Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EL CONDENADOR

De Campo de retamas de RSFerlosio, p.37
Sentado como en un escabel en la parte alta del centro del cuadro y con un tamaño algo mayor que el de las figuras que lo rodean, Cristo aparece semidesnudo, cubiertos sólo el hombro izquierdo y el regazo, el cuerpo levemente escorado hacia la izquierda como acompañando al rostro, que forma ya un perfil de algo más de tres cuartos hacia ese mismo lado; del poderoso torso se levanta el brazo derecho, bien musculado, formando un ángulo algo menos que recto con el antebrazo, que remata en la mano abierta, con los dedos separados pero curvados en forma de concha, como formando un espejo cóncavo que concentrase los rayos de luz, ahora rayos de ira, hacia el mismo rincón inferior de la izquierda al que apunta la mirada: el rincón más oscuro del cuadro, donde se retuercen los réprobos: la mano del Salvador no está salvando, está condenando. 

MATRIMONIO ANTIGUO

De Expo 58 de Jonathan Coe, p.25
Thomas colgó y salió de la cabina; pero, en lugar de dirigirse directamente hacia las escaleras mecánicas, encendió un cigarrillo, se apoyó en la pared y contempló a la gente que pasaba ante él apresuradamente. Pensó en la conversación que acababa de mantener con su esposa. Había sido cariñosa, como siempre, pero algo en ella lo había alterado. En estos últimos meses tenía la creciente sensación de que el eje de su relación con Sylvia se había desplazado. Sin duda el motivo era la llegada de la pequeña Gill; evidentemente ese acontecimiento los había unido más en algunos aspectos, y sin embargo ... Sylvia estaba tan preocupada por la responsabilidad diaria de cuidar de la niña, de atender sus inacabables e impredecibles necesidades, que Thomas no podía evitar sentirse de algún modo marginado, excluido. ¿Pero qué podía hacer? La fugaz imagen que le había venido a la cabeza en el despacho del señor Cooke -la imagen de ambos empujando el cochecito por Regent's Park- había sido muy intensa, ¿pero qué tipo de hombre se sentía subyugado por estas visiones? ¿Qué tipo de hombre prefería pasear por el parque con su esposa y su hija al reto diario de progresar? Una mañana Carlton-Browne y Windrush le habían oído hablar por teléfono con Sylvia sobre el hipo de su hija y después se pasaron varios días machacándolo con eso. Y con razón. No había dignidad alguna en todo aquello, ninguna solemnidad. En estos momentos y a su edad, un tío tenía, después de todo, responsabilidades. Un papel que interpretar. Sería una locura no aceptar el trabajo en Bruselas. 

INDIGENTES

De La invención de la soledad de PAuster
Es un momento difícil para los pobres. Hemos entrado en un periodo de enorme prosperidad, pero, a medida que avanzamos por la autopista de los beneficios cada vez más grandes, olvidamos que una incontable cantidad de personas se quedan tiradas en el arcén. La riqueza crea pobreza. Ésa es la ecuación secreta de una economía de libre mercado. N o nos gusta hablar de ella, pero, a medida que los ricos se hacen más ricos y poseen cada vez mayores cantidades de dinero que gastar, los precios suben. No hace falta que le diga a nadie lo que ha ocurrido con d mercado inmobiliario de Nueva York en los últimos años. El coste de la vivienda ha subido mucho más de lo que nadie habría creído posible hace poco tiempo. Ni siquiera yo, orgulloso propietario, podría permitirme mi propia casa si tuviera que comprarla ahorca. Para muchos otros, ese incremento ha mostrado con claridad la diferencia que existe entre tener un lugar donde vivir y no tener un lugar donde vivir. Para algunas personas, ha supuesto la diferencia entre la vida y la muerte.
La mala suerte puede alcanzarnos a todos en cualquier momento. No requiere mucha imaginación pensar en las cosas que podrían acabar con nosotros. Toda persona vive con la idea de su propia destrucción, e incluso la persona más feliz y exitosa tiene algún rincón oscuro del cerebro donde se reproducen continuamente historias de terror. Imaginas que te quedas sin trabajo. Imaginas que alguien que depende de ti tiene una enfermedad. y que las facturas médicas acaban con tus ahorros. O que te juegas tus ahorros en una mala inversión o una mala tirada de dados. La mayoría de nosotros sólo estamos a un desastre de distancia de las verdaderas dificultades. Una serie de desastres puede arruinarnos. Hay hombres y mujeres que vagabundean por las calles de Nueva York y que una vez estuvieron en posiciones de aparente seguridad. Tienen títulos universitarios. Tenían trabajos de responsabilidad y mantenían a sus familias. Ahora atraviesan tiempos difíciles, ¿y quiénes somos para pensar que esas cosas no nos podrían ocurrir a nosotros?

Durante los últimos meses, un terrible debate sobre lo que hay que hacer con ellos ha envenenado el aire de Nueva York. De lo que deberíamos hablar es de lo que hay que hacer con nosotros. Es nuestra ciudad, después de todo, y lo que les ocurre a ellos también nos ocurre a nosotros. Los pobres no son monstruos porque no tengan dinero. Son gente que necesita ayuda, y no nos ayuda a ninguno de nosotros castigarlos por ser pobres. En mi opinión, las nuevas reglas que ha propuesto la Administración actual no sólo son crueles, sino que no tienen ningún sentido. Si duermes en la calle, serás arrestado. Si vas a un refugio, tendrás que trabajar para tener una cama. Si no trabajas, te echarán a la calle, y allí volverán a arrestarte. Si eres padre y no cumples las regulaciones laborales, te quitarán a tus hijos. Las personas que defienden esas ideas dicen ser hombres y mujeres devotos y  temerosos de Dios. Deberían saber que todas las religiones del mundo insisten en la importancia de la caridad; no como algo que ha de ser alentado, sino como una obligación, una parte esencial de la relación personal con Dios. ¿Por qué nadie se ha molestado en decirles a esas personas que son unos hipócritas?

INCIPIT 472. CABARET / CHRISTOPHER ISHERWOOD

En lo hondo la calle, pesada y pomposa, bajo mi ventana. Tiendas en semisótanos donde las luces están todo el día encendidas, a la sombra de fachadas cargadas de balcones, frontis de estuco sucios, realzados con volutas y emblemas heráldicos. El barrio entero es así: calles y más calles flanqueadas de casas destartaladas y monumentales como cajas fuertes, atestadas con las deslustradas joyas y el mobiliario de segunda mano de una clase media en bancarrota.
Yo soy como una cámara con el obturador abierto, pasiva, minuciosa, incapaz de pensar. Capto la imagen del hombre que se afeita en la ventana de enfrente y la de la mujer en kimono,  lavándose la cabeza. Habrá que revelarlas algún día, fijarlas cuidadosamente en el papel.

A las ocho en punto de la noche cerrarán tiendas y portales. Los niños cenan. En el pequeño hotel de la esquina, donde alquilan cuartos por horas, se enciende una luz sobre el timbre de la .puerta. Y en seguida empiezan los silbidos de los golfos, que llaman a sus chicas. Plantados en el frío de la calle, silban a las ventanas encendidas de los cuartos tibios, en donde las camas ya están preparadas para la noche. Quieren entrar. Sus llamadas resuenan en la hundida hoquedad de la calle, voluptuosas, íntimas y tristes. Por eso no me gusta quedarme aquí a esas horas: los silbidos me recuerdan que estoy en una ciudad extraña, lejos de casa, solo. A  menudo me he propuesto no escucharlos, he cogido un libro y he intentado leer. Pero es seguro que muy pronto se oirá una llamada tan penetrante, tan reiterada, tan  desesperanzadoramente humana, que no tendré más remedio que levantarme y atisbar, a través de la persiana, para convencerme de que no es- y estoy convencido de que no puede ser- para mí. 

