Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.405. DESDE EL DIVAN / IRVIN D. YALOM


Prólogo

A Ernest le encantaba ser psicoterapeuta. Día tras día sus pacientes lo invitaban a los recintos más íntimos de su vida. Día tras día él los consolaba, les prodigaba su cariño, aliviaba su desesperación. Y, a cambio, recibía admiración y aprecio. Y, además, le pagaban, aunque Ernest pensaba muchas veces que, si no necesitara el dinero, haría psicoterapia gratis.

Afortunado es quien ama su trabajo. Ernest se sentía afortunado, es cierto. Más que afortunado. Bendecido. Era un hombre que había descubierto su vocación y que podía decir: «Estoy donde debo estar, en el vórtice de mi talento, de mis intereses, mis pasiones».

Ernest no era un hombre religioso. No obstante, cuando abría su libro de citas todas las mañanas y veía los nombres de las ocho o nueve queridas personas con quienes pasaría ese día, se sentía abrumado por una emoción que solo podía describir como religiosa. En ese momento, en lo más profundo de su ser, deseaba dar gracias -a alguien, a algo- por haberlo conducido a su vocación.


INCIPIT 1.404. CASCARA DE NUEZ / IAN McEWAN


Así que aquí estoy, cabeza abajo dentro de una mujer. Aguardo con los brazos pacientemente cruzados, aguardo y me pregunto dentro de quién estoy, qué hago aquí. Los ojos se me cierran con nostalgia cuando recuerdo que iba a la deriva en mi bolsa corporal translúcida, flotaba en sueños dentro de la burbuja de mis pensamientos a través de mi océano particular de volteretas a cámara lenta, chocando suavemente contra los límites transparentes de mi encierro, la membrana acogedora que vibraba, mientras las amortiguaba, con las voces de unos conspiradores de una ruin empresa. Esto fue en mi juventud despreocupada. Ahora, totalmente invertido, sin un milímetro de espacio para moverme, con las rodillas apretadas contra el vientre, mis pensamientos, al igual que mi cabeza, están muy ocupados. No me queda otro remedio que tener la oreja pegada día y noche contra las sanguinolentas paredes. Escucho, tomo notas mentalmente y estoy preocupado.


DALI


Calendario sin fechas, Josep Pla, p. 75

... Aquí tengo, delante de mis ojos, un número del Esquire, el célebre magazine para caballeros que se publica en Chicago. El número es un poco atrasado: corresponde a abril del año pasado. En este número hay una reproducción a todo color de un cuadro de Salvador Dalí, un cuadro que al parecer ha tenido un gran éxito y que para mí ha sido, por unas horas, como un retorno a Portlligat. Hay una figura de mujer admirable, idealmente dibujada, con una inmensa cabellera rubia enmelada. Cabeza y cabellera, cuyos bucles y volúmenes recuerdan las formas más obsesionantes de los peinados antiguos -quiero decir de los de hace cuarenta años-, reposan sobre una inmensa cáscara de ostra, de una ondulación de curvas suave, curvas como lamidas por el mar, de una calidad de nácar rosado. Tres estrellas de mar, maravillosamente dibujadas, ponen sobre la cabellera un punto de decorativismo, entre primigenio y celestial. Estamos ya lejos de las viejas y grotescas rarezas del surrealismo: de los relojes flácidos, de los huesos de formas fálicas, de los bistecs de ternera colocados en el centro de un paisaje. Estamos ante un esfuerzo de realismo extralúcido, hipersensible. La señorita del cuadro a quien hacemos referencia, con su maravillosa cabellera colocada sobre el cuenco de una cáscara de ostra, tiene como fondo un verde de acuárium. ¿No será este el color que, por los reflejos de las algas, tiene, en cierto momento, el mar engolfado de Portlligat? Sobre este verde acuárium hay tres objetos que se nos aparecen como los alcaloides de la fama marítima más característica: hay un cuerno de mar, un caracol torneado con nácares azules y una rama de coral blanco. El cuerno tiene formas abruptas y caídas de las suavidades formales más delicadas. El caracol es prodigiosamente bello de forma y de color, turgente y delicado, luminoso como una joya rutilante. Y la calidad del coral, excrecencia de la vida del mar, vida mineralizada, caries esponjadas en una botánica mineral, está dada por el pintor con una experiencia y un sentido de la observación de la sensibilidad del mar, verdaderamente admirable.


Céret: agua


Calendario sin fechas, Josep Pla, p. 166

Divago por Céret. Hacía treinta y dos años que no había vuelto a la capital del Vallespir. Me atrapa enseguida el encanto de esta pequeña ciudad. ¿Qué tiene este rincón de mundo para exhalar tanto encanto? El agua. El agua y lo que del agua surge con la ayuda de los trabajos humanos: los árboles, los frutos, la riqueza, el bienestar.

