de la frase y perder casi el sentido de lo que pudiera estar diciéndose:
Elige tu mejor aspecto que la noche está nublada te dirás acodado al balcón que da al paseo, ponte tu corazón preferido y busca las palabras que han de llevarte al silencio...

POUND FRENTE A LA MUERTE DE JAMES JOYCE



De El espía, de Justo Navarro, p.48

Cuando James Joyce se murió en Zúrich el 13 de enero de 1941, Pound ya tenía su micrófono y lloró a Joyce el día 23 en una charla radiofónica desde Radio Roma: Joyce y Joyce, James y William, Ulises y Lord Haw-Haw, la fatalidad Joyce. Que su espíritu se encuentre con Rabelais, que las copas no estén nunca vacías, brindó Pound ante el micrófono en su primera emisión memorable. Una vez Joyce, James, había escrito una carta a un periódico, hacía mucho, en 1925. Pound me ayudó de todas las formas posibles frente a dificultades verdaderamente grandes durante siete años, antes de que lo conociera en persona, y desde entonces siempre ha estado dispuesto a darme consejo y aprecio, que yo estimo en gran medida por venir de una inteligencia de semejante discernimiento y brillantez, dijo James Joyce.

LA LLUVIA DE BORGES Y DE AGUSTIN

La lluvia




El tamaño de la gota oscila

entre 0,5 y 6,35 mm, Su velocidad de caída

entre 8 y 32 km/h.

A medida que se precipita

va ganando masa al chocar inelásticamente

con otras gotas,

no hay Desayuno con diamantes,

no hay Cólera de Dios,

no hay taxi drivers ni replicantes,



que sepan por qué la gota

nunca se hace infinitamente grande.

INCIPIT 250. PERICLES EL ATENIENSE / REX WARNER


CAPÍTULO 1
DE CLAZOMENE A SALAMINA
Se dice: «Cada hombre tiene su ciudad», pero yo tuve tres ciudades y por todas ellas siento lealtad y afecto, Ahora poseo el privilegio de disfrutar de la ciudadanía de Lampsaco y aquí espero pasar mis últimos años. Desde luego, en Atenas nunca gocé de la plena ciudadanía. Era éste un derecho que ios atenienses guardaban con mucho celo, y no menos el propio Pendes. Sin embargo, aún siento que Atenas fue mi ciudad, la ciudad de todos los jonios, la ciudad de todos los helenos. Y así deseaba Pendes que nos sintiéramos.
Pero nací en Clazomene, en la costa griega de Asia, frente al mar y junto a los largos promontorios, bajo un cielo cuyo aspecto cambia por momentos. Como sabéis, Clazomene es una de las doce ciudades jónicas, y mi padre, que poseía cierta fortuna, desempeñó a menudo cargos oficiales en nuestro templo, el Panionio, situado en el sur, frente a Samos. También participó en la gran rebelión jónica contra Persia, que tuvo lugar poco después de mi nacimiento. Es natural que no recuerde nada de esta revuelta, pero en mi infancia las nodrizas, los parientes y los amigos me referían historias de cómo el ejército jónico había emprendido una intrépida marcha tierra adentro para incendiar la capital persa de Sardes, y de cómo las noticias de este brillante éxito levantaron a las ciudades griegas desde el lejano sur de Asia Menor hasta los Dardanelos, las cuales lucharon por su libertad y por los grandes días vividos antes de la llegada de los persas. Aun antes del ataque a Sardes —en el mismo momento en que comenzó la rebelión—, Atenas, si bien por entonces libraba una guerra con la isla vecina
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BENETIANA

Prólogo a El hacedor (de Borges), Remake, de Agustín Fernández Mallo, p.9
A Jorge Luis Borges


Los rumores de la plaza quedan atrás y entro en la Biblioteca. De una manera casi física siento la gravitación de los libros, el ámbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mágicamente. A izquierda y a derecha, absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores a la luz de lámparas estudiosas, como en la hipálage de Milton. Recuerdo haber recordado ya esa figura, en este lugar, y después aquellos pájaros de Benet que también definen por el contorno:
Es cierto, el viajero que saliendo de Región pretende llegar a su sierra siguiendo el antiguo camino real —porque el moderno dejó de serlo— se ve obligado a atravesar un pequeño y elevado desierto que parece interminable, y después aquel poema que suspende el sentido y maneja y supera el mismo artificio:
No quedaba nadie sobre la faz de la tierra y de repente, llamaron a la puerta.
Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos unas cuantas cordiales y convencionales palabras, y le doy este libro. Si no me engaño, usted no me malquería, Borges, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío. Ello no ocurrió nunca, pero esta vez usted vuelve las páginas, y lee con aprobación algún verso, acaso porque en él ha reconocido su propia voz, acaso porque la práctica deficiente le importa menos que la sana teoría,

