Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DE TRAVESTIS

De Plegarias atendidas de Truman Capote, p. 147-148
Lady lna hizo esta observación:
-Como ves, estas chicas han movido líos gordos en su época. Conozco a gente que no puede soportar a ninguna de las dos, y por lo general son mujeres. Lo comprendo muy bien, ya que no les gustan las mujeres y casi nunca tienen nada bueno que contar acerca de ninguna mujer. Pero con los hombres son perfectas, un par de gheisas del oeste. Saben cómo guardar los secretos de un hombre y cómo hacer que se sienta importante. Si fuera un hombre, hasta yo misma me enamoraría de Lee. Está hecha maravillosamente, como una estatuilla de Tanagra. En femenina sin ser afeminada y es una de las pocas personas que he conocido que es sincera y simpática. Normalmente una cosa excluye la otra. Jackie no, al menos no en el mismo plano. Es muy fotogénica, por supuesto, pero el efecto resulta un poco ... basto, exagerado.
Me vino a la mente una tarde que fui con Kate McCloud y un grupo de amigos a un concurso de travestís que se celebraba en un salón de baile de Harlem: había cientos de mariquitas jóvenes luciendo las bandas, al graznido gangoso de los saxofones, con vestidos cosidos a mano: dependientes de supermercados de Brooklyn, mensajeros de Wall Street, fregaplatos negros y camareros puertorriqueños sueltos entre seda y dibujos de fantasía, chicos de conjunto y cajeros de bancos, ascensoristas irlandeses disfrazados de Marilyn Monroe, de Audrey Hepburn, de Jackie Kennedy. La verdad es que Mrs Kennedy era el motivo de inspiración con más éxito: una docena de chicos, entre ellos el ganador, llevaba su peinado empinado, las cejas aladas y su boca mohína pintada de un color pálido. Y en la vida real ése era el efecto que esa señora me producía. No el de una auténtica mujer, sino el de una astuta imitadora de mujeres imitando a Mrs. Kennedy.
Le expliqué a Ina lo que pensaba y dijo:

-Eso es lo que yo quería decir con ... exagerado. –Acto seguido añadió-: ¿Has llegado a conocer a Rosita Winston Una mujer muy agradable. Mitad cherokee, creo. Hace uno años tuvo una apoplejía, y ahora no puede hablar. O, mejor dicho, sólo puede decir una palabra. Es algo que sucede muy menudo después de una apoplejía, de entre todas las palabra que uno ha sabido, te quedas con una única palabra. La palabra de Rosita es “bello”. Una palabra muy apropiada, y que a Rosita le han encantado siempre las cosas bellas. Y es me recordó al viejo Joe Kennedy. También él se quedó con una única palabra, y esa palabra era: “Maldita sea.”

JAMESIANA

De Plegarias atendidas de Truman Capote, p. 150-151
-No es lo que piensas. El tío Willie podría haber sacado de esa historia algo divino. Igual que Henry James, mejor aún que el tío Willie, ya que el tío Willie habría hecho trampas y, por vender la novela al cine, habría convertido en amantes a Delphine y a Bobby.
Delphine Austin de Detroit: algo había leído sobre ella en las columnas de un periódico, una heredera casada con un pilar marmóreo del mundo de los casinos neoyorkinos. Bobby, su compañero, era judío, hijo del potentado de la hostelería S.L.L. Semenenko, y primer marido de una joven y misteriosa monada del cine, que se divorció de él para casarse con su padre (y de la cual se divorció el padre al cogerla in fraganti con un perro ... pastor alemán. Y no bromeo).
Según Lady lna, el año anterior, Delphine Austin y Bobby Semenenko habían sido inseparables. Almorzaban todos los días en La Cote Basque, en Lutece y en L'Aiglon, en invierno iban a Gstaad y a Lyford Cay. Esquiaban, nadaban, bien vivían con todas sus energías, si tenernos en cuenta que el vínculo que les unía no eran las frivolidades sino, en realidad, una base ideal para una variación a tres pañuelos, con doble apellido y cartel doble de una vieja película lacrimógena de Bette Davis como Amarga victoria: los dos estaban muriendo de leucemia.
-Me explico, una mujer mundana y un joven guapo que viajan juntos con la muerte por compañera y amante compartido.
¿No crees que Henry James habría sacado algo de ahí? o el tío Willie?
-No, es una historia demasiado ñoña para James, y no lo bastante ñoña para Maugham.
-Bueno, pero tienes que reconocer que Mrs. Hopkins habría sacado un cuento magnífico.
- ¿Quién? -dije yo.
-Ahi la tienes -dijo Ina Coolbirth.
La tal Mrs. Hopkins era una pelirroja vestida de negro, un sombrero negro con velo, un vestido negro de Mainbocher, bolso de cocodrilo negro, zapatos de cocodrilo. M. Soulé aguzaba el oído mientras ella le cuchicheaba algo, y de repente todo el mundo se puso a cuchichear. Mrs. Kennedy y su hermana no habían logrado levantar ni un solo murmullo. Tampoco la aparición en escena de Lauren Bacall, Katherine Cornell y Ciare Boothe Luce. Sin embargo, Mrs. Hopkins era une autre chose: una sensación que perturbaba a la clientela más fina de La Cote Basque. No hubo nada subrepticio en la atención que se le prestó a Mrs. Hopkins cuando se dirigía con la cabeza inclinada hacia una mesa donde ya le estaba esperando un acompañante, un cura católico, uno de esos eclesiásticos del Padre D' Arcy, malnutridos y eruditos, que parecen siempre encontrarse más a gusto cuando se ausentan de los claustros y alternan con los más importantes y los más ricos en una estratosfera de vino y rosas.

-Sólo -dijo Lady Ina- a Ann Hopkins se le ocurriría algo semejante; hacer propaganda de la búsqueda de «consejo» espiritual de la forma más pública posible. La que ha sido lagarta, es siempre lagarta.

