Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DEL HOLOCAUSTO


Fin, KO Knausgard, p. 710
Ningún ser humano puede decir cuál es la causa del exterminio de los judíos. Resulta imposible trazar una conexión entre, por ejemplo, el embrutecimiento de las mentes en la Primera Guerra Mundial, los movimientos alemanes populistas de la época de antes de la guerra, el floreciente nacionalismo entre las dos guerras, el gran crac, la inflación y el desempleo en masa, el desarrollo de la biología racial, el odio y el carisma patológicos de Hitler, la humillación de Alemania tras el Tratado de Versalles y el exterminio de los judíos, porque esa conexión no existe. El exterminio de los judíos fue algo que se desencadenó en esa sociedad, un suceso dentro de ella, pero algo a lo que ella misma ni pudo ni quiso poner nombre, y ya entonces, cuando los primeros trenes de judíos se dirigían hacia el este, era algo casi irreal, algo que estaba teniendo lugar en la periferia de lo humano, mudo y casi invisible, porque lo que compartían los pocos que lo vieron es que le dieron la espalda. Se trata del silencio con el que se encontró aquel obrero ferroviario polaco que era entrevistado en Shoah. Ese silencio, eso era el exterminio de los judíos. El sonido de lo humano que de repente cesó, el silencio que se posa sobre ese paisaje que acaba de resonar. El viento que de vez en cuando zumba por entre los árboles, golpes que se oyen a lo lejos, sonidos desolados. ¿Cómo era posible que tanta gente, más de mil personas, pudieran enmudecer? ¿Dónde estaban? El silencio es la nada cuando lo que era ya no es, y eso es lo que hace imposible entender el suceso, el exterminio de los judíos es lo que no es. Sí, es nada. ¿Cómo podemos relacionarnos con aquello de un modo verdadero? Si elegimos a alguien que lo represente, un individuo con nombre e historia, familia, amigos? lo convertimos en un destino, es decir, le otorgamos dignidad, porque ese individuo la tenía solo en virtud de ser un individuo, pero era justamente la dignidad lo que estaba ausente en el exterminio, y esta ausencia lo que lo posibilitó. Si no elegimos a alguien que lo represente, si no ponemos nombre a las víctimas, sino que pensamos en ellas como seis millones, lo generalizamos, y eso tampoco es verdad, nunca fueron exterminados seis millones de judíos, fue uno por uno seis millones de veces. Las perspectivas se excluyen recíprocamente.

La dama del armiño.

Fin, KO Knaugard, p. 586

Compré un cartel de ese cuadro en un viaje a Italia con Espen hace más de diez años, cuelga ahora en el salón y no me canso de mirarlo. El motivo es sencillo, una joven tiene apretado un armiño contra el pecho, el animal mira en la misma dirección que ella, hacia la derecha, ella tiene una mano en su lomo. El cuadro es inquietante. Por qué, no lo sé, el fondo es completamente negro, no hay nada más que esa mujer y ese animal, y tal vez lo inquietante esté en haberlos unido. El rostro de la mujer está más definido que casi todos los demás rostros de mujer de Leonardo, y la mano que reposa sobre el lomo del animal es flaca y huesuda, y algo desproporcionada en relación con lo que vemos del resto de su cuerpo, un poco demasiado grande, y aunque puede ser que la modelo tuviera realmente unas manos tan grandes, atraen la mirada de tal modo que esa mano, junto con la cabeza del armiño, constituye el centro del cuadro. La mano también muestra la inquietud del animal, es como si estuviera allí para tranquilizarlo. El que sea un poco huesuda resalta lo fisiológico en ella, algo poco frecuente en las pinturas de Leonardo, que casi siempre se ocupan más de los colores, las formas y lo saturado, y, junto con la intensa presencia no humana del animal, que existe como fuera de la zona de atención de la mujer, es como si el cuerpo se dividiera en dos ante nuestros ojos, una parte que pertenece a lo fisiológico, biológico, animal, donde las uñas de la mano, por ejemplo, corresponden a las garras del animal, y donde el color de sus ojos es igual al  de los ojos de la mujer, y otra parte que pertenece a lo humano, es decir, lo que tiene que ver con la calma de la joven, que el animal se encuentre fuera de la conciencia de ella, que tal vez esté ocupada en otra cosa, tal vez en lo que está contemplando, tal vez en algo dentro  de ella misma, pero en todo caso rebosa de algo suave y tranquilo. La ropa, el collar de perlas, el coletero, todo pertenece a esa esfera, de la cual el animal está excluido. Parte de lo inquietante está en la exactitud con la que Leonardo ha retratado al animal, completamente distinto a sus demás animales, por ejemplo los leones, los caballos o los corderos. El armiño no es bíblico, no es mitológico, no pertenece ni a lo bélico ni a lo idílico, sino que está ahí por derecho propio, corno ese determinado animal. Podríamos imaginarnos esto tematizada en forma de unos faunos, mitad humanos mitad animales, una figura de Pan o tal vez unos centauros, la mitología está llena de seres que se encuentran entre lo humano y lo animal, pero eso habría sido una ilustración, y eso es justo lo que Leonardo no hace aquí, no ilustra un pensamiento o una idea: el cuadro es el pensamiento.

DEL CUERPO


Fin, KO Knausgard, p. 583
Cuatrocientos años después lo extraño no parece el fenómeno en sí, sino que no sé hubiese producido antes. ¡Qué era lo que impedía a las gentes de la Edad Media investigar el interior del cuerpo? Mediante su arte de embalsamiento, los egipcios lo conocían bien, pero nunca se interesaron por cómo funcionaban e interactuaban los órganos, ya que lo que les preocupaba era la muerte y el respeto por ella. Los griegos, con los que el oficio de médico pasó de ser una actividad de brujo a convertirse en un ejercicio racional, basaban sus conocimientos del interior del cuerpo humano en lo que podían ver y entender del interior  de los animales, y en lo que se veía en accidentes y guerras, me imagino, cuando el cuerpo se abría de distintos modos. El cerebro en un cráneo destrozado, los intestinos en un vientre abierto en canal, los huesos y tendones de la superficie de un brazo o píe amputado. No se les ocurrió que ellos también podían descuartizar uno o dos cadáveres y luego investigar tranquilamente lo que había dentro. Esa idea tenía que resultar imposible, porque curiosidad intelectual no les faltaba.
¿Por qué era un pensamiento imposible?
Tal vez consideraran el cuerpo y la vida un todo, de tal modo que dividirlo no tenía ningún sentido. Tal vez no supieran que la vida de un cuerpo podía prolongarse si se conseguían más conocimientos detallados sobre él diseccionando otro. Tal vez no vieran valor a prolongar la vida. O quizá simplemente consideraran el interior del cuerpo como algo inviolable. Fuera cual fuera la razón, ellos no diseccionaron personas muertas, y tenían pocos conocimientos sobre las funciones de los órganos internos. Sus textos médicos y biológicos, llenos de inexactitudes y conjeturas, pero a pesar de todo sorprendentemente fiables, teniendo en cuenta sus escasos conocimientos empíricos, fueron normativos durante los siglos anteriores al Renacimiento, en que seguían teniendo tanto peso que los estudios anatómicos tanto de Durero como de Leonardo, realizados teniendo delante los cuerpos, contienen errores, detalles que pertenecen a la literatura médica y no al cuerpo, lo que, dicho de otra manera, significa que lo que sabían superaba a lo que de hecho veían.

