Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.336. PALABRAS DEL EGEO / PEDRO OLALLA


Esta vez, cuando bajes del barco, estarás ya tan alto como yo. Se me está haciendo larga la espera. Hoy, a primera hora, cuando todo parecía dormido todavía, me vine a caminar descalzo por la orilla del mar: mis pisadas y las olas que se deshacían suavemente en la arena fueron, durante un rato mágico, los únicos sonidos de la isla. Más tarde busqué asiento en la playa vacía, en el lugar donde ahora estoy, a la sombra de un viejo tamariz con el tronco vencido por el viento y pintado de cal hasta donde comienzan a crecerle las ramas.

La primera página en blanco de este cuaderno en el que ahora te escribo refleja de forma cegadora la pletórica luz que vierte sobre el mundo el cielo del Egeo. Bien pensado, casi me atrevería a decir que no refleja sólo la luz: que también es sensible al soplo de esta brisa, cargada de sal y de tomillo; que el papel es uno de esos muros calientes del camino por el que trepa alguna lagartija; una de esas paredes encaladas del pueblo contra las que resuena el canto infatigable de las cigarras. Me deslumbra su blanco cuando voy a escribir, y tengo que hacer sombra con la mano. Luego, cada vez que levanto la mirada, me encuentro con el mar, de un azul aún mucho más profundo que el del cielo. Y, ¿sabes?, así, como venida del silencio, casi escucho tu risa de niño, tu ya lejana voz de niño, repartiendo con asombro aquella alegría inesperada y pura que te produjo ver delfines por primera vez. Delfines de verdad: tan reales como en tu fantasía.


INCIPIT 1.335. LOS PAPELES DE ASPERN / HENRY JAMES


Había llegado yo a tener confianza con la señora Prest; en realidad, bien poco habría avanzado yo sin ella, pues la idea fructífera, en todo el asunto, cayó de sus amistosos labios. Fue ella quien inventó el atajo, quien cortó el nudo gordiano. No se supone que sea propio de la naturaleza de las mujeres situarse, por lo general, en el punto de vista más amplio y más liberal, quiero decir, en un proyecto práctico; pero algunas veces me ha impresionado que lancen con singular serenidad una idea atrevida, a la que no habría llegado ningún hombre. «Sencillamente, pídales que le acepten a usted en plan de huésped.» No creo que yo, sin ayuda, hubiese llegado a esta conclusión. Yo andaba dando vueltas al asunto, tratando de ser ingenioso, preguntándome por qué combinación de artes podría conseguir a trabar conocimiento


PEFKES


Palabras del Egeo, Pedro Olalla, p. 185

También con frecuencia, el lecho de las letras fueron tablillas de pino marítimo llamadas pefkes : tablillas de la misma madera que, para hacer barcos, bajaba de los montes al mar. ¿Recuerdas la tragedia de Hipólito y Fedra? Fedra, desesperada porque su hijastro Hipólito no cede a la pasión amorosa que ha inspirado en ella la diosa  Afrodita, decide suicidarse; pero, antes, en venganza, escribe sobre una tablilla de pino una carta que inculpa falsamente a Hipólito de haber intentado violarla; Teseo, indignado, maldice entonces a su hijo ante Poseidón, y el dios hace que muera arrastrado por sus propios caballos. Y así, cuando un honrado mensajero lleva a Teseo la triste noticia de la muerte de Hipólito, le dice textualmente: «No llegaría a convencerme de que tu hijo ha obrado mal / ni aunque se colgara toda la estirpe de las mujeres / ni aunque todos los pinos del Ida se llenaran de letras».''

Llenas de referencias a las letras, pues, están las obras literarias que recrean el tiempo de los héroes antiguos; alguien dirá que son meras licencias poéticas, pero yo dudo mucho que sus sabios autores cayeran reiteradamente en el anacronismo. Sin ir más lejos, el famoso caballo de Troya llevaba grabada, en su madera, la inscripción: «Los helenos, a Atenea, en agradecimiento por su regreso a casa».


HUMANISMO


Palabras del Egeo, Pedro Olalla, p. 282

Esa actitud, que ha cruzado los siglos cultivando estas viejas herencias y cosechando sobre terreno hostil humildes frutos, ha sido llamada, en ocasiones, actitud humanista. Fíjate bien ahora en lo que voy a decirte. Históricamente, hemos necesitado esa actitud para ir contra el dogma moral, y, así, hemos descubierto la ética; la hemos necesitado para ir contra el fundamento divino del poder, y, así, hemos inventado la política; la hemos necesitado para ir  contra el principio de la autoridad en el saber, y hemos inventado la ciencia; la hemos necesitado para ir contra la prepotencia de todos los relatos, y hemos definido la dignidad del individuo; la hemos necesitado para ir contra los administradores de la fe, y nos hemos abierto al misterio.