Céret fue un pueblo amurallado y todavía lo es en parte. Su núcleo antiguo se conserva intacto. Paseando por sus callejuelas estrechas, silenciosas y, a pesar de tanto turismo, solitarias, hay un momento en que uno queda como arrobado: uno queda suspendido por el rumor suave, persistente, delicioso que produce el agua al pasar por las calles. Entre las aceras estrechas y la calzada el agua fluye sin cesar. En la calma de la noche este fluir del líquido produce como una magia que envuelve el pueblo entero, que trasmuta la realidad en un vago rumor que pasa y que no acaba nunca de pasar. Todo parece fluir, todo parece pasar -las cosas, los árboles, el aire-  menos el suspendido, estático rumor del agua. Cuando, en el reloj de la iglesia, la campana de toque limpio y cristalino da las horas, el sonido se dispersa y el aire que fluye se lo lleva todo en su marcha. Céret es un pueblo adormecido, extasiado en sus aguas, como los espacios de Roma contiguos a sus fuentes. ¿No es un pueblo curioso, singular?


CHEJOV


Calendario sin fechas, Josep Pla, p. 248

Lo que primero me impresionó fue la simplicidad de la escritura, el cuidado exacto de los detalles, el interés fabuloso por la habitualidad de la gente -exactamente de la gente modesta, pequeña, gris, misteriosa (sin misterio apreciable), aduladora, envidiosa, que nace, vive y muere-. La escritura es tan normal, tan acercada a la pequeñez de las cosas de la vida que a mí me parece que el escritor ruso ha contribuido como nadie a la destrucción del barroquismo literario y que esto lo ha hecho de una manera casi inconsciente y por razones de honorabilidad personal, es decir, por un anhelo de autenticidad y de verdad que se le han personalmente impuesto. La dirección de la literatura no es más, en todos los países, que esta. Chéjov adoró la literatura del conde Tolstói, como es perfectamente natural. Consideró a Dostoievski como un autor pretencioso, escasamente objetivo y de humanidad relativa. La descripción que hace de los rusos y de la Rusia de su tiempo no se puede comparar con nada de lo que se escribió en los diferentes países de Europa de su tiempo. No creo que haya, en este aspecto, precedentes: el alcoholismo, la superstición, el convencionalismo, la ignorancia, la sensualidad, el aburrimiento, el tedio, la manía de hablar, de filosofar, la pasión de la verborrea inseparablemente unida a la incapacidad para la acción, a la gandulería, a la inanidad de la cultura, al patriotismo ficticio, a la ineluctabilidad del clima, al criticismo pueblerino, a la inanidad de los éxitos y de los fracasos. A la nada absoluta y total. Chéjov es el notario vastísimo de la Rusia de su tiempo. Fabuloso escritor, de un gusto exquisito, de una expresividad eficaz, cultivadísimo, sencillo, simple, real, que es lo más difícil.


INCIPIT 1.403. LA MALA COSTUMBRE / ALAN S. PORTERO


EL ÁNGEL CAÍDO

Vi caer como ángeles terminales a una generación entera de muchachos. Adolescentes con la piel gris a los que les faltaban dientes, que olían a amoniaco y a orina. Flanqueaban con sus escorzos la salida del metro de San Bias en la calle Amposta y las praderitas del parque El Paraíso como cristos de Mantegna. Cubiertos de agujas como san Sebastián. Sentados o tendidos de cualquier manera. Moviéndose apenas, lentos y sincopados como muñecos rotos. Con la sonrisa elevada de los crucificados. Indefensos pero ya flotando en lugares donde nada podía tocarlos. Los vi brotar y hacerse cada vez más lentos hasta alcanzar la quietud final y descomponerse en el fango que se acumulaba en nuestro barrio con nombre de santo pero dejado de la mano de Dios.

La primera vez que me enamoré fue de uno de aquellos ángeles. Se precipitó desde la ventana de casa de sus padres.


INCIPIT 1.402. CALENDARIO SIN FECHAS / JOSEP PLA


Otoño en el Baztán

-Este valle del Baztán -me dice una señora extranjera que comparte el calor de la lumbre en Reparacea-, este valle del Baztán es como un valle de Suiza ...

-Sí, señora, en efecto ... es decir, no, señora. El Baztán es un valle de Suiza en miniatura, no tiene la grandiosidad cósmica de algunos valles de Suiza y en sus corrientes de agua, en el Bidasoa, vive, según mi viejo amigo el señor Mourlane Michelena, y su opinión fue compartida un día por Eduardo VII, la trucha verde, y en su tiempo, en verano, sobre la mansa corriente del río, el martín pescador dibuja la geometría más entretenida de las aguas que imaginarse pueda ...

En el Baztán, el tiempo se ha dado a la lluvia, y en la casa de Reparacea hay una temperatura suave al lado de la chimenea. Han puesto en el fuego un gran leño de roble que produce unas pequeñas llamas blancas y deslumbradoras, fascinantes. En el rincón tibio, el tiempo pasa con lenta, imperceptible suavidad. Uno recuerda otras casas, otros monumentos, otros fuegos ...


