Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.238. EXISTIRIAMOS EL MAR / BELEN GOPEGUI


Las voces narradoras, según se ha confirmado, atraviesan muros, leen los pensamientos, recuerdan al pie de la letra las conversaciones, describen escenarios, muebles, la ruta evanescente de la luz entre las hojas de los árboles. Poseen, además, el don de la recolección.

La voz de cada historia se adelgaza hasta ser una sombra de dos dimensiones, se pega a las paredes, junto con lo dicho escucha lo que se queda dentro. Hace volar la narración o la sumerge. Se disemina lejos, y luego se rehace, guarda el brillo de hoy que ya mañana pasará inadvertido y los trozos rotos. Puede quedarse un rato en una persona cualquiera, de edad media y salario inseguro, nacida en un país de la mitad norte del planeta, alguien, pongamos, con afición por buscar, en el invierno, el resguardo de ese gajo de sol que entre los huecos de las nubes y edificios cubre un trozo de acera.

Para llevar a cabo su tarea se convierte en gato, hogaza de pan, conexión por la que miles de neuronas liberan su carga eléctrica, piedra que, contra los tanques, anhela ser granada, chip luminoso en las zapatillas de una cría de siete años, el tiempo que te roza y no lo ves. Conoce la suciedad de los cristales, quiere barrer ese temblor quieto, contenido, que anuncia la llegada de la desolación. Se desmanda a menudo, entonces finge parecerse a una guerrera ninja de las que saben escalar fachadas verticales, aunque no, claro, porque hayan vencido la ley de la gravedad: llevan en las manos unas cintas metálicas con agarres que pasan inadvertidos. Las ninja anticipan las reacciones ajenas porque miran de frente, a los lados y hacia atrás con atención.


INCIPIT 1.237. EN VERANO / KO KNAUSGARD


1984

Abril de 1984

Sensación de provisionalidad. Me siento en el borde de la silla en vez de tomar asiento de verdad, posando cómodamente las nalgas: una nerviosa forma de ser. Incapaz de tumbarme en un sofá, dejar la cabeza en blanco mientras me mantengo en una posición cómoda, relajada. Llego tarde y cansado del trabajo. No consigo ganar espacios para mí. A pesar de que hace casi dos años que vivo en esta casa, aún no me he acostumbrado a considerarla mía, sigue sin ser mi casa, mi sitio. Ni siquiera estoy a gusto cuando me encierro en la habitación que arreglé, ajustándola a mis necesidades y mi gusto, silenciosa, soleada, animada por el verdor de las plantas. Todo me parece provisional, desordenado, revuelto. Nada encaja en su lugar, las cosas invaden espacios que no les pertenecen. La mesa de trabajo está ocupada por montones de papeles revueltos y de libros pendientes de lectura. Las semanas se escapan volando, no me da tiempo a poner un poco de orden en este caos, a reflexionar, a concentrarme, a ocupar la geografía doméstica, ni, por supuesto, la otra geografía, la mía propia, la geografía Íntima, sea lo que coño sea eso: me siento incapaz de colonizarme a mí mismo, un ser plural, a la deriva, cada una de cuyas partes parece escapar de estampida en dirección distinta a las otras. Así, ¿cómo escribir, si todo está en suspenso, a la espera de alguna forma de normalidad?


PERRITOS DE PARIS


Diarios, Rafael Chirbes, p. 92

Esos perritos de París, tan urbanos, perritos de exputa, hijos de perritas de puta. A la gente de campo, a los rústicos, nos excita la fantasía esos perros: lo que los animalitos han visto, las chocolatinas que han mordido, el champán que han lameteado, las sábanas sobre las que se han tendido. Incluso imaginamos las ceremonias en las que han participado, de buena o de mala gana; imaginamos en ellos un refinamiento canalla, que atrae y repugna al tiempo. Otro trabajo para Bachelard: Psicoanálisis del perro de puta. Guzmán de Alfarache, proxeneta de su propia esposa, nos habla de la falderilla que siempre llevaba consigo la mujer y dice que «es cosa muy esencial y propria en una dama uno destos perritos y así podrían pasar sin ellos como un médico sin guantes y sortija, un boticario sin ajedrez, un barbero sin guitarra y un molinero sin rabelico» (pág. 686). En la cárcel de Carabanchel, los presos los llamaban perros piloneros: se suponía que las putas, las solteronas y las viudas (y hasta no pocas casadas) se dejaban lamer por ellos, se los bajaban al pilón y preferían sus manipulaciones a las del amante o el marido. Sus dueñas los mantienen, los peinan, los perfuman, los visten: como si fueran sus «maquereaux. Muchas se envician n los perritos y los prefieren a los hombres», les oía yo decir los presos de Carabanchel en algunas de las conversaciones arras que mantenían. Aseguraban que sus lenguas son más suaves, y, sobre todo, revelan mayor constancia en la tarea, y desde luego más docilidad que la de amantes y maridos.


LA FRANCE


Diarios, Rafael Chirbes, p. 90

Abajo, en la escalera principal, la Victoria de Samotracia aparece asediada por los fotógrafos, una actriz a la salida de una premíere durante el Festival de Cannes. Hay niños por todas partes, colegiales que toquetean cuanto se les pone a mano, como si hubieran ido con su madre de compras a La Samaritaíne. Peor, allí les llamaría la atención algún empleado. Dónde queda la severa educación republicana de Francia, que moldeaba unos niños temerosos, domados por los ritos, por las prohibiciones: se les prohibía parlotear y reírse en la mesa, hablar cuando lo hacían los adultos. Tenían que quitarse la gorra para saludar, ceder el paso a los mayores, masticar despacio, lavarse una y otra vez manos y dientes; había que respetar rigurosamente la puntualidad. Llegar tarde a la escuela o a la mesa constituían faltas gravísimas. Todo ese riguroso cuadro disciplinario que, en apariencia, moldeaba niños temerosos, dóciles, iba alimentando en ellos un nife duro, irrompible, que los capacitaba para acabar siendo implacables patronos, obreros infatigables, colonos tozudos, militares despiadados, modélicos ciudadanos para quienes la intimidad, la psicología individual, era algo que había que proteger más que cuidar: eran la sólida columna vertebral de la orgullosa Francia.


DEL AMOR


Diarios, Rafael Chirbes, p. 64

En el amor, hay que ver qué prisa se da uno por cargarse de recuerdos comunes: libros, discos, lugares, mots de famille: como si no fuera precisamente roda esa ganga la que te hace pagar un elevado precio a la hora de la ruptura. Una vez que la historia de amor se acaba, esos objetos, sonidos, lugares o caras que viste u oíste con la otra persona, lo que oliste y palpaste, te persiguen por todas partes, te asedian y te impiden levantar cabeza. Te acercas a la librería, vas a extraer un libro del estante, y ahí está el que a la otra persona le gustaba. Abres la puerta de la nevera y las fresas o el filete de ternera, lo que sea que ves allí dentro te pone en contacto con ella, con un gesto suyo, con una frase que dijo: te la traen, la ponen delante de ti, se interfiere entre tú y el resto del mundo. Y no hay que olvidarse del doloroso peso de los olores -el recuerdo de los olores- en cualquier separación, y en la construcción de otra historia sentimental. El cuerpo que ahora abrazas no huele como el de la otra persona, nadie huele igual que nadie. Y esa visión que te excitaba tanto y cuyo disfrute parecía el inicio de tu curación, de repente se te vuelve desagradable, repulsiva, casi siniestra, porque al abrazarla te ha llegado el olor, que en nada se parece al que esperabas, el de ese otro cuerpo que acaba de abandonarte y buscas.

Si la reflexión parece una actividad de obligado cumplimiento en cualquier asunto de la vida, en el fracaso amoroso resulta inútil y hasta peligrosa: no pensar es una forma de curarse. Conseguir una hora sin que te asalte la imagen del otro, sin darle vueltas a cuanto viviste con él, supone todo un éxito.


INCIPIT 1.236. EN VERANO / KARL OVE KNAUSGARD


ASPERSORES DE AGUA

Jamás he llegado a entender que tenga mi propio aspersor de agua, solo es una de las muchas cosas que adquirí cuando compramos esta casa, al igual que el cortacésped, las tijeras de podar, los rastrillos y el resto del equipamiento de jardín. Aunque innumerables veces haya conectado la manguera al grifo de la entrada de la casa de verano, haya oído el · agua primero chispear, luego silbar, y después haya visto los finos chorros elevarse por el jardín, tal vez unos cinco metros, a menudo brillando con la luz del sol, y a continuación ondear lentamente y caer hacia un lado, volver a elevarse y caer hacia el otro lado, en ese movimiento que siempre me ha recordado a una mano saludando, nunca lo he asociado conmigo o con algo mío, como si lo que representa no me representara a mí, o, en otras palabras, como si la vida que vivo aquí en realidad no fuera mía, sino solo algo en lo que me encuentro accidentalmente en este momento. Sacar una conclusión tan profunda de algo tan pequeño como un arco de metal  lleno de agujeros por los que brota el agua puede parecer  un poco demasiado forzado, pero de todos los objetos que recuerdo de los veranos de mi infancia, el aspersor de agua es el más emblemático, el que más emociones y sucesos concentra en mi memoria, y el que más asociaciones despierta.