INCIPIT 489. CUERPOS SECRETOS / ALONSO CUETO

Lourdes baja las escaleras, recoge el llavero y sale en dirección al auto. El mundo es un hechizo, piensa. Los árboles, la pista, el mediodía gris.
Enciende el motor. La pista se mueve. Los postes desaparecen,  como emblemas del pasado.
Conoce la ruta, pero ese día le parece tan extraña.
Va avanzando. En la avenida, la línea de cables y de árboles, el cortejo de microbuses, el temblor colgante de los semáforos: campanas tocando en una ceremonia del fin del mundo.
Sigue. Recuerda que la esperan en un colegio.
Golpea el timón. Debe dar un discurso. Es un encargo
de su marido, Pepe. Donar computadoras, hablar con los alumnos, ser amable con los profesores que la esperan.
Hay otro semáforo. Se detiene. Siente frío: está obligada a ir, tiene que hablar, hacer la donación que le han pedido.
Claro que podría desviar el camino y no ir al colegio. Podría salir de la carretera, y llegar a un parque o a un bosque, un bosque oscuro como ese que ve a la derecha, podría romper el muro, hundirse en ese follaje de árboles, y correr por debajo de la tierra, hacer una vida a escondidas, en algún lugar.
La luz verde. Una procesión de autos se pone en marcha. Pasa junto a un parque, una avenida, una fila de microbuses.

A la derecha, un terreno de piedras; a la izquierda, una pared, unos árboles rotos. 

INCIPIT 488. LOS CRUZADOS DE LA CAUSAS / RAMON MARIA DEL VALLE-INCLAN

CABALLEROS en mulas y a su buen paso de andadura iban dos hombres por aquel camino viejo que, atravesando el monte, remataba en Viana del Prior. A tiempo de anochecer entraban en la villa espoleando. Las mujerucas que salían del rosario, viéndolos cruzar el cementerio con tal prisa, los atisbaron curiosas, sin poder reconocerlos por ir encapuchados los jinetes con las corazas de juncos que usa la gente vaquera en el tiempo de lluvias por toda aquella tierra antigua. Pasaron los jinetes con hueco estrépito sobre las sepulturas del atrio, y las mujerucas quedáronse murmurando apretujadas bajo el porche, ya negro a pesar del farol que alumbraba el nicho de un santo de piedra. Voces de viejas murmuraban bajo el misterio de los manteos:
-¡Son las caballerías del palacio!
-Esperaban hace días al señor mi Marqués. Viene para levantar una guerra por el Rey Don Carlos.
-¡Y el sacristán de las monjas espareció!
-Bajo el Crucero de la Barca dicen que hay soterrados cientos de fusiles.
-El sacristán no se fue solo, que con él se partieron cuatro mozos de la aldea de Bealo. A todos los andan persiguiendo.
-No quedará quien labre las tierras. Aquellos mozos que no van a la guerra por la su fe, luego se van por la fuerza a servir en los batallones del otro rey.
-¡Nunca tal se vio corno agora! ¡Dos reyes en las Españas!

-¡Como en tiempo de moros!

EL CAMINO DEL AMOR

De Cuerpos ocultos de Alonso Cueto, p.130-131
Era él y éramos nosotros, con el desfalco y la vergüenza y las habladurías de la gente. El siempre había querido ser un hombre puro y bueno. La moral de la familia era lo más importante. Pero esa moral muy suya que él tenía lo llenó de vergüenza. Fue por eso que buscó la pistola. Se fue sin decirnos nada. N o dejó una nota siquiera. Yo hubiera querido poder decirle que a mí no me importaba nada su moral si esa moral iba a acabar con su vida. No me importaban sus principios, sus ideales, su necesidad de que pensaran bien de él. Lo quería a él, quería sus besos cuando llegaba a la casa y sus comentarios cuando le traía la libreta y su voz tan dulce cuando me llevaba al cine y me comentaba la película y sus insultos a los otros conductores cuando lo cruzaban en la calle, y sus silencios y esa arruga que se le formaba siempre en la frente, y sus manos tan bondadosas, la tibieza de sus manos cuando me acariciaba en la cabeza. Era un poco desatinado, era muy descuidado en el trabajo y siempre se equivocaba, pero nos quería tanto que eso nos bastaba. Y yo lo quería a él. Sus principios morales no me importaban si me lo iban a quitar a él. Pero él prefirió no asistir a su vergüenza, prefirió no confesar sus errores. Estaba demasiado envuelto en su dignidad y prefirió irse. Y esa fue la peor, la más horrorosa de sus vergüenzas, la peor falta de dignidad, la de querer matarse, la de pensar que nos había defraudado y que no iba a vivir, estando aquí nosotras con él.
Se quedaron en silencio.

Esa noche Renzo recordó las palabras de ambos. Supo entonces que lo que acababan de contarse había sellado un pacto entre ellos. El lazo del horror forma una cadena más profunda que todas las que la ternura, los buenos deseos, el afecto podían haber creado antes. Unos días después iba a escribir algo. El mal, y no el bien compartido, crea los lazos más fuertes. El camino del amor está sembrado de la vergüenza.

DE MARIAS

De Nuevas semblanzas y generaciones de LA de Villena, p.242
A Javier Marías siempre le ha preocupado su bastante extendida fama de antipático, algo que obviamente él no se considera. Es cierto que, en la intimidad, Javier es una persona cordial y hasta divertida, que valora mucho la risa (reir cómplicemente con alguien) hasta el punto de haber elegido como lema para su Reino de Redonda la frase latina Ride, si sapis. Si sabes, ríete. Pero es cierto (aunque es natural que de eso él no se dé cuenta) que de entrada es serio e incluso algo envarado. Yo en alguna cena mano a mano -en que al momento conversaríamos más que cordialmente-lo he visto venir hacia la mesa y me he preguntado de repente: ¿qué le pasará? Parece disgustado. Y no había nada de nada. Quizá Javier Marías tampoco es consciente (aunque sí me ha hablado del ambiente estrictamente intelectual que reinaba en su casa de pequeño) de que ser hijo de Julián Marías y haber vivido siempre en un clima de pensamiento y altura intelectual-aunque a menudo seguro que quiso huir-le tiene que haber rodeado de modo natural de un halo de trascendencia que la mayoría no ha vivido así. Incluso pudo ser excesivo y hasta disgustar a ratos al muchachito interesado que era. No, Javier no es nada antipático, pero quizá guarda un viejo recuerdo vivo de la trascendencia. De la seriedad de la vida, en la que ciertamente no cree, pero su educación sí. Y de otro lado (para las apariencias digo) el éxito ha hecho que Javier se retire un poco, a mi entender excesivamente,  pero es una opción personal. Alguien que ha ido mucho al cine (es muy cinéfilo) y que llamaba no pocas noches para ir al cine antes de tomar una copa, ahora hace años que no pisa una sala. Tiene una excelente videoteca en casa. Pero no es el cine, es la gente ... ¿Acaso lo mismo que quiere evitar?