LA REINA DE SABA


Fin, KO Knaugard, p. 569
Y así se hizo, en la sala 15 de la Nacional Gallery cuelga el cuadro del puerto antiguo de Turner, aliado del cuadro del puerto antiguo de Claude. Las similitudes entre los dos cuadros son numerosas. Ambos motivos son clásicos y giran en torno a la figura de una mujer -en el caso de Claude se trata de la reina de Saba-, los dos se desarrollan en un puerto con edificios antiguos, bajo lo que domina los dos cuadros, el sol y el cielo. Pero esta similitud hace que las diferencias sean más acusadas e importantes. Lo más destacado es que el puerto de Claude se abre hacia el mar, mientras que en el cuadro de Turner el mar no aparece en absoluto, en él el puerto está como cerrado alrededor del río. Y mientras que en Claude la luz es nítida y clara, en Turner es densa y algo borrosa, por lo que ambos cuadros emanan algo muy distinto. En Turner es como si la vida estuviera encerrada, tiene algo de estático, en el sentido de que se desplaza hacia arriba y hacia abajo, no hay ninguna salida. Subraya el motivo, que por un lado es la muerte -Dido enterrando a su marido- y por el otro la vida; ha llegado Eneas y con él el amor, es decir, la fuerza vital y el futuro, que para Dido, la que se queda, la llena de  sentimientos, al final será la muerte.
Lo cerrado es esencial para el sentimiento vital o comprensión de la vida que el cuadro manifiesta o explora. En ello interviene también el sol, refuerza lo estático en él, y de la misma manera que da vida a todo, hace que todo se pudra. En el puerto de Claude, retratado unas horas más tarde en el día, y en el que la brisa llega desde el mar, todo está abierto y en movimiento de una manera muy distinta. El motivo es la salida en barco de la reina de Saba, pero alrededor de ese tema ocurren muchas otras cosas, barcos de remos que van y vienen, marineros que trepan por las jarcias y se apoyan en las regalas, gente que pasea por el puerto, o personas paradas de dos en dos, charlando, mirando el séquito real o a su hijo, que va unos metros más adelante, todo con el mar abierto y soleado extendido hacia el horizonte. Tanto los majestuosos y pseudoantiguos edificios como la gente suntuosamente vestida y los numerosos barcos del puerto están claramente separados. Eso influye en el acontecimiento principal, la salida de la reina no es más que un suceso entre otros, importante donde ocurre y para los que en él participan, localizado allí, pero no en ningún otro lugar, se vuelve más ligero cuanto más se aleja uno, hasta que desaparece por completo si uno por ejemplo mueve la perspectiva más dentro del mar o más dentro de la ciudad. El que algo desaparezca en lo abierto, es decir, sólo exista localmente, es un fenómeno que aparece a menudo en Claude.

DIDO CONSTRUYE CARTAGO


Fin, KO Knaugard, p. 565
Era el mismo sol sobre el que Broch escribió en los años treinta, el que bañaba la costa de Brundisium aquella noche, diecinueve años antes de Cristo. Y era el mismo sol que Turner dejó brillar en su cuadro de un puerto de la Antigüedad, pintado algo más de cien antes. Turner tomó el motivo de la epopeya de Virgilio, la Eneida, es decir, de la historia sobre Dido, que se enamora de Eneas y se quita la vida cuando él se marcha. Pero no son tanto los sucesos dramáticos lo que busca Turner como el lugar en el que acontecen. El cuadro representa el puerto de Cartago, en la costa norte de África, y es marcadamente romántico, tanto en su exotismo como en su estética de ruinas. Los numerosos edificios monumentales pero medio derruidos que dominan el cuadro. Al menos eso fue lo que pensé cuando lo vi por primera vez. Mirándolo más de cerca me di cuenta de que no eran ruinas, sino lo contrario. En realidad, los grandes y blanquísimos edificios de la Antigüedad estaban en construcción, lo que aparece en el cuadro es una ciudad que se levanta, no que se derrumba. Es un cuadro único. En uno de los lados, un despeñadero completamente cubierto de vegetación baja hacia un río, que un poco más allá se convierte en puerto. Al otro lado hay un edificio a medio construir y junto a él se ve un grupo de personas diminutas en comparación con las proporciones de los edificios y las montañas. Hay una mujer de blanco, es Dido, rodeada de hombres, uno de ellos está de espaldas y va vestido de soldado, seguramente se trata de Eneas. Alrededor de ellos están los materiales de construcción, al fondo un montón de hombres descargando algo de los barcos. Abajo, junto al río, como separado de esta escena, se ve un grupo de chicos sentados en la orilla, están desnudos, y si no se han bañado ya, lo harán enseguida. Pero aunque estén separados de las demás escenas, no están separados del entorno, todo lo contrario, la sensación que me da al contemplarlo es que todo está entretejido, que los chicos están relacionados tanto con la vegetación como con el agua, tanto con la gente que hay detrás de ellos como con los edificios altos, y los mástiles de los barcos que se encuentran al fondo casi se funden con la neblina que ese día envuelve el paisaje.

INCIPIT 946. CON LOS OJOS BIEN ABIERTOS / JULIAN BARNES


Hace algunos años un amigo periodista, destinado en París como corresponsal de una revista, se convirtió en apenas un par de años en padre de dos hijos. En cuanto los niños fueron capaces de fijar la mirada en algo, empezó a llevarlos al Louvre y a guiar con mimo sus retinas infantiles hacia las obras maestras de la pintura universal. No sé si también les pondría música clásica mientras estaban en el vientre de su madre, como hacen algunos futuros padres, pero más de una vez me ha dado por pensar en qué se convertirán esos niños cuando crezcan: si en potenciales directores del MoMA o en adultos carentes de toda sensibilidad visual, con una enorme aversión a las galerias de arte.
Mis padres nunca intentaron cultivarme a una edad temprana (ni a ninguna otra); como tampoco trataron de disuadirme de que lo hiciese. Ambos eran maestros de escuela, por lo  tanto el arte (o quizá, para ser más exactos, la idea del arte) era algo respetado en mi casa. Había buenos libros en las estanterías e incluso había un piano en el salón, aunque jamás se tocó en toda mi infancia. Era un regalo que mi abuelo materno había hecho a mi madre, su adorada hija, cuando era una joven pianista, talentosa y prometedora. Sin embargo, sus estudios pianísticos se pararon en seco cuando tenía veintipocos años y tuvo que enfrentarse a una intrincada partitura de Seriahin.

