Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DE LOS EDITORES

La trabajadora, Elvira Navarro, p. 111-112
Vestía ropa de Serrano y Velázquez, prendas de diseñadores para equilibrar con el buen gusto, y a veces con cierta ostentación que nunca era chusca, una cintura que parecía un barreño y una papada que caía sobre collares exquisitos. Caminaba con la espalda recta y un discreto baile de cadera, le gustaban las botas altas y las medias de hilo componiendo arabescos. Tenía un sexy de presidenta de comunidad autónoma, ese tipo de sexy que da el mucho poder discreto, y siempre me había parecido que lucía demasiadas variantes de pendientes y colgajos para la esforzada vida de editora reclinada sobre manuscritos, aunque esto último no era más que un prejuicio mío. Yo llevaba ya unos cuantos años comprobando el aspecto de ser solo gestores que tenían algunos editores, y de hecho, la mayor parte del tiempo eran únicamente gestores. Incluso formaba parte de mi prejuicio que alguien del sector del libro no podía votar a un partido de derechas, lo que también era una visión heredada que luchaba por persistir, pues seguía tratándose, a pesar de todo, de una idea consoladora. Resultaba además probable que casi nadie en la empresa votara a un partido de derechas, si bien se adscribían a una izquierda de modos y modas pijas conforme subías a los pisos de arriba, y a veces de modos y modas cool. Quienes ahora ocupaban cargos y tenían mi edad eran nietos o sobrinos de los fundadores del grupo, nietos y sobrinos que se habían educado en colegios exclusivos para estudiar luego Administración de Empresas y un máster; estos altos cargos de mi edad trataban con los escritores y con los curritos como yo desde el orgullo de su ropa y su bronceado, y les gustaba marcar sus glúteos de gimnasio. En ocasiones arrastraban cierto complejo de inferioridad intelectual, pues habían aterrizado en los despachos leyendo lo justo y a desgana, y con una conciencia tardía de que la solvencia en temas humanísticos es también un demento de distinción con el que resulta dificil familiarizarse en un cursillo. Comprobaban esto aterrados; en sus universidades privadas y en sus másteres se habían topado con hijos de grandes empresarios ajenos al mundo de la cultura, y no les había hecho falta más que sacar unas notas aceptables y lucir guapos y con un buen coche para lograr la aceptación. Muchos sabían  que ya iban a ser para siempre como esos que han aprendido a tocar tarde un instrumento y que se acercan a un virtuosismo de segunda, pues tampoco tenían talento para crear desde lo precario. Los más resentidos te miraban con odio y trataban de humillarte. 

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