Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 946. CON LOS OJOS BIEN ABIERTOS / JULIAN BARNES


Hace algunos años un amigo periodista, destinado en París como corresponsal de una revista, se convirtió en apenas un par de años en padre de dos hijos. En cuanto los niños fueron capaces de fijar la mirada en algo, empezó a llevarlos al Louvre y a guiar con mimo sus retinas infantiles hacia las obras maestras de la pintura universal. No sé si también les pondría música clásica mientras estaban en el vientre de su madre, como hacen algunos futuros padres, pero más de una vez me ha dado por pensar en qué se convertirán esos niños cuando crezcan: si en potenciales directores del MoMA o en adultos carentes de toda sensibilidad visual, con una enorme aversión a las galerias de arte.
Mis padres nunca intentaron cultivarme a una edad temprana (ni a ninguna otra); como tampoco trataron de disuadirme de que lo hiciese. Ambos eran maestros de escuela, por lo  tanto el arte (o quizá, para ser más exactos, la idea del arte) era algo respetado en mi casa. Había buenos libros en las estanterías e incluso había un piano en el salón, aunque jamás se tocó en toda mi infancia. Era un regalo que mi abuelo materno había hecho a mi madre, su adorada hija, cuando era una joven pianista, talentosa y prometedora. Sin embargo, sus estudios pianísticos se pararon en seco cuando tenía veintipocos años y tuvo que enfrentarse a una intrincada partitura de Seriahin.

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