FRAGA IRIBARNE


La mala costumbre, Alana S. Portero, p. 240

- Esta me la hizo un cliente mío que se llamaba Agustín, me lo pasaba muy bien con él, estábamos en un café cantante que se llamaba Lady Pepa, un sitio muy divertido en el que se hacía teatro cortito y cachondo. La mitad de los maricones con dinero de Madrid iban allí a tomarse una copa. Lo llevaba Mendizábal, el escritor de obras de teatro, que era un mariquita graciosísimo y muy listo. Eso sí, más de derechas que el grifo del agua fría. Si yo te contase la gente que he visto allí..., lo que pasa es que a mí no me gusta hablar, pero, vamos, que si lo cuento me matan como a la Marilín.

Hizo un gesto con la mano para que me acercase y cuando consideró que estábamos a una distancia prudencial para esquivar las escuchas del CNI, susurró: «Allí conocí yo a Fraga y ya te digo que a su salud me compré dos o tres pares de zapatos buenos».

-¡¿Cómo que Fraga, Margarita?!, no me tomes el pelo, que te piso el cable del oxígeno y te dejo tiesa.

-Sí, señora. Fraga, Manuel Fraga, el ministro, más malo que una diarrea con tos y guarrísimo.

Imaginarme a Fraga con la pestaña puesta y lamiendo tacones travestís me lo humanizaba un poco, tuve que recordarme que era un cabrón sanguinario para no dejarle entrar al salón de la dignidad.


SHOPPING


La mala costumbre, Alana S. Portero, p. 57

¡Por supuesto que quería ir a la tienda de las chicas! Era hipnótico asomarse a ese mundo de colores, espejos y labios pintadísimos. En ese espacio, mi madre, mis tías, las mujeres del barrio, dejaban de cargar por un momento con sus casas, sus familias y sus trabajos, dejaban de estar extenuadas y se relajaban por completo. Se probaban blusas, faldas, chaquetones, se dejaban aconsejar por las dependientas, que eran listísimas, cariñosas y sabían mucho de moda.

Las mujeres se miraban al espejo con cuidado, posando, quejándose de sus cuerpos y recibiendo una dosis perfecta de validación por parte de las profesionales. Siempre el mismo juego que acababa con una falda rebajada en la bolsa o una camiseta con su poquito de encaje que no tendrían muchas oportunidades para usar pero que animaba tener en el cajón, por si acaso. Cómo no querer formar parte de aquel mundo alegre y maravilloso. Cómo no querer fundirse con ese paisaje. Era como llenar los pulmones de aire limpio. Olvidaba toda la oscuridad que me iba creciendo dentro. Al entrar allí las mujeres revelaban una naturaleza conmovedora y, al probarse ropa con estampados explosivos, caídas ligeras y vuelos de fantasía, se transformaban en preciosos y enormes animales extraños, de pelajes iridiscentes, que levantaban brisas de perfume y olor a maquillaje con sus movimientos y lo impregnaban todo de una sororidad salada que rompía mi pequeño y travestí corazón.


SAN BLAS


La mala costumbre, Alana S. Portero, p. 16

Nuestros edificios eran parte de un gran proyecto franquista de construcción de viviendas de los años cincuenta bautizado como «El Gran San Blas», que antes se llamaba el Cerro de la Vaca, nombre que debía de olerles a sudor y mierda a las autoridades fascistas. Los cobradores a domicilio lo llamaban «el barrio sin madres» porque solían abrirles las puertas de las casas niños sin escolarizar; a las luminarias del régimen no se les ocurrió que las más de treinta mil familias que fueran a parar allí necesitarían colegios cerca para sus hijos y tardaron años en cubrir esa necesidad, también la del agua corriente o la de los mercados en los que abastecerse, que fueron llegando con la lentitud y la dejadez de las cosas que no le importan a quien es responsable de ellas. Los obreros nunca fueron vistos por el franquismo de otra forma que como bestias de carga que estabular en la periferia. Ese abandono generó una conciencia de clase en el barrio que las autoridades de la Transición democrática decidieron atajar a finales de los setenta y durante toda la década de los ochenta con jeringazos de heroína casi regalados. La droga fue la última forma de ejecución sumarísima de disidentes de un régimen que había encontrado la forma de perpetuarse.