INCIPIT 945. HERO: DAVID BOWIE


Bowie ha muerto
David Bowie murió en su cama en la ciudad de Nueva York, dos días después de su sesenta y nueve cumpleaños y del lanzamiento de su vigesimoséptimo disco de estudio, Blackstar, su réquiem personal y su “regalo de despedida” para el mundo. El anuncio, divulgado de manera oficial a través de sus cuentas y perfiles en las redes sociales, era austero y sucinto:
10 de enero de 2016: en el día de hoy, David Bowie ha fallecido en paz, rodeado de sus familiares, tras una valiente batalla contra el cáncer que se prolongó durante dieciocho meses. Si bien sabernos que muchos de vosotros compartís el dolor por su pérdida, os pedirnos que respetéis la intimidad de la familia durante el presente periodo de duelo.
«Me apena decir que es verdad”, escribió su hijo, el cineasta ganador de un premio BAFTA Duncan Jones, en Twitter. «Estaré fuera de la circulación durante un tiempo. Amor para todos”.
Incredulidad y negación continuada. Somos arrogantes en nuestra ignorancia. Desconocíamos que padecía una enfermedad terminal. Se dice que era cáncer de hígado, pero ¿no suele ser menos agresivo?

DE LO SUBLIME


Fin, KO Knausgard, p. 554
En la estética clásica, lo sublime era ver algo que hacía estremecerse al observador, bien por su grandeza, bien por lo desconocido que expresaba. Una erupción volcánica, un naufragio, una poderosa y salvaje montaña, ante lo cual el observador tiene una clara sensación de ser pequeño e insignificante. Lo bello, que desde la Antigüedad era sinónimo de lo bien proporcionado y armonioso, es decir, algo dentro de lo controlable por el ser humano, fue en el Romanticismo incluido en lo sublime, tal vez porque la idea de lo divino ya no era el centro evidente del mundo, algo de lo que salían o en lo que entraban todos los pensamientos y conceptos. Pero lo sublime y lo divino no es lo mismo, la revelación de lo desconocido de la naturaleza es distinta a la revelación de la presencia de lo divino, porque en la presencia de lo divino no sólo aparece distancia, no sólo aparece ese cruel conocimiento de la ceguera de la naturaleza y falta de humanidad, sino también lo contrario, una promesa de contexto y pertenencia. Un nosotros. Lo divino o lo sagrado señala el límite de ese nosotros, a la vez que le da sentido, no uno por uno, sino colectivamente, como una unidad. Y la clase de revelación también tenía que ser radicalmente distinta, porque la experiencia de lo divino o de lo sagrado era lo que excedía la realidad, por lo demás legítima, y uno se puede imaginar lo terrible y atemorizante que debía de ser. Encontrarse con un ser todopoderoso que no es un ser humano ni un animal, que se esconde, pero que sin embargo está ahí, en el mismo lugar donde tú te encuentras. Rudolf Orto escribió que el sentimiento religioso puede llenar el alma con una fuerza casi enajenada, e intenta describir sus distintas fases. El estado de ánimo ambiguo y descansado de inmersión devota, que puede pasar a un estado continuo del alma, que dura mucho, en forma de vibraciones que se quedan, hasta que por fin deja de sonar y permite que el alma acabe en lo profano. El que de repente sale del alma, entrecortado y a trompicones. El que conduce a estados excitantes; embriaguez, embeleso, éxtasis. El que se hunde hasta un espanto casi fantasmal y escalofriante.

H.PINTOR


Fin, KO Knaugard, p. 519
Su modo de sobrevivir también recuerda al del protagonista de Hamsun; no con pequeños artículos en los periódicos, sino con pequeños cuadros que vende en tabernas y restaurantes.
La producción de cuadros fue idea de Hanisch. Hitler le mintió diciendo que había ido a la Academia, Hanisch sugirió que pintara para ganarse la vida. Hitler compró material de pintura y se puso manos a la obra. Como las salas para calentarse están atestadas, se sienta a pintar en los cafés, y Hanisch vende los cuadros, el negocio va bien, y al cabo de poco tiempo se van a vivir a un nuevo albergue permanente de hombres, que no está pensado para los más pobres, en él se paga una pequeña suma semanal por una cama en un reducido cubículo y una comida. El albergue es grande, da cobijo a unos quinientos hombres, algunos viven allí permanentemente, pero para la mayoría se trata de una solución temporal. Alrededor del setenta por ciento de los residentes tienen menos de treinta y cinco años. El setenta por ciento son obreros y artesanos, por lo demás, hay cocheros, dependientes, camareros, jardineros, trabajadores no cualificados y desempleados, algunos aristócratas venidos a menos, artistas fallidos, hombres divorciados y arruinados, escribe Harnann. Las procedencias étnicas eran igual de variadas. En este ambiente vivió Hitler durante tres años. Tenía su propio pequeño espacio en el que podía permanecer entre las ocho de la tarde y las nueve de la mañana. Por lo demás, había un comedor y dos salitas de lectura, una para fumadores y otra para no fumadores. En ellas había periódicos y una pequeña biblioteca a disposición de los residentes. Según Hanisch, Hitler era el que más la frecuentaba. Leía periódicos por la mañana, pintaba por la tarde, leía por la noche, cuando no se sumaba a uno de los muchos debates y discusiones que tenían lugar constantemente, tanto allí como en todas partes de esa ciudad en la que los problemas políticos eran tan grandes y visibles. El negocio iba relativamente bien, ganaban dinero suficiente para pagar el alquiler y la comida, pero no para comprar ropa, por ejemplo, y, según Hanisch, Hitler llevaba el abrigo dentro de casa porque tenía un agujero en el trasero del pantalón y ninguna camisa. Para poder sobrevivir, Hitler tenía que pintar un cuadro al día.

H.


Fin, KO Knausgard, p. 40
Como Hilter escribe más tarde, cuando discute el problema de un fuerte aumento de la población:
“En cuanto a la Naturaleza, liberando la generación, somete, entre tanto, la conservación de la especie a una prueba de las más severas, escogiendo dentro de un gran número de individuos los que juzga mejores, y sólo a éstos preserva para la perpetuación de la especie; el hombre limita la procreación y se esfuerza denodadamente para que cada ser, una vez nacido, se conserve a cualquier precio. Esta corrección de la voluntad divina le parece ser tan sabia como humana, y él se alegra más de una vez por haber sobrepujado a la Naturaleza y hasta haber demostrado la insuficiencia de la misma. Y el hijo de Adán no quiere ver ni oír hablar que, en realidad, el número es limitado, pero a costa del abatimiento del individuo. Siendo limitada la procreación, por disminución del número de nacimientos, sobreviene, en lugar de la natural lucha por la vida (que sólo deja en pie al más fuerte y al más sano), como lógica consecuencia,  el prurito de ''salvar)) a todo trance también al débil y hasta al enfermo, cimentando el germen de una progenie que irá degenerando progresivamente, mientras persista ese escarnio de la Naturaleza y sus leyes.”
Aquí el ser humano es visto como un número. El número de personas es la fuerza decisiva y reinante, lo que expresa la voluntad de la naturaleza, que equivale a la voluntad divina, y el individuo sin nombre que sucumbe al hambre o la enfermedad no tiene el derecho a la vida. Mantener con vida a esa clase de individuos es “humano”, es decir, va en contra de la naturaleza. Esta perspectiva no era exclusiva de Hitler, imperaba por todas partes en su época, y no habría sido posible sin Darwin y su libro tan inauditamente influyente El origen de las  especies, en el que todos los seres vivos eran considerados bajo la misma perspectiva, lo evolutivo, esa enorme fuerza que a través de unas sencillas leyes ha conducido la vida desde su punto de partida unicelular en el mar universal hasta la complejidad del ser humano. El más apto sigue viviendo, de esa manera se reparten constantemente las cualidades que favorecen la vida, y como la vida es una lucha continua, los más aptos son a menudo los más fuertes, y esa idea, transmitida a lo social y lo que tiene que ver con la civilización, constituye uno de los pilares de Mi lucha, una de las irrevocables premisas de las que sale el resto de la ideología.