Y ahora, ahora que se han desmoronado, en parte, todas esas sólidas y opresivas certezas, seguimos necesitando de la actitud humanista para construir con fundamento y con honestidad en los vacíos que han dejado. Gracias a las conquistas de la ética, de la política, de la libertad y del conocimiento, los seres humanos somos ahora más poderosos que nunca; pero, también, más peligrosos que nunca. Nuestra capacidad de influir sobre la realidad crece de forma exponencial; pero, a la vez, crece, también, nuestro vacío ético, nuestro vacío existencial y nuestro pragmatismo. Para el hombre, Silvano, es cada vez más fácil jugar a ser Dios; y, por ello, necesitamos de la actitud humanista para ponernos límites, para que la responsabilidad crezca a la par de la capacidad de obrar, para alumbrar nuevos relatos sin erigir nuevas prisiones, para no desaparecer como víctimas de nuestras propias ficciones y delirios.


EGEO


Palabras del Egeo, Pedro Olalla, p. 115

El clima de la Tierra no ha hecho más que cambiar, oscilando entre momentos fríos y calientes, a veces moderados y a veces extremos. A decir verdad, durante la primera mitad de su existencia, este planeta fue un infierno de gases, cataclismos, terremotos y erupciones volcánicas. Después, hubo varios momentos en que fue lo contrario: una silenciosa esfera blanca, recubierta parcial o totalmente de hielo. De hecho, ha habido siete grandes eras glaciales, y ahora, aunque no lo parezca, estamos todavía en la última de ellas, pues la Tierra aún mantiene sus menguados y frágiles casquetes polares.

Hace dieciocho mil años, los hielos del norte llegaban, sin embargo, a las costas del Mediterráneo. Fue entonces cuando comenzaron a fundirse; y, a medida que el mar crecía con el aporte de las aguas retenidas en forma de glaciar, la tundra crecía también en la franja de tierra deshelada que iba recibiendo otra vez los rayos olvidados del sol. Pero aún habría de alejarse mucho el hielo para que brotaran con fuerza la hierba y el bosque, y habría de pasar largo tiempo para que aquellas tierras nuevas se hicieran habitables para el hombre.

Sin embargo, desde su propio origen, el hombre paleolítico tuvo, en esta charca del Egeo, su Jardín del Edén: vegetación frondosa, arroyos cristalinos, árboles y arbustos que lo obsequiaban con sus frutos, cuevas donde encontrar un refugio oportuno, un mar omnipresente de aguas claras y muy poco profundas (como las de esta bahía de Prasa), radas llenas de peces y de otras criaturas de muy fácil captura,  piedra y madera para construir sus ingenios, caza abundante en cada estación, noches estrelladas para aprender del cielo, un invierno benigno y una dilatada primavera.

En la imagen Medea con Teso y su padre -de él- Egeo


Deucalión y Pirra


Palabras del Egeo, Pedro Olalla, p.22

Dicen que, cuando el mar subió a la tierra y las aguas cubrieron gran parte de la Hélade, los bondadosos y devotos Deucalión y Pirra sobrevivieron al desastre en una embarcación construida por advertencia del titán Prometeo. Una vez amainaron las aguas, aunque desolados por ver toda la tierra silenciosa y vacía, Pirra y Deucalión dieron gracias a Zeus, a las ninfas de la montaña y a la diosa Temis, y luego lloraron por hallarse solos, como un triste despojo viviente de la raza humana. Conmovida entonces Temis, pronunció, desde la helada roca de su oráculo, las oscuras palabras que habrían de salvar a la especie: «Cubrid vuestras cabezas, desceñid vuestras túnicas y echad a andar arrojando hacia atrás los pulidos huesos de vuestra gran madre». Deucalión, como hijo que era del sagaz Prometeo, comprendió que la madre era la Madre Tierra; y los huesos, las piedras que estuvieron un día en su seno. Comenzaron, pues, a cogerlas del suelo y a arrojarlas de nuevo a sus espaldas, y de la piedra dura se renovó la dura estirpe de los hombres. Y de la piedra (laas) tomó su nombre el pueblo (laós).