INCIPIT 471. EXPO 58 / JONATHAN COE

TODOS ESTAMOS ENTUSIASMADOS CON LO DE BRUSELAS
En una nota fechada en 3 de junio de 1954, el embajador belga en Londres hizo llegar una invitación al gobierno de Su Majestad la Reina de Gran Bretaña; una invitación para tomar parte en la nueva Exposición Universal que los belgas llamaban “Exposition Universelle et lnternationale de Bruxelles 1958.
Cinco meses después, el 24 de noviembre de 1954, la aceptación formal de la invitación por parte del gobierno de Su Majestad se presentó ante el embajador, coincidiendo con la visita a Londres del barón Moens de Fernig, el comisionado general nombrado por el gobierno belga para emprender los trabajos de organización de la exposición.

Iba a ser el primer evento de estas características desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Se iba a celebrar en un momento en que los países europeos que tomaron parte en esa guerra se estaban acercando más que nunca entre ellos hacia la cooperación pacífica e incluso hacia la unión; y en un momento en que, en cambio, las tensiones políticas entre la OTAN y los países del bloque soviético estaban en su punto álgido. Se iba a celebrar en un momento de optimismo sin precedentes sobre los recientes avances de la ciencia nuclear; y en un momento en que ese optimismo estaba atemperado por una inquietud sin precedentes por lo que podía suceder

INCIPIT 470. CAMPO DE RETAMAS / RAFAEL SANCHEZ FERLOSIO

COMO A MANERA DE PRÓLOGO

(Ojo conmigo) Desconfíen siempre de un autor de “pecios”). Aun sin quererlo, le es fácil estafar, porque los textos de una sola frase son los que más se prestan a ese fraude de la “profundidad”), fetiche de los necios, siempre ávidos de asentir  con reverencia a cualquier sentenciosa lapidariedad vacía de sentido pero habilidosamente elaborada con palabras de charol. Lo “profundo” lo inventa la necesidad de refugiarse en algo indiscutible, y nada hay tan indiscutible como el dicho enigmático, que se autoexime de tener que dar razón de si. La indiscutibilidad es como un carisma que sacraliza la palabra,  canjeando por la magia de la literalidad toda posible capacidad significante.

INCIPIT 469. EL FESTIN DEL AMOR / CHARLES BAXTER

PRELUDIOS
El hombre -yo, esta criatura pálida, y ninguna otra, al parecer- despierta asustado, enredado en las sábanas.
La habitación oscurecida, las puertas medio cerradas del ropero y la esbelta lámpara con listones de pino en la mesilla  de noche: no las reconozco. En el extremo opuesto del cuarto, la claridad lejana de la farola que envuelve el estor posee un inquietante resplandor ingrato. Ninguno de estos objetos hasta ahora familiares me resulta conocido. Lo que es peor, no me recuerdo ni me reconozco. Me siento en la cama; en realidad, me tambaleo, presa de un suave terror somnoliento, hacia la postura vertical. Hay un demonio aquí, uno sin nombre, el demonio de la tachadura y el olvido. No logro desprenderme de esta sensación porque mi cerebro no funciona y, debido a eso, la piel que me hospeda no se ha convertido todavía en mí.
Al mirar la oscuridad, tengo flotadores ópticos: ahí, en la pared de enfrente, hay engranajes que giran por separado y luego se acercan unos a otros hasta que sus piñones se fusionan y giran al unísono.

Luego noto la mano de ella en la espalda. Ella, ya acostumbrada a mis amnesias nocturnas, extiende la mano, soñolienta, desde su lado de la cama

NIÑO SUFRIENDO



De La invención de la soledad de PAuster, p.185
Puesto que el mundo es monstruoso, puesto que no parece ofrecer ninguna esperanza de futuro, A. mira a su hijo y se da cuenta de que no debe abandonarse a la desesperación. Cuando está al lado de su hijo, minuto a minuto, hora a hora, satisfaciendo sus necesidades, entregándose a esta vida joven, siente que su desesperación se desvanece. Y a pesar de que continúa desesperándose, no se abandona a la desesperación . La idea de un niño sufriendo le resulta monstruosa, incluso más monstruosa que la monstruosidad del mismo mundo; pues lo despoja de su único consuelo, e imaginar un mundo sin consuelo es monstruoso.

No puede seguir más allá.

¡VIVA EL MAL¡

De Campo de retamas de Rafael Sánchez Ferlosio, p.109-110
No hay nada que pueda impresionarme tan desfavorablemente como el que alguien trate de impresionarme favorablemente. Los simpáticos me caen siempre antipáticos: los antipáticos me resultan, ciertamente incómodos en tanto dura la conversación, pero cuando ésta se acaba se han ganado mi aprecio y simpatía. Ese viajero que dice «Buenas noches», al entrar en el compartimiento del vagón: que apenas alza los ojos, sin interés alguno, a la comparecencia de viajeros nuevos, que no vuelve a despegar los labios hasta llegar a su estación, para decir “que tengan ustedes buen viaje” suscita en mí la convicción -probablemente tan arbitraria como injusta- de que en un choque o un descarrilamiento se portaría del modo más heroico y más socorredor, mientras que el dicharachero, que no ha parado en todo el viaje de hablar y de reír, de entablar relación con todo cristo, y no digamos si -¡horror!- hasta contando chistes por añadidura, me impone, en cambio, la más absoluta certidumbre de que no podría dar, en igual trance, sino el más bochornoso espectáculo de histeria y cobardía. La simpatía es un arcaísmo de quienes creen, quieren creer o necesitan fingir que hay todavía un medio, un ámbito de vida pública, en el que los hombres pueden allegarse en algún grado, de manera directa y espontánea, los unos a los otros. La antipatía es resistencia y repugnancia a simular y escenificar -abyectamente- un mundo que no existe.

MODA Y DIVORCIO

De El festín del amor de Charles Baxter, p. 256-257
Bradley, que se había equivocado al casarse conmigo, no ocupaba mis pensamientos, pero David sí, y mis otras preocupaciones eran la duración probable de nuestro asunto y su posible asistencia a aquella reunión social. La estatua del niño estaba reclinada en mi patio trasero.

Si te has divorciado hace poco, y eres una mujer, durante cierto tiempo no sabes qué ponerte. Te pones el vestido de tirantes azul claro, pero no te gusta lo huesudos que tienes los omoplatos -la gente hará comentarios sobre tus hábitos diéteticos o tu estado físico, porque se muere de ganas de conocer tu estado de ánimo-, y entonces te lo quitas y te pones unos vaqueros, pero eso es pretencioso y exagerado si no son nuevos y de la talla exacta, así que los cambias por una falda sencilla, pero como la falda y la blusa son demasiado sencillas: al instante te conviertes en una de esas que visten ropa de confección insípida, sin clase ni complemento alguno. Así que lo que haces es ponerte una de las camisas que David se dejó en el dormitorio un día, una tarde de verano en que huyó de tu presencia en camiseta, abotargado y aturdido por el sexo, la camiseta con el logotipo de la librería estampado en ella. Luego te pones los vaqueros. No te metes la camisa, la azul de tela vaquera de David, sino que la dejas colgando por fuera. Luego sí la remetes. Te preguntas si la reconocerá su mujer, la mal llamada Katrinka. En tus momentos más malévolos, has empezado a considerar interesante la perspectiva de que sí la reconozca. Podría armar una escena y airear su indignación. Hasta puede que semejante perspectiva fuera maravillosa. Animaría la fiesta.
En la foro Prêt-à-Porter de R.Altmanr 