LA SUMA


Benet, la ambición y el estilo, Rafael García Maldonado
Una vez pasa Benet el examen, algo que conseguían muy pocos, y fiel a la manía que tiene el futuro ingeniero ya por entonces de hacerse amigo de cualquiera, entra a formar parte del grupo del propio Gallego Díaz -formado por escépticos y pesimistas derrotados de la República-, quien le conmina a ayudarlo en la tarea de corrector e incluso de profesor de algunas clases de exactas. Uno, que se ha pasado media adolescencia y un año de facultad en clases particulares de matemáticas, se imagina perfectamente a ese niño grande alto, de abundante flequillo y petulancia de futuro ingeniero dando sin demasiado garbo ni pedagogía esas clases a muchachos ;n mucho menores, y no es difícil tampoco reconstruir la escena que dio al traste con su efímera carrera de profesor. Al parecer un alumno, no sabemos si  aburrido, excesivamente inteligente, con el cerebro congelado por el frío o ahíto de polvo y mugre o simplemente malvado, le preguntó a bocajarro qué era la suma. ¿La suma?, preguntó aturdido Benet. Sí, claro: la suma, el alumno se refería a la suma matemática, no la teológica con dos emes. JB, desnortado, sin saber qué decir más allá de que era algo que se sustentaba en la reciprocidad, dejó la tiza en la pizarra y nunca volverá a dar una sola entre otras cosas porque lo echaron los propios alumnos acusándole de indocto. Así era JB, y así eran esos tiempos (oscuros).

INCIPIT 944. EL ANARQUISTA QUE SE LLAMABA COMO YO / PABLO MARTIN SANCHEZ


Hay algo de emocionante y de aterrador a la vez en la idea de que el azar pueda gobernar nuestras vidas. Emocionante, porque forma parte de la aventura misma del vivir; aterrador, porque provoca el vértigo de lo incontrolable. En el caso de la escritura, el azar suele jugar un papel más peregrino de lo que a menudo se piensa, por mucho que algunos autores lo hayan convertid.: en protagonista de toda su obra. La historia que el lector tiene en las manos, sin embargo, no habría sido posible si el azar no hubiera llamado con insistencia a la puerta del que esto escribe. O mejor dicho: no existiría esta historia tal y como aquí se cuenta, pues buena parte de los hechos pueden rastrearse en las hemerotecas y los archivos, esos cementerios sin flores de la memoria. Pero una historia sin relato es una historia que aún no existe: alguien tiene que tejer el hilo de los acontecimientos. Y el azar o la coincidencia se han interpuesto en mi camino para que sea yo quien lo haga. Porque ésta es la historia de alguien que pudo ser mi bisabuelo. Es la historia de un anarquista que se llamaba como yo. Es la historia de Pablo Martín Sánchez, una historia que quizá valga la pena ser contada.
Todo empezó el día en que tecleé por primera vez mi nombre en Google. Por entonces yo era un joven autor inédito que echaba las culpas de su fracaso a lo anodino de su nombre. Y el buscador vino a darme la razón: escribí “Pablo Martín Sánchez” y la pantalla vomitó cientos de resultados. Incluso yo aparecía por allí, formando parte de un cóctel compuesto por sudistas, jugadores de ajedrez o provocadores de accidentes de tráfico perseguidos por la justicia.

INCIPIT 943. LA PESQUISA / JJ SAER


Allá, en cambio, en diciembre, la noche llega rápido. Morvan lo sabía. Y a causa de su temperamento y quizás también de su oficio, casi inmediatamente después de haber vuelto del almuerzo, desde el tercer piso del despacho especial en el bulevar Voltaire, escrutaba con inquietud las primeras señales de la noche a través de los vidrios helados de la ventana y de las ramas de los plátanos, lustrosas y peladas en contradicción con la promesa de los dioses, o sea que los plátanos nunca perderían las hojas, porque fue bajo un plátano que en Creta el toro intolerablemente blanco, con las astas en forma de medialuna, después de haberla raptado en una playa de Tiro o de Sidón -para el caso es lo mismo- violó, como es sabido, a la ninfa aterrada.
Morvan lo sabía. Y sabía también que era al anochecer, cuando la bola de fango arcaica y gastada, empecinada en girar, desplazaba el punto en el que se agitaban, él y ese lugar llamado París, alejándolo del sol, privándolo de su claridad desdeñosa, sabía que era a esa hora cuando la sombra que venía persiguiendo desde hacía nueve meses, inmediata y sin embargo inasible igual que su propia sombra, acostumbraba a salir del desván polvoriento en el que dormitaba, disponiéndose a golpear. Y ya lo había hecho –agárrense bien- veintisiete veces.
Allá la gente vive más que en cualquier otro lugar del planeta

H.


Fin, KO Knausgard, p. 457
La recomendación se había gestionado a través de la dueña del piso de la familia Hitler en Linz, que sentía simpatía por Hitler, conocía al hermano de Roller y escribió esta carta sobre el joven a una amiga suya en Viena, citada en el libro Hitlers Wien, de Brigitte Hamann:
El hijo de mi inquilino va a ser pintor, está estudiando aquí, en Viena, desde este otoño, deseaba ingresar en la Academia austrohúngara de Artes Plásticas, pero no consiguió entrar y empezó a estudiar en una institución privada (creo que Panholzer). Es un joven de diecinueve años serio y ambicioso, más maduro y más organizado de lo que podría corresponder a su edad, amable y sensible, y proviene de una familia muy decente. Su madre murió antes de Navidad de cáncer de pecho con sólo cuarenta y seis años, era viuda de un funcionario público de la oficina principal de aduanas, la mujer me caía muy bien, vivía en el piso contiguo al mío, en la segunda planta; ahora viven allí su hermana y la hija de ésta, que va al colegio. El apellido de la familia es Hitler, el hijo, para quien te pido ayuda, se llama Adolf Hitler. El otro día hablarnos casualmente de arte, y dijo que el profesor Roller es un hombre famoso entre los artistas, no sólo aquí, en Viena, sino incluso a nivel mundial, y que sentía veneración por su trabajo. Hitler no tenía ni idea de que yo conocía al hermano del famoso Roller, y cuando le dije que quizá podía ayudarlo, proporcionándole una recomendación para el director de la Sección de Escenario de la Ópera de la Corte, los ojos del joven empezaron a arder, se sonrojó y contestó que consideraría la mejor suerte de su vida poder conocer a ese hombre. Me encantaría poder echar una mano a ese joven, pues no sabe de nadie que pueda ayudarlo; llegó a Viena sin conocer a un alma y tiene que ir a todas partes solo y sin que nadie lo oriente. ¡Tiene la firme intención de aprender algo concreto! Por lo que sé de él no es una persona que vaya a escatimar esfuerzos, porque se ha fijado una meta seria. ¡Espero que no pierdas el tiempo en algo que sea indigno!

H.


