Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

MATRIMONIOS

De Mi ciudad perdida de  FSFitzgerald, p.67
Pero después de los treinta, tanto el marido como la mujer saben en lo más profundo que el juego ha terminado. Sin unos cuantos cócteles las relaciones sociales se convierten en un suplicio. Ya no son espontáneas; se trata de una convención por la que acceden a cerrar los ojos ante el hecho de que otros hombres y mujeres que conocen están cansados, aburridos y gordos; con todo, tienen que soportarlos de una manera tan educada como la que, a cambio, emplean quienes los soportan a ellos.
He conocido a muchas parejas jóvenes -pero rara vez he visto un hogar feliz una vez que el marido y la mujer tienen más de treinta años. La mayoría de los hogares pertenece a uno de estos cuatro tipos:
1° Aquel en el que el marido es un tipo lo bastante vanidoso como para pensar que un trabajo de mala muerte en una aseguradora es mucho más complicado que criar a bebés, y que todo el mundo debería hacerle la reverencia en casa. Es esa clase de hombre cuyos hijos huyen del hogar tan pronto como aprenden a andar.
2° Aquel en el que la mujer tiene lengua afilada y complejo de mártir, y piensa que es la única mujer del mundo que ha tenido un hijo. Este es probablemente el hogar más infeliz de todos.
3° Aquel en el que siempre se les recuerda a los niños lo buenos que han sido sus padres al traerlos al mundo, y cuánto deberían respetar a sus padres por haber nacido en 1870 en lugar de en 1902.
4° Aquel en el que todo es para los hijos. En el que los padres pagan por la educación de los hijos mucho más de lo que se pueden permitir, y los malcrían en exceso. Todo esto suele terminar con una situación en la que los hijos se avergüenzan de los padres.

EL FEMINISMO EN LOS AÑOS DEL JAZZ

De FSFitzgerald
Con la confusión general sobre lo que quieren los hombres ... “¿Debería ser rápida o debería ser directa? ¿Debería ayudarle a conseguir el éxito o debería unirme a él una vez que él lo haya conseguido? ¿Debería asentarme o debería mantenerme joven? ¿Debería tener un niño o cuatro?” ... estos problemas, que una vez fueron exclusivos de ciertas clases, y que son ahora los problemas de toda chica, han provocado que empiecen a buscar la aprobación no de los hombres sino de unas y otras.

NAZIS

De Un reguero de pólvora de Rebbecca Wet, p.103-104
Las ejecuciones iban a tener lugar el 16 de octubre. En algún momento de la noche anterior, Góring se quitó la vida. El enorme payaso, el enigma sexual cuya sonrisa tal vez resultase demasiado rígida para ser burlona -o tal vez no-, había hecho saltar de una patada de entre las manos de los servidores de la ley la bandeja en la que se le iba a servir el vino de la humillación; las copas habían volado por los aires, haciéndose añicos al caer, con un sonido demasiado parecido al de la risa. Eso no debería haber ocurrido. Todos somos cazadores, pero sabemos que nos sigue la pista un cazador más poderoso; nuestro afecto se dirige a las presas, y nos alegramos cuando la que ha caído en la trampa consigue zafarse de ella. En ese momento, la visceral tristeza se convirtió en alegría visceral; teníamos que aplaudir a la carne que no se había resignado a aceptar el fin que se le había impuesto, sino que lo había vuelto expresión de desafío. Todas las personas que habían huido de Núremberg, británicas,  americanas y francesas, que estaban desperdigadas por todo el mundo, tratando de olvidar el lugar de su confinamiento, levantarían la vista de lo que quiera que estuviesen haciendo y  soltarían una carcajada sin poder contenerse, exclamando: «¡Qué tío! Siempre supimos que al final podría con nosotros». A buen seguro, también los alemanes que caminaban entre los escombros de sus ciudades mientras sus conquistadores iban en coche harían una pausa, levantarían la cabeza y se reirían, diciendo: «¡Qué tío! Siempre supimos que al final podría con ellos».

A Goring no se le debería haber consentido ni siquiera esta minima mejora de su sino. 

EL FUTURO DE LA HUMANIDAD

De Kassell no invita a la lógica de EV-M, p.89
Ésta es la clase de cosas, pensé, que nunca podemos ver en los informativos de televisión. Son silenciosas conspiraciones de personas que parecen entenderse sin hablar, calladas rebeliones que a cada momento tienen lugar en el mundo sin que sean percibidas, grupos que se forman al azar, súbitas reuniones en mitad del parque o en la oscura esquina y que nos permiten de vez en cuando ser optimistas respecto al futuro de la humanidad. Se juntan unos minutos y luego se separan y todos se afirman en la soterrada lucha contra la miseria moral. Un día, se sublevarán con furia inédita y lo dinamitarán todo.

DEL AMOR A LOS ANIMALES

De Un reguero de pólvora, de Rebecca West, p. 238
El trazado de la costa es muy tortuoso por aquí, y tal como está orientada esta bahía, el rompeolas nos guarece del viento del este. Vaya, no hace demasiado tiempo, estábamos en pleno noviembre, bajé hasta aquí y me encontré con una gran foca tomando el sol en aquel canal de allí. La batea estaba aquí, la foca allí, recostada en la orilla como si estuviese en una butaca. Me dije a mí mismo, “Vaya, nunca he cazado una foca, y ahora voy a hacerme con una”; había dejado la escopeta en el suelo al pie del rompeolas, y volví por ella. Estaba reptando hacia la foca cuando se volvió, me miró y empezó  a sacudir la cabeza, ¿me entienden? La movió de un lado a otro, como suele hacer la gente mayor cuando está sentada y a gusto. Así -y el señor Tiffen hizo un movimiento que nos trajo ante los ojos de la mente a todas las focas de zoológicos y circos que recuerdan a señoras mayores, a todos los señores mayores que parecen focas-. Después de ver eso, no fui capaz de dispararle. No tuve valor para quitarle la vida. No, después de que me hubiese mirado y hubiese movido la cabeza de esa forma. Bajé la escopeta y la dejé tranquila. -Con el rostro todo arrugado por una afectuosa sonrisa, el señor Tiffen paseó la mirada por su marisma, por su cielo-. Era un día precioso, como éste -dljo.

FRASES DE SAFO DE LESBOS

De El abrigo de Proust de Lorenza Foschini, p. 73
En 1937 Robert Proust preparó un cuaderno de dictados para las clases dominicales que organizaban para los niños en la calle St. Nievens. Un día a la semana reunían a todos los niños de la guerra, con la intención de que no se cortara del todo el cordón umbilical que los mantenía unidos entre sí y con su tierra natal. Robert daba clases de castellano. En el cuaderno aparecen frases de los autores de su biblioteca, escogidas por él aquí y allá. Abría los libros de sus escritores favoritos y copiaba los pasajes elegidos. La lista de autores es larga: se recogen reflexiones de, entre otros, Montesquieu, Goethe, Victor Hugo, Zola, Schiller, Tolstoi, Hume, Carlyle y Auerbach. El cuaderno es pequeño, cuadriculado, de esos que usan los estudiantes. Al ir hojeándolo leo estas tres frases de Safo:
“Ante el odio, nada mejor que el silencio”
Y más abajo:
«Una persona bella solo lo es mientras la ven los demás, pero una persona sabia lo es incluso cuando nadie la ve.»
Y por último:

«Si la muerte fuera buena, los dioses no serían inmortales.»

LO SINIESTRO

De Limónov de Emmanuel Carrère, p. 240.241
Freud teorizó el concepto de Unhdmlich,  que se traduce como “la inquietante extrañeza” y que designa esa sensación que podemos tener en sueños, y a veces en la vigilia: que lo que tenemos delante, que parece conocido, nos es de hecho profundamente extraño. Alien, se diría en inglés. La Rumanía posrevolucionaria me produjo el efecto de una auténtica  Disneylandia del Unheimliche. Una twilight zone, que inquietantes rumores decían minada como un queso gruyere por una red de galerías subterráneas excavadas por la policía secreta y en la que desaparecían personas. Una zona de crepúsculo perpetuo e hipócrita, situada entre dos luces, y hasta las decenas de miles de perros vagabundos que pululaban por Bucarest, disputando la comida a decenas de miles de niños también errantes, parecían menos temibles que los lobos en los que se habían convertido rodas los hombres para sus semejantes. El odio, la sospecha, la calumnia, impedían respirar, como un gas tóxico. Entre tantos ejemplos, recuerdo a aquel escritor, lleno de premios y de funciones oficiales desde hacía veinte años, que me daba la lata con su “resistencia interior” al régimen vilipendiado, y que cuando le pregunté si, de todas formas, dando por sentado que yo no le acusaba de nada en absoluto, que yo comprendía muy bien la cuasi imposibilidad de una actitud así, otros no habían resistido un poco menos interiormente que él, si no podría citarme algunos nombres (yo pensaba en algunos opositores de una reputación intachable, los homólogos locales de Sájarov), me miró con seriedad ames de responder que prefería callárselos, por discreción y misericordia, porque nadie ignoraba que la  Securitate reclutaba entre sus pretendidos adversarios a sus más celosos informadores. Bien. Hasta aquí estamos en el primer grado de lo tortuoso. El segundo, que da consistencia a las cosas, es que rodas las mentes sutiles a quienes he referido esta respuesta me dijeron que, por supuesto, mi interlocutor tenía razón. Nadie lo ignoraba, todos lo sabían, era de dominio público. 

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