DON PIO PIO


Calendario sin fechas, Josep Pla, p. 156

Baroja es un inmenso escritor. Pero se equivocó de técnica. Escribió novelas. Como novelas, sus novelas son ridículas. No conoció ni los trucos, ni las triquiñuelas ni la manera escandalosa de componer sus novelas que tienen los novelistas. Desde el punto de vista de la técnica de la novela -como en tantos otros aspectos de su vida-, Baroja fue un niño. Sus novelas, en tanto que novelas, no tienen el menor interés, no tienen la menor composición, no tienen aquella exposición, nudo y desenlace que han de tener las novelas para apasionar a la gente. Baroja  fue un tipo que anduvo por el mundo dotado de una aguda capacidad de observación y escribió lo que se le fue presentando: paisajes, personas, personas sobre el paisaje, ambientes. Lo que ha de contener una novela para imantar al lector estuvo a mil leguas de su concepción del mundo. ¿ Y cómo había de estar más cerca, si en el mejor de los casos Baroja reaccionó siempre como un hombre ingenuo? Todas las personas que han reflexionado un poco sobre la vida y el mundo -y Baroja es una de ellas- saben que las novelas no existen, que se trata de un género literario de ínfima categoría, un género literario basado en la cocina editorial más maliciosa y más grosera. Y, sin embargo, casi todos los libros de Baroja llevan el título de novela. ¿Por qué Baroja escribió novelas?

En 1921, le dije una vez:

-Sin duda tiene usted alguna razón para escribir novelas.

-¡Pero, hombre! Azorín llama a sus libros también novelas.

En mi tiempo no se podía escribir otra cosa. Estábamos fascinados por el éxito de Galdós, nos parecía que el género podía venderse.


Claro de luna


Calendario sin fechas, Josep Pla, p. 115

Desde mi pequeño balcón veo cómo riela la luna llena  sobre la bahía de Cadaqués. La estela de la luna entra por la boca de la bahía y viene a morir a la playa. A ambos lados del vivo chorro de plata quedan dos zonas de sombra en las que el mar, negruzco, oleaginoso, inmóvil, parece planchado. La claridad lunar inunda el aire y pone sobre los montes circundantes una  vaguedad irreal. Sobre las pizarras negruzcas, la luz ensoñada parece hormiguear. Sobre el encalado de las paredes, da un color de marfil desvaído, como un blanco enfermizo, morboso, exangüe. El pueblo parece suspendido en un éxtasis, parece flotar en el aire, y todo está como inmerso en un ensimismamiento detenido, absolutamente parado, obsesionante. El cabrilleo sobre el mar tiene zonas de luz viva y rutilante en las que millones de pequeños destellos producen como un cosquilleo febricitante; en otras, la luz cae sobre el agua como un desmayo, el meandro luminoso queda como desfibrado y mate, y se ve el lento balanceo de la luz sobre el agua. Fuera de la bahía, en el horizonte, la luz de la luna produce una atroz sensación de soledad.


INCIPIT 1.401. EL LIBRO VACIO / JOSEFINA VICENS


No he querido hacerlo. Me he resistido durante veinte años. Veinte años de oír: «Tienes que hacerlo ... tienes que hacerlo». De oírlo de mí mismo. Pero no de ese yo que lo entiende y lo padece y lo rechaza. No; del otro, del subterráneo, de ese que fermenta en mí con un extraño hervor.

Lo digo sinceramente. Créanme. Es verdad. Además, lo explicaré con sencillez. Es la única forma de hacérmelo perdonar. Pero antes, que se entienda bien esto: uso la palabra perdonar en el mismo sentido que la usaría un fruto cuando inevitablemente, a pesar de sí mismo, se pudriera. Él sabría que era una transformación inexorable. De todos modos, creo yo, se avergonzaría un poco de su estado; de haber llegado, cierto que sin impurezas originales, a una especie de impureza final. Es algo semejante, muy semejante.

Al decir «hacérmelo perdonar», me refiero al resultado, pero no al tránsito, no al recorrido. Hay algo independiente y poderoso que actúa dentro de mí, vigilado por mí, contenido por mí, pero nunca vencido. Es como ser dos.


LIBROS

La figura del mundo, Juan Villoro, p. 177


Toda biblioteca narra la vida de una mente. Walter Benjamín reflexionó acerca del proceso de autoanálisis que significa desempacar los libros en una mudanza. Revisar en desorden los títulos que normalmente se mantienen en clasificado reposo significa poner a prueba cada adquisición. ¿Por qué nos hicimos de cada uno de ellos? ¿De qué modo esos volúmenes nos representan? ¿Los merecemos más allá de su prestigio decorativo? El siguiente paso, volver a acomodar a los autores, pone en juego otra forma del juicio; no en balde, Borges señaló que ordenar una biblioteca es ya un modo de ejercer la crítica literaria.

Resulta casi imposible escribir sin disponer de cierto número de libros. Para realizar una obra, no es necesario tener volúmenes cuidadosamente encuadernados en piel de tiburón, pero incluso el menos libresco de los autores requiere de ocasional contacto con los talismanes del oficio.

Robert Musil, que nunca vivió en condiciones que le permitieran contar con un buen baño, estaba lejos de tener una gran biblioteca. Su espacio no contaba con volúmenes de consulta, muchas veces necesarios, pero no podía trabajar en las bibliotecas públicas porque ahí estaba prohibido fumar. En cambio, en su casa trabajaba en forma ininterrumpida sin sucumbir a las ganas de fumar. Sus libros le servían de ansiolítico.

