Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

CARVERIANA

El final de Belvedere:
Dejemos de torturarnos. ¿Qué crees que podríamos hacer ahora?
—Escucha —dice—. ¿Recuerdas aquella vez que llegamos a una vieja granja, más allá de Yakima, pasado Terrace Heights, cuando recorríamos en coche los alrededores, y estuvimos en aquel pequeño camino de tierra y hacía calor y había mucho polvo? ¿Recuerdas que seguimos, y que llegamos a aquella casa vieja y preguntaste si nos podían dar un poco de agua? ¿Nos imaginas a los dos haciéndolo ahora? ¿Ir a una casa a pedir un vaso de agua?
Aquellos viejos estarán ya muertos. Uno al lado del otro, por allí, en algún cementerio. ¿Recuerdas que nos dijeron que pasáramos a tomar pastel? ¿Y que luego nos enseñaron los alrededores? ¿Y que había un belvedere allá atrás, andando un trecho? ¿No era allá atrás, bajo unos árboles? Tenía un pequeño techo puntiagudo y se le había ido la pintura y sobre los escalones crecía maleza. Y la mujer contó que años antes, quiero decir muchos años atrás, solían ir tipos a tocar allí el domingo, y que la gente se sentaba a escuchar la música. Yo pensé que también nosotros estaríamos así cuando nos hiciéramos viejos. Con dignidad. Y en un sitio fijo. Y que la gente vendría a nuestra puerta.
Así, de pronto, no sé qué decir. Luego se me ocurre:
—Holly, también recordaremos todo esto un día. Diremos: ¿te acuerdas del motel con toda aquella mierda en la piscina? —pregunto—. ¿Comprendes lo que digo, Holly?
Pero Holly sigue sentada allí en la cama con el vaso.

El Final original:
—Holly, algún día, cuando seamos viejos, recordaremos estas cosas que nos están pasando hoy. Y seremos viejos juntos, ya verás, y diremos: «Te acuerdas de aquel motel con aquella piscina asquerosa?» Y nos reiremos de las locuras que hacíamos. Ya lo verás. Todo irá bien. ¿Holly?
Pero Holly está sentada en la cama con el vaso vacío, y me mira. Luego niega con la cabeza. Lo sabe.
Voy hasta la ventana y miro a través de la cortina. Alguien dice algo abajo, y sacude la puerta de la recepción. Espero. Aprieto ios dedos contra el cristal del vaso. Rezo para que Holly me haga alguna señal. Rezo sin cerrar los ojos. Oigo un coche que arranca. Luego otro. Los coches encienden las luces y los faros iluminan la fachada del motel, y, uno tras otro, se alejan hasta adentrarse en el tráfico.
—Duane —dice Holly.
En esto, como en la mayoría de las cosas, tenía razón.

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