Javier es soltero, curioso en quien ha tenido no pocas novias (la mayoría guapas, delgadas, de aire decididamente elegante) y en quien admira a las mujeres. Pero debemos entender que no ha tenido suerte, y no por infidelidad, me parece.

DE AUSTER

De La invención de la soledad de Paul Auster, p. 85
De la casa: un reloj, unos pocos jerséis, una chaqueta, un despertador, seis raquetas de tenis y un viejo Buick que apenas si funciona. Un juego de platos, una mesa de café y tres o cuatro lámparas. Una estatuilla de bar de ]ohnnie Walker para Daniel. El álbum de fotografías en blanco, LOS AUSTER. ÉSTA ES NUESTRA VIDA.
Al principio pensé que sería un alivio aferrarme a estas cosas, que me recordarían a mi padre y me harían pensar en él durante el resto de mi vida. Pero por lo visto los objetos no son más que objetos. Ahora me he acostumbrado a verlos y he comenzado a pensar en ellos como si fueran míos. Miro la hora en su reloj, uso sus jerséis, conduzco su coche; pero todo ello no me brinda más que una falsa ilusión de intimidad, pues ya me he apropiado de todas estas cosas. Mi padre ya no está presente en ellas, ha vuelto a convertirse en un ser invisible. Y tarde o temprano las cosas se romperán o dejarán de funcionar y tendremos que tirarlas a la basura. Dudo de que eso tenga la más mínima importancia.

« ... aquí se afirma que sólo aquel que trabaja consigue el pan, sólo aquel que está angustiado encuentra descanso, sólo aquel que desciende a los infiernos rescata a sus seres queridos y sólo aquel que empuña su cuchillo halla a Isaac ... Aquel que no trabaje debe hacer caso a los escritos sobre las vírgenes de Israel, pues dará a luz al viento, pero aquel que desee trabajar da vida a su propio padre» (Kierkegaard).

INSOMNIA

De Los tesoros de Poynton de Henry James, p.31-32 (Barral)
Consciente de que la iglesia se hallaba cerca, se atavió en su cuarto para un corto paseo campestre, y al volver a bajar, mientras recorría los pasillos y observaba los desatinos de la decoración, la miseria estética de la mansión grande y espaciosa, sintió que retornaba la marea de la irritación de la noche anterior, sintió que resurgía en ella todo el sufrimiento secreto que podían causarle la fealdad y la estupidez. ¿Por qué se estaba sometiendo a semejante compromiso?, ¿por qué se exponía tan temerariamente? Ella había tenido, bien lo sabía Dios, sus razones para ello, pero la experiencia entera iba a resultar más aguda de lo que se había temido. Precipitarse fuera de aquello y hacia el aire libre, hacia la presencia de cielo y árboles, flores y pájaros, era una necesidad que le exigía cada nervio. En Waterbath probablemente las flores se habrían equivocado de color y los ruiseñores desafinarían; mas recordó haber oído describir el lugar como poseedor de los atractivos que se acostumbra calificar de naturales. Había sobrados atractivos que era patente que el lugar no poseía. Le era muy difícil creer que una mujer pudiese tener un aspecto presentable tras haberse pasado una serie de horas insomne a causa del papel pintado de su habitación; y no obstante, mientras crujían sus recias ropas de viuda cuando atravesaba el vestíbulo, la reconfortó la conciencia, que siempre contribuía al esplendor de sus domingos en sociedad, de que ella era, como de costumbre, la única persona en toda la casa incapaz de llevar en sus atavíos el horrible sello de esa misma elegancia única que haría las delicias de la esposa de un tendero. Habría preferido morirse a parecer endimanchée

INCIPIT 487. SAUL Y PATSY / CHARLES BAXTER

Más o menos un año después de que hubieran alquilado la granja en  Whitefeather Road cuya pared lateral tenía un revestimiento de aluminio marrón mal ajustado, Saul empezó a mirar ferozmente la oscuridad inmisericorde que presionaba el cristal de la ventana, como si le enojara la llana tierra de labor sin cultivar por ser tal cosa en vez de vidrio y cemento.
-Ningún judío en sus cabales vivió jamás junto a un camino de tierra -comentó.
Patsy replicó que pensara en Polonia, Rusia y el siglo XIX. Entonces ella señaló el tablero de Scrabble y le dijo que jugara. Para mortificarla, él compuso el término «axioma» en una casilla que permitía formar tres palabras, y ganó cuarenta y dos puntos.
-Eso era muy diferente -replicó Saul, sacudiendo la cabeza-. Totalmente distinto. En aquellos tiempos todo el mundo, excepto los terratenientes, vivían junto a caminos de tierra. El siglo  XIX fue una democracia de caminos de tierra.
Patsy asía una botella de refresco con una mano y disponía las letras en su tablilla con la otra. Tenía las piernas cruzadas en la silla, la botella colocada contra el arco del pie derecho. Alzó la vista y le sonrió. Saul no pudo evitarlo y le devolvió la sonrisa. Era tan hermosa que le impulsaba a imitar sus gestos sin que él se lo hubiera propuesto.

-Nosotros tampoco somos terratenientes -dijo ella-. Somos arrendatarios. Ah, me olvidaba de decírtelo. Esta tarde he tenido que bajar al sótano, en busca de un destornillador, y he visto   que hay un ratón en la ratonera.