Fin, KO Knausgard, p 438
Hitler nació en 1889, en una ciudad escondida para el gran mundo, en todos los sentidos provinciana e insignificante, en una familia normal y corriente que se encontraba en el estrato más bajo de la burguesía. Ése es el único lazo que tenia con su ciudad, pues la familia se mudó de alli cuando él tenia tres años. El que en el texto aparezca ennoblecida por el martirologio alemán, con sangre bávara fluyendo por sus venas, significa que nos encontramos en parte en el mundo oscuro y mágico de los mitos, en parte en la provincia austriaca de finales del siglo XJX. La descripción de la madre, que «tuvo siempre sus hijos invariable y cariñosa solicitud)), es lo único que escribe . ella. No pone nada de que fuera pariente cercana de su marido, ni que estuviera embarazada cuando se casó con él, medio año después de que el hombre hubiera enterrado a su segunda mujer. Y tampoco que los tres hijos que parió antes que a Adolf murieron todos, uno de ellos una niña, a la edad de dos años, o que el niño que nació después de Adolf, Edmund, murió a los seis. No se dice nada de cuántos hermanos tenia Hitler, cómo se llamaban o qué relación tenia con ellos. Sólo son mencionados como «sus hijos)). El padre es la única persona de los primeros treinta y cinco años de vida de Hitler que se menciona con más de unas cuantas palabras, y que merece una biografía. No se menciona en Mi lucha por su nombre, como ningún otro de los parientes más cercanos de Hitler.
De “mi padre” Hitler dice que provenía de una familia humilde, era hijo de un pobre y simple campesino que escapó de su casa a los trece años decidido a ser algo más, lo más sublime que él conocía: funcionario público, lo cual logró a la edad de cuarenta años, para jubilarse dieciséis años después y comprarse una pequeña granja en Larnbach, en la Alta Austria. No se dice nada de qué relación tenia con su familia, o ella con él. Mientras que la madre tuvo siempre para sus hijos invariable y cariñosa solicitud, el padre era cumplidor con su trabajo. Su viaje social, del lugar de arrendatario hasta la profesión de funcionario del Estado, se describe en términos sentimentales. Él es el «chico pobre de pueblo”, o sólo «el chico”. También habia nacido  fuera del matrimonio, es decir, que era un bastardo, lo que en la práctica significaba que no era nadie. Hitler no reniega de las condiciones pobres y sus humildes orígenes, sino que lo convierte en un tema en una historia de voluntad e independencia. Es cierto que no escribe que su padre era un bastardo. Cuando acaba la historia diciendo que su padre en el círculo de una larga y laboriosa vida volvió a sus orígenes, forma parte del mismo embellecimiento que ofrece de esa ciudad alemana dorada de martirio en la que nació.

CURAS


Historias del Ampurdán, Josep Pla, p. 73
-Estoy muy contento de que hayan venido. Conozco a Hermós de toda la vida: desde cuando vino, por vez primera, don Juan Vergés y sus amigos, que fueron todos amigos míos también. Me harán compañía. En Cadaqués se necesita compañía. Yo tengo la costumbre de jugar al tresillo después de comer. Al objeto de tener la sesión asegurada, confié siempre en el elemento clerical de la población. Nunca había faltado ... Pues imagínese que el señor rector que acaban de nombrar no sabe jugar al tresillo. ¿Se puede imaginar cosa más absurda e impensada? ¿Qué haremos ahora en Cadaqués para pasar bien la tarde? Hágase cargo de la importancia de lo que le digo. Si este señor rector se encuentra un día con la visita de los superiores eclesiásticos, si se presenta el señor obispo o el vicario general, ¿qué hará para complacerles, para hacerles pasar el rato de manera agradable en la rectoría? ¿Quieren hacerme el favor de decirlo? La vida de un pueblo se hace inhabitable si no se dispone de un mínimo de amena sociabilidad. Un rector de pueblo desconocedor del tresillo es un absurdo, una aberración, un notable error. He rogado al señor rector que venga mañana a casa. Le enseñaré el movimiento de las cartas. Es cuestión de máxima urgencia, inaplazable, sobre todo pensando en su carrera eclesiástica. Los capellanes indefensos me dan una pena que no acierto a disimular.

INCIPIT 942. AL PIE DE LA ESCALERA / LORRIE MOORE


El frío llegó tarde aquel otoño y a los pájaros cantores los cogió desprevenidos. Cuando la nieve y el viento empezaron a ser intensos, demasiados habían sido engañados para quedarse, y en vez de partir hacia el sur, en vez de haber volado ya hacia el sur, estaban acurrucados en los jardines de las casas, con las alas ahuecadas para conseguir un poco de calor. Yo estaba buscando trabajo. Era estudiante y necesitaba trabajo de canguro, de modo que pasé algún tiempo caminando por esos atractivos pero invernales vecindarios, de entrevista en entrevista, al tiempo que inquietantes multitudes de petirrojos picoteaban la tierra congelada, pardogrisáceos y desvalidos -aunque qué pájaro no parece, incluso en las mejores de las circunstancias, algo desvalido. Hasta que un día, hacia el final de mi búsqueda, después de una semana, los pájaros habían desaparecido de forma alarmante. No quise pensar en lo que les había pasado. En realidad, esto no es más que una forma de hablar -una cortesía, una expresión de falsa delicadeza-, pues de hecho no dejé de pensar en ellos, imaginándomelos muertos, en grandes montones, en alguna especie de maizal de la muerte

INCIPIT 941. RETORNO A BRIESHEAD / EVELYN WAUGH


Cuando llegué a las líneas de la compañía "C", en la cima de la colina, me detuve y miré hacia el campamento, que empezaba a perfilarse claramente a mis pies bajo la neblina grisácea de la madrugada. Aquél era el día de la partida. Tres meses antes, cuando llegamos, el paraje estaba cubierto de nieve; ahora asomaban las primeras horas de la primavera. Entonces me había dicho que, cualesquiera que fueran las escenas de desolación que nos esperasen, nunca presenciaría ninguna más brutal que aquel panorama, y ahora me decía que no conservaba un solo recuerdo feliz del lugar.
Aquí, en efecto, acabaron los amores entre el ejército y yo.
Aquí morían también las líneas del tranvía, por lo que los hombres que volvían bebidos de Glasgow podían dormitar en los asientos hasta que les despertara el final del trayecto. Quedaba un buen trecho entre el terminal del tranvía y las puertas del campamento: un cuarto de milla en el que los soldados podían abrocharse la guerrera y enderezarse la gorra antes de pasar por el cuerpo de guardia; un cuarto de milla en el que el cemento se convertía en hierba al borde de la carretera. Era el límite de la ciudad, donde terminaba el territorio cerrado y homogéneo de las urbanizaciones y los cines y empezaba el campo.
El campamento se encontraba en tierras que muy poco antes habían sido de pasto y de labranza; la granja seguía de pie en un repecho de la colina y allí habíamos instalado las oficinas del batallón; la hiedra sostenía aún lo que quedaba de los muros de un huerto de frutales; ahora el vergel se reducía a medio acre de viejos árboles mutilados detrás de los lavaderos. El lugar estaba predestinado a desaparecer incluso antes de que llegara el ejército. Un año más de paz y no hubiera quedado ni granja, ni muros, ni manzanos.