El "cuarto propio" que Virginia Woolf reclama para la mujer que normalmente trabaja como intendente de su propia casa es imprescindible para cualquiera que ejerza la imaginación al margen de los otros. Esa habitación requiere de compañía simbólica, los tomos empastados que pierden colorido con el sol y con los años.


BIBLIOTECAS


Testo yonqui, PB Preciado, p. 251

En el año 213 a. C., todos los libros de China fueron quemados por órdenes de un emperador. En el siglo V, tras sucesivas guerras que la habían saqueado y diezmado, se destruye  definitivamente por decreto del emperador Teodosio la biblioteca de Alejandría, y con ella la mayor plataforma de investigación, traducción y lectura del mundo antiguo bajo la acusación de albergar saberes paganos contrarios a la fe cristiana. Entre 1330 y 1730 miles de cuerpos humanos son quemados por la Inquisición cristiana, miles de libros destruidos y cientos de prácticas de saber y de producción de subjetividad relegadas al olvido y la clandestinidad. En 1813, los soldados estadounidenses tomaron Canadá y York, y quemaron el Parlamento y la biblioteca legislativa; un año después se arrasó la Biblioteca del Congreso. En 1933, una de las primeras acciones del Gobierno nazi fue la destrucción del Institut für Sexualwissenschaft (Instituto de Ciencias Sexuales) de Berlín, creado por Magnus Hirschfeld en 1919, y que funcionó durante años como centro de investigación y de difusión de ideas y prácticas progresistas en torno al sexo y la sexualidad. Los volúmenes del Instituto Hirschfeld fueron quemados el 10 de mayo junto con otros veinte mil libros en una gigantesca hoguera situada en la Opernplatz cuyo fuego chispeante iluminó la película fotográfica de los reporteros de Hitler. La noche del 9 de marzo de 1943, un ataque aéreo sobre la Biblioteca Estatal de Baviera destruyó quinientos mil libros. En 1993 las milicias croatas destruyeron decenas de bibliotecas (entre ellas la de Stolac). En 2003 el Ejército estadounidense saqueó y destruyó la Biblioteca Nacional de Bagdad


Sexódromos urbanos


Testo yonqui, Paul B. Preciado, p. 197

En 2005, con ocasión del Mundial de fütbol, el Gobierno alemán de Angela Merkel, en un intento de activar la fordización de la industria sexual, da luz verde a la construcción de Artemis, un prostíbulo multimedia de tres mil metros cuadrados situado a tres estaciones de metro del Estadio Olímpico de Berlín. El edificio, cuyo interior ha sido decorado según una estética que los promotores definen como «digna de Las Vegas», tiene cuatro pisos y cuenta con piscina, varias saunas y dos salas de cine, así como con habitaciones suficientes como para dar cita simultáneamente a setenta trabajadoras sexuales y seiscientos clientes. El argumento del Gobierno alemán revela los fundamentos del capitalismo farmacopornográfico actual: «Es necesario ofrecer a los cuatro millones de aficionados que se desplazarán a Berlín para el Mundial el mejor servicio sexual, del mismo modo que se les ofrecerán las mejores prestaciones en términos de hostelería, restauración, servicios culturales y de comunicación» (artículo en Le Nouvel Obsevateur, 4-10/05/2006: 13). Señalemos,simplemente de paso, que el burdel como institución estatal, como un servicio público propuesto por el Gobierno a los ciudadanos o visitantes de la ciudad, no es en absoluto una invención de Merkel, sino una estructura que persiste desde la urbe de la Edad Media hasta los emplazamientos coloniales del siglo XX. Así, por ejemplo, en 1434 la municipalidad (alemana/ austrohúngara) de Berne pone los burdeles públicos a disposición del emperador Segismundo y de su corte durante su visita a la ciudad. A pesar de las diferencias entre el burdel paleourbano de Berne y el gran supermercado del sexo Artemis, ambos parecen decisivos para el desarrollo económico de la farmacopornópolis moderna. Este burdel futbolístico se sitúa, asimismo, en una genealogía de burdeles multimedia iniciada por los clubes y hoteles Playboy en Estados Unidos a finales de los años cincuenta según la cual el edificio-burdel se transforma en un espacio de producción, consumo y distribución de signos audiovisuales pornográficos y de servicios sexuales, funcionando como una «heterotopía», por recoger el término de Foucault: un espacio de excepción politicosexual en el que dominan leyes y valores en aparente (y solo aparente) contradicción con los del espacio público dominante.

