A las cinco de la madrugada del
28 de enero de 1950, un hombre joven que lleva una pequeña maleta y una mujer
de alrededor de sesenta años rebasan con sigilo las afueras de Casarsa della
Delizia y caminan por la carretera hacia la estación con el propósito de tomar
el primer tren con destino a Roma. El hombre es Pier Paolo Pasolini y la mujer,
su madre, Susanna Colussi, los cuales huyen de diversas desgracias friulanas,
de las que no es la menor la influencia del padre del fugitivo, Cario Alberto, antiguo
fascista, ex cautivo en Kenia y ahora militar retirado. El frío es un cristal
sobre la nieve que cubre la llanura, y la escena remire a otras tan
clandestinas y universales, tan liberadoras o angustiosas, con alguna variante
significativa o anecdótica en los personajes. Tal vez Pier Paolo conoce la
historia de Amonio Machado y su madre, Ana Ruiz, cruzando, once años atrás, la
frontera de España con Francia entre otros republicanos vencidos en la Guerra
Civil que desencadenó la sublevación del
General Franco. O tal vez no la conoce y no la puede recordar ni
comparar. Probablemente Susanna sí recuerda tiempos más felices junto a Carla
Alberto, su prolongado noviazgo, los días anteriores a la muerte de su otro
hijo, Guido, partisano asesinado paradójicamente por comunistas garibaldinos
partidarios de Tito, y espera redimir en parre en la capital italiana esa
cadena de sufrimientos junto a su devoto Pier Paolo.
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