PADRE, HIJO Y NUERA

De El festín del amor de Charles Baxter, p, 260-261
-Intentas liarme. Lo único que digo es que me devuelvas lo que has robado. Mientras tanto no te pierdo de vista, para que no te lleves ni una más de mis pertenencias Y luego menees ese culito de rata que tienes.
Hizo unos movimientos de bamboleo y volvió andando a su vehículo antes de que yo pudiera corregirle su lenguaje grosero. Es triste cuando la juventud tiene que corregir a sus mayores. Le oí riéndose entre dientes. Me tranquilizó que no tratase de hacerme daño en el porche. No podía hacerme daño porque aquella semana, como estaba totalmente enamorada, yo era inmortal. También me alivió ver la maldad en una forma tan pura y comprender lo estúpida que era. Lo que le pasa al papá de Oscar es que un tarado. Si Dios mismo hubiese intentado darle clases particulares no habría sacado nada en limpio. Pero en definitiva era el padre de Oscar, y me apenaba pensar que nunca tendríamos días alegres de Acción de Gracias alrededor del pavo, reuniones familiares, álbumes de fotos y esas cosas. A cambio sólo tendríamos esa mezquindad de borracho hijo de puta. Tendríamos sesenta kilómetros de mala carretera separándonos siempre.
Me maravillaba que Oscar hubiese salido adelante con un padre como el suyo. Lo cual demuestra lo inexacta que es la ciencia genética.
En fin, algo tenía que hacer él en vista de que el asunto del sexo no había sido lucrativo y además había sido una basura moral. Empezábamos a planear el porvenir. Él trabajaría en la radio y yo haría algo completamente distinto, aunque todavía no lo había decidido. Oscar dijo que debería ser una estrella de cine, y lo consideré. Yo me creía tan buena para muchísimas cosas que podría elegir la que quisiera. Empezaba a pensar que quizá podría ser asistencia social. No me importaba trabajar en el sector de servicios. De todos modos, Bradley me había preguntado si quería aprender contabilidad para llevarle los libros en Jitters. Así que quizá lo hiciera. Tenía muchas opciones.

YO LEO A KIERKEGAARD

De El festín del amor de Charles Baxter, p.214
Hay un cuento de Kierkegaard que me gusta especialmente Un filósofo construye un palacio enorme pero, para sorpresa de todos, no vive en él sino que establece su residencia en una perrera adyacente. El filósofo se ofende cada vez que alguien le recrimina que viva de esa manera ridícula. ¿Pero cómo habría podido construir el palacio, responde, si no hubiese vivido también en la perrera?
Parece un chiste judío. Kierkegaard realizó grandes esfuerzos por vivir en el palacio de pensamiento que se había construido, pero naturalmente no pudo gobernarlo, proclive como era al furor polémico y a una singular especie de desdicha espiritual derivada del despecho. Además, uno acaba cogiendo apego a la caseta del perro y al cuenco de sobras diario. Tercamente ocupamos la perrera para demostrar que teníamos razón al habernos establecido en ella.

La historia sobre Kierkegaard que me gusta es la que cuenta que se cae de un sofá en una fiesta, borracho. Tendido en el suelo, empieza a referirse a sí mismo en tercera persona cuando los demás invitados intentan ayudarle a levantarse “Oh, déjalo ahí -dice, hablando de su propio cuerpo. Mañana por la mañana lo barrerán las criadas.”

LECTURAS Y RELECTURAS

De Invasión de David Monteagudo, p.104
En la biblioteca que había dejado su padre -alrededor de trescientos volúmenes, repartidos entre una estantería y un baúl- García hizo jugosos hallazgos, viejos conocidos de la infancia, esos libros que de niño veía a diario, atraído por la portada pero sin la menor intención de leerlos, junto a otros que ahora descubría y que le sorprendían agradablemente, a él, que en cualquier feria del libro huía de las novedades y buscaba más bien en los puestos de segunda mano. García comprendió, desde su visión de adulto exigente, con un criterio ya formado, por qué su padre releía una y otra vez algunos libros; y acabó descubriendo que bastaba con buscar los volúmenes que estuvieran más deteriorados, los más blandos y manoseados, para acertar con la lectura potente y enjundiosa que no le decepcionaría.

García reflexionó a la luz de aquellas largas sesiones de lectura, de aquellos momentos de evasión, de genuino placer estético, en los que la realidad pasaba a un segundo plano, y pensó que había perdido la capacidad de emocionarse mirando a las estrellas, pero no la de aislarse y escapar de este mundo, perdiéndose entre las páginas de un libro; y que si algo le había ocurrido es que se había vuelto más exigente, más selectivo al escoger lo que leía, pues su mayor bagaje y capacidad crítica le impedía disfrutar de ciertas lecturas que en su adolescencia le habrían entusiasmado. Pensó, en definitiva, que se estaba haciendo viejo, pues mientras su cabeza era cada vez más rica, su corazón se iba secando y empobreciendo.

LOS ENAMORAMIENTOS

De Invasión de David Monteagudo, p.13
García pensó que aquella noche hablaría de todo aquello con su mujer: de la visión que lo había originado todo, de la inquietud que le había causado durante unos días, de la opinión de Marqués y su teoría psicológica. Ahora que ya había abierto el fuego, no le importaba hurgar un poco más en el asunto; incluso tenía curiosidad por saber lo que opinaría su mujer, cómo analizaría los hechos y qué tono adoptaría para hablar de ello. Garda recordó con nostalgia -una nostalgia teñida de renuncia y escepticismo- las largas conversaciones con Mara, cuando se conocieron y empezaron a salir juntos; las tardes enteras en la mesa de algún bar, frente a unos cafés con leche, hablando de todo lo divino y lo humano, profundizando en cada idea hasta hundirse en las aguas inseguras -que en realidad ninguno de los dos dominaba- de la filosofía. Con qué placer habrían hablado entonces, veinte años atrás, de un asunto tan jugoso, tan atractivo para la polémica como los límites entre lo real y lo irreal, la frontera entre la  cordura y el trastorno psíquico, la naturaleza de la percepción, de la "realidad", y todas aquellas cosas que se vuelven más interesantes con la ayuda de unas comillas enfáticas. Ahora la cosa era bien diferente. Por poco que se sincerase consigo mismo, García tenía que reconocer que Mara y él se habían distanciado mucho a lo largo de los quince años que llevaban viviendo juntos. En algún momento -que ahora ya era incapaz de precisar- sus intereses, los verdaderos intereses vitales, aquellos que te hacen desear que llegue el día siguiente, habían divergido callada, irrevocablemente, favorecidos por el espejismo de una convivencia tácita, sin discusiones ni altibajos.