ICIPIT 486. LA HIJA DE ROBERT POSTE / STELLA GIBBONS

La educación que Flora Poste recibió de sus padres había sido cara, deportiva y larga; y cuando murieron, uno detrás del otro, en un período de pocas semanas debido a la epidemia anual de la Gripe o Peste Española -lo cual aconteció cuando Flora tenía veinte años-, la joven se reveló como poseedora de todas las arres y talemos necesarios para ganarse la vida.
Siempre se había dicho que su padre era un hombre acaudalado,  pero cuando falleció sus albaceas quedaron desconcertados al descubrir que era pobre. Después de que se hubieran liquidado las deudas y se hubieran satisfecho las demandas de los acreedores, su hija quedó con una renta de cien libras anuales, y sin ninguna propiedad.

En cualquier caso, Flora heredó de su padre una férrea voluntad y de su madre unas pantorrillas soberbias. La primera no se había visto afectada porque Flora siempre había hecho  lo que le había dado Ja gana, y las segundas habían logrado salir indemnes de los violemos deportes atléticos en los que se había visto obligada a participar. 

LIBRE ALBEDRIO

De Campo de retamas de Ferlosio, p.56
 (¿Libre albedrío?) ¿De qué me serviría a mí ser libre si soy tan perezoso? Contestar que la pereza es mi cadena sería tanto como identificar la libertad con la simple diligencia. Mi envidia hacia los capaces se venga a veces murmurando así: “¡Mira que si los que tanto presumen de libertad y de albedrío no fuesen más que diligentes congénitos, biológicamente  predeterminados por el gen de la acucia compulsiva, cuyo descubrimiento los acuciosos investigadores se hubiesen negado a hacer público, ante la grave responsabilidad social de los deletéreos efectos que la divulgación de un hallazgo semejante podría tener en la moral de los trabajadores!”.

FIESTA

De Campo de retamas de Ferlosio, p. 55
(Fiestas) La celebración en simulacro del reino de la abundancia y la felicidad, que eso parece representar el despilfarro de las fiestas, puede sin duda ser la conmemoración de un mundo nunca sido, de un ayer no venido, o la desesperada renovación de su promesa, sin que deje de ser al mismo tiempo la recurrente ofrenda y holocausto que, bajo forma de goce y de contento forzados y fingidos, la feroz diosa de la Necesidad exige de sus súbditos para acceder a renovar entre ellos su cotidiano reparto de raciones de mera subsistencia, reafirmando de este modo ante sus ojos lo ineluctable de su gobernación providencial y la perpetuidad de su  omnipotente señorío. 

ENVIDIA INSANA

De Saul y Patsy de Charles Baxter, p.58 
Reconocía lo que se enroscaba en su interior como envidia, pero no era exactamente envidia sino una emoción más bíblica, más difícil de definir, como la codicia. Por las noches, cuando pasaba por delante de la casa, a veces los veía en el exterior, Emory segando o podando, con el bebé atado a la espalda, Anne en una escala, limpiando las ventanas, o en el jardín, como  Patsy, plantando flores. Podrían ser cualquiera, excepto que, para Saul, emitían un aura turbadora de felicidad irreflexiva, lo cual significaba que podrían haber sido cualquiera excepto Saul.
La carretera estaba lo bastante alejada de su casa, así como del cobertizo de pintura descascarada, para que ellos pudieran verle. Su coche era uno más, a no ser que mirasen con atención y vieran el techo abollado y a Saul en el interior. Pero un viernes, a principios de    junio, varias horas después de haber terminado el trabajo, pasó por delante de la finca y vio a Emory en el jardín, a la luz dorada del crepúsculo, empujando a su mujer, que estaba sentada en el columpio. Emory, el ex jugador de fútbol, tenía una expresión seria y satisfecha, y el bebé estaba risueño en su cochecito. La mujer vestía una camiseta blanca y tejanos, y Emory también llevaba tejanos, pero tenía el torso desnudo. Era probable que ella estuviese orgullosa de sus senos, y no menos probable que él lo estuviera de sus hombros. Anne se sujetaba de las cuerdas del columpio. La cabellera se alzaba al subir, y Saul, que absorbió todos los detalles de la escena en unos segundos, oía sus gritos de placer desde el coche. Mientras los miraba furtivamente, casi volvió a salirse de la carretera. Eran unos críos, desde luego, él lo sabía, pero lo de menos era su juventud. No, emitían un terrible resplandor de continuidad en la creación. Tenían el brillo trémulo, inexpresivo e idiota de los ángeles. Relucían. Era intolerable.
Vivían en medio de la realidad y jamás se detenían un instante a pensar en ella. Nunca se sentían como actores. Nunca habían estado enfermos de inteligencia. El largo túnel de sus pensamientos nunca los había engullido. Nunca habían pasado noches de insomnio, ni librado los combates de lucha libre perentorios, silenciosos, inexplicables, con las oscuras partidas de ladrones de almas. No eran más que una pareja de habitantes del Medio Oeste.

Maldita sea, se dijo Saul. Todo el mundo es feliz menos yo. 

NOVIAZGO

De Sumisión de Michel Houellebecq, p. 18-19
La relación acababa después de las vacaciones de verano, es decir, al inicio del nuevo curso universitario, casi siempre por iniciativa de las chicas. Habían vivido algo durante el verano, ésa era la explicación que solían darme, sin precisiones complementarias; algunas, a las que sin duda no les importaba herirme, me precisaban que habían conocido a alguien. Sí, ¿y qué? Yo también era alguien. Con la distancia, esas explicaciones factuales me parecen insuficientes: efectivamente, y no lo niego, habían conocido a alguien; pero lo que les había hecho atribuir a ese encuentro un peso suficiente para interrumpir nuestra relación y para entablar una nueva relación era simplemente la aplicación de un modelo de comportamiento amoroso poderoso pero implícito, y más poderoso aún por ser implícito.
Según el modelo amoroso imperante en mis años de juventud (y nada me hacía pensar que las cosas hubieran cambiado significativamente), se suponía que los jóvenes, después de un periodo de vagabundeo sexual correspondiente a la preadolescencia, se comprometían con relaciones amorosas exclusivas, acompañadas de una estricta monogamia, en las que entraban en juego actividades no sólo sexuales sino también sociales {salidas, fines de semana, vacaciones). Esas relaciones, sin embargo, no eran definitivas y había que considerarlas aprendizajes de la relación amorosa, en cierta medida prácticas (al igual que se habían generalizado los periodos de prácticas profesionales como paso previo al primer empleo). Se suponía que debían sucederse relaciones amorosas de duración variable (la duración de un año que yo había observado podía considerarse aceptable) y en número variable (una media de diez a veinte parecía una aproximación razonable) para desembocar en una apoteosis en la relación última, la que tendría un carácter conyugal y definitivo, y conduciría, mediante el engendramiento de hijos, a la constitución de una familia.

