Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.434. QUERIDO CAPULLO / DESPENTES


OSCAR

Crónicas del desastre

Me crucé en Paris con Rehecca Latte. Me vinieron a la mente los personajes extraordinarios que ha llegado a interpretar: mujer peligrosa, venenosa, vulnerable, conmovedora o heroica, dependiendo de la ocasión; cuántas veces no me habré enamorado de ella, cuántas fotos suyas habré llegado a colgar, en cuántos apartamentos, encima de cuántas camas, y siempre me hicieron sonar. Trágica metáfora de toda una época que se está yendo a la mierda: una mujer sublime que, cuando estaba en su apogeo, inició a tantos adolescentes en el hechizo de la seducción femenina, convertida ahora en ese adefesio. No solo vieja. Sino burda, descuidada, de piel repulsiva, metida en ese personaje de mujer sucia, bulliciosa. Un bochorno. Me han dicho que se ha convertido en “musa de las jóvenes feministas” La Internacional de las Pordioseras ataca de nuevo. Nivel de sorpresa: cero. Me acuesto en el sofá en posición lateral de seguridad y me pongo a escuchar en bucle «Hypnotize», de Biggie.


INCIPT 1.433. LA MANCHA HUMANA / PHILIP ROTH


1. Todo el mundo sabe

Corría el verano de 1998 cuando mi vecino Coleman Silk, quien, antes de retirarse dos años atras, fue profesor de lenguas cláicas en la cercana Universidad de Athena durante veintitantos años y, a lo largo de dieciséis de ellos, actuó también como decano de la facultad, me dijo confidencialmente que, a los setenta y un años de edad, tenía relaciones sexuales con una mujer de la limpieza que contaba treinta y cuatro y trabajaba en la universidad. Dos veces a la semana la mujer limpiaba también la oficina de correos rural, una pequeña cabaña de grises tablas de chilla que evocaba el refugio de una familia okie, como se conoce a los trabajadores agrícolas migratorios, procedente de la región seca del sudoeste, allá por los años treinta y que, solitaria y con aspecto de abandono frente a la gasolinera y la única tienda del pueblo, exhibe la bandera norteamericana en el cruce de las dos carreteras que constituye el centro comercial de esta localidad en la ladera de una montaña.

Un día, a última hora, minutos antes del cierre, cuando fue en busca del correo, Coleman vio por primera vez a la mujer, alta, delgada y angulosa, el cabello rubio grisáceo recogido en una cola de caballo y los rasgos bien marcados y severos que suele asociarse a las amas de casa, dominadas por la Iglesia y muy trabajadoras que sufrieron las duras condiciones de vida en los comienzos de Nueva Inglaterra, severas mujeres de colonos aprisionadas por la moralidad imperante y sumisas a ella. Se llamaba Faunia Farley y, por mucho que hubiera sufrido, lo mantenía oculto tras una de esas caras huesudas e inexpresivas que, por otro lado, no esconden nada y revelan una soledad inmensa.


Para el progreso no hay cura


MANIAC, Benjamin Labatut, p. 279

Al final, miraba hacia un futuro tan sombrío, y concebía escenarios tan macabros, que guardó silencio y se rehusó por completo a compartir el contenido de su cabeza. En la última carta que me envió, hablaba de un cambio de estado esencial, una transformación que galopaba desbocada hacia nosotros: «Las horribles posibilidades actuales de guerra atómica pueden dar paso a otras aún más espantosas. Literal y figuradamente, nos estarnos quedando sin espacio. Después de muchísimo tiempo, hemos empezado a sentir, de forma crítica, los efectos del tamaño finito y real de la Tierra. Esta es la crisis de madurez de la tecnología. En los años que quedan entre hoy y el comienzo del próximo siglo, la catástrofe global seguramente superará todos los patrones anteriores. Cuándo y dónde llegará a su fin -y a qué estado de cosas dará lugar- es algo que nadie puede 'saber. Es un consuelo muy pequeño pensar que los intereses de la humanidad puedan cambiar algún día, la curiosidad de esta época sobre la ciencia puede cesar, y es posible que la mente humana se ocupe de cosas completamente diferentes. La tecnología, después de todo, es una excreción humana, y no debe ser vista como algo ajeno, como un Otro. Es una parte de nosotros, como la tela es parte de la araña. Sin embargo, parece que el progreso cada vez más rápido de los medios técnicos da muestras de estar acercándose hacia algún tipo de singularidad esencial, un punto de inflexión en la historia de nuestra raza más allá del cual los asuntos humanos tal como los conocemos no podrán continuar. El progreso se volverá tan complejo y veloz que no podremos comprenderlo. Porque el poder tecnológico en sí es un logro ambivalente, y la ciencia es neutra por completo; provee medios de control aplicables a cualquier propósito, pero permanece indiferente ante todos. Lo que crea el peligro no es el potencial destructivo particularmente perverso de un invento en específico. El peligro es intrínseco. Para el progreso no hay cura».