HELADOS


En verano, Karl Ove Knausgard, p. 328

Cuando salen del congelador, la bola de helado está dura, con bordes afilados en la superficie circular de la parte arriba, y se puede elegir entre chuparlos -entonces los cantos se redondean, un proceso que se intensifica si hace calor y el helado se derrite, y la bola va adquiriendo lentamente forma de pera, con el helado a menudo goteando por el cucurucho, que hay que retirar chupándolo con cuidado- o morderlos, lo que resulta más rápido. Pero como para muchos parte de la gracia del helado está en prolongar la vivencia de comerlo, eso no es una ventaja obvia, excepto que se evita ese caldillo pegajoso, y la guarrada que conlleva un prolongado goce del helado, sobre todo en lo que se refiere al helado Corona de chocolate, ya que el chocolate también se derrite. Otra manera de abordar el helado Corona es a mitad de camino del proceso de chupado, cuando el helado está blando y maleable por algunas partes, casi como crema, simplemente mordiendo la parte de abajo del cucurucho, de manera que se haga un agujero por el que sea posible sacar el helado absorbiéndolo. El otro gran superviviente de la oferta noruega de helados es el Palo de Oro. Es, como su nombre indica, un helado de palo. Está hecho de leche y recubierto de chocolate y crocanti, y también tiene capas de chocolate en el interior. Precisamente esa combinación de helado, cobertura de chocolate, crocanti y palo tiene algo básico, algo sólido y poco ostentoso que en mi opinión eligen muchos padres para sus hijos con el fin de atenuar el carácter extravagante que se asocia con la compra de helados, que es un lujo innecesario, algo insalubre y vacío, lo que la funcionalidad y simpleza básica del Palo de Oro en cierto modo contrarresta. Mi problema con los helados en mi infancia era elegir el bueno.


LA PIEL


En verano, Karl Ove Knausgard, p. 362

Lo que la piel prefiere tocar, aquello que siempre añora y la satisface cada vez, de modo que se queda tranquila, colmada y redimida, es otra piel. Tener un bebé sobre el torso desnudo, piel contra piel, es una de las cosas buenas de la vida, tanto para el bebé como para el adulto. Para los adultos, la piel de otro adulto es fuente de otra forma de placer, a veces tan intenso que en cuanto han cerrado la puerta y están solos en la habitación se arrancan la ropa y se estrechan el uno contra el otro, porque el deseo de una piel por otra piel, suave, lisa y desnuda, puede convertirse en un huracán en el transcurso de un instante. El que sea así, que la piel anhele la piel, y que todos los contactos anteriores se posen como un depósito de sentimientos en la conciencia, que se pueden despertar por algo que el ojo ve, también cuando está fuera del alcance de la piel, hace que la existencia entera cambie de carácter en primavera Y verano, cuando la gente empieza a ir ligera de ropa, con falda y pantalón corto, camisetas y blusas sin mangas, porque de repente hay piel desnuda por todas partes, hombros desnudos, brazos desnudos, muslos, piernas y rodillas desnudas; tobillos desnudos, nucas y cuellos desnudos, y el ojo lo ve, y el cuerpo sabe cómo es tocar un brazo, un muslo, una nuca, sentir la piel desnuda contra tu piel desnuda. Es bueno, a la vez que la buena sensación que despierta la visión de la piel pocas veces puede satisfacerse, cambiar de la distancia del ojo a la proximidad de la mano, porque organizamos el mundo según el ojo, no según la mano, en sociedades en las que casi todo el mundo es desconocido para los demás. La transición existente en el paso de la realidad del ojo a la de la piel coincide con la transición de lo social a lo privado, y para alguien como yo, que tiene problemas con la intimidad, a quien casi nunca le agrada que lo toquen, y a quien casi nunca le agrada tocar a otros, la piel está por tanto asociada a la ambivalencia, porque también mi piel desea estar cerca de otra piel, tal vez más que ninguna otra cosa, a la vez que lo teme y por ello procura evitarlo, o limitarlo. Entonces la añoranza de la piel se convierte en una especie de perro y la voluntad en una correa con la que lo tengo sujeto.


LÁGRIMAS


En verano, Karl Ove Knausgard, p. 77
Los ojos, con su cuerpo de cristal y sus membranas, se mantienen continuamente húmedos, están siempre cubiertos por una fina película de agua para que no se sequen y para que el polvo y la suciedad no se les peguen. Esta agua proviene de una especie de bolsita, parecida a un depósito, que se encuentra debajo de la piel de los rabillos y es conducida hacia las relativamente grandes superficies que constituyen el ojo por un estrecho canal, donde es repartida ecuánimemente por el párpado, más o menos como un trapo sobre una ventana de cristal mojada. O tal vez una imagen mejor sería como los limpiaparabrisas sobre el parabrisas de un coche, porque todo ocurre automáticamente, sin que lo tengamos que planificar o considerar. La cantidad de agua es regulada en el hipotálamo, que dirige los procesos autónomos del cuerpo, los que tienen que ver con la temperatura corporal, el ritmo diario, el hambre, la sed y la digestión. Por regla general, la cantidad de agua en la superficie de los ojos es tan pequeña que ni siquiera forma gotas, sino que desaparece invisible por unas minúsculas perforaciones debajo del ojo. No se forman gotas excepto cuando ocurre algo extraordinario o cuando el ojo se irrita por un roce directo de por ejemplo una rama o una mota de polvo, o por un roce más indirecto, por ejemplo de ese gas que expande la cebolla cuando se corta, o cuando uno tose, estornuda o vomita. Entonces el ojo rebosa agua en un acto reflejo en el que la cantidad sobrante se agrupa en el rabillo, formando unas -bajo esta perspectiva enormes- gotas que o bajan corriendo a lo largo de la raíz de la nariz hasta la mejilla o, si la cabeza está inclinada hacia delante, se sueltan en pequeños ramilletes y caen por el aire, no muy distintas a las gotas de lluvia. Esas gotas, que se distinguen de las de lluvia por ser saladas, son lo que llamamos lágrimas.


INTELIGENCIA


En verano, Karl Ove Knausgrad, p. 42

En las sociedades igualitarias la inteligencia es una de las magnitudes más ambivalentes, porque la diferencia que representa la inteligencia es infranqueable, y las diferencias infranqueables son fundamentalmente no igualitarias. De esa forma la inteligencia se asemeja a la belleza, que también es una magnitud problemática para las sociedades igualitarias. La solución ha sido y es fingir que no existe y que no es importante, un juego que empieza en el colegio, donde tanto la inteligencia como la belleza se viven en dualidad: por un lado, se aprende que el exterior no es importante, que lo que cuenta es el interior, y que rodo el mundo tiene el mismo valor, a la vez que esta visión fundamental de valores, en la que todo el mundo está de acuerdo, y que existe en todos los niveles de conocimiento, es, por otra parte, desmentida constantemente porque, por regla general, los guapos reciben más atención y son mejor tratados que los feos, tanto por los profesores como por los demás adultos o los compañeros. La inteligencia también rompe el contrato de igualdad, pero de otra manera, porque mientras que lo bello no es una amenaza, tal vez porque es ineludible y en cierro sentido definitivo, la inteligencia sí lo es, porque rodos sabemos pensar, todos sabemos comprender contextos, y el que a algunos se les dé mejor pensar, el que algunos entiendan más contextos y lo hagan mejor y con más facilidad, puede resultar difícil de aceptar. La amenaza es constante, pero parece más fuerte en los años escolares, ya que esa es una de las pocas fases en las que la capacidad mental y la capacidad de comprender de las personas no solo son sometidas continuamente a prueba, sino que también reciben calificación, de modo que rodas las diferencias entre las personas en este aspecto se ponen de manifiesto. Todos los chicos y las chicas inteligentes que iban a mi colegio intentaron ocultar su inteligencia en alguna ocasión, reducirla, ya que la consecuencia de la inteligencia era que se les excluyera, que no fueran populares, y que en algunos casos incluso fueran acosados. Eso no le ocurría nunca a ninguno de los guapos que iban a mi colegio, al contrario, estaban siempre rodeados de compañeros.


INCIPIT 1.235. DESDE DENTRO / MARTIN AMIS


A MODO DE PRELUDIO

¡Bienvenido! Pasa, pasa ... Es un placer y un privilegio. Permíteme que te ayude con eso. Dame tu abrigo, lo colgaré aquí (ab, y, ya de paso, el aseo es por ahí). Siéntate en el sofá, cómo no ... Luego ya te pondrás a la distancia de la chimenea que te resulte más cómoda. ¿Qué te apetece tomar? ¿Whisky? Es lo sensato, con este tiempo. Así que me he adelantado y he adivinado lo que quieres ... ¿Blend o de malta? ¿Macallan' s? ¿De doce o de dieciocho años? ¿Cómo te apetece tomarlo? ¿Con soda? ¿Con hielo? Y traeré una bandeja de aperitivos. Para que aguantes el tipo hasta la cena. Bueno ... ¡Feliz 2016!

