Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EL DESIERTO Y NY

Tan lejos, tan cerca, JS Foer, p. 121.122
El único animal
Leí el primer capítulo de Una breve historia del tiempo cuando papá todavía estaba vivo, y para mí supuso un mal rollo increíble comprender lo relativamente insignificante que es la vida y que, comparada con el universo y con el tiempo, mi existencia no importaba lo más mínimo. Aquella noche, cuando papá me acostaba y hablábamos del libro, le pedí si podía encontrar una solución a ese problema. «¿Qué problema?» “El problema de lo relativamente insignificantes que somos.» «Bueno --dijo él-, ¿qué pasaría si un avión te dejara caer en medio del desierto del Sáhara y tú cogieras un grano de arena con unas tenazas y lo desplazaras un milímetro?» «Supongo que moriría deshidratado.» «No, quiero decir en ese momento, cuando cambiaras de lugar aquel único grano de arena. ¿Qué implicaría? » «No sé --dije-, ¿qué?» «Piénsalo», dijo él. Lo pensé. «Supongo que habría movido un grano de arena.» «Lo que  significaría que habrías cambiado el Sáhara.»«¿Y qué?»«¿Y qué? El Sáhara es un desierto inmenso, que ha existido durante millones de años. ¡Y tú lo has cambiado!» «¡Es verdad!», dije, incorporándome en la cama. «i He cambiado el Sáhara!»«¿ Y eso qué significa?», dijo él. «¿Qué? Dímelo.» «Bueno, no me refiero a pintar la Mona Lisa o a curar el cáncer. Solo hablo de desplazar un milímetro un grano de arena.» «¿Sí?» «Si no lo hubieras hecho, la historia de la humanidad habría seguido un camino ... » «Ajá.» «Pero lo hiciste, así que ... » Me levanté sobre la cama, señalando las falsas estrellas, y grité: «¡He cambiado el curso de la historia!». “Exacto.» «¡He cambiado el universo!» «Así es.» «¡Soy Dios!» «Eres ateo.» «¡No existo!» Me desplomé en la cama, entre sus brazos, y nos reímos juntos.

Fue más o menos así como decidí que encontraría a todas las personas de Nueva York apellidadas Black. Aunque se tratara de algo relativamente insignificante, al menos era algo, y necesitaba hacer algo, como lo que he oído de los tiburones, que se mueren si no nadan.

INCIPIT 808. TAN FUERTE TAN CERCA / JONATHAN SAFRAN FOER

¿Qu e, co ....?
¿Y qué me decís de una tetera? ¿Con un pitorro que se ¿ abra y se cierre al ritmo del vapor hasta convertirse en una boca capaz de silbar bellas melodías, o recitar a Shakespeare, o al menos reírse conmigo? Podría inventar una tetera que me leyera con la voz de papá, y así podría dormirme, o quizá un juego de teteras que cantara el estribillo de “Yellow Submarine”, que es una canción de los Beatles, a los que adoro, porque la entomología es una de mis raisons d'etre, que es una expresión francesa que conozco. También estaría bien enseñar a hablar al culo a base de pedos. Si quisiera ser extremadamente divertido, le enseñaría a decir: “¡Yo no he sido!” siempre que me tirara un pedo increíblemente asqueroso. Y si alguna vez me tirara un pedo increíblemente asqueroso en la sala de los espejos, que está en Versalles, que está a las afueras de París, que está en Francia, mi ano diría, como es lógico: Ce n' étais pas moi!

¿Y micrófonos pequeños? ¿Qué pasaría si todo el mundo se los tragara y reprodujeran los sonidos del corazón a través de altavoces pequeños, que podrían llevarse en los bolsillos de los abrigos? Cuando uno saliera por la noche con el monopatín podría oir el latido de los otros, y ellos el suyo, una especie de sonar.

INCIPIT 807. VIRGINIA WOOLF / NIGEL NICOLSON

De niña Virginia Woolf era una gran aficionada a cazar mariposas y polillas. Con ayuda de su hermana y hermanos, solía embadurnar los troncos de los árboles con melaza para atraer y capturar a los insectos y clavar después sus cuerpos sin vida en planchas de corcho, con las alas extendidas y sujetos por alfileres. Su interés no decayó con la madurez y cuando descubrió que también a mí me gustaba cazar insectos, insistió en que saliéramos juntosde expedición por los campos de Long Barn, la casa que mi familia tenía en Kent, a tres kilómetros de Knole, donde había nacido mi madre [Vita Sackville-West]. Yo tenía nueve años. Una tarde de verano mientras peinábamos las altas hierbas con nuestras redes sin atrapar nada, Virginia se detuvo de pronto, y apoyándose en su bastón de bambú como un salvaje descansaría sobre su azagaya, me preguntó: “¿Cómo es ser niño?”. Yo, sorprendido, repuse: “Bueno, Virginia, ya lo sabes. Tú también has sido niña. Yo no sé cómo es ser tú, porque nunca he sido mayor”. Fue la única ocasión en que conseguí sacar lo mejor de ella, dialécticamente.

HENRY JAMES Y VIRGINIA WOOLF

Virginia Woolf, Nigel Nicolson, p. 43
Virginia podía escribir tres cartas largas a destinatarios diferentes en una tarde sin repetir una sola frase. Varía su profundidad y rapidez, como una corriente que se acelera al fluir sobre guijarros y después se serena en las charcas. Casi sin excepción, son cartas anímadas, alegres, solícitas. Cuando cotillea (algo frecuente) no lo hace con malicia, sino como si fuera una caricatura. Tomemos, por ejemplo, su famosa descripción de su primer encuentro con Henry James en Rye:
Me clavó sus ojos negros e inexpresivos -como canicas de niño- y dijo: “Mi querida Virginia, me dicen ... me dicen ... me dicen ... que tú --como digna hija de tu padre y nieta de tu abuelo, descendiente diría yo de un siglo .. . de un siglo ... de péñolas y tinta ... tinta .. . tinteros, sí, sí,  sí me dicen ... ah ... hum ... hum ... que tú, tú escribes, en resumen”. Esto ocurrió en la calle, mientras todos esperábamos, como los granjeros esperan que una gallina ponga un huevo -¿lo hacen?-, nerviosos, educados y apoyados ora en un pie, ora en el otro. Me sentí como un condenado que ve caer la hoja y detenerse y volver a caer.

Virginia no era por entonces la persona inquietante en la que, sin intención pero de forma inevitable, se convertirla al hacerse famosa. Al conocerla parecía tímida, vergonzosa.  Así recordaba Arnold Bennett su encuentro con ella en un café de París en abril de 1907: «El joven Bell [Clive] estaba allí con su esposa, que es la hija de Leslie Stephen. Entraron otra hija [Virginia] y un hijo [AdrianJ. La mujer de Bell era ligeramente atractiva; la otra hija no ... quiero decir, físicamente. Todos parecían bastante jóvenes, gente muy decente, que llevaban muy bien el peso de su apellido», cuando ya habían conseguido quitarse de encima ese peso.
En la imagen Virginia y Vanessa

BLOOMSBURY

Virginia Woolf, Nigel Nicolson, p. 88-89
Bloomsbury volvió a reunirse durante los años de posguerra. Trece miembros del grupo formaron una sociedad llamada Memoir Club, que perduraría hasta 1956 reemplazando con jóvenes a los fallecidos. El club tenía un propósito extraño: leerse unos a otros recuerdos de juventud. Los textos se escribían para entretener y a menudo se sacrificaba la verdad en beneficio de la fantasía. Cuando años más tarde se publicaron algunos de los relatos, faltaron las matizaciones y las puntualizaciones a las procacidades. Por ejemplo, la hiriente versión de George Duckworth ofrecida por Virginia mancha desde entonces la reputación de un individuo convencional pero que, en esencia, fue un buen hombre. Bloomsbury tenía mucho de lo que mostrarse reticente en público, aunque no avergonzado. Sus componentes se habían aposentado en piscinas separadas pero comunicadas. Los Woolf vivían en Rodmell, tan felices que en opinión de Virginia formaban la pareja más satisfecha del país. Además estaba Garsington, donde Ottoline Morrell ofrecía su generosa  hospitalidad a los bloomsburianos para recibir en recompensa las burlas de ellos, si bien Virginia, que enseguida se sumó a las visitas, admitiría «la integridad fundamental » de Ottoline y cierto «elemento de magnificencia». Estaba también Mili House, en Tidmarsh, donde Lytton Strachey cohabitaba con Carrington, que estaba enamorada de él aunque Lytton amaba a Ralph Patridge, quien acabaría casándose con Carrington. Y por último, Charleston, el centro de todo el circuito, donde Vanessa presidía las reuniones junto con su amante Duncan Grant y David Garnett. Cuando una prima de las hermanas, Dorothea Stephen, desaprobó la moral de Vanessa y dudó si debía visitarla, Virginia cambió la pluma por el lanzallamas: «No puedo permitir que vengas sin decirte primero que estoy plenamente de acuerdo con la conducta y las opiniones de Vanessa». No se trataba solo de lealtad hacia una hermana. Era la confirmación de que la gente de Bloomsbury podía vivir con quien quisiera, fuera del sexo que fuera, porque se querían y eso era mucho más decente que seguir viviendo por decoro con alguien a quien ya no amabas.