VON NEUMNN


MANIAC, Benjamin Labatut, p. 266

Mi padre quería conocer la lógica interna del cerebro. […] Él estaba fascinado por la diferencia entre la forma en que el cerebro y las computadoras procesan la información, pero también veía ciertas similitudes que parecían sugerir que tal vez, en el futuro, podíamos comenzar a fusionarnos con ellas, otorgándoles una parte de nuestra conciencia, o permitiéndonos existir de forma incorpórea, en materiales más firmes que nuestra carne, para ser inmunes a la corrupción y la enfermedad. No incluyó ninguna de esas fantasías en su artículo, por supuesto, pero ese tipo de ideas le devoraban la cabeza. Sé que soñaba con alguna forma de preservar su mente extraordinaria. Le dije que su artículo me parecía impresionante, y cuando abrió los labios secos y partidos sentí un golpe de felicidad ( cada día hablaba menos) y luego se me encogió el corazón al instante, ya que en vez de comentar su artículo, o preguntar por mi matrimonio, me hizo una petición tan extraña que me llenó el alma de terror, considerando que venía de parte de él, uno de los matemáticos más importantes del siglo, tal vez el más importante de todos; quiso que le dijera dos números al azar y que le preguntara por la suma de ellos. Pensé que estaba bromeando. ¿Había recuperado su antiguo sentido del humor? Sonreí, muy nerviosa, y luego me di cuenta de que estaba hablando en serio. Durante mi visita anterior, hacía poco más de un mes, su capacidad mental había estado tan afilada como siempre. Pero ahora su genialidad se había deteriorado hasta tal punto que no era capaz de manejar siquiera la aritmética básica. Había perdido su vasto poder intelectual. No quedaba ni una huella de la facultad que lo definía como persona, y la expresión de pánico que deformó sus rasgos mientras tomaba conciencia de ello, allí frente a mis ojos, fue la situación más desgarradora que presencié a lo largo de toda mi vida. Sentí su agonía como si fuera un dolor físico en mi propio cuerpo, y solo pude murmurar un par de números -¿Cuánto es dos más nueve? ¿Cuánto es diez más cinco? ¿Cuánto es uno más uno?- antes de salir corriendo de la habitación para no llorar delante de él.

DIOS


MANIAC, Benjamin Labatut, p 247

Von Neumann pensaba que, si nuestra especie iba a sobrevivir el siglo XX, necesitábamos llenar el enorme vacío dejado por la huida de los dioses, y la única candidata viable para realizar esa extraña y esotérica transformación era la tecnología. Me dijo que un saber técnico cada vez mayor, alimentado por la ciencia, era lo que nos diferenciaba de nuestros ancestros. Porque en términos de nuestra moral, filosofía y calidad de pensamiento, no éramos mejores (de hecho, éramos más pobres) que los griegos, el pueblo védico o las pequeñas tribus nómadas que aún se aferran a la naturaleza como única fuente de gracia y verdadera medida de la existencia. Nos hemos estancado, me dijo, en todas las artes salvo en una -tékne-, en la que nuestra sabiduría se ha vuelto tan profunda y peligrosa que incluso los titanes temblarían ante ella, porque su poder hace que los viejos dioses de los bosques parezcan simples duendecillos. Pero ese mundo había desaparecido. Y la ciencia tendría que dotarnos de algo mayor a los seres humanos, mostrándonos la nueva imagen que debíamos adorar. Para Von Neumann era evidente que nuestra civilización había progresado hasta un punto tal que los asuntos de la especie ya no podían confiarse de manera segura en nuestras propias manos. Necesitábamos otra cosa. Algo superior. A medio y largo plazo, si íbamos a tener siquiera una mínima posibilidad de supervivencia, debíamos encontrar una forma de ir más allá de nosotros mismos, de superar los límites actuales de la lógica, el lenguaje y el pensamiento, para hallar soluciones a los muchos problemas que indudablemente enfrentaríamos, a medida que expandíamos nuestro dominio sobre la faz de la Tierra y -más temprano que tarde- desde allí hasta el vacío que rodea las estrellas.