INCIPIT 467. PASOLINI O LA NOCHE DE LAS LUCIERNAGAS / JM GARCIA LOPEZ

A las cinco de la madrugada del 28 de enero de 1950, un hombre joven que lleva una pequeña maleta y una mujer de alrededor de sesenta años rebasan con sigilo las afueras de Casarsa della Delizia y caminan por la carretera hacia la estación con el propósito de tomar el primer tren con destino a Roma. El hombre es Pier Paolo Pasolini y la mujer, su madre, Susanna Colussi, los cuales huyen de diversas desgracias friulanas, de las que no es la menor la influencia del padre del fugitivo, Cario Alberto, antiguo fascista, ex cautivo en Kenia y ahora militar retirado. El frío es un cristal sobre la nieve que cubre la llanura, y la escena remire a otras tan clandestinas y universales, tan liberadoras o angustiosas, con alguna variante significativa o anecdótica en los personajes. Tal vez Pier Paolo conoce la historia de Amonio Machado y su madre, Ana Ruiz, cruzando, once años atrás, la frontera de España con Francia entre otros republicanos vencidos en la Guerra Civil que desencadenó la sublevación del  General Franco. O tal vez no la conoce y no la puede recordar ni comparar. Probablemente Susanna sí recuerda tiempos más felices junto a Carla Alberto, su prolongado noviazgo, los días anteriores a la muerte de su otro hijo, Guido, partisano asesinado paradójicamente por comunistas garibaldinos partidarios de Tito, y espera redimir en parre en la capital italiana esa cadena de sufrimientos junto a su devoto Pier Paolo.

INCIPIT 466. MI PADRE Y YO / J.R.ACKERLEY

Yo nací en 1896 y mis padres se casaron en 1919. Casi un cuarto de siglo podrá parecer un plazo excesivo para que alguien se decida a hacer algo, pero supongo que cuanto más se aplazan esas ceremonias menos indispensables parecen y que, a medida que pasaron los años, mis padres se fueron olvidando de lo anómala que era su situación. Mi tía Bunny, la hermana menor de mi madre, sostenía que, de no haber intervenido ella por segunda vez, nunca se habrían casado y yo seguiría siendo un bastardo como mi difunto hermano. Su primera intervención tuvo lugar al principio. Como es lógico, su familia se encontraba entonces en un estado de gran agitación: aparte de otras consideraciones, en la época victoriana las relaciones irregulares eran mucho más reprobables ante los ojos de la gente de lo que lo son en nuestros días. Puedo imaginarme lo consternada que estaría sobre todo mi abuela materna, que toda su vida había tenido que hacer frente a esa misma situación, pues ella era hija ilegítima. Al no conseguir tener hijos de su esposa, su padre, que se llamaba Scott, había recurrido a una tal señorita Buller, una chica de buena familia, por supuesto, que aseguraba tener a dos almirantes entre sus antepasados, la cual le dio tres hijas y murió al dar a luz a la última de ellas. 

INCIPIT 468. INVASION / DAVID MONTEAGUDO

La primera vez que vio a un gigante, Garda estaba tomando una cerveza en la terraza de un bar. Entonces no lo identificó como tal, tan sólo pensó que se trataba de una persona anormalmente alta; pero lo cierto es que, ya aquella primera vez, la visión le produjo un indefinible malestar, no tanto por la desmesurada altura del gigante, como por el hecho, insólito y sorprendente, de que nadie pareció reparar en su presencia.

La terraza ocupaba un ángulo de la plaza porticada, junto a los puestos del mercado de frutas y verduras. La mañana era tibia y soleada. En una de las pequeñas mesas de aluminio, Garda -con un dedo entre las páginas de un libro- disfrutaba de la agradable temperatura del aire, del cosquilleo de la cerveza a medio consumir, del contraste entre los soportales frescos, umbríos, y la porción de plaza bañada por el sol, con las movedizas sombras de las hojas de los árboles en el pavimento. Posponiendo por unos instantes la lectura -que esperaba paciente y segura entre sus dedos-, Garda contemplaba el rutinario ajetreo de mozos y vendedores en los puestos del mercadillo, cuando vio algo que llamó su atención en el otro extremo de la plaza. Entre los viandantes que llegaban por una de las calles adyacentes, en un Rujo moroso y discontinuo, apareció una figura exageradamente alta, una persona, un hombre que  avanzaba con pasos lentos y desgarbados

LO SINIESTRO

De La invención de la soledad de Paul Auster, p.175-176
Viena, 1919.
Todavía ningún significado, aunque sería imposible negar que estamos bajo un hechizo. Freud describió la experiencia como «sobrenatural», o unheimlich, lo contrario de heimlich, que significa “familiar”, “natural”, «propio del hogar». Esto implica, por lo tanto, que somos expulsados de nuestra coraza protectora, de nuestras percepciones habituales, como si de repente estuviéramos fuera de nosotros mismos, a la deriva en un mundo que no comprendemos. Estamos perdidos en ese mundo de forma inevitable y ni siquiera podemos aspirar a encontrar nuestro camino dentro de él. Freud afirma que cada etapa de nuestro desarrollo coexiste con todas las demás. Incluso cuando somos adultos, guardamos un recuerdo inconsciente de nuestra forma de percibir el mundo en la infancia que es algo más que un recuerdo, su estructura permanece intacta. Freud relaciona esta experiencia de lo sobrenatural con un resurgimiento de la visión egocéntrica y animista de la niñez. «Parecería que todos nosotros hemos pasado por una fase de desarrollo individual equivalente a la etapa animista del hombre primitivo y que esta etapa nos ha dejado ciertas huellas que pueden ser reactivadas, y que todo lo que ahora nos parece "sobrenatural" cumple con la función de  poner en acción esos vestigios de actividad mental animista y ayudarlos a manifestarse. » Concluye: «Una experiencia sobrenatural tiene lugar o bien cuando los complejos infantiles reprimidos son revividos por alguna impresión o cuando las creencias primitivas ya superadas parecen confirmarse una vez más.»

Nada de esto, por supuesto, constituye una explicación; como mucho sirve para describir el proceso y señalar el terreno donde éste tiene lugar. Sin embargo, A. no tiene dificultades en aceptarlo como cierto. El desarraigo, por lo tanto, como la nostalgia de otro hogar, un espacio del espíritu mucho más primitivo. Del mismo modo que a veces uno no encuentra la  interpretación de un sueño hasta que un amigo sugiere una interpretación simple, casi obvia. A. no puede probar que los argumentos de Freud sean verdaderos o falsos, pero a él le parecen apropiados, y está más que dispuesto a aceptarlos como ciertos. Todas las coincidencias que parecen haberse multiplicado a su alrededor, por lo tanto, están conectadas de alguna forma a los recuerdos de su infancia, como si al proponerse evocarla, el mundo regresara a una fase más temprana de su existencia. Cuando él recuerda su infancia, ésta se manifiesta en esas experiencias; recuerda su infancia y la escribe convirtiéndola en presente. Tal vez sea eso lo que pretende expresar al escribir: «el sinsentido es el principio fundamental». Tal vez sea eso lo que pretende expresar con: «Quiere dar a entender lo que dice.» Quizá sea eso lo que quiere dar a entender, o quizá no. Es imposible estar seguro de nada.

LAS COSAS

De La invención de la soledad de PAuster, p.85
De la casa: un documento del distrito de S t. Clair, en el estado de Alabama, que sentencia el divorcio de mis padres.
De la casa: un reloj, unos pocos jerséis, una chaqueta, un despertador, seis raquetas de tenis y un viejo Buick que apenas si funciona. Un juego de platos, una mesa de café y tres o cuatro lámparas. Una estatuilla de bar de Johnnie Walker para Daniel. El álbum de fotografías en blanco, LOS AUSTER ÉSTA ES NUESTRA VIDA.
Al principio pensé que sería un alivio aferrarme a estas cosas, que me recordarían a mi padre y me harían pensar en él durante el resto de mi vida. Pero por lo visto los objetos no son más que objetos. Ahora me he  acostumbrado a verlos y he comenzado a pensar en ellos como si fueran míos. Miro la hora en su reloj, uso sus jerséis, conduzco su coche; pero todo ello no me brinda más que una falsa ilusión de intimidad, pues ya me he apropiado de todas estas cosas. Mi padre ya no está presente en ellas, ha vuelto a  convertirse en un ser invisible. Y tarde o temprano las cosas se romperán o dejarán de funcionar y tendremos que tirarlas a la basura. Dudo de que eso tenga la más mínima importancia.