¡Razón tenía el sabio que afirmó que el logos es el retrato del alma! Comprender que los griegos vieron en estas piedras acumuladas en la orilla la imagen de una humanidad es comprender el alma de este pueblo marino. ¿Ves los cantos rodados, Silvano? ¿Los ves ahí en la playa? Pues ahí están los griegos, ahí están los antiguos pobladores del Egeo: nacidos de la  adusta tierra, traídos y llevados por el mar, pulidos por las olas, brillando al sol, rumoreando, todos iguales y todos diferentes. Los griegos: «pueblo marino», como decía Sófocles," o  humildes «ranas asomadas al mar», como decía Sócrates.


INCIPIT 1.334. FAMILIA, INFANCIA Y JUVENTUD / PIO BAROJA


Se piensa en esos postulados que sirven para caracterizar a los pueblos y para dar una base a la política, y mientras quedan vagos y sin detalles, en calidad de lemas, se sostienen; pero cuando se los quiere contemplar en sus detalles, van perdiendo los contornos, y muchas veces se advierte que no son más que palabras.

Si fueran realidades, el mundo conocido estaría ya catalogado corno un herbario, y no daría sorpresas corno las va dando constantemente.

El español es de este modo; el francés, de este otro; el italiano es así, y el inglés, de esta manera. Todo ello es mucha fantasía, y constantemente se están haciendo rectificaciones.

Hay un libro de A. Fouillée, titulado Esquisse psychologique des peuples européens, que quiere ser aclaratorio y definidor, con una petulancia muy francesa; pero a mí no me parece que tenga ninguna exactitud, y creo que se puede afirmar lo contrario de lo que afirma el autor, casi con las mismas garantías.

El mundo quizá fuera más monótono de lo que es si se supieran con seguridad las reacciones de los pueblos; pero, en cambio, cada país tendría más seguridad en sus ideas y en sus actos. La nación sabría su especialidad, y cada provincia sabría la suya dentro de la nación.


INCIPIT 1.333. MANUAL CORSARIO / PP PASOLINI





Pier Paolo Pasolini nace en Bolonia el 5 de marzo de 1922. Es el primogénito de Cario Alberto Pasolini, teniente de infantería, y de Susanna Colussi, maestra de educación básica, con quien el padre, heredero de una antigua familia de Rávena cuyo patrimonio ha malgastado, se casa en diciembre de 1921 en Casarsa, para luego trasladarse a Bolonia. Susanna, primogénita de seis hijos, es católica no practicante y tiene una clara aversión por la retórica política, algo que dificulta la relaci6n con su marido, un militar que, en cambio, ha hallado en los mitos nacionalistas su imagen pública, haciendo de él un hombre sin duda valiente, pero al mismo tiempo patético y temible debido a su pasi6n liberada de todo vínculo cultural o religioso.

debo recordar

 que, junto con el amor inicial por mi madre,

 ha habido también un amor por él: y de los sentidos.

Debo recordar mis pasitos de niño de tres años,

en una ciudad miserablemente perdida entre los montes,

 con un aire ya algo austriaco,

 casi en los manantiales de un río con nombre de museo y de guerra

y de miseria,

un río celeste entre gravas extensas al pie de las montañas,

 mis pasitos a la vera de una carretera

azotada por un sol que no era de mi vida

sino de la de mis padres,

 hacia el arcén donde mi padre, hombre

joven,

 orinaba ... 

BAROJA



Familia, infancia, juventud, Pío Baroja, p. 115
Yo soy un hombre que ha salido de su casa por el camino, sin objeto, con la chaqueta al hombro, al amanecer, cuando los gallos lanzan al aire su cacareo estridente corno un grito de guerra, y las alondras levantan su vuelo sobre los sembrados.
De día y de noche, con el sol de agosto y con el viento helado de diciembre, he seguido mi ruta, al azar, unas veces asustado ante peligros quiméricos; otras, sereno ante realidades peligrosas.
Para entretener mi soledad, he ido cantando, silbando, tarareando canciones alegres y tristes, según el humor y el reflejo del ambiente en mi espíritu.
A veces, al pasar por delante de una casa del camino, cantaba más alto, gritaba, quizá con jactancia, queriendo ser escuchado. «Alguna ventana se abrirá», pensaba, «y aparecerá un rostro simpático y jovial».
No se abría ninguna ventana, no salía nadie; yo insistía cándidamente, y, al insistir, iban brotando de aquí y de allá caras torvas, miradas hostiles, gente en guardia, que apretaba el garrote en las manos huesudas.
«Quizá los he ofendido», discurría yo. «Esa gente no quiere nada conmigo», y seguía mi marcha, al azar, con la chaqueta al hombro, sin objeto, cantando, tarareando y silbando

HIDALGUIA


Familia, infancia, juventud, Pío Baroja, p. 46

En el norte, y sobre todo en el País Vasco, solo hay hidalguía, es decir, idea racista y psicológica, no social y decorativa.