CARVERIANA


De principiantes, de Raymond Carver, p.270-271
-¿Qué sabemos cualquiera de nosotros del amor? —dijo Herb—. Y lo estoy diciendo completamente en serio, si me perdonáis la franqueza. Porque me da la impresión de que, en el amor, no somos más que unos completos principiantes. Decimos que nos amamos, y nos amamos, no lo dudo. Nos amamos y nos amamos con intensidad, todos nosotros. Yo amo a Terri y Terri me ama a mí, y vosotros también os amáis. Ya sabéis a qué clase de amor me estoy refiriendo ahora. Al amor sexual, a esa atracción que ejerce sobre ti la otra persona, tu pareja, y también a ese amor normal y corriente, de todos los días, el amor hacia el ser de la otra persona, el amor de estar con ella, las pequeñas cosas que hacen el amor cotidiano. El amor carnal, pues, y el amor... llamémoslo sentimental, el amoroso cuidado del otro en el día a día. Pero a veces me cuesta explicar el hecho de que también debí de amar a mi primera mujer. Pero la amé, sé que la amé. Así que imagino que antes de que podáis decirme nada, habré de decir que soy igual que Terri a ese respecto. Terri y Carl... —Pensó en ello unos segundos y luego prosiguió—: Pero en un tiempo creí que amaba a mi primera mujer más que a la vida misma, y tuvimos hijos juntos. Pero ahora la odio con todas mis fuerzas. De verdad. ¿Cómo se explica eso? ¿Qué fue de ese amor? ¿Simplemente se borró del gran tablón, como si nunca hubiera estado en él, como si nunca hubiera sucedido? Lo que fue de él es lo que yo querría saber. Me gustaría que alguien pudiera decírmelo. Luego está Carl. De acuerdo, volvemos a Carl. Amaba tanto a Terri que trató de matarla y acabó matándose a sí mismo. —Dejó de hablar, y sacudió la cabeza—. Vosotros dos lleváis juntos dieciocho meses, y os amáis, se os nota en todo, sencillamente resplandecéis de amor, pero también amasteis a otras personas antes de encontraros. Los dos habéis estado casados antes, como nosotros, Y probablemente amasteis a otra gente antes de eso. Terri y yo llevamos juntos cinco años, y casados cuatro. Y lo terrible, lo terrible (aunque también lo bueno), la gracia que nos salva, podríamos decir, es que si algo nos pasara a alguno de nosotros, y perdonadme que lo diga, si algo nos sucediera a alguno de nosotros mañana, creo que el otro, el otro miembro de la pareja, guardaría duelo durante un tiempo, claro, pero el superviviente seguirá con su vida y volverá a amar, encontrará a alguien muy pronto, y todo ese..., todo ese amor..., Dios, ¿cómo hacernos a la idea?, no acabará siendo sino un recuerdo, Y puede que ni siquiera un recuerdo.

BENETIANA

Del prólogo a En un lugar solitario: narrativa, 1973-1984, p.18-19
Así precisamente, «sin ningún plan de escritura», tecleando frenéticamente la Olivetti Lettera del economato melillense y buscando contar una historia acerca de la cual un hipotético lector no debería preguntarse de qué trataba sino a qué sonaba —como después me enteré que hacía también Néstor Sánchez—, sin olvidarme de manejar un método parecido al utilizado por Juan Benet para Una meditación —donde, además de escribir una de las primeras novelas españolas, si no la primera, en la que no hay un solo punto y aparte, creó un artilugio, mediante un rollo de papel continuo, que le impedía volver sobre lo escrito para seguir escribiendo—, fui trabajando, noche y día, en la escritura automática de mi novelita de colmado, buscando en todo momento un benetiano fluir torrencial en el que un hipotético lector no tuviera más remedio que sumergirse y tratar de dejarse llevar sólo por la música de la frase y perder casi el sentido de lo que pudiera estar diciéndose:
Elige tu mejor aspecto que la noche está nublada te dirás acodado al balcón que da al paseo, ponte tu corazón preferido y busca las palabras que han de llevarte al silencio...
Más allá de su música, de su sintonía eufórica y a la vez melancólica, esas palabras inaugurales de Mujer en el espejo contemplando el paisaje —título que hasta hace bien poco ha encubierto al verdadero, En un lugar solitario— parecen seguir diciendo, hoy en día, que en la literatura contemporánea se trata, a fin de cuentas, de saber elegir una buena cara para la noche nublada (para el pésimo tiempo que rige la vida actual de la poesía), no traicionar nunca nuestras convicciones y comprender que en nuestro principio, como decía Eliot, está el fin, y que, indagando y escribiendo, dos actividades parecidas, acabaremos siempre por caminar hacia el so silencio de nuestro hondo hogar esencial.
¿Pensaba en ese hogar hondo y solitario cuando escribí aquel primer libro? No podría jurarlo, sólo sé que actuaba por intuiciones que surgían de las influencias de Juan Benet (tenía la referencia constante de su rollo de papel continuo) y de Néstor Sánchez (que en sus libros parecía pasárselo muy bien con la victoria del estilo sobre la trama) y, si en alguna ocasión ampliaba el campo de mis influencias al cine, pensaba entonces en Iii a Lonely Place, la película de Nicholas Ray que en España se llamó En un lugar solitario y que tenía como protagonista a un bebedor compulsivo, a un cínico y agresivo guionista de Hollywood venido a menos, un tipo de extremo escepticismo incapaz de adaptarse a lo que le rodeaba, es decir, más o menos, la clase de tipo en el que temporalmente me convertí a mediados de la primera década de este siglo y que afortunadamente ya no soy, o al menos eso quiero creer.