LADY MARCHMAIN

Retorno a Brideshead, Evelyn Waugh, p. 50

¿Cómo se las arregla lady Marchmain? Es uno de los grandes interrogantes de la época. ¿La has visto? Muy, muy hermosa. Nada artificial: nada más que su cabello empieza a volverse gris en elegantes mechones plateados. Nada de carmín. Muy pálida, unos ojos enormes: es  extraordinario lo grandes que parecen y que tenga los párpados cubiertos de venas azules, pues cualquier otra persona les habría aplicado un toquecito de pintura. Perlas y algunas grandes alhajas en forma de estrella, objetos de herencia engastados en antiguas monturas, y una voz tan suave como una oración e igualmente poderosa. Lord Marchmain ... bueno, algo  entrado en carnes quizá, pero muy atractivo, un magnífico sibarita, byroniano, aburrido, de una indolencia contagiosa, todo lo contrario del tipo de hombre a quien uno imagina fácilmente humillado. Y aquella monja de Reinhardt le ha destrozado totalmente, querido. No se atreve a asomar su enorme cara morada por ninguna parte. Es el último caso auténtico e histórico de alguien acosado por la sociedad. Brideshead se niega a verle, a las chicas no se les permite, Sebastian sí le visita, naturalmente, porque es tan encantador ... Nadie más se acerca a él. Fíjate, el pasado mes de septiembre lady Marchmain se hospedaba en el Palazzo Fogliere de Venecia. A decir verdad, allí resultaba un poquitín ridícula. Nunca se acercaba al Lido, claro, pero siempre estaba navegando por los canales en góndola, con sir Adrian Porson ... Qué ínfulas, querido ... Parecía madame Récamier. Una vez me crucé con ellos y el gondolier de los Fogliere, a quien yo conocía, por supuesto, me guiñó el ojo, querido, pero de una manera ... Ella acudía a todas las fiestas vestida con una especie de crisálida de finísima seda, como si fuera una actriz celta o una heroína de Maeterlinck; e insistía en ir a la iglesia. Bueno, como sabes, Venecia es precisamente la ciudad de Italia donde nadie ha ido jamás la iglesia. En fin, que quedó bastante en ridículo, y entonces, ¿quién aparece en el yate de los Malton? El pobre lord Marchmain. Había alquilado un pequeño palacio, pero ¿tú crees que le dejaron entrar? Lord Malton les puso a él y a su valet en una lancha, querido, y le obligó, sin más, a tomar el vapor para Trieste. Ni siquiera iba acompañado de su amante. Ella estaba pasando sus vacaciones anuales. Nadie averiguó jamás cómo se enteraron de que lady Marchmain estaba en Venecia. ¿Y sabes una cosa? Durante una semana lord Malton se portó de una manera furtiva, como si fuera él quien hubiese caído en desgracia. Y, en efecto, había caído. La principessa Fogliere dio un baile y no invitó a lord Mal ton ni a nadie de su yate, ni siquiera a los de Pañoses. ¿Cómo se las arregla lady Marchmain? Ha convencido al mundo entero de que lord Marchmain es un monstruo.¿ Y cuál es la verdad? Que estuvieron casados unos quince años, creo, y entonces lord Marchmain se fue a la guerra. Nunca volvió y se unió a una bailarina de singular talento. Existen miles de casos similares. Ella se niega a concederle el divorcio porque es muy piadosa. Bueno, de eso también ha habido precedentes. Por regla general, esta situación provoca simpatía hacia el adúltero, pero en el caso de lord  Marchmain no es así. Podrías pensar que el viejo calavera la había  torturado, robado su patrimonio, echado de casa, comido a sus hijos asados y rellenos, que se había ido de juerga engalanado con todas las flores de Sodoma y Gomorra; y en vez de eso, ¿qué hizo? Engendró cuatro hijos espléndidos, le dejó el castillo de Brideshead y Marchmain House, en St. James, y todo el dinero que podría necesitar para sus gastos, mientras él cenaba tranquilamente en Larue, con su pechera inamaculada, en compañía de una atractiva dama de teatro de mediana edad, al estilo eduardiano más convencional del mundo.

INCIPIT 939. INCOGNITO / DAVID EAGLEMAN


HAY ALGUIEN EN MI CABEZA, PERO NO SOY YO
Mírese bien en el espejo. Detrás de su magnífico aspecto se agita el universo oculto de una maquinaria interconectada. La máquina incluye un complejo andamiaje de huesos entrelazados, una red de músculos y tendones, una gran cantidad de fluidos especializados, y la colaboración de órganos internos que funcionan en la oscuridad para mantenerle con vida. Una lámina de material sensorial autocurativo y de alta tecnología que denominamos piel recubre sin costuras su maquinaria en un envoltorio agradable.
 Y luego está su cerebro. Un kilo doscientos gramos del material más complejo que se ha descubierto en el universo. Éste es el centro de control de la misión que dirige todas las operaciones, recogiendo mensajes a través de pequeños portales en el búnker blindado del cráneo.
Su cerebro está compuesto por células llamadas neuronas y glías: cientos de miles de millones. Cada una de estas células es tan complicada como una ciudad. Y cada una de ellas contiene todo el genoma humano y hace circular miles de millones de moléculas en intrincadas economías. Cada célula manda impulsos eléctricos a otras células, en ocasiones hasta cientos  de veces por segundo. Si representara estos miles y miles de billones de pulsos en su cerebro mediante un solo fotón de luz, el resultado que se obtendría sería cegador.

INCIPIT 940. HISTORIAS DEL AMPURDAN / JOSEP PLA


OTOÑO EN CALELLA DE PALAFRUGELL
Este año ha sido brusco e inesperado el paso del verano al otoño. Una noche de lluvia y de viento ha cambiado todo el aspecto y el color de la tierra y del mar. También ha cambiado el olor. El otoño es la estación de los buenos olores. En estas noches tan estrelladas, tan ligeramente brumosas, un poco humildes, campos y árboles huelen a almendras tiernas, a picante hoja de menta. Ahora da gusto ir por las tardes al campo. Las viñas se van dorando, los pinares tienen una capa espesa de color verde oscuro, los olivares se nimban de un tono gris aéreo y plateado, los rastrojos van tomando un color rojizo granulado. Todo el paisaje cabría entre una jarra de miel y una botella de ron.
Paseando, se oyen, de tarde en tarde, los chillidos de un grupo de chicos y el lento crujir de un carro en una rambla, el ladrido de un perro, la violenta detonación seguida de una irisada espiral de humo blanco del arma de un cazador. Al llegar la noche cantan los últimos grillos con una tristeza que significa que ya están con el agua al cuello, y las aves nocturnas vuelan en el aire espeso, macilento, mortecino.
En el Ampurdán no posee el otoño el aire báquico y sensual que tiene en otras muchas comarcas o en los centros de cultivo. Al contemplar este paisaje no se podría construir una alegoría otoñal al estilo de los antiguos, con guirnaldas opulentas, cuernos de la abundancia y una tibia Venus de cabeza pequeña y robustas caderas paseándose por un prado ornado de árboles que desgarran un jirón de niebla. El otoño es aquí una cosa serena, lineal, sin dureza, un poco lánguido, que os excita a una melancolía diluida y plácida.