VON NEUMANN


MANIAC, Benjamín Labatut, p. 51

Cuando el cáncer se extendió a su cerebro y empezó a destruir su mente, el ejército de Estados Unidos lo recluyó en el Centro Medico Militar Walter Reed. Dos guardias armados custodiaban la puerta. Nadie podía verlo sin el permiso explicito del Pentágono. Un coronel de la Fuerza Aerea y ocho aviadores con el más alto nivel de autorización secreta fueron puestos a su disposición a tiempo completo, a pesar de que muchos dias no era capaz de hacer otra cosa que gritar como un demente. Era un matemático judío de cincuenta y tres años, un extranjero que había emigrado a Estados Unidos desde Hungría en 1937, y sin embargo, a los pies de su cama, estaban el contraalmirante Lewis Strauss, el presidente de la Comisión de Energía Atómica, el secretario de Defensa, el subsecretario de Defensa, los secretarios de la Fuerza Aerea, el Ejército y la Marina, y los jefes del Estado Mayor Militar, atentos a cada una de sus palabras, añorando un chispazo final del genio que les había prometido un control divino sobre el clima del planeta, el mismo que creó la primera computadora moderna, las bases  matemáticas de la mecánica cuántica, la teoría de los juegos y del comportamiento económico y las ecuaciones para la implosión de la bomba atómica, el profeta que anunció la llegada de la inteligencia artificial, las máquinas autorreplicantes, la vida digital y la singularidad tecnológica, agonizando frente a sus ojos, perdido en el delirio, muriendo al igual que cualquier otro hombre.


INCIPIT 1.432. LA ULTIMA COLONIA / PHILIPPE SANDS


NOTA AL LECTOR

Esta es una historia real, relatada por primera vez en una serie de conferencias que impartí en la Academia de Derecho Internacional de La Haya durante el verano de 2022. Dado que estoy personalmente involucrado en algunas de sus partes, no soy un observador independiente, y entiendo que los hechos pueden contemplarse desde distintos ángulos, con diferentes interpretaciones. En cualquier caso, he intentado presentar aquí una descripción personal de manera justa y equilibrada.

La historia, poco conocida, pero merecedora de llegar a un público más amplio, está integrada, de hecho, por varios relatos entrelazados. El primero hace referencia a la Corte Internacional de Justicia de La Haya y su papel en la desaparición gradual del colonialismo, centrándose en última instancia en el caso de Mauricio. Otro es de índole más personal: la evolución de mi propia relación con el mundo del derecho internacional. Y un tercero, auténtico corazón palpitante de este libro, es la historia de Liseby Elysé: las injusticias cometidas contra ella y otros chagosianos, y su búsqueda de justicia, que continúa hasta nuestros días.


INCIPIT 1.431 DIARIOS, A RATOS PERDIDOS 5 Y 6 / RAFAEL CHIRBES


2007

 8 de enero

Jornada larga. Llevo despierto desde las seis de la mañana, leyéndome esta novela insalvable,  que destapa mis limitaciones como escritor. Cabeza vacía y mano torpe, que se suman a una pérdida de referentes, a este no tener nada en la cabeza que me tortura. ¿Cómo puede uno querer ser escritor, si no tiene nada que decir? Basta con ver la prosa, la mediocridad de la escritura, la falta de densidad, la ausencia o planura de ideas. Lo dicho: la lectura de hoy me ofrece un balance demoledor. Mientras tanto, la vida resbala fuera de estas cuatro paredes: días espléndidos, soleados, que ponen la naturaleza en primer plano y cuyos rayos no consigo que. se lleven o que traspasen esta especie de sombría jaula en la que me agito, no sé muy bien con qué fin, desde qué impulso, porque lo que hay es, sobre todo, vacío, y un silencio de dentro que es solo una forma de llamar a la incapacidad para mirar fuera, para cargarse con la energía de lo de fuera. Tampoco la economía tiene visos de arreglarse por el momento, ni hay perspectivas de trabajo a la vista (nada de fuera nutre). Todo tiene en esta encerrona un aire de inconsciencia suicida. Qué lejos la actitud del viejo Jünger, cuyos libros estoy leyendo estos días