“ ... aquí se afirma que sólo aquel que trabaja consigue el pan, ¡sólo aquel que está angustiado encuentra descanso, sólo aquel que desciende a los infiernos rescata a sus seres queridos y sólo aquel que empuña su cuchillo halla a Isaac ... Aquel que no trabaje debe hacer caso a los escritos sobre las vírgenes de Israel, pues dará a luz al viento, pero aquel que desee trabajar da vida a su propio padre” (Kierkegaard).

SOBRE LAS COSAS Y LA PATERNIDAD

De La invención de la soledad de PAuster, p. 67
A veces, su resistencia a gastar dinero era tan grande que parecía una enfermedad. Nunca llegó al punto de privarse de lo que necesitaba (pues sus ·necesidades eran mínimas), pero era algo más sutil, cada vez que tenía que comprar algo, optaba por lo más barato. Comprar barato constituyó para él una forma de vida.
Implícita en esta actitud, había una concepción primitiva de las cosas. Todas las distinciones quedaban eliminadas, todo se reducía a ese último común denominador. La carne era la carne los zapatos, zapatos, una pluma era una pluma. No importaba que uno pudiera elegir entre cuello y bistec, entre bolígrafos desechables de treinta centavos y plumas de cincuenta dólares que duraban veinte años. Los objetos verdaderamente finos eran algo casi repudiable: había que pagar un precio desproporcionado por ellos y eso los convertía en algo moralmente defectuoso. A un nivel más general, esto se traducía en un estado permanente de privación sensorial: al cerrar los ojos ante determinadas cosas, se negaba a sí mismo el contacto íntimo con las formas y las texturas del mundo, se privaba de la posibilidad de experimentar placer estético. El mundo al que se asomaba era un lugar práctico. Cada cosa tenía un valor y un precio, y el truco consistía en obtener las cosas que uno necesitaba a un precio lo más cercano posible a su valor. Cada objeto era concebido sólo en términos de su función, juzgado sólo por lo que costaba, nunca como algo intrínseco con sus propias cualidades especiales. Supongo  que en cierto modo esa actitud debe de haberle hecho observar el mundo como un lugar aburrido, uniforme, descolorido, sin dimensiones. Si uno observa al mundo sólo a través del prisma del dinero, acaba por no ver nada en absoluto.
Cuando era pequeño hubo momentos en que me hizo sentir muy avergonzado en público. Regateaba con los comerciantes, se ponía furioso por un precio alto y discutía como si su  propia hombría estuviera en entredicho. Puedo recordar con claridad cómo me sentía languidecer y me entraban deseos de estar en cualquier otro lugar del mundo menos allí. Me viene a la memoria un incidente en particular: todos los días durante dos semanas, a la salida del colegio, había ido a una tienda a admirar el guante de béisbol que quería. Por fin, cuando mi padre me llevó a la tienda a comprarlo, reaccionó con tal violencia ante el vendedor que temí que acabara por pegarle. Asustado y lleno de angustia le dije que en realidad no quería aquel guante. Cuando salíamos de la tienda me ofreció un helado y comentó que después de todo aquel guante no era muy bueno.
-Algún día te compraré otro mejor.

Mejor, por supuesto, significaba peor.

EL VALOR EN LA GUERRA

De Mi padre y yo de J.R.Ackerley, p.72
Creo que habría sido ésa una manera de  obrar que le cuadraba. Y había precedentes de casos de desobediencia. Puesto que siempre he conservado el recuerdo de los hermanos Thorne -me acuerdo hoy todavía de sus caras como si las estuviera viendo-, es posible que los tuviera presentes entonces. Los dos eran oficiales subalternos, habían estado en mi batallón un año antes, y el más joven de los Thorne era uno de los chicos más guapos que había visto en mi vida. A él también lo destacaron para que realizara una incursión; tampoco él regresó, y su hermano, que lo adoraba, salió solo a buscarlo, haciendo caso omiso de las órdenes que había recibido, y se trajo su cadáver colgado del hombro, cuando ya amanecía, caminando lentamente por el peso. Este acto memorable de valor temerario debió de impresionar a los alemanes, porque no dispararon ni un tiro ... Pero tal vez yo le pareciera al comandante tan enigmático como él me lo parecía a mí, pues con el tiempo he descubierto que yo también llevo una máscara protectora, tengo un rostro impenetrable; cuando me creo que, debido al exceso de tensión, la expresión de mi cara deja traslucir la ansiedad depresiva y las fobias nerviosas que sufro a menudo, todos alaban mi serenidad y mi aplomo, sin sospechar que la procesión va por dentro. De modo que el comandante tal vez creyera que yo, en una situación tan desgarradora como aquélla, estaba dando pruebas de una entereza y un comedimiento admirables, otro tipo de valor. Habría sido interesante escuchar su versión de los hechos, tal vez durante una cena de reunión de ex combatientes ante una botella de vino, pero cayó poco después, siendo ya coronel, en el reducto de Schwaben, defendiendo una posición  indefendible, cubriendo con los restos exhaustos de su mando la retirada de su brigada, luchando cuerpo a cuerpo con una bayoneta contra unas fuerzas abrumadoramente superiores, alentando a sus hombres hasta el final con su ejemplo.
En la imagen Senderos de gloria

INCIPIT 465. LA INVENCION DE LA SOLEDAD /PAUL AUSTER

Retrato de un hombre invisible
Si buscas la verdad, prepárate para lo inesperado, pues es difícil de encontrar y sorprendente   cuando la encuentras. ( Heráclito)

Un día hay vida. Por ejemplo, un hombre de excelente salud, ni siquiera viejo, sin ninguna enfermedad previa. Todo es como era, como será siempre. Pasa un día y otro, ocupándose sólo de sus asuntos y soñando con la vida que le queda por delante. Y entonces, de repente, aparece la muerte. El hombre deja escapar un pequeño suspiro, se desploma en un sillón y muere. Sucede de una forma tan repentina que no hay lugar para la reflexión; la mente no tiene tiempo de encontrar una palabra de consuelo. No nos queda otra cosa, la irreductible certeza de nuestra mortalidad. Podemos aceptar con resignación la muerte que sobreviene después de una larga enfermedad, e incluso la accidental podemos achacarla al destino; pero cuando un hombre muere sin causa aparente, cuando un hombre muere simplemente porque es un hombre, nos acerca tanto a la frontera invisible entre la vida y la muerte que no sabemos de qué lado nos encontramos.

INCIPIT 464. LA LLUVIA ANTES DE CAER / JONATHAN COE

Cuando sonó el teléfono Gill estaba fuera, rastrillando las hojas y formando montones cobrizos, mientras su marido los arrojaba a una hoguera con la pala. Era una tarde de domingo de finales de otoño. Entró corriendo en la cocina al oírlo sonar, y enseguida sintió cómo la envolvía el calor del interior, sin haberse dado cuenta hasta ese momento del frío que empezaba a hacer. Seguramente helaría por la noche.
Después desanduvo el camino hasta la pequeña hoguera, desde la que un humo gris azulado se elevaba en volutas hacia un cielo que ya comenzaba a oscurecer. Stephen se dio la vuelta cuando la oyó acercarse. Vio en sus ojos que eran malas noticias, e inmediatamente se le vinieron sus hijas a la cabeza: los peligros imaginarios del centro de Londres, las bombas, los trayectos en metro o autobús, antes rutinarios, convertidos de repente en apuestas a vida o muerte.
-¿Qué pasa?