En la hidalguía hay un hecho real, que es la raza, aunque esta no se reconozca a fondo; pero ella existe. Ahora la genealogía tiene menos valor; es más social que biológica, y las consecuencias que se puedan sacar de ella son más aleatorias.

Sobre esta cuestión de la nobleza se cuenta que un señor vascofrancés, que se llamaba Sagasti y Polloe, se estableció en San Sebastián de cerero, y con sus velas y el chocolate y sus cirios para las iglesias y los caramelos para los chicos hizo una fortuna.

Este señor tuvo varios hijos, y el mayor fue marino y músico y compuso una Misa de Réquiem que estaba bien. Después pretendió ser alcalde de San Sebastián; pero, al parecer, en esa época, para ser alcalde o regidor se necesitaba tener una ejecutoria de nobleza.

Entonces un escribano, Legarda, le resolvió la cuestión fácilmente.

En el sitio del cementerio de San Sebastián que se llama Polloe existía, al parecer, una ruina de una casa fuerte o castillo con este nombre. El escribano Legarda hizo que se pusiera una larga escalera sobre la ruina. El señor Sagasti y Polloe subió unos cuantos escalones, y después Legarda le mandó que los bajara.

Luego el escribano redactó un documento afirmando que el señor Sagasti descendía en línea recta de la casa fuerte de Polloe. Y era verdad; lo que permitió al marino músico ser alcalde de San Sebastián.


Subproletariado


Manual corsario, PP Pasolini, p. 381

Lo que me atrae del subproletariado es su rostro, porque es limpio (mientras que el del burgués es sucio); porque es inocente (mientras que el del burgués es culpable); porque es puro (mientras que el del burgués es vulgar); porque es religioso (mientras que el del burgués es hipócrita); porque es loco (mientras que el del burgués es prudente); porque es sensual (mientras que el del burgués es frío); porque es infantil (mientras que el del burgués es adulto); porque es inmediato (mientras que el del burgués es previsor); porque es amable (mientras que el del burgués es insolente); porque es vulnerable (mientras que el del burgués es altivo); porque es incompleto (mientras que el del burgués es aquilatado) porque es confiado (mientras que el del burgués es duro); porque es tierno (mientras que el del burgués es irónico); porque es peligroso (mientras que el del burgués es blando); porque es feroz  (mientras que el del burgués es chantajista); porque tiene color (mientras que el del burgués es blanco).


ROMA MALANDRINA


Manual corsario, PPPasolini, p. 152

 Le digo siempre a todo el mundo, cuando tengo ocasión, que Roma es la ciudad más hermosa del mundo. De las ciudades que conozco, es aquella en la que prefiero vivir: es más, a estas alturas, no puedo concebir siquiera el vivir en otra parte. Mis peores pesadillas son aquellas en las que sueño que tengo que abandonar Roma para volver a la Italia del norte. Su belleza es, por supuesto, un misterio: podemos recurrir cuanto queramos al barroco, a la atmósfera, a la composición, toda depresiones y alturas del terreno, que le confiere continuas e inesperadas  perspectivas, al Tíber que la surca y la abre en corazones maravillosos vacíos de aire, y sobre todo a la estratificación de estilos que en cada esquina donde uno gire se ofrece la vista de una sección diferente, que es un verdadero trauma debido al exceso de belleza. Pero ¿sería Roma la ciudad más hermosa del mundo si, al mismo tiempo, no fuera la ciudad más fea del mundo?

Como es natural, belleza y fealdad están vinculadas: la segunda vuelve a la primera patética y humana, la primera nos hace olvidar la segunda.

Los lugares de la ciudad que son «solo» hermosos y los lugares de la ciudad «solo» feos son raros. Cuando la belleza se aísla tiene algo de arqueológico en el mejor de los casos: pero más a menudo es una expresión de una historia no democrática, en la que el pueblo está ahí para aportar color, como en una estampa de Pinelli.