Mi mujer, Elena, volverá a eso de las siete y media. E Inez se nos unirá luego. Sí, así..., con el acento en la segunda sílaba. Cumplirá diecisiete años en junio. Ahora solo nos queda en casa una hija. Su hermana Eliza, algo más mayor, está pasando su año sabático en Londres, que, a fin de cuentas, es su ciudad natal (nació allí; como Inez). Bueno, el caso es que Eliza tenía planeado venir a visitarnos, y acaba de aterrizar en el aeropuerto J. F. Kennedy. Así que  seremos cinco.

Elena y yo ... -aún no estarnos en esa etapa de nuestra vida, pero la vislumbramos ya claramente-. Me refiero al Nido Vacío. En la vida de una persona normal hay como media docena de momentos cruciales, y a mi juicio el Nido Vacío es uno de ellos. Y ¿sabes? No estoy seguro de lo mucho o poco que debo preocuparme al respecto. Algunas gentes de nuestra edad, que han visto cómo sus últimos retoños levantan el vuelo y se pierden en la lejanía, han sucumbido en cuestión de minutos a depresiones profundas. Y como mínimo mi mujer y yo empezaremos a sentirnos como esa pareja de Pnin.


LOS NABOKOV


Desde dentro, Martin Amis, p. 298

Los Nabokov fueron refugiados, y en tres ocasiones. Siendo adolescentes huyeron, cada uno por su cuenta, de la Revolución de Octubre; por el camino, en Ucrania, Véra Slonim sobrevivió  a un pogromo en el que la chusma perpetró decenas de miles de asesinatos. Eso fue en 1919. Huyeron de los bolcheviques, jinetes del terror y la hambruna, y a través de Crimea, Grecia e Inglaterra, buscaron  refugio en Berlín. Después en Francia, hasta que los alemanes les siguieron los pasos; a continuación, el viaje de once horas hasta  Nueva York en 1940, adelantándose unas pocas semanas a la Wehrmacht (que torpedeó y hundió su barco, el Champlain, en su siguiente travesía al oeste). Al padre de VN (que se llamaba como él, Vladimir N abokov), el estadista liberal, lo asesinó un fascista del Movimiento Blanco en Berlín (1922); en la misma ciudad detuvieron a su hermano Serguéi en 1943 (acusado de homosexualidad), lo volvieron a detener al año siguiente (por sedición) y murió en un campo de concentración próximo a Hamburgo en enero de 1945. Esa era su Europa y a ella regresaron, a lo grande y para siempre,  en 1959.

Pues sí, y también llegué a conocer a Véra. Pasé casi un día con ella, en 1983, en el corazón apacible de Europa, el Palace Hotel de Montreux, Suiza (donde vivían desde 1961),.reunión que solo interrumpimos para comer con su hijo, el altísimo Dmitri, con quien sí volvería a encontrarme. Véra era una belleza de piel dorada, cautivadora y jovial; ante algún tema delicado podía reaccionar de súbito de forma virulenta, pero ello jamás me desconcertó, porque siempre estaba ahí el eventual destello de humor en sus ojos. Vladimir murió en 1977, a los setenta y ocho años. Véra, en 1991, a los ochenta y nueve. Y Dmitri, en 2012, a los setenta y siete. Del discurso de Dmitri en el funeral de su madre en 1991:

Hace dos años, en la víspera de una arriesgada operación de cadera,  mi madre, siempre tan valiente y atenta, me pidió que le llevase su vestido azul favorito, porque quizá tuviera que recibir a alguien. Yo tuve la inquietante sensación de que quería ese vestido por una razón muy distinta. Sobrevivió a aquel trance. Ahora, para su último encuentro terrenal, luce ese mismo vestido. Mi madre expresó el deseo de que sus cenizas se unieran a las de mi padre en la urna  del cementerio de Clarens. Ha querido un curioso y nabokoviano capricho del destino que tuviera dificultades para localizar esa urna. Mi primer impulso fue llamar a mi madre para preguntarle qué hacía. Pero ya no tenía madre a quien llamar.


SEMIOTICA



Una Odisea, Daniel Mendelsohn, p. 386

La palabra griega para tumba que utiliza Elpenor cuando le pide a Odisea que le «eleve un túmulo» es sema. Puede significar «sepultura» o «tumba», pero este es su sentido derivado; el significado primario es «signo» o «señal», significado que pervive, por ejemplo, en nuestro término semiótica, que se aplica al estudio de signos y símbolos, a la teoría filosófica del origen del significado. Para los griegos que las construían, las tumbas o semata (plural de serna) que tanto destacan en la Odisea eran un medio de transmitir información sobre sus ocupantes; estaban ahí para narrar historias. En el Canto I, por ejemplo, un personaje lamenta el hecho de que Odisea, por quien nunca llegó a alzarse un túmulo en Troya, no vaya a conocer la «fama» -afirmación que nos indica hasta qué extremo se supone que la tumba «habla» sobre su morador-. De modo similar, en el Canto XI, Elpenor afirma que su sema, ornada con el remo que es símbolo de su oficio en la vida, suministrará información sobre su persona a las generaciones venideras. Y el altar que Odisea recibe orden de dedicar a Poseidón, también descrito en el Canto XI, está concebido igualmente para contar una «historia»: la historia de un enemigo de Poseidón que consigue la paz mediante el procedimiento de presentar al dios entre los hombres que hasta entonces no han podido conocerlo.

Además de señalar las diversas tumbas y monumentos conmemorativos asociados con Odisea durante su largo e insólito recorrido, la palabra sema aparece otra vez en la Odisea, aunque en un contexto no tan lúgubre. Es en el Canto XXIII, cuando el ofendido Odisea, a quien ha confundido la hábil triquiñuela de Penélope, describe con amoroso detalle la cama que él ha construido para ambos, la cama cuyo revelador secreto era que no podía cambiarse de sitio. Al final de su apasionado parlamento, Odisea se refiere al secreto de la cama llamándolo serna, la «señal» entre Penélope y él, el símbolo de su inamovible unión.

Todo lo cual viene a decirnos que, en el mundo de la Odisea, una sema es una historia hecha visible: el monumento, el montículo, el remo, la cama ... todos ellos son señales que, para quienes saben leerlas, relatan las historias con tanta claridad como lo hace el relato en que se incluyen las semata, el cuento que nos cuenta el poeta.


INCIPIT 1.234. HOY HE CONOCIDO A ALGUIEN / MILENA BUSQUETS


«Nos pasamos la vida entera acercándonos y tomando distancias, en un vaivén continuo, respecto a uno mismo, a nuestros amores, a cosas menos importantes», pensó Ginebra mientras esperaba que la clienta saliera del probador. «Un movimiento que se repite idéntico, primero una carrera hacia delante, a toda velocidad -siempre es a toda velocidad-, el vértigo,  la cúspide de intensidad, y luego la marcha atrás, cuando la luz se ha apagado o la estamos apagando nosotros o la ha apagado otro dejándonos a oscuras; cuando aquello que nos parecía único, importantísimo, excepcional, pasa a ser un capítulo más de nuestra vida, algo, por otra parte, que le ha pasado a casi todo el mundo -esto le ha pasado a todo el mundo, no te preocupes-, que ha sido narrado en multitud de novelas y de películas, unos sentimientos que podemos considerar sin que nos importen demasiado, mirar de lejos, sentimientos en ocasiones ya apenas recordados. Tal vez persistan más los hechos, las frases, y uno empiece a olvidar lo que sintió -el vértigo, la puñalada, el sol inundando la habitación, el suelo abriéndose bajo los pies- en cuanto deja de sentirlo.


INCIPIT 1.233. LA PRIMA ROSAMUND / REBECCA WEST


Nada volvió a ser igual de fascinante tras la muerte de mamá y Richard Quin. No puedo pensar en dos personas más felices y entretenidas que Mary y yo tras la boda de Cordelia, cuando nos quedamos solas con nuestra madre, nuestro hermano y Kate, pero aunque perder aquel calor,  aquel asombro y aquella alegría fue una tragedia peor que el hambre y la sed, también nos libró de los elementos más crueles del dolor. No nos preguntábamos adónde habían ido nuestros muertos ni pensábamos en que su destino podría haber sido otro que la podredumbre, no aborrecíamos aquella terrible pérdida. Nuestros muertos eran como las constelaciones; tal vez no pudiéramos tocarlos, pero no por eso dudábamos de su existencia. Sabíamos que estaban maravillosamente unidos y, aunque habríamos preferido un final más digno, sabíamos que su destino era para ellos algo tan propio como la música para nosotras. Aun así, tuvimos que dejar Lovegrove. Aquella casa nuestra podría habernos inclinado al pensamiento mágico; podríamos haber acabado recreando el pasado e instalándonos en él.