Y cuando Gill le dijo que Rosamond se había muerto al final a los setenta y tres años, no pudo evitar que le invadiera una vergonzosa sensación de alivio. 

HIJOS

De El festín del amor de Charles Baxter, p. 102-103
Descolgué el teléfono y dije: “¿Sí?». Desde el otro extremo del continente desde la costa oeste, empezó a hablarme mi hijo Aaron. Con una voz de cólera incansable, me  maldijo a mí y a su madre, acostada a mi lado. Una vez más invitado  a escuchar la historia de cómo había arruinado la vida de mi hijo, destruido su alma, de cómo le había sacrificado a los diablos y ángeles de la ambición frustrada. De un modo soporífero hallaba palabras con que herir mi corazón. Acusación: había esperado de él más de lo que él podía dar de sí. Acusación: había concebido esperanzas sobre él que le habían, dijo, enloquecido. Acusación: yo era quien era. Loco, enfermo y lleno de maldad, describió con detalle su locura y su enfermedad, sus terribles impulsos de hacer daño a los demás y a sí mismo, como si yo no hubiera escuchado esta historia muchas veces, varias veces, innumerables veces. Cuchillas, alambres, gas. Me llamó a mí, a su padre, un hijo de puta. Me dijo que no quería que siguiese siendo su padre. Luego rompió a llorar y pidió dinero. Exigió dinero. Desde la nada, desde la eterna noche de su vida, exigió dinero en efectivo. Yo también lloraba de tristeza y rabia, apretando el auricular muy fuerte contra la oreja para que Esther no oyera una palabra. Tapando el micrófono con la mano, le pregunté si había hecho daño a alguien, si se había herido él mismo, y respondió que no, pero que lo estaba pensando, que cada minuto lo planeaba de antemano, planeaba monstruosas calamidades personales, necesitaba ayuda, pedía ayuda, pero antes necesitaba el dinero, ya, en aquel mismo instante, mi dinero, cantidades extraordinarias de dinero. No me hagas ser tu salero sacrificial, dijo, y luego se corrigió, tu cordero sacrificial, no lo hagas, no vuelvas a hacerlo. A sabiendas de que era un error, dije que vería qué podía hacer, le enviaría lo que tuviese. Pareció calmarse por un momento. Respiraba de forma estruendosa. Me deseó cordialmente buenas noches, como al término de una actuación eficaz.
Tener un hijo o una hija así es como tener una porción del alma muerta, marchita y sin posibilidades de sanar. Ves al alma perdida de tu hijo flotar en los éteres de la eternidad. La ética es un sueño, y la ternura un fantasma diurno que se desvanece cuando llega la noche. Esther y yo, con los ojos abiertos, permanecimos abrazados hasta el alba. Mi querida mujer lloró en mis brazos, los dos teníamos el corazón destrozado. Vivimos en una ciudad grande de la que somos los únicos habitantes.

Kafka: Una vez que se responde a una falsa alarma del timbre nocturno, ya no tiene remedio.

LOS POLITICOS SEGUN PASOLINI

De Pasolini o la noche de las luciérnagas de JM García López, p.222-223
Sé que se está produciendo una involución y que no se pueden plantear las cosas en su desnuda objetividad. Yo me sometería al resultado de un debate exhaustivo sobre el aborto, la eutanasia y cualquier otra cuestión. Por otro lado, es inconcebible que yo fuera a estar de   acuerdo con esta sociedad. Cómo van a ser fiables los políticos, los jueces y los ciudadanos de un país que ahora clama por una ley a favor del aborto y que hará unos cuatro o cinco años condenó a nueve de cárcel a Aldo Braibanti por convivir maritalmente con un muchacho ...
-Pero ésa es la forma en que tienen lugar los cambios históricos. No suelen ser el resultado de preámbulos inteligentes.
-Un pensamiento muy pesimista. No estoy dispuesto a aceptar que sea una regla constante. Hoy, por desgracia, es así. Vamos al desmoronamiento antropológico que ya he denunciado no sé cuántas veces. La recuperación será lenta y costosa, y eso si nos ponemos en lo mejor.
-¿Piensas que esa renuncia, esa involución, es dirigida? ¿O es una tendencia espontánea en el hombre contemporáneo?
-Es dirigida, y tengo el convencimiento de que podría y debería orientarse a un polo opuesto. El problema es político. Los que hacen de la política una profesión quieren mantenerse a ultranza en el poder. El poder es normalmente una molicie, un abandono disfrazado de acción. Lo que los políticos programan es su permanencia, sus privilegios, que pueden ser económicos, por ejemplo, o de mero estatus. Programan contenidos raquíticos, si no vacuos, sucumben a la tentación de tergiversar. Cualquier otro trabajo, no digamos el artísrico o el intelectual, tiene en sí mismo alguna compensación. El trabajo político, no. Un político profesional  umanamente no suele ser nada. Se necesita una pirueta muy arriesgada o generosa para ser político. Los que de ordinario lo son están a años luz de concebirla. Por eso se enrocan en un corporativismo cobarde que va minando su alma. Los políticos hacen su carrera siendo unos desalmados casi perfectos, no pudiendo habitar su ser. Y es justo por eso por lo que no les queda más recurso que mostrar señuelos que se puedan seguir, instrumentalizar parodias de fascinación masiva que son una mezcla de aturdimiento, de entrega al diablo y de una monstruosa claudicación.

HOMBRES

De El festín del amor de Charles Baxter, p.40-41
Amar a los hombres siempre me pareció un reto. Al  principio pensaba que debía hacerlo, que no había alternativa. Pensaba que era imposible amarlos en general; no debería decir esto. Pero, en fin, míralos. Si eres un hombre es probable que  no comprendas cómo son. Es sorprendente que una mujer pueda estar casada con uno de ellos. Casi todos los que conozco son autoritarios, o pasivos y obsesivos, y cuando pasan de los veinticinco años, más o menos, dejan de ser guapos. A los que son de buen ver les contrata la industria fotogénica. En la mayoría de los casos que conozco, la belleza no figura en el número que interpretan. Así que hay que tacharla inmediatamente de la lista de culpables. Y queda su conducta.
Se enfurruñan, muchísimos hombres. Los que yo conozco son rencorosos y se ponen violentos casi por gusto. ¿Se ha fijado? Pregunte por ahí. Como sexo, siempre están –usted también- tramando algo, o por lo menos parece que traman, porque nunca se sabe lo que están pensando. Lo se por experiencia. Se pasan los días sentados y rumian. Después de rumiar, el potencial de fuego. Bueno, ya sé que estoy generalizando, pero me da igual, porque es  mi modo de verlo y no necesito demostrarlo, lo cual es emocionante.

Diré que una de las cosas que me gustan de los hombres es que normalmente saben cómo funcionan los pequeños chismes. Son buenos arreglando esto y aquello. Pero esa habilidad no conduce a la pasión sino sólo a un empleo retribuido. Claro que aquí sólo estoy hablando del historial de los hombres que he llegado a conocer en mi corta vida. Pero una muestra es una muestra, y le estoy describiendo a usted lo que he observado. Te atrapan con menudencias. Tienen su pequeño repertorio de mañas. 