GROSSMAN


Diarios. A ratos perdidos 5 y 6, Rafael Chirbes, p. 306

Sobre la difícilmente explicable SUMISIÓN y mansedumbre de los que sabían que iban a morir en los campos de concentración alemanes:

En ese tiempo, una de las particularidades más sorprendentes de la naturaleza humana que se reveló fue la sumisión. Hubo episodios en que se formaron enormes colas en las inmediaciones del lugar de la ejecución y eran las propias víctimas las que regulaban el movimiento de las colas. Se dieron casos en que algunas madres previsoras, sabiendo que habría que hacer cola desde la mañana hasta bien entrada la noche en espera de la ejecución, que tendrían un día largo y caluroso por delante, se llevaban botellas de agua y pan para sus hijos. Millones de inocentes, presintiendo un arresto inminente, preparaban con antelación fardos con ropa blanca, toallas, y se despedían de sus más allegados. Millones de seres humanos vivieron en campos gigantescos, no solo construidos, sino también custodiados por ellos mismos [ ... ]. Sobre la base de la esperanza -una esperanza absurda, a veces deshonesta, a veces infame- surgió la sumisión que a menudo era igual de miserable y ruin [ ... ]. Pero, naturalmente, la desesperación total y lúcida no generó solo levantamientos y resistencia: engendró también el deseo -extraño en un hombre normal- de ser ejecutado lo más pronto posible (págs. 261-263). Reviso la vieja edición de Vida y destino


DOSTOIEVSKY


Diarios. A ratos perdidos 5 y 6, Rafael Chirbes, p. 189

Para culminar la extraordinaria, certera, a la vez trágica e hilarante visión de Zweig sobre Dostoievski, esta impagable descripción: Un gran francés, horrorizado, llamó al mundo de Dostoievski hospital de neurópatas, y realmente, ¡qué sombría y fantástica debe de aparecer esta esfera vista por primera vez desde fuera! Tabernas llenas de vapores de aguardiente, celdas, cuartuchos en casas de suburbios, callejuelas de burdeles y bodegones, y allí, sobre un fondo oscuro de Rembrandt, una turba de figuras extáticas: el asesino, con la sangre de su víctima todavía en las manos levantadas hacia el cielo; el borracho, en medio de las risas de quienes le escuchan; la muchacha de aspecto amarillo, en la penumbra de la callejuela; el niño epiléptico pidiendo limosna en las esquinas; el septuagenario asesino en la kátorga de Siberia; el jugador, entre los puños de sus compinches; Rogozkin, rondando como una fiera la habitación cerrada de su mujer; el ladrón honrado, agonizando en un lecho inmundo. ¡Qué mundo subterráneo de sentimientos, qué infierno de pasiones! ¡Ah, qué trágica humanidad, qué cielo tan ruso, bajo, gris, eternamente crepuscular, sobre estas figuras, qué tinieblas en el corazón y en el paisaje! Campos de  infortunio, yermos de desesperación, purgatorio sin gracia ni justicia.


JüNGER


Diarios. A ratos perdidos 5 y 6, Rafael Chirbes

 Recuerdo las palabras de un personaje de Gaite en su novela Lo raro es vivir, dice: «Las vidas van siempre en borrador, tal que así las padecemos, nunca da tiempo a pasarlas en limpio».

En Italia, al ver a un monje encendiendo una vela, Jünger tiene la sensación de hundirse en el tiempo: no me refiero a cobrar consciencia del sentimiento melancólico que se apodera de nosotros cuando vemos cosas antiguas, sino al sentimiento de caída física; se abre un abismo. Las numerosas páginas que, en este volumen, dedica a Roma están llenas de estas caídas, de estas imantaciones. Coincide su estancia romana con la aparición en los periódicos de noticias sobre las subversiones de mayo del 68, entre las que recoge la historia de unos estudiantes que le gritaron al profesor: «Deja ya en paz a Tasso y háblanos del Che Guevara». Al parecer, tras el incidente, el profesor, un hombre sensible, se cortó las venas y luego se arrojó por un balcón. El periódico daba cuenta de que había ingresado moribundo en el hospital, donde permanecía agonizante, mientras Jünger vaticinaba: «Hasta nueva orden, todos los enjuiciamientos de la situación que partan de que aún existen valores que transmitir son errados. El valor es sustituido por el número; lo trágico, por el accidente; el destino, por la estadística; el héroe, por el criminal; el príncipe, por el cacique; Dios, por "el bien"». Reflexiones del aristócrata que siente que el mundo se le ha escapado de las manos.