La perfecta inanidad de ese esquema no se me haría patente hasta mucho más tarde

INCIPIT 485. DISTINTAS FORMAS DE MIRAR EL AGUA / JULIO LLAMAZARES

Cuando llegamos a la laguna, el poblado estaba aún sin construir. Tan sólo unos barracones se dibujaban en la llanura y en ellos nos refugiamos junto a las quince o veinte familias que habían ido llegando, procedentes de lugares anegados por pantanos como el nuestro, a aquel fangal infinito emergido de la desecación del lago que había cubierto hasta entonces el territorio virgen y desolado que íbamos a ocupar.
Y a cultivar, claro es. Porque junto con nuestros enseres y escasos muebles transportábamos también en el camión que nos había traído desde Perreras los animales y los aperos que componían todo nuestro patrimonio, incluidas las dos vacas con cuya ayuda tendríamos que roturar las seis hectáreas que nos correspondían, según las escrituras que nos habían dado los ingenieros antes de nuestra partida, de aquella tierra baldía y del color de los sacos viejos que se extendía hasta el horizonte delante de nuestros ojos.

Los comienzos fueron duros y muy tristes. Instalados en uno de los barracones junto con otras cuatro familias llegadas, como nosotros, desde muy lejos 

INCIPIT 484. EL CUADERNO ROJO / PAUL AUSTER

En 1972 una íntima amiga mía tuvo problemas con la ley. Vivía aquel año en una aldea de Irlanda, no muy lejos de la ciudad de Sligo. Yo había ido a verla por aquel entonces, el día que un policía de paisano se presentó en la casa con una citación del juzgado. Las acusaciones eran lo suficientemente serias como para requerir un abogado. Mi amiga pidió información, le  recomendaron un nombre, y a la mañana siguiente fuimos en bicicleta a la ciudad para reunirnos y hablar del asunto con aquella persona. Con gran asombro por mi parte, trabajaba en un bufete de abogados llamado Argue & Phibbs.

Ésta es una historia verdadera. Si alguien lo duda, lo reto a que visite Sligo y compruebe por sí mismo si me la he inventado. Llevo veinte años riéndome con esos apellidos y, aunque puedo probar que Argue & Phibbs existían de verdad, el hecho de que los dos apellidos hubieran sido emparejados (para formar el chiste más ingenioso, la sátira más certera contra la abogacía) es algo que todavía me parece increíble.

POLIGAMIA

De Sumisión de Michel Houellebecq, p.275-276
-Pues el número de mujeres, a grandes rasgos, es en consecuencia. La ley islámica impone que las esposas sean tratadas con igualdad, lo que ya supone ciertas limitaciones, de entrada en términos de vivienda. En su caso, creo que podría tener tres esposas sin gran dificultad, pero por supuesto, no está obligado a ello.
Eso, sin duda, daba que pensar; pero tenía otra pregunta, aún más embarazosa; eché un rápido vistazo en derredor, para comprobar que nadie pudiera oírnos, antes de proseguir.
-Está también ... Bueno, esto es muy delicado ... Digamos que la vestimenta islámica tiene sus ventajas, el ambiente general de la sociedad se ha apaciguado, pero a pesar de todo es muy ... tapada -dije-. Cuando uno se halla en situación de tener que elegir, eso puede comportar ciertos problemas ...
La sonrisa de Rediger se amplió aún más.
-No le dé apuro hablar de ello, ¡de verdad! No sería usted un hombre de no tener ese tipo de preocupaciones ... Pero le haré una pregunta que quizá le parezca sorprendente: ¿realmente desea elegir?
-Pues ... sí. Creo que sí.
-¿No será una ilusión? Se ha observado que, cuando se les plantea la posibilidad de elegir, todos los hombres eligen lo mismo. Eso es lo que ha conducido a la mayoría de las civilizaciones, y en particular a la musulmana, a la instauración de las casamenteras. Es una profesión muy importante, reservada a las mujeres de gran experiencia y gran sabiduría. Evidentemente, como mujeres, tienen derecho a ver a las muchachas desnudas, de proceder a lo que cabe llamar una especie de evaluación y relacionar su físico con el estatus social de los futuros maridos. En su caso, puedo garantizarle que no se lamentará ...
Callé. La verdad es que me había quedado boquiabieno.
-Incidentalmente -prosiguió Rediger-, si la especie humana está en condiciones de evolucionar se debe a la maleabilidad intelectual de las mujeres. El hombre, en cambio, es rigurosamente ineducable. Ya sea un filósofo del lenguaje, un matemático o un compositor de música serial, inexorablemente siempre tomará sus decisiones reproductivas sobre criterios puramente físicos, y son criterios inmutables desde hace miles de años. Originalmente, por supuesto, las mujeres también se sienten cautivadas ante todo por los atractivos físicos; pero, con una  educación apropiada, se puede lograr convencerlas de que lo esencial no está ahí. Se puede, sin ir más lejos, llevarlas a sentirse atraídas por los hombres ricos, y al fin y al cabo enriquecerse ya exige una inteligencia y una astucia por encima de la media. Se puede incluso, en cierta medida, persuadidas del alto valor erótico de los profesores universitarios ... -Sonreía más aún, y por un instante me pregunté si ironizaba, pero de hecho no, no me lo pareció-. Y también se les puede conceder a los profesores un salario elevado, eso siempre simplifica las cosas ... -concluyó. 