PARIS HILTON


Testo yonqui, Paul B. Preciado, p. 196

Si a diferencia de las actrices porno de las décadas de 1970-1990, de Marilyn Chambers a Jenna Jameson, París Hilton aparece hoy como figura paradigmática del modo de producción farmacopornográfico no es (como los lectores que hayan visto sus películas corroborarán) por su cualidad de bomba sexual. París Hilton difiere radicalmente de las actrices porno tradicionales: por una parte, no llega al porno empujada por una necesidad económica o un destino social implacable, sino que, al contrario, decide y calcula su transformación en star X ayudada por su propio imperio financiero; por otra, ni corporal ni performativamente Paris Hilton presenta un interés masturbatorio relevante, lo que permite pensar que, si no fuera por su fortuna y su potente maquinaria publicitaria, nunca habría podido abrirse paso en el mercado pornográfico compitiendo con actrices como Tracy Lords o Katsumi. Si la figura de París Hilton presenta un interés teórico-político (más que únicamente masturbatorio) indudable es porque señala la aspiración actual de toda forma de trabajo y producción de valor de transformarse en producción farmacopornográfica, indicando así un «devenir porno» de la producción de valor en el capitalismo actual.

Bajo los valores puritanos que creía haber reconocido Weber, se esconde en realidad la imagen digitalizada de la vulva extradepilada de París Hilton, los músculos testosteronados de Arnold Schwarzenegger y el colocón global de Viagra al que están sujetas las bio-pollas desempalmadas de los cis-cincuentones.


LISBOA


Cuentos negros, MV Montalbán, p. 229

Por aquí pasaron durante la guerra personajes legendarios: Saint-Exupéry que consideraba a Portugal un Paraíso Triste, el actor Leslie Howard que murió cuando el avión de regreso a Londres fue saboteado por los alemanes y, como tercera propuesta, Laurence Olivier y Vivien Leigh que vinieron con motivo del estreno de Rebeca de Hitchcock, el ex rey Carol de Rumanía que se pasaba muchas horas en las librerías de viejo, nunca supe por qué. Ésta era una ciudad triste, con poca luz y pocos alimentos para las clases populares, pero con muchos exilados de renombre que vivían en los hoteles o en las villas de Estoril y Cascais y especialmente interesante por el tráfico de judíos fugitivos de la Europa progresivamente ocupada por los nazis. De la salida de los judíos se ocupaba en particular el American Distribution Committee o la Hiram, el primero muy ligado a la primera dama de Estados Unidos, Eleanor Roosevelt, enemiga feroz de Salazar pero, sobre todo, de Franco. Por aquí pasaron en aquellos años Keynes, Jean Renoir, Graham Greene, Mircea Eliade, Alexander Alehkin, Stefan Zweig, Max Ophuls, Ian Fleming, Edward G. Robinson, gentes en busca de ciudades fronterizas. Los espías nos lo pasábamos muy bien en aquella Lisboa a media luz o en los casinos, tan a media luz que estaba llena de comunistas exilados que trataban de salir hacia Londres o América y se citaban en las librerías del Chiado o tenían conexiones con dos centros británicos, el Estrela Hall y el Gimnasio Terraja. Todos nos espiábamos a todos y en definitiva no aportamos gran cosa a la marcha de la guerra. Recuerdo las piernas de las extranjeras. Las portuguesas no solían entonces enseñar las piernas. Las inglesas tenían unas piernas muy bonitas sobre sus zapatos topolino. Han pasado treinta años de aquello y para mí de casi todo.


INCIPIT 1.400. ILIADA LIBERADA


Canta, ¡oh, diosa!, la ira de Aquiles, hijo de Peleo, que trajo incontables males a los griegos. Muchas almas valientes envió antes de tiempo al Hades y convirtió a muchos héroes en pasto de los perros y de los buitres, pues tal fue la voluntad de Zeus cumplida desde el día en que Agamenón, rey de hombres, y el gran Aquiles se enemistaron.

¿ Y cuál de los dioses fue el que los empujó a pelearse? Fue Apolo, el hijo de Zeus y Leto; pues estaba enfadado con el rey y envió una pestilencia sobre su hueste para atormentar al pueblo, porque Agamenón había ultrajado a su sacerdote Crises. Crises había ido a las naves de los griegos para liberar a su hija, y había llevado consigo un gran rescate; además, llevaba en su mano el cetro de Apolo envuelto en una guirnalda de suplicante, e imploró a los griegos, pero sobre todo a Agamenón y Menelao, los dos hijos de Atreo, que eran sus caudillos.

-¡Hijos de Atreo -exclamó- y todos los demás griegos!, ojalá los dioses que moran en el Olimpo os concedan saquear Troya y volver a vuestras casas sanos y salvos


INCIPIT 1.399. CUENTOS NEGROS / MV MONTALBAN


Todo empezó con un fax

Biscuter había solicitado audiencia, y, a pesar de la desganada respuesta de Carvalho, «¿necesitas audiencia para hablar conmigo?», la petición de encuentro formal siguió su curso, y allí estaban, a uno y otro lado de la mesa, Biscuter con la arqueada ceja de las grandes ocasiones y la lengüecita lubrificando los labios para el mejor deslizarse de palabras prometidas difíciles.

-A usted, jefe, le falta modernidad.

Ya estaba dicho y oído. Carvalho procesó mentalmente la frase sin quitarle ojo a Biscuter, pero también sin invitarle a continuar. De nada sirvió.