INCIPIT 1.232. UNA TEMPORADA CON MARCEL PROUST / RENE PETER


En busca de aquel tiempo

«Sólo me siento feliz al entrar en uno de esos hoteles de provincias cuyas habitaciones conservan un olor a cerrado que el aire libre viene a limpiar pero que no elimina; donde por la noche, cuando uno abre la puerta de la habitación, tiene la sensación de violar toda la vida que allí ha quedado esparcida, de cogerla intrépidamente por la mano, y, con la puerta ya cerrada, seguir adelante, hasta la mesa o hasta la ventana, y sentarse con ella, en una especie de libre promiscuidad, sobre el canapé construido por el experto de la localidad, en lo que él creía el estilo de París, de tocar por todas partes la desnudez de esta vida sin intención de turbarme por su propia familiaridad, haciéndose dueño de esta habitación llena hasta los bordes de las almas de otros y que guarda, hasta en la forma de los morrillos de la chimenea y el estampado de las cortinas, la huella de sus sueños, andando con los pies desnudos sobre su alfombra desconocida; entonces, cuando uno va tembloroso a echar el cerrojo, tiene la sensación de encerrar junto a él esta vida secreta, de empujarla dentro de la cama y de acostarse finalmente con ella entre las grandes sábanas blancas que cubren hasta más arriba de la cabeza, mientras, muy cerca, las campanadas de la iglesia difunden por toda la ciudad las horas de insomnio de los moribundos y los amantes.»


MUERTE EN GRECIA


Una Odisea, Daniel Mendelshon, p. 381

La angustia omnipresente que domina la apertura de la Odisea, la incertidumbre aparentemente insoluble que aflige al hijo, y a la esposa, y que preside el hogar del héroe ausente, queda simbolizada en un motivo memorable, aunque macabro: una tumba vacía, un cuerpo desaparecido. Según avanza el poema, son varios los personajes que lamentan el hecho (según ellos lo valoran) de que Odisea, de quien se supone que ha muerto en el mar, no esté enterrado. El padre, marido, rey ausente no tiene tumba, ni túmulo -montecillo artificial con que los griegos de la Edad del Bronce marcaban la presencia de un cuerpo muerto-; sin inscripción que indicara quién era ni cuáles habían sido sus hechos. «Si hubiera sucumbido entre sus compañeros, en Troya -se lamenta Telémaco en el Canto I-, los griegos le habrían levantado un túmulo ... Pero las tempestades se lo han llevado sin Gloria.» Que los muertos quedaran sin sepultar era una posibilidad que generaba en los griegos un especial horror, ya evidente en los primeros versos de la Ilíada, en cuyo proemio se expresa con revulsión la idea de que algunos de los héroes muertos en Troya han servido de «comida de perros y toda clase de aves». Una pronunciada angustia cultural ante los cuerpos insepultos resulta evidente en otros muchos mitos griegos. Es crucial, por ejemplo, en la historia de la hija de Edipo, Antígona, mito que teatraliza Sófocles en su tragedia del mismo nombre, escrita trescientos años después de la gestación de los poemas homéricos: la joven princesa Antígona arriesga su propia vida al enfrentarse a la cruel ley que prohíbe el enterramiento de su hermano, traidor al Estado. Lo interesante es que la obra parece reivindicar la postura de Antígona, porque su antagonista, el rey que ha promulgado la norma, acaba cediendo y es él mismo quien entierra al joven. La idea de que todo el mundo merece un entierro decente, incluso los malvados y los criminales, se remonta a la propia Odisea. En el Canto III se nos cuenta que los asesinos de Agamenón no solo fueron enterrados juntos en una tumba común, sino que también se les aplicaron los ritos fúnebres, tras haberles dado muerte, en venganza, el hijo del general.


VIAJE A ITACA


Una Odisea. Daniel Mendelsohn, p. 270

En su versión final, que publicó en 1911, cerca ya de cumplir los cincuenta años, abstrae el tema del personaje; el nombre de Odiseo ya no aparece en el poema, que ahora se refiere indirectamente a elementos de la Odisea, dando la impresión de estar hablándole directamente al héroe:

Cuando emprendas el regreso a Ítaca,

desea que el camino sea largo,

lleno de aventuras, de conocimientos.

El poema de Tennyson, con sus meditaciones en primera persona, obtiene su fuerza dramática permitiéndonos que sigamos los pensamientos del héroe según van desarrollándose, partiendo de una desencantada visión de su entorno para llegar a la impetuosa decisión de echarse de nuevo al mar. La incorpórea alocución a Odiseo, en segunda persona, que efectúa Cavafis y que no se sabe de qué fuente procede, sitúa al héroe en el mismo plano que al lector ( ese «tú» lo sentimos todos como dirigido a «nosotros»), creando la insólita impresión de que todos podríamos ser Odiseo: héroes de nuestro propio viaje. La segunda estrofa insiste en la admonición: «Desea que el camino sea largo», para enseguida catalogar las riquezas que solo el viaje puede proporcionarnos: puertos que nunca hemos visto, fabulosas riquezas de  mercados lejanos, ámbar y ébano y coral, y perfumes exóticos y, lo mejor de todo, encuentros con los sabios:

que visites muchas ciudades egipcias

y aprendas cada vez más de sus sabios.

Por supuesto que no debemos olvidar nuestro destino, sea cual sea, nos advierte el anónimo narrador; pero queda claro que el significado de la vida se desprende de nuestro caminar por ella y de lo que obtenemos caminando:

Ten siempre en tu mente a Ítaca.

Alcanzarla es tu destino.

Pero no apresures tu viaje en modo alguno.

Mejor que se prolongue muchos años,

que seas ya viejo cuando eches el ancla en la isla,

rico por lo que ganaste en el camino,

sin esperar que Ítaca te enriquezca.

Aquí sentimos en la nuca el aliento del personaje de Tennyson: Cavafis, al igual que su antecesor británico, comprende que, como ocurre con tantas cosas que anhelamos quizá durante demasiado tiempo, el lugar que deseábamos ver puede no ser del todo como esperamos que sea:

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te habrá engañado.

Con lo sabio que te has vuelto, con tu mucha experiencia,

ya habrás comprendido qué significan las ítacas.


DIAMANTES


La prima Rosamund, Rebecca West, p. 134

-Por supuesto, no debe ser alguien muerto -dijo Nestor-. Por encima de todo, debe ser alguien que esté vivo. -Pero de pronto se golpeó en la frente-. Aun así, vivo o muerto, ¿quién puede pintar un collar de diamantes? He estado en muchos lugares y no he escatimado en museos, he visto muchos cuadros en los que se representa a mujeres hermosas tal como son, pero no he visto ningún cuadro de diamantes en el que se viera un diamante tan hermoso corno el cuadro. ¿Cómo es posible? Aunque, ¿por qué lo pregunto? Está claro. Los artistas no piensan en diamantes. Son pobres, sobre todo cuando son jóvenes. Cuando uno es pobre no piensa en diamantes. Lo sé, lo sé. He sido muy pobre, ¿cómo podría haberme unido a la Brigada de Bomberos de Estambul si hubiera tenido una moneda para morder entre los dientes? Por eso sé que cuando uno es pobre no piensa en diamantes. Hay días y semanas, y en los malos tiempos incluso meses, en los que el pensamiento de los diamantes ni siquiera pasa por la mente, pero no años, porque el corazón del hombre está lleno de esperanza. Sólo si uno es rico puede pensar en diamantes todo el tiempo. ¿Quién de los presentes en esta sala piensa a menudo en los diamantes, excepto yo y el señor Morpurgo? Sería una pérdida de tiempo. Lo mismo sucede con los artistas, no piensan en diamantes, pintan acerca de lo que piensan, y piensan mucho en mujeres, porque el hombre más pobre debe pensar en mujeres todo el tiempo, por ese motivo los artistas pintan mujeres y más mujeres y más mujeres, y adquieren mucha práctica en ello, y llegan a pintarlas muy bien. Pero no piensan en diamantes, y no aprenden nunca a ponerlos en el lienzo como se ven ahora sobre los hombros de mi mujer, no resplandecen con tonos azules y verdes y rojos, sino que son blancos todo el tiempo. Para personas corno yo y el señor Morpurgo eso no es justo.


PROUST


Una temporada con Marcel Proust, René Peter

En sus inicios, Marcel, joven, guapo, rico, adulado, fue atraído por la «sociedad», llevado por un esnobismo manifestado como ambición mundana. Quiso equipararse con los descendientes de las grandes familias, a los que frecuentaba de forma continuada. Se exasperó persiguiendo ese inefable «no sé qué» que caracteriza a las personas de alta cuna. Después consiguió acercarse a la realización de su deseo. Se convirtió en acompañante habitual de los hijos «fin de siglo» de las nobles familias, sin llegar, sin embargo, a penetrar en estos santuarios entonces sólidamente amurallados.