CHARLES RYDER


Retorno a Brideshead, Evelyn Waugh, p. 13
Mientras esperaba en la oscuridad, me horrorizó percatarme de que algo dentro de mí había muerto silenciosamente tras un largo período de deterioro, y me sentí como el marido que, después de cuatro años de matrimonio, se da cuenta de repente de que ya no siente deseo, ni ternura, ni aprecio por la mujer que una vez amó; ningún placer por su compañía, ningún  interés en gustarle, ninguna curiosidad por nada que ella pudiera hacer, decir o pensar; ninguna esperanza de que las cosas se arreglen, ningún sentimiento de culpa por el desastre. Y o conocí todo esto, el triste compás de la desilusión marital; todo eso lo habíamos pasado juntos, el ejército y yo, desde los primeros galanteos intempestivos hasta ahora, cuando ya no nos quedaban más que los fríos lazos de la ley, del deber y de la costumbre. Y o había representado todas las escenas del drama conyugal, había visto cómo las primeras rencillas se hacían cada vez más frecuentes, cómo las lágrimas afectaban menos, cómo las reconciliaciones eran menos dulces, hasta que todo ello engendraba un sentimiento de despego y de crítica fria, y la creciente convicción de que el culpable no era yo sino la amada. Percibía las discordancias de su voz y aprendí a escucharlas con recelo; capté la incomprensión tajante y resentida que se leía en sus ojos y el rictus obstinado y egoísta de la comisuras de sus labios. Aprendí todo aquello de la misma manera que se aprende de una mujer con la que se ha compartido la casa, un día sí y otro también, durante tres años y medio; aprendí sus hábitos de desaliño, descubrí lo rutinario y mecánico de sus encantos, conocí sus celos y su egoísmo. El encantamiento había terminado y ahora la veía como una antipática desconocida con la que me había unido indisolublemente en un momento de locura.

TEDIO


Historias del Ampurdán, Josep Pla, p.8
A media mañana hemos tenido que encerrarnos en casa otra vez. Se ha puesto a llover más fuerte. La gente dice que esta lluvia es muy buena y que nacerán setas. La mejor es la que llaman ou de reig y se encuentra en los alcornocales. Posee una carne tierna, gruesa, viscosa. Es excelente a la parrilla. La acuosidad densa de la atmósfera, que presta morosidad al cuerpo y al pensamiento, es propicia a la aparición de setas y a su germinación rápida.
A los marineros no les dice nada este tiempo. De todos modos, les gusta tener un pretexto para estarse todo el día en el café jugando a los naipes o para permanecer semitumbados bajo los porches viendo caer las burbujas de la lluvia sobre el mar. Para un marinero, la pereza es una cosa sólida, dulce y suave. En realidad, la somnolencia producida por el aburrimiento bien administrado es su ideal.
Yo creo que este estado de ánimo del hombre de mar ante las cosas es un estado realmente superior. Cuando un hombre llega a uno de estos pueblecitos, la falta de pretextos para matar rápidamente el tiempo produce un estado de exasperación, una tensión nerviosa qué, vista desde fuera, debe parecer grotesca. Después, el hombre entra en una fase de morbosa añoranza que ataca los músculos del movimiento y produce una gran pereza, haciendo desear vivir en una posición horizontal. Pero luego se reacciona -yo conozco todas las delicias de ese estado- y se encuentra entretenimiento en la cosa más nimia. El cansancio producido por este entretenimiento con cualquier pequeñez es delicioso, paradisíaco. El tedio, cristianamente aceptado, es inefable.

CEREBROS


Incógnito, David Eagleman, p. 122
Es posible que algunos hombres sientan una inclinación genética a tener y mantener una sola pareja, y que otros no. En un futuro próximo, las jóvenes que estén al tanto de las publicaciones científicas podrían exigir pruebas genéticas a sus novios para evaluar la probabilidad de que se conviertan en maridos fieles.
Recientemente, los psicólogos evolutivos han comenzado a ocuparse del amor y el divorcio. No les ha llevado mucho tiempo observar que cuando las personas se enamoran, existe un periodo de hasta tres años de duración en el cual el ardor y la pasión alcanzan un punto máximo. Las señales internas del cuerpo y el cerebro son literalmente una droga amorosa. Y entonces comienza a declinar. Desde esta perspectiva, estamos preprogramados para perder interés en una pareja sexual después de que haya pasado el tiempo necesario para criar un hijo, que es, de media, unos cuatro años. La psicóloga Helen Fisher sugiere que estamos programados igual que los zorros, que mantienen un vínculo de pareja durante la época de cría y permanecen juntos el tiempo suficiente para criar a su retoño, y luego se separan. Al investigar el divorcio en casi sesenta paises, Fisher ha descubierto que éste es mucho más frecuente más o menos cuatro años después del matrimonio, algo coherente con su hipótesis. Desde su perspectiva, la droga del amor, generada internamente, no es más que un mecanismo eficiente para que los hombres y las mujeres permanezcan juntos el tiempo suficiente para aumentar la probabilidad de supervivencia de sus hijos. Dos progenitores son mejor que uno para la supervivencia, y la manera de conseguir esa seguridad es convencerlos para que permanezcan juntos.
Del mismo modo, los ojos grandes y las caras redondeadas de los bebés nos parecen una monada no porque posean una «monería” natural, sino por la importancia evolutiva de que los adultos cuiden de los bebés. Las líneas genéticas que no encontraron monos a sus bebés ya no existen, porque no los cuidaron debidamente. Pero los supervivientes como nosotros, cuyo umwelt mental nos impide no encontrar monos a los bebés, criamos con éxito a nuestros hijos para que formen la próxima generación.

(Toros contra caballos)


De algunos animales, RS Ferlosio, p. 94
Tengo entendido que los primeros escandalizados ante la crueldad de las corridas de toros no fueron ni los catalanes ni los castellanos sino los ingleses, y no por la gente y la muerte del toro sino por las de los caballos. No hay ni que decir lo que para un inglés es un caballo. En el entresiglo XIX-XX los ingleses tenían buenas razones para venir a España, tal vez aún poco turísticas, pero sí industriales y mineras: sobresalen al norte la producción de hierro y al sur las minas de cobre de Río Tinto. En el invierno de 1956 tuve la suerte de pasar diez días en el precioso Hotel Victoria, de Ronda, todavía en su forma prístina -victoriana, como su nombre indica- y no en la detestable remodelación posterior. Seguramente construido para los ingleses que frecuentaban Gibraltar, fue a situarse precisamente en Ronda, con su famoso “tajo”, un verdinegro abismo vertical que la divide en dos, aunque con tres puentes, el más alto de ellos, en la cota superior de la ciudad. Pero Ronda era además una antigua y célebre ciudad taurina, con la primera plaza levantada sobre planos de arquitecto, muy arrimada al “tajo” y con el propio Hotel Victoria en sus proximidades. Lóbrega fama la de aquella plaza: a los caballos muertos por el toro los sacaban hasta el borde del barranco y los precipitaban vertiginosamente al fondo del abismo, cien metros más abajo, donde servían de pasto a las aves carroñeras. ¡Virgen Santísima!, ¡qué pesadilla de caballos muertos para una dama inglesa hospedada en el Hotel Victoria!
Muy distintos motivos y circunstancias, y desde luego totalmente remotos a la compasión, fueron los que removieron la “cuestión caballos” entre los taurinos nacionales. Hubo una época, creo que fijada desde una ordenanza de 1846, en que el ministerio obligaba al empresario de cualquier corrida ordinaria corriente de seis toros a tener dispuestos en la cuadra hasta cuarenta caballos para la suerte de varas; de modo que cada toro tenía asegurados seis caballos que matar, y todavía quedaban cuatro por si alguno no se había saciado con su cupo.