De vez en cuando Virginia se encontraba demasiado enferma para trabajar. En el verano de 1921 estuvo tan a menudo postrada en cama con jaqueca e insomnio, síntomas de que se aproximaba otra crisis nerviosa, que a veces temía por su vida.
En l aimagen Virginia y sus amigos disfrazados de de la realeza abisinia.

MUJERES DE CAMBRIDGE

Expiación, Ian McEwan, p. 63
La jerga exclusiva de Cambridge que empleaba Cecilia -los Halls, el Baile de las Doncellas, y todo aquel desaliño narcisista, las bragas secándose delante de la estufa eléctrica y el compartir dos un solo cepillo-- disgustaba un poco a Emily, aunque no le inspiraba ni por asomo celos. Había sido educada en casa hasta los dieciséis años y fue enviada a Suiza a pasar dos años que se vieron restringidos a uno solo por razones económicas, y sabía a ciencia cierta que todo aquel tinglado de las mujeres en la universidad era, en realidad, pueril, a lo sumo una juerga inocente, como el equipo femenino de regatas y el posar junto a sus hermanas,  acicaladas con la solemnidad del progreso social. Ni siquiera otorgaban a las chicas diplomas adecuados. Cuando Cecilia volvió a casa en julio con sus notas finales -¡qué descaro por su parte estar descontenta de ellas!-, no tenía trabajo ni aptitudes y todavía le faltaba buscar un marido y afrontar la maternidad, y ¿qué iban a decirle a este respecto sus profesoras intelectualoides, con sus apodos idiotas y su reputación temible? Aquellas mujeres  presuntuosas habían conquistado una inmortalidad local a causa de las excentricidades más insulsas y más tímidas: pasear a un gato atado con una correa de perro, montar en una bici de hombre, dejarse ver comiendo un bocadillo en la calle. Una generación más tarde, aquellas damas tontas e ignorantes estarían bien muertas y seguirían siendo veneradas en los refectorios universitarios, donde harían sobre ellas comentarios en voz baja.

CRISTO EN LA CRUZ

El libro negro de los muertos, A.S. Byatt, p. 64-65
La visión fue bastante convencional, en cierto sentido. Fue una visión de Cristo en la cruz; no una aparición celestial, sino el resultado de un examen anormalmente minucioso de la estatua exhibida en la iglesia de su parroquia, una talla en madera pintada, ni buena ni mala, una mediocre talla común y corriente de un cuerpo humano penosamente suspendido de los clavos que le atravesaban las palmas de las manos, que no estaban retorcidas de dolor ni desfiguradas por la tensión, sino extendidas en un gesto de bendición. El cuerpo está mal, pensó, el peso desgarraría los músculos y tendones mucho antes de que el hombre muriera. En algunos crucifijos había un soporte para los pies. En éste no. Los pies estaban cruzados, y un mismo clavo atravesaba de un modo imposible ambos tobillos. El artista había puesto algún cuidado en representar el tormento de los músculos del torso, los brazos y los muslos. La herida abierta bajo el corazón tenía una viscosidad muy real; una sangre pintada irreal e inmovilizada salia de ella en regueros, y el autor había disfrutado haciéndolos muy variados. No había manchas de sangre en el taparrabo, que ocultaba cuidadosamente el sexo. El rostro era estilizado. Alargado, de piel tersa, con los párpados bajos, cerrados como en el sueño, y la boca entreabierta, sin dejar ver los dientes. Una sangre más artística goteaba de las mordeduras de la corona de espina en el cabello revuelto. La carne muerta o agonizante -.-la escultura no era lo bastante buena para saber si se trataba de una o de otra- tenía un color crema con reflejos rosados. Pensó: «Pertenezco a una religión que adora la forma de un hombre muerto o agonizante». Se dio cuenta de que no creía, ni había creído nunca, que la muerte física de ese hombre se hubiera vuelto hacia atrás, ni que él hubiera ascendido al cielo, pues el cielo no existía, y todas las descripciones humanas del cielo dejaban patéticamente claro que el ser humano es incapaz de imaginarlo lo bastante bien para que su perspectiva resulte atrayente. No encontraría a la pobre Rosalie en tal lugar, y tenía la impresión de que ni siquiera quería hacerlo. N o creía que esa desagradable muerte hubiera de ningún modo borrado los pecados del mundo: el desenfreno de Rosalie, las maniobras de obstrucción y el empecinamiento de la Iglesia, la muerte de sus abuelos por la explosión de sendas bombas, uno -su abuelo paterno- durante la guerra y otro -su abuelo materno en tiempos de paz. Nunca había creído nada de esto, en absoluto. Se imaginó la época -su vida entera-en que habría dicho que creía, y se horrorizó al percibirla como un enorme refrigerador zumbando a su espalda, en el que lo que él había sido conservaba su forma, ni muerta ni viva, en suspensión. Era un ser humano encorvado bajo el peso de un refrigerador del tamaño de un hombre.

VIVA MEXICO

Dos veces única, Elena Poniatowska, p. 219-220
Despechada y corajuda, Lupe lamenta la nula recepción de su obra y ella, que tanta radio escucha, no se entera del decreto de expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas la noche del 18 de marzo de 1938. La decisión de Cárdenas le devuelve a México el petróleo confiscado por compañías disfrazadas de mexicanas, El Águila o la Huasteca,  que en realidad son la Standard OU y la Shell. Cárdenas contó con el apoyo de la CTM (Confederación de Trabajadores de México) de Vicente Lombardo Toledano, por quien Lupe no siente la más mínima simpatía.

Lupe no entiende el entusiasmo de Frida, que le cuenta que Cárdenas la emocionó hasta las lágrimas al oírlo por radio: «Pido a la nación entera un respaldo moral y material suficiente para llevar a cabo una resolución tan justificada, tan trascendente y tan indispensable». «¿Te das cuenta, Lupe? Parece que a Bellas Artes llegaron campesinos con su gallina, una canasta de huevos, lo que fuera con tal de dárselos a doña Amalia para pagar la deuda.» 

INCIPIT 806. DOS VECES UNICA / ELENA PONIATOWSKA

EL MEXICO DE LUPE MARIN
En 1976 entrevisté en su casa de paseo de la Reforma número 137 a Lupe Marín. De esa larga conversación se publicó una entrevista en el periódico Novedades el 10 de febrero de ese año. Tiempo atrás, el 26 de febrero de 1964, también para Novedades, había entrevistado a su hija, la arquitecta Ruth Rivera Marín, y el17 de diciembre de 1969 el mismo diario publicó mi artículo “Ruth Rivera, una flor de Nochebuena que ha muerto”, a la mañana siguiente de su fallecimiento.
El22 de mayo de 1997 recibí en Chimalistac a Antonio Cuesta Marín, hijo de Lupe Marín. Cada vez que venia a México desde Tlaxcala traía a la casa copias de bodegones de Frida Kahlo para ver si podía yo venderlas, tarea para la cual resulté totalmente inepta. También me ofrecía artesanías de barro, de ixtle, copias de códices y alguno que otro objeto tallado en madera. Devanó frente a mis ojos una vida de mucho sufrimiento.

