Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

PROUST


Una temporada con Marcel Proust, René Peter

En sus inicios, Marcel, joven, guapo, rico, adulado, fue atraído por la «sociedad», llevado por un esnobismo manifestado como ambición mundana. Quiso equipararse con los descendientes de las grandes familias, a los que frecuentaba de forma continuada. Se exasperó persiguiendo ese inefable «no sé qué» que caracteriza a las personas de alta cuna. Después consiguió acercarse a la realización de su deseo. Se convirtió en acompañante habitual de los hijos «fin de siglo» de las nobles familias, sin llegar, sin embargo, a penetrar en estos santuarios entonces sólidamente amurallados.

Pero Marcel era demasiado inteligente y profundo para pasar el resto de su vida persiguiendo aquello que llamaría más tarde «el tiempo perdido». Al cabo de unos años había madurado y empezó a comprender la vanidad de su propósito. ¿Entonces? ¿Por qué no renunció de golpe? Porque ya sentía almacenarse en él la secreta riqueza de esta documentación humana que sería la base de su obra futura. Siguió frecuentando el gran mundo, ya no por esnobismo, sino por la necesidad de que fueran madurando los personajes que nacían en él. Le faltaba todavía conocer la personalidad del que sería más tarde un Charlus o un Forcheville, encontrar el estilo de los futuros Guermantes, descubrir dónde encargaba la marquesa de Cambremer sus sombreros de papagayos.

Después, cuando esta maquinaria de sentimientos y de matices está montada en su interior, cuando la siente bien rodada y presta a funcionar, toma en su reclusión de Versalles una gran resolución: decide retirarse a la soledad de su piso del Boulevard Haussmann, que será su trampa. Allí pueden amontonarse las invitaciones, al menos durante los primeros tiempos (porque después se olvidarán de él hasta que su gloria deslumbrante aunque tardía lo convierta en alguien valioso), él las ignora. En otros tiempos, ¿qué no habría hecho, a qué complicados manejos no habría recurrido, cuántos sueños, sabios andamios, desvíos estratégicos, para obtener el triunfo de la tarjetita invitándolo a la casa de tal o cual gran dama? Ahora la tarjetita languidece, abandonada en un rincón.


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