Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

Céret: agua


Calendario sin fechas, Josep Pla, p. 166

Divago por Céret. Hacía treinta y dos años que no había vuelto a la capital del Vallespir. Me atrapa enseguida el encanto de esta pequeña ciudad. ¿Qué tiene este rincón de mundo para exhalar tanto encanto? El agua. El agua y lo que del agua surge con la ayuda de los trabajos humanos: los árboles, los frutos, la riqueza, el bienestar.

Céret fue un pueblo amurallado y todavía lo es en parte. Su núcleo antiguo se conserva intacto. Paseando por sus callejuelas estrechas, silenciosas y, a pesar de tanto turismo, solitarias, hay un momento en que uno queda como arrobado: uno queda suspendido por el rumor suave, persistente, delicioso que produce el agua al pasar por las calles. Entre las aceras estrechas y la calzada el agua fluye sin cesar. En la calma de la noche este fluir del líquido produce como una magia que envuelve el pueblo entero, que trasmuta la realidad en un vago rumor que pasa y que no acaba nunca de pasar. Todo parece fluir, todo parece pasar -las cosas, los árboles, el aire-  menos el suspendido, estático rumor del agua. Cuando, en el reloj de la iglesia, la campana de toque limpio y cristalino da las horas, el sonido se dispersa y el aire que fluye se lo lleva todo en su marcha. Céret es un pueblo adormecido, extasiado en sus aguas, como los espacios de Roma contiguos a sus fuentes. ¿No es un pueblo curioso, singular?


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