INCIPIT 1.430. DIAS DE LECTURA / MARCEL PROUST


John Ruskin

Como las «Musas abandonando a su padre Apolo para ir a iluminar el mundo», una a una las ideas de Ruskin habían ido abandonando la cabeza divina que les había dado cobijo y, encarnadas en libros vivos, habían marchado a enseñar a los pueblos. Ruskin se había retirado a la soledad en la que suelen acabar las existencias proféticas, hasta que Dios se digna llamar a su vera al cenobita o al asceta cuya tarea sobrehumana ha concluido. Y sólo pudimos adivinar, a través del velo tendido por piadosas manos, el misterio que estaba teniendo lugar, la lenta destrucción de un cerebro perecedero que había albergado una posteridad inmortal.

Hoy la muerte ha hecho entrar a la humanidad en posesión de la herencia inmensa que Ruskin le había legado. Porque el hombre de genio sólo puede engendrar obras que no morirán si las crea, no a la imagen del ser mortal que es, sino del ejemplar de humanidad que lleva en su sino. Sus pensamientos son en cierta forma un préstamo que recibe durante su vida, a la que van escoltando. Tras su muerte, retornan a la humanidad y la muestran, como aquella morada augusta y familiar de la calle de La Rochefoucauld que se llamó casa de Gustave Moreau mientras él vivió y que, tras su muerte, se llama museo Gustave Moreau.


INCIPIT 1.429. MANIAC / BENJAMIN LABATUT


En la madrugada del 25 de septiembre de 1933, el físico austriaco Paul Ehrenfest entró en el Instituto Pedagógico del profesor Jan Waterink para niños discapacitados en Ámsterdam, le disparó a Vassily, su hijo de catorce años, y luego se pegó un tiro en la cabeza.

Paul falleció al instante, mientras que Vassily agonizó durante horas antes de ser declarado muerto por los mismos médicos que lo habían cuidado desde su llegada al instituto, en enero de ese año. Su padre lo había traído a Ámsterdam luego de decidir que la clínica donde el joven había pasado casi una década, ubicada en Jena, en el corazón de Alemania, ya no era un lugar seguro para su hijo después de la llegada de los nazis al poder. Vassily ( o, más bien, Wassik, como casi todos lo llamaban) padecía síndrome de Down y había tenido que soportar severas incapacidades físicas y mentales a lo largo de toda su vida; Albert Einstein, quien amaba al padre del joven como si fuese su hermano y era un invitado habitual en la casa de los Ehrenfest en Leiden, se refería al niño como «el diminuto y paciente gateador, porque el dolor en sus articulaciones llegaba a ser tan grande que muchas veces Wassik solo podía desplazarse por el suelo, arrastrando las piernas como si fuese un pequeño cocodrilo.


OSKAR MORGENSTERN


MANIAC, Benjamín Labatut, p. 158

Un extraño ángel

Para los no iniciados, para quienes no entienden la lógica que hay detrás, es una locura.

Eso explica el acrónimo que alguien inventó para la implementación más torcida de una de las ideas de von Neumann: MAD, abreviatura de Mutually Assured Destruction. Destrucción mutua asegurada. Fue la estrategia que América usó para encarar la Guerra Fría, un juego de póquer con los ojos cerrados y el dedo en el gatillo de armas tan poderosas que podían causar el fin del mundo. MAD fue una doctrina de disuasión y represalia: suponía que la única forma de impedir una guerra nuclear entre las superpotencias era que Estados Unidos y la URSS acumularan una cantidad inmensa de bombas atómicas, de manera que cualquier ataque -sin importar su razón, escala u objetivo- terminaría con la aniquilación total de ambos. Fue una locura perfectamente racional: asegurar la paz mundial llevándonos al borde del Armagedón. Esa doctrina corrupta y demencial duró cuatro décadas, y estuvo basada, para mi eterna vergüenza, en la perversión de los conceptos que von Neumann y yo establecimos en la Teoría de los juegos y del comportamiento económico.

En la imagen Oskar Morgenstern y John von Neumann en la playa 


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