Pero Marcel era demasiado inteligente y profundo para pasar el resto de su vida persiguiendo aquello que llamaría más tarde «el tiempo perdido». Al cabo de unos años había madurado y empezó a comprender la vanidad de su propósito. ¿Entonces? ¿Por qué no renunció de golpe? Porque ya sentía almacenarse en él la secreta riqueza de esta documentación humana que sería la base de su obra futura. Siguió frecuentando el gran mundo, ya no por esnobismo, sino por la necesidad de que fueran madurando los personajes que nacían en él. Le faltaba todavía conocer la personalidad del que sería más tarde un Charlus o un Forcheville, encontrar el estilo de los futuros Guermantes, descubrir dónde encargaba la marquesa de Cambremer sus sombreros de papagayos.

Después, cuando esta maquinaria de sentimientos y de matices está montada en su interior, cuando la siente bien rodada y presta a funcionar, toma en su reclusión de Versalles una gran resolución: decide retirarse a la soledad de su piso del Boulevard Haussmann, que será su trampa. Allí pueden amontonarse las invitaciones, al menos durante los primeros tiempos (porque después se olvidarán de él hasta que su gloria deslumbrante aunque tardía lo convierta en alguien valioso), él las ignora. En otros tiempos, ¿qué no habría hecho, a qué complicados manejos no habría recurrido, cuántos sueños, sabios andamios, desvíos estratégicos, para obtener el triunfo de la tarjetita invitándolo a la casa de tal o cual gran dama? Ahora la tarjetita languidece, abandonada en un rincón.


FRANQUISMO


Ovejas negras, Félix de Azúa, p. 138

El franquismo, frente a lo que dicen algunos ideólogos actuales, no era una ideología sino un sistema de dominio económico basado en la corrupción, el apoyo de las oligarquías regionales y el desprecio de la herencia ilustrada, es decir, de las libertades individuales, los derechos ciudadanos, el respeto a las personas jurídicas y así sucesivamente. Frente a los insumisos se alzaban las fuerzas de choque: grupos violentos como los que aporreaban a estudiantes (y cuyo dirigente en Cataluña es hoy un firme pilar del sistema), policía, ejército, jerarquía católica, jueces ultras, sindicalistas orgánicos y demás angelitos.

De toda aquella violencia de Estado apenas queda nada que no sea residual. Los órganos del Régimen, como la prensa del movimiento y los colaboracionistas tipo La Vanguardia Española de Cataluña ( que sigue en las mismas manos), se han ido adaptando a las circunstancias y casi todos pertenecen ahora a los grupos feudales de cada autonomía. Las escuadras criminales han desaparecido y sólo quedan los paramilitares vascos (apoyados por la burguesía más franquista de España) como residuo del totalitarismo nacionalista. Este proceso es lo que seconoce como «el milagro de la transición».

Lo que no ha desaparecido en absoluto son los grandes consorcios y monopolios franquistas, los cuales siguen actuando con la misma impunidad, muchas veces dirigidos por las mismas familias y con las mismas indelicadas maneras en las que se maleducaron durante cuarenta años. Sería realmente encomiable que, además de retirar placas y estatuas, Zapatero dedicara algún esfuerzo a suprimir las prácticas franquistas que todavía usan estas arrogantes compañías, hoy, dicen, privatizadas, como si alguna vez hubieran sido realmente públicas.

El franquismo fáctico de estas empresas se muestra en el desprecio al ciudadano, la concepción del cliente como esclavo o cautivo, la irresponsabilidad de su cúpula de consejeros, los inmensos privilegios de que disfrutan y la irremediable chapuza que producen.


INCIPIT 1.231. EL HIJO DEL CAPITAN TRUENO


EL PARAÍSO PERDIDO

Mi madre colgó el teléfono de un golpe seco, apagó el cigarrillo y dio orden de estar listos para salir de inmediato. La Tata se puso seria y le preguntó:

-Pero qué va a hacer usted, señora, qué va a hacer usted, por Dios ...

-Nos vamos a la finca. Esto se va a acabar ya.

-Y los niños, piense usted en los niños, señora ...

-Los niños los vistes y los subes al coche ... Tú también y rápido ...

-La va a armar ...

-Sí, Tata, la voy a armar ... -contestó mientras revisaba frenéticamente que todo lo necesario para el viaje estuviese en su bolso y prosiguió-. ¿No es hoy Noche Vieja? Pues vamos a ir a celebrarla corno Dios manda ... en familia ... nosotras, los niños y su padre ... esto se acaba hoy mismo ... con el año.

Agarró escaleras arriba y a la mitad emergió encaramándose a la barandilla corno una gárgola. Gritó:

-¡Que sea ya, Reme, ya!, ¿me entiendes? ... Y lleva champagne que lo vamos a celebrar.

Cuando mi madre llamaba a la Tata por su nombre, de algo serio se trataba y nunca auguraba nada bueno.

-¿Le echo también las escopetas y se las cargo, señora? ... Ya que estamos ...


INCIPIT 1.230. OVEJAS NEGRAS / FELIX DE AZUA


Según recuerdo, comencé a escribir con una cierta seriedad, quiero decir, sabiendo lo que me hacía, cuando cumplí los doce años de edad. Lo sé porque ese año concluí mi primera novela y pasé a cuarto de bachillerato, en donde dábamos latín, mi asignatura favorita aunque yo era de ciencias. Uno de mis personajes hablaba como Tácito, en frases cortas y contundentes, sin saber yo entonces que «tácito», el adjetivo, venía de ahí.

Quienes empezamos tan temprano se dice que lo hacemos para amurallarnos, aunque sea imaginariamente, en un mundo más ordenado que el que habitamos de verdad. Algo de eso hubo, pero sería más exacto decir que traté de habitar un mundo más desordenado y sin embargo más grato. En mi infancia, no es difícil de adivinar, dominaba el frío. Mucho frío. Un frío de orfanato.

Desde entonces raro es el día en que no tecleo dos o tres horas como quien improvisa preludios, dejándome llevar por esa segunda voz que todos los escritores compulsivos llevamos dentro y que no coincide ni mucho menos con la nuestra, quiero decir, con la que oyen aquellos que viven en nuestra cercanía.


ARTE MODERNO


Ovejas negras, Félix de Azúa, p. 111

Dada la importancia de la artista, en la Bienal de necia antes mencionada, Ostojic presentó una segunda pieza titulada I'll be your Angel. Una vez afeitada ( o no; eso sólo lo sabe Szeemann), le siguió como su sombra durante cuatro días allí adonde fuera, «poniendo en crisis la dicotomía comisario/artista». Aquello fue, afirma Milevska, una «deconstrucción de la política cultural y de género» que dejará huella indeleble, sobre todo en Szeemann, «un hombre de setenta y pico de años, simpático, casado y aún atractivo». El texto de Milevska reivindica con elegancia el intercambio sexual no alienado, entre ancianos y jovencitas, y denuncia «los rituales marido/mujer/amante» siempre reducidos al ámbito alienante del chisme.

No acaba ahí la intensidad crítica de la artista servia. Subvencionada por Christian Lacroix, la muchacha iba primorosamente vestida (notable cambio estructural de su estilo) y sonreía sin descanso «como denuncia de la hipocresía de los famosos», y (aspecto sacrificial) «bajo el despiadado sol mediterráneo». Como conclusión, Milevska afirma que el pubis rapado de Ostojic es «el mejor instrumento para viviseccionar las complejas relaciones entre las esferas de lo privado y lo público, la jerarquía y la marginación, la subjetividad y la mercantilización». Nunca algo tan minimal ha conseguido un efecto tan maximal.

No obstante, un grupo de feministas radicales está preparando un proyecto para que en la próxima Bienal se repita la performance, pero esta vez realizada por una mujer de la misma edad que Szeemann. Quieren poner de manifiesto que no sólo los ancianos (atractivos) tienen derecho al arte y al sexo con jovencitas. Las ancianas se han sentido agraviadas.


LAWRENCE DURREL


Ovejas negras, Félix de Azúa, p. 53

Así que te vas desesperando hasta que das con un pueblecito en donde parece no haber cultura alguna que echarse a la boca. ¡ Vaya suerte! Un apaño de tres líneas en la Guide Bleue para que no se enfaden los indígenas. Diminuto, destartalado, sucio, estupendo. A la orilla del río han dispuesto unas sillas de plástico en donde sorben filosóficamente su Pernod los lugareños. Sopla una brisa fresca, pides un Pernod, estás feliz: ¡por fin un lugar sin el menor interés cultural!

¡Maldición! En la mesa contigua oyes hablar en inglés. Allí adonde llega el turista anglosajón, allí hay cultura. Nunca falla. Te levantas airado y en cuanto tuerces un callejón te das de narices con el «Espace Lawrence Durrell». ¡Dios mío!, es cierto, aquí acabó sus días, en la desolación y el alcoholismo, otro infeliz escritor ... Su antigua casa es ahora un bloque de apartamentos, absolutamente nadie en Sommieres lo lee, pero algún dinero se le podrá sacar incluso a un tipo como éste, tan cultural, de modo que: «Espace Lawrence Durrell.»