DE EL PADRE DE PAUL

De La invención de la soledad de Paul Auster, p.22
Como nada tenía demasiada importancia, él se arrogaba la libertad de hacer lo que quería  (colarse en los clubs de tenis, hacerse pasar por crítico gastronómico para conseguir una comida gratis) y el encanto que desplegaba para lograr estas conquistas era precisamente lo que las hacía carecer de sentido. Ocultaba su verdadera edad con una vanidad digna de una mujer, inventaba historias sobre sus negocios y hablaba de sí mismo sólo de forma indirecta, en tercera persona, como si se refiriera a un conocido (“Un amigo mío tiene este problema, ¿qué crees que debería hacer al respecto? ...”). En cuanto se sentía obligado a revelar una parte de sí mismo, salía del escollo contando una mentira. Al final, las mentiras le salían de forma automática y mentía por mentir. Su principio era decir lo menos posible; de ese modo, si la gente descubría la verdad sobre él, no podrían usarla en su contra más tarde. Sus engaños eran una forma de comprar protección. Por lo tanto, lo que la gente tenía ante sí no era realmente él, sino un personaje que había inventado, una criatura artificial que manipulaba para a su vez poder manipular a otros. Él mismo permanecía invisible, como un titiritero que maneja los hilos de su álter ego desde su escondite oscuro y solitario detrás de las cortinas.

EN EL NOMBRE DEL PADRE

De La invención de la soledad de Paul Auster, p.21
La mayoría de estas fotografías no me decían nada, pero me ayudaron a llenar lagunas, a confirmar impresiones, me ofrecían pruebas a las que nunca había tenido acceso. Una serie de instantáneas de su época de soltero, por ejemplo, probablemente tomadas en diferentes años, reflejaban una síntesis exacta de ciertos aspectos de su personalidad que habían pasado  inadvertidos durante sus años de matrimonio, una faceta de él que no descubrí hasta después de su divorcio: mi padre como bromista como hombre de mundo, como juerguista. En esas fotografías está retratado con mujeres, por lo general dos o tres, todas ellas en poses cómicas, enlazadas por los brazos, o dos de ellas sentadas sobre su falda, o dándose un beso teatral para complacer al que sacaba la foto. Como fondo, una montaña, una cancha de tenis, tal vez una piscina o una cabaña de-troncos. Eran recuerdos de excursiones de fin de semana a varios puntos de Catskill en compañía de sus amigos solteros, donde jugaban al tenis y pasaban un buen rato con las chicas. Siguió con ese tren de vida hasta los treinta y cuatro años.
Era el estilo de vida que de verdad le seducía y puedo entender por qué volvió a él después de su ruptura matrimonial. Cuando a un hombre la vida le resulta tolerable sólo si permanece en la superficie de sí mismo, es natural que se sienta satisfecho obteniendo esa misma superficie de los demás. Tiene que responder a pocas demandas y no necesita comprometerse. El matrimonio, por el contrario, le cierra esa puerta. La existencia queda confinada a un espacio estrecho en el que uno se siente forzado a mostrarse a uno mismo de forma constante y, por consiguiente, obligado a mirar hacia el interior de uno mismo, a examinar las profundidades de   su propio yo. Cuando la puerta está abierta, nunca hay ningún problema, siempre es posible huir y uno puede evitar incómodas confrontaciones con uno mismo o con los demás simplemente marchándose.

La capacidad de evasión de mi padre era casi ilimitada. Dado que el ámbito del otro era irreal para él, hacía sus incursiones en él con la parte de sí mismo que él consideraba igualmente  irreal, su otro yo, al que había entrenado como actor para representarse a sí mismo en la   frívola comedia universal. Este yo sustituto era en esencia una broma, un niño hiperactivo, un fabricante de historias fantásticas, incapaz de tomar nada en serio. Como nada tenía demasiada importancia, él se arrogaba la libertad de hacer lo que quería

LA LLUVIA ANTES DE CAER

“No me importa que llueva en verano. Hasta me gusta. Es mi lluvia favorita”. “¿Tu lluvia favorita?”, dijo Thea. Recuerdo que frunció el ceño sopesando aquellas palabras, y luego exclamó: “Pues la mía es la lluvia antes de caer.” Rebecca se sonrió al oír aquello, pero yo dije (en plan pedante, supongo): “Pero, cielo, antes de caer, en realidad no es lluvia.” Y Thea me dijo: “¿Y entonces qué es?” Y yo le expliqué: “Pues es sólo humedad. Humedad en las nubes.” Thea bajó la vista y se concentró una vez más en escoger los guijarros de la playa; cogió dos y se puso a golpearlos uno contra otro. Parecía que el ruido y la sensación le gustaban. Yo seguí: “¿Entiendes entonces que no existe la lluvia antes de caer? Tiene que caer para que sea lluvia”.  Era una tontería explicarle aquello a una niña pequeña; casi me arrepentía de haber  empezado. Pero por lo visto Thea no tenía ningún problema en captar la idea; más bien al revés, porque al poco rato se quedó mirándome y meneó la cabeza con gesto de pena, como si discutir aquellas cosas con una idiota estuviera poniendo a prueba su paciencia. “Ya sé que no existe” dijo. “Por eso es mi favorita. Porque no hace falta que algo sea de verdad para hacerte feliz, ¿no?” Luego echó a correr hacia el agua sonriendo abiertamente, encantada de haberse salido con la suya gracias a su propia lógica.

La tormenta nunca nos alcanzó. La vimos estallar sobre las montañas lejanas, y después alejarse hacia el este, pero las orillas del lago se libraron de ella. Nos preparamos la cena y acostamos a Thea. Enseguida volvió a despejarse el cielo, y brillaron las estrellas sobre nosotras. La luna proyectó un sendero de plata sobre la superficie inmóvil del lago .
(Imagen de E. O'Bryan)

INCIPIT 463. EL CERCO DE LONDRES / HENRY JAMES

La solemne cortina de terciopelo que constituía el telón de la Comédie Française había caído tras el primer acto de la obra y nuestros dos americanos habían aprovechado el intervalo para salir del enorme y caldeado teatro en compañía del resto de los ocupantes de las butacas. No obstante, fueron de los primeros en volver y dejaron correr el tiempo que les quedaba del entreacto observando la sala que había sido recientemente depurada de sus añejas telarañas y decorada con frescos ilustrativos del drama clásico. Durante el mes de septiembre, en el Théatre de la Comédie Française, la afluenciade público es relativamente escasa y, en esta ocasión, el drama, La Aventuriere de Émile Augier, no tenía precisamente pretensión de novedad. Muchos de los palcos estaban vacíos, otros ocupados por personas de aspecto provinciano o trashumante. Dichos palcos estaban situados algo lejos de la escena, más bien a la altura de donde se hallaban nuestros espectadores, pero, incluso a cierta distancia, Rupert Waterville podía apreciar ciertos detalles. Se complacía en degustar los detalles y, siempre que iba al teatro, hacía uso de unos delicados pero potentes anteojos. Sabía que era un acto impropio de un hombre verdaderamente distinguido y que era una falta de consideración apuntar hacia una dama un instrumento que era tan sólo algo menos injurioso en sus efectos que una pistola de dos cañones; pero siempre le vencía la curiosidad. Además, estaba seguro de que, en aquel momento y en la representación de aquella antigualla, así le placía calificar la obra maestra de un académico, no podía ser visto por nadie que le conociera. 

JAMESIANA

De El cerco de Londres de Henry James, p.60
-Depende de lo que haya querido decir con ello. -A Waterville le gustaba encontrarles diversos sentidos a las cosas.
-¡Cuanto más quisiera decir con ello, menos debiera decirlo! -declaró Littlemore.