-Le falta modernidad y un mayor dinamismo en todo lo que hace. La modernidad debería conseguirla mediante la renovación del utillaje y el dinamismo gracias a un mejor aprovechamiento de los recursos humanos de que dispone. Se habrá preguntado usted de qué utillaje me habla este tío, de qué recursos humanos. Lógica la pregunta, porque en este despacho no hay otro utillaje que el teléfono, ni otro recurso humano que usted mismo. Se pasa todo el día hablando de la crisis, de la no función del detective privado en una sociedad tan cínica como ésta. Pero usted no hace nada para cambiar esa situación. ¿ Se ha anunciado alguna vez como detective? ¿Sabe usted qué es un fax? ¿Un ordenador? ¿El CD Rom? ¿Internet? ¿Tiene alguna idea de cómo podría ayudarle un control de las autopistas de la información? No me conteste y déjeme hablar. Desde que estuve en París en 1992 para seguir aquel curso sobre sopas, mi horizonte mental ha cambiado.


FEMINISMO


Más intervenciones, Houellebecq, p. 131

Personalmente, siempre he considerado a las feministas unas amables gilipollas, en principio inofensivas, pero a quienes, por desgracia, su desarmante falta de lucidez vuelve peligrosas.En los años setenta las veíamos luchar a favor de la contracepción, el aborto, la libertad sexual, etc., justo como si el «sistema patriarcal» fuera un invento de esos machos malos malísimos, mientras que el objetivo histórico de los hombres era, obviamente, tirarse al máximo de tías posible sin cargar con una familia. Las pobres llevaban la ingenuidad hasta el punto de imaginarse que el amor lesbiano, condimento erótico apreciado por la casi totalidad de los heterosexuales activos, era un peligroso replanteamiento del poder masculino. Además manifestaban, y eso era lo más triste, un apetito incomprensible  por el mundo profesional y la vida de empresa; los hombres, que sabían desde hacía mucho tiempo a qué atenerse con  Respecto a la «libertad» y la «realización» mediante el trabajo, se carcajeaban por lo bajo.

PAIDEIA


Más intervenciones, Houellebecq, p. 131

En el enunciado de sus preguntas, percibo una sutil invitación a defender propuestas políticamente incorrectas, probablemente destacando pulsiones sexuales que supuestamente recorren la infancia; pero es un camino que no voy a tomar. En realidad, las pulsiones de la infancia no existen; son un invento puro y duro. En todos los casos que los medios de comunicación relatan con tanta complacencia, el niño es completa y absolutamente una víctima. Aun así, esta insistencia en la pedofilia y el incesto tiene algo de tranquilizador: el pedófilo me parece el chivo expiatorio ideal de una sociedad que organiza la exacerbación del deseo sin procurar los medios para satisfacerlo. En cierto sentido es normal (la publicidad, la economía en general se basan en el deseo, y no en la satisfacción); sin embargo, me parece útil recordar una verdad obvia: en las condiciones actuales de la economía sexual, el hombre maduro quiere follar, pero ya no tiene posibilidad de hacerlo; ni siquiera tiene realmente derecho a ello. Así que no es tan sorprendente que la emprenda contra el único ser incapaz de ofrecer resistencia: el niño.

El pedófilo ideal tiene cincuenta y dos años. Está calvo, ha echado barriga. Ingeniero comercial de una empresa en apuros, suele vivir en un extrarradio semirresidencial, en mitad de una zona siniestra; y no tiene ningún sentido del ritmo. Casado desde hace veintisiete años con una mujer de su edad, es católico practicante y honrado conocido de sus vecinos. Su vida sexual está lejos de ser un espectáculo de fuegos artificiales.


LA SEXUALIDAD


Más intervenciones, Houellebecq, p. 360

MH: El interés de la Iglesia católica por la sexualidad de sus fieles me parece francamente exagerado. Esto no se remonta a los orígenes del cristianismo. San Pablo es irreprochable, como de costumbre: «más vale casarse que arder»; y a veces magnífico: «serán una sola carne». Las cosas se complican claramente con San Agustín, pero esto no tiene consecuencias durante bastantes siglos. En realidad, las cosas degeneran por completo en la época moderna; sin duda, también ahí, por contaminación del protestantismo y del puritanismo que de este se deriva. Seguimos ahí, y confieso que me siento incomodísimo cuando oigo a diversos prelados sublevarse contra el uso del preservativo, sida o no sida; por el amor de Dios, ¿y a ellos qué demonios les importa?

Hace mucho tiempo que tengo la impresión de que la Iglesia ortodoxa se ha mostrado más sensata en este aspecto, y que ha sabido mantener esa actitud de tolerancia que fue propia de la Iglesia católica durante muchos siglos. Pero era una impresión difusa, que me costaba justificar en un texto (precisamente porque los ortodoxos son reacios a expresarse sobre el tema, en su opinión secundario), hasta que, en un artículo de Olivier Clément (está claro que siempre hay que volver a los buenos autores), di con esta cita, para mí luminosa, de Atenágoras I, patriarca de Constantinopla: «Si un hombre y una mujer se aman de verdad, no tengo derecho a entrar en su alcoba, todo lo que hacen es santo».