Los pintores, escritores, arquitectos y músicos que en el pasado justificaron sus horrendas vidas con una obra que fue la alegría del universo, están viviendo una segunda explotación perfectamente independiente de su obra. No es necesario leerlos, verlos, escucharlos. Basta con que sean «cultura», aunque nadie tenga la menor idea de lo que significa esta palabra en una sociedad analfabeta. Ahora que su obra ya no le importa a nadie, precisamente ahora, están dejando una herencia millonaria en todos los pueblos de Francia. Por fin sirven para algo.


BODA DOMINGUIN-BOSE


El hijo del Capitán Trueno, Miguel Bosé, p. 77

-Así de fácil ... Ya sabes que al Generalísimo le da igual lo que tú hagas ... es más, le divierte a rabiar, lo sabes ... le conoces ... él te admira y respeta ... eres su niño y así te llama ... El problema no es él... el problema son los meapilas que tiene a su alrededor, que le ponen la cabeza así de gorda y con los que no quiere discutir ... Le están provocando mucho contigo porque levantas muchas envidias y van y se aprovechan para envenenarle ... y aunque él no se deje, pues le jode ... Le jode más por ti que por el qué dirán o vayan a decir, y el hombre lo estará pasando mal, estoy más que seguro ... por ti, mal por ti.

-¿ Y por qué no me llama y me lo cuenta? ... Le llamo yo ahora mismo y verás como queda zanjao el tema ... ¡pero que ahora mismo le llamo!

-No ... ni él te va a llamar ni tú a él... Hay que hacer las cosas sin poner a nadie en evidencia y sin desvelar de dónde vienen las informaciones ... Mira, hijo ... al Caudillo le cuentan que tú no te vas a casar por la Iglesia porque te has hecho comunista ... y como te has hecho comunista y no estás casado por la Iglesia, él no te puede invitar a El Pardo porque a sus cacerías hay que ir con esposa y tú, ante los ojos de Dios, no tienes aún ... Y tampoco puede venir aquí porque aunque aquí tú mandes y pongas tus reglas, el hecho de que él las aceptara viniendo significaría que a ti te permite lo que a nadie ... y eso levantaría llagas y más envidias, tanto en la sociedad como en sus partidarios ... sin hablar de la Santa Curia ... Con lo cual... tú te casas, tienes esposa oficial pa ir a El Pardo a pegar los tiros que quieras y dejas de ser comunista, todo a la vez y el mismo día ... y aquí todos a callar ... paz y gloria ... ¡Qué digo yo, · hombre!. .. No dos ... tres pájaros o más de un tiro ... y se acabaron las tonterías y las malas lenguas y les damos a todos en to los morros ... Eso sí... un favor te pido ...

-¿Un favor me pides? ... ¿Por qué lo queme acabas de pedir no es uno? ... ¡No, claro. Lo que me acabas de pedir ¡es un sacrificio de cojones!

-Escúchame ... escúchame, hijo ... antes de hablar escúchame ... Tú te me casas ... y además me comulgas.

-¡Ni harto vino! Se acabaron ya las bromas, papá ... ¿Dónde está tu ateísmo y tu pasado republicano?


TANJA OSTOJIC


Ovejas negras, Félix de Azúa, p. 109

En julio de 2001, Tanja Ostojic se depiló el triángulo púbico y le dio la forma de un cuadrado. La decisión de Tanja podría parecer un capricho privado, pero tuvo lugar en la Bienal de Venecia y fue una de las obras artísticas más valoradas por el comisario Harald Szeemann. Bien es verdad que sólo Szeemann pudo ejercer semejante juicio sobre la obra, ya que la depilación tuvo lugar en su presencia. Nadie más pudo contemplar la acción llamada Black Square on White. Quizá podría haberse titulado Black Square on Pink, pero nunca sabremos si el título se adecua a la pieza, del mismo modo que nadie sabrá nunca cómo pudo Szeemann tomar la decisión de incluir la obra en la Bienal, sin antes haberla visto.

Aunque para Ostojic su acción es una denuncia del Cuadrado Negro de Malevitch, algunos teóricos afirman que para llevar la obra a su perfección habría que haber utilizado otra parte de la anatomía humana, quizá la zona anal de un varón muy hirsuto, por ejemplo. El valor simbólico transgresor del culo es muy superior al del Monte de Venus, cuyo nombre ya lo dice todo.

No es la primera vez que Ostojic utiliza una materia artística tan efímera. En 1998 se la podía ver en el ascensor del Museo de Historia de Luxemburgo, desnuda y rapada de arriba abajo. Los usuarios del ascensor subían y bajaban acompañados por la escultura humana «Ostojic». La obra, titulada Personal Space, se incluyó en la «Manifesta 2» de la ciudad, y tampoco en este caso hemos podido averiguar si el comisariado la juzgó aceptable tras haberla estudiado apreciativamente. Con ser interesante, lo mejor de la producción de Ostojic no es el objeto artístico material (posiblemente mejorable), sino los comentarios que suscita entre los teóricos. En un artículo de Suzana Milevska (NU. vol. III, n.º 5, 2001. The Nordic Art Review) se relaciona Personal Space con una crítica al régimen de Milosevic, ya que el dictador impedía cualquier «espacio personal», incluso en los ascensores. También permitía una reflexión sobre la mirada, dado que los usuarios que miraban a la chica, eran, a su vez, mirados por otros usuarios y por la chica, lo cual suele ocurrir en los ascensores pero más intensamente cuando los utiliza una chica desnuda. Además, usuarios y chica se convertían en un grupo viviente ( del que Luxemburgo pagaba sólo una parte mínima) con el consiguiente «reexamen de las dicotomías establecidas». Según la experta, en esta obra es evidente la influencia de A!thusser


LA CULTURA OLALA


Ovejas negras, Félix de Azúa, p. 51

En cuanto cruzas la frontera, comienza el calvario. Ya en Céret, villa de siete mil habitantes próxima a Perpignan, ves el primer cartelito: «Céret, ville d'art moderne. » ¿No pueden anunciar otra cosa? En la Guide Bleue dice que allí «l'on danse la fameuse sardane» y que hay corridas de toros. ¿No podrían ofrecer sardana y toros, o ensaladas de atún? No: el ayuntamiento de Céret sabe que lo que realmente da dinero es la cultura. La cultura es como el cerdo, no tiene desperdicio.

Querías ver el Pont du Gard porque admiras al arquitecto Agripa, que era cuñado del emperador Augusto cuando los cuñados todavía podían hacer algo de provecho, hace dos mil años. No obstante, es muy difícil que lo veas. Tienes que aparcar ( 4 €) en una inmensa playa a sol de plomo con otros dos mil automóviles y luego recorrer cientos de metros flanqueados por galerías comerciales, cafés latinos, museos romanos, espectáculos de Asterix, hasta llegar a la imponente mole de cincuenta metros de altura y tres pisos de arcadas, absolutamente tomada por turistas culturales como tú. Imposible emocionarse ante  la grandeza de los ingenieros romanos que levantaron este prodigio en cinco años, cuando hoy (y usando hormigón armado) tardarías diez. Familias devorando carnernbert, niños escupiéndose pipas de sandía, ciclistas agresivos, montañas de mochilas, la madre de todas las mochilas. Y tú, lamentable con tu Suetonio sudado.

Esquivas entonces lo monumental y decides perderte en el agujero negro de Francia, en Fontaine-de-Vaucluse, apartado de todo circuito oficial y en donde nace el manantial más misterioso de la geografía francesa. Los espeleólogos han bajado ya a trescientos metros de profundidad en esta gruta verde esmeralda de donde brota un océano de agua helada, y aún es un enigma. Por desgracia, aquí estuvo Petrarca con su péñola y su inspiración, de modo que hay media docena de restaurantes llamados «Las Rimas gastronómicas» o «Laura Bonita» o «El  cancionero de la pizza», un museo ecológico del agua, un molino de papel con visita pedagógica, y así sucesivamente. Miles de turistas culturales que jamás han leído a Petrarca comen bocadillos de salchichón «italiano» y compran muñequitos que figuran a Petrarca haciendo el sesenta y nueve con Laura.

No hay lugar en Francia que no se haya infectado de cultura. No hay pueblecito o aldea que no dedique su calle a René Char, o anuncie la casa donde Cocteau pasó un fin de semana acompañado por su peluquero, que no se ufane de su museo y su mediateca.


INCIPIT 1.229. UNA ODISEA / DANIEL MENDHELSOHN


A última hora de una tarde de enero, hace unos años, cuando estaba a punto de iniciarse el semestre universitario de primavera durante el cual yo iba a dirigir un seminario sobre la Odisea, mi padre, investigador científico retirado, que a la sazón tenía ochenta y un años, me preguntó, por motivos que entonces creí comprender, si podía él asistir al curso; y le dije que sí. Y, en consecuencia, una vez a la semana, durante las dieciséis semanas siguientes, recorrió el trayecto entre la casa de las afueras de Long Island donde yo me crie, una modesta vivienda de dos niveles en la que él seguía viviendo con mi madre, hasta el campus ribereño del pequeño instituto universitario en que doy mis clases, que se llama Bard. Todos los viernes por la mañana, a las diez y diez, mi padre se sentaba junto a los alumnos matriculados en el curso, chicos de diecisiete o dieciocho años que no tenían ni la cuarta parte de su edad, y participaba en el análisis de este antiguo poema, una epopeya que trata de largos viajes y largos matrimonios, y también de lo que significa estar lejos de casa.