Sin embargo, volvió al Hotel Meurice, y en la siguiente ocasión llevó a Waterville con él. El secretario de Legación, que no estaba acostumbrado a tratar con damas de tal ambigüedad, estaba dispuesto a considerar a la señora Headway como representante de una clase muy curiosa. Temía que pudiera ser muy peligrosa; pero, en términos generales, se sintió seguro. El objeto de su devoción en aquel momento era su país, o por lo menos el Departamento de  Estado; no tenía ninguna intención de dejarse desviar de esa lealtad. Además, él tenía su propio ideal de mujer atractiva: una persona de tono mucho más suave que esta brillante, sonriente, susurrante charlatana hija de los Territorios. La mujer que a él le gustaría sería reposada, con cierto gusto por la intimidad; a veces le gustaría dejarlo solo. La señora Headway hada alusiones personales, familiares, íntimas; siempre estaba suplicando o acusando, pidiendo explicaciones y promesas, diciendo cosas a las que uno tenía que contestar. Todo ello acompañado de mil sonrisas y atenciones y otras gracias naturales, pero el efecto general era algo fatigoso. Tenía sin duda un gran encanto, un deseo inmenso de complacer, y una maravillosa colección de vestidos y chucherías; pero estaba impaciente y preocupada, y era imposible que otras personas compartieran su impaciencia. Si bien era cierto que ella quería entrar en la alta sociedad, también lo era que no había ninguna razón para que sus visitantes solteros desearan verla allí; porque era precisamente la ausencia de los estorbos sociales habituales lo que hacía tan atractivo su salón. No cabía duda de que era varias mujeres en una, y que debería contentarse con esa especie de victoria numérica.   Littlemore le dijo a Waterville que era una torpeza por parte de ella desear escalar las alturas; debería saber cuánto mejor estaba en su lugar, más bajo. Parecía que la actitud de la señora Headway le irritaba vagamente. Incluso en sus agitados intentos de autoeducarse, se había convertido en una gran crítica, y manejaba muchas de las maneras de la época con un toque libre y atrevido.

DE BATAILLE

De Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite, p.108-109
Precisamente el erotismo es como una marea que rompe los diques de lo inteligible. Y tú quieres entender sin arriesgarte a dejarte anegar por esa marea.
-No me gusta correr riesgos que me anulen el entendimiento.
-Ya lo sé. Pero apóyate en la experiencia de otros que los hayan corrido. ¿Por qué no relees, por ejemplo, a Bataille?
Desde aquella conversación, mi trabajo sobre el erotismo empezó a despedir un tufillo a rancio, a caldo de cerebro, que ya no ha perdido. Y esta noche lo reconozco más que nunca. Mis ojos se han quedado prendidos precisamente en una cita de Bataille que acentúa mi malestar.
La vida humana -dice- tiende a la prodigalidad. Una agitación febril latente en nosotros pide a la muerte que ejerza sus estragos a nuestras expensas. El amor y la muerte no son más que momentos álgidos de una fiesta que la naturaleza celebra con la multitud inagotable de los seres, pues uno y otra llevan consigo el despilfarro ilimitado al  que propende la naturaleza, en contra del deseo de durar que es propio de cada ser.

Al leer esta frase y copiarla ahora para ti, se me viene a la memoria alguien que la hubiera suscrito apasionadamente, que vivía gastándose. Ya sabes quién te digo. ¿Verdad que todas sus teorías sobre el deseo amoroso iban por ese registro? Aunque la verdad es que no eran teorías siquiera, eran oleadas que irrumpían sin más. Teorías eran las que le oponía yo, en un intento terco de amurallar el mar para que no me invadiera la casa. Nunca me atreví a adaptarme a su ritmo ni fui feliz con él, ya era hora de que lo dijera, Sofía.

GRANDES DAMAS

De El cerco de Londres de Henry James, p.96
-¿Está mirando nuestros libros? Me temo que son bastante aburridos.
-¿Aburridos? ¡Pero si están tan resplandecientes como el día en que fueron encuadernados! -Y volvió las relucientes tapas del libro hacia ella.
-Me temo que hace bastante tiempo que no me fijo en ellos -murmuró la dama, acercándose a la ventana, desde la que se quedó mirando hacia fuera.

Más allá del límpido cristal se extendía el parque, donde el color gris del atardecer empezaba a colgarse de las grandes ramas de los robles. El lugar parecía frío y vacío, y los árboles tenían un aire de consciente importancia, como si la naturaleza de alguna manera hubiera sido sobornada para que se pusiera de parte de las grandes familias del condado. Lady Demesne no era una persona con quien se pudiera conversar fácilmente; no era ni espontánea ni pletórica; se controlaba a sí misma, controlaba muchas cosas. Incluso su simplicidad era de conveniencia. Aunque de una conveniencia bastante noble. Uno podría haber sentido lástima por ella, si hubiera visto que vivía en una constante, tensa comunión con ciertos rígidos ideales. Esto la hacía parecer, a veces, muy cansada, como una persona que se ha comprometido en demasía. Daba la impresión de una quieta luminosidad, que nada tenía que ver con la brillantez, sino con una pureza preservada cuidadosamente. No dijo nada durante un momento y su silencio tenía la apariencia de estar cargado de intención, como si quisiera hacerle saber que tenía algo que tratar con él, sin tomarse la molestia de anunciarlo. Se había acostumbrado a que la gente supusiera lo que ella quería decir y a poder ahorrarse la molestia de explicarse. Waterville realizó algún comentario fortuito sobre la belleza de la tarde - aunque de hecho el tiempo había empeorado- al que ella no se dignó dar respuesta. 

DIARIOS DE OTRO

De El mal de Montano de E. Vila-Matas, p. 223
EL DlARIO DE MONSIEUR TONGOY
Si el monsieur llevara un diario, éste sería para mí de máximo interés, porque sin duda ahí apareceríamos muchas veces Rosa y yo. Si él llevara un diario, no vacilaría ni un instante en robárselo por unas horas, sin que se diera cuenta, y leer los pensamientos que él habría depositado ahí en esas páginas, a buen seguro fascinantes, porque tengo muy claro que Monsieur Tongoy es un agudo observador y un pensador notable. Es también, quizá no lo han imaginado, el hombre más feo del mundo. Lo que oyen. Ahora bien, serlo no es para él un problema, nunca lo ha sido, él piensa que su inteligencia le embellece. Aunque no quiero engañarles a ustedes: es horrible, es el hombre más monstruoso, más feo del mundo.
Al monsieur le gustaría pensar como Valéry y continuar la obra de Musil, por eso a veces se le ve andando perdido por las calles, buscando a Musil. No can perdido anda cuando enfila los pasillos del Gran Hotel de Kakania, donde ahora no creo que enfile nada, más bien está durmiendo la borrachera de ayer, aunque quién sabe, tal vez está ya recuperado y se dirige hacia aquí o bien está iniciando un diario personal. Si ha empezado a escribirlo, no tardaré en robárselo. Aunque, si lo pienso bien, es absurdo. Para qué robarle el diario si puedo  imaginar lo que escribe ahí: “Rosa le gusta Rosario, porque el pobre hombre se parece a un Drácula menor. Lo lógico sería que le atrajera yo, que soy el más clásico de los Dráculas, por mucho que no me guste que me relacionen con vampiro alguno.” En fin, señoras y señores, distinguido público húngaro, creo que todo el mundo debería llevar el diario de otro. Es un ejercicio enormemente sano.

WIKIPEDIA

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