Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DE LO SUBLIME


Fin, KO Knausgard, p. 554
En la estética clásica, lo sublime era ver algo que hacía estremecerse al observador, bien por su grandeza, bien por lo desconocido que expresaba. Una erupción volcánica, un naufragio, una poderosa y salvaje montaña, ante lo cual el observador tiene una clara sensación de ser pequeño e insignificante. Lo bello, que desde la Antigüedad era sinónimo de lo bien proporcionado y armonioso, es decir, algo dentro de lo controlable por el ser humano, fue en el Romanticismo incluido en lo sublime, tal vez porque la idea de lo divino ya no era el centro evidente del mundo, algo de lo que salían o en lo que entraban todos los pensamientos y conceptos. Pero lo sublime y lo divino no es lo mismo, la revelación de lo desconocido de la naturaleza es distinta a la revelación de la presencia de lo divino, porque en la presencia de lo divino no sólo aparece distancia, no sólo aparece ese cruel conocimiento de la ceguera de la naturaleza y falta de humanidad, sino también lo contrario, una promesa de contexto y pertenencia. Un nosotros. Lo divino o lo sagrado señala el límite de ese nosotros, a la vez que le da sentido, no uno por uno, sino colectivamente, como una unidad. Y la clase de revelación también tenía que ser radicalmente distinta, porque la experiencia de lo divino o de lo sagrado era lo que excedía la realidad, por lo demás legítima, y uno se puede imaginar lo terrible y atemorizante que debía de ser. Encontrarse con un ser todopoderoso que no es un ser humano ni un animal, que se esconde, pero que sin embargo está ahí, en el mismo lugar donde tú te encuentras. Rudolf Orto escribió que el sentimiento religioso puede llenar el alma con una fuerza casi enajenada, e intenta describir sus distintas fases. El estado de ánimo ambiguo y descansado de inmersión devota, que puede pasar a un estado continuo del alma, que dura mucho, en forma de vibraciones que se quedan, hasta que por fin deja de sonar y permite que el alma acabe en lo profano. El que de repente sale del alma, entrecortado y a trompicones. El que conduce a estados excitantes; embriaguez, embeleso, éxtasis. El que se hunde hasta un espanto casi fantasmal y escalofriante.

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