DEL HOMBRE


De algunos animales. RS Ferlosio
El don de la palabra hizo que el hombre se expatriara para siempre de la naturaleza; por eso la artificiosa y fraudulenta invocaci6n de la naturaleza, de una «armonía natural”, para fundamentar la economía, ha terminado por convertir al hombre en un producto de la publicidad, que se le ofrece por teatro y por espejo en que fingirse, exhibirse y contemplarse, haciendo de él un animal falsificado; una figura cabalmente inversa, pero no menos ridícula o sangrantemente degradante, a la de un chimpancé de circo en camiseta y con gorra de visera o la de un oso de zíngaro bailando a son de pandereta o aun la del mismo aleccionado y malhablado loro de la barbería.

INCIPIT 938. RIESGOS DE LOS VIAJES EN EL TIEMPO / JC OATES


No hubiesen venido a buscarme, pero, ingenuamente, hice que se fijaran en mí. Me atreví, adrede, a hacer lo que no tenía que haber hecho.
Utilicé mi libre albedrío pero con un cálculo erróneo. O, más bien, sin calcular: sin pensar. Por vanidad y estupidez; y ahora estoy perdida.
A veces, de rodillas, en una postura de oración, soy capaz de atravesar la «barrera del censor”> ... Soy capaz de recordar ... ¡Pero me duele tanto la cabeza! Es un esfuerzo titánico: algo así como luchar contra la gravedad en Júpiter.
Por mi condición de Exiliada tengo prohibido hablar con nadie de mi sentencia o de mi vida antes del Exilio, así pues mi soledad es doble.
Aunque pocas veces me falta compañía en este sitio extraño, me siento muy sola y no estoy segura de poder perseverar. Mi condena es de «solo» cuatro años. Podría haber sido «perpetua».
O podría haber sido Aniquilación.
De rodillas noche tras noche, mientras me esfuerzo por recordar, por recuperar mi antiguo yo, perdido, trato de sentirmne agradecida por que mi condena no haya sido Aniquilación.
 Y también trato de agradecer que no detuvieran además a alguien de mi familia como colaborador/facilitador de la Traición.

INCIPIT 937. INCOGNITO / DAVID EAGLEMAN


HAY ALGUIEN EN MI CABEZA, PERO NO SOY YO
Mírese bien en el espejo. Detrás de su magnífico aspecto se agita el universo oculto de una maquinaria interconectada. La máquina incluye un complejo andamiaje de huesos entrelazados, una red de músculos y tendones, una gran cantidad de fluidos especializados, y  la colaboración de órganos internos que funcionan en la oscuridad para mantenerle con vida. Una lámina de material sensorial autocurativo y de alta tecnología que denominamos piel recubre sin costuras su maquinaria en un envoltorio agradable.
Y luego está su cerebro. Un kilo doscientos gramos del material más complejo que se ha descubierto en el universo. Éste es el centro de control de la misión que dirige todas las operaciones, recogiendo mensajes a través de pequeños portales en el búnker blindado del cráneo.
Su cerebro está compuesto por células llamadas neuronas y glías: cientos de miles de millones. Cada una de estas células es tan complicada como una ciudad. Y cada una de ellas contiene todo el genoma humano y hace circular miles de millones de moléculas en intrincadas economías. Cada célula manda impulsos eléctricos a otras células, en ocasiones hasta cientos de veces por segundo. Si representara estos miles y miles de billones de pulsos en su cerebro mediante un solo fotón de luz, el resultado que se obtendría sería cegador.

(Lobos no tan feroces)


De algunos animales, RS Ferlosio, p.71
La milenaria propaganda infamatoria -promovída, sin duda, primordialmente por el gremio de los pastores- contra el lobo, cuya figura ha llegado a constituirse en paradigma universal del malo, ha sido de una eficacia sólo comparable con la que los romanos proyectaron contra los cartagineses -que desde entonces vienen arrastrando pareja mala fama entre todos los pueblos civilizados de la historia-, siendo así que lo más cierto es que el lobo, al igual que todo el resto de los cánidos, y en contraposición, por ejemplo, a los felinos, es uno de los animales más dulces y más capaces de amor hacia sus semejantes y sus desemejantes de entre todos cuantos están catalogados en los registros de la zoología. Y manifestación de ello considero el hecho, tan resaltante, de que en la nómina de los casos conocidos de niños adoptados, criados y educados por algún animal no sea otro que el lobo el que por aplastante mayoría cubre el papel de animal adoptante. ¿Y cuántas veces no hemos visto en los periódicos alguna perra a cuyas tetas aparece agarrado no un perrito sino un cerdito, un gatito, etcétera? Por el contrario, frente a lo que en un primer momento esperaríamos, esa nómina está bien lejos de apoyar con datos de experiencia el mito de Tarzán (mito, dicho sea de paso, de lo más idiota y más falto de imaginación que se haya conocido, tanto en la originaria invención novelesca de Edgad Rice Burroughs corno en los ulteriores traslados cinematográficos, a cuyo inexplicable éxito de público debieron de contribuir en gran medida los especiales atractivos anatómicos de Johnny Weissmüller), ya que ninguno de los cuatro grandes monos antropoides -gorila, orangután, chimpancé y gibón- prestigia su propia especie apareciendo siquiera con un solo caso entre los animales adoptantes.

(El rabo de los perros)


De algunos animales, RS Ferlosio, p.43
Cualquier perro alcanza pronto la más sensible receptividad para cualesquiera indicios expresivos de la actitud afectiva que en cada momento y en cada circunstancia pueda tener el amo con respecto a él, al que comprende igual de bien, si no mejor, que a otro individuo de su propia especie. La excepcional compenetración afectiva y comunicación expresiva que se da entre el hombre y el perro llega hasta el extremo de que éste sabe distinguir entre un reproche hecho en firme y en serio y un reproche en que una leve inflexión de broma da a entender cierta predisposición a la indulgencia, como lo demostraría en su peculiar actitud ante una frase como «¿De dónde vienes tú ahora, sinvergüenza?”, ante la cual ni se intimida del todo, ni se lanza a saludar con la despreocupada y confiada cordialidad que suele, sino que se mantiene en un prudencial término medio de circunspecta timidez, que no excluye el tantear y tentar, al mismo tiempo, la buena disposición del amo, con apenas iniciados avances de reconciliación: ese rabo, que en parte está metido entre las piernas y en parte está moviéndose, aunque sólo por la punta y con una oscilación muy atenuada, no parece, en su ambivalencia, sino el correlato expresivo y afectivo más exacto que pueda imaginarse de la inflexión, mezcla de broma y de reproche, de la frase de su amo y de la actitud afectiva que comporta, hasta el punto de que nos hace sospechar de si no estará también el perro jugando al oficioso rito sentimental de los falsos enfados y las reconciliaciones teatrales.

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