Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LO SINIESTRO

De Limónov de Emmanuel Carrère, p. 240.241
Freud teorizó el concepto de Unhdmlich,  que se traduce como “la inquietante extrañeza” y que designa esa sensación que podemos tener en sueños, y a veces en la vigilia: que lo que tenemos delante, que parece conocido, nos es de hecho profundamente extraño. Alien, se diría en inglés. La Rumanía posrevolucionaria me produjo el efecto de una auténtica  Disneylandia del Unheimliche. Una twilight zone, que inquietantes rumores decían minada como un queso gruyere por una red de galerías subterráneas excavadas por la policía secreta y en la que desaparecían personas. Una zona de crepúsculo perpetuo e hipócrita, situada entre dos luces, y hasta las decenas de miles de perros vagabundos que pululaban por Bucarest, disputando la comida a decenas de miles de niños también errantes, parecían menos temibles que los lobos en los que se habían convertido rodas los hombres para sus semejantes. El odio, la sospecha, la calumnia, impedían respirar, como un gas tóxico. Entre tantos ejemplos, recuerdo a aquel escritor, lleno de premios y de funciones oficiales desde hacía veinte años, que me daba la lata con su “resistencia interior” al régimen vilipendiado, y que cuando le pregunté si, de todas formas, dando por sentado que yo no le acusaba de nada en absoluto, que yo comprendía muy bien la cuasi imposibilidad de una actitud así, otros no habían resistido un poco menos interiormente que él, si no podría citarme algunos nombres (yo pensaba en algunos opositores de una reputación intachable, los homólogos locales de Sájarov), me miró con seriedad ames de responder que prefería callárselos, por discreción y misericordia, porque nadie ignoraba que la  Securitate reclutaba entre sus pretendidos adversarios a sus más celosos informadores. Bien. Hasta aquí estamos en el primer grado de lo tortuoso. El segundo, que da consistencia a las cosas, es que rodas las mentes sutiles a quienes he referido esta respuesta me dijeron que, por supuesto, mi interlocutor tenía razón. Nadie lo ignoraba, todos lo sabían, era de dominio público. 

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