Era pleno invierno al empezar el semestre, y mi padre -cuando no estaba intentando convencerme de que el protagonista del poema, Odiseo, no era un auténtico héroe (porque, decía él, «es un embustero y ha engañado a su mujer»)- vivía muy preocupado con la meteorología


INCIPIT 1.228. TIEMPOS QUE FUERON / ESTHER TUSQUETS, OSCAR TUSQUETS BLANCA


TIEMPOS QUE FUERON

Desde un sillón de hamaca, en un patio, recordó con desorden y con amor los tiempos que fueron. JORGE LUIS BORGES, La otra muerte

En la segunda página de sus memorias Ingmar Bergman  confiesa que a los cuatro años, una tarde luminosa y soleada, creyendo que está solo en casa, entra sigiloso en el dormitorio de sus padres,-donde duerme la hermanita que le ha provocado unos celos incontrolables, decidido a estrangularla, proyecto que habría llevado a cabo, si su torpeza no hubiera provocado que el bebé despertase de inmediato con un chillido penetrante y que él, al intentar taparle la boca, perdiese pie y cayese de la silla a la que se había encaramado para perpetrar el fracasado homicidio. Cuenta también que más adelante, a los dieciséis años, es enviado a Alemania en un intercambio de estudiantes. En Weimar tiene ocasión de asistir a los festejos del día del Panido Nazi, que son encabezados por Hitler.


HOMERO


Una Odisea, Daniel Mendelsohn, p. 122

Podría uno, pensé mientras volvía a colocar en su sitio de mi librería los Macmillan rojos, rastrear estas genealogías intelectuales en una línea más o menos continuada hasta los tiempos más antiguos; en mi caso, de Jenny a su padre y sus maestros y luego a Wolf; y luego de Wolf a los humanistas italianos del Renacimiento, que recolectaron con avidez los manuscritos de pergamino y vitela de los textos clásicos copiados y vueltos a copiar durante mil años, para ponerlos en caracteres tipográficos por primera vez, creando las primeras versiones de imprenta y, así, situando los clásicos al alcance de un público mucho más amplio del que hasta entonces habían tenido; desde esos humanistas del Renacimiento, remontándonos en el tiempo y en el espacio hasta los eruditos bizantinos de habla griega, que en el transcurso de casi un milenio -entre el siglo VII y el XV- preservaron el conocimiento del griego en el Mediterráneo oriental mucho después de que hubiera desaparecido de Europa, tras la caída del Imperio romano de Occidente; eruditos que copiaron y volvieron a copiar cuidadosamente estos textos, como la Ilíada profusamente anotada que Villoisin descubrió en la biblioteca veneciana; dejando atrás a los bizantinos, hasta los sabios del periodo que llamamos Antigüedad Tardía, entre el 400 y el 500 d. C., y más allá, hasta los entusiastas de la literatura griega que florecieron con el desarrollo del Imperio romano, un batiburrillo de críticos de alto copete y de divulgadores de menor alcurnia ( un ejemplo tristemente célebre es el de un sabio a quien llamaban Bibliolathos -«el que se olvida de los libros»-, porque había escrito tantos libros que ya ni se acordaba de ellos); y finalmente hasta los primeros y más autorizados comentaristas de Homero, los sabios que, a partir del siglo III a. C., gestionaron la biblioteca de Alejandría y que se entregaron sobre todo al estudio de los textos de la Ilíada y la Odisea, los primeros especialistas profesionales en plantearse las preguntas que el apparatus criticus de cada página de los Oxford Classical Texts trata de contestar: ¿cuáles fueron en realidad las palabras que Homero cantó?


Friedrich August Wolf


Una Odisea, Daniel Mendelsohn, p.58

Más adelante, me gustó saber que mi intuición en lo relativo a la dureza de lo clásico había dado en el clavo. Las raíces de esta disciplina se remontan a finales del siglo XVIII, cuando un erudito alemán llamado Friedrich August Wolf llegó a la conclusión de que la interpretación de los textos literarios -tarea que mucha gente, incluido mi padre, sin pararse a pensarlo, considera subjetiva, falta de claridad, opinable- debería recibir la consideración de rama muy rigurosa de la ciencia. Para Wolf, muchas de las teorías educativas que circulaban en sus tiempos eran deplorablemente sensibleras y flojas -así, por ejemplo, las preconizadas por John Locke en Inglaterra y Jean-Jacques Rousseau en Francia, que ponían el énfasis en los objetivos prácticos de la educación, en su propósito de preparar a los alumnos para la «vida real»-. Lo que se preguntaban aquellos filósofos era: ¿qué pueden enseñar los estudios clásicos a los estudiantes de nuestro tiempo? Locke, como tantos padres de hoy, se preguntaba con mucha sorna para qué podía servirle a un trabajador el conocimiento del latín. Wolf le respondió que servía a la naturaleza humana. Para él, el objeto de esta nueva ciencia literaria-la «filología », que en griego significa «amor al lenguaje»- era nada menos que la comprensión profunda de las «capacidades intelectuales, sensuales y morales del hombre». No obstante, para estudiar como es debido los antiguos textos y culturas había que planteárselos de un modo tan científico como cuando nos aproximamos al estudio del universo físico. Igual que en las matemáticas o la física, argumentaba Wolf, el estudio más significativo de la civilización clásica solo podía derivarse del dominio de muchas disciplinas esenciales e interrelacionadas: una inmersión no solo en el griego y el latín antiguos (y, muchas veces, en el hebreo y el sánscrito), en sus vocabularios y gramáticas y sintaxis y prosodias, sino también en la historia, la religión, la filosofía y el arte de las culturas que hablaron y escribieron estas lenguas. A esta inmersión, proseguía Wolf, había que añadir el dominio de materias más especializadas, como las necesarias para descifrar los papiros antiguos, los manuscritos y las inscripciones; dominio que, a fin de cuentas, es tan necesario para el estudio de la literatura antigua como el dominio de la geometría plana y la geometría espacial, de la aritmética y el álgebra y, evidentemente, del cálculo, para estudiar lo que llamamos matemáticas. Y así nació la filología clásica.


ESTHER TUSQUETS


Tiempos que se fueron, Esther Tusquets, p. 99

Me encantaba que tía Sara me invitase a pasar unos días en su casa del Maresme. Me mimaba y me cocinaba cosas exquisitas. Digas lo que digas, en casa siempre se comió fatal, las criadas sisaban de forma descarada, aseguraban que no podían comprar limón para disfrazar el pescado porque el limón era carísimo, y un día que nos  atrevimos a manifestar nuestra protesta, mamá dijo muy seria y estirada: «No pretenderéis que yo entre en la cocina. » Las tristes cenas en la mesa de mármol de la cocina ante un plato de patatas con verrugas negras hervidas y judías verdes blandas de tan cocidas no se me olvidan. Cuando expliqué estas cosas a Federico comparándolas con lo bien que comía cada día Lluís, a quien su madre cocinaba con amor, me contestó: «No sé de qué te sorprendes. Claro que Lluís come muchísimo mejor que nosotros. Toda la alta burguesía barcelonesa come fatal. Es cosa sabida.» Josep Pla lo había advertido muchos años antes. Pero tía Sara no solo cocinaba honestamente, ¡me dejaba mojar pan en la olla en que rustía el tajo redondo!, deliciosa ordinariez que nunca se hubiese aceptado chez nous, donde comer constituía una necesidad vital pero disfrutar con ello era de muy mal gusto. ¡Y no digamos beber! En casa, si no se esperaba un invitado, jamás hubo una botella de vino. Allí, en aquella casita del Maresme, creo que estuve más cerca de la muerte de lo que he estado nunca. Sara me acaba de bañar y, tras secarme amorosamente, me deja en la salita envuelto en la toalla, mientras ella va un momento a la cocina. Con la toalla húmeda y descalzo, veo pegado en la pared un cilindrito de porcelana blanca con dos ojitos negros que me miran. Con decisión pongo los deditos sobre ellos. Naturalmente, se trata de un enchufe de aquella época, con los terminales en superficie, y recibo una brutal descarga eléctrica que me recorre desde los dedos de la mano hasta las plantas de los pies. Los enchufes eran así y, naturalmente, la instalación no contaba con interruptores diferenciales.