A lo largo de dos años, 1997 y 1999, hablé largamente con los nietos de Lupe

LA VIRGEN DE GUADALUPE

Dos veces única, Elena Poniatowska, p. 57
PICO
Según El Universal, el Delegado Apostólico del Vaticano, monseñor Ernesto Filippi, vino desde Italia a México a colocar la primera piedra de la estatua de Cristo Rey en el Cerro del Cubilete. Aún no hay nada pero los fieles se prosternan frente al enviado de Pío XI. «Ofrezco la   indulgencia plenaria a todos los que asistan a este acto sagrado”. El presidente Alvaro Obregón se enoja: «Esto es una falta de respeto a nuestra Constitución y al Estado laico», le dice a Aarón Sáenz, y sin más le aplica el artículo 33 que expulsa de México a los extranjeros indeseables.
El Episcopado Mexicano se disculpa ante el Vaticano: «Sírvase presentar al Santísimo Padre nuestra pena e indignación por la arbitraria, injusta y despiadada expulsión del Delegado Apostólico, monseñor Ernesto Filippi. Lamentamos la ofensa inferida implorando perdón».

Lupe aplaude al presidente Obregón: «¡Qué bueno que le enseñemos al mundo cómo somos!  Dice Diego que si seguimos al Nigromante habremos avanzado un siglo».«¡Quién sabe cuál vaya a ser la reacción de la Virgen de Guadalupe –comenta Carmen Michel-. En México es ella quien manda.
-Pues manda mal-exclama Diego.
-¿Cuántas veces te he dicho que no te metas con ella? -responde Concha-. Aquí todos somos guadalupanos.
-¡Matan y esquilman al primero que se les atraviesa pero son guadalupanos! -respinga Diego.

INCIPIT 805. LA COLMENA / CJ CELA

-No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo. es lo único importante.

Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con su tremendo trasero. Doña Rosa dice con frecuencia «leñe» y «nos ha merengao». Para doña Rosa, el mundo es su café, y alrededor de su café, todo lo demás. Hay quien dice que a doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la primavera y las muchachas empiezan a andar de manga corta. Yo creo que todo eso son habladurías: doña Rosa no hubiera soltado jamás un buen amadeo de plata por nada de este mundo. Ni con primavera ni sin ella. A doña Rosa lo que le gusta es arrastrar sus arrobas, sin más ni más, por entre las mesas. Fuma tabaco de noventa, cuando está a solas, y bebe ojén, buenas copas de ojén, desde que se levanta hasta que se acuesta. Después tose y sonríe. Cuando está de buenas, se sienta en la cocina,  en una banqueta baja, y lee novelas y folletines, cuanto más sangrientos, mejor: todo alimenta. Entonces le- gasta bromas a la gente y les cuenta el crimen de la calle de Bordadores o el del expreso de  Andalucía.

EL SEÑOR RAMON

La Colmena, CJ Cela, p. 86 (RAE) 
Su biografía es una biografía de cinco líneas. Llegó a la capital a los ocho o diez años, se colocó en una tahona y estuvo ahorrando hasta los veintiuno, que fue al servicio. Desde que llegó a la ciudad hasta que se fue quinto no gastó ni un céntimo, lo guardó todo. Comió pan y bebió agua, durmió debajo del mostrador y no conoció mujer.Cuando se fue a servir al rey dejó sus cuartos en la Caja Postal y, cuando lo licenciaron, retiró su dinero y se compró una panadería; en doce años había ahorrado veinticuatro mil reales, todo lo que ganó: algo más que una peseta diaria, unos tiempos con otros. En el servicio aprendió a leer, a escribir y a sumar, y perdió la inocencia. Abbrió la tahona, se casó, tuvo doce hijos, compró un calendario y se sentó a ver pasar el tiempo. Los patriarcas antiguos debieron ser bastante parecidos al señor Ramón.

ANGUSTIA

El amor del revés, Luigsé Martín, p.129-130
La palabra angustia tiene su origen en el término latino angustiae, que significa estrechez, angostura. Según la definición clínica es un estado afectivo, pero en realidad, como indica su etimología, describe una circunstancia física: el estrechamiento de los órganos internos del cuerpo, la compresión de las entrañas hasta que se produce el dolor. Los que se enferman no son los afectos -esos humores gaseosos-, sino el esternón, la clavícula, las costillas que protegen al corazón. Incluso las vértebras. Hay un quebranto corporal orgánico, de las células, de las moléculas. Hay una afección que podría verse en el microscopio o en el análisis sanguíneo.
El alcoholismo o la adicción a las drogas me han parecido, en algunos momentos de mi vida, hábitos curativos, medicinales. Nunca he consumido estupefacientes de ningún tipo -por miedo, no por puritanismo- ni he corrido el riesgo real de la dipsomanía, pues la parte   digestiva de mi organismo se indisponía antes de que el alcohol se apoderara totalmente de la sangre. Durante una época, sin embargo, sí bebía lo suficiente como para curar esa angustia que me había ido creciendo en alguna membrana, en los alveolos pulmonares, en las terminaciones nerviosas. Bebía dos gin-tónics y comenzaba a respirar con mayor fluidez. El tercero me permitía recobrar un cierto dominio de mi pensamiento, separarme de las obsesiones y concebir el futuro animosamente. A veces me llevaba a la euforia, sobre todo si estaba en alguna discoteca con música de mi gusto, y me ponía entonces a bailar o a tener de nuevo sueños prodigiosos. Era un estado muy fugaz -si seguía bebiendo mucho, lo destruía el malestar; si no volvía a beber, se evaporaba en la nada-, pero mientras permanecía en él no había dolor ni tribulaciones.

Durante la mayor parte de mi vida he creído que lo único sensato que se puede hacer es huir de ella, de la propia vida: enajenarse. No por nihilismo, sino por mero cálculo biológico. Siempre he tenido el convencimiento de que vivir es, incluso para los seres felices, un error formidable.
En la imagen fotograma de Angustia de Bigas Luna

EN TIEMPOS DE LA REFORMA

El amor del revés, Luigsé Martín, p. 54-55
Leía las crónicas épicas que se hacían sobre esos travestís, junto a las fotografías, para reforzar mis convicciones: en las operaciones de cambio de sexo, decía Graziella Scott, se producían un veinte por cierto de muertes. Ella había corrido ese riesgo para poder llegar a ser una vedette de cabaret y soñaba con casarse con un hombre “guapo, con dinero, muy conocido y muy apasionado, e inteligente”Un matrimonio, desde mi punto de vista de aquella época, más difícil que el de Gregario Samsa con Anna Karénina.
La segunda sección que me embeles aba era el concurso “Chico del Año”, en la que se reunían las fotografías amateurs de una serie de participantes de diferente pelaje que soñaban con triunfar en el mundo del espectáculo. Algunos posaban desnudos, obscenos, pero la mayoría de ellos, más recatados, enviaban imágenes melindrosas junto a una descripción angelical de sí mismos. El paso del tiempo ha convertido aquellas fotos en inocentes y rancias, pero cuando yo las veía me sentía trastornado por la cercanía de los muchachos que formaban parte del elenco: eran chicos normales, de aspecto vulgar, que podrían confundirse con mis compañeros de clase o con mis vecinos. De hecho, siempre miraba las fotografías con la esperanza de encontrar a algún conocido que me permitiera descartar la sospecha –nunca demasiado seria- de que aquella sección de la revista era un artificio teatral hecho con actores contratados. Había uno de aquellos postulantes que me aturdió especialmente. Cuando tiré la revista, al segundo día, recorté su fotografía, que era más fácil de ocultar, y la guardé entre las páginas de un libro de Juan Carlos Onetti que nadie iría a buscar: La vida breve. Conservo la fotografía y trato de imaginar cómo será ahora ese muchacho de rostro rufianesco y desafiante que, sentado en una silla de cocina, con las piernas bien abiertas y la verga sin guaridas ni disimulos, miraba a la cámara con soberbia. Se parecía al Roben de Niro de Taxi Driver: la nariz grande, los ojos bizarros y enigmáticos, el cuerpo de músculos tensos. Se llamaba José Antonio, tenía dieciocho años y vivía en Madrid. Reclamaba para sí una oportunidad que le permitiera demostrar sin rémoras su talento.