MATRIMONIO ORIGINAL

De Sumisión de Michel Houellebecq, p.91
Bruno y Annelise seguramente estarían divorciados, así eran las cosas en la actualidad; un siglo antes, en la época de Huysmans, hubieran permanecido juntos y quizá no habrían sido tan desgraciados, a fin de cuentas. Al llegar a mi casa me serví una buena copa de vino y me sumergí en En familia, la recordaba como una de las mejores novelas de Huysmans y de inmediato recuperé el placer de la lectura milagrosamente intacto, después de veinte años también en este caso. Tal vez nunca se había expresado con semejante dulzura la tibia felicidad de las parejas viejas: «André y Jeanne pronto no tuvieron más que beatas ternuras, maternales satisfacciones durmiendo juntos algunas veces, tumbándose simplemente para estar uno aliado del otro, para charlar antes de volverse de espaldas y dormirse.» Era bonito, pero ¿era verosímil? ¿Era un horizonte factible hoy? A todas luces estaba ligado a los placeres de la mesa: «La glotonería se había introducido en ellos como un nuevo interés, aportado por la creciente ausencia de curiosidad de sus sentidos, como una pasión de sacerdotes que,  privados de placeres carnales, relinchan ante manjares delicados y vinos añejos.» Ciertamente, en la época en que la mujer compraba y pelaba ella misma la verdura, preparaba las carnes y cocía a fuego lento los estofados durante horas, podía desarrollarse una relación tierna y  alimenticia

MUJER OCCIDENTAL

De Sumisión de Michel Houellebecq, p.90
Cuando ella se dejó caer en el sofá, dirigiendo una mirada hostil al tabulé, pensé en la vida de Annelise y en la de todas las mujeres occidentales. Por la mañana seguramente se hacía un brushing y luego se vestía con cuidado, conforme a su estatus profesional, y creo que en su caso era más elegante que atractiva, en fin, era una dosificación compleja, debía de dedicarle a ello bastante tiempo antes de llevar a los niños a la guardería, el día transcurría entre correos electrónicos, teléfono y citas diversas y luego volvía a casa hacia las nueve de la noche, agotada (era Bruno quien iba a recoger a los críos por la tarde, quien les preparaba la cena, tenía horario de funcionario), se desplomaba, se ponía una sudadera y unos pantalones de chándal, y así se presentaba ante su amo y señor y él tenía que tener, necesariamente debía de tener, la sensación de que le habían jodido, y ella misma tenía la sensación de que la habían jodido, y que eso no iba a arreglarse con los años, los hijos crecerían y las responsabilidades profesionales aumentarían automáticamente, sin tener ni siquiera en cuenta el decaimiento de las carnes.

¡VIVE¡

De Hoy he conocido a alguien de Milena Busquets, p. 118
La señora Verdi se levantó de golpe.
-Discúlpame un instante. Voy a buscar la grapa. El té ya no es lo adecuado.
Ginebra temió que quizá no volviera, que le pareciera indigno andar con un hombre casado, que mandara a Joaquín para que la despidiera y le indicara que no debía volver a poner los pies en aquella casa.
La señora Verdi regresó a los pocos minutos con la botella y dos diminutas copas talladas. Bebieron en silencio. Ginebra ya se había arrepentido de haber re velado su secreto. Pero se sentía a la vez feliz y desgraciada, desorientada y sola.
Ofelia apuró su copa, y la miró, seria.

-Ginebra -le dijo-, la vida pasa muy deprisa. Es un tópico y es cierto, aunque, por otra parte, suele dar tiempo para todo. Pero bueno, la verdad es que pasa deprisa. El único consejo que te puedo dar es que disfrutes, que lo pases bien. Te gusta y le gustas, sois dos personas fabulosas, lo pasáis juntos de maravilla, y os queréis. No pienses más allá, vive este momento. No le pidas a Norman lo que no te puede dar, y disfrutad de lo que sí os podéis y os queréis dar. Es genial, vívelo. Uno se arrepiente a menudo más tarde de las cosas que dejó pasar, que decidió no vivir. A menudo lo que uno no vivió es lo que luego nunca olvida. ¿Lo entiendes, pequeña?

PAREJA ROTA

De Hoy he conocido a alguien de Milena Busquets, p. 72
Se despertó temprano. La traspasó como un rayo, en el estómago y en el pecho, el recuerdo de la euforia y la felicidad de la noche anterior. Ginebra sabía que no era la primera vez que se sentía así, pero estaba a punto de olvidarlo de nuevo. Hacía medio año que había roto con Michael, un famoso fotógrafo alemán, mucho mayor que ella, que vivía en Barcelona pero que viajaba constantemente. Era un hombre brillante atractivo, divertido, depresivo y absolutamente obsesionado por su trabajo. No le importaba nada más. Nunca se había querido casar ni tener hijos. Estaba habituado a que las mujeres -había habido muchas en su vida-le siguieran y se adaptaran a él. Y Ginebra estaba habituada a que los hombres hicieran lo mismo con ella.

Aquella mañana descubrió, con alegría, que había dejado atrás aquella historia. «Muchas historias no se acaban cuando se acaban, se acaban antes o se acaban después de haberse acabado»

INCIPT 483. SOLDADOS DE CATALUÑA / EDUARDO MENDOZA

I
FACSÍMIL FOTOSTÁTICO DEL ARTÍCULO
APARECIDO EN EL PERIÓDICO
LA VOZ DE LA jUSTICIA1 DE BARCELONA
EL DÍA 6 DE OCTUBRE DE 1917,
FIRMADO POR DOMINGO PAJARITO DE SOT0
Documento de prueba anexo n. 0 1 (Se adjunta traducción inglesa del intérprete jurado Guzmán Hernández de Fenwick)
El autor del presente artículo y de los que seguirán se ha impuesto la tarea de desvelar en forma concisa y asequible a las mentes sencillas de los trabajadores, aun los más iletrados, aquellos hechos que, por haber sido presentados al conocimiento del público en forma oscura y difusa, tras el camouflage de la retórica y la profusión de cifras más propias al entendimiento y comprensión del docto que del lector ávido de verdades claras y no de entresijos aritméticos, permanecen todavía ignorados de las masas trabajadoras que son, no obstante, sus víctimas más principales. Porque sólo cuando las verdades resplandezcan y los más iletrados tengan acceso a ellas, habremos alcanzado en España el lugar que nos corresponde en el concierto de las naciones civilizadas, a cuyo progreso y ponderado nivel nos han elevado las garantías constitucionales, la libertad de prensa y el sufragio universal. 

