Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LADY MARCHMAIN

Retorno a Brideshead, Evelyn Waugh, p. 50

¿Cómo se las arregla lady Marchmain? Es uno de los grandes interrogantes de la época. ¿La has visto? Muy, muy hermosa. Nada artificial: nada más que su cabello empieza a volverse gris en elegantes mechones plateados. Nada de carmín. Muy pálida, unos ojos enormes: es  extraordinario lo grandes que parecen y que tenga los párpados cubiertos de venas azules, pues cualquier otra persona les habría aplicado un toquecito de pintura. Perlas y algunas grandes alhajas en forma de estrella, objetos de herencia engastados en antiguas monturas, y una voz tan suave como una oración e igualmente poderosa. Lord Marchmain ... bueno, algo  entrado en carnes quizá, pero muy atractivo, un magnífico sibarita, byroniano, aburrido, de una indolencia contagiosa, todo lo contrario del tipo de hombre a quien uno imagina fácilmente humillado. Y aquella monja de Reinhardt le ha destrozado totalmente, querido. No se atreve a asomar su enorme cara morada por ninguna parte. Es el último caso auténtico e histórico de alguien acosado por la sociedad. Brideshead se niega a verle, a las chicas no se les permite, Sebastian sí le visita, naturalmente, porque es tan encantador ... Nadie más se acerca a él. Fíjate, el pasado mes de septiembre lady Marchmain se hospedaba en el Palazzo Fogliere de Venecia. A decir verdad, allí resultaba un poquitín ridícula. Nunca se acercaba al Lido, claro, pero siempre estaba navegando por los canales en góndola, con sir Adrian Porson ... Qué ínfulas, querido ... Parecía madame Récamier. Una vez me crucé con ellos y el gondolier de los Fogliere, a quien yo conocía, por supuesto, me guiñó el ojo, querido, pero de una manera ... Ella acudía a todas las fiestas vestida con una especie de crisálida de finísima seda, como si fuera una actriz celta o una heroína de Maeterlinck; e insistía en ir a la iglesia. Bueno, como sabes, Venecia es precisamente la ciudad de Italia donde nadie ha ido jamás la iglesia. En fin, que quedó bastante en ridículo, y entonces, ¿quién aparece en el yate de los Malton? El pobre lord Marchmain. Había alquilado un pequeño palacio, pero ¿tú crees que le dejaron entrar? Lord Malton les puso a él y a su valet en una lancha, querido, y le obligó, sin más, a tomar el vapor para Trieste. Ni siquiera iba acompañado de su amante. Ella estaba pasando sus vacaciones anuales. Nadie averiguó jamás cómo se enteraron de que lady Marchmain estaba en Venecia. ¿Y sabes una cosa? Durante una semana lord Malton se portó de una manera furtiva, como si fuera él quien hubiese caído en desgracia. Y, en efecto, había caído. La principessa Fogliere dio un baile y no invitó a lord Mal ton ni a nadie de su yate, ni siquiera a los de Pañoses. ¿Cómo se las arregla lady Marchmain? Ha convencido al mundo entero de que lord Marchmain es un monstruo.¿ Y cuál es la verdad? Que estuvieron casados unos quince años, creo, y entonces lord Marchmain se fue a la guerra. Nunca volvió y se unió a una bailarina de singular talento. Existen miles de casos similares. Ella se niega a concederle el divorcio porque es muy piadosa. Bueno, de eso también ha habido precedentes. Por regla general, esta situación provoca simpatía hacia el adúltero, pero en el caso de lord  Marchmain no es así. Podrías pensar que el viejo calavera la había  torturado, robado su patrimonio, echado de casa, comido a sus hijos asados y rellenos, que se había ido de juerga engalanado con todas las flores de Sodoma y Gomorra; y en vez de eso, ¿qué hizo? Engendró cuatro hijos espléndidos, le dejó el castillo de Brideshead y Marchmain House, en St. James, y todo el dinero que podría necesitar para sus gastos, mientras él cenaba tranquilamente en Larue, con su pechera inamaculada, en compañía de una atractiva dama de teatro de mediana edad, al estilo eduardiano más convencional del mundo.

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