Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

VON NEUMNN


MANIAC, Benjamin Labatut, p. 266

Mi padre quería conocer la lógica interna del cerebro. […] Él estaba fascinado por la diferencia entre la forma en que el cerebro y las computadoras procesan la información, pero también veía ciertas similitudes que parecían sugerir que tal vez, en el futuro, podíamos comenzar a fusionarnos con ellas, otorgándoles una parte de nuestra conciencia, o permitiéndonos existir de forma incorpórea, en materiales más firmes que nuestra carne, para ser inmunes a la corrupción y la enfermedad. No incluyó ninguna de esas fantasías en su artículo, por supuesto, pero ese tipo de ideas le devoraban la cabeza. Sé que soñaba con alguna forma de preservar su mente extraordinaria. Le dije que su artículo me parecía impresionante, y cuando abrió los labios secos y partidos sentí un golpe de felicidad ( cada día hablaba menos) y luego se me encogió el corazón al instante, ya que en vez de comentar su artículo, o preguntar por mi matrimonio, me hizo una petición tan extraña que me llenó el alma de terror, considerando que venía de parte de él, uno de los matemáticos más importantes del siglo, tal vez el más importante de todos; quiso que le dijera dos números al azar y que le preguntara por la suma de ellos. Pensé que estaba bromeando. ¿Había recuperado su antiguo sentido del humor? Sonreí, muy nerviosa, y luego me di cuenta de que estaba hablando en serio. Durante mi visita anterior, hacía poco más de un mes, su capacidad mental había estado tan afilada como siempre. Pero ahora su genialidad se había deteriorado hasta tal punto que no era capaz de manejar siquiera la aritmética básica. Había perdido su vasto poder intelectual. No quedaba ni una huella de la facultad que lo definía como persona, y la expresión de pánico que deformó sus rasgos mientras tomaba conciencia de ello, allí frente a mis ojos, fue la situación más desgarradora que presencié a lo largo de toda mi vida. Sentí su agonía como si fuera un dolor físico en mi propio cuerpo, y solo pude murmurar un par de números -¿Cuánto es dos más nueve? ¿Cuánto es diez más cinco? ¿Cuánto es uno más uno?- antes de salir corriendo de la habitación para no llorar delante de él.

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