INCIPIT 482. A SALTO DE MATA / PAUL AUSTER

Cuando llegué a la treintena, pasé por unos años en los cuales todo lo que tocaba se convertía en fracaso. MI matrimonio terminó en divorcio, mi trabajo de escritor se hundía y estaba abrumado por problemas de dinero. No me refiero simplemente a una escasez ocasional, ni a tener que apretarme el cinturón de cuando en cuando, sino a una falta de dinero continua, opresiva, casi agobiante, que me envenenaba el alma y me mantenía en un inacabable estado de pánico.

La culpa era sólo mía. Mi relación con el dinero siempre había sido imperfecta, enigmática, llena de impulsos contradictorios, y ahora pagaba el precio de negarme a adoptar una posición clara al respecto. Desde siempre, mí única ambición había sido escribir. Lo sabía desde los dieciséis o diecisiete años, y nunca me había hecho ilusiones de que podría ganarme la vida escribiendo. El escritor no «elige una profesión», como el que se hace médico o policía. No se trata tanto de escoger como de ser escogido, y una vez que se acepta el hecho de que no se vale para otra cosa, hay que estar preparado para recorrer un largo y penoso camino durante el resto de la vida. A menos que se resulte ser un elegido de los dioses (y pobre de quien cuente con ello), con escribir no se gana uno la vida, y si se quiere tener un techo sobre la cabeza y no morirse de hambre, habrá que resignarse a hacer otra cosa para pagar los recibos. Yo comprendía todo eso, estaba preparado para ello, no me quejaba. 

SEMINAL

De La invención de la soledad de Paul Auster
La chica se aproximaba cada vez más y comenzó a describirle todas las cosas lascivas que podría hacerle en «la habitación del fondo» si estaba dispuesto a pagar. Sus proposiciones eran tan directas y en cierto modo graciosas que él acabó aceptando. Por fin decidieron que le chuparía el pene, pues afirmaba tener un talento extraordinarío para aquella actividad, y en efecto se dedicó a la tarea con un entusiasmo sorprendente. Unos minutos más tarde, en el preciso instante en que se corría dentro de su boca con un largo y palpitante chorro de semen, A. tuvo una visión que lo ha acompañado desde entonces: cada eyaculación contiene miles de millones de espermatozoides -o más o menos la cantidad equivalente al número de habitantes del planeta- y eso significa que cada hombre guarda en sí mismo el potencial de un mundo entero. Y en lo que ocurriría, si esto pudiera ocurrir, se encuentra toda la gama de posibilidades: las semillas de idiotas y genios, de bellos y deformados, de santos, catatónicos, ladrones, corredores de bolsa y equilibristas. Cada hombre, por lo tanto, es un mundo entero y alberga en sus propios genes un decálogo de toda la humanidad. O, como dice Leibniz: «cada sustancia viva es un perpetuo espejo viviente del universo». Pues el hecho es que estamos formados por la misma materia que surgió de la primera explosión, de la primera chispa en el vacío infinito de espacio. O al menos eso se dijo a sí mismo, en aquel momento mientras su pene estallaba en la boca de la mujer desnuda cuyo nombre ha olvidado. Pensó: la irreductible mónada. Y luego como si por fin lograra asimilarlo, pensó en la célula microscópica y furtiva que se había abierto camino en el cuerpo de su mujer, unos tres años antes, para convertirse en su hijo.

Por otra parte, nada. Languidecía, sudaba en el calor del verano. Como un Oblomov contemporáneo acurrucado en su sofá no se movía a no ser que fuera imprescindible.

LEE KIEREKEGAARD

De La invención de la soledad de Paul Auster, p.134
« ... aquí se afirma que sólo aquel que trabaja consigue el pan, sólo aquel que está angustiado encuentra descanso, sólo aquel que desciende a los infiernos rescata a sus seres queridos y sólo aquel que empuña su cuchillo halla a Isaac ... Aquel que no trabaje debe hacer caso a los escritos sobre las vírgenes de Israel pues dará a luz al viento, pero aquel que desee trabajar da vida a su propio padre» (Kíerkegaard).
De la casa: un documento del distrito de St. Clair, en el estado de Alabama, que sentencia el divorcio de mis padres. Abaje firma: Ann W. Love.
De la casa: un reloj, unos pocos jerséis, una chaqueta, un despertador, seis .raquetas de tenis y un viejo Buick que apenas si funciona. Un Juego de platos, una mesa de café y tres o cuatro  lámparas. Una estatuilla de bar de Johnnie Walker para Daniel. El álbum de fotografías en blanco, LOS AUSTER. ÉSTA ES NUESTRA VIDA.

Al principio pensé que sería un alivio aferrarme a estas cosas, que me recordarían a mi padre y me harían pensar en él durante el resto de mi vida. Pero por lo visto los objetos no son más que objetos. Ahora me he acostumbrado a verlos y he comenzado a pensar en ellos como si fueran míos. Miro la hora en su reloj, uso sus jerséis, conduzco su coche; pero todo ello no me brinda más que una falsa ilusión de intimidad, pues ya me he apropiado de todas estas cosas. Mi padre ya no está presente en ellas, ha vuelto a convertirse en un ser invisible. Y tarde o temprano las cosas se romperán o dejarán de funcionar y tendremos que tirarlas a la basura. Dudo de que eso tenga la más mínima importancia.

SALINGER

Antes de que Oona conociese a Orson. Oona tenía un novio misterioso, un chico judío con una madre en Park Avenue, Jerry Salinger. Quería ser escritor, y le escribió a Oona cartas de diez páginas mientras estuvo en el ejército, en ultramar. Eran una especie de cartas de amor, muy tiernas, tiernísimas. Lo cual es demasiada ternura. Oona solía leérmelas y cuando me preguntó que pensaba, le dije que a mí me parecía que debía de ser un chico que lloraba con mucha facilidad. Pero lo que quería saber era si yo pensaba que era alguien brillante y con talento,, o nada más que un imbécil. Y yo dije que las dos cosas, ese chico es las dos cosas, y unos años más tarde, cuando leí El guardián entre el centeno y me enteré de que el autor era el Jerry de Oona, seguí manteniendo la misma opinión.
-Yo nunca oí ninguna historia extraña acerca de Salinger -confió Mrs. Cooper.
-Y yo no he oído acerca de él nada que no sea extraño. Te aseguro que no es el típico chico judío de Park Avenue.