EL ABUELO DE GG MARQUEZ


García Márquez: historia de un deicidio, p.34

Entre el abuelo y el nieto parece haber existido, más que afecto, una total complicidad. García Márquez lo recuerda con deslumbramiento: «Él, en alguna ocasión, tuvo que matar a un hombre, siendo muy joven. Él vivía en un pueblo y parece que había alguien que lo molestaba mucho y lo desafiaba, pero él no le hacía caso, hasta que llegó a ser tan difícil su situación que, sencillamente, le pegó un tiro. Parece que el pueblo estaba tan de acuerdo con lo que hizo que uno de los hermanos del muerto durmió atravesado, esa noche, en la puerta de la casa, ante el cuarto de mi abuelo, para evitar que la familia del difunto viniera a vengarlo. Entonces mi abuelo, que ya no podía soportar la amenaza que existía contra él en ese pueblo, se fue a otra parte; es decir, no se fue a otro pueblo: se fue lejos con su familia y fundó un pueblo». En Cien años de soledad, la fundación de Macondo es el resultado de un episodio semejante. José Arcadio Buendía, el fundador de la estirpe, mata a Prudencio Aguilar, y el cadáver de la víctima lo hostiga con sus apariciones hasta que José Arcadio cruza la Cordillera con veintiún compañeros y funda Macondo: «Sí, se fue y fundó un pueblo, y lo que yo más recuerdo de mi abuelo es que siempre me decía: "Tú no sabes lo que pesa un muerto". Hay otra cosa que no olvido jamás, que creo que tiene mucho que ver conmigo como escritor, y es que una noche que me llevó al circo y vimos un dromedario, al regreso, cuando llegamos a la casa, abrió un diccionario y me dijo: "Éste es el dromedario, ésta es la diferencia entre el dromedario y el elefante, ésta es la diferencia entre el dromedario y el camello"; en fin, me dio una clase de zoología. De esa manera ya me acostumbré a usar el diccionario». El abuelo era tuerto y hablaba incansablemente de su jefe durante la guerra de los mil días, el líder liberal Uribe Uribe. Don Nicolás y Uribe son el modelo de toda una genealogía en el mundo ficticio de García Márquez: los coroneles. El abuelo murió cuando García Márquez tenía ocho años: «Desde entonces no me ha pasado nada interesante», asegura él y, desde el punto de vista de sus demonios, ésta es, en comparación con otras, una moderada exageración.


INCIPIT 1.227. GARCIA MARQUEZ : HISTORIA DE UN DEICIDIO / MARIO VARGAS LLOSA


l. La realidad como anécdota

Al comenzar los años veinte, un muchacho llamado Gabriel Eligio García abandonó el pueblo donde había nacido, Sincé, en el departamento colombiano de Bolívar, para ir a Cartagena, donde quería ingresar a la Universidad. Lo consiguió, pero su paso por las aulas no duró mucho. Sin recursos económicos, se vio muy pronto obligado a dejar los estudios para ganarse la vida. La costa atlántica de Colombia vivía en esos años el auge del banano, y gente de los cuatro rincones del país y del extranjero acudía a los pueblos de la zona bananera con la ilusión de ganar dinero. Gabriel Eligio consiguió un nombramiento que lo instaló en el corazón de la zona: telegrafista de Aracataca. En este pueblo, Gabriel Eligio no encontró la fortuna, como probablemente había soñado, sino, más bien, el amor. Al poco tiempo de llegar se enamoró de la niña bonita de Aracataca. Se llamaba Luisa Santiaga Márquez !guarán y pertenecía al grupo de familias avecindadas en el lugar desde hacía ya muchos años, que miraban con disgusto la invasión de forasteros provocada por la fiebre bananera, esa marea humana para la que habían acuñado una fórmula despectiva: «la hojarasca ». Los padres de Luisa -el coronel Nicolás Márquez Iguarán y Tranquilina !guarán Cotes- eran primos hermanos y constituían la familia más eminente de esa aristocracia lugareña. El padre había ganado sus galones en la gran guerra civil de principios de siglo, peleando bajo las órdenes del general liberal Rafael Uribe Uribe, y Aracataca, en gran parte por obra suya, se había convertido en una ciudadela liberal.


INCIPIT 1.226. EL RITMO PERDIDO / SANTIAGO AUSERON


VOCES EN LO OSCURO

Decía Aristóteles, hablando de la amistad: «El querer ser conocido parece ser un sentimiento egoísta motivado por el deseo de recibir algún bien, pero no de hacerlo, mientras que uno quiere conocer para obrar y amar.» Y remataba la frase más interesante de sus libros sobre la ética con una coletilla misteriosa: «Por esta razón, alabarnos a los que continúan amando a sus muertos, pues conocen sin ser conocidos.» No resulta evidente la necesidad de empezar un libro sobre música popular citando a los clásicos griegos, pero ruego al lector que confíe en que esa necesidad se ha de ir justificando a lo largo de estas páginas. Las ganas de conocer, más que de ser conocido, me incitan a escribir acerca de las canciones venidas de otro mundo. Me veo forzado sin embargo a hablar de mi experiencia personal por mantenerme atento a lo que hemos oído, cuyo sentido no hemos acabado de interpretar. Voy a enfrascarme en el libro de la amistad con los fantasmas sonoros que, siendo por naturaleza efímeros, quieren que los hagamos durar. Aparentemente no hay tiempo para demorarse en escuchar  con atención las voces del pasado.   


BASILISCO


García Márquez: historia de un deicidio, p.21

García Márquez recuerda a su abuela, ordenando cada mañana a las sirvientas: «Hagan carne y pescado porque nunca se sabe qué le gusta a la gente que llega». Y había además una tía dotada de cualidades sorprendentes: «Hay otro episodio que recuerdo y que da muy bien el clima que se vivía en esta casa. Yo tenía una tía ... Era una mujer muy activa; estaba todo el día haciendo cosas en esa casa y una vez se sentó a tejer una mortaja; entonces yo le pregunté: "¿Por qué estás haciendo una mortaja?". "Hijo, porque me voy a morir", respondió. Tejió su mortaja y cuando la terminó se acostó y se murió. Y la amortajaron con su mortaja. Era una mujer muy rara. Es la protagonista de otra historia extraña: una vez estaba bordando en el corredor cuando llegó una muchacha con un huevo de gallina muy peculiar, un huevo de gallina que tenía una protuberancia. No sé por qué esta casa era una especie de consultorio de todos los misterios del pueblo. Cada vez que había algo que nadie entendía, iban a la casa y preguntaban y, generalmente, esta señora, esta tía, tenía siempre la respuesta. A mí lo que me encantaba era la naturalidad con que resolvía estas cosas. Volviendo a la muchacha del huevo le dijo: "Mire usted, ¿por qué este huevo tiene una protuberancia?". Entonces ella la miró y dijo: "Ah, porque es un huevo de basilisco. Prendan una hoguera en el patio". Prendieron la hoguera y quemaron el huevo con gran naturalidad. Esa naturalidad creo que me dio a mí la clave de Cien años de soledad, donde se cuentan las cosas más espantosas, las cosas más extraordinarias con la misma cara de palo con que esta tía dijo que quemaran en el patio un huevo de basilisco, que jamás supe lo que era».


LA PILDORITA AZUL


García Márquez: Historia de un deicidio, Vargas Llosa, p. 16

García Márquez evoca así ese episodio: «Llegó un momento en que toda esa gente empezó a tomar conciencia, conciencia gremial. Los obreros comenzaron por pedir cosas elementales porque los servicios médicos se reducían a darles una pildorita azul a todo el que llegara con cualquier enfermedad. Los ponían en fila y una enfermera les metía, a todos, una pildorita azul en la boca ... Y llegó a ser esto tan crítico y tan cotidiano, que los niños hacían cola frente al dispensario, les metían su pildorita azul, y , ellos se las sacaban y se las llevaban para marcar con ellas los números en la lotería. Llegó el momento en que por esto se pidió que se mejoraran los servicios médicos, que se pusieran letrinas en los campamentos de los trabajadores porque todo lo que tenían era un excusado portátil, por cada cincuenta personas, que cambiaban cada Navidad ... Había otra cosa también: los barcos de la compañía bananera llegaban a Santa Marta, embarcaban banano y lo llevaban a Nueva Orleans; pero al regreso venían desocupados. Entonces la compañía no encontraba cómo financiar los viajes de regreso. Lo que hicieron, sencillamente, fue traer mercancía para los comisariatos de la compañía bananera y donde sólo vendían lo que la compañía traía en sus barcos. Los trabajadores pedían que les pagaran en dinero y no en bonos para comprar en los comisariatos. Hicieron una huelga y paralizaron todo y, en vez de arreglarlo, el gobierno lo que hizo fue mandar el ejército. Los concentraron en la estación del ferrocarril, porque se suponía que iba a venir un ministro a arreglar la cosa, y lo que pasó fue que el ejército rodeó a los trabajadores en la estación y les dieron cinco minutos para retirarse. No se retiró nadie y los masacraron». La cita no sólo documenta el origen histórico de un episodio de Cien años de soledad; además, revela algo sobre la personalidad del autor: su memoria tiende a retener los hechos pintorescos de la realidad. Las anécdotas de la «pildorita azul» y de la «letrina portátil» no atenúan las implicaciones morales y políticas del drama social a que aluden, aunque seguramente hay en ellas exageración. Al contrario: lo fijan en hechos que, por su carácter inusitado y su cruel comicidad, le dan un relieve todavía mayor.



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