La tercera sección era la joya espiritual de esos papeles mal impresos. Se trataba de un consultorio sentimental titulado “De tú a tú” y dirigido por el periodista Luis Arconada. Los lectores escribían cartas contando sus problemas sexuales o emocionales, y los expertos de la revista les ofrecían soluciones razonables y les consolaban de sus dolores. Yo había crecido escuchando en mi casa cada tarde el consultorio radiofónico de Elena Francis, donde proliferaban los relatos melodramáticos de amores terribles y de malquerencias, pero nunca había imaginado entonces que alguien tuviera la desvergüenza de confesar en público pasiones inmorales semejantes a las que a mí me atravesaban los pensamientos. En aquellas páginas leí por primera vez historias conmovedoras de personas -de hombres- que sentían con el mismo extravío que yo.

TEOLOGIA MORAL

El amor del revés, Luigsé Martín, p. 28-29
Separaba la “consumada según la  naturaleza” de la “consumada contra  naturaleza”. En el primer tipo -ordenadas de menor a mayor gravedad- figuraban la simple fornicación, el estupro, el rapto, el adulterio, el incesto y el sacrilegio carnal. En el segundo tipo aparecían registrados la polución, el onanismo, la sodomía y la bestialidad. En cada una de las secciones se exponían muy detalladamente las nociones básicas, las subclasificaciones y el juicio moral, todo ello expresado con un lenguaje de apariencia médica. En el sacrilegio carnal, por ejemplo, se advertía que podían cometerlo quienes usasen alguna cosa sagrada para fines deshonestos o, “según la opinión de gran número de moralistas, el que cometiera un pecado deshonesto antes de transcurrir media hora, al menos, de haber recibido la sagrada eucaristía”. Un poco menos tiempo del que se necesitaba para poder bañarse sin riesgo después de la digestión.
De los diez pecados posibles, a mí me afectaban sólo dos: la polución -que era como se denominaba en el libro a la masturbación solitaria, puesto que el onanismo exigía una unión sexual entre dos personas- y la sodomía. Uno de ellos, el primero, era tan común entre mis compañeros que me inspiraba menos espanto, a pesar de que los autores advertían tajantemente de que “no es lícito jamás, bajo ningún pretexto, provocar o admitir voluntariamente una polución, ni siquiera para salvar la propia vida”. El segundo, el de la sodomía, era el que me amedrentaba, el que guiaba en aquellos tiempos todas mis pesadillas, pero la Teología moral para seglares le dedicaba sólo dos párrafos. Dos párrafos secos y austeros, casi fríos, que amenazaban incluso con la pena de muerte:
En sentido estricto y perfecto se entiende por tal el cóncúbito carnal entre personas del mismo sexo (inversión sexual). En sentido amplio o imperfecto es el pecado carnal entre personas de diverso sexo en vaso indebido. Ambos casos pueden ser consumados o no consumados, según se llegue o no al acto perfecto y completo. Son de distinta especie la perfecta y la imperfecta, la consumada y la no consumada.

La sodomía es de suyo un pecado gravísimo, por su enorme deformidad y oposición al orden natural. Dios castigó las ciudades nefandas de Sodoma (de donde viene el nombre de sodomía) y Gomarra, que se entregaban a este crimen, arrasándolas con fuego llovido del cielo, y en la Antigua Ley se sancionaba con la pena de muerte. El Código canónico declara ipso Jacto infames a los seglares que hayan sido legítimamente condenados por este crimen. En algunas diócesis es pecado reservado al ordinario del lugar, o sea, que sólo puede absolverse con permiso especial del obispo (aunque sin declarar el nombre del penitente, como es obvio).
En la imagen los Santos Poliecto y Nearco, mártires.

LOS ANGELES DE SWEDENBORG

El libro de los seres imaginarios, J.L.  Borges
LOS ANGELES DE SWEDENBORG

Durante los últimos veinticinco años de su estudiosa vida, el eminente hombre de ciencia y filósofo Emanuel Swedenborg (1688-1772) fijó su residencia  en Londres. Como los ingleses son taciturnos, dio en el hábito cotidiano de converar' con demonios y ángeles. El Señor le permitió visitar las regiones ultraterrenas y departir con sus habitantes. Cristo había dicho que las almas, para entrar en el Cielo, deben ser justas; Swedenborg añadió que deben ser inteligentes; Blake estipularla después que fueran artísticas. Los Angeles de Swedenborg son las almas que han elegido el Cielo. Pueden prescindir de palabras; basta que un Angel piense en otro para tenerlo Junto a él. Dos personas que se han querido en la tierra forman un solo Angel. Su mundo está regido por el amor; cada Angel es un Cielo. Su forma es la de un ser humano perfecto; la del Cielo lo es asimismo. Los Angeles pueden mirar al norte al sur, al este o al oeste; siempre verán a Dios cara a cara. Son ante todo teólogos; su deleite mayor es la plegaria y la discusión de problemas espirituales. Las cosas de la tierra son símbolos de las cosas del Cielo. El sol corresponde a la divinidad. En el Cielo no existe el tiempo; las apariencias de las cosas cambian según los estados de ánimo. Los trajes de los Angeles resplandecen según su inteligencia. En el Cielo los ricos siguen siendo más ricos que los pobres, ya que están habituados a la riqueza. En el Cielo, los objetos, los muebles y lass ciudades son más concretos y complejos que los de nuestra tierra; los colores, más variados y vívidos. Los Angeles de origen inglés propenden a la política; los judíos al comercio de alhajas; los alemanes llevan libros que consultan antes de contestar. Como los musulmanes están acostumbrados a la veneración de Mahoma, Dios los ha provisto de un Angel que simula ser el Profeta. Los pobres de espíritu y los ascetas están excluidos de los goces del Paraíso porque no los comprenderían.

SER JUDIO

Ravelstein, Saul Bellow, p. 254-255
Me di cuenta de que seguía un rastro de ideas o de esencias judaicas. Era raro ahora que, en una conversación, saliera a relucir Platón o Tucídides. Ahora las Sagradas Escrituras lo desbordaban. Hablaba de religión y del difícil proyecto de ser hombre en el sentido pleno, ser hombre y nada más que hombre. A veces era coherente. Las más de las veces me desorientaba.
Cuando se lo comenté a Morris Herbst, éste dijo:
-Por supuesto que seguirá hablando sin tapujos mientras le quede un soplo de aire en el cuerpo. Para él esto es prioritario porque está conectado con el gran mal.

Entendí muy bien a qué se refería. La guerra había dejado claro que prácticamente todo el mundo estaba de acuerdo en que los judíos no tenían derecho a la vida. Son cosas que te penetran hasta los huesos. Hay algunos que pueden optar, su atención se ve solicitada por ésta u otra cuestión y, acosados por diferentes cuestiones, optan por la que más se acomoda a sus inclinaciones. Pero en el caso de “los elegidos” no hay opción. Nunca se había oído hablar de un odio de tales proporciones, nunca se había sentido, nunca se había negado de tal forma el derecho a la vida, y la voluntad que reclamaba muerte se había visto confirmada y justificada por el inmenso acuerdo colectivo de que el mundo mejorada con la desaparición y extinción de    aquellos seres. Rismus: ésa era la palabra que empleaba el profesor Davarr para designar la agresión, el odio, la determinación de desembarazarse de la población intrusa despachándola en hornos crematorios o en fosas comunes. No es preciso profundizar más en la cuestión. Pero la conclusión a la que personas como Herbst y Ravelsrein habían llegado era que es imposible librarse de los propios orígenes, es imposible no ser judío. Los judíos, según Ravclsrein y  erbst, de acuerdo con la línea trazada por su maestro Davarr, eran, desde el punto de vista histórico, testigos de la ausencia de redención.