-Bueno, en realidad no era acerca de él, sino de un amigo suyo que fue a hacerle una visita en New Hampshtre. Salinger vive allí, ¿no? ¿En una de esas granjas perdidas? Bueno, esto fue en febrero, y hacía un frío horrible. Una mañana echaron en falta al amigo de Salinger. No estaba en su dormitorio ni en ninguna parte alrededor de la casa. Al final le encontraron perdido en las profundidades de un bosque nevado. Yacía en la nieve, envuelto en una manta y sujetando una botella de whisky vacía. Se había matado bebiendo whisky hasta quedarse dormido y morir congelado.

KAMASUTRA

Primer amor, últimos ritos de Ian McEwan, p. 26
Casi lo único que escribo es lo que Maisie me ha dicho y lo que yo le he dicho a Maisie. A veces, para mayor intimidad, me encierro en el cuarto de baño, me siento en el retrete y apoyo el cuaderno en las rodillas. Aparte de mí, en el cuarto de baño hay de vez en cuando una o dos arañas. Suben por la tubería de desagüe y se agazapan, completamente inmóviles, sobre el esmalte blanco y reluciente. Deben preguntarse dónde han ido a parar. Después de pasarse unas cuantas horas agazapadas regresan, perplejas, o quizás decepcionadas de no haber  podido saber más. Que yo sepa, mi bisabuelo sólo se refirió en una ocasión a las arañas. El 8 de mayo de 1906 escribió: “Bismarck es una araña”.
Por la tarde, Maisie solía traerme el té y contarme sus pesadillas.
-¿Te puedo contar lo que he soñado? -preguntó--. Estaba pilotando un avión por encima de una especie de desierto ...

-Luego me lo cuentas, Maisie -dije yo-. Estoy en mitad de algo. -Cuando se fue, me puse a contemplar la pared situada frente a mi escritorio y pensé en M., que durante quince años vino regularmente a cenar y charlar con mi bisabuelo, hasta que una noche del año 1898 desapareció súbitamente y sin explicación. M, quienquiera que fuese, tenia algo de académico, no sólo de hombre de acción. La noche del 9 de agosto de 1870, por ejemplo, hablando con mi bisabuelo sobre las diversas posturas para hacer d amor, M le dice que la copulación a  posteriori es la forma más natural, debido a la posición del clítoris y porque otros antropoides prefieren este método. Mi bisabuelo, que había copulado una media docena de veces en toda su vida, todas ellas con Alicia y durante su primer año de matrimonio, se preguntó en voz alta cual sería la opinión de la Iglesia, y M supo decirle que Teodoro, teólogo del siglo VII, consideraba la copulación a posteriori como un pecado comparable a la masturbación y   merecedor, en consecuencia, de cuarenta penitencias. Más avanzada la misma noche, mi bisabuelo aportó pruebas matemáticas de que el número máximo de posiciones no puede exceder el número primo diecisiete. M se rió y le dijo que había visto una colección de dibujos de Romano, un discípulo de Rafael, donde se mostraban veinticuatro posiciones. Además, dijo, había oído hablar de un tal F. K. Forberg que relacionaba noventa. Cuando me acordé del té que Maisie había dejado a mi lado, ya se había enfriado.

BRANWELL BRONTE

-Sí, y va a ser condenadamente bueno, me temo ... –dijo el señor Mybug-. Será un estudio psicológico, desde luego,  y dispongo de un montón de material nuevo, incluidas tres cartas que Branwell Brontë le escribió a una da anciana que tenía en Irlanda, la señora Prunty, durante el período en el cual estaba trabajando en Cumbres borrascosas.
Observó fijamente a Flora para ver si reaccionaba con una carcajada o con una mirada de asombro indecible, pero la expresión amable y curiosa en el rostro de Flora no se mudó en absoluto, así que tuvo que explicarse.
-Verá ... Es obvio que ese libro es de Branwell y no de Emily. Ninguna mujer podría haber escrito una cosa tan buena. Esto es cosas de hombres ... He formulado una teoría sobre su alcoholismo, también ... Verá: él realmente no era un borracho. Era un genio absoluto, una especie de segundo Chatterton …  y sus hermanas lo odiaban precisamente por su genialidad.
-Creía que la mayoría de los documentos de la época decían que sus hermanas lo adoraban -dijo Flora, que estaba encantada de mantener una conversación alejada de las cuestiones personales.
-Ya lo sé ... ya lo sé. Pero eso eran sólo argucias de las hermanas. Verá usted: a ellas las devoraban los celos de su brillante hermano, pero temían que si lo demostraban claramente, él se iría a Londres para siempre y se llevaría los manuscritos. Y ellas no querían que hiciera eso porque aquello arruinaría su pequeño jueguecito.
-¿Qué jueguecito? - preguntó Flora, intentando con alguna dificultad imaginar a Charlotte, Emily y Anne embarcadas en algo parecido a un “jueguecito”.
-Hacer pasar los manuscritos de su hermano por suyos, naturalmente. Querían tenerlo bien atado, para poder robarle su obra y venderla para comprar más bebida.
-¿Más bebida? ¿Para quién ... ? ¿Para Branwell?

-No ... ¡para ellas! Todas ellas eran unas borrachas, pero Anne era la peor del grupo. Branwell, que la adoraba, solía fingir que se emborrachaba en el Black Bull sólo para conseguir ginebra para Anne. El propietario no se la entregaría si Branwell no se hubiera granjeado previamente aquella falsa reputación como borracho brillante, impenitente y holgazán ... Y sólo Dios sabe con cuánta devoción se entregó a conseguir esa reputación. El propietario estaba orgulloso de tener siempre al señor Brome en su taberna; atraía clientes al establecimiento, y Branwell podía conseguir ginebra para Anne al punto ... Tanta como quisiera Anne. En secreto, él  trabajó durante doce horas diarias escribiendo Shirlry y Villette .. . y, por supuesto, Cumbres borrascosas. He demostrado rodo esto a partir de las pruebas que me han proporcionado las tres cartas que envió a la anciana señora Prunty.

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