Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

CLOCHARDS

Vernon Subutex 1, Virginie Despentes, p. 284-285
Vernon se instala en un trozo de acera. Laurent le aconsejó las panaderías, porque la gente paga en efectivo y sale con monedas. Pero los sitios buenos ya están cogidos. Vernon se instala en una plaza, contra una pared, hasta que una señora de la limpieza le pide amablemente que se desplace unos metros, “es un colegio, ya sabe, están a punto de salir, aquí molestará ... si fuera tan amable de moverse hacia allá”. Se aparta un poco y se sienta entre una librería y una floristería, a unos metros de una tienda de comida ecológica. Extiende la mano apoyando el brazo en la rodilla, con la espalda apoyada en la pared. Sus pensamientos se disparan. Le pican las mejillas, no está acostumbrado a llevar barba. Le invade su propio olor. N o es desagradable. Las bolsas que desfilan ante sus narices no se parecen -bandoleras, cestos de mimbre, carteras, bolsitos de cuero, y tampoco los zapatos, zapatillas de deporte gastadas, tacones de cuña, Creepers, botas de piel. .. Ve cuatro pares de zapatos masculinos acercarse, reducir el paso y detenerse alrededor de él. El miedo lo deja paralizado, ni siquiera se atreve a levantar la cabeza. De repente tiene ganas de llorar.
-Buenos días, señor, ¿cómo se llama?
-Vernon.
Ha hablado demasiado deprisa, debería haber dicho su nombre de identidad civil, su nombre francés. Pero no le pegan de inmediato. Tres cabezas rapadas, estudiantes con pinta de ser parientes, auténticos caretos de torturadores, y un jovencito rubio, un chico que parece más delicado que los otros, con rasgos finos y regulares, tan guapo como sus colegas espantosos. Desde el suelo, parecen gigantes. El que se dirige a él es el rubio, se arrodilla para estar a su altura y lo mira de arriba abajo:
-Yo me llamo Julien. Sabes, Vernon, si fueras rumano, tendrías una casa en la que dormir.
Julien apoya una mano en el hombro de Vernon. Los tres acólitos se han quedado de pie, asienten a lo que dice el jefe, todos supertristes porque no sea rumano, en cuyo caso no se vería reducido a congelarse el culo en el asfalto. Vernon está bañado en sudor. Nunca se ha alegrado tanto de ser francés -lo único que desea es que los cuatro cabezas huecas se queden satisfechos con sus respuestas. Que se larguen. Julien saca de su bolsa un paquete de galletas y un cartón de leche, que le ofrece preguntándole:
-¿Tienes el teléfono de los servicios sociales? ¿Has intentado llamar hoy?
-Me han dicho que estaba lleno. Pero me las apaño.
-Los refugios están llenos de chimpancés, ¿no? Los africanos la lían parda, ¿verdad? ¿Alguien se ha metido contigo?

Vernon se repite que no hay peligro, los chicos son miIitantes racistas que no pretenden pegarle una paliza con la punta de sus bonitos zapatos embetunados. 

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