INCIPIT 804. LAS TIERRAS DEL OCASO / JULIEN GRACQ

A fin de cuentas, vivíamos bien. Cada estación aportaba sus frutos y sus placeres, y la Tierra del Ocaso no era avara. Los vicios en el gobierno del Reino eran tan antiguos y sus perjuicios, tan caprichosos en su enmarañamiento que acababan participando en los altibajos que confieren su variedad a todo espectáculo natural: si uno hacía votos por verlos «mejoran>, era con el mismo candor con que se desea que el tiempo «mejore» tras el granizo o la helada. Del mismo modo que el asiduo a los pastos alpinos ha dejado de pensar en el carácter penosamente escabroso de las montañas, en Bréga-Vieil se nada de ordinario en el seno de un paisaje social accidentado. La secreta recomendación del Reino era la ausencia completa de movimiento y la conciencia de que el hombre fija su terreno y lo labra en cuestas diez veces más duras que las que soportaría en el puente de un navío cuando este va sobre el mar.
Algunas veces, también podía suceder que el ojo reconociera, en aquella tierra pulida y fatigada por la familiaridad de tantas manos, las escaras y las cicatrices del fuego. 

EL TIEMPO Y EL ARTE

Ravelstein, Saul Bellow, p. 273-274
Yo no sabía lo enfermo que estaba. Lo único que sabía es que me sentía terriblemente irritable, me había salido de los raíles, estaba un poco trastornado. Me daba cuenta de que no hacía más que repetir las mismas cosas y de que Rosamund estaba angustiada. Rosamund no sabía qué hacer. Probablemente se sentía culpable de haberme traido a aquel lugar. Vale la pena que describa una de mis obsesiones. Muchas veces había dicho a Rosamund que uno de los problemas que comporta la vejez es la rapidez con la que transcurre el tiempo . En varias ocasiones le había comentado que los días pasaban raudos “como las estaciones subterráneas vistas desde un tren expreso”. Para ilustrárselo le había citado La muerte de Ivan Illych. En la infancia los días son muy largos pero en la vejez pasan en un vuelo, “más veloces que la  lanzadera”, dice Job. Ivan Illych también habla de la lenta ascensión de una piedra lanzada al aire. “Cuando vuelve a la tierra, se acelera a razón de nueve metros setenta y cinco centímetros por segundo.” Estamos bajo el influjo del magnetismo gravitacional y todo el universo participa en esa aceleración del final de cada uno. Si pudiéramos recuperar la plenitud de los días que vivimos en nuestra infancia ... Pero a mí me parece que nos familiarizamos demasiado con los datos de la experiencia. Nuestra forma de organizar los datos que se precipitan al estilo gestalt --es decir, en formas progresivamente más abstractas-acelera las experiencias convirtiéndolas en una comedia que es un peligroso desbarajuste proyectado hacia adelante. Nuestra necesidad de eliminación rápida suprime los detalles que seducen, atraen o entretienen a los niños. El arte es lo único que se salva de esta aceleración caótica. La métrica en la poesía, el compás en la música, la forma y el color en la pintura. Tenemos la sensación de que aceleramos la velocidad con la que corremos hacia la tierra y que acabaremos estrellándonos en la tumba.

INCIPIT 803. QUE ES EL BUDISMO / JL BORGES

EL BUDDHA LEGENDARIO
Paul Deussen ha observado que la leyenda del Buddha es un testimonio, no de lo que el Buddha fue, sino de lo que llegó a ser en muy poco tiempo; otros investigadores agregan que en lo legendario, en lo mítico, fa esencia del budismo ha encontrado su expresión más  profunda. La leyenda nos revela lo que creyeron innumerables generaciones de hombres piadosos y sigue perdurando en la mente de gran parte de la humanidad.

La biografía empieza en el cielo. El Bodhisattva (el que llegará a ser el Buddha, título que significa «el Despierto») ha logrado, por méritos acumulados en infinitas encarnaciones anteriores, nacer en el cuarto cielo de los dioses. Mira, desde lo alto, la tierra y considera el siglo, el continente, el reino y la casta en que renacerá: para ser el Buddha y salvar a los hombres. Elige a su madre, la reina Maya (este nombre significa la fuerza mágica que crea el ilusorio universo), mujer de Suddhodana, que es rey en la dudad de Kapilavastu, al sur del Nepal. Maya sueña que en su costado entra un elefante de seis colmillos, con el cuerpo del color de la nieve y la cabeza de color del rubí. Al despertar, la reina no siente dolor ni siquiera peso, sino bienestar y agilidad. Los dioses crean un palacio en su cuerpo; en ese recinto el Bodhisattva espera su hora rezando. 

RAVELSTEIN

Ravelstein, Saul Bellow, p. 200
-0 sea que van a ver a un hombre que preferiría no morir y le exponen su plan de suicidio.
-Hace varias semanas que Battle me lo insinuó. Es un hombre muy inteligente, pero tiene un carácter muy fuerte. Y esto le impide expresarse. La sensata es ella, ha venido con un vestido azul lleno de botones, dos hileras de botones en la parte delantera. Es una mujer menuda. ¿O será que su voluminoso marido la empequeñece? En fin, tiene una carita británica muy graciosa, una cara que te mira desde abajo. Estoy seguro de que los niños, cuando la ven, deben de encontrarla encantadora, simpática ...
-¿De qué se quejan, pues?
-Se quejan de que se hacen viejos. Todas las personas cultas cometen el mismo error, creen que la naturaleza y la soledad van a sentarles bien. La naturaleza y la soledad son veneno --dijo Ravelstein-. Al pobre Battle y a su mujer les deprimen los bosques. Eso es lo primero que hay que tener en cuenta.
-¿Y tú qué les has dicho?
-Les he dicho que han hecho bien contándomelo. Ojalá que la gente, cuando tiene ideas suicidas, pidiera consejo. Si se sienten de esa manera es porque les falta una comunidad, gente con quien hablar.
-Quizá sea la idea que se hacen de pagar un tributo. Tal vez ésa sea su manera de decir que la vida, sin su amigo Ravelstein, no tiene ningún valor-dije.
-Bien, yo los quiero mucho -dijo Ravelstein-.Se han inventado esa manera solapada de hacerme saber que no me iría solo.
-Es evidente que hablan de ti todo el tiempo y que han pensado que tal vez te convertirías en un referente ausente.

-0 sea que, si yo muero, también ellos pueden morir -dijo Ravelstein con esa manera suya de explicar las cosas.

LA CONDENA

Ravelestein, Saul Bellow, p. 241-242
No tienes más que pensar en los centenares de miles de millones de personas aniquiladas por razones ideológicas ... , es decir, ejecutadas con un pretexto de racionalidad. Había que contar con una normativa, era de considerable valor como manifestación de orden o de firmeza en los propósitos. Pero las formas más desatinadas de nihilismo son las del militarismo alemán estricto. Según Davarr, un gran analista, el militarismo alemán generó el nihilismo más extremo y desolador. Para la masa de los soldados rasos esto condujo al celo revanchista y asesino más sangriento y desatinado. En él estaba implícito, al ejecutar las órdenes, que toda la responsabilidad correspondía al nivel superior, fuente de la que manaban las órdenes. De ese modo, todos quedaban absueltos. Estaban locos de atar. Así era cómo la Wehrmacht eludía la responsabilidad por sus crímenes. Ravelstein me dijo que se suponía que eran métodos civilizados utilizados para atenuar una conducta culpable. Y añadió: “Pero en esto hablo por hablar”, Él tenía opiniones muy definidas sobre todas las cuestiones, pero hacia el final de su vida, cuando hacía referencia de una manera oblicua a su situación, acostumbraba a expresarse con más tristeza que ironía, ¿no crees, Rosie?
-De todos modos, la tristeza no lo tendría hundido mucho tiempo.

-Existía una voluntad general de vivir con la destrucción de millones de seres humanos. El talante del siglo era aceptar aquella circunstancia. En el campo de batalla, el ser humano queda cubierto por las concesiones especiales que amparan a los soldados. Pero a lo que me estoy refiriendo es a las cuantiosísimas muertes ocurridas en los gulags y en los campos de concentración alemanes. ¿Por qué ese siglo -no veo otra manera de formular la pregunta- ha suscrito tanta destrucción? Cuando analizamos estos hechos vemos en ellos una condena que cae sobre todos nosotros.