AGAMENON


La Ilíada liberada, p. 246

Agamenón gritó a pleno pulmón y pidió a los griegos que se aprestasen para la batalla mientras se ponía la armadura. Primero se ciñó las bellas grebas alrededor de las piernas, y las abrochó con hebillas de plata en el tobillo, y en el pecho se puso la coraza que le había regalado Cíniras cuando la noticia de que los griegos estaban a punto de partir a Troya llegó a Chipre y se la dio como presente. Tenía diez capas de esmalte azul oscuro, doce de oro y diez de estaño, y tres dragones rampantes de color azul a cada lado del cuello, como los arcoíris que Zeus coloca en el cielo como señal para los mortales. Se echó la espada tachonada de oro al hombro; la vaina era de plata con una cadena de oro para colgarla. Cogió también el hermoso escudo labrado con diez círculos de bronce que cubría su cuerpo cuando estaba en la batalla. En el escudo había veinte tachones de estaño, con otro azul oscuro en el centro: este último parecía una cabeza de Gorgona lúgubre y feroz con la Fuga y el Pánico a cada lado. La abrazadera era de plata, con una serpiente azul retorcida con tres cabezas entrelazadas que salían de un único cuello. En la cabeza se puso un casco con un pico detrás y otro delante, y cuatro penachos de crin de caballo que temblaban amenazadores; luego cogió dos temibles lanzas con la punta de bronce, y su armadura centelleaba como una llama hasta el firmamento, mientras Hera y Atenea tronaban en honor del rey de la rica Micenas.


CARVALHO


Cuentos negros, Manuel Vázquez Montalbán, p. 156

-Me parece que no lo habrás comido nunca y es difícil de traducir del catalán. Galtes, galtes de pare. Son las mejillas del cerdo, rellenas de foie, carne picada, trufa, exquisitas. Pero tienes apellido judío. ¿No pruebas el cerdo? Te gustará.

Como no hay respuesta, Carvalho termina su tarea, saltea las galtes en aceite, le añade vino blanco, sazonamientos, un vaso de caldo. Deja que el comistrajo cueza a fuego lento, vuelve al living comedor, no está Gilda. Enciende la chimenea, valiéndose de La verdad sobre el caso Savolta de un tal Eduardo Mendoza, un escritor con apellido de delantero centro, al que había visto en la tele hablando de los privilegios de la edad. Había cumplido los cincuenta años el escriba y tenía los cojones de referirse a los privilegios de la edad. Carvalho contempló melancólicamente las llamas que asaban a los personajes de la novela, Lepprince, María Coral, Pajarito de Soto, Cabra Gómez, el comisario Vázquez, Miranda, Cortabanyes, no somos nada, Mendoza, a partir de los cincuenta ya lo somos todo, es decir, nada. Privilegios de la edad. Unas manos de mujer se posaron en sus hombros, Carvalho las retuvo y levantó la cabeza hacia ella.

-Casi no me acordaba de cómo era una mujer.


INCIPIT 1.398. TESTO YONQUI / PB PRECIADO


INTRODUCCIÓN

Este libro no es una autoficción. Se trata de un protocolo de intoxicación voluntaria a base de tesrosterona sintética que concierne al cuerpo y los afectos de B. P. Es un ensayo corporal. Una ficción, es cierto. En todo caso, y si fuera necesario llevar las cosas al extremo, una ficción autopolítica o una autoteoría. Durante el tiempo que dura este ensayo suceden dos mutaciones externas en el contexto próximo del cuerpo experimental, cuyo impacto no había sido calculado, ni hubiera podido computarse como parte de este estudio, pero que constituyen los dos límites en torno a los cuales se adhiere la escritura: primero, la muerte de G. D., condensado humano de una época que se desvanece, ídolo y último representante francés de una forma de insurrección sexual a través de la escritura; y, casi simultáneamente, el tropismo del cuerpo de B. P. hacia el cuerpo de V. D., ocasión irrenunciable de perfección y de ruina. Se registran aquí tanto las  micromutaciones fisiológicas y políticas provocadas por la testosterona en el cuerpo de B. P. como las modificaciones teóricas y físicas suscitadas en ese cuerpo por la pérdida, el deseo, la exaltación, el fracaso o la renuncia. No me interesan aquí mis sentimientos, en tanto que míos, pertenecientes a mí y a nadie más que a mí. No me interesa lo que de individual hay en ellos, sino cómo son atravesados por lo que no es mío. Por aquello que emana de la historia del planera, de la evolución de las especies vivas, de los flujos económicos


WIKIPEDIA

Todo el saber universal a tu alcance en mi enciclopedia mundial: Pinciopedia