PALINDROMIA


De El día de mañana, de Ignacio Martínez de Pisón, p.308-309
Mis padres no sólo no faltaban a ningún congreso sino que formaban parte del comité organizador, dice NoeI León. La Asociación estaba dividida en secciones territoriales, y mis padres se ocupaban de Cataluña y Aragón. El congreso más antiguo del que conservo recuerdos es uno que organizaron precisamente ellos en Sagás. En realidad, Sagás fue sólo la sede oficial del congreso. Allí tuvo lugar el acto de inauguración, pero el resto del congreso se desarrolló en Berga, porque Sagás era tan pequeño que ni siquiera tenía un hostal en el que pudieran hospedarse los veinticinco o treinta congresistas. Los congresos se celebraban siempre en fin de semana. Para las reuniones servía cualquier saloncito con tal de que hubiera una mesa, unas sillas de tijera, una pizarra grande y un trípode en el que colocar un panel con el escudo de la Asociación (que incluía la inevitable leyenda: «Sé verla al revés»). El sábado por la mañana había ponencias, coloquios y presentación de publicaciones. El acto central, el de la propuesta y autentificación de nuevos palindromos, ocupaba buena parte de la tarde. A lo largo de esas dos o tres horas, los congresistas iban, uno detrás de otro, sometiendo a la consideración del comité (comúnmente llamado la Mesa) los palíndromos creados durante la temporada. Se levantaba un señor y escribía en la pizarra unas cuantas frases del tipo: «Óigole ese elogio», «Amo la pacífica paloma”, “Yo dono rosas, oro no doy», etcétera. Entonces los miembros de la mesa consultaban listados y repertorios, y, una vez comprobada la originalidad de los palíndromos, certificaban oficialmente su autoría, lo que garantizaba su inclusión en la furura Gran Enciclopedia Palindrómica.

INCIPIT 249. EL ESPIA /JUSTO NAVARRO

1. LA CAÍDA


Dos partisanos lo detuvieron. Fue la mañana del 3 de mayo de 1945, en Sant’Ambrogio, Rapallo, no muy lejos de Génova, región de Liguria, y en noviembre compareció ante un tribunal en Washington. Se llamaba Pound. Vivía en Sant’Ambrogio con dos mujeres, pero estaba solo cuando llegaron los partisanos que lo llamaron traidor, ¿Qué hacía en ese momento? Traducía a Mencio, filósofo chino, discípulo de un discípulo de un nieto de Confucio.

Llevaban fusiles ametralladores, y no exactamente uniforme, sino la ropa que podría usar un mecánico que sale de caza. Eran altos, pero no demasiado, flacos, iban sin afeitar. Uno tenía gafas, sucias. No les pidió documentos. No preguntó si traían una orden de detención. No preguntó a qué autoridad representaban. No parecía aquello un asunto oficial, sino algo que debía resolverse en privado. Lo vigilaban desde el reci

EL MUNDO

De Un hombre que duerme, de Perec, p. 56-57


Te sientas al fondo de un café, lees Le Monde línea por línea, sistemátícamente Es un excelente ejercicio. Lees los titulares de la primera página, «el día al día», el boletín del extranjero, los sucesos de la última página, los anuncios por palabras: ofertas de empleo, demandas de empleo, representaciones, propuestas comerciales, propiedades, fincas, terrenos pisos (venta), pisos (en construcción), pisos (compra), locales comerciales, alquileres diversos, fondos de comercio, capitales, asociaciones, cursos y clases, viajeros, coches, plazas de garaje, animales, gangas, varios; las recepciones los nacimientos, las peticiones de mano, las bodas, las necrológicas, los agradecimie05 las subastas en el Hótel Drouot, las visitas y conferencias, las defensas de tesis, los crucigramas que resuelves casi mentalmente (no es católico cuando se le bautiza: Vino; el artículo de la muerte: la; son inseparables cuando están rotos: huevos; su existencia precede a la esencia: trementina; astro rey más azar da un miliciano: soldado); las previsiones meteorológicas; los programas de radio, de televisión, los teatros y cines, las cotizaciones de la bolsa; las páginas turísticas, sociales, económicas, gastronómic5 literarias, deportivas, científicas, dramáticas, universitarias, médicas, femeninas, pedagógicas, religiosas, provinciales, aeronáuticas, urbanísticas, marítimas, judiciales, sindicales; la política mundial, las noticias del extranjero, la política francesa, los asuntos internos, las noticias breves, los grandes reportajes que se prolongan durante tres o cuatro números, los suplementos consagrados a un país, a una región, a un producto los faldones publicitarios.

INCIPIT 248. ESTAS RUINAS QUE VES / JORGE IBARGUENGOITIA


Los habitantes de Cuévano suelen mirar a su alrededor y después concluir:
—Modestia aparte, somos la Atenas de por aquí.
Cuévano es ciudad chica, pero bien arreglada y con pretensiones. Es capital del estado de Plan de Abajo, tiene una universidad por la que han pasado lumbreras y un teatro que cuando fue inaugurado, hace setenta años, no le pedía nada a ningún otro. Si no es cabeza de la diócesis es nomás porque durante el siglo pasado fue hervidero de liberales. Por esta razón, el obispo está en Pedrones, que es ciudad más grande.
—Los de Pedrones —dicen en Cuévano— confunden lo grandioso con lo grandote.
Todos están de acuerdo en que la ciudad ha visto mejores días. Para ilustrar su decadencia, suelen referirse al Oro, un pueblo fantasma que está allí cerca, que a fines del siglo XVII tenía más habitantes que los que ahora tiene Cuévano, la cual, afirman, fue una de las ciudades más importantes de la Nueva España.
—Esto que ve usted aquí —le dicen al visitante— no es más que rastrojo de lo que fue.
A lo que el recién llegado debe responder:
—Pero cómo rastrojo, si esta ciudad es una joya?

CARVERIANA

El final de Belvedere:
Dejemos de torturarnos. ¿Qué crees que podríamos hacer ahora?
—Escucha —dice—. ¿Recuerdas aquella vez que llegamos a una vieja granja, más allá de Yakima, pasado Terrace Heights, cuando recorríamos en coche los alrededores, y estuvimos en aquel pequeño camino de tierra y hacía calor y había mucho polvo? ¿Recuerdas que seguimos, y que llegamos a aquella casa vieja y preguntaste si nos podían dar un poco de agua? ¿Nos imaginas a los dos haciéndolo ahora? ¿Ir a una casa a pedir un vaso de agua?
Aquellos viejos estarán ya muertos. Uno al lado del otro, por allí, en algún cementerio. ¿Recuerdas que nos dijeron que pasáramos a tomar pastel? ¿Y que luego nos enseñaron los alrededores? ¿Y que había un belvedere allá atrás, andando un trecho? ¿No era allá atrás, bajo unos árboles? Tenía un pequeño techo puntiagudo y se le había ido la pintura y sobre los escalones crecía maleza. Y la mujer contó que años antes, quiero decir muchos años atrás, solían ir tipos a tocar allí el domingo, y que la gente se sentaba a escuchar la música. Yo pensé que también nosotros estaríamos así cuando nos hiciéramos viejos. Con dignidad. Y en un sitio fijo. Y que la gente vendría a nuestra puerta.
Así, de pronto, no sé qué decir. Luego se me ocurre:
—Holly, también recordaremos todo esto un día. Diremos: ¿te acuerdas del motel con toda aquella mierda en la piscina? —pregunto—. ¿Comprendes lo que digo, Holly?
Pero Holly sigue sentada allí en la cama con el vaso.

El Final original:
—Holly, algún día, cuando seamos viejos, recordaremos estas cosas que nos están pasando hoy. Y seremos viejos juntos, ya verás, y diremos: «Te acuerdas de aquel motel con aquella piscina asquerosa?» Y nos reiremos de las locuras que hacíamos. Ya lo verás. Todo irá bien. ¿Holly?
Pero Holly está sentada en la cama con el vaso vacío, y me mira. Luego niega con la cabeza. Lo sabe.
Voy hasta la ventana y miro a través de la cortina. Alguien dice algo abajo, y sacude la puerta de la recepción. Espero. Aprieto ios dedos contra el cristal del vaso. Rezo para que Holly me haga alguna señal. Rezo sin cerrar los ojos. Oigo un coche que arranca. Luego otro. Los coches encienden las luces y los faros iluminan la fachada del motel, y, uno tras otro, se alejan hasta adentrarse en el tráfico.
—Duane —dice Holly.
En esto, como en la mayoría de las cosas, tenía razón.

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