DE LOS EDITORES

La trabajadora, Elvira Navarro, p. 111-112
Vestía ropa de Serrano y Velázquez, prendas de diseñadores para equilibrar con el buen gusto, y a veces con cierta ostentación que nunca era chusca, una cintura que parecía un barreño y una papada que caía sobre collares exquisitos. Caminaba con la espalda recta y un discreto baile de cadera, le gustaban las botas altas y las medias de hilo componiendo arabescos. Tenía un sexy de presidenta de comunidad autónoma, ese tipo de sexy que da el mucho poder discreto, y siempre me había parecido que lucía demasiadas variantes de pendientes y colgajos para la esforzada vida de editora reclinada sobre manuscritos, aunque esto último no era más que un prejuicio mío. Yo llevaba ya unos cuantos años comprobando el aspecto de ser solo gestores que tenían algunos editores, y de hecho, la mayor parte del tiempo eran únicamente gestores. Incluso formaba parte de mi prejuicio que alguien del sector del libro no podía votar a un partido de derechas, lo que también era una visión heredada que luchaba por persistir, pues seguía tratándose, a pesar de todo, de una idea consoladora. Resultaba además probable que casi nadie en la empresa votara a un partido de derechas, si bien se adscribían a una izquierda de modos y modas pijas conforme subías a los pisos de arriba, y a veces de modos y modas cool. Quienes ahora ocupaban cargos y tenían mi edad eran nietos o sobrinos de los fundadores del grupo, nietos y sobrinos que se habían educado en colegios exclusivos para estudiar luego Administración de Empresas y un máster; estos altos cargos de mi edad trataban con los escritores y con los curritos como yo desde el orgullo de su ropa y su bronceado, y les gustaba marcar sus glúteos de gimnasio. En ocasiones arrastraban cierto complejo de inferioridad intelectual, pues habían aterrizado en los despachos leyendo lo justo y a desgana, y con una conciencia tardía de que la solvencia en temas humanísticos es también un demento de distinción con el que resulta dificil familiarizarse en un cursillo. Comprobaban esto aterrados; en sus universidades privadas y en sus másteres se habían topado con hijos de grandes empresarios ajenos al mundo de la cultura, y no les había hecho falta más que sacar unas notas aceptables y lucir guapos y con un buen coche para lograr la aceptación. Muchos sabían  que ya iban a ser para siempre como esos que han aprendido a tocar tarde un instrumento y que se acercan a un virtuosismo de segunda, pues tampoco tenían talento para crear desde lo precario. Los más resentidos te miraban con odio y trataban de humillarte. 

LA CRISIS DEL LADRILLO

La trabajadora, Elvira Navarro, p. 77-78
Si me ponía a especular a tenor de lo que había pasado en los últimos años, las posibilidades eran infinitas: urbanizaciones fantasma, calles enteras de inmuebles vacíos en el centro, cuyos propietarios no los alquilaban para jugar con la escasez de oferta y mantener los precios altos (los bajos de esos edificios eran oficinas y comercios, y las calles tenían una actividad plena que parecía contaminar incluso las azoteas, plagadas de carteles); algunas edificaciones con solera que los ayuntamientos habían comprado y cuya ocupación se permitía porque, aunque se defendía el proyecto de rehabilitadas, ya ni siquiera había presupuesto para mantenerlas. En una ocasión saltó a la prensa el caso de un chalet del que solo se había levantado su estructura porque una familia sin hogar decidió acabar de construirlo para instalarse. Los miembros de esa familia se convirtieron en famosos durante un par de semanas, y en los periódicos y en las tertulias se habló del fenómeno de la autoconstrucción, que había sido relevante durante la posguerra. Por otra parte, los edificios más viejos del centro llevaban décadas con sus vigas de madera afectadas por las termitas, y como la reparación de toda la estructura era dificil y costosa, se multiplicaban las columnas de hierro, lo que hacía que los inmuebles parecieran estar reconstruyéndose en el interior de una fotografía antigua. Aunque ningún edificio se venía abajo por una plaga, lo cierto es que, según escuché en una ocasión, algunos se hundían considerablemente. Imaginaba a las señoras de los semisótanos, que pelaban las patatas para el asado, mirando cómo sus ventanas se llenaban de barro frío, con ese olor denso de la tierra que recuerda a la carne cruda, y arriba una franjita de luz y calle. Me figuraba que los habitantes de ese tipo de inmuebles estaban avisados de que algo así podía ocurrir, y que cuando sucedía, se comportaban como los que viven al pie de un volcán y llevan años atentos a los suaves hilos de humo que atraviesan los días daros. Muy ordenadamente, recogían su ropa predilecta y sus portátiles. A pesar del fraude de las cooperativas, de las calles céntricas cuyos edificios estaban vacíos, de las urbanizaciones a medio construir, hasta hacía muy poco no había habido protestas. Los afectados esperaban educadamente a que llegara el juicio mientras vivían en casa de sus padres o de sus abuelas, y los que alicataban con sus propias manos las paredes del bajo de la casa que se acababan de comprar posaban con resignación para los telediarios. La ciudad permanecía más o menos igual, con su apariencia de caos  ordenado, de hecatombe asumida. 
(En la foto la urbanización Fadesa en Miño)

INCIPIT 802. JOSEPH ANDREWS / HENRY FIELDING

Como es posible que el simple lector inglés tenga una idea de la novela distinta de la del autor de esta obra y espere encontrar aquí un tipo de distracción que no ha de hallar en ella ni se  intentó nunca en las páginas que siguen, no será ocioso comenzar con unas palabras sobre este género literario que, según mis noticias, está por explorar en nuestro idioma.
Al igual que el drama, la épica se divide en trágica y cómica. Homero, el padre de este género poético, nos dejó modelos de las dos, aunque el segundo se haya perdido; Aristóteles afirma, sin embargo, que este último tenía con la comedia la misma relación que La Ilíada con la tragedia. Y quizá no existan otros ejemplos de poema épico cómico en la antigüedad debido a la desaparición de este importante paradigma que, de conservarse, hubiera encontrado imitadores, como sucedió con los otros poemas de aquel gran genio.

Dando un paso más no tendré inconveniente en afirmar que la distinción entre tragedia y comedia ha de aplicarse también a la prosa: porque aunque a estas obras les falte el metro, al contener todas las demás características que Aristóteles enumera como constitutivas del poema épico -es decir, el argumento, la acción, los personajes, los sentimientos y el estilo-, resulta razonable incluirlas dentro de ese género. Y ningún crítico ha considerado necesario clasificarlas bajo otro encabezamiento o asignarles otro nombre específico.

INCIPIT 801. LA TRABAJADORA / ELVIRA NAVARRO

FABIO
(Este relato recoge lo que Susana me contó sobre su locura. También anoto algunas de mis reacciones, en verdad no muchas. Huelga añadir que su narración fue más caótica)

Acababa de regresar a Madrid, no existía Internet y tenía que recurrir a los periódicos. Mi deseo se cifraba en que alguien me lamiera el coño con la regla en un día de luna llena. Así por las buenas. Creo que el delirio se había escondido ahí, en esa pretensión al límite y al mismo tiempo diminuta, como tragarse un ciempiés aliñado en la ensalada. Al principio no pensaba en ello a no ser que tuviera delante un periódico con su sección de hombres y mujeres conspirando en tres líneas; entonces me entraba la neura, llamaba e iba de cualquier manera a la cita. Llevaba un calendario de mis reglas y les pedía que el siguiente encuentro fuera en luna llena y en mi casa. La mayoría me contestaba con un no nervioso, en absoluto porque les pareciera una desmesura, sino por haber lanzado yo la propuesta como si jugase a la ruleta rusa. También por mi rubicundez oronda y mi hablar deshilachado y unos ojos que lo decían todo en su naufragio vano y terrorífico. Sé cómo eran mis ojos, medía con la precisión vaporosa de mis cinco sentidos lo ridículo de mis gestos intoxicados, bobos, atentos por encima de mis posibilidades. Mi rostro se agitaba por corrientes convulsas, producía torsiones imprevistas. Todos me miraban con asco, pues además de ser fea y evidenciar mi locura, mi propuesta no me redimía. No vayas a pensar que me importaba.

INCIPIT 800. EL AMOR DEL REVES / LUIGSE MARTIN

l. EL NACIMIENTO DE LA CUCARACHA

En el verano de 2010, el escritor Fernando Marías y yo tuvimos una conversación mística mientras desayunábamos juntos en un hotel de Gijón. Algún patriarca de la Iglesia católica acababa de hacer unas declaraciones paleolíticas sobre la inmoralidad de las leyes o la indecencia de las costumbres, y Fernando, melancólico, se lamentaba de que pervivieran todavía en el siglo XXI esas admoniciones casi satánicas que tanto dolor nos habían causado a todos en nuestra infancia. Él había estudiado en un colegio religioso de Bilbao y recordaba los males infernales con que le amenazaban los curas a los trece o los catorce años si pecaba contra el mandamiento de la carne: «Evitar el pecado de obra o de palabra era todavía fácil a esa edad, pero bastaba un pensamiento impuro para condenarse, y como era tanta la angustia que yo tenía de caer en los tormentos del fuego eterno, rezaba para que no me gustaran las chicas. Era así: me arrodillaba y le pedía a Dios que no me gustaran las chicas.» Entonces, con esa metodología proustiana de la memoria olfateada, me acordé de mí mismo pidiéndole a Dios lo contrario al principio de mi adolescencia: Yo en cambio me arrodillaba y le pedía a Dios que me gustaran.

IDEAS PARA LOS CLOCHARDS

Vernon Subutex, Virginie Despentes, p. 252-253
Sacó dos cervezas más de su bolsa y empezó a soltar una diatriba indignada -que incluía a la administración los horarios los pagos las facturas los bancos los códigos los empresarios los propietarios las obligaciones las humillaciones los expedientes la vigilancia ... todo lo que caracterizaba el esclavismo consentido. Su presencia subió la moral a Vernon. Laurent le prodigó un curso de introducción a la mendicidad –“Si de verdad necesitas dinero, por ejemplo para un hotel, te quedas de pie, no te sientas, y pides sonriendo, si puedes hacer alguna bromita no lo dudes, las personas a las que te diriges llevan una vida de mierda, no lo olvides, si les haces sonreír no les costará meterse la mano en el bolsillo, se pasan el día llorando, así que les distraes -les encanta la idea del gilipollas pobre que no pierde el ánimo”. Su verborrea era vigorizante, y sacó cervezas durante todo el día, sin que Vernon entendiera de dónde las sacaba. Hay que decir que no tardó en estar borracho. Según Laurent, Vernon tenía potencial. “Tienes unos ojos increíbles, ya verás, el pobre de cara bonita siempre funciona. Te buscas un sitio, vas todos los días, eso es importante, eliges tu sitio y los acostumbras. Ya solo con esos ojos, deberías sacar para dormir en un hotel. . . Intenta encontrar dos o tres libros, los dejas al lado y finges leer muy concentrado. Les vuelve locos. Un sintecho que lee. O haces  crucigramas, les gusta mucho. Encontrarás tu sitio y triunfarás, créeme, no te desanimes.”
Anocheció, salieron del metro y Laurent lo acompañó al comedor social de Saint-Eustache, donde le consiguió una manta, y luego se marchó, no sin sugerirle que pasara por el parque Buttes-Chaumont a verlo. “Si necesitas algo, me lo pides, amigo”

Vernon se tumbó en el rincón de una panadería, protegido del viento, y se despertó, esta vez en plena noche, atenazado por una resaca espantosa y sin la menor idea de dónde encontrar agua.

MAS CLOCHARDS

Vernon Subutex 1, Virginie Despentes, p. 288-289
-Este sitio no es bueno. Ven, vamos a ponernos delante del Franprix. Es mi chiringo.
Es más una orden que una propuesta, y Vernon obedece, incapaz de plantearse la posibilidad de discutir con ella.
-Nunca te he visto por aquí, acabas de llegar, ¿verdad?
-Me desahuciaron hace un tiempo pero me he acoplado por ahí. Hasta la semana pasada.
-¿La semana pasada? Eres novato, tío. Ya decía yo que aún olías a jabón.
Se coloca delante del supermercado y se dirige a la primera persona que entra:
-Señor, señor, ¿me compra una Coca-Cola, por favor?
Añade tocándose la barriga «es para el bebé», se gira hacia Vernon «¿tú qué tomas?» y llama al tipo, que gira la cara antes de empujar la puerta del supermercado, y toma nota, con aire divertido, «y una cerveza para mi amigo, por favor».
-¿Estás embarazada?
-No, qué horror. Pero a mi público le encanta la idea. Tengo hambre, aún no he comido.
Para a una mujer elegante que tiene prisa: “hola, señora, ¿me traes unas patatas fritas, por favor? Son para el bebé”. Cuando se dirige a los desconocidos, se vuelve dulce e infantil. Vernon observa que cuando está tranquila, su voz tiene un punto ronco muy agradable. Sonríe a los que pasan con expresión inocente, frotándose la barriga, tiene cara de payaso, de una redondez lunar.
-¿Alguno vuelve con lo que le pides?
-Muchas veces. No les cuesta tanto darme de comer, pido cacahuetes patatas fritas o Coca-Cola ... a veces chocolate ... A fuerza de vernos, muchos me conocen. Vengo todos los días -suelen traerme cosas. Les alegra hacer algo por mí. Al fin y al cabo son personas, ya sabes.
Hace una pausa. Pasa un hombre joven con un bebé sobre el vientre, ella ladea la cabeza, “me gustan mucho los papás, es tierno ver a un padre con su hijo”, y luego le dice “oh señor, por favor, ¿me traes chocolate? Es para el bebé”.
Otro hombre al salir le da su Coca-Cola y una cerveza, ella le sonríe y pasa la lata a Vernon.

-Dime si quieres algo en particular, te lo pediré.

CLOCHARDS

Vernon Subutex 1, Virginie Despentes, p. 284-285
Vernon se instala en un trozo de acera. Laurent le aconsejó las panaderías, porque la gente paga en efectivo y sale con monedas. Pero los sitios buenos ya están cogidos. Vernon se instala en una plaza, contra una pared, hasta que una señora de la limpieza le pide amablemente que se desplace unos metros, “es un colegio, ya sabe, están a punto de salir, aquí molestará ... si fuera tan amable de moverse hacia allá”. Se aparta un poco y se sienta entre una librería y una floristería, a unos metros de una tienda de comida ecológica. Extiende la mano apoyando el brazo en la rodilla, con la espalda apoyada en la pared. Sus pensamientos se disparan. Le pican las mejillas, no está acostumbrado a llevar barba. Le invade su propio olor. N o es desagradable. Las bolsas que desfilan ante sus narices no se parecen -bandoleras, cestos de mimbre, carteras, bolsitos de cuero, y tampoco los zapatos, zapatillas de deporte gastadas, tacones de cuña, Creepers, botas de piel. .. Ve cuatro pares de zapatos masculinos acercarse, reducir el paso y detenerse alrededor de él. El miedo lo deja paralizado, ni siquiera se atreve a levantar la cabeza. De repente tiene ganas de llorar.
-Buenos días, señor, ¿cómo se llama?
-Vernon.
Ha hablado demasiado deprisa, debería haber dicho su nombre de identidad civil, su nombre francés. Pero no le pegan de inmediato. Tres cabezas rapadas, estudiantes con pinta de ser parientes, auténticos caretos de torturadores, y un jovencito rubio, un chico que parece más delicado que los otros, con rasgos finos y regulares, tan guapo como sus colegas espantosos. Desde el suelo, parecen gigantes. El que se dirige a él es el rubio, se arrodilla para estar a su altura y lo mira de arriba abajo:
-Yo me llamo Julien. Sabes, Vernon, si fueras rumano, tendrías una casa en la que dormir.
Julien apoya una mano en el hombro de Vernon. Los tres acólitos se han quedado de pie, asienten a lo que dice el jefe, todos supertristes porque no sea rumano, en cuyo caso no se vería reducido a congelarse el culo en el asfalto. Vernon está bañado en sudor. Nunca se ha alegrado tanto de ser francés -lo único que desea es que los cuatro cabezas huecas se queden satisfechos con sus respuestas. Que se larguen. Julien saca de su bolsa un paquete de galletas y un cartón de leche, que le ofrece preguntándole:
-¿Tienes el teléfono de los servicios sociales? ¿Has intentado llamar hoy?
-Me han dicho que estaba lleno. Pero me las apaño.
-Los refugios están llenos de chimpancés, ¿no? Los africanos la lían parda, ¿verdad? ¿Alguien se ha metido contigo?

Vernon se repite que no hay peligro, los chicos son miIitantes racistas que no pretenden pegarle una paliza con la punta de sus bonitos zapatos embetunados. 

UN MARIDO

Vernon Subutex 1, Virginie Despentes, p.68-69
-Las parejas de larga duración no siempre son fáciles. Para que funcionen hay que esforzarse constantemente. Yo quiero que funcione con Marie-Ange. Y ella también. No hemos tenido una cría para luego separarnos. Un hijo es una responsabilidad. Pero hay que adaptarse. Por ejemplo, una vez que tu mujer se convierte en madre, cambia. Cuando ha pasado la exaltación hormonal del embarazo, te encuentras frente a una desconocida. Ahora entiendo por qué a tantos tíos los echan cuando llega el primer chiquillo: las mujeres no tienen piedad, hasta entonces solo pensaban en complacerte, pero en cuanto tienen al crío ya no te necesitan para nada. Te relegan al papel de figurante. No sabes hacer nada, no es tu lugar, lárgate. De todas formas, te aguantan por la pasta, y ni se te ocurra decirlo -entonces se pasan el día tocándonos los huevos con el feminismo, en cuanto el niño está en la cuna, saben que tendrán tanto la custodia como la pensión. Y que vas a pagarla, cabrón. Yo, cuando Marie-Ange empezó a marcar el territorio y a querer controlar el acceso a la habitación de la cría, no se lo permití. Tú tranquila, sabía cómo cambiar un pañal y a qué temperatura tiene que estar el biberón. Ahí es donde se juega la. guerra de sexos, y si no estás alerta, te ponen contra las cuerdas. Los hijos, ese es el auténtico terreno. Con Clara, supe desde el primer segundo que sería un buen padre. Coges a esa cosita en brazos y su vulnerabilidad te hace polvo, te conviertes en otro hombre. Me impuse. Todos los días estoy delante de la verja de su colegio, irá a bachillerato y yo seguiré ahí. Marie-Ange quiere otro. Quiere un niño. No tenemos prisa. Soy un ser humano, joder, no un depósito de esperma. Al principio, el sexo entre nosotros -no voy a entrar en detalles pero era . .. tremendo, de verdad. Y yo fui un gilipollas: como la hacía gozar, estaba seguro de que era mía. Que una tía que tiene sangre de baronesa me comiera la polla era lo más, tío. Tendrías que ver a su familia -ninguno me quería hasta que llegó la cría, pero ahora que ven que todo el mundo se divorcia, menos nosotros, he ganado puntos de respeto. Tuve que esforzarme muy mucho para conseguirlos. Sus viejos nunca han currado. ¿Puedes creértelo? Todavía hay gente que vive de rentas. Sin currar. El padre ha gestionado la fortuna familiar, Y la madre lo ha ayudado. Tacaños, como todos los ricos, cuentan hasta el último céntimo. Y tendrías que oírlos hablar de los que cobran el salario mínimo. . . Y mira que yo soy liberal y pragmático, ya me conoces, pocas fantasías bolcheviques tengo yo. 

INCIPIT 799. RAVELSTEIN / SAUL BELLOW

Raro es que los benefactores de la humanidad sean personajes divertidos. Ése, por lo menos, es el caso de América. Si alguien quiere gobernar el país tiene que entretenerlo. En tiempos de la Guerra Civil la gente se lamentaba de los chistes de Lincoln. Quizá él considerase que la seriedad estricta era mucho más peligrosa que cualquier cuchufleta. Los críticos, con todo, decían de él que era frívolo y hasta su mismo ministro de Defensa lo calificó de simio.

Entre los papanatas e impostores que formaron los gustos y mentalidades de mi generación, H. L. Mencken se llevó la palma. Mis compañeros de enseñanza secundaria, lectores del   American Mercury, estaban al corriente del juicio de Scopes cuando Mencken informó acerca del mismo. Mencken estuvo muy duro con William Jennings Bryan y también con el Bible Belt y el Boobus Americanus. Clarence Darrow, que defendía a Scopes, representaba la ciencia, la modernidad y el progreso. Tanto para Darrow como para Mencken, Bryan, el Creacionista Especial era un redomado abscurdo del Cinturón Agrícola.

INCIPI 798. MADRID 1921: UN DIETARIO / JOSEP PLA

Si he de ser sincero, diré que en casa habíamos oído hablar de cierta manera de Madrid, mucho antes de que yo fuese allí para pasar una temporada. Mi padre había estudiado en la Escuda de Agricultura de la Moncloa algunas ciencias geométricas y diversas asignaturas vagamente agrarias. En su despacho podía verse una orla deslucida que recordaba las glorias más bien desvanecidas de sus aventuras académicas y madrileñas. En invierno, después de cenar, cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, nuestro padre, antes de salir a echar el pienso a la yegua, solfa contarnos cosas de aquellos días. Muy agradable debía ser lo que decía, en su vaga lejanía, porque nos adormecíamos escuchándolo mientras el fuego encendía  nuestras mejillas. Así que nos veía dulcemente naufragados -en brazos de Orfeo, para decirlo como los literatos idealistas- su exposición se iba haciendo más pausada, bajaba el tono de la voz y al final decía unas últimas palabras, como si susurrase, de una manera que para nosotros era deliciosamente ininteligible. 

INCIPIT 797. EL PODER Y LA GLORIA / GRAHAM GREENE

El puerto
Mr. Tench salió a buscar su cilindro de éter, bajo el sol llameante de México y el polvo blanquecino. Unos cuantos zopilotes se asomaron desde el tejado con apática indiferencia; todavía no era él una carroña. Un vago sentimiento de rebeldía sacudió su corazón; se destrozó las uñas al arrancar un pedrusco del suelo, que arrojó a las aves. Una de ellas partió aleteando sobre la ciudad: sobre la plaza chiquitina; sobre el busto de un ex presidente, ex general, ex ser humano; sobre los dos tenderetes donde se vendía agua mineral; hacia el río y el mar. N o encontraría nada, ya que los tiburones buscaban carroña por allí. Mr. Tench atravesó la plaza.
Le dijo Buenos días a un hombre con pistola que estaba sentado en un cuadrito de sombra contra la pared. Pero allí no era como en Inglaterra: el hombre no contestó nada, tan sólo alzó la vista con malevolencia, como si jamás hubiera tenido trato con él, como si él no fuera quien puso el forro de oro en dos de sus muelas.

Mr. Tench pasó sudando, dejó atrás la Tesorería que antes fue iglesia, y se dirigió al muelle. A mitad de camino se le olvidó de pronto por qué había salido. ¿Por un vaso de agua mineral? Era cuanto se podía beber con el estado de prohibición, excepto la cerveza; pero ésta era monopolio del Gobierno y demasiado cara, salvo en ocasiones especiales. Una horrible sensación de náusea le afligió el estómago. No podía ser agua mineral lo que necesitaba. 

INCIPIT 796. SUBURBIA / JOHN CHEEVER

Imagino una pequeña estación de ferrocarril, diez minutos antes del oscurecer. Pasado el andén están las aguas del rio Wekonsett, que difunden un sombrío resplandor. La arquitectura de la estación es extrañamente informal, sombría, pero no grave, y casi recuerda una pérgola, una cabaña o una casa de verano, pese a que aquí los inviernos son duros. Las farolas distribuidas a lo largo del andén tienen un aire delicado que casi se palpa. Se diría que el escenario es la esencia del argumento. Viajamos sobre todo en avión y, sin embargo, parece que el espíritu de nuestro país ha conservado el carácter de una tierra de ferrocarriles. U no despierta en el dormitorio de un coche-cama a las tres de la madrugada, en una ciudad cuyo nombre no conoce y quizá nunca descubra. En el andén hay un hombre con un niño sobre los hombros. Hacen gestos de despedida a un viajero, pero ¡qué hace el niño tan tarde, y por qué llora el hombre? En un desvío, al otro lado del andén, hay un coche comedor iluminado, y un camarero está sentado, solo, frente a una mesa, haciendo sus cuentas.

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