Y del mismo modo -y por el contrario-, la fealdad, cuando se aísla y llega casi a lo atroz, nunca es completamente depresiva y arisca: el hambre, el dolor son allí alegoría, la historia es nuestra historia, la del fascismo, la de la guerra, la de la posguerra, toda trágica, pero en progreso, y por eso llena de vida. La esperanza no es tampoco política, puesto que el subproletariado que vive allí profesa un comunismo confuso y bastante extraño. Es una esperanza pura; la de aquellos que, al vivir antes de la historia, tienen aún toda la historia ante ellos: condición anárquica e infantil. Los crímenes acerca de los que se lee cada día en la crónica negra de Roma son todos de gente débil, aterrorizada: matan para que no los maten, previenen el mal con el mal. Quien sale antes va el primero con ventaja, piensa un chico del pueblo romano que se va de paseo «dentro de Roma», siempre en guardia para liarse a mamporros, para buscar follón; su moral es una moral de la jungla por ser, precisamente, un débil.


PPP


Manual corsario, Pier Paolo Pasolini, p. 20

Es de aquellos años el pasaje, conocido como «teta veleta», que más tarde Pasolini explicará de la siguiente manera:

Sucedió en Belluno, yo tenía poco más de tres años. Lo que más me chocaba de los chicos que jugaban en los jardines públicos enfrente de mi casa eran sus piernas, sobre todo la parte convexa del interior de las rodillas, donde, al doblarse en la carrera, los nervios se tensan en un  gesto elegante y violento. En aquellos nervios yo Veía un símbolo de la vida que aún debía alcanzar; aquel gesto de jovencito corriendo representaba para mí el ser mayor. Ahora sé que se trataba de un agudo sentimiento sexual. Si lo recuerdo siento perfectamente, en mis vísceras, la ternura, la ansiedad y la violencia del deseo. Era el sentido de lo inalcanzable, de lo carnal; un sentido para el que aún no ha sido inventado un nombre. Yo lo inventé entonces y fue “teta veleta”, Al ver aquellas piernas dobladas en la furia del juego me dije a mí mismo que sentía, ”teta veleta”, algo parecido a un cosquilleo, una seducción, una humillación.

 Este fragmento y el siguiente pertenecen a los cinco Quaderni Rossi redactados por Pasolini en Friul entre el verano de 1946 y el otoño de 1947. En el tomo Romanzi e racconti I946-I96I (Mondadori, Milán, 2004) estos aparecen como apéndice a la novela inacabada Atti impuri (1947-1950).


BERLIN


Diarios 2, Rafael Chirbes, p. 474

Berlín es un ente perezoso cuyas células nerviosas, las neuronas que relacionan unas partes con otras y crean la ilusión de un cuerpo único, existen gracias a que así lo permiten dos formas imprescindibles de transporte: el metro y la bicicleta. Berlín existe porque los viajeros del metro y los ciclistas deciden que recorren una sola ciudad, y definen sus confines, y van de un sitio para otro dentro de esa entelequia urbana cuyos límites son como la pintura de Leonardo, más bien cosa mentale: no les importa cruzar siete u ocho kilómetros -canales, bosques y descampados incluidos- para tomar una copa y luego otros cinco o seis para entrar en una discoteca, y tres o cuatro para volver a casa, y a todos esos lugares dispersos han decidido llamarlos Berlín. Esta mañana una joven traductora me decía que las ciudades españolas la agobian, la asfixian sus calles, le parecen estrechas, ruidosas, carentes de vegetación, secas y desoladas. Se quejaba: esa continuidad de los edificios que se suceden a lo largo de kilómetros sin que apenas haya una pausa de verde le producían asfixia. Hablaba de Madrid y Barcelona, que son las ciudades que conoce. Lo cierto es que Berlín, incluso cuando consigue concentrar unas cuantas calles, es un damero más bien solitario. Caminando cerca del Pergamon Museum, por el interior del lujoso núcleo que incluye Unter den Linden y Franziisische Strasse veo las anchas aceras apenas pobladas, las tiendas vacías, y me pregunto cómo demonios funciona esto, quiénes son los que viven en esos pisos elegantes, los que compran en esas tiendas y se hospedan en esos hoteles carísimos; dónde se meten esos millones de habitantes que dicen que tiene la ciudad cuando no hay un partido de fútbol en la pantalla gigante del edificio Sony de la Potsdamer Platz o un concierto, eventos que sacan a la calle a decenas de miles de personas. En otros momentos, solo el conjunto de las grandes arterias circulatorias y sus principales ramas -unas cuantas grandes calles que la recorren de punta a punta en varias direcciones- resultan bulliciosos y hasta cierto punto ruidosos, pero es un sistema de circulación estanco, que apenas admite fugas; basta con alejarte de esas calles para volver a poder pasear tranquilamente por lugares solitarios, o entre casas en las que parece que no vive nadie.

En la foto la casa de Bowie en Berlín



EDUCACION


Diarios 2, Rafael Chirbes, p. 396
Sí, pero yo creo que es muy contemporáneo eso de que no nos importe nada cuanto existe a nuestro alrededor. Me parece muy contemporáneo, porque yo mismo me siento agredido por esa indiferencia hacia lo ajeno, se compadece mal con la forma en la que fuimos educados los niños de mi generación: deja paso, cede el asiento para que se siente la señora que va cargada con el niño, o ese señor mayor, no molestes, no hables tan alto, no te muevas de acá para allá, estate sentado leyendo el tebeo que te he comprado; en el tren, si alguien sacaba un pedazo de tortilla o de tocino, si cogía de la cesta una pieza de fruta, antes de dar el primer bocado, ofrecía a los compañeros de departamento, que no siempre decían que no: ¿ustedes gustan? Estoy hablando de usos de gente inculta, campesinos, trabajadores en lo más bajo de la escala social; la España paupérrima de los cincuenta, que había retrocedido en el producto interior bruto a la de los veinte. Si había estado charlando antes con el vecino de asiento al que acababa de conocer, el oferente insistía: ande, pruébela que está muy rica, me ha salido muy buena hoy la tortilla (se trataba de gente modesta para la que aquella comida era casi un tesoro), aunque solo sea probarlo, no me haga ese feo. Costumbres de las clases bajas, de la pobre Bola de Sebo a la que los burgueses no dudan en arramblarle las provisiones, aunque la desprecian por prostituta y luego la quieren dejar a mitad de camino para que se la follen los alemanes a cambio de que los dejen marchar a ellos, al fin y al cabo eso, ir a lo suyo, es precisamente lo suyo, lo del burgués, si eres generoso no te haces rico. La burguesía tenía otra forma de comportamiento, que olfateo que es la que se nos ha acabado imponiendo a todos (en la lucha de clases el vencedor impone también el dominio de sus ideas). Tenía muy claro el sentido de los límites entre su persona y la de los demás, y, desde luego, la idea de dónde empezaban sus cosas (eso es mío y usted no tiene derecho a tocarlo).

NAPOLES


Diarios 2, Rafael Chirbes, p. 311

Bruno Arpaia muestra un desconsolado pesimismo al hablar de Nápoles. Según él solo una pequeña parte de los habitantes de la ciudad trabajan en algo confesable, y a esos, el resto los tolera con desagrado. Los trabajadores legales son el elemento extraño. Los demás aportan una masa de labores oscuras, esfuerzos sin forma definida, pero organizada minuciosamente. Son los dueños de la ciudad, generadores de anticuerpos que los libran de los extraños. Nápoles, según él, está condenada a muerte. Asegura que, cada vez que vuelve, se refuerza en esa idea. Es verdad que, desde la última vez que la visité, han rehabilitado bastantes edificios, incluidos unos cuantos interiores de palacios e iglesias. Pero, mientras charlamos, caminamos entre montañas de basuras, cajas, papeles, suciedad. Lo turbio encuentra en Nápoles un humus favorable que lo hace crecer sin control. La violencia es cada vez más ecuménica y afecta a los propios napolitanos más atrevidos. Los noctámbulos dejan sus monederos antes de salir de casa, se despojan de sus joyas, relojes y teléfonos móviles. Las nuevas generaciones de delincuentes ya no se conforman con robarte. Quieren hacerte daño, me explica Bruno. Y añade: la marea de la violencia ha crecido imparable durante los últimos años, sin que lo impida ninguna medida de prevención, ocupa descarada los espacios públicos. En ese sentido, Nápoles ha empeorado. Pero tampoco puede decirse que ha mejorado la higiene de la ciudad, que, por lo demás, siempre ha sido ínfima. Me cuenta que su padre era geómetra y que él, con catorce o quince años, lo acompañaba a medir los patios del Barrio de los Españoles, o de Spaccanapoli, y que fue así como empezó a descubrir ese Nápoles de habitaciones en las que vivían catorce o quince personas, microviviendas que, en el mejor de los casos, contaban con un retrete que era solo un agujero metido en alguno de los armarios de la cocina. La ducha, por